lunes, 11 de diciembre de 2017

MÁS ALLÁ : EGIPTO .- MUERTOS .- NATIONAL GEOGRAPHIC .- El Libro de los muertos de los egipcios..............Los antiguos egipcios se hacían enterrar acompañados por una serie de fórmulas mágicas para viajar por el Más Allá.....

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., alguna vez nos hemos preguntado: qué es el más allá, no existe una definición, sino muchas conjeturas de lo que se supondría es ultratumba, o la reencarnación tal como lo creen los hindúes, pero casi todas las religiones creen en destino final de morir para renacer en el otro mundo. Los antiguos egipcios entendían la muerte como un paso hacia la resurrección: morir para renacer.
Para los antiguos egipcios el más allá, estaba señalado en el : "... Libro de los muertos, que los egipcios llamaban Libro para la salida al día: "He abierto los caminos que están en el cielo y en la tierra, porque soy el bienamado de mi padre Osiris. Soy noble, soy un espíritu, estoy bien pertrechado. ¡Oh, vosotros, todos los dioses y todos los espíritus, preparad un camino para mí!".
Los egipcios creían que el difunto emprendía un viaje subterráneo desde el oeste hacia el este, como Re, el sol, que tras ponerse vuelve a su punto de partida. Durante ese trayecto el fallecido, montado en la barca de Re, se enfrentaría a seres peligrosos que intentarían impedir su salida por el este y su renacimiento...."
Este artículo ha sido elaborado gracias a las informaciones de la Revista National Geographic, que les invito a leer...

Zahi Hawass
Hawass.jpg

Coat of arms of Egypt.svg
Ministro de Antigüedades de Egipto
31 de enero de 2011-3 de marzo de 2011
PredecesorCargo creado
SucesorMohamed Ibrahim Ali

30 de marzo de 2011-17 de julio de 2011
PredecesorMohamed Abdel Maqsud
SucesorMohamed Said

Líder del Consejo Supremo de Antigüedades
1 de enero de 2002-31 de enero de 2011
PredecesorGaballa Ali Gaballa
SucesorCargo fusionado con el Ministerio de Antigüedades

Información personal
Nombre en árabeزاهى حواس Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacimiento28 de mayo de 1947
DamietaEgipto Ver y modificar los datos en Wikidata
NacionalidadEgipcia Ver y modificar los datos en Wikidata
ReligiónIslam
Educación
Educacióndoctorado Ver y modificar los datos en Wikidata
Educado en
Información profesional
OcupaciónAntropólogo, arqueólogo, académico, egiptólogo y político Ver y modificar los datos en Wikidata
Empleador
Miembro de
Distinciones
Web
Sitio web
Hawass encabeza un movimiento orientado a devolver a Egipto muchos antiguos objetos egipcios que se encuentran en colecciones en distintas partes del mundo. En julio de 2003, Egipto exigió la devolución de la piedra de Rosetta, que se encuentra actualmente en el Museo Británico. En esa ocasión, Hawass declaró: "Si los británicos desean que se lo recuerde, si quieren restaurar su reputación, deberían ofrecerse a devolver la piedra, ya que es el icono de nuestra identidad egipcia".1​ Hawass también se opone frontalmente a las teorías sobre astronautas de la antigüedad y otras posturas históricas pseudocientíficas.
En 2005 se enfrascó en el estudio de una momia conocida como KV60a, descubierta más de un siglo antes. En ningún momento se creyó que esta momia iba a ser tan importante como para retirarla del suelo de una tumba menor en el Valle de los Reyes, ya que se encontró sin un ataúd y sin los tesoros que distinguían a los faraones, descubriéndose muchos años más tarde que era la momia de la reina faraón Hatshepsut. Al principio no se creyó pero después se encontró un diente en el mismo sitio donde ésta fue encontrada en una caja identificada como Hatshepsut; luego se comprobó que era ella, ya que el diente encontrado e identificado encajaba perfectamente en su boca.
https://es.wikipedia.org/wiki/Zahi_Hawass
WIKIPEDIA.

http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/el-libro-de-los-muertos-una-guia-para-el-mas-alla_6681
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/el-tesoro-de-tutankhamon_7627/1
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/vida-y-muerte-en-el-antiguo-egipto_7366
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/las-momias-de-anubis_8188
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/las-momias-un-testimonio-unico-de-un-mundo-desaparecido_6896
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/el-libro-de-los-muertos_6238/1

Al igual que el sol, que cada día desaparece para renacer a la mañana siguiente, el hombre muere para despertar a una nueva vida

El "Libro de los muertos": una guía para el más allá

Al igual que el sol, que cada día desaparece para renacer a la mañana siguiente, el hombre muere para despertar a una nueva vida. Pero ese renacimiento no está exento de peligros..

Libro de los muertos
1 de septiembre de 2012

Uno de los documentos más valiosos para conocer la religiosidad de los antiguos egipcios es el Libro de los muertos. Se trata de una colección de breves textos relacionados con la muerte, de la que se han hallado numerosos ejemplares en los sepulcros antiguos. Titulado en realidad Libro para salir a la luz del día, su contenido es muy variado. Lo que le da coherencia es el afán de cubrir las distintas etapas por las que se creía que pasaba toda persona después de su fallecimiento. Así, en primer lugar se encuentran las plegarias recitadas durante la ceremonia de sepultura por los familiares y allegados. Luego se transcriben las fórmulas de exorcismo y sortilegio que el difunto, después de salir de la momia como si ésta fuera una crisálida, debía pronunciar al entrar en el Más Allá, para superar los diversos obstáculos que le salen al paso o responder a guardianes de las puertas que debía atravesar. Igualmente, se ofrecía una descripción poética de la vida de ultratumba, con gran riqueza de detalles. Y por último se relataba la glorificación del alma en su viaje sobre la barca del dios Re, atravesando el cielo sobre Egipto hasta llegar al tribunal del dios Osiris, donde el corazón del suplicante (equivalente egipcio del alma) sería pesado para determinar si merecía la vida eterna.
Las primeras versiones del Libro de los muertos se remontan a mediados del III milenio a.C. Después de múltiples modificaciones, en los siglos VII-VI a.C. se llegó a una versión definitiva. En torno al libro se generó todo un negocio controlado por los sacerdotes, los únicos posesores del saber misterioso que en él se contenía y que vendían a los particulares ejemplares a veces muy lujosos. La fama de la obra repercutió asimismo en la arquitectura funeraria; la decoración de muchas tumbas reales tomo numerosos elementos del Libro de los muertos. Destacan a este propósito las tumbas de Pashedu, en Tebas, o el templo funerario de Tutmosis III en Deir el-Bahari.

