https://es.wikipedia.org/wiki/Her%C3%B3doto
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/herodoto-padre-de-la-historia_6687
El padre de la historia
Heródoto de Halicarnaso describió el mundo y los acontecimientos que marcaron su época en su Historia, una magna obra que siglos después fue dividida en nueve libros. Aquí en un busto en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Escultura: Mma / Rmn-grand palais
Persépolis, capital del imperio
Heródoto dedica buena parte de su obra a hablar del Imperio persa, de sus gobernantes y costumbres, y de las guerras que lo enfrentaron con los griegos. La fotografía corresponde a la monumental puerta de Todas las Naciones, erigida por Jerjes en Persépolis en 475 a.C. y flanqueada por dos toros alados o lamassu.
Foto: KPZFOTO / ALAMY / ACI
Biblioteca de Celso, en Éfeso
Heródoto narra en su libro primero que el rey Creso de Lidia sitió la ciudad de Éfeso durante su conquista de Asia Menor, y que sus habitantes dirigieron sus oraciones a Ártemis mientras unían templo y ciudad con una soga.
Foto: ANNA SERRANO / GTRES
Clío, la musa de la historia. Fresco. Museo de Roma
La actual división de su larga obra Historia en nueve libros procede, seguramente, de los filólogos alejandrinos. Heródoto habla de lógoi, algo así como "tratados", cada uno con temática propia, reunidos en ese conjunto final.
Foto: Scala, Firenze
La Gran Pirámide de Gizeh
Según cuenta Heródoto, Keops, el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh, fue un tirano que durante sus cincuenta años de reinado "sumió a los habitantes de Egipto en una completa miseria".
Foto: TOÑO LABRA / AGE FOTOSTOCK
El origen de las leyes, las artes y las ciencias, 1820
En su Historia, Heródoto nos ofrece una visión personal de su mundo, que exploró escuchando a informadores de los distintos países que visitó. Construcción de una gran pirámide según las descripciones proporcionadas por Heródoto.
Foto: Oronoz / Album
El faraón Keops. Estatuilla de marfil del constructor de la Gran Pirámide. Museo Egipcio, El Cairo.
Keops y la construcción de la gran pirámide
Cuando Heródoto habla de la construcción de la Gran Pirámide de Gizeh y de su artífice, Keops, retrata al faraón como un tirano sin escrúpulos que obligó a su pueblo a erigir su tumba en un régimen de semiesclavitud, lo que no es cierto: "Cerró todos los santuarios y luego ordenó a todos los egipcios que trabajasen para él. En este sentido, a unos se les encomendó la tarea de arrastrar bloques de piedra [...] y a otros les ordenó hacerse cargo de los bloques [...] El pueblo estuvo, por espacio de diez años, penosamente empeñado en la construcción de la calzada por la que arrastraban los bloques [...] Por su parte, en la construcción de la pirámide propiamente dicha se emplearon veinte años".
Heródoto describe la técnica constructiva: "Esta pirámide se construyó sobre la colina en una sucesión de gradas, que algunos denominan repisas y otros altarcillos; después de darle esta primera estructura fueron izando los restantes sillares mediante máquinas formadas por maderos cortos, subiéndolos desde el suelo hasta la primera hilada de gradas [...] y desde la primera hilada lo subían a la segunda y lo colocaban en otra máquina; pues el caso es que había tantas máquinas como hiladas de gradas". Y menciona el enorme gasto en rábanos, ajos y cebollas para alimentar a los obreros: "Mil seiscientos talentos de plata".
Foto: AKG / ALBUM
Heródoto y Tucídides. Los dos historiadores que describieron las guerras médicas y la guerra del Peloponeso
Demasiado pintoresco para merecer crédito
El aprecio hacia la obra de Heródoto ha variado notablemente según autores y épocas. Tucídides, por ejemplo, impuso en su Guerra del Peloponeso un modo de narrar historia mucho más crítico y centrado sólo en los grandes conflictos bélicos y políticos contemporáneos, y limitado a lo griego, sin relatos pintorescos, sin escenarios lejanos y con estilo austero. Creó un modelo de historiadores "serios" en contraste con Heródoto, que fue considerado un ingenioso fabulador poco digno de crédito. Plutarco lo condenó por ser "amigo de los bárbaros", y Luciano y Dionisio de Halicarnaso salvaron su texto sólo por ser divertido y de gracioso estilo.
