viernes, 16 de marzo de 2018

REVOLUCIÓN FRANCESA : HISTORIA.- NATIONAL GEOGRAPHIC.- Luis XV, el rey libertino que preparó la revolución .- La fuga de Luis XVI y su captura en Varennes.-El proceso de Luis XVI .- La guillotina: el invento infernal de la Revolución Francesa...........

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos informa con una amplia y variada presentación de imágenes de lo que fue la Revolución Francesa, pero si recuerdo cuando estudiaba en el Instituto Nacional Agropecuario N°32, de Ayabaca(hoy desaparecido), mi profesor de Historia Universal, quien era un apasionado de la Historia, y hacía conocer el elevado costo de vidas que significó el inicio de la Revolución Francesa que significó un cambio en casi todo el mundo hasta entonces vivía un feudalismo feroz, explotador y denigrante para el ser humano y se pasó al poder la burguesía, que abandonaba las monarquías absolutistas y se transformaban en monarquías constitucionales.
Francia, el país abanderado de la Revolución, tenía el pensamiento de la ilustración, basados en los principios de la Razón, la Igualdad y La Libertad; para lograrlo  tuvo que sufrir muchas muertes de personas involucradas y lo hicieron o perecieron en la guillotina, que se hacía en plazas públicas ante enfervorizadas masas de gente que según ellos ajusticiaban a los explotadores.
La Revolución Francesa, se inicia con la toma de la Bastilla el 12 de julio de 1,789, siendo el gobernante el rey absolutista Luis XVI, que murió ajusticiado en la guillotina el 21 de enero de 1,793. Su esposa la reina María Antonieta, fue ejecutada el 16 de octubre de 1,793.
Lamentablemente, después de la abolición del absolutismo como forma de gobierno, hubo muchas muertes entre republicanos y absolutistas, hasta que llegó el General Napoleón Bonaparte, quien se impuso con el golpe de estado 09 noviembre de 1,799, estableciendo lo que se llamó el Gobierno de los Cónsules, que establecieron la Constitución del Año VIII, con poderes autoritarios.
El 18 de mayo de 1,804, se proclama el Primer Imperio, y desaparece la república, sustento de la Revolución Francesa.
Quizás el mayor aporte de la Revolución Francesa(1,789 - 1,799);  fue La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente, el 26 de agosto de 1,789.

Napoleón Bonaparte, Primer Cónsul.
Wikipedia.
https://es.wikipedia.org/wiki/Revoluci%C3%B3n_francesa

La guillotina
Wikipedia
https://es.wikipedia.org/wiki/Guillotina

Napoleón Bonaparte
Emperador de los franceses
Copríncipe de Andorra
Rey de Italia
Protector de la Confederación del Rin
Jacques-Louis David - The Emperor Napoleon in His Study at the Tuileries - Google Art Project.jpg
Retrato de Napoleón en su gabinete de trabajo, en el palacio de las Tullerías. Jacques-Louis David, 1812.
Emperador de los franceses
Copríncipe de Andorra
18 de mayo de 1804-3 de abril de 1814[1]​/11 de abril de 1814[2]
PredecesorCharles-François Lebrun
(como Tercer Cónsul)
SucesorLuis XVIII
(como rey de Francia y de Navarra)
20 de marzo de 1815-22 de junio de 1815
PredecesorLuis XVIII
(como rey de Francia y de Navarra)
SucesorNapoleón II[3]
Información personal
TratamientoSu Majestad Imperial
Coronación2 de diciembre de 1804, Notre Dame de París
Nacimiento15 de agosto de 1769
Bandera de Francia Ajaccio, Córcega, Francia
Fallecimiento5 de mayo de 1821 (51 años)
Bandera de Reino Unido Santa Elena, Reino Unido
EntierroLos Inválidos
Familia
DinastíaBonaparte
PadreCarlo Bonaparte
MadreMaría Letizia Ramolino
ConsorteJosefina de Beauharnais
María Luisa de Austria
DescendenciaNapoleón II
Carrera militar
Apodo«El Pequeño Cabo» (le Petit Caporal)
LealtadFlag of France.svg Francia
CondecoracionesRed ribbon bar - general use.svg
Cruz de la Legión de Honor
Conflictos

FirmaFirma de Napoleón Bonaparte
Imperial Coat of Arms of France (1804-1815).svg
Escudo de Napoleón Bonaparte
WIKIPEDIA
https://es.wikipedia.org/wiki/Napole%C3%B3n_Bonaparte
http://www.bbc.com/mundo/noticias-41365444
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-guillotina-el-invento-infernal-de-la-revolucion_8737
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-revolucion-francesa-el-fin-del-antiguo-regimen_6774
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/14-de-julio-de-1789-la-toma-de-la-bastilla_6776
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-fuga-de-luis-xvi-ysu-captura-en-varennes_6757
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/maria-antonieta-fue-guillotinada-hace-220-anos_7686
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/luis-xv-el-rey-libertino-que-preparo-la-revolucion_9390
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/el-proceso-de-luis-xvi_6859
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/rousseau-murio-hace-235-anos_7443
https://es.wikipedia.org/wiki/Revoluci%C3%B3n_francesa
https://es.wikipedia.org/wiki/Declaraci%C3%B3n_de_los_Derechos_del_Hombre_y_del_Ciudadano
https://es.wikipedia.org/wiki/Napole%C3%B3n_Bonaparte

En 1789, el médico Joseph Ignace Guillotin propuso un nuevo artefacto para que los condenados a muerte fuesen ejecutados sin sufrimiento y sin discriminación de clase

