viernes, 9 de marzo de 2018

NAPOLEÓN BONAPARTE: HISTORIA .- FRANCIA .- ITALIA.- Napoleón en Italia, la batalla de Marengo .- Napoleón, que vivió la Revolución Francesa a los 20 años de edad, se convirtió en un excelente estratega gracias a sus fulgurantes campañas en la Europa continental, que le han situado a la altura de otros líderes militares como Alejandro Magno, Julio César y Carlomagno...............

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, ha elaborado un reportaje de lo que fue la campaña militar de Napoleón Bonaparte en Italia, ya con el cargo de Primer Cónsul, que se enfrentó a los austriacos en la Batalla de Marengo, que fue ganada gracias al empuje de sus generales como Desaix , que murió en batalla; este contundente triunfo militar sirvió como propaganda para el afianzamiento del poder y llevar adelante las reformas en Francia.
E igualmente en un amplio despliegue de imágenes, se informa sobre la campaña en Rusia, que fue muy desastrosa para Francia, se emplearon 691,500 hombres, llamado el Grande Armée  el mayor ejército europeo jamás formado en la historia; tenía una fuerza de asalto de 250,000 hombres bajo el mando personal del emperador Napoleón, otras dos líneas de frente bajo el mando de Eugène de Beauharnais con 80,000 hombres: y  Jérôme Bonaparte, con 70,000 hombres, además contaba con dos cuerpos de ejército al mando del mariscal Jacques Macdonald, con 32,500 hombres; y Karl Philipp de Schwarzenberg, con 34,000 soldados austriacos. Por última la Grande Armée contaba con 225,000 hombres de reserva.
Napoleón Bonaparte nació en la isla de Córcega (Ajaccio, 1769), en pleno mar Mediterráneo, y murió el 5 de mayo de 1821, en la retirada isla de Santa Elena, en medio del océano Atlántico, donde fue desterrado por los británicos tras derrotarle en la batalla de Waterloo, en Bélgica, el 18 de junio de 1815. En el período comprendido entre su estancia en ambas islas, unos 36 años, el general Napoleón, que vivió la Revolución Francesa a los 20 años de edad, se convirtió en un excelente estratega gracias a sus fulgurantes campañas en la Europa continental, que le han situado a la altura de otros líderes militares como Alejandro Magno, Julio César y Carlomagno.
Pero Napoleón también fracasó en numerosas ocasiones: en la campaña de Egipto y Siria, a pesar de que se descubrió la piedra de Rosetta; en la batalla de Trafalgar; en la batalla de Bailén y en la de Vitoria; en la campaña de Rusia; en la batalla de Leipzig, y, por último, en Waterloo, donde se rindió a los británicos, quienes le deportaron a la lejana Santa Elena.
Napoleón cruzando los Alpes, obra de Jacques-Louis David.
WIKIPEDIA.
https://es.wikipedia.org/wiki/Napole%C3%B3n_Bonaparte
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/napoleon-bonaparte_8359/5
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-batalla-de-marengo_7854
http://www.nationalgeographic.com.es/personajes/napoleon/fotos/1
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/napoleon-destierro-y-muerte-en-santa-elena_7243
http://www.nationalgeographic.com.es/temas/guerras-napoleonicas/fotos/1
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/el-dia-en-que-napoleon-secuestro-al-papa-de-roma_9787/1
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/napoleon-en-egipto_6235/1
Tras tomar el poder mediante un golpe de Estado, Napoleón Bonaparte atravesó los Alpes para enfrentarse a los austríacos en Italia; su gran victoria en Marengo fue la primera en su carrera por el dominio de Europa.

Convención de Alessandria
Al día siguiente de la batalla de Marengo, el general francés Berthier y el austríaco Melas firmaron el acuerdo por el que Austria se retiraba de Italia.
Imagen: Bridgeman / Index
Palacio de Schönbrunn
Residencia de verano del monarca austríaco Francisco II, Napoleón se instalaría allí durante las campañas de 1805 y 1809. A partir de 1814, su hijo, el rey de Roma, se crió en el palacio.
Foto: Rainer Mirau / Look-Foto / Gtres
Muerte del general Desaix
Este lienzo de Jean Broc que Napoleón adquirió por 4.000 francos y que se exhibió en el Salón de París de 1806 escenifica la muerte del general Desaix al término de la batalla de Marengo. En realidad, la muerte del general ocurrió horas antes, en el fragor de la lucha, y su ayuda de campo le anunció la victoria cuando estaba moribundo. Frente a él, Bonaparte aparece como el gran vencedor. El elogio de la heroicidad de la muerte de Desaix sirve a los intereses del primer cónsul y permite hacer olvidar lo incierto del combate.
Imagen: White Images / Scala, Firenze
Arco de triunfo de la plaza de l’Étoile, en París
Se terminó en 1835, durante la monarquía de julio. En sus pilares están grabados los nombres de 660 generales, entre ellos Desaix.
Foto: Chalgrin / Corbis / Cordon Press
Relato de Marengo
Relato de la batalla presentado al emperador sobre el campo de combate el 14 de junio de 1805. Litografía de Carle Vernet.
Imagen: White Images / Scala, Firenze
El fuerte de Bard, en Italia
El fuerte en la actualidad, tal como se reconstruyó en 1827. Napoleón Bonaparte destruyó el edificio original, que era mucho más modesto.
Foto: Stefano Renier / Fototeca 9x12
26 de diciembre de 2013

Napoleón en Italia, la batalla de Marengo


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A finales de mayo de 1800, llegó a París un boletín militar que provocó una instantánea oleada de emoción. Era el primer informe que se recibía sobre la marcha de la expedición militar del general Bonaparte al norte de Italia, de donde quería expulsar al ejército del emperador de Austria. Hacía apenas seis meses que el militar corso había dado un golpe de Estado y se había convertido en el hombre fuerte de la República francesa con el título de primer cónsul. Su campaña en Italia era la primera que llevaba a cabo desde su nuevo cargo y todos estaban pendientes del resultado. El boletín informaba de la primera etapa de la expedición, la travesía de los Alpes. Emulando la gesta del cartaginés Aníbal al pasar la cordillera con sus elefantes y lanzarse a la conquista de Roma, Bonaparte había llevado a su ejército de 50.000 hombres por la ruta más directa, pero también la más difícil, a través del paso del Gran San Bernardo. El paisaje grandioso era el marco ideal para lo que el boletín presentaba como una gesta heroica: "El primer cónsul ha descendido de lo alto del San Bernardo arrastrándose sobre la nieve, atravesando precipicios y deslizándose sobre los torrentes".
Lo cierto es que el puerto, en plena primavera, seguía nevado y las tropas avanzaron con dificultad. Más tarde, la leyenda recordará la imagen pintada por David de un Bonaparte franqueando el paso montado en un caballo encabritado, aunque en realidad subió la cuesta a lomos de una mula, y a veces incluso a pie. Ya del otro lado de la montaña, el ejército atravesó Aosta sin encontrar más dificultades que la de sortear el fuerte de Bard, donde los austríacos habían emplazado una poderosa artillería.

¿Dónde están los austríacos?