No fue hasta el Renacimiento cuando se redescubrió a Heródoto, que volvió a leerse con entusiasmo. Pronto se tradujo al latín, y con los relatos de la conquista de América resurgió la historia al estilo de Heródoto. En el siglo XVIII se reafirmó su prestigio, a la vez que se comprobó la veracidad de mucho de lo que contaba y que parecía fabuloso.
Foto: White Images / Scala, Firenze
Diosa alada lidia en una placa de terracota, divinidad relacionada con la naturaleza
El rey Candaules burlado por su esposa
En su libro primero, Heródoto narra la historia del pueblo lidio y de los reyes que precedieron al famoso Creso. Uno de ellos era Candaules, el último rey de la dinastía Heráclida, que perdió la vida por culpa de una conspiración urdida por su esposa y Giges, un general que se convertiría en el primer rey de la dinastía Mérmnada, la de Creso.
Cuenta Heródoto que Candaules, locamente enamorado de su esposa, proclamaba que era la mujer más bella del mundo. Como le pareció que Giges no estaba convencido de sus palabras, le instó a contemplar en secreto a su mujer en la intimidad de su alcoba, cuando se desnudase para meterse en el lecho. Giges así lo hizo, pero ella se dio cuenta de que la observaba. Sintiéndose vejada, al día siguiente abordó al general con estas palabras: "Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que quieras seguir: o bien matas a Candaules y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para evitar que, por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo que no debes. Sí, debe morir quien ha tramado este plan o tú, que me has visto desnuda y has obrado contra las leyes del decoro". Giges, sin salida, no tuvo más remedio que matar al rey en su dormitorio mientras descansaba, con un puñal que la reina le entregó, y de este modo "se hizo con la mujer y con el reino de los lidios".
Foto: H. LEWANDOWSKI / RMN-GRAND PALAIS
El rey Candaules
El rey espera en el lecho a su esposa, que es observada por Giges mientras se desviste. Óleo por Jean-Léon Gerôme. 1859 Museo Pushkin de Bellas Artes, Moscú.
Foto: FINE ART / AGE FOTOSTOCK
Estela de Filocles. Relieve funerario de este poeta ateniense, del siglo V a.C., en el que aparece con su hijo
El pasado visto de modos diferentes
El reportero polaco Ryszard Kapuscinski escribió a mediados de la década de 1950 un libro de viajes titulado Viajes con Heródoto, que pretende ser un homenaje al historiador griego, al que considera el primer reportero del mundo, cuya prosa le acompaña e inspira en su propio periplo. En su libro, Kapuscinski dice: "Heródoto se marca un ambicioso objetivo: perpetuar la historia del mundo. Nadie lo había intentado antes. Es el primero a quien se le ocurre esta idea. Mientras intenta recopilar el material para su obra magna e interroga a los testimonios [...] se da cuenta de que cada uno recuerda una cosa y de un modo diferente. Además [...] descubre un aspecto importante y a la vez pérfido y tramposo de nuestra memoria: la gente recuerda sólo lo que quiere recordar y no lo que ocurrió en realidad [...] El pasado no existe. Sólo hay infinidad de versiones".
Foto: AKG / ALBUM
Entre la historia y la etnografía
En su Historia, Heródoto describe extensamente las costumbres y tradiciones de los pueblos que habitaban las distintas regiones que él mismo visitó en sus viajes o de las que obtuvo información indirecta. Aunque a veces se ha puesto en duda su veracidad, los informes de Heródoto constituyen un ensayo pionero de investigación etnográfica en la Antigüedad.
Babilonia, según la descripción dada por Heródoto. Grabado anónimo de 1732.