Eugène Delacroix - La Libertad guiando al pueblo

Joseph Ignace Guillotin
Retrato del impulsor de la guillotina. Óleo. Siglo XVIII. Museo Carnavalet, París.
WHITE IMAGES / SCALA, FIRENZE

Ejecución de Luis XVI
El rey fue ejecutado en una guillotina instalada en la plaza de la Concordia de París, en enero de 1793. Siglo XVIII. Museo Carnavalet, París.
BULLOZ /RMN-GRAND PALAIS

Símbolo temible
Este grabado inglés de 1819 representa a un "reformador radical" dispuesto a degollar a todos los políticos de Westminster.
BRIDGEMAN / INDEX
15 de enero de 2015

La guillotina: el invento infernal de la Revolución
Los hombres y las mujeres del pueblo eran ejecutados mediante métodos brutales, como la horca, el descuartizamiento o la hoguera
Durante el Antiguo Régimen, las autoridades trataban de conseguir la obediencia a la ley y al rey absoluto a cualquier precio, y para ello recurrían a una justicia ejemplarizante, pensada para atemorizar y escarmentar en carne ajena a la población. Un elemento fundamental de este sistema era la pena de muerte, que se aplicaba de forma habitual y además iba precedida de horribles suplicios para el reo, con el pretexto de arrancarle una confesión.
Se trataba de un castigo profundamente desigual. Por un lado, los aristócratas estaban exentos de la tortura o el maltrato físico o psíquico, y cuando eran condenados a muerte sufrían decapitación, un método rápido y aparentemente indoloro (si lo realizaba una mano experta). En cambio, los hombres y las mujeres del pueblo eran ejecutados mediante métodos brutales, como la horca, el descuartizamiento o la hoguera. Estas ejecuciones solían ir precedidas por las torturas que el juez estimase necesarias y que se llevaban a cabo en público, desde la flagelación y el tormento de la rueda hasta la ruptura de todos los huesos largos del cuerpo o el atenaceamiento, arrancar trozos de carne de diversas partes del cuerpo con unas tenazas.

La pena de muerte a debate

Durante el siglo XVIII, con el triunfo de la Ilustración, muchos juristas y hombres de letras denunciaron el recurso a la tortura, las penas desproporcionadas y los privilegios de la aristocracia; algunos llegaron a pedir la abolición de la pena de muerte. Se puede destacar en este sentido el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (1763) y De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria (1764). Todos ellos inspiraron la obra de la Revolución francesa de 1789. Una de las primeras tareas que emprendió la Asamblea Nacional Constituyente fue la elaboración de un código penal acorde con los principios del derecho natural, y fue en ese contexto en el que se planteó el debate sobre la pena de muerte.
El 10 octubre de 1789, un médico de 50 años llamado Joseph Ignace Guillotin presentó una propuesta para establecer la igualdad ante la ley también en los asuntos de derecho penal: «Los delitos del mismo género se castigarán con el mismo género de pena, sean cuales sean el rango o condición del culpable», afirmaba. Este principio, que ahora parece natural, era revolucionario en Francia y tardó años en ser aprobado en el resto de países.

El mecanismo de Guillotin
Guillotin no ponía en cuestión la pena capital. Su propuesta consistía en igualar las penas y a la vez humanizar su aplicación. Para ello, propuso extender el método de la decapitación, hasta entonces privilegio de la aristocracia, a los reos de todas las clases sociales. Al mismo tiempo, a fin de evitar los inconvenientes y errores que a menudo cometían los verdugos en el uso del hacha o de la espada, proponía emplear un aparato «cuyo mecanismo cortaría la cabeza en un abrir y cerrar de ojos». La referencia de Guillotin a este «mecanismo» de decapitación dio enseguida mucho que hablar, pero es errónea la creencia común de que él fue el inventor de lo que conocemos como guillotina. Desde al menos el siglo XVI se utilizaban artilugios parecidos en diversos países de Europa, si bien no parece que fueran muy habituales, y en todo caso estaban reservados a los reos de clase alta. Guillotin pensaba seguramente en la posibilidad de perfeccionar uno de ellos, tarea que finalmente recaería en otro personaje.
3º. A todo condenado se le cortará el cuello». De este modo, la igualdad ante la ley se extendía también a la cuestión penal
En el marco de los debates sobre el nuevo código penal, el 30 mayo de 1791 el diputado Louis-Michel Lepeletier de Saint-Fargeau dio un paso más allá y propuso sin más la abolición de la pena de muerte. Su amigo Robespierre fue de los pocos (se podrían contar con los dedos de una mano) que apoyaron esta medida humanitaria. Pero el esfuerzo de ambos fue inútil: el 1 de junio de 1791, la inmensa mayoría de los diputados votó por la pena capital. Lepeletier de Saint-Fargeau no se desanimó y dos días más tarde propuso la adopción del principio de igualdad también ante la pena capital: «A todo condenado a muerte se le cortará la cabeza». La redacción final del código, aprobado el 25 de septiembre de 1791, dice en sus artículos 2º y 3º: «2º. La pena de muerte consistirá en la simple privación de la vida, sin que nunca se pueda ejercer ninguna tortura hacia los condenados. 3º. A todo condenado se le cortará el cuello». De este modo, la igualdad ante la ley se extendía también a la cuestión penal.

