jueves, 7 de enero de 2021

NATIONAL GEOGRAPHIC : DEPORTISTAS DE LA ANTIGUA ROMA .- Aurigas, las grandes estrellas del Circo Romano

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., el espectáculo de las carreras de carros halados por caballos fue uno de los sucesos deportivos más populares de la Antigua Roma, que eran conducidos por los llamados aurigas, que eran esclavos o libertos, el oficio era bien pagado, pero era muy peligroso.
NATIONAL GEOGRAPHIC.- narra : "...Al contrario de lo que sucedía en Grecia, donde toda la gloria recaía en el criador de los caballos, en Roma se reconocía el valor y habilidad del auriga o conductor. Eran tratados como superestrellas del deporte, a pesar de que solían ser esclavos o libertos (esclavos liberados), podían amasar grandes fortunas y tenían auténticas legiones de fans. Eso si sobrevivían lo suficiente, puesto que las carreras eran muy peligrosas y la esperanza de vida era baja....."

Las carreras de carros fueron de lejos el espectáculo más popular en la antigua Roma. Los aurigas o conductores eran generalmente esclavos o libertos, pero a la vez grandes estrellas del deporte, un oficio bien pagado pero muy peligroso.








Foto: Zemanta (CC)

Al pensar en los espectáculos en la antigua Roma, es probable que lo primero que nos venga a la mente sean las luchas de gladiadores. Sin embargo, se trataba de eventos excepcionales y escasos. En cambio fueron mucho más populares las carreras de carros, que se celebraban muchos días al año y causaban un auténtico furor comparable al de los grandes partidos de fútbol en la actualidad.

En Roma se reconocía el valor y habilidad de los aurigas, que eran tratados como superestrellas del deporte, pero se trataba de una profesión peligrosa y con poca esperanza de vida.

Al contrario de lo que sucedía en Grecia, donde toda la gloria recaía en el criador de los caballos, en Roma se reconocía el valor y habilidad del auriga o conductor. Eran tratados como superestrellas del deporte, a pesar de que solían ser esclavos o libertos (esclavos liberados), podían amasar grandes fortunas y tenían auténticas legiones de fans. Eso si sobrevivían lo suficiente, puesto que las carreras eran muy peligrosas y la esperanza de vida era baja.

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UNA TRADICIÓN ANCESTRAL

Las carreras de carros son probablemente tan antiguas como la propia Roma. Las leyendas sobre la fundación de la ciudad dicen que la primera carrera fue organizada por Rómulo, el fundador de la Urbe, con un propósito poco noble: distraer a los invitados sabinos mientras los romanos secuestraban a sus hijas para convertirlas en sus esposas, un episodio conocido como el rapto de las sabinas. Aunque el relato es tan mítico como todo lo que envuelve al nacimiento de la ciudad, es aceptado que las carreras ya se celebraban en la época monárquica puesto que el Circo Máximo data de aquellos tiempos; de nuevo según la leyenda, fue creado por Lucio Tarquinio Prisco, el primer rey etrusco de Roma, a principios del siglo VI a.C.


Las carreras se celebraban en el Circo Máximo. En este óleo, datado hacia 1638, Domenico Gargiulo y Viviano Codazzi ofrecieron una reconstrucción de aquel espacio. Prado, Madrid.

Imagen: Museo del Prado


El Circo Máximo se creó drenando una marisma entre las colinas del Palatino y el Aventino. Hoy en día es un parque público en el que se conservan pocas estructuras de época romana.

Imagen: iStock/Marzia Giacobbe

En sus inicios las carreras no eran un espectáculo popular, sino un ritual religioso llamado Equirria. Este se celebraba durante las festividades del año nuevo romano, que empezaba en marzo: ofreciendo un buen espectáculo a los dioses se pretendía invocar su favor para que estos les fueran favorables durante el año entrante. Al principio el ritual estaba dedicado a Marte, el dios de la guerra y padre de Rómulo y Remo en los mitos fundacionales, pero en época republicana se extendió a otras fiestas religiosas en honor de diversas divinidades.

Fue también durante el periodo republicano cuando las carreras empezaron a convertirse en un espectáculo, muy ligado a la política: los candidatos a las magistraturas organizaban carreras para ganarse el favor de los votantes, ya que el ingreso al circo era gratuito y era una ocasión para dejarse ver. Puesto que todos los gastos iban a cargo del organizador, era un método de propaganda que sólo los más ricos podían permitirse.

Las carreras de carros tienen origen en un ritual religioso llamado Equirria. Durante la época republicana se convirtieron en un espectáculo muy ligado a la política.

HÉROES DEL DEPORTE

Generalmente los aurigas empezaban su carrera como esclavos. Esto se debía a una buena razón: las carreras eran muy peligrosas y la tasa de mortalidad muy alta, incluso más que la de los gladiadores, puesto que estos sólo libraban unos pocos combates al año mientras que los aurigas podían correr cientos de veces al año. Por ese motivo, pocos se meterían en ese oficio por voluntad propia. Por cada carrera ganada recibían una prima en metálico y, si acumulaban suficientes victorias, podían llegar a comprar su libertad. Los que eran realmente buenos podían decidir continuar compitiendo como libertos y ganar todavía más.