Los babilonios, médicos callejeros
"Una costumbre muy acertada que rige entre los babilonios es ésta: sacan a los enfermos a la plaza (pues resulta que no tienen médicos). Así, los transeuntes –si alguno de ellos ha sufrido un mal semejante al que padece el enfermo o si ha visto afectado de él a otra persona– se acercan al enfermo y le dan consejos sobre su enfermedad [...] y no les está permitido pasar junto a un enfermo sin preguntarle qué mal le aqueja". Libro I
Foto: Mary Evans / Scala, Firenze
Tapa exterior del sarcófago de Psamético I. Siglo VII a.C. (Baja época). Dinastía XXVI
Los egipcios, amantes de los animales
"Los gatos muertos son trasladados a unos edificios sagrados, en la ciudad de Bubastis, donde, una vez embalsamados, reciben sepultura; en cambio, a los perros cada cual los sepulta, en su respectiva ciudad, en unos féretros sagrados; y también los icneumones [mangostas] son sepultados como los perros. A las musarañas y a los halcones los llevan a la ciudad de Buto, y a los ibis, a Hermópolis. En cambio a los osos [...] y a los lobos [...] los sepultan allí donde los encuentran muertos". Libro II
Foto: Bridgeman / Aci
Aplique de oro escita que recrea la lucha entre un tigre y un lobo fantástico. Siglos VII-VI a.C
Los juramentos de los escitas
"Los escitas, con quienes sellan un juramento, lo hacen de la siguiente manera: en una gran copa de cerámica vierten vino y con él mezclan sangre de los que prestan el juramento, haciéndoles previamente una punción con una lezna o una ligera incisión en el cuerpo mediante un cuchillo; y, acto seguido, sumergen en la copa un alfanje, flechas, una sagaris [una especie de hacha] y un venablo. Hecho esto, lanzan múltiples imprecaciones y, finalmente, beben del contenido de la copa [...] ". Libro IV
Foto: Akg / Album
Carro de oro tirado por cuatro caballos. Tesoro del Oxus. Siglos V-IV a.C
Los persas y la educación de los hijos
"Demuestra hombría de bien quien además del valor en la guerra puede mostrar muchos hijos; y al que puede mostrar más, el rey le envía regalos, todos los años [...]. Desde los cinco hasta los veinte años sólo enseñan a sus hijos tres cosas: a montar a caballo, a disparar el arco y a decir la verdad. Y hasta que un niño no tiene cinco años no comparece en presencia de su padre [...] Esto se hace con el fin de que si muere durante su crianza no cause a su padre pesar alguno". Libro III
Foto: British Museum / Scala, Firenze
Nacido en la ciudad jonia de Halicarnaso, Heródoto concibió la historia como una investigación personal y una exploración de otras culturas, incluidas las de los pueblos "bárbaros".
Homero, el autor de la Ilíada y la Odisea, comienza sus poemas invocando a la "Musa divina" como inspiradora de su obra; Heródoto, en cambio, pone su nombre propio en la primera línea de su relato, escrito no en verso, sino en prosa. Esa firma personal sirve como garantía de la veracidad de su testimonio y de su narración, como harán otros dos cronistas, Tucídides y Jenofonte.
En ese inicio encontramos también la palabra que denominará para siempre a este nuevo género de escritura: historia. El relato que presenta Heródoto es el resultado de su investigación personal (apodexis historíes). Enseguida nos advierte de que no pretende contar mitos de los dioses y héroes antiguos, sino "los hechos de los hombres". Pero hay algo en su gran proyecto narrativo en lo que coincide con los poetas épicos: escribe para salvar del olvido el recuerdo de gestas admirables. Conviene fijarse bien en las líneas iniciales de ese relato histórico pionero, tan extenso y de largo aliento, que esboza su programa de clara novedad: "Ésta es la exposición de la investigación de Heródoto de Halicarnaso, a fin de evitar que, con el tiempo, caigan en el olvido los hechos de los hombres y que las gestas importantes y admirables realizadas tanto por griegos como por bárbaros, y de manera particular el motivo por el que lucharon unos contra otros, queden sin gloria".
Heródoto quería explicar las causas de la gran confrontación que conocemos con el nombre de guerras médicas
En este prólogo, escrito sin duda al concluir su extensa obra, subraya un doble objetivo: referir las grandes gestas tanto de griegos como de no griegos –bárbaros– y, en segundo lugar, explicar las causas de la tremenda guerra entre unos y otros, la gran confrontación que conocemos con el nombre de guerras médicas (492-478 a.C.). En el texto de Heródoto, la palabra bárbaros no tiene ningún matiz despectivo, como sí tendrá posteriormente en Tucídides y otros autores clásicos. Heródoto admira el mundo abigarrado de "los bárbaros", sus hazañas y los grandiosos monumentos que erigieron.
Un hombre cosmopolita
Heródoto vivió aproximadamente entre los años 485 y 425 a.C. Es, por tanto, coetáneo del sofista Protágoras y del poeta trágico Sófocles. Consiguió gran renombre durante su visita a Atenas hacia 441 a.C. Allí fue invitado a leer con gran éxito algunos capítulos de su obra y recibió un premio importante por ello, un pago a sus elogios de la heroica lucha de los griegos, sobre todo de los atenienses, en defensa de la libertad.