Eficacia mortífera

En marzo de 1792, la Asamblea Legislativa, en cumplimiento del nuevo código penal, encargó al médico cirujano Antoine Louis, secretario perpetuo de la Academia de Cirugía, la elaboración definitiva del nuevo aparato para realizar las ejecuciones. Louis y su colaborador Tobias Schmidt, un fabricante de arpas alemán, crearon un artilugio que se inspiraba en los aparatos similares que habían funcionado en otros países europeos, pero mejorando su diseño y su funcionalidad con el objetivo de aminorar al máximo el dolor. La aportación principal de Louis fue el modelo de hoja con filo oblicuo, «para que corte limpiamente y alcance su objetivo», según afirmó él mismo. Sin embargo, tanto Louis como Guillotin terminaron lamentando que su nombre quedara asociado a la nueva invención, que pronto fue conocida como louison o louisette y, más comúnmente, guillotina.
El prototipo estuvo construido en dos semanas, y enseguida se probó en cadáveres de animales y de personas. Finalmente, la guillotina se instaló en la plaza de Grève, frente al Ayuntamiento de París, y fue allí donde el 25 de abril de 1792 Nicolas-Jacques Pelletier, condenado por robo a mano armada, se convirtió en el primer ejecutado mediante el nuevo procedimiento. El artilugio parecía destinado a suplir a los verdugos en estos casos de delincuencia o criminalidad común. Pero apenas unos meses después, el 21 de agosto de 1792, fueron llevados ante la guillotina dos reos políticos: dos servidores de Luis XVI, que había sido depuesto del trono tras la insurrección del 10 de agosto, a los que se acusaba de actividad «contrarrevolucionaria». Desde ese momento, bajo un régimen de gobierno revolucionario que duraría hasta la caída de Robespierre casi dos años más tarde, la guillotina se convirtió en el instrumento –y el símbolo– de la política de «terror» que la Revolución desencadenó contra sus enemigos interiores –los aristócratas y otros partidarios del Antiguo Régimen– y como reacción frente a la amenaza de las potencias absolutistas vecinas.

Las cifras del Terror
Durante este período, el total de condenas de muerte y de ejecutados con la guillotina en toda Francia fue de 16.594 personas. De estas, 2.622 fueron ejecutadas en París, principalmente en la guillotina que se colocó en la actual plaza de la Concordia; allí serían ejecutados tanto Luis XVI y María Antonieta como el mismo Robespierre, tras el golpe de Termidor. Tal fue el balance del llamado Terror legal, en el que hay que ver un intento de controlar y centralizar la violencia política más generalizada que también se ejerció en esos años y que se calcula que ascendió a entre 35.000 y 40.000 víctimas, incluyendo las violencias populares, las ejecuciones sumarias o las muertes en las cárceles.
Terminado el Terror, la guillotina no cayó en desuso. Siguió empleándose bajo el directorio, Napoleón y todos los regímenes posteriores durante casi dos siglos. La última ejecución mediante este método se produjo en 1977, antes de la abolición de la pena de muerte cuatro años más tarde.

Para saber más

La guillotina y la figuración del terror. D. Arasse. Labor, Barcelona, 1989.
Atlas histórico de la Revolución Francesa. I. Castells y J. Tafalla. Síntesis, 2011

La Revolución Francesa: el fin del Antiguo Régimen

Acabó con el Antiguo Régimen y consagró la libertad y la igualdad ante la ley, bases del actual Estado de derecho. Con ella se inicia la Edad Contemporánea.

bastilla
16 de noviembre de 2012

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Fotografías
Más información

La Revolución Francesa de 1789 representó el fin de un mundo, lo que luego se llamaría Antiguo Régimen, y el inicio de otro, una época moderna que en cierto modo sigue siendo la actual. Luis XVI encarnó en su tragedia personal la contradicción irresoluble entre las dos épocas. Convencido de que reinaba sobre los franceses en virtud de un derecho divino, y que por tanto no tenía que rendir cuentas de sus actos ante nadie, Luis se enfrentó a una situación totalmente nueva que nunca llegó a comprender, debatiéndose entre su personalidad afable y acomodaticia y el parecer de sus consejeros más autoritarios, entre ellos su esposa María Antonieta.

Aceptó de mala gana la convocatoria en 1788 de una asamblea estamental para discutir la crisis financiera de la monarquía, pero no creyó que la iniciativa fuera a tener consecuencias. Así, cuando se produjo el asalto popular contra la Bastilla, verdadero detonante de la Revolución, no consideró que el episodio tuviera suficiente importancia como para anotarlo en su diario personal. Los hechos enseguida le hicieron ver su error.


Unas semanas después, el palacio de Versalles era invadido por la masa revolucionaria, y Luis y María Antonieta eran llevados a París, donde se vieron obligados a actuar como reyes constitucionales. Tras el fracaso de su intento de huida en 1791, la hostilidad contra la monarquía se acentuó, hasta la insurrección de 1792 y la puesta en marcha del Terror revolucionario, una de cuyas primeras víctimas fue el mismo Luis XVI, guillotinado en 1793. Con esta ejecución y la proclamación de la República, los revolucionarios creían haber puesto fin a lo que veían como una larga época de opresión del pueblo por los reyes y la aristocracia, inaugurando una era de libertad, de igualdad y de fraternidad, como rezaba la principal máxima inspiradora de la revolución.
En la práctica, el desarrollo de la Revolución estuvo lejos de los sueños idealistas de los pensadores ilustrados. La guerra exterior, la lucha de partidos y la persecución implacable del adversario en el interior crearon una situación insostenible, que sólo se remedió con el establecimiento de un nuevo tipo de monarquía, la de Napoleón.

14 de julio de 1789, la toma de la Bastilla

La airada población de París se lanzó al asalto de la prisión de la Bastilla, una antigua fortaleza que se había convertido en símbolo del despotismo real. Su caída en manos del pueblo constituyó el vibrante comienzo de la Revolución Francesa.