El tesoro de Tutankamón: la vida del rey en el Más Allá

El ajuar funerario que Howard Carter halló en 1922 en la famosa tumba del Valle de los Reyes contenía todo lo necesario para garantizar al faraón una vida apacible y segura en el Más Allá

El guardián de Tutankamón
Esta estatua con el tocado khat, y otra igual con el pañuelo nemes, a tamaño natural, guardaban la entrada a la cámara funeraria del rey. Museo Egipcio, El Cairo.
S. VANNINI / CORBIS / CORDON PRESS

El Valle de los Reyes
En este lugar construyeron sus tumbas los faraones del Imperio Nuevo. En el centro de la imagen, entrada de la tumba de Tutankhamón.
PHILIP PLISSON

Tutankamón niño
Figurilla de oro hallada en la cámara del tesoro. Museo Egipcio, El Cairo.
CORBIS / CORDON PRESS

Los reyes en privado
En una esquina de la Antecámara, Howard Carter encontró un relicario de madera revestido con pan de oro decorado con relieves. Las escenas muestran el profundo amor que se profesaban Tutankhamón y su esposa Ankhesenamón. Representaciones de la pareja real, con distintos atavíos y poses, cubren las paredes del relicario, manifestando la importancia que su relación tenía para el adecuado equilibrio del cosmos.
CORBIS / CORDON PRESS

Abanico de oro
La escena muestra al rey en su carro cazando avestruces. Su perro, de raza saluki (una especie de lebrel) corre junto al carro. Tras él, una cruz ankh, símbolo de la vida eterna, sujeta un abanico.
CORBIS / CORDON PRESS
Ushebti con corona azul
El general Nakhtmin, hijo de Ay (visir y sucesor de Tutankhamón), dedicó este ushebti al rey. Mide 48 cm y se ha realizado con madera estucada y pintada. Porta una corona azul jepresh, hecha de ébano.
CORBIS / CORDON PRESS
24 de septiembre de 2013

Nunca hubiéramos soñado algo así: una habitación –parecía un museo– repleta de objetos, algunos de ellos familiares, pero otros como jamás habíamos visto, amontonados unos sobre otros en una profusión aparentemente interminable». El egiptólogo británico Howard Carter resumía de este modo la impresión que tuvo al pasear la mirada por primera vez por las atestadas cámaras de la tumba del faraón Tutankamón, en noviembre de 1922. Era la primera vez que alguien contemplaba un ajuar funerario completo del Egipto faraónico que no había sido víctima de los saqueadores y ladrones de la Antigüedad. Por ello, el hallazgo no sólo ponía al descubierto un «tesoro» artístico único, sino que también constituía una oportunidad incomparable de estudiar y comprender el significado que el enterramiento y la vida en el Más Allá tenían para los antiguos egipcios.
Era la primera vez que alguien contemplaba un ajuar funerario completo del Egipto faraónico que no había sido víctima de saqueadores y ladrones
Ya desde la Prehistoria, los egipcios enterraban el cuerpo del difunto junto a objetos que se consideraban necesarios para la supervivencia en la otra vida: cuencos de cerámica (probablemente con restos de comida), algún elemento ornamental y utensilios como cuchillos o paletas. Pronto las tumbas de personajes de alto rango se distinguieron por la calidad de sus ajuares y por poseer una estructura más compleja. Al mismo tiempo, a medida que se desarrollaba el pensamiento religioso, empezaron a aparecer objetos relacionados con las divinidades y con la protección en la otra vida, como amuletos y estatuillas de dioses. Su finalidad era proteger al difunto de los peligros a los que debía enfrentarse en el Más Allá y permitir, así, que pudiera sobrevivir eternamente. «Que viva tu ka, y puedas pasar millones de años, tú, amante de Tebas, sentado con la cara mirando al viento del Norte y con los ojos mirando la felicidad», se lee en la inscripción de una copa de alabastro hallada en la tumba de Tutankamón.

Para los antiguos egipcios el cuerpo se componía de diversos elementos, entre ellos el ka, una suerte de doble del difunto que le acompañaba en la vida terrena y que debía ser alimentado en la otra vida. Su desaparición provocaría la aniquilación del difunto, por lo que las ofrendas alimentarias y parte del ajuar funerario estaban destinados a la conservación del ka. Todo ello se reflejaba fielmente en la tumba de Tutankamón. Así, al entrar en la Antecámara Carter halló dos estatuas que le llamaron desde el primer momento la atención: «Dos figuras negras de tamaño natural de un rey, una frente a la otra como centinelas, con faldellín y sandalias de oro, armados con un mazo y un báculo y llevando sobre la frente la cobra sagrada como protección». Una de estas estatuas representaba, precisamente, el ka de Tutankamón.

El rey, entre los dioses

Otras piezas, por su parte, evocaban la condición divina del faraón. Considerado en vida como la encarnación del dios Horus, a su muerte se convertía en Osiris, el dios del mundo de los muertos, un tema que aparece evocado en las pinturas murales de la tumba de Tutankamón. También se localizaron numerosas representaciones de divinidades en forma de estatuas y como complementos decorativos en algunos muebles, como las camas destinadas a la regeneración de la momia del faraón. Otras piezas del ajuar, particularmente abundantes, consistían en amuletos que el faraón lucía como joyas. Su función consistía en proteger al rey de los peligros que lo acechaban durante el viaje nocturno que realizaba cada noche en la barca de Re, el dios del sol, del que el faraón se consideraba hijo.