Nacido en la ciudad jonia de Halicarnaso, de donde fue desterrado, pasó largo tiempo en la isla de Samos y luego se dedicó a viajar. Fue en Jonia donde surgieron los primeros filósofos, en ciudades como Mileto o Éfeso, urbes comerciales y abiertas al mar, siempre bajo la amenaza del vecino Imperio persa. Allí forjó Heródoto su carácter y su ánimo intrépido de amante de los viajes, curioso y tolerante, y tomó nota de las noticias frescas de lo que veía y lo que le contaban, como un buen reportero avant la lettre; no en vano, Ryszard Kapuscinski, uno de los mejores periodistas del siglo XX, lo vio como un guía ejemplar para viajeros a tierras lejanas en su libro Viajes con Heródoto.
La actual división de su larga obra Historia en nueve libros procede, seguramente, de los filólogos alejandrinos.Heródoto habla de lógoi, algo así como "tratados", cada uno con temática propia, reunidos en ese conjunto final. En el libro primero de su Historia, Heródoto trata del reino de Lidia, del fastuoso rey Creso y sus enormes riquezas, y de la conquista de este territorio por el rey persa Ciro. En el segundo libro nos habla de Egipto y sus maravillas. El tercero comienza con la conquista del país del Nilo por el persa Cambises y vuelve a las historias de Persia. El cuarto libro abarca dos lógoi: uno sobre Escitia (región situada en Asia Central) y otro sobre Libia.
Los libros siguientes relatan el conflicto bélico entre griegos y persas, episodio tras episodio. En el quinto enfoca las intrigas de los persas en Macedonia y los conflictos de las ciudades griegas, con noticias sobre las políticas de Esparta y Atenas. Los siguientes libros cuentan las dos guerras médicas: en el sexto, la expedición de Darío, que concluye con la victoria griega en Maratón; el séptimo evoca con intenso dramatismo las batallas decisivas, las de Termópilas y Maratón; en el libro octavo, la de Salamina, y en el noveno narra la de Platea. Todas ellas sellan la merecida victoria final de los griegos.
El primer reportero
Heródoto reúne noticias muy variadas de sus viajes y experiencias. No se basa para ello en textos escritos, no usa viejos archivos, sino que cuenta lo que ha visto y oído en sus largos viajes y, ya en la segunda parte, nos describe y comenta, como nadie antes, la guerra que decidió la libertad de Grecia, con especial referencia a la democrática Atenas. No sólo es el "padre de la historia", como lo definió Cicerón, sino también de la geografía e incluso de la antropología cultural. Nos ofrece una visión personal de su mundo, que exploró con enorme agudeza escuchando a informadores de distintos países a lo largo de sus itinerarios. Sus instrumentos fueron la mirada curiosa (ópsis), el escuchar a fondo (akoé) y la reflexión crítica sobre los datos recogidos (gnóme).
No sólo es el "padre de la historia", como lo definió Cicerón, sino también de la geografía e incluso de la antropología cultural
Los primeros libros de su Historia atestiguan esa faceta de viajero excepcional. Visitó Egipto, recorriendo el valle de Nilo hasta la primera catarata en Elefantina (Asuán), donde acababa el Egipto antiguo, a unos mil kilómetros del mar. También visitó Mesopotamia y nos ha dejado una descripción de la famosa Babilonia y las comarcas cercanas; tal vez llegara hasta Susa. Hacia el norte, visitó las colonias griegas a orillas del mar Negro, y más allá se internó en las praderas pobladas por los errabundos escitas, en la estepa ucraniana, hasta llegar cerca de la actual Kíev. Recorrió también el norte de África, pasando por la Cirenaica y la costa de la actual Libia. Recaló un tiempo en las ciudades griegas del sur de Italia y colaboró en la fundación de la colonia de Turios. Podemos suponer que deambuló por toda Grecia y visitó muchas islas del Egeo.
Nos habría gustado saber más de las andanzas del intrépido viajero. ¿Cómo viajaba? ¿En solitario y con mínima impedimenta? ¿A caballo? ¿Cómo pagaba sus gastos y dónde se albergaba? ¿Registraba sus encuentros e impresiones en apuntes en rollos de papiro? Algunas regiones que Heródoto recorrió estaban colonizadas por griegos –como la costa del mar Negro o el sur de Italia–. También en la costa norte de Egipto había comerciantes griegos, y en Persia, tal vez algunos mercenarios. Pero ¿y en la estepa escita, cuando remontó el río Dniéper viajando entre tribus bárbaras, o en el Alto Egipto? Por otra parte, parece que sólo conocía el griego (como era natural en los viajeros griegos de la época), así que en Egipto tuvo que recurrir a sacerdotes locales bilingües para que le interpretaran las inscripciones más o menos sagradas de los templos.