La Toma de la Bastilla, inspiración para muchos artistas
En 1793 Charles Thévenin plasmó de esta manera la Toma de la Bastilla. Muchos otros pintores, escritores, escultores, etcétera tomaron esta revolución popular como inspiración para crear sus obras.
Foto: WikiCommons

La visión de Perrault sobre la Toma de la Bastilla
Ese día una muchedumbre asaltó una fortaleza real en las afueras de París.  Así lo plasmó en el cuadro sobre la Toma de la Bastilla, Henri Paul Perrault en 1928.
Foto: WikiCommons
La Bastilla en blanco y negro
Dibujo de la Bastilla tomado de la publicación "Geschichtsbilder" del año 1896.  Dos días antes de la toma de la Bastilla, unas 3.000 personas se concentraron en los jardines del Palais Royal, y desfilaron en una manifestación que recorrió la ciudad al modo de una procesión fúnebre.
Foto: WikiCommons

Una acuarela muy reciente
Pasadas las 5 de la tarde, el gobernador Launay mandó abrir las puertas y la guarnición se rindió. Esta acuarela sobre la Toma de la Bastilla de París, pintada por Jean-Pierre Houël en el año 1789, muestra la jornada cuando ni siquiera había pasado un año de la misma.
Foto: WikiCommons
16 de noviembre de 2012
14 de julio de 1789, la toma de la Bastilla


El 14 de julio de 1789, una muchedumbre se lanzó al asalto de una fortaleza real en las afueras de París. Cuando la noticia llegó a Versalles, el rey preguntó: «¿Es una revuelta?». Un ministro le contestó: «No, Sire, es una revolución».
La destitución por parte de Luis XVI de su ministro de finanzas, Jacques Necker, desencadenó una revolución. La noticia de la crisis provocó en París una verdadera conmoción. El 12 de julio, tres mil personas se concentraron en los jardines del Palais Royal, y desfilaron en una manifestación multitudinaria que recorrió la ciudad al modo de una procesión fúnebre, con banderas negras, abrigos y sombreros también negros y el busto de Necker cubierto con un velo; todos lloraban la caída del ministro en el que habían depositado sus esperanzas. En boca de todos estaban palabras nuevas como libertad, nación, tercer estado, constitución, ciudadano... Por ello, los parisinos comprendieron enseguida que la destitución de Necker era la señal de que el rey quería acabar con la transformación constitucional iniciada dos meses antes; era un «golpe de Estado», un acto «despótico» contra el que había que reaccionar.
En la ciudad reinaba por entonces un clima de miedo y hasta de paranoia, consecuencia de las malas cosechas, que provocaron graves problemas de subsistencia y que aumentaron la presencia de pobres y mendigos. Por otro lado, el rey estaba preparando una brutal represión, al movilizar las tropas en torno a la capital, con orden de ocuparla o incluso, según algunos, de arrasarla. La jornada del martes 14 de julio puso en marcha la Revolución. Al despuntar el día se difundió el rumor de que en el Hotel de los Inválidos, un hospital militar al oeste de la ciudad, se habían depositado 30.000 fusiles. El edificio cayó en manos de la muchedumbre, que requisó esa misma cantidad de fusiles y 12 cañones.


Según muchos historiadores, este fue el momento decisivo de la jornada, el instante en el que Luis XVI perdió la batalla por París y por su poder absoluto. A continuación, miles de hombres se dirigieron a la Bastilla, en el otro extremo de la ciudad, para aprovisionarse de pólvora. Finalmente, pasadas las 5 de la tarde, el gobernador Launay mandó abrir las puertas y la guarnición se rindió. La rendición fue saludada como una gran victoria, y de inmediato el episodio cristalizó en la mente popular como una gran gesta, adornada con actos heroicos, hasta convertirse en el símbolo del triunfo de la Revolución y del inicio de una nueva era de libertad.

Francia París Revolución francesa Luis XVI Versalles

La fuga de Luis XVI y su captura en Varennes

En la noche del 21 de junio de 1791, Luis XVI y su familia salieron en secreto de París, en una carroza con destino a la frontera. Cuando casi habían llegado a la meta, fueron reconocidos y arrestados

Los reyes detenidos
Detención de Luis XVI y su familia en Varennes, según un grabado un tanto imaginativo.
BRIDGEMAN

Luis de Oro
Reverso de Luis de oro acuñado bajo el reinado de Luis XVI. Biblioteca Nacional, París.
BRIDGEMAN

Las Tullerías
Tras el asalto a Versalles en 1789, Luis XVI se trasladó al palacio de las Tullerías, hoy ocupado por un parque junto al Louvre (en la imagen).
COLIN DUTTON / FOTOTECA 9 x 12