Otro elemento que no podía faltar en el ajuar funerario eran los ushebtis, figurillas que representaban a los criados mágicos que seguían sirviendo al faraón tras su fallecimiento para hacer sus tareas cotidianas. Cumplían la misma función que otros utensilios que los faraones consideraban necesarios para poder vivir de manera relajada en los Campos de Iaru, el paraíso para los egipcios, pues, según su concepciones religiosas, el faraón, tras su muerte, debía seguir atendiendo a sus necesidades básicas.

Vestidos, comida y bebida

Una necesidad importante era la del vestido; de ahí la presencia en la tumba de Tutankamón de numerosas prendas de lino, como túnicas, camisas, faldas, taparrabos o guantes. «En algunos casos –escribió Carter– la ropa es tan fuerte que parece recién salida del telar; en otros, la humedad la ha reducido a la consistencia del hollín». Para beber, el faraón disponía de ánforas de vino, cada una con la etiqueta que indicaba la cosecha, la clase, el viñedo e incluso el nombre del cosechero. En cuanto a la comida, Tutankamón disponía de alimentos básicos –pan, ajos, cebollas y legumbres–, e incluso platos preparados y guardados en recipientes que contenían patos o carnes.
Había otro grupo de piezas del ajuar funerario de Tutankamón que lo relacionaban con su condición de faraón. Precisamente, el hecho de que su tumba fuera, en tiempos de Carter, la única sepultura real que se había hallado intacta permitió a los arqueólogos localizar algunos ejemplos de insignias reales que hasta ese momento sólo se conocían por representaciones escultóricas o pictóricas.

Coronas, tronos y espadas

En la tumba de Tutankamón se hallaron varios cetros heka (cayado) y nejej (flagelo), símbolos de la autoridad real y asociados al dios Osiris. En la momia del faraón se recuperó una diadema de oro y restos de «un tejido parecido a la batista», que podría ser un vestigio del khat, tocado de la realeza que recoge el cabello como si fuera una bolsa de tela, y que llevaba cosidos un ureo (cobra) y un buitre.
Un objeto importante que señalaba la función como soberano de Tutankamón era el trono. Carter lo consideraba «otro de los grandes tesoros artísticos de la tumba, tal vez el mayor que hemos sacado hasta ahora: un trono recubierto de oro de arriba abajo y ricamente adornado con vidrio, fayenza y piedras incrustadas». En el Antiguo Egipto, las sillas eran un símbolo de autoridad y prestigio, y el trono era un ejemplo. Realizado en madera con un revestimiento de oro, el respaldo presentaba una escena íntima, en la que aparecía Tutankamón sentado en un trono con su mujer, Ankhesenamón, ante él. La escena estaba presidida por el disco solar, el dios Atón, que con sus rayos otorgaba la vida a la familia real. Ankhesenamón aparece aplicando perfumes al cuerpo del faraón, en una escena íntima y cotidiana.

Como una de las obligaciones del faraón era la defensa del país, es normal que entre los objetos de su tumba se encuentre un gran número de armas, tanto defensivas (como escudos o corazas) como ofensivas. «Se veía que habían sido colocadas en la tumba con Tutankamón para asistir a Su Majestad en el combate con los enemigos que intenten retrasar su avance desde este mundo hasta el venidero», observó el Daily Telegraph. Cabe destacar las espadas de bronce curvadas o jepesh, así como los puñales. Uno de ellos constituye una rareza, dado que la hoja estaba realizada con hierro, mineral poco conocido en Egipto. En toda la tumba había gran profusión de arcos, tanto simples como compuestos; las medidas nos indican que algunos de ellos fueron usados por el faraón cuando era aún un niño.

El lado humano del rey

Un hecho que sorprendió a los arqueólogos fue que algunos de los objetos descubiertos no pertenecieron originariamente a Tutankamón. De hecho, la mayor parte de las joyas halladas en la tumba se habían fabricado en época de sus padres e incluso de sus abuelos, y Tutankamón se había limitado a cambiar las inscripciones que indicaban el propietario. Por ejemplo, un pectoral guardado en un caja lleva un cartucho demasiado largo para el nombre de Tutankamón, por lo que se deduce que el nombre que llevaba inscrito en un primer momento era el de Akhenatón, su padre. También había objetos de otros miembros de la familia de Tutankamón que éste reutilizó. Howard Carter los denominó «reliquias»: «Entre los objetos puramente rituales pertenecientes al enterramiento hallamos reliquias familiares simples que deben evocar recuerdos muy humanos». Dentro de esta categoría se inscriben, por ejemplo, los brazaletes de fayenza localizados en el anexo, que llevaban los nombres de Akenatón y Nefertiti. También se encontraron unas paletas de marfil con el nombre de sus hermanastras, Meketatón y Meritatón. Pero quizás el más sorprendente, por su sencillez y probablemente por el cariño con el que lo guardó el propio faraón, apareció en el interior de un pequeño ataúd encerrado dentro de otros tres ataúdes: un mechón de cabello de la reina Tiy, abuela de Tutankamón.

Para saber más

El descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. Howard Carter. José de Olañeta, Palma de Mallorca, 2007.
Tutankhamón. Los tesoros de la tumba. Zahi Hawass. Akal, Madrid, 2008.
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 Vida y muerte en el Antiguo Egipto

El cementerio de Kellis 2 aporta información muy valiosa sobre la reproducción y las creencias de una comunidad cristiana en el Antiguo Egipto

Kellis 2
Vista panorámica del cementerio de Kellis, localizado al nordeste de la antigua ciudad de Kellis, en el Oasis Dakhleh, en Egipto.
© IMAGE COURTESY OF DOP BIOARCHAEOLOGY

Kellis 2
Enterramiento de época romano-cristiana perteneciente a un niño, en el cementerio de Kellis 2, en Egipto.  
© IMAGE COURTESY OF DOP BIOARCHAEOLOGY

