El día que se fraguó el fin del Imperio inca
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Francisco Pizarro González (Trujillo, Castilla, 16 de marzo de 1478-Lima, 26 de junio de 1541)1 fue un conquistador español que lideró a comienzos del siglo XVI la expedición que iniciaría la conquista del Perú.a Posteriormente sería nombrado gobernador de Nueva Castilla, con sede de gobierno en Ciudad de los Reyes (Lima).
Pizarro integró la expedición que descubrió el Mar del Sur (Océano Pacífico), empresa liderada por Vasco Núñez de Balboa en 1513. En 1532, tras capturar y ajusticiar al Sapa Inca Atahualpa, pudo imponerse sobre el Imperio incaico con ayuda de diversos cacicazgos locales, conquistando el mencionado estado imperial cuyo centro de gobierno se ubicaba en el actual Cuzco, Perú, además de establecer una dependencia española sobre él. Obtuvo el título de marqués y sus descendientes tuvieron el título de marqueses de la Conquista, pero con el nombre de Atavillos.2, siendo este el título utilizado por el cronista don Francisco López de Gómara en su Historia General de las Indias, capítulo CXXXII. También fue referido como marqués por Pedro Cieza de León en su libro Chrónica del Perú. Para sus huestes indígenas era conocido como Apu (‘jefe’, ‘señor’, ‘general’) o Machu Capitán (‘viejo capitán’).3
N. Sadurní
En 1502, Francisco Pizarro, un hidalgo extremeño, cruzó el Atlántico rumbo a América desde su Extremadura natal en busca de fama y fortuna. El mismo propósito tuvo otro español llamado Diego de Almagro. Pero lo que pocos podían imaginar entonces es que algunos años después de haber formado ambos hombres La Compañía de Levante, en 1526, con el único fin de explorar las tierras del Birú (Perú), los acontecimientos se precipitarían de tal manera que ambos acabarían perdiendo la vida en aquella tierra lejana a la que habían ido a empezar una nueva vida.
En un principio, tanto Pizarro como Almagro supieron compatibilizar muy bien sus responsabilidades. Mientras que Pizarro era el líder militar que sabía cómo enfrentarse al enemigo, Almagro era el encargado de reclutar a los hombres y organizar la intendencia de las tropas. Pero aquella amistad que había nacido en Panamá empezó a hacer aguas cuando Pizarro recibió, gracias a las Capitulaciones de Toledo de 1529, toda clase de títulos y de prebendas: fue nombrado adelantado, capitán general y gobernador. Por su parte, Almagro quedó siempre en un segundo plano y a punto estuvo de abandonar el proyecto, pero se lo pensó mejor cuando le prometieron un gobierno propio en las tierras que fueran conquistadas a partir de entonces.
El conquistador español Diego de Almagro, que participó junto a Pizarro en la conquista de los territorios peruanos, también acabó perdiendo la vida lejos de su tierra natal, como el que había sido su amigo y compañero. El retrato sobre estas líneas fue realizado por Domingo Mesa en 1873.
Aquella amistad que había nacido en Panamá empezó a hacer aguas cuando Pizarro recibió, gracias a las Capitulaciones de Toledo de 1529, toda clase de títulos y de prebendas.
Al final, la aparente cordialidad entre los dos hombres se rompió definitivamente cuando entró en escena el hermano mayor de Francisco Pizarro, Hernando. Este veía a Almagro como un campesino analfabeto, lo que acabaría provocando entre ellos una enemistad de consecuencias trágicas. A pesar de la caída del inca Atahualpa y del reparto de su enorme tesoro y de las tierras conquistadas entre los españoles, una nueva disputa se produjo entre los dos líderes en 1535 como consecuencia de las discrepancias que surgieron entre ellos por el establecimiento de los límites gubernamentales que les correspondían al uno y al otro. Las luchas internas ente ambos, que de hecho actuaban como si las tierras conquistadas fueran de su propiedad y no de la Corona, culminarían en 1538 en el conflicto armado conocido como la batalla de Las Salinas.