El amigo de la reina
Retrato del conde Von Fersen. Óleo por Pasch Lorenz el joven. siglo XVIII.
SCALA
10 de diciembre de 2012
La fuga de Luis XVI y su captura en Varennes
El 6 de octubre de 1789, después de que una muchedumbre asaltara el palacio de Versalles, Luis XVI decidió trasladarse con su familia a otro palacio en el mismo centro de París, el de las Tullerías. Acostumbrados al lujo y a la libertad de movimientos de que gozaban en Versalles, Luis y su esposa, la reina María Antonieta, se vieron de repente recluidos en unos apartamentos relativamente pequeños, rodeados por el tumulto de la ciudad y debiendo soportar la presencia constante de la Guardia Nacional, que más que protegerlos parecía a veces vigilarlos. Para muchos partidarios de la vieja monarquía, aquello parecía un arresto domiciliario. La prueba definitiva llegó el 19 de abril de 1791, cuando los reyes decidieron salir de París para pasar el Domingo de Ramos en su residencia campestre de Saint-Cloud y se vieron envueltos por una multitud que les impidió partir e incluso los cubrió de insultos. Tras el incidente, el rey no se recató en declarar públicamente que era un prisionero; en privado, instado por su esposa, decidió escapar.
Hacía meses que muchos nobles le habían aconsejado huir; de hecho, sus hermanos pequeños, el duque de Anjou y el conde de Artois, habían emigrado justo después de la toma de la Bastilla. El rey se había mostrado indeciso, pero no así María Antonieta, quien pese a su fama de frivolidad demostró estar forjada en un metal más duro que su marido. Decidida a escapar, buscó la ayuda del conde Axel von Fersen, un aristócrata sueco que se había ganado su confianza. Tras el fiasco de Saint-Cloud, el proyecto se puso en marcha. El plan consistía en escapar de noche y viajar de incógnito hasta la ciudad fronteriza más próxima, Montmédy, unos 287 kilómetros al este de París, en la actual frontera con Bélgica (entonces posesión austríaca); veinte horas de viaje sin pausa podían ser suficientes. Allí, el rey lanzaría una proclama para denunciar los abusos de la Revolución.
La gran escapada
A las diez de la noche del 20 de junio de 1791, la reina llevó a sus hijos a Fersen en secreto. Luego volvió al salón, como si nada hubiera sucedido. Poco después se retiró a su dormitorio, dio las instrucciones a sus doncellas para el día siguiente y se acostó. Pero nada más quedarse sola se vistió con un traje sencillo de color gris, se tapó la cara con un velo y salió por unas puertas ocultas del palacio. El rey, por su parte, debió quedarse departiendo con los cortesanos hasta las once y media de la noche. Cuando se fue a dormir, su ayuda de cámara, como era tradición, se acostó a sus pies con un cordel atado a su muñeca para que el monarca pudiera llamarlo en cualquier momento. Para despistarlo, Luis le hizo un encargo; cuando el ayuda de cámara volvió, pensó que el rey estaba dormido dentro de su cama con dosel, pero, en realidad, el monarca ya había huido. Luis, María Antonieta, sus dos hijos y Fersen se reunieron por fin a las dos de la madrugada, con dos horas de retraso. Iban en un vehículo nuevo, enorme y lujoso, en el que cabían cómodamente los cinco fugitivos más el aya de los príncipes, dos camareras, el peluquero de la reina y otros ayudantes, con baúles repletos de ropa, vajilla, botellas de vino y otros lujos. No era una comitiva precisamente discreta, pero aun así salió de París sin levantar sospechas.
La fuga se descubrió a las ocho de la mañana. Al principio, algunos intentaron hacer creer que el rey había sido raptado por contrarrevolucionarios, pero a mediodía se descubrió que Luis había dejado un documento en el que explicaba las razones de su huida. Las autoridades reaccionaron ordenando el arresto de cualquier persona que intentara abandonar el reino.
Los fugitivos viajaban bajo identidades falsas: la marquesa de Tourzel, aya de los príncipes, se hacía pasar por una aristócrata rusa, la baronesa De Korff, mientras que la reina y la hermana del rey fingirían ser sus doncellas; el rey, por su parte, era el criado Durand. Cambiaron de caballos en Bondy, a media hora de París. Allí, por voluntad del rey, se separaron de Fersen, que al marcharse gritó bien fuerte: «¡Adiós, madame De Korff!». Continuaron sin novedad hasta Châlons, adonde llegaron a las seis de la tarde. Se pararon a merendar y tuvieron una avería en una rueda, que les llevó media hora reparar, lo que hizo que llegaran a Pont-de-Somme-Vesle con dos horas de retraso, cuando las tropas que los esperaban para escoltarlos se habían marchado ya.
Los reyes avanzaron hasta llegar a Sainte-Menehould a eso de las ocho. La noticia de la huida del rey se había difundido ya y cundía la agitación entre el pueblo. Uno de los más exaltados era el maestro de postas del lugar, Jean-Baptiste Drouet, quien había visto a la reina tiempo atrás, cuando era militar. Cuando echó un vistazo al interior de la carroza reconoció a María Antonieta de inmediato y también se percató de que el supuesto criado Durand tenía los mismos rasgos que el rey, tal como se lo representaba en los billetes que circulaban por entonces.

El drama de Varennes

La carroza real logró continuar el camino, pero Drouet, tomando otra ruta, llegó antes que ellos a la siguiente etapa, el pequeño municipio de Varennes-en-Argonne, a tan sólo 50 kilómetros de Montmédy. Los fugitivos llegaron allí cuando ya era de noche y se detuvieron a las afueras. Drouet había dado la voz de alerta e hizo que el procurador, monsieur Sauce, máxima autoridad del lugar dado que el alcalde estaba ausente, examinara los papeles a los viajeros. Inicialmente, Sauce declaró que los pasaportes estaban en regla y no había motivo para retener a la carroza, pero Drouet dio un puñetazo sobre la mesa y respondió: «Son el rey y su familia, y si los dejáis marchar al extranjero seréis culpable de alta traición». Sauce se inclinó; a la espera de comprobar la identidad de los viajeros, los alojó en su propia casa. El glotón Luis XVI aceptó gustosamente el pan y el queso que la esposa del anfitrión les ofreció para reponerse.
Entonces a Sauce se le ocurrió despertar a un vecino ya mayor, antiguo juez de paz, que había estado en Versalles y que sin duda había visto al monarca; él podría resolver la duda de si aquél era verdaderamente el rey. Así sucedió. Cuando el anciano se presentó ante el rey se arrodilló y exclamó «¡Ah, Sire!»; Luis XVI no pudo, o no quiso, seguir ocultando su identidad. Declaró a todos que era el monarca y les pidió que lo dejaran continuar a Montmédy.
Justo entonces se presentó en el pueblo un destacamento de húsares alemanes dispuesto a rescatar a sablazos al rey. Pero Luis XVI temía por la seguridad de su familia y quiso esperar a que acudieran más tropas. Entrada la madrugada ya era demasiado tarde: los revolucionarios les bloqueaban el paso. Luego llegaron dos de los muchos comisarios que la Asamblea Nacional había enviado en todas direcciones para detener al rey. Luis XVI no marcharía a Montmédy, sino que regresaría con su familia a París.