Kellis 2
Enterramiento de una mujer adulta junto a un niño recién nacido, en el cementerio de Kellis 2, en Egipto.  
© IMAGE COURTESY OF DOP BIOARCHAEOLOGY
10 de junio de 2013
Kellis 2 es un gran cementerio de época romano-cristiana situado al nordeste de la antigua ciudad de Kellis, en el Alto Egipto. El Proyecto del Oasis de Dakhleh (DOP), de la Sociedad para el Estudio del Antiguo Egipto y del Museo Real de Ontario, ha dirigido su excavación desde 1992 hasta 2012 y ha aportado información muy valiosa sobre la vida y la muerte en el Antiguo Egipto, que fue presentada el pasado mes de abril en la reunión anual de la Sociedad de Arqueología Americana.
«El cementerio formaba parte de una comunidad que vivió una época de transición que incluía prácticas mortuorias y espirituales del cristianismo primitivo, pero que seguía manteniendo muchas de las antiguas tradiciones y creencias espirituales de la antigua cultura egipcia, especialmente en lo que respecta a conceptos sobre la fertilidad y la progresión estacional de los cultivos anuales», explica Lana Williams, bioarqueóloga de la Universidad de Florida Central que ha formado parte del DOP, a Historia National Geographic.
El cementerio fue utilizado aproximadamente entre los años 100 y 400 d.C. Hasta la fecha se han excavado las tumbas de 765 individuos, desde las 18 semanas de desarrollo fetal hasta los 70 y 80 años de edad. La mayor parte de las inhumaciones pertenecen a infantes. ¿Por qué murieron tantos niños en la antigua ciudad de Kellis? La investigación realizada por el DOP no sólo responde a esta pregunta, sino que arroja luz sobre la época del año en que los antiguos egipcios solían concebir sus bebés y los diferentes factores que influían en la procreación. 
«En el pasado, como ocurre hoy en día, el parto era un proceso muy traumático y a veces peligroso, no sólo para las madres sino también para los recién nacidos. Durante el período romano del Antiguo Egipto se estima que la mujer promedio se quedaba embarazada aproximamente entre 6 y 8 veces, y sólo 2 ó 3 de los infantes sobrevivían a su primer año de vida», afirma Lana Williams. «Existen varias razones para explicar por qué murieron las mujeres y los niños durante o poco después del parto: debido a un parto difícil que provocara un trauma en el niño, por una excesiva pérdida de sangre por parte de la madre o incluso debido a las dificultades de lactancia, que impedían su desarrollo. Un total de 86 mujeres adultas procedentes del cementerio de Kellis 2 estaban en edad fértil y la mayoría estaban embarazadas cuando les sorpendió la muerte o lo habían estado unas semanas antes. Lo hemos podido detectar a través del análisis de isótopos estables de su cabello», añade. 
Todas las tumbas del cementerio de Kellis 2 estaban orientadas hacia el sol naciente, es decir, hacia el lugar por donde salía el sol en el momento en que se produjeron las muertes. «La práctica común entre los primeros grupos cristianos consistía en colocar la cabeza en dirección al oeste y los pies hacia el este para que estuvieran encarando el sol naciente en el momento de la resurrección. Hemos calculado el ángulo que describía el sol con respecto a las tumbas y a través del análisis de isótopos estables en el cabello hemos podido determinar los cambios estacionales en la dieta en relación con los cultivos propios de cada temporada», observa.

De esta forma, los investigadores han podido saber que en los meses de marzo y abril se produjo el mayor número de nacimientos, durante los cuales murió una parte importante de las mujeres y los niños, y en julio y agosto, en una época en que se registraban altas temperaturas, se concebía la mayor parte de los infantes. En cambio, en las culturas mediterráneas contemporáneas la época de mayor fecundidad no corresponde con los meses más cálidos. Esto se debe a la crecida del río Nilo en el Antiguo Egipto, que comenzaba en verano y que estaba íntimamente ligada a la fertilidad y al desarrollo de la agricultura. «Aunque el Nilo no discurre por Dakhleh, sus habitantes creían que el agua y la vida procedían de sus manantiales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se trataba de una comunidad cristiana transicional y que también reconocían y respetaban las prohibiciones del cristianismo primitivo, como por ejemplo abstenerse de mantener relaciones sexuales durante el Adviento y la Cuaresma», puntualiza. 
El cementerio de Kellis 2 no sólo pone de manifiesto las prácticas reproductivas en el Antiguo Egipto, sino que demuestra la forma en que las primeras comunidades cristianas se adaptaron a las antiguas creencias. 
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Un símbolo inmortal del Antiguo Egipto

Gran Esfinge de Gizeh
© AP PHOTO / HIRO KOMAE / GTRES
23 de febrero de 2015

La Gran Esfinge de Gizeh, un ser híbrido con cabeza de rey y cuerpo de león, es un símbolo inmortal del Antiguo Egipto. La estatua ha pasado más de 4.500 años a la intemperie, pero sigue conservando su magnificencia. Con el semblante impasible ha resistido al sol implacable, a tormentas de arena, lluvias torrenciales y a la capacidad devastadora del ser humano. Dicen que su nariz fue mutilada por unos iconoclastas o por un cañonazo de las tropas napoleónicas o británicas. El Museo Británico expone un fragmento de su barba postiza que probablemente fue añadido en una época posterior. Esta excelente imagen fue tomada el pasado mes de noviembre, durante los últimos trabajos previos a la reapertura del patio circundante, que permite el tránsito de turistas alrededor de la esfinge. Entre sus patas extendidas se percibe claramente la Estela del Sueño, erigida por Tutmosis IV para rememorar un sueño visionario que tuvo mientras se quedó dormido a la sombra de la esfinge: ésta le prometió el trono de Egipto si retiraba la arena que cubría su cuerpo. 

Las momias de Anubis

Los sacerdotes egipcios que realizaban la momificación de los difuntos se colocaban unas máscaras con forma de chacal, signo del papel que el dios Anubis tenía como protector de los muertos y guía en el viaje que emprendían al Más Allá.