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Los establos o equipos que tomaban parte en la competición eran a la vez propietarios de los caballos y de los corredores esclavos, o contratantes de los aurigas libres. Se distinguían por sus colores, que simbolizaban una divinidad y una época del año: los más antiguos eran los Blancos, consagrados a los dioses del viento y al invierno, y los Rojos, devotos a Marte y al verano. Más adelante se sumaron los Verdes, dedicados a la Madre Tierra y a la primavera, y los Azules, que apelaban a los dioses del mar y al otoño. Había fuertes rivalidades, especialmente entre Rojos y Blancos y entre Verdes y Azules: los corredores intentaban todo tipo de tretas contra sus rivales y sus partidarios se comportaban a menudo como auténticos hooligans, motivados también por las grandes sumas de dinero que movían las apuestas.

Este mosaico proveniente de una villa romana representa a un auriga del establo de los Blancos. Los mejores aurigas y caballos se convertían en objeto de merchandising.

Imagen: Palazzo Massimo alle Terme (CC)

Los aurigas eran auténticos héroes para el pueblo. Uno de los más famosos fue Gaio Apuleyo Diocles, que compitió en la época del emperador Adriano y es un caso singular por tratarse de un ciudadano de pleno derecho y no de un esclavo ni un liberto. Tuvo una trayectoria muy larga de casi 25 años, durante la cual ganó 1.462 carreras de las 4.257 en las que participó, y es considerado el deportista mejor pagado de la historia: cuando se retiró a los 42 años tenía una fortuna de más de 35 millones de sestercios, que hoy en día equivaldrían a entre 10 y 15 billones de euros.

Los aurigas eran auténticos héroes para el pueblo. Dos de los más famosos fueron Scorpus, que ganó más de 2.000 carreras, y Gaio Apuleyo Diocles, considerado el deportista mejor pagado de la historia.

Otro caso excepcional fue Scorpus, que vivió en el siglo I a.C. y acumuló más de 2.000 victorias, primero como esclavo y después como liberto. Pero al contrario que Diocles no vivió mucho para disfrutarlo, ya que murió a los 27 años durante una carrera; según las fuentes romanas, a causa de una “maldición” lanzada por un sicario de un equipo rival. Estas maldiciones se inscribían en piezas de plomo y se lanzaban a los corredores, algo que hacía incluso más peligrosa la carrera.

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ESPECTÁCULO PELIGROSO

Las carreras se dividían en categorías dependiendo del número de caballos que tiraban del carro: las más habituales eran las de bigas, con dos animales, y las de cuádrigas, con cuatro. A más número de caballos, mayor era la dificultad para controlarlos, más peligrosa se volvía la carrera y más prestigio y dinero otorgaba la victoria. Hay registros de competiciones con hasta diez caballos, pero se trataba de algo extremadamente raro y probablemente reservado a ocasiones excepcionales.

En la carrera podían participar hasta tres carros por equipo, lo que introducía una dosis de estrategia en la competición: así, dos de los aurigas podían dedicarse a entorpecer a los contrincantes mientras el tercero se concentraba en obtener la victoria. Aunque provocar un accidente deliberadamente era en teoría ilegal, sí estaba permitido cerrar el paso o acorralar a otros participantes, lo que en la práctica era un modo de hacer que chocaran o perdieran el control de los caballos.

Los accidentes estaban al orden del día y era habitual que terminaran con la muerte o lesión grave del auriga. Algunos autores cristianos como Tertuliano criticaron públicamente las carreras de carros por su brutalidad.

Los accidentes estaban al orden del día y era habitual que terminaran con la muerte o lesión grave del auriga: las normas establecían que las riendas debían atarse a la cintura, por lo que en caso de caer del carro el conductor era arrastrado por la arena e incluso atropellado por sus contrincantes. Aunque llevaban un cuchillo con el que cortar las riendas en caso de necesidad, no era fácil hacerlo una vez que ya habían caído. A media que el cristianismo ganaba fuerza entre los romanos, algunos autores como Tertuliano criticaron públicamente las carreras de carros por su brutalidad, pero a pesar de ello siguieron llevándose a cabo incluso con financiación por parte de los emperadores cristianos.


Los caballos de bronce que adornan la Basílica de San Marcos en Venecia fueron saqueados del hipódromo de Constantinopla. Originalmente el conjunto contaba también con una cuádriga, hoy perdida. Los actuales son réplicas, mientras que los originales se encuentran dentro de la basílica.

Imagen: Nino Barbieri https://bit.ly/38oe6o2

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Con la decadencia y caída del Imperio de OccidenteBizancio se convirtió en la nueva sede de los juegos, a pesar de las reiteradas quejas por parte de los clérigos cristianos, que los consideraban un reducto del paganismo. Las carreras se siguieron celebrando hasta la destrucción del hipódromo de Constantinopla en 1204 por parte de los soldados de la Cuarta Cruzada, que se llevaron a Venecia el mayor símbolo de este espectáculo ancestral: los caballos de bronce que hoy adornan la Basílica de San Marcos.

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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui

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