El humillante regreso

Los fugitivos tardaron tres días en desandar lo que habían recorrido en veinte horas de frenética fuga. Seis mil ciudadanos armados y guardias nacionales los acompañaron durante el trayecto. El 25 de junio entraron en París, en medio de un silencio sepulcral. Según los testigos, el abúlico monarca parecía extraordinariamente tranquilo, como si nada especial hubiese pasado.
Tras la huida de Varennes, la oposición de los revolucionarios a la monarquía se hizo cada vez más virulenta. El 10 de agosto de 1792, el palacio de las Tullerías fue asaltado y un mes después se proclamó la República, mientras la familia real era encerrada en el Temple. Luis XVI sería juzgado ante la Asamblea por traición, condenado a muerte y ejecutado en la guillotina el 21 de enero de 1793. Meses más tarde, el 16 de octubre, su esposa María Antonieta también fue ajusticiada. Fersen, el artífice de la huida, no corrió mejor suerte. De vuelta en Suecia, sería linchado en 1810 por una multitud que lo acusaba de haber envenenado al príncipe heredero.

Para saber más

María Antonieta. Stefan Zweig . Editorial El Acantilado, Barcelona, 2011.
Historia de la Revolución francesa. Jules Michelet. Ikusager Ediciones, Vitoria, 2008.
Revolución francesa Luis XVI María Antonieta Monarquía

Así le cortaron la cabeza a María Antonieta

La reina destronada, tachada de frívola y despilfarradora, fue acusada de los crímenes más degradantes y ejecutada en la plaza de la Revolución, en París

María Antonieta

© FINE ART IMAGES / GTRES

16 de octubre de 2013


El 14 de octubre de 1793, la reina destronada María Antonieta, calificada de azote y sanguijuela de los franceses, abandonó su celda y compareció, pálida y fatigada, ante el Tribunal Revolucionario, en La Conciergerie, en París, considerada la antesala de la muerte. La archiduquesa de Austria fue acusada de conspirar contra Francia y de promover intrigas de toda especie, de satisfacer sus caprichos desmesurados arruinando las finanzas del país e incluso de haber mantenido una relación incestuosa con su hijo Luis Carlos, delfín de Francia. Aficionada al teatro y a los grandes bailes, a los juegos de naipes y a la moda, María Antonieta fue odiada por un pueblo acosado por el hambre.

Abucheada e insultada

La mañana del 16 de octubre de 1793 todo París se halla en las calles, en los balcones y en los tejados. María Antonieta, abucheada e insultada, se dirige al cadalso con las manos atadas a la espalda, condenada a morir en la guillotina, a los 37 años de edad, y casi nueve meses después de la ejecución de su marido, el rey Luis XVI. Cae la cabeza de la reina y el verdugo la muestra a la muchedumbre que abarrota la plaza de la Revolución -la actual plaza de la Concordia, donde nace la avenida de los Campos Elíseos- y que grita con furia: ¡Viva la República!



Luis XV, el rey libertino que preparó la revolución

En su reinado de casi sesenta años, el bisnieto de Luis XIV pasó de ser el bienamado de los franceses a convertirse en objeto de furibundas críticas por sus derroches y sus amantes

El rey libertino
Retrato de Luis XV por Gustav Lundberg. Década de 1730. Palacio de Versalles.
FINE ART / CORBIS / CORDON PRESS
La corona real
Corona de Luis XV, realizada por Laurent Ronde. Museo del Louvre, París.
E. LESSING / ALBUM
Madame du Barry
La condesa du Barry, amante de Luis XV, por Niklas Lafrensen, Museo del Louvre.
WHITE IMAGES / SCALA, FIRENZE
16 de julio de 2015
Luis XV, el rey libertino que preparó la revolución
Cuando en 1715 se eclipsó el Rey Sol, dejaba como sucesores a su biznieto de cinco años, que heredó la corona, y un sobrino con fama de disoluto, Felipe de Orleans, al que el rey encargó en su testamento la regencia. Siete años después, en 1722, el regente falleció y se proclamó la mayoría de edad de Luis XV. Fue entonces cuando los cortesanos empezaron a descubrir que tras los rasgos de arcángel y la belleza encantadora del niño rey se escondía una personalidad tortuosa e indolente que sería protagonista de uno de los reinados más controvertidos de la historia de Francia. 
Luis tuvo de niño una salud enfermiza, por lo que la etiqueta le envolvió de precauciones y le evitó el mínimo esfuerzo. Rodeado de hipócritas aduladores que competían por su favor, el joven creció como un hedonista al que todo estorbaba y aburría. A los dos años ya había perdido a su abuelo, a sus padres y a su hermano mayor; y al morir el Rey Sol se quedó solo, bajo la autoridad de su anciano preceptor, el cardenal de Fleury, en medio de una corte de luto que hervía de ambiciones. Privado de padres, de cariño y de confidentes, arrastró toda su vida un sentimiento de desamparo del que no se pudo librar jamás. 