La tumba de Osiris
Abydos fue un importante centro de peregrinación, ya que según la tradición aquí se hallaba la tumba del dios Osiris. Arriba, sala hipóstila del templo erigido por Seti I en Abydos.
PETER LANGER / CORBIS / CORDON PRESS

Anubis, guia de los difuntos
Estatuilla del dios Anubis en madera y estuco. Siglo I a.C. Museo Roemer-Pelizaeus, Hildesheim.
BPK / SCALA, FIRENZE

La ascensión de Osiris
El difunto Nanai  realiza ofrendas ante Osiris y Anubis. Dinastía XVIII. Museo Egipcio, Turín.
WHITE IMAGES / SCALA, FIRENZE

Anubis, señor de los muertos
Tamutnofret venera a Anubis entronizado. Caja de ushebtis. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
DEA / AGE FOTOSTOCK

Máscara funeraria
La costumbre de momificar a los difuntos continuó en el Egipto ptolemaico (siglos IV-I a.C.). En la página siguiente, máscara funeraria policromada de este período. Museo Egipcio, El Cairo.
S. VANNINI / CORBIS / CORDON PRESS
27 de mayo de 2014

Con su inconfundible forma a medio camino entre un perro y un chacal, Anubis fue uno de los dioses más íntimamente relacionados con el mundo de los muertos en el antiguo Egipto. Adorado desde antiguo como guardián y señor de las necrópolis, Anubis terminó desempeñando un destacado papel en el arte de la momificación.
A Anubis se le representa con cabeza de chacal y cuerpo humano, o como un perro con pelaje negro recostado y con la cabeza vigilante
Anubis, cuyo nombre egipcio era Inpu, surgió en las primeras etapas de la historia egipcia como dios protector del nomo (provincia) XVII del Alto Egipto; los griegos justamente dieron a la capital de este distrito el nombre de Cinópolis, «ciudad de los perros». Su culto pronto se extendió por todo el país, en lugares como Licópolis, Menfis y los santuarios de muchas necrópolis. En los orígenes, Anubis fue identificado asimismo con otra divinidad funeraria arcaica, Imy-wt, «el que está en sus vendas». El fetiche de éste –un poste del que colgaba la piel de un animal sin cabeza, con elementos para el lavado y embalsamamiento de un cadáver– fue adoptado por Anubis.
En la iconografía, a Anubis se le representa con cabeza de chacal y cuerpo humano, o como un perro con pelaje negro recostado y con la cabeza vigilante. El negro se debe a que ése era el color del limo, el oscuro fango arcilloso que el Nilo, al retirarse después de la inundación, dejaba tras de sí en el campo anegado, volviéndolo fértil y listo para ser arado y sembrado. Por ello, el color negro quedó asociado a la resurrección y a la fertilidad, a la vida renovada.

El vigilante de los cementerios

Uno de los epítetos más frecuentes del dios Anubis era el de «Señor de la tierra sagrada», es decir, de la necrópolis, pues se lo adoraba como guardián y vigilante de los cementerios. A los egipcios seguramente les espantaba ver numerosos chacales y perros hambrientos merodeando en torno a las necrópolis mal vigiladas y llenas de tumbas por doquier, pues creían que el cuerpo debía ser preservado para poder sobrevivir en el Más Allá durante toda la eternidad. De ahí que buscaran la protección del dios con cabeza de chacal negro.
A lo largo del Imperio Antiguo (2700 a.C.-2200 a.C.), Anubis ocupó un puesto de privilegio en el panteón egipcio, como el gran dios de los difuntos y juez de los muertos. Aunque en su origen, como dios funerario, estuvo principalmente vinculado al faraón, poco a poco se convirtió en el dios universal de los muertos. En las paredes de muchas tumbas del Imperio Antiguo encontramos oraciones escritas para la supervivencia del difunto tras la muerte, todas ellas dirigidas a Anubis en su calidad de dios encargado de guiar el alma del difunto en su viaje al inframundo.

Esta situación cambió durante el Imperio Medio (2200-1800 a.C.), cuando el papel de divinidad principal del inframundo se otorgó a Osiris. Anubis, por su parte, se limitó a figurar como guía de las almas, guardián de las necrópolis y, particularmente, como dios embalsamador de cuerpos. Esta última función tiene mucho que ver con el mito de la muerte y resurrección de Osiris, en el que Anubis juega también un destacado papel que se reflejó en los rituales de momificación.
El mito narra las peripecias del sabio rey Osiris, quien tuvo que enfrentarse a su celoso y malvado hermano Set, que anhelaba apoderarse del trono de Egipto. Uno de los momentos más trágicos de la narración se produce cuando Set despedaza el cuerpo de Osiris en catorce partes y dispersa los fragmentos por todo Egipto a fin de evitar que Isis, la fiel esposa de Osiris, pueda encontrarlos nunca más. Pero Isis, ayudada y acompañada por su hermana Neftis y el dios Anubis, logra recuperar uno por uno los pedazos dispersos de su amado y difunto esposo, excepto uno, el pene, que se pierde, ya que los peces oxirrincos del Nilo se lo han comido. Isis, con sus poderes mágicos, dota a Osiris de una réplica del órgano.
Una vez reunidos los fragmentos, el dios chacal Anubis los venda uno por uno, juntándolos entre sí y confeccionando una momia; la primera de toda la historia de Egipto. Recompuesto el cuerpo de Osiris, Isis lo hace revivir mágicamente: transformada en un milano, la diosa yace sobre el cuerpo restaurado de su esposo. Fruto de esta unión nacerá un niño llamado Horus que al llegar a la madurez luchará contra su tío Set, vengando la muerte de su padre y apoderándose del trono de Egipto. Por su parte, Osiris, ya renacido, abandona a su familia y se retira al Más Allá, donde a partir de ese momento empezará a gobernar como rey-dios de los muertos.