La maniobra francesa consiguió sorprender a los austríacos. Tras unas cuantas escaramuzas, el primer cónsul llegó el 2 de junio a Milán. Su propósito era atacar desde allí, por la retaguardia, al ejército austríaco del general Melas. Bonaparte contaba con la ayuda de otro cuerpo del ejército francés presente en Italia, concretamente en Génova, al mando del general Masséna. Pero justo entonces éste decidió rendirse ante los austríacos, que mantenían sitiada la ciudad, con lo que el ejército austríaco al mando del general Ott pudo reunirse con los otros contingentes para hacer frente a Bonaparte. Pese a ello, Bonaparte decidió pasar a la ofensiva y, tomando la dirección de la ciudad de Alessandria, en el Piamonte, empezó a perseguir a Melas. El 9 de junio, Lannes, junto a la vanguardia del contingente de reserva, desbarató a los austríacos del general Ott en Montebello. Cinco días más tarde, el 14 de junio, las tropas francesas llegaron a las afueras de Marengo, pueblecito al sureste de Alessandria, a cien kilómetros de Milán.
Marengo, un pueblecito al sureste de Alessandria, a 100 kilómetros de Milán
Justo antes, sin embargo, Napoleón había cometido un grave error que estuvo a punto de costarle la derrota en la siguiente batalla. En efecto, ignorando dónde se encontraba exactamente el grueso del ejército austríaco y pensando que Melas rehuía adrede el combate, el primer cónsul había enviado diversos destacamentos en todas direcciones para intentar localizar al enemigo. En realidad, Melas se encontraba en Alessandria, y el mismo día 14 por la mañana partió de allí hacia Marengo, al encuentro de Bonaparte. De esta forma, las fuerzas francesas presentes en Marengo eran muy inferiores a las de los austríacos: unos 28.000 hombres frente a los 38.000 de Melas. El mismo Bonaparte ni siquiera estaba en Marengo cuando se entabló el choque por la mañana; se encontraba en un punto de observación próximo, dispuesto a reunir allí a sus tropas cuando detectara cuál era la situación del general enemigo.
El desarrollo inicial de la batalla puso de manifiesto la superioridad austríaca. A las ocho de la mañana, Melas lanzó la unidad de O’Reilly al asalto de la división Gardanne, a la izquierda de las líneas francesas; al principio, ésta se resistió, pero más tarde, golpeada por la artillería, se replegó y retrocedió hacia el pueblo de Marengo, que se convirtió entonces en el epicentro de la batalla. Los franceses trataron de resistir allí durante toda la mañana, con las divisiones comandadas respectivamente por Gardanne, Victor y Lannes. Hacia las diez, cuando Melas hizo entrar en escena a su caballería, se desató una lucha encarnizada. Sólo entonces compareció Bonaparte, convencido al fin de que el ejército austríaco estaba en Marengo.

El inesperado giro de la batalla

Kellermann respondió a las cargas austríacas con sus dragones y frenó cuatro asaltos seguidos, pero hacia las 14 horas, las líneas francesas empezaron a ceder. Las divisiones de Lannes y de Victor retrocedieron dejando allí parte de su artillería. La situación era cada vez más comprometida y se complicó todavía más cuando el general Ott logró hacerse con el pueblo de Castel Ceriolo, al norte, e intentó, desde esa apertura, atacar a las tropas francesas por la retaguardia.
A primera hora de la tarde, todo indicaba que los franceses habían sido derrotados. Hasta tal punto era así que el general austríaco Melas, agotado por la jornada, decidió pasar el mando al general Kaim y partió a Alessandria para anunciar la victoria de su ejército sobre el primer cónsul francés. De inmediato, los correos partieron hacía las principales capitales europeas para transmitir la sensacional noticia.


Entre tanto, desde lo alto del campanario de un pueblo próximo, Bonaparte observaba cómo sus tropas se batían en retirada. En ese momento, lo máximo que podía esperar era que su ejército retrocediera de forma ordenada y sin sufrir demasiadas pérdidas; la derrota, en todo caso, era inapelable. Pero entre las 4 y las 5 de la tarde, el primer cónsul avistó en la lejanía al destacamento del general Desaix, uno de los que había enviado por la mañana en busca de las tropas austríacas.
Tres horas antes, hacia la una, Desaix –un ardoroso general de 32 años que había combatido en el Rin y que había acompañado a Napoleón a Egipto, de donde precisamente acababa de regresar – había recibido un mensaje desesperado de Bonaparte: "Volved, por amor de Dios". Obedeció sin demora, y llegó a marchas forzadas al campo de batalla dispuesto a sostener al ejército en retirada. Rápidamente se improvisó una reunión de mandos, en la que participaron Berthier, Murat, Marmont y Desaix. Fue este último quien mostró mayor ímpetu. Informado de la situación, proclamó: "Hemos perdido una batalla, pero sólo son las cinco y todavía estamos a tiempo de ganar otra".

Desaix, un ardoroso general que había acompañado a Napoleón a Egipto
Bonaparte dio, pues, la orden de lanzar una contraofensiva, combinando todas las fuerzas disponibles en una acción conjunta. La infantería de Desaix se lanzó contra la columna principal austríaca, mandada por el general Zach. El propio Desaix murió en el ataque, de un balazo en el pecho, pero la artillería del general Marmont y una carga de la caballería del general Kellermann lograron desorganizar a las fuerzas enemigas. La acción coordinada de estos tres elementos dio un vuelco a la situación e hizo que las divisiones de Lannes y Victor, que llevaban retrocediendo desde principios de la tarde, volvieran a avanzar respaldadas por la Guardia Consular. Zach fue hecho prisionero junto a más de 2.000 de sus soldados. La sorpresa inicial de los austríacos se trocó en pánico y todos se batieron en retirada.
Contra toda esperanza, al anochecer del 14 de junio el ejército francés había quedado dueño del campo de batalla. Algunos batallones austríacos resistieron valientemente en la misma Marengo, mientras Melas retornaba a la acción para reunir a los fugitivos y ponerlos a salvo. Las bajas de unos y otros fueron considerables: cerca de 9.500 hombres por el bando austríaco, 963 muertos y 3.000 prisioneros, por 5.600 del lado francés, entre ellos 1.100 muertos.
La reacción en París
La victoria de Marengo llegó en el mejor momento para Bonaparte. En los primeros meses de 1800, su poder como primer cónsul parecía debilitarse. Sus primeras reformas todavía no habían dado frutos, y en París hasta sus más allegados habían empezado a conspirar en su ausencia, previendo que fracasara o muriera en Italia. De hecho, cuando llegó a la capital la falsa noticia de la derrota de Marengo, transmitida precipitadamente por Melas, Talleyrand, el ministro de Relaciones Exteriores, y Fouché, jefe de la Policía, estaban dispuestos a considerar una alternativa. Hasta los hermanos de Napoleón, José y Luciano, ambos con responsabilidades políticas en el gobierno consular, discutieron sobre un posible traspaso de poderes.
La victoria de Marengo disipó en un instante todas estas intrigas y permitió a Bonaparte barrer las últimas resistencias a su poder. En palabras de Hyde de Neuville, un monárquico opuesto al primer cónsul, la batalla marcó "el bautizo del poder personal de Napoleón". Al regresar victorioso de Italia, el 2 de julio, Bonaparte obtuvo una popularidad sin precedentes y pudo volcarse en las reformas internas de Francia, algo que fue posible también gracias a la paz que suscribió con Austria mediante el tratado de Lunéville de enero de 1801, y que duraría hasta 1804, cuando, ya coronado emperador, se lanzaría a sus grandes campañas de conquista en Europa.
La hora de la propaganda
La batalla de Marengo no fue representativa del genio militar de Bonaparte; de hecho, el error que cometió al dispersar sus fuerzas antes del choque decisivo estuvo a punto de costarle la derrota, y sólo lo salvó la llegada providencial de Desaix. En cambio, sí que fue típica la utilización propagandística que Napoleón hizo del episodio. El boletín militar redactado al día siguiente de la batalla, en lugar de mencionar las dificultades a las que se habían enfrentado los franceses –aunque tampoco las negaba–, destacaba por encima de todo la actuación de Bonaparte: "La presencia del primer cónsul reavivaba los ánimos de las tropas", decía. El boletín resaltaba también el papel de Desaix, el auténtico héroe de la batalla, al que, una vez muerto, podía elogiarse sin riesgo de que hiciera sombra a Napoleón. Éste anunció la construcción de un monumento a la gloria del militar fallecido en el puerto del Gran San Bernardo, y un pintor lo representó expirando en los brazos de su ayudante de campo, al que, según se dijo, tuvo fuerzas para declarar: "Id a decir al primer cónsul que muero con el pesar de no haber hecho bastante para vivir en la posteridad".
Napoleón recordaría siempre Marengo como un momento crucial en su carrera, aunque reconocía lo apurado de la victoria. En su exilio en Santa Elena declaró: "Marengo fue la batalla en la que los austríacos se batieron mejor; sus tropas se comportaron de forma admirable, pero su valor quedó enterrado allí; no los hemos vuelto a ver igual". El general Kellermann no se equivocaba cuando escribió: "De todas las victorias ganadas por Bonaparte, Marengo es la que más beneficios y menos gloria personal le aportó".