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En efecto, tras diversos tira y afloja, Pizarro y Almagro habían llegado a un acuerdo y este último marchó a la conquista de Chile en 1536. Pero los resultados de la expedición no fueron los esperados, y además Almagro también supo de la sublevación de Manco Inca Yupanqui contra los españoles, que había logrado escapar de Cuzco, donde estaba prisionero, mediante un ardid y se había parapetado en la ciudad de Calca, donde reunió un ejército para poner bajo sitio a la capital inca. Todo ello precipitó su regreso en 1537. Tras lograr levantar el asedio de los incas y expulsarlos a las montañas, Almagro se apoderó de la ciudad de Cuzco y arrestó a dos hermanos de Pizarro, Hernando y Gonzalo. Pasado un año, y gracias a las intensas gestiones por parte de Francisco, el cual prometió a Almagro una solución acordada al litigio que mantenían desde hacía tiempo, logró que liberaran a Hernando (Gonzalo se fugaría de la prisión). Pero a pesar de lo prometido, Francisco puso a su hermano al mando de un contingente de ochocientos hombres para retomar el control de la ciudad de Cuzco y derrotar a Almagro y a sus hombres. Una enfermedad evitó que Diego de Almagro participase en la batalla de Las Salinas, pero no pudo evitar ser arrestado, y condenado a garrote y a ser decapitado tras su muerte. Cuando Almagro suplicó por su vida a Hernando Pizarro, este le contestó: "Sois caballero y tenéis un nombre ilustre; no mostréis flaqueza; me maravillo de que un hombre de vuestro ánimo tema tanto a la muerte. Confesaos, porque vuestra muerte no tiene remedio".
La ilustración sobre estas líneas muestra la toma de Cuzco a Pizarro por parte de los almagristas. Historia General de las Indias y Nuevo Mundo, Zaragoza, 1554.
Tras lograr levantar el asedio de los incas y expulsarlos a las montañas, Almagro se apoderó de la ciudad de Cuzco y arrestó a dos hermanos de Pizarro, Hernando y Gonzalo.
Tras todos estos enfrentamientos, Francisco Pizarro, que ya era un hombre de sesenta y tres años, creía poder pasar sus últimos años de vida con relativa tranquilidad. De hecho, el conquistador llegó a una edad muy longeva para la época con una salud relativamente buena. El periodista César Cervera Moreno, periodista del diario ABC y autor de Superhéroes del Imperio, publicado por La Esfera de los Libros en 2018, declaró en una entrevista a su propio medio: "Francisco Pizarro sería Ironman, porque tuvo una resistencia mucho más allá de la biología. Parece imposible que pudiera sobrevivir a todas las penurias por las que pasó sin tener algo sobrenatural. Pero así fue. Cruzó el Atlántico, viaje en el que muchísimos morían, y sobrevivió. Posteriormente participó en decenas de expediciones en las que, según las crónicas, murieron más del cincuenta por ciento de sus integrantes".
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Pero la tranquilidad que Pizarro esperaba disfrutar al final de su vida no llegaría nunca. Los "almagristas", tras la muerte de su líder vivían en la miseria más absoluta en Lima, conocida como la ciudad de los Reyes (ciudad fundada por Pizarro en 1535), donde soportaban toda clase de penurias. Por el contrario, Francisco Pizarro y la mayoría de sus partidarios disfrutaban de una situación económica muy desahogada. Así pues, durante la mañana del domingo 26 de junio de 1541, alrededor de una veintena de "almagristas" encabezados por Juan de Herrada, uno de los principales lugartenientes del difunto Diego de Almagro, se dirigieron al palacio del gobernador Pizarro al grito de: "¡Viva el Rey y mueran los tiranos!". Al oír los gritos y el estruendo, Pizarro tomó las las armas para defender su vida junto con su medio hermano Francisco Martín de Alcántara. Con la intención de calmar a los alborotadores, el capitán Francisco de Chávez y sus criados se dirigieron hacía las escaleras que daban al piso inferior y nada más bajar fueron asesinados por el grupo de enardecidos hombres que venían con una firme intención: acabar con la vida de Francisco Pizarro.