Anubis, el dios momificador

El importante y destacado papel de Anubis en la momificación mítica de Osiris lo convirtió a ojos de los egipcios en el embalsamador por antonomasia. Uno de sus principales epítetos es «Señor de los secretos del embalsamamiento», ya que él desarrolló los rituales de la momificación para preservar a Osiris. Desde entonces fue el responsable de preocuparse del difunto durante el proceso de embalsamamiento. En la iconografía egipcia se le suele representar de pie junto al lecho del difunto, encorvado sobre la momia y manipulándola.
Anubis se convirtió, de este modo, en el patrón de los embalsamadores y recibió los títulos de «Jefe del Pabellón Divino» o «Jefe de la Casa de la Purificación» –donde se llevaba a cabo el proceso de momificación de un cadáver– y «El que está sobre las vendas de la momia». Además, en la práctica de la momificación los egipcios atribuyeron al dios una participación simbólica no menos destacada.
Heródoto informa de que había distintos tipos de embalsamamiento en función de la importancia del muerto y de su poder adquisitivo
Sobre las técnicas y procesos de momificación del antiguo Egipto contamos con la información que nos proporcionan Heródoto, el gran historiador griego del siglo V a.C., y Diodoro de Sicilia, quien cuatro siglos después hizo una descripción de la casta de sacerdotes dedicados a la tarea. Heródoto informa de que había distintos tipos de embalsamamiento en función de la importancia del muerto y de su poder adquisitivo. Cuando fallecía una persona, sus familiares llevaban el cuerpo a la «Casa de la Purificación», donde se le sometía, durante 70 días, a un meticuloso proceso de momificación ajustado a ritos muy bien regulados. Las personas encargadas de dicha tarea eran sacerdotes especializados que procedían a la preparación del cadáver con arreglo al dispendio que la familia del difunto estaba dispuesta a sufragar.

Máscaras de Anubis

Durante el proceso de embalsamamiento, los sacerdotes debían llevar puestas unas máscaras de chacal, con el fin de personificar a Anubis, y repetían invocaciones al dios. Durante la parte final del proceso, que consistía en el vendaje y colocación de amuletos protectores, los sacerdotes de Anubis recitaban unos textos de carácter mágico-religioso. Finalmente, la momia era colocada en el interior de un féretro de madera para proceder a la ceremonia de enterramiento.
Una vez embalsamado el cadáver, familia, amigos y plañideras acompañaban al difunto en su último viaje hacia la tumba por una vía ceremonial. Es muy probable que el sacerdote que oficiara esta ceremonia de enterramiento también personificara al dios Anubis, ya que en distintos papiros funerarios aparece representado mientras sostiene la momia en la entrada de la tumba. El sacerdote sem (sacerdote funerario) purificaba entonces el cadáver y procedía al ritual de la «Apertura de la boca». Pronunciaba unas palabras mágicas e iba tocando, con la ayuda de un instrumento (una azuela), la boca, los ojos, la nariz y los oídos de la momia. El difunto podía así recuperar los sentidos para contemplar el mundo de los vivos y recibir las ofrendas que le estaban destinadas.
El último paso consistía en colocar la momia en el interior de la cámara funeraria y sellar la tumba, donde ya se había dispuesto el ajuar funerario necesario para la otra vida. Así se llegaba al momento definitivo: el juicio final. El alma del difunto era conducida por Anubis hacia la sala del tribunal de Osiris, donde tenía lugar un juicio. El difunto debía pasar la prueba de la «psicostasia» o «pesaje del alma». En el centro de la sala se alzaba una balanza, en uno de cuyos platos Anubis colocaba el corazón del difunto, sede de la conciencia y la memoria, mientras que en el otro depositaba la pluma o una figurilla de Maat, la diosa de la justicia y la verdad. El tribunal estaba compuesto por 42 dioses, ante los cuales el difunto procedía a recitar lo que se conoce como «la confesión negativa», en la que enumeraba, uno a uno, los 42 pecados que no había cometido: «¡Aquí me tenéis! ¡Yo os conozco! Yo no he causado hambre. No he matado. No he maltratado...». Si la balanza se desequilibraba a causa de sus pecados, y el corazón pesaba más que la pluma, el difunto era tragado por la «Devoradora», Ammit, un terrible monstruo mitad cocodrilo mitad hipopótamo que le negaba la deseada eternidad. Si, en cambio, era «justificado», Osiris permitía que esa persona fuera admitida en el Más Allá, el reino del que era indiscutible señor.

Para saber más

Momias: la derrota de la muerte en el antiguo Egipto. José Miguel Parra. Crítica, Barcelona, 2010.
Los egipcios. Heródoto. Gredos, Madrid, 2011.
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Las momias, un testimonio único de un mundo desaparecido

La muestra "Momias egipcias. El secreto de la vida eterna", en CaixaForum Lleida, analiza la vida y la muerte en el antiguo Egipto

«Momias egipcias. El secreto de la vida eterna»
Sarcófago de Amenhotep (1070-945 a.C.), de Tebas.
© RMO / OBRA SOCIAL "la Caixa

«Momias egipcias. El secreto de la vida eterna»
Momia de Anjhor (c. 625 a.C.) en posición horizontal, de Deir el Bahari, Tebas.
© RMO / OBRA SOCIAL "la Caixa"
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/las-momias-un-testimonio-unico-de-un-mundo-desaparecido_6896/3

«Momias egipcias. El secreto de la vida eterna»
Radiografía de la momia de Anjhor.
© RMO / OBRA SOCIAL "la Caixa"
«Momias egipcias. El secreto de la vida eterna»

Momia de un gato (siglos I-II d.C.).
© RMO / OBRA SOCIAL "la Caixa"