Para saber más

Napoleón. Jean Tulard. Crítica, Barcelona, 2012.
¡A la carga! Las mejores cargas de la caballería napoleónica. Digby Smith. Inédita, Barcelona, 2007.
NATIONAL GEOGRAPHIC

Napoleón Bonaparte
Emperador de los franceses
Copríncipe de Andorra
Rey de Italia
Protector de la Confederación del Rin
Jacques-Louis David - The Emperor Napoleon in His Study at the Tuileries - Google Art Project.jpg
Retrato de Napoleón en su gabinete de trabajo, en elpalacio de las TulleríasJacques-Louis David, 1812.
Emperador de los franceses
Copríncipe de Andorra
18 de mayo de 1804-3 de abril de 18141​/11 de abril de 18142
PredecesorCharles-François Lebrun
(como Tercer Cónsul)
SucesorLuis XVIII
(como rey de Francia y de Navarra)
20 de marzo de 1815-22 de junio de 1815
PredecesorLuis XVIII
(como rey de Francia y de Navarra)
SucesorNapoleón II3
Información personal
TratamientoSu Majestad Imperial
Coronación2 de diciembre de 1804Notre Dame de París
Nacimiento15 de agosto de 1769
Bandera de Francia AjaccioCórcegaFrancia
Fallecimiento5 de mayo de 1821 (51 años)
Bandera de Reino Unido Santa ElenaReino Unido
EntierroLos Inválidos
Familia
DinastíaBonaparte
PadreCarlo Bonaparte
MadreMaría Letizia Ramolino
ConsorteJosefina de Beauharnais
María Luisa de Austria
DescendenciaNapoleón II
Carrera militar
Apodo«El Pequeño Cabo» (le Petit Caporal)
LealtadFlag of France.svg Francia
CondecoracionesRed ribbon bar - general use.svg
Cruz de la Legión de Honor
Conflictos

FirmaFirma de Napoleón Bonaparte
Imperial Coat of Arms of France (1804-1815).svg
Escudo de Napoleón Bonaparte
[editar datos en Wikidata]
WIKIPEDIA
https://es.wikipedia.org/wiki/Napole%C3%B3n_Bonaparte

IMÁGENES DE NAPOLEÓN BONAPARTE :
http://www.nationalgeographic.com.es/personajes/napoleon/fotos/1


Estatua ecuestre de Napoleón

Estatua ecuestre de Napoleón situada en Laffrey, en el distrito de Grenoble, que forma parte de la Ruta Napoleón.

Foto: Office de Tourisme de Grenoble


Esqueleto de Marengo

El esqueleto del caballo Marengo y otras piezas de la batalla de Waterloo en el Museo del Ejército Nacional, en Londres.

Foto: National Army Museum


Cascos delanteros de Marengo

Los cascos delanteros de Marengo, el caballo de Napoleón, han sido reunidos y fotografiados por el investigador Christopher Joll.

Foto: Christopher Joll


Napoleón y Marengo

Napoleón en el paso de San Bernardo (1801-1815), de Jacques-Louis David.

Foto: Versailles, Châteaux de Versailles et du Trianon, dist. RMN-GP / Gérard Blot


El puente en 1846

El primer puente de Gálata fue construido donde se dice que, hasta el siglo XV, una enorme cadena permitía a los bizantinos proteger su puerto. De madera y anclada sobre pontones, la pasarela fue la obra más ambiciosa del proyecto otomano para modernizar la ciudad. Aquel puente fue reemplazado en 1863 por otro creado para impresionar a Napoleón en su visita a la ciudad, a la que legó una frase que pasaría a la historia: "si la tierra fuese un solo estado, Estambul sería su capital". El Gálata, trasladado en 1912 a su ubicación actual, ayudó a comunicar las dos orillas del Cuerno de Oro y sus gentes, que se reunían en las tabernas instaladas en su nivel inferior, y que resultaban irresistibles para los viajeros románticos del siglo XIX. Se dice que los bizantinos sumergieron tantos tesoros en el Bósforo durante la conquista otomana que sus aguas tenían un brillo dorano.

Supremacía marina
La victoria inglesa abanderada por Nelson no solo frutró la invasión francesa a Gran Bretaña, sino que permitió a este país asentar su dominio de los mares hasta la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Wikimedia Commons

Napoleón

Retrato de Napoleón con manto de coronación (c. 1805), óleo de François Gérard.

© AP PHOTO / LOUISIANA STATE MUSEUM / GTRES


Rendición ante el emperador

Este óleo de Carle Vernet muestra a Napoleón en Chamartín, recibiendo a los delegados de la Junta de Defensa de Madrid para rendir la ciudad y a los que reprocha airado su resistencia.

WHITE IMAGES / SCALA, FIRENZE


El emperador toma el mando

Tras el desastre francés en Bailén, Napoleón pensó que la única forma de ganar la guerra era que él en persona dirigiera las operaciones. Abajo, sable de Napoleón Bonaparte. Museo del Ejército, Toledo.

PHOTOAISA


La batalla de Bailén

La derrota francesa de Bailén, el 19 de julio de 1808. Óleo por José Casado del Alisal. siglo XIX. Museo del Prado, Madrid.

ERICH LESSING / ALBUM


El emperador en Astorga

Napoleón ordena en Astorga tratar con consideración a los prisioneros ingleses. Hippolyte Lecomte. Museo del Palacio de Versalles.

WHITE IMAGES / SCALA, FIRENZE


La sierra de Guadarrama

Conquistada Madrid, a finales de diciembre de 1808 Napoleón emprendió una nueva campaña que lo llevó a través de la sierra de Guadarrama. Óleo por Bellange.

WHITE IMAGES / SCALA, FIRENZE


Convención de Alessandria

Al día siguiente de la batalla de Marengo, el general francés Berthier y el austríaco Melas firmaron el acuerdo por el que Austria se retiraba de Italia.