Apenas tenía 13 años cuando el  equipo de gobierno que sustituyó a la Regencia, dirigido por el duque de Borbón, precipitó su matrimonio. Se temía que la fragilidad de la Corona despertara las ambiciones de las grandes familias aristocráticas, así que, anulando su compromiso con una infanta española de apenas ocho años, se aceleró el matrimonio del joven rey con la hija del rey polaco Estanislao, María Leszczynska, en 1725. 

Las tentaciones de Versalles

Durante los primeros meses de matrimonio, el rey fue un marido atento y galante, fascinado por aquella joven siete años mayor que él que le facilitó una vacuna a la angustia que atormentaba su carácter. Tanto se encaprichó con la reina que, temiendo perder su influencia, el cardenal de Fleury arrancó del joven rey el compromiso de abstenerse del uso matrimonial durante cierto tiempo, al mismo tiempo que le buscaba una favorita manejable y ajena a la política. En una ocasión, el duque de Borbón rogó a la soberana que le organizara un encuentro privado con el monarca: cuando Luis, invitado por su esposa a sus apartamentos en lo que esperaba fuera un encuentro galante, se encontró allí con el primer ministro que criticaba al cardenal, se quedó mudo y permaneció impasible. Entonces, cuando el duque inquirió si había tenido la desgracia de disgustarle, pronunció un seco «sí»y se marchó sin despedirse.   
Luis tuvo de niño una salud enfermiza
El duque cayó en desgracia y Fleury asumió la dirección de los asuntos públicos. El indolente monarca, por su parte, se zambulló por entero en las diversiones de la corte. Aunque siguió tratando con consideración a la reina, la madre de sus siete hijos, no tuvo empacho en exhibirse en Versalles junto a la amante de turno. Entre éstas destacaron las cuatro hermanas Nesle (había una quinta, la única que se le resistió), a las que el rey cortejó a veces al mismo tiempo. Aun así, cabe destacar que la relación con la segundogénita de las hermanas, Madame de Vintimille, fue profunda y que su muerte prematura, tras dar a luz a un hijo suyo, lo hundió en una depresión. 


A veces voluptuoso y devorado por el deseo, otras taciturno y angustiado por el pecado, por una cosa u otra Luis XV desatendía las obligaciones de la majestad.  Sin embargo, cuando el cardenal de Fleury falleció en 1743, a los 90 años, tras ejercer como primer ministro desde 1726, el apático rey afirmó que presidiría él mismo el Consejo; tenía 33 años y por primera vez se sentía libre.  
Al año siguiente, los desastres militares durante la guerra por la sucesión al trono de Austria reclamaron la presencia del rey en Flandes. Cediendo a la petición de sus consejeros, abandonó, disgustado, Versalles, pero lo hizo acompañado por dos de las hermanas Nesle, la duquesa de Châteauroux y Madame de Lauraguais. En Metz las alojó en edificios contiguos al suyo, apenas separados por una galería construida para facilitar su reunión con ellas. Sin embargo, como si se tratara de un castigo divino, el rey enfermó tan peligrosamente que los médicos de Metz declararon que no podían responder por su vida. Como condición para administrarle los últimos sacramentos, el obispo de Soissons le exigió castidad y una retractación pública ante la corte. Atemorizado por la muerte, Luis XV accedió. Así que, cuando se recuperó milagrosamente, el «partido devoto» había triunfado en la corte y las amantes habían sido alejadas, aunque no por mucho tiempo. 
Los ruegos del pueblo por la recuperación de su rey le valieron una notable popularidad, de modo que durante un tiempo se convirtió en el «bienamado» (le Bienaimé) de los franceses. El valor personal que demostró al año siguiente en la batalla de Fontenoy, gran victoria francesa frente a una coalición anglo-alemana, redobló su prestigio.
Por entonces el rey conoció a la que sería después la marquesa de Pompadour: Jeanne-Antoinette Poisson. Gracias no sólo a su atractivo, sino también a su cultura y su don de gentes la joven se mantuvo como amante oficial del rey durante 24 años, aunque al final su papel fue más bien el de una consejera.  Su ascendiente sobre Luis XV le procuró un gran poder: expulsaba ministros, nombraba embajadores y distribuía cargos.
El fin de la guerra de Sucesión austríaca marcó la inflexión definitiva en la imagen del monarca. Con la Hacienda arruinada, en 1749 el ministro Machault propuso un nuevo impuesto del cinco por ciento que gravaría por igual a toda la población, incluidos los privilegiados que estaban exentos del pago. Estos sectores, encabezados por los jueces de los Parlamentos (tribunales supremos), lanzaron una violenta campaña hasta lograr la caída del ministro, con el resultado de que en la guerra de los siete años (1756-1763) la monarquía francesa se quedó sin recursos para proteger las colonias en América y la India, territorios que perdió en 1763. 