Heródoto era, indudablemente, un tipo excepcional en su curiosidad por lo exótico y en su admiración de lo extraordinario. Al recordar al sabio Solón cuenta que, tras su etapa como legislador en Atenas, partió de viaje "por afán de ver mundo" (theoríes héneken). Ese mismo "afán téorico" movía sin tregua a Heródoto, pero en él va unido a las ganas de narrar las cosas asombrosas que ha visto o que le contaron, y lo hace en un estilo muy claro, con descripciones y anécdotas de vivo colorido en escenarios muy variados.
Pionero de la antropología
Heródoto es también aquí el gran precursor de la pasión por las maravillas del milenario y enigmático Egipto, conocida luego como "egiptomanía"
Comparado con historiadores como Tucídides o Jenofonte, Heródoto se revela –sobre todo en los primeros libros– como un narrador divertido y fabuloso; después, cuando describe la guerra y sus contextos políticos, resulta más austero. Pero si nos detenemos en la lectura de la mitad inicial de su gran obra podemos admirar toda la variedad de sus observaciones. Es, con razón, muy conocido el libro segundo, dedicado a Egipto –que, desde tiempos de Homero, fue un país que siempre fascinó a los griegos y adonde viajaron famosos sabios como Tales, Pitágoras y más tarde Platón–. Fue Heródoto quien lo llamó "un don del Nilo".
Y, en efecto, comienza hablando del caudaloso río y de las teorías sobre sus lejanas fuentes en el centro de África, para describir luego las extrañas costumbres de sus gentes, así como algunos animales del variopinto bestiario egipcio, como el cocodrilo, el ibis y los gatos (por entonces, unos animales poco conocidos por los griegos). Asimismo trata de las colosales pirámides y de los dioses, sus templos, sus arcanos ritos y las historias asociadas a ellos; incluso narra cuentos curiosos, como el del ladrón de tesoros de pirámides, Rampsinito. Heródoto es también aquí el gran precursor de la pasión por las maravillas del milenario y enigmático Egipto, conocida luego como "egiptomanía".
Heródoto es así, en cierto modo, el primer antropólogo que explora mundos ajenos a su cultura. Abre ojos y oídos a las tradiciones de otros pueblos y elabora una pintoresca narración, una "historia" de horizontes lejanos, monumental y novelesca a ratos; se nos aparece como un viajero ilustrado fascinado por Oriente y Egipto, un pensador de extraordinaria amplitud de miras, tolerante y ameno.
Como otros historiadores griegos, Heródoto vivió desde joven en el exilio y compuso su magna obra desde él. Al igual que Tucídides, Jenofonte y Polibio, la experiencia del destierro le incitó a tender una mirada aguzada e imparcial sobre otras culturas, sin censuras morales ni partidismos patrióticos. Lo hizo con el hondo orgullo de ser un hombre libre y haber conocido la democracia, y de manejar la flexible lengua griega y afianzar, escribiendo en la joven prosa jonia, la tradición helénica del gusto por el diálogo en libertad y el examen crítico ante los hechos y las personas. Por eso, en los últimos libros de su Historia, exaltó la lucha heroica de los griegos por su independencia contra el gran ejército de los persas, llevados de continuo al desastre por reyes despóticos.
Desafiar al olvido
"Todo es azaroso en la vida humana", apunta en una sentencia; "La divinidad es envidiosa y perturbadora", dice en otra
Coetáneo y amigo de Sófocles, Heródoto mantiene una visión humanista y trágica de la historia universal, con esa mentalidad arcaica que veía a los humanos como seres "efímeros" de azaroso destino. Incluso el poderío y la ambición de los más grandes puede derrumbarse. "Todo es azaroso en la vida humana", apunta en una sentencia; "La divinidad es envidiosa y perturbadora", dice en otra. "No llames a nadie feliz hasta contemplar su último día", alecciona el ateniense Solón al riquísimo rey Creso, que recordará la frase al caer derrotado por el persa Ciro.
La divinidad abate a los orgullosos y premia a los justos, y castiga el exceso de soberbia, como hizo con Jerjes, al que ya Esquilo en su tragedia Los persas presentó como ejemplo de hybris (el arrebato pasional que lleva a los hombres a desafiar los límites impuestos por los dioses). Para Heródoto, el mundo se mueve bajo la mirada de los dioses, pero la providencia divina nos es extraña e imprevisible. El destino resulta trágico, y por ello vale la pena celebrar las gestas heroicas y las maravillas, e inventar, para siempre, la historia, es decir, un testimonio acreditado a favor de las glorias humanas desafiando las sombras del olvido.
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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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