Imagen: Bridgeman / Index


Muerte del general Desaix

Este lienzo de Jean Broc que Napoleón adquirió por 4.000 francos y que se exhibió en el Salón de París de 1806 escenifica la muerte del general Desaix al término de la batalla de Marengo. En realidad, la muerte del general ocurrió horas antes, en el fragor de la lucha, y su ayuda de campo le anunció la victoria cuando estaba moribundo. Frente a él, Bonaparte aparece como el gran vencedor. El elogio de la heroicidad de la muerte de Desaix sirve a los intereses del primer cónsul y permite hacer olvidar lo incierto del combate.

Imagen: White Images / Scala, Firenze

Relato de Marengo

Relato de la batalla presentado al emperador sobre el campo de combate el 14 de junio de 1805. Litografía de Carle Vernet.
Imagen: White Images / Scala, Firenze


Una larga historia

Nueva Orleans fue francesa y española antes de pertenecer a Estados Unidos. La fundaron colonos franceses; pero Napoleón se la vendió a los estadounidenses. 
Foto: RICHARD T. NOWITZ / AGE FOTOSTOCK


Kutúzov en la Conferencia de Filí decide rendir Moscú a Napoleón

Óleo sobre lienzo datado del año 1880 y realizado por el pintor ruso Aleksey Kivshenko. En el se puede observar al comandante en jefe del ejército ruso en el extremo izquierdo Kutuzov, con sus generales en las conversaciones que decidirían entregar Moscú a Napoleón.


La marcha sobre Moscú

Óleo sobre Lienzo de Jean-Louis-Ernest Meissonier. En junio de 1812, la Grande Armée de Napoleón, formada por 691.500 hombres, el mayor ejército jamás formado en la historia europea hasta ese momento, cruzó el río Niemen y enfiló el camino de Moscú. En ese momento, la Grande Armée se componía de una fuerza central de asalto de 250.000 soldados bajo el mando personal del Emperador, otras dos líneas de frente bajo el mando de Eugène de Beauharnais -con 80.000 hombres- y Jérôme Bonaparte (con 70.000). Además constaba de dos cuerpos de ejército separados al mando del mariscal Jacques Macdonald, con 32.500 hombres y Karl Philipp de Schwarzenberg, con 34.000 soldados austriacos. Por último, la Grande Armée constaba de una reserva de 225.000 soldados.
Foto: Musée d`Orsay


La batalla de Borodinó

Óleo sobre lienzo por Auguste-Joseph Desarnod Desarnod. El 7 de septiembre de 1812, el ejército de Napoleón derrotó a las tropas rusas dirigidas por Kutúzov en la sangrienta batalla de Borodinó, que se cobró un saldo de 75.000 bajas entre imperiales y rusos. La victoria abrió a los franceses el camino hacia Moscú.

Napoleón avanza en una Moscú en llamas con sus tropas
Óleo sobre lienzo del pintor Viktor Mazurovsky. En junio de 1812, la Grande Armée de Napoleón, formada por 691.500 hombres, el mayor ejército jamás formado en la historia europea hasta ese momento, cruzó el río Niemen y enfiló el camino de Moscú. La invasión comenzó el 23 de junio de 1812. Napoleón había enviado una oferta final de paz a San Petersburgo poco antes del inicio de las operaciones, de la que nunca recibió contestación. Al llegar a la capital rusa Napoleón entró finalmente en una ciudad fantasma, desalojada de habitantes y vaciada de suministros. Conforme a las reglas clásicas de la guerra relativas a la captura de la capital enemiga -aunque en aquel momento San Petersburgo era la capital real de Rusia- Napoleón esperaba que el mismo Zar Alejandro I le ofreciera la capitulación en la colina Poklónnaya, pero muy lejos de esto, los comandantes rusos no se rindieron. En lugar de ello, prendieron fuego a Moscú y vaciaron la ciudad entre el 2 y el 6 de septiembre.


Ofensiva y retirada en Moscú

Mapa figurativo de las pérdidas humanas sucesivas del ejército francés durante la campaña rusa de 1812-1813 dibujado por Charles MInard, Inspector General de Puentes y Caminos en París a 20 de noviembre de 1869. 
El número de hombres está representado por el ancho de las zonas coloreadas a razón de un milímetro por cada diez mil hombres; además están escritas en números en cada zona. El marrón designa los hombres que entran en Rusia, el negro, aquellos que la dejan. La información utilizada para la elaboración de este mapa ha sido extraída del trabajo de M. M. Thiers, de Segur, de Fezensac, de Chambray, y del diario inédito de Jacob, farmacéutico del ejército desde el 28 de octubre. Para facilitar la valoración visual de la disminución del ejército, he asumido que las tropas del príncipe Jérôme y del mariscal Davoust que se habían separado en Minsk y Moguilev y se han vuelto a juntar cerca de Orcha y Vitebsk, han marchado al mismo tiempo que el ejército". 
La escala se muestra a la derecha en «lieues communes de France» (leguas comunes francesas), que equivalen a 4.444 metros. La porción inferior del gráfico se debe leer de derecha a izquierda. Muestra la temperatura ambiental durante el regreso del ejército desde Rusia, en grados bajo cero en la escala de Réaumur (para convertir a grados Celsius, se debe multiplicar por 1,25.
Foto:
http://www.nationalgeographic.com.es/personajes/napoleon/fotos/21

El vivaque nocturno del gran ejército
La Grande Armée fue devastada por los elementos antes de llegar a Krasnoi. A pesar del éxito de Napoleón en el ahorro de parte de su ejército, en general el encuentro de Krasnoi fue desastroso para los franceses. Durante los cuatro días de combate los comandantes subordinados de Napoleón sufrieron graves derrotas en las acciones individuales, y un gran número de rezagados franceses fueron capturados por los rusos. La Grande Armée se vio obligada también a abandonar gran parte de su artillería restante y suministros.
Foto: Museo Histórico de Moscú


La batalla de Krasnoi
Lienzo al óleo atribuido al pintor Peter von Hess en el cual se representa una escena de la batalla de Krasnoi acontecida entre el 15 y el 18 de noviembre de 1812, durante la etapa final de la retirada de Napoleón de Moscú. Los rusos al mando del general Mijaíl Kutúzov infligieron grandes pérdidas a los restos de la Grande Armée. A falta de artillería, suficiente caballería y suministros para la batalla, el objetivo de Napoleón en Krasnoi era reunir a sus tropas dispersas y reanudar su retirada. A pesar de la enorme superioridad de sus fuerzas, Kutúzov se abstuvo de lanzar una ofensiva a gran escala durante los primeros cuatro días de combate.


La retirada de Moscú
Óleo sobre lienzo realizado por Adolph Northen, pintor de la escuela de pintura de Düsseldorf.  En su cuadro titulado "El retiro de Napoleon de Rusia" podemos observar al Petit Caporal a su regreso a Francia tras alcanzar  y saquear Moscú. 