«Momias egipcias. El secreto de la vida eterna»
Escarabeo alado (1070-712 a.C.).
© RMO / OBRA SOCIAL "la Caixa"
20 de diciembre de 2012
Los antiguos egipcios entendían la muerte como un paso hacia la resurrección: morir para renacer. Tras el fallecimiento empezaba una nueva vida en un mundo gobernado por Osiris, el dios de los muertos. Sin embargo, antes de entrar en el reino de Osiris el difunto debía enfrentarse al Juicio Final. El corazón del difunto se pesaba comparándolo con una pluma, que representaba a Maat, la diosa de la verdad y de la justicia, para valorar su inocencia. Si el corazón pesaba más que la pluma, la diosa demonio Ammit, mitad hipopótamo y mitad cocodrilo, lo devoraba, con lo que se condenaba al muerto al olvido. Si pesaba más la pluma, se consideraba que el difunto había llevado una vida recta y podía acceder al más allá. Las creencias sobre la vida después de la muerte en el antiguo Egipto siempre han fascinado a estudiosos y viajeros. En este sentido, La Obra Social "la Caixa" presenta por primera vez la exposición Momias egipcias. El secreto de la vida eterna, que se podrá visitar en CaixaForum Lleida hasta el 21 de abril de 2013.
La muestra analiza los complejos rituales relacionados con la muerte y la otra vida, profundizando en la evolución del arte de la momificación. Las momias, precisamente, se han convertido en únicos testigos de un mundo desaparecido. Éstas nos ofrecen la posibilidad de descubrir cómo se vivía y se moría en el antiguo Egipto. Aunque las inscripciones de los sarcófagos han permitido obtener numerosos datos, para conseguir más información a partir de las momias era necesario desenvolverlas, un procedimiento invasivo y destructivo. Hoy en día, las técnicas no invasivas, como las radiografías o distintos tipos de escaneados, permiten examinar las momias sin estropear su cuerpo. Las exploraciones radiológicas realizadas con tomografías computarizadas (TC), por ejemplo, han aportado nuevos datos sobre la momificación del cuerpo y su estado. Además, han mostrado los escarabeos escondidos en el envoltorio.
La exposición reúne más de 180 piezas de distintos períodos, procedentes de diversas cámaras sepulcrales. Se exhiben momias humanas y animales, así como sarcófagos, joyas, amuletos, máscaras, esculturas, estelas y objetos personales. Destacan los sarcófagos de Amenhotep y, especialmente, el conjunto de Anjhor, compuesto por la momia y los sarcófagos de este gran sacerdote de Tebas que vivió hacia el 650 a.C. La muestra ha sido organizada por el Musée de la Civilisation del Quebec (Canadá), en colaboración con el Rijksmuseum van Oudheden de Leiden (Países Bajos), cuyo Museo Nacional de Antigüedades de los Países Bajos es conocido en todo el mundo por sus colecciones de egiptología.
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El Libro de los muertos de los egipcios

Los antiguos egipcios se hacían enterrar acompañados por una serie de fórmulas mágicas para viajar por el Más Allá

Rendir cuentas ante Osiris
El escriba Kha y su esposa Merit se presentan ante Osiris, dios del inframundo. Escena del ejemplar del Libro de los muertos hallado en la tumba de Kha, en Deir el-Medina. 
Crédito: Scala

El Sol, protector del difunto
De la tumba de Tutankhamón procede este amuleto funerario. Es el escarabajo Khepri, representación del sol al amanecer. Museo Egipcio, El Cairo.
Crédito: Art Archive
Sin mancha ante los dioses
Pectoral de oro y piedras semipreciosas con una escena de purificación del faraón Amosis. Dinastía XVIII.
Crédito: Corbis

Apofis, el gran enemigo de Re
Esta pintura de la tumba de Inherkhau, en Deir el-Medina, recrea el momento en el que el Gran Gato de Heliópolis se abalanza sobre la malvada serpiente Apofis.
Crédito: AKG / Album

La tríada divina
Osiris, dios del inframundo, flanqueado por su esposa Isis y su hijo Horus. Tríada de Osorcón II. Siglo IX a.C. Louvre, París.
Crédito: Corbis
18 de junio de 2012

El Libro de los muertos fue una obra fundamental de la cultura del antiguo Egipto. Era un texto muy extenso: algunos ejemplares conservados en rollos de papiro alcanzan cuarenta metros. También era un producto caro, por el que se podía pagar un deben de plata, la mitad de la paga anual de un campesino. Pero, para los egipcios, el valor de este texto era incalculable, ya que sus fórmulas permitían a los difuntos alcanzar el Más Allá.
Tales fórmulas se inscribían en rollos de papiro y en las vendas de lino de las momias, las paredes de las tumbas, los sarcófagos y los elementos del ajuar funerario del difunto. Sin ellas, la persona fallecida podía sufrir una segunda muerte que significaría su total aniquilación.
Era el sacerdote quien recitaba las primeras fórmulas del Libro durante la ceremonia funeraria, cuando se trasladaba el sarcófago a la tumba. Una vez allí, se practicaban rituales para revitalizar los sentidos, entre los que se contaba el de la apertura de la boca, por el que se abrían mágicamente los ojos, las orejas, la nariz y la boca del difunto, quien, una vez recuperados los sentidos, emprendía su viaje por el Más Allá. Para los egipcios éste era un momento de esperanza, como se expresa en la fórmula nueve del Libro de los muertos, que los egipcios llamaban Libro para la salida al día: "He abierto los caminos que están en el cielo y en la tierra, porque soy el bienamado de mi padre Osiris. Soy noble, soy un espíritu, estoy bien pertrechado. ¡Oh, vosotros, todos los dioses y todos los espíritus, preparad un camino para mí!".
Los egipcios creían que el difunto emprendía un viaje subterráneo desde el oeste hacia el este, como Re, el sol, que tras ponerse vuelve a su punto de partida. Durante ese trayecto el fallecido, montado en la barca de Re, se enfrentaría a seres peligrosos que intentarían impedir su salida por el este y su renacimiento.
El fallecido podía adquirir las propiedades de varias divinidades y luchar contra los enemigos
El peor de ellos era Apofis, una serpiente que trataba de impedir el avance de la barca solar con el objeto de romper el Maat, la justicia y el orden cósmico, y forzar el caos. Apofis cada día amenazaba a Re durante su viaje subterráneo. Una fórmula del Libro de los muertos se refiere al encuentro con el temible reptil: "Que seas sumergido en el lago del Nun, en el lugar establecido por tu padre para tu destrucción. […] ¡Retrocede! ¡Se destroza tu veneno!". El fallecido podía adquirir las propiedades de varias divinidades y luchar contra los enemigos, como muestra un pasaje de la fórmula 179: "Me ha sido concedida la gran Corona Roja y salgo al día contra mi enemigo, para capturarlo, porque tengo poder sobre él. [...] Me lo comeré en el Gran Campo, sobre el altar de Wadjet, porque tengo poder sobre él, como Sekhmet, la grande".