Los atacantes que se abalanzaron sobre Pizarro para acabar con su vida le superaban en número, pero aún así el conquistador pudo llevarse a tres por delante antes de que le asestaran el golpe mortal.
Los 'almagristas' encabezados por Juan de Herrada, uno de los principales lugartenientes de Diego de Almagro, se dirigieron al palacio del gobernador Pizarro al grito de: '¡Viva el Rey y mueran los tiranos!'.
Viéndose acorralado, y con la coraza sin ceñir, Pizarro se lanzó contra sus agresores que, superiores en número, no dudaron en abalanzarse contra el extremeño, que aún tuvo tiempo de llevarse por delante a tres de sus atacantes. Los que quedaron con vida, la mayoría, tuvieron tiempo de asestarle cinco heridas en la cabeza, otras tantas en la columna vertebral y varias en los brazos. Tras recibir el golpe mortal por parte de un tal Martín de Bilbao, Pizarro, moribundo, aún tuvo tiempo de llevarse un dedo a una de sus heridas y dibujar con su sangre el signo de la cruz en el suelo. Después de besarla hizo el gesto de pedir confesión a lo que otro de sus asesinos, Juan Rodríguez Barragán, antes de golpearlo con un jarrón en la cabeza le gritó: "Al infierno, al infierno os iréis a confesar".
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Como cuenta la doctora en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid, Carmen Martín Rubio, Pizarro había dejado por escrito su voluntad de ser enterrado "en la iglesia mayor de esta Ciudad de los Reyes, en la capilla mayor de la dicha iglesia", pero sus restos sufrieron diversos traslados hasta que en 1623 fueron dispuestos bajo una bóveda de la capilla mayor de la catedral de Lima. En el año 1881, el Ayuntamiento de la ciudad constituyó una comisión para exhumar e investigar los restos, aunque se hizo sin un excesivo rigor científico. Los investigadores hallaron en el lugar de enterramiento del conquistador una momia que presentaba varios golpes en la cabeza y en el cuello. Creyendo que se trataba sin duda de Francisco Pizarro, la enterraron en un mausoleo con todos los honores.
La Catedral de Lima e Iglesia Mayor del Perú, lugar donde Francisco Pizarro dejó escrito que quería que fueran enterrados sus restos.
Los restos de Pizarro sufrieron diversos traslados hasta que en 1623 fueron dispuestos bajo una bóveda de la capilla mayor de la catedral de Lima. En 1881, el Ayuntamiento de la ciudad constituyó una comisión para exhumar e investigar los restos.
Y allí estuvo durante más de un siglo enterrada la momia que todos creían que era la de Pizarro. Tras recibir varios homenajes, el 18 de julio de 1977, durante unos trabajos de mantenimiento y remodelación de la catedral, unos operarios encontraron una misteriosa caja de plomo dentro de otra de madera. Tras abrir la de madera se hallaron unos huesos, y en el interior de la de plomo había un cráneo y una inscripción que no dejaba lugar a dudas: "Aquí está la cabeza del señor marqués Don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los reinos de Perú y puso en la real Corona de Castilla". Los restos fueron entonces trasladados por las autoridades a una capilla situada en la nave derecha de la catedral, donde reposan desde entonces.
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Ensayo
Superhéroes del imperio: Mito y realidad de los hombres que forjaron España
César Cervera Moreno
Editorial La Esfera de los Libros, 2018
Abel de Medici
La vida de la reina Urraca “la Temeraria”, como fue apodada, fue una lucha constante ya no solo para conservar el poder sino la propia integridad de sus feudos: los partidarios de sus diversos parientes intentaron arrebatárselos, bien para gobernarlos de forma independiente o para expandir sus propios territorios. Sus casi 30 años de ejercicio del poder fueron una continua lucha contra los enemigos que presentaban batalla en las fronteras o, más a menudo, dentro de ellas.