Talento de general y entusiasta ilustrado
Federico el Grande en 1764, junto al león de Baviera que le rinde pleitesía. J. H. C. Franke.
AKG / ALBUM


Admirado por Napoleón
Federico el Grande libró en persona innumerables batallas, que le granjearon fama de comandante experto e incluso genial. Su mayor triunfo lo obtuvo en Leuthen, en 1757, frente a un ejército francoaustríaco que doblaba al suyo en efectivos. Napoleón consideraba esa batalla «una obra maestra de movimiento, maniobra y resolución».
AKG / ALBUM


El conquistador de Egipto
En 1798 el gobierno de la República francesa puso en pie un gran ejército con la misión de conquistar Egipto. A su frente colocó al general más popular del momento, Napoleón Bonaparte, que buscaba nuevas oportunidades para aumentar su prestigio.
Foto: Prisma


Batalla ante las pirámides
Este óleo, de Louis-Joseph François, recrea la batalla entre las tropas de Napoleón y las fuerzas mamelucas en 1798. Museo de Bellas Artes, Valenciennes.
Foto: RMN
Napoleón y el fracaso de la conquista de Egipto

En 1798, el joven Bonaparte se lanzó a la conquista de Egipto, pero la arriesgada aventura acabó en fracaso.

Batalla ante las pirámides
Este óleo, de Louis-Joseph François, recrea la batalla entre las tropas de Napoleón y las fuerzas mamelucas en 1798. Museo de Bellas Artes, Valenciennes.
Foto: RMN
Ocupación de Malta
En su camino a Egipto, Napoleón invadió Malta, dominada desde hacía siglos por los caballeros de San Juan. La fotografía muestra el fuerte de San Ángel, una de las poderosas defensas de La Valetta, la capital maltesa.
Foto: Friedel Gierth / Age Fotostock
El conquistador de Egipto
En 1798 el gobierno de la República francesa puso en pie un gran ejército con la misión de conquistar Egipto. A su frente colocó al general más popular del momento, Napoleón Bonaparte, que buscaba nuevas oportunidades para aumentar su prestigio.
Foto: Prisma
La gran victoria de Nelson
Medalla conmemorativa de la victoria británica en Abukir sobre la armada francesa. 1798. Museo Nelson, Birmingham.
Crédito: AKG / Album
Rebelión en la mezquita
Los cairotas se rebelaron contra los franceses, pero se rindieron cuando Napoleón ocupó la importante mezquita de Al-Azhar (en la imagen) con su caballería.
Crédito: Reinhard Schmid / Fototeca 9x12
Los triunfos del emperador
El arco de triunfo de la plaza del Carrusel, en París, erigido entre 1806 y 1808, conmemora los éxitos militares de Napoleón a su retorno de Egipto.
Crédito: Günter Grafenhain
Mamelucos: de enemigos de Napoleón a su brazo armado
Los mamelucos eran una casta de guerreros que gobernaban Egipto desde el siglo XIII. Seleccionados por su coraje y agresividad, entrenados de manera sistemática desde la infancia, eran una fuerza de combate temible. En 1808 varias decenas de mamelucos, con sus pantalones bombachos, chalecos y turbantes, sus gumías curvas y sus largos alfanjes, participaron en la represión de los madrileños en la revuelta del Dos de Mayo, como recogió Francisco Goya en este óleo de 1814. Museo del Prado, Madrid.
Crédito: Oronoz / Album
19 de junio de 2012
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TEST: ¿Cuánto sabes sobre Napoleón Bonaparte?

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En 1798, Napoleón era un hombre flaco y enjuto de 28 años, devorado por la ambición y los sueños de gloria. Sus grandes victorias en Italia lo habían convertido en el ídolo de las masas y lo habían acostumbrado a mandar sin dar cuentas a nadie. Barras, su antiguo protector, dijo a sus colegas en el gobierno de Francia: "Promocionad a éste, o se promocionará a sí mismo".
Lo cierto es que al Directorio –un gobierno colegiado de cinco miembros, que regía el país desde hacía cuatro años– le faltaba el prestigio que a Bonaparte le sobraba. Corrupción, golpes de Estado e insurrecciones habían marcado su trayectoria. La situación era tan inestable que Bonaparte tenía siempre un caballo ensillado por si tenía que partir a toda prisa. "Debería derrocarlos y proclamarme rey –confesaba el joven general–; pero aún no es el momento. Estaría solo".
Fue entonces cuando surgió la idea de la conquista de Egipto. Algunos miembros del Directorio, como Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores, pensaron que Francia podría establecer allí un dominio colonial. No sólo eso. Egipto podría ser la primera etapa de un proyecto más ambicioso: establecerse en la India, donde Gran Bretaña, el gran enemigo de la República francesa, gozaba de una amplia zona de influencia.
Bonaparte aceptó el desafío. Como muchos contemporáneos se sentía atraído por el exotismo oriental; había leído una obra muy popular por entonces, el Viaje a Egipto y Siria de Constantin Volney, publicada en 1794, la mejor fuente de información sobre Egipto.
Bonaparte conoció a Volney, pero obvió una advertencia del libro: "Si los franceses se atreviesen a desembarcar allí, turcos, árabes y campesinos se armarían contra ellos [...]. El fanatismo ocuparía el lugar de la habilidad y el coraje". En realidad, Bonaparte sólo quería mantener su popularidad con nuevas victorias, y si no las obtenía en Europa sería en África. "Quiero sorprender una vez más al pueblo [...]. Iremos a Egipto".
Napoleón en Italia, la batalla de Marengo
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La batalla de Marengo

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El 18 de mayo de 1798 partía de Tolón la impresionante armada francesa con destino a Egipto, compuesta por más de cincuenta navíos de guerra y 280 barcos para el transporte de tropas; en total, unos 40.000 hombres. Con los soldados también iban 167 científicos con la misión de estudiar todos los aspectos de la historia y la situación presente de Egipto. La armada se detuvo en Malta una semana, el tiempo que Bonaparte necesitó para arrebatar la isla a la orden de San Juan de Jerusalén. Luego continuó viaje hacia Egipto.

Alejandría se rinde

El 1 de julio, y a pesar del mar embravecido, Napoleón desembarcó cerca de Alejandría. La operación se llevó a cabo con éxito porque nadie acudió a combatirles; los espías otomanos habían descubierto el plan francés, pero no tomaron medidas. Tampoco reaccionaron los mamelucos, la casta de guerreros mercenarios establecidos en el país desde hacía siglos. Éstos reconocían al sultán de Estambul como soberano nominal y le enviaban un tributo anual, pero actuaban con total independencia y y gobernaban el país a su antojo.
Bajo su dominio, las defensas de Alejandría –con 25.000 habitantes, la décima parte de los que tuvo en sus tiempos de esplendor– se reducían a unas murallas ruinosas, veinte jinetes mamelucos, quinientos infantes egipcios, un par de cañones y muy poca pólvora.
Aun así, cuando los franceses llegaron a Alejandría se produjo una dura lucha. El general Menou recibió siete heridas al cruzar las murallas, pero al final los franceses forzaron las brechas. Bonaparte ofreció una rendición pactada y liberó a setecientos esclavos árabes procedentes de Malta. Al ver su generosidad, otras poblaciones, como Rosetta, se rinderon sin luchar e incluso expulsaron a los odiados gobernadores mamelucos.
El viaje de Alejandría hasta El Cairo fue un vía crucis por las elevadas temperaturas y la falta de agua
Los invasores ya disponían de una sólida cabeza de puente, pero escaseaban las provisiones. El viaje de Alejandría hasta El Cairo fue un vía crucis por las elevadas temperaturas y la falta de agua. Un general escribía a un amigo: "Jamás lograría describirte el horrible país que fuimos a conquistar". Algunos soldados se suicidaron por culpa de la sed. Además, en El Cairo, el gran muftí, la principal autoridad religiosa del país, publicó una sentencia o fatua en la que llamaba a todos los verdaderos musulmanes a atacar a los infieles. Así, las aldeas ya no recibieron a los franceses como libertadores y fueron acosados por los beduinos.
El 12 de julio, en Shubrakhit, unos 130 kilómetros al sur de El Cairo, el principal caudillo mameluco, Murad Bey, lanzó su primer ataque. Pronto se vio que la causa mameluca era desesperada. Aquellos soberbios jinetes cargaban en desorden, disparando sus carabinas al galope con cierta precisión; luego descargaban dos pistolas y embestían con la lanza y con afiladas cimitarras, capaces de cortar en dos a un hombre. Pero ese coraje de nada les sirvió frente a una infantería disciplinada que formaba cuadros cerrados erizados de bayonetas. Tras sufrir grandes bajas sin apenas causar daño al enemigo, Murad volvió a El Cairo.
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Días después, el 21 de julio, franceses y mamelucos se encontraron de nuevo en la aldea de Embada, frente a El Cairo. Como desde las posiciones francesas se veían las pirámides, Bonaparte, con fino instinto para la propaganda, decidió que aquella no sería la batalla de Embada ni la batalla de El Cairo, sino la batalla de las Pirámides. En su arenga antes de la batalla, dijo: "Soldados, cumplid con vuestro deber; desde esos monumentos cuarenta siglos de historia os contemplan".