Un clima enrarecido

Su errática política fiscal y las humillantes derrotas militares, sazonadas con los escándalos de su vida privada, convirtieron a Luis XV en blanco directo del descontento popular. Muestra de ello fue el atentado que sufrió en 1757 por parte de uno de sus sirvientes, que lo apuñaló con un pequeño cuchillo de ocho centímetros. El rey perdió abundante sangre y, sintiéndose morir, pidió perdón a su mujer y confesó sus pecados, pero al tratarse de una herida superficial, sobrevivió. El regicida, Damiens, fue descuartizado y quemado, un ejemplo de rigor que horrorizó a la opinión ilustrada del país.
El duque de Choiseul, al frente del nuevo equipo de gobierno, tuvo éxitos como la anexión de Lorena y la compra de Córcega, pero el monarca, considerándolo demasiado próximo a los Parlamentos, lo destituyó en 1770. Por entonces el monarca había caído en brazos de su última amante, la condesa Du Barry, cuya ostentosa presencia  en Versalles escandalizó a todo el reino. Por eso el Jueves Santo de 1774 el abad Jean-Baptiste de Beauvais pronunció un polémico sermón de cuaresma ante el rey: «Majestad, mi deber como ministro de un dios de la verdad me manda deciros que vuestro pueblo es desdichado y Vos sois la causa». Por si fuera poco, atacó las costumbres de la nueva camarilla política citando a Salomón, «aquel rey, harto de voluptuosidades, hastiado de haber agotado, para despertar sus sentidos marchitos, todos los placeres», y cerró su discurso con una profecía apocalíptica tomada de Jonás: «40 días más y Nínive será destruida». En efecto, el 10 de mayo de 1774, el rey falleció. Luis XV había dicho que tras él llegaría el diluvio. La Revolución se cernía ya sobre el horizonte. 

Para saber más

Luis XV. Maurice Lever. Ariel, Barcelona, 2004.
Un español en la corte de Luis XV. Didier Ozanam. Universidad de Alicante, Alicante, 2001.


El proceso de Luis XVI

Luis XVI fue acusado de traición y juzgado por la Convención Nacional, poco después subió al patíbulo

11 de diciembre de 2012

Luis XVI

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El 11 de diciembre de 1792 La Convención o Asamblea Nacional francesa acusó formalmente de traición a Luis XVI (1754-1793), el antiguo rey, preso en el Temple (un antiguo castillo templario situado en París) tras el motín que se produjo el 10 de agosto y que había derrocado la monarquía para dar paso a un nuevo régimen: la República. Luis XVI entró en la sala de Convención, conducido por Santerre, comandante de la Guardia Nacional de París. Antes de tomar asiento, el presidente del tribunal le dijo: «Luis, la nación os acusa; la Asamblea Nacional ha decidido juzgaros». Luego se le leyó la lista de cargos.
Quince días después, el 26 de diciembre de 1792, se abrió el proceso contra el rey en la Convención Nacional, con la exposición de las pruebas de cargo. Los girondinos, el grupo político moderado, deseaban evitar su condena a muerte porque provocaría una guerra de todas las potencias europeas contra Francia, y por ello reclamaron que la sentencia fuera ratificada por el pueblo. En su discurso del 28 de diciembre, Robespierre respondió advirtiendo que un llamamiento al pueblo para discutir el tema en las asambleas primarias comportaría la guerra civil. Unos y otros trataban de convencer a la mayoría moderada de la Asamblea, la Llanura, no alineada con ninguno de los dos bandos. El 15 de enero tuvo lugar la primera votación. A la pregunta acerca de si Luis XVI era culpable de conspiración, 691 diputados, de un total de 749, contestaron que sí. No hubo ningún no. La suerte de Luis XVI estaba echada: el rey debía morir.

Luis XVI
Monarquía
Curiosidades de la historia

Rousseau murió hace 235 años

El filósofo franco-suizo arremetió contra las ideas de progreso propias de la Ilustración y ensalzó al hombre primigenio y amoral, el único realmente libre

Jean-Jacques Rousseau

ARCHIVIO GIOVANNETTI / EFFIGIE / GTRES

2 de julio de 2013
El 2 de julio de 1778, hace 235 años, falleció Jean-Jacques Rousseau, músico y filósofo, uno de los principales escritores del siglo XVIII y uno de los pensadores universales por excelencia, cuyas ideas políticas influyeron en la Revolución Francesa, que estalló once años después de su muerte. Rousseau expiró a los 66 años de edad, según parece debido a un infarto cerebral, aunque las circunstancias de su muerte no están claras. El filósofo francés de origen suizo (Ginebra, 1712) hacía dos meses que se había instalado junto a su mujer en un pabellón de la mansión del marqués de Girardin, un admirador suyo, en Ermenonville, al nordeste de París. Rousseau pasaba los días meditando en una cabaña retirada, que aún se conserva, o recogiendo hierbas por los campos de los alrededores, ya que era muy aficionado a la botánica. Sus restos fueron enterrados bajo un monumento, en un islote poblado de álamos en mitad de un lago que circunda la mansión, aunque en 1794 fueron trasladados al Panteón de París, donde yacen junto a los de Voltaire, que fue coetáneo suyo. Los jardines de la mansión o castillo de Ermenonville actualmente forman parte del parque Jean-Jacques Rousseau.

El hombre es bueno por naturaleza

Rousseau vivió en plena Ilustración francesa, pero arremetió contra la idea de progreso que divulgaban los ilustrados. El filósofo creía que el hombre es bueno por naturaleza, en un estado salvaje y primigenio en el que convive en armonía con sus semejantes y con la propia naturaleza. El hombre moderno, en cambio, es un ser desfigurado, perverso, que se ha alejado de su estado de naturaleza originario y se ha vuelto malvado, por lo que no hay lugar para el optimismo. La civilización, las instituciones, la propiedad privada e incluso las ciencias y las artes corrompen al individuo y provocan el egoísmo, el odio, los vicios y las guerras. «El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: "¡Guardaos de escuchar a este impostor!; ¡estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!"», escribe en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, II. Sin embargo, sabía que este estado natural era ideal e imposible de restaurar por lo que se debía establecer un contrato social entre los hombres, una voluntad general que asegurara el bien de todos. 

Ilustración

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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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