La vida de la reina Urraca “la Temeraria”, como fue apodada, fue una lucha constante ya no solo para conservar el poder sino la propia integridad de sus feudos.
En un primer momento, dada la ausencia de un heredero varón, Urraca fue nombrada heredera y se le dio una educación acorde a su futuro papel. Sin embargo, la situación cambió drásticamente en 1093 con el nacimiento de su medio hermano Sancho, fruto de la unión de Alfonso VI con Zaida, una princesa de al-Ándalus que fue bautizada como Isabel: su conversión al cristianismo allanó el camino para que el rey pudiera tomarla como esposa tras la muerte de la reina Constanza, la madre de Urraca; con ello, Sancho pasaba a ser el primero en la línea de sucesión de la corona leonesa y, a partir de ese momento, el rey Alfonso apartó a su hija en favor del recién nacido.
Bajo el mando de Alfonso VI, el reino de León consiguió arrebatar buena parte de Castilla a los musulmanes. Un episodio de gran valor simbólico fue la conquista de Toledo, capital del antiguo reino visigodo, en el año 1085. En tales batallas, al servicio de ambos bandos, participó un personaje destinado a convertirse en mito literario: Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como "el Cid".
Urraca, aún menor de edad, fue entregada como esposa a Raimundo de Borgoña, un noble con quien Alfonso VI estaba en deuda por su ayuda contra los ejércitos almorávides, que después de tumbar y fragmentar el otrora poderoso Califato de Córdoba se enfrentaban a los reyes cristianos por el control de las tierras centrales de la península. De heredera del reino leonés Urraca pasó a ser simple condesa consorte de Galicia, aunque permanecía en la línea sucesoria de la corona de León y la de Castilla, ambas en manos de su padre.
La muerte de su marido en 1107 y de su medio hermano Sancho podrían haberle abierto de nuevo las puertas a la sucesión, especialmente porque ya había dado a luz a un heredero, un niño que en el futuro se convertiría en el rey Alfonso VII. Apoyada por la nobleza y el clero más cercanos a ella intentó reclamar sus derechos como reina, pese a lo cual su padre le impuso un nuevo enlace, esta vez con el rey aragonés Alfonso I, un año antes de fallecer, dejándola finalmente como heredera.
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Este segundo matrimonio, que habría debido servir para fortalecer a los reinos cristianos frente a los almorávides, fue un absoluto fracaso. Los cónyuges tenían una relación pésima –el rey aragonés era de carácter violento y Urraca lo acusaba de maltratarla– y la reina temía por la seguridad de su hijo, pues sospechaba que su marido quería eliminarlo para arrebatarle León, Castilla y Galicia.
Los cinco años que duró esta relación estuvieron marcados por la constante lucha que en ocasiones degeneró en guerra civil y que involucró no solo a León y Aragón sino también al Condado Portucalense: este territorio, que ejercía de cojín entre León y los territorios almorávides, estaba gobernado por Teresa –hermana mayor de Urraca– y su esposo Enrique de Borgoña –primo de Raimundo, su primer marido– y constituía en principio un dominio subordinado a la corona leonesa, pero con ansias cada vez mayores de independencia.
Alfonso I, rey de Aragón y Pamplona, es recordado como "el Batallador": era un rey que volcó todas sus energías en la guerra y en especial a la lucha contra los reyes de taifas. Bajo su mando, Aragón y Pamplona duplicaron su extensión territorial. Tras su matrimonio con Urraca de León intentó hacerse también con las tierras de Castilla, recientemente arrebatadas a los musulmanes por el padre de la reina, Alfonso VI.