El ejército mameluco superaba al francés en número, en artillería y en poder naval, pero la infantería egipcia era mediocre, y la caballería mameluca no era capaz de romper los cuadros franceses. Ibrahim Bey, segundo líder mameluco, pensó usar el Nilo como foso, forzando a Napoleón a un arriesgado asalto frontal anfibio. Pero Murad despreciaba a los invasores y cruzó el Nilo impetuosamente, cargando más allá del alcance de su propia artillería. Los orgullosos mamelucos fueron destrozados por las descargas de la infantería francesa. Todo acabó en un par de horas.

En el nombre de Alá

Ordenó construir hospitales, exterminó las jaurías de perros callejeros, organizó la recogida de basuras e introdujo el alumbrado público
Cuando Bonaparte entró en El Cairo se encontró con una ciudad de 250.0000 habitantes, caótica y deprimida. Los viajeros hablaban de "calles estrechas, sin pavimentar y sucias, casas oscuras a menudo en ruinas, incluso los edificios públicos parecen mazmorras. Las tiendas son poco mejores que los establos, el aire está lleno de polvo y del hedor de la basura". Bonaparte ordenó construir hospitales, exterminó las jaurías de perros callejeros, organizó la recogida de basuras... Hasta introdujo el alumbrado público.
Para atraerse a las élites intentó crear un Diván o consejo de gobierno. En sus proclamas –editadas en una imprenta de tipos árabes confiscada al papa, la primera que se usó en Egipto– invocaba a Alá y en alguna ocasión llegó a ponerse un vestido árabe.
Pero los egipcios recelaban del dominio francés y la mayoría de la población era hostil. Un nuevo impuesto sobre la propiedad, sumado a un censo que dificultaba escapar a los recaudadores, contribuyó a exaltar los ánimos. Así, cuando el sultán otomano llamó a la guerra santa, estalló la revuelta en forma de caza de europeos. Bonaparte respondió con una represión implacable: cañoneó la ciudad, saqueó la mezquita de Al-Azhar e hizo decapitar a ochenta de los cabecillas del motín.

Una expedición fracasada

Napoleón siempre recordaría la expedición de Egipto como una aventura romántica y exótica, a la manera de Alejandro Magno. Pero lo cierto es que, en términos militares, fue un fracaso. La flota británica, mandada por Nelson, sorprendió a los franceses en la rada de Abukir y destruyó totalmente su armada. El general Desaix emprendió una fatigosa campaña Nilo arriba persiguiendo a Murad, que finalmente se pasó al bando francés.
En febrero de 1799, Bonaparte se internó en Siria buscando un choque decisivo con los otomanos. Las tropas, tras extenuantes travesías por el desierto, debieron luchar duramente para tomar plazas como El Arish y Jaffa. En esta última, Bonaparte cometió uno de los actos que más han empañado su reputación: la ejecución de tres mil prisioneros turcos a los que no podía alimentar, pero tampoco liberar porque si lo hacía volverían a enfrentarse a él. Su ejército llegó hasta San Juan de Acre, plaza defendida por turcos y británicos que resistió todos los asaltos franceses. El 21 de mayo, Napoleón tuvo que retirarse y aunque organizó una entrada triunfal en El Cairo, todos sabían que la expedición había sido un fracaso.
Semanas después, a Bonaparte se le presentó la ocasión de resarcirse. En julio, los turcos desembarcaron un ejército en la bahía de Abukir, al mando de Sayd Mustafá Pachá. El ejército otomano era superior en número, pero una carga de caballería del general Murat sembró el pánico en sus filas. Muchos intentaron salvarse nadando hacia los buques británicos. Pese a la victoria, la situación francesa no era buena: seguían varados en Egipto, sin poder volver por mar a Francia a causa del bloqueo de la armada británica y turca, a la que incluso se sumaron los rusos. Una flota española de veintiún buques que iba a ayudar a Napoléon fue también bloqueada por los británicos.
Napoleón: destierro y muerte en Santa Elena
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Los periódicos europeos que llegaron al campamento francés hablaban de la desesperada situación de Francia: los rusos habían entrado en Italia y destruido los logros obtenidos por Napoleón, Francia estaba a punto de ser invadida y el Directorio se mostraba inoperante. Bonaparte decidió regresar como fuera y la noche del 22 de agosto se embarcó en Alejandría rumbo a Europa.

De hecho, Bonaparte estaba desertando de su puesto, un delito punible con la muerte, y lo cierto es que sus tropas se sintieron traicionadas. Ni siquiera se despidió del general Kléber, al que había designado sucesor, temiendo sus reproches. Napoleón llegó a Francia el 9 de octubre de 1799. Un mes más tarde, el 18 de brumario según el calendario de la Revolución, ya era el amo de Francia. Egipto y la India sólo fueron un sueño.

Para saber más

Napoleón en Egipto. Paul Strathern. Planeta, Barcelona, 2009.
El Nilo azul. Alan Moorhead. Serbal, Barcelona, 1986.
Napoleón: el camino hacia el poder. Philip Dwyer. La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.

Alejandría


La fatídica campaña de Napoleón en Rusia

Hambrientos, exhaustos y ateridos: así volvieron los supervivientes de la Grande Armée, el Gran Ejército francés, al término de una de las campañas más audaces de Napoleón, que resultó fatídica para la suerte de su Imperio.
En 1810, Napoleón se encontraba en la cima de su poder. Sus ininterrumpidas victorias en el campo de batalla le habían convertido en dueño de Europa. Sin embargo, el zar Alejandro I, sin romper de forma clara con Francia, se negaba cada vez más abiertamente a seguir los dictados del emperador. Napoleón decidió entonces invadir el Imperio del zar con un colosal ejército formado por más de 600.000 hombres.