El juicio del alma

Finalmente, el difunto llegaba a un laberinto, protegido por una serie de veintiuna puertas, aunque otro pasaje del Libro dice que son siete. Ante cada una de ellas, el difunto debía pronunciar un texto determinado, mencionando el nombre de la puerta, del guardián y del pregonero. En cada ocasión, la puerta le decía: "Pasa, pues eres puro".
Una vez pasado el laberinto, el difunto llegaba a la Sala de la Doble Verdad para que un tribunal formado por 42 jueces y presidido por Osiris evaluara su vida. Ante los dioses hacía la "confesión negativa", en la que citaba todas las malas acciones que no había cometido, según se recoge en la fórmula 125: "¡Yo os conozco, Señores de Verdad y Justicia! Yo os traigo lo Justo y he acabado con el mal. Yo no he hecho daño a los hombres. Yo no he oprimido a mis consanguíneos. Yo no he sido mentiroso en lugar de ser verídico. Yo no me he enterado de traiciones. Yo no he sido malvado. Como Jefe de hombres, yo no he hecho trabajar a ninguno cada día más de lo requerido".
Tras la confesión, llegaba el momento culminante del juicio, aquél en que se procedía a pesar el corazón del difunto. En un plato de la balanza, sostenida por Anubis, dios chacal de la momificación, se colocaba una pluma de avestruz, la pluma de Maat, que simbolizaba la justicia; en el otro plato se depositaba el corazón, que simbolizaba las acciones realizadas por cada persona. El difunto se salvaba cuando la pluma y el corazón quedaban en equilibrio.
Aquellos cuyos corazones hubieran pesado demasiado en la balanza eran considerados impuros y condenados
Tanta importancia se atribuía al pesaje del corazón que los egipcios elaboraban un amuleto específico, el escarabeo del corazón, que, como su nombre indica, se colocaba sobre el corazón del difunto durante el proceso de momificación. En el reverso del amuleto se inscribía siempre la fórmula 30 del Libro para que, en el momento del juicio final, el corazón no traicionara al difunto. "¡Oh, mi corazón de [mi] madre! ¡Oh, mi corazón por el cual existo en la tierra! ¡No te levantes contra mí como testigo! ¡No te opongas contra mí entre los Jueces! ¡No estés contra mí delante de los dioses! ¡No seas intransigente contra mí delante del gran dios Señor del Occidente!".
Finalmente, los dioses proclamaban su veredicto. Aquellos cuyos corazones hubieran pesado demasiado en la balanza eran considerados impuros y condenados a toda clase de castigos: sufrían hambre y sed perpetuas, eran quemados al atravesar un lago o cocidos en un caldero, una bestia salvaje los devoraba... Los justificados, en cambio, tenían motivos para felicitarse. "Aunque yazgo en la tierra, yo no estoy muerto en el Occidente porque soy un Espíritu glorificado para toda la eternidad", dice una fórmula del Libro de los Muertos. Ante ellos se abría el paraíso de los egipcios.

El trabajo en el Más Allá

El mundo de ultratumba en el que vivirían los difuntos virtuosos se conocía como Campos de Ialu o Campo de Cañas. Los egipcios lo imaginaban como un lugar muy parecido a Egipto, con ríos, montañas, caminos, cuevas y campos muy fértiles, en los que crecía la cebada hasta los cinco codos de altura. El difunto, sin embargo, debía preocuparse por obtener su sustento. Aun siendo un "glorificado", según decía una fórmula del Libro de los muertos, tenía que "arar y segar, comer y beber, y realizar todas las cosas que se hacen en la tierra". Eso sí, para ello podía contar con la ayuda de un ejército de sirvientes, representados en unas características estatuillas, los ushebtis, siempre presentes en el ajuar funerario y que por el poder de la magia se convertían en criados.
Cada figurita tenía los brazos cruzados y sostenía en las manos aperos agrícolas. En la parte inferior se inscribía una fórmula del Libro de los muertos: "Fórmula para que los ushebtis realicen los trabajos en la Necrópolis. Osiris [nombre del difunto] justificado tiene que decir: ¡Oh ushebti! Se ha llamado al Osiris [nombre del difunto] justificado a realizar cualquier trabajo que ha de realizarse en la Necrópolis [...] Decid “estoy aquí” cuando se os llama".

Disfrutar de la vida eterna

Las vendas que envolvían la momia llevaran inscrita la fórmula 154 del Libro para prevenir la descomposición
Una de las cosas que más temía el difunto era tener que comer sus propios excrementos, como los condenados en el tribunal de la Doble Verdad. Así se expresa en la fórmula 53, en la que el fallecido se asimilaba a los dioses: "Lo que yo detesto son las porquerías. ¡Que yo no deba beber cosas fétidas, que yo no deba avanzar al revés! Yo soy poseedor del pan en Heliópolis, que tiene el alimento en el cielo con Re y alimento en la tierra con Geb".
Una última preocupación del difunto era mantener intacto su cuerpo. La momificación permitía que éste se conservara, pero no estaba de más la ayuda de la magia. Por eso era frecuente que las vendas que envolvían la momia llevaran inscrita la fórmula 154 del Libro para prevenir la descomposición: "Yo vengo para embalsamar a esos miembros míos. Este cuerpo mío no se descompone. Yo estoy intacto como mi padre Osiris-Khepri que es la imagen [mía], aquel cuyo cuerpo no se descompone. Ven, toma posesión de [mi] soplo, señor de la respiración, supremo entre su Similar. Hazme estable, fórmame, tú, Señor del sarcófago. Otorga que yo pueda caminar para la eternidad como haces tú cuando estás con tu padre Atum, cuyo cuerpo no se corrompe nunca, aquel que no conoce destrucción".

Otro pasaje resume las recompensas que el difunto podía recibir del correcto uso de sus fórmulas. "Si este texto es conocido en la tierra [o] lo hace inscribir en su sarcófago, él podrá salir cada día que le plazca y regresar a su morada sin dificultades. Le serán entregados pan y cerveza y cantidades de carne sobre el altar de Re. Será alojado en los Campos de Ialu donde le será entregado grano y cebada: será venturoso como lo fue en la tierra".

Para saber más

Libro de los muertos. Federico Lara Peinado. Tecnos, Madrid, 2009.
Cómo leer el Libro de los muertos. Barry J. Kemp. Crítica, Barcelona, 2007.
Ideas de los egipcios sobre el Más Allá. Ernest Wallis Budge, José de Olañeta, Palma de Mallorca, 2006.
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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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