La tormentosa relación que unía a la reina Urraca y el rey de Aragón se rompería definitivamente en 1114: oficialmente era él quien la repudiaba, pero en la práctica su esposa llevaba tiempo pidiendo la disolución del enlace. Por aquel entonces, la “reina temeraria” tenía dos frentes abiertos: uno era el Condado Portucalense, cuyas aspiraciones de constituirse como reino propio tomaban cada vez más fuerza, alentadas por su hermana; el otro era Galicia, donde una parte de la nobleza y el clero aspiraban a proclamar al hijo de la reina, el futuro Alfonso VII, como rey independiente.
A pesar de la ruptura con su marido, en el plano militar siguieron colaborando ocasionalmente, para frenar a los almorávides así como las intenciones de Teresa de expandir los dominios portucalenses. En una jugada maestra, Urraca consiguió desviar el interés de los nobles gallegos díscolos hacia las tierras de su hermana, matando dos pájaros de un tiro; aun así, los enfrentamientos siguieron durante el resto de la vida de la reina y se prolongaron hasta 1139, cuando el condado finalmente se constituiría como Reino de Portugal bajo el mando del hijo de Teresa, Alfonso I.
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La experiencia de su segundo matrimonio convenció a Urraca de no volver a compartir el poder con un consorte. Tras la separación con Alfonso de Aragón nunca volvió a casarse, aunque sí tuvo como mínimo dos amantes entre la aristocracia. El primero fue el conde Gómez González, un oficial que había servido en el ejército de su padre y que murió precisamente luchando por ella contra su aún marido, el rey aragonés, en 1111. Su segunda relación, con el conde Pedro González de Lara, le dio dos hijos –ilegítimos, por nacer fuera del matrimonio– pero tampoco fue fácil: envidiosos de la cercanía que tenía con la reina, a la cual decían que incluso había propuesto matrimonio, un grupo de nobles encabezó una fallida rebelión para derrocarla a ella y a su amante.
A pesar de estas numerosas conspiraciones, Urraca logró gobernar en solitario hasta el final de su vida, apoyada por la nobleza y el clero. Pero su dominio era frágil y en la práctica eran los señores locales y los obispos quienes ejercían el poder en un territorio fragmentado donde cada ciudad miraba para sí misma; en particular las tierras de Castilla, arrebatadas a los musulmanes por su padre Alfonso VI, carecían aún de una estructura que pudiera equipararse a un reino funcional, por lo que todo dependía de la lealtad personal a la reina. Para algunos, la soberana dio muestras de una gran entereza e inteligencia al lograr contener, contra todo pronóstico, las tendencias centrífugas que amenazaban con desintegrar sus dominios. Otros en cambio nunca la aceptaron, como resume una frase del Cronicón Compostelano: “reinó Urraca tiránica y mujerilmente”.
El Condado Portucalense se extendía desde el Miño al Tajo y desde Salamanca a Oporto (en la imagen, su catedral), constituyendo un cojín frente al ataque de los almorávides. Alfonso VI lo entregó al conde Enrique de Borgoña junto con su hija ilegítima Teresa, como recompensa por la ayuda que el borgoñón le había prestado en la guerra contra los musulmanes. Sin embargo, aprovechando las dificultades de Urraca, le declararon la guerra con el objetivo de convertirse en un reino independiente.
La vida de la reina llegó a su fin en 1126. A sus 46 años había quedado encinta de nuevo, un embarazo que se había complicado y que había mermado su salud. Consciente del peligro que corría, se retiró al castillo de Saldaña bajo la protección de su amante, el conde de Lara, buscando tranquilidad después de una vida marcada por la guerra constante, que aún continuaba. Allí murió, dejando un conjunto de reinos convulsos en manos de su hijo Alfonso VII. Fue enterrada en el Panteón de los Reyes de León, en la capital del reino, donde habían recibido sepultura los reyes leoneses durante casi dos siglos. En esa misma ciudad, años después, su hijo se proclamaría “Emperador de toda España”: un propósito demasiado ambicioso para una tierra a la que aún le quedaban por delante muchos siglos de guerras internas.