Moscú, reducida a cenizas
El 7 de septiembre de 1812 (26 de agosto según el antiguo calendario ruso), el ejército de Napoleón derrotó a las tropas rusas dirigidas por Kutuzov en la sangrienta batalla de Borodino, que se cobró un saldo de 75.000 bajas entre imperiales y rusos. La victoria abrió a los franceses el camino hacia Moscú.
El 14 de septiembre, las tropas napoleónicas entran en Moscú. En la misma noche de la ocupación francesa se declararon los primeros fuegos del pavoroso incendio que en los siguientes cuatro días arrasó la antigua capital de Rusia. El zar no estaba dispuesto a transigir y, siguiendo la estrategia de sus generales, decidió privar a Napoleón de la victoria que podía suponer la toma de Moscú.

Napoleón quedó en una situación precaria. Lejos de sus bases logísticas, con sus líneas de comunicación vulnerables y el invierno en ciernes, el emperador, alojado en el Kremlin y otras residencias, pasó cinco semanas esperando un gesto de Alejandro que nunca llegó. El riguroso invierno y las enormes distancias terminarían de transformar la aventura rusa de Napoleón en un completo desastre



Guerras napoleónicas :

Almirante Nelson en Trafalgar Square
Uno de los héroes de Gran Bretaña, el almirante Nelson, tiene su estatua en la famosa Trafalgar Square de Londres.
Foto: AP

Supremacía marina

La victoria inglesa abanderada por Nelson no solo frutró la invasión francesa a Gran Bretaña, sino que permitió a este país asentar su dominio de los mares hasta la Segunda Guerra Mundial.
Foto: Wikimedia Commons
Distintos objetivos en sus disparos
Las dotaciones británicas estaban muy bien adiestradas, y sus mandos llenos de iniciativa y decisión. Parte de sus disparos se dirigían al casco del barco enemigo para destruir las troneras desde las que disparaban los cañones y barrer las cubiertas, a diferencia del fuego de los artilleros frnaco-españoles, que solían apuntar a los mástiles para derribarlos e inmovilizar las naves contrarias. Nicholas Pocock plasmó de esta cruenta manera la batalla de Trafalgar.
Foto: Wikimedia Commons

La muerte de Nelson en la batalla
El 21 de octubre de 1805 murió un héroe inglés. Nelson fue herido a las 13:25 pero no murió hasta las 16:30, aproximadamente, ya conocedor de la victoria. Denis Dighton plasmó de esta manera el momento en que el almirante cayó herido en la lucha.
Foto: Wikimedia Commons
Valor en ambos bandos
Tras perder una pierna por un cañonazo, el comandante Churruca pidió un barril de arena para cortar la hemorragia y mantenerse erguido. En este fantástico óleo de J. M. W. Turner se recrea con crudeza la lucha, una de las mayores batallas navales de la historia.
Foto: Wikimedia Commons


Napoleón
Retrato de Napoleón con manto de coronación (c. 1805), óleo de François Gérard.
© AP PHOTO / LOUISIANA STATE MUSEUM / GTRES
El día en que Napoleón secuestró al papa de Roma

Dispuesto a imponer su ley en toda Europa, en 1809 el emperador no dudó en arrestar al papa Pío VII y confinarlo en Francia hasta 1814, año en que fue liberado por los austríacos.

El concordato
Firma del concordato entre el papa Pío VII y Napolén Bonaparte, en 1801. Por el se reconocía que el catolicismo era «la religión de la mayoría de los franceses», aunque a cambio el papa tuvo que aceptar, entre otras cosas, que los clérigos jurasen lealtad al Estado.
IBERFOTO / PHOTOAISA
Una jaula de oro
Este lujoso dormitorio del palacio de Fontainebleau, en Francia, lo ocupó el papa Pío VII entre 1812 y 1814 mientras fue prisionero de Napoleón.
AKG / ALBUM
El todopoderoso emperador
Napolén quiso hacer de París la nueva Roma. El emperador en un grabado de un libro publicado en 1909.
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19 de noviembre de 2015
El día en que Napoleón secuestró al papa de Roma

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En enero de 1808, prácticamente toda Italia estaba bajo el dominio, directo o indirecto, del emperador Napoleón. Tan sólo el papa, como soberano de los Estados Pontificios que se extendían por el centro de la Península, mantenía visos de independencia frente al todopoderoso amo de Europa. Por eso, cuando el general François de Miollis, al mando de un ejército de 6.000 hombres, solicitó permiso para cruzar pacíficamente el Estado papal en su camino al reino de Nápoles, Pío VII fue presa del temor. ¿Podía acaso fiarse el papa de la buena fe del general? Y aunque no se fiase, ¿podría negarse, rodeado como estaba por territorios napoleónicos?

Tensiones con el papado

Pío VII recordaba bien lo que le había ocurrido a su predecesor, Pío VI, cuando en 1797 los ejércitos revolucionarios franceses invadieron Italia, detuvieron al pontífice y lo deportaron a Francia. Allí falleció tres años más tarde. Tras ello, un puñado de cardenales lograron reunirse en Venecia y escogieron al cardenal Chiaramonti, pariente lejano de Pío VI, como nuevo papa con el nombre de Pío VII. El nuevo pontífice parecía en sintonía con los nuevos aires revolucionarios, pues cuando aún era cardenal había pronunciado una homilía de Navidad en la que afirmó: «Las virtudes cristianas convierten a los hombres en buenos demócratas [...] la igualdad no es una idea de filósofos, sino de Cristo [...] Y no debéis creer que la religión católica está contra la democracia».

Entretanto Napoleón Bonaparte, deseoso de consolidar su régimen, buscó el apoyo de la Iglesia católica mediante la firma de un concordato. En éste, el papa obtuvo ciertas concesiones, aunque el acuerdo favorecía sobre todo a Napoleón, lo que enardeció a los católicos conservadores: «Per conservare la fede [la fe], Pio VI perdé la sede; per conservare la sede, Pio VII perdé la fede». Algunos obispos franceses se negaron en redondo a obedecer y provocaron un cisma. Pese a ello, el concordato parecía zanjar todo conflicto entre Francia y el papado, y Pío VII creyó que no iba a correr el destino de su antecesor.
Obligó al papa a acudir a París a su coronación como emperador para luego humillarlo coronándose a sí mismo
Sin embargo, la ambición sin límites de Napoleón hizo que enseguida reaparecieran las tensiones. En 1802, el emperador promulgó una legislación que colocaba a la iglesia francesa bajo el control total del Estado, y dos años más tarde llevó su prepotencia hasta el punto de obligar al papa a acudir a París a su coronación como emperador para luego humillarlo coronándose a sí mismo. Napoleón intentó retener al pontífice en Francia, pero éste le advirtió de que en tal caso los cardenales tenían órdenes de considerar que había renunciado a su cargo y escoger otro papa. En 1806, cuando Pío VII intentó quedarse fuera del bloqueo continental contra Gran Bretaña alegando que como papa debía ser neutral, Napoleón le escribió: «Su Santidad es soberano de Roma, pero yo soy el emperador; todos mis enemigos han de ser los suyos».

El papa bajo arresto

Así se llegó a los acontecimientos de enero de 1808. El avance del ejército de Miollis hacia Roma se hizo siguiendo las instrucciones que Napoleón dio a su hermano José, entonces rey de Nápoles. El 2 de febrero, las tropas imperiales entraron en la Ciudad Eterna, tomándola por sorpresa y sin apenas disparar un tiro. Pío VII se retiró al palacio del Quirinal y lo fortificó con las escasas tropas que le seguían siendo fieles, la Guardia Noble y la Guardia Suiza. Partes del territorio pontificio fueron anexionadas al reino de Italia. Pero ni siquiera con eso tenía suficiente el emperador.

Un año más tarde, tras su inesperada derrota en la batalla de Essling, Napoleón quiso dar impresión de fuerza y el 27 de mayo de 1809 decretó la anexión a Francia del territorio papal restante. El papa podía seguir residiendo en Roma y recibiría un estipendio anual de dos millones de francos. Esta vez Pío VII decidió alzar la voz. El 10 de junio, promulgó la bula Quam memorandum, en la que, sin mencionar expresamente a Napoleón, excomulgaba a los ladrones del patrimonio de San Pedro. A continuación estallaron disturbios en Roma contra la ocupación militar extranjera, que los franceses se apresuraron a sofocar.

Fue entonces cuando Napoleón, indignado por haber sido excomulgado, ordenó el arresto del pontífice. En la noche del 5 al 6 de julio de 1809, el general de la gendarmería Étienne Radet encabezó una variopinta fuerza de un millar de soldados, policías y reclutas de la recién creada Guardia Cívica de Roma. Los guiaba un antiguo empleado al que habían despedido por ladrón.
Napoleón convocó un concilio en París, pero se llevó una desagradable sorpresa porque los prelados apoyaron a su pontífice
Tras esperar a que el papa apagase la luz, hacia las dos de la madrugada saltaron los muros y entraron en el Quirinal, forzando puertas y ventanas. El papa ordenó no ofrecer resistencia, se vistió apresuradamente y recibió a Radet. Cuando éste le exigió que renunciara a la soberanía sobre los Estados Pontificios y anulara la bula de excomunión, Pío VII respondió: «Non possiamo, non dobbiamo, non vogliamo», es decir: «No podemos, no debemos, no queremos».

Como el papa se negaba a someterse, Radet procedió a su deportación a Francia. Pío VII apenas tuvo tiempo de reunir el equipaje más indispensable y ordenar que destruyesen su anillo, temiendo que lo usase algún usurpador. El largo viaje fue duro para un anciano de 67 años de salud frágil. Cerca de Siena, el carruaje volcó y Pío VII acabó en el barro. Llegó a su destino, Savona, cerca de Génova, a finales de año. Allí fue bien atendido, e incluso estableció una relación amistosa con su carcelero, Antoine Brignole-Sale, prefecto de Montenotte. En septiembre de 1809, Miollis fue recompensado con el título de conde del Imperio y Radet fue nombrado barón. Años después, cuando le preguntaron qué había sentido al arrestar al papa, respondió que todo había sido normal hasta que él y el papa se miraron a los ojos. «En ese momento, mi Primera Comunión apareció ante mis ojos».

Una vez en su poder, Napoleón intentó atraer al papa a su causa, pero éste se mostró irreductible. Se negó a tocar los dos millones que le habían ofrecido, rechazó a los obispos designados por el emperador y no quiso reconocer su divorcio de Josefina ni su nuevo matrimonio con María Luisa de Austria. Entonces Napoleón convocó un concilio en París, pero se llevó una desagradable sorpresa porque los prelados apoyaron a su pontífice. Al cabo de tres meses, Napoleón tuvo que disolver el concilio.

El regreso a Roma

En mayo de 1812, justo antes de la invasión de Rusia, Napoleón decidió trasladar a su prisionero al palacio de Fontainebleau, temiendo que los británicos pudieran liberarle en un golpe de mano. Al cruzar los Alpes, Pío VII cayó tan enfermo que le administraron la extremaunción, pero sobrevivió. Llegó a Fontainebleau el 20 de julio, donde volvió a caer enfermo. En enero de 1813, Napoleón lo visitó en un intento de forzarlo a firmar un nuevo concordato que lo convertiría en un títere francés. Pío cedió, pero se retractó poco después.
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El 23 de enero de 1814 Napoleón puso a Pío VII en libertad, pensando que así frenaría las intrigas del general Murat, rey de Nápoles, con los aliados. Pero como Pío no quiso dejarse manipular, Napoleón procedió a arrestarlo de nuevo y deportarlo de un lado para otro. Finalmente, el pontífice fue liberado por los austríacos cuando se hallaba en Parma. El 6 de abril, Napoleón abdicaba y el 24 de mayo Pío VII hacía una entrada triunfal en Roma, donde moriría en 1823.
Para saber más
Pío VII, un papa frente a Napoleón. A. M. Moral. Sílex, Madrid, 2008.

Napoleón Bonaparte, el emperador de España

En octubre de 1808, el emperador francés se puso al frente de un ejército para recuperar el dominio sobre España. Tras tomar Burgos y vencer en Somosierra, hizo una entrada triunfal en Madrid

Napoleón: destierro y muerte en Santa Elena

Napoleón murió en 1821 en la isla de Santa Elena, en el océano Atlántico, donde fue deportado tras la derrota de la "Grande Armée" en Waterloo, el 18 de junio de 1815



Napoleón

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Napoleón Bonaparte nació en la isla de Córcega (Ajaccio, 1769), en pleno mar Mediterráneo, y murió el 5 de mayo de 1821, en la retirada isla de Santa Elena, en medio del oceáno Atlántico, donde fue desterrado por los británicos tras derrotarle en la batalla de Waterloo, en Bélgica, el 18 de junio de 1815. En el período comprendido entre su estancia en ambas islas, unos 36 años, el general Napoleón, que vivió la Revolución Francesa a los 20 años de edad, se convirtió en un excelente estratega gracias a sus fulgurantes campañas en la Europa continental, que le han situado a la altura de otros líderes militares como Alejandro Magno, Julio César y Carlomagno.Pero Napoleón también fracasó en numerosas ocasiones: en la campaña de Egipto y Siria, a pesar de que se descubrió la piedra de Rosetta; en la batalla de Trafalgar; en la batalla de Bailén y en la de Vitoria; en la campaña de Rusia; en la batalla de Leipzig, y, por último, en Waterloo, donde se rindió a los británicos, quienes le deportaron a la lejana Santa Elena.

El clima insalubre de Santa Elena

El Northumberland, un navío de guerra de la Royal Navy al mando del almirante Cockburn, transportó a Napoleón a la isla volcánica de Santa Elena, que pertenecía a la Compañía de las Indias Orientales, donde fue confinado en un peñasco azotado por vientos impetuosos y expuesto a lluvias copiosas o a un sol que caía a plomo. El 17 de octubre de 1815 desembarcó en la isla y durante las primeras semanas se alojó en una pequeña habitación, situada bajo un granero, en una casa de campo llamada Briars, al cuidado de la acogedora familia de William Balcombe, un comerciante local, con cuya hija entabló una amistad. Betsy, de 13 años de edad, era el único miembro de la familia que sabía hablar francés.
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La salud de Napoleón empeoró con su traslado a Longwood House, una vivienda expuesta a un clima insalubre, que se convirtió en su último asilo en la isla. La muerte se debió, según la autopsia, a un cáncer de estómago, aunque existe la creencia de que pudo ser víctima de un envenenamiento con arsénico. Las últimas investigaciones corroboran el diagnóstico original, ya que su padre y una de sus hermanas también fallecieron por el mismo motivo. Napoleón fue enterrado en Santa Elena hasta que sus restos fueron repatriados en 1840.



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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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