Hola amigos : A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., como todos los años, hoy 16 de octubre, se celebra el Día Mundial de la Alimentación, que según la FAO - Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, se hacen esfuerzos para llegar a Cero Hambre, en el mundo, algo que en varios países africanos es sólo una quimera, afectados por guerras internas, sequías y subdesarrollo económico; y países americanos como: Venezuela, que por problemas políticos y gobiernos dictatoriales han condenado al pueblo a sufrir hambre.
FAO :- narra : "El 16 de octubre de 1945, 42 países tomaron la iniciativa en Quebec (Canadá), a fin de crear la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Al hacerlo, dieron un paso importante en la lucha perpetua del hombre contra el hambre y la malnutrición. A través de la creación de la FAO se dotaron y dotaron a otros muchos países que iban a ingresar en la Organización de un mecanismo por el que los Estados Miembros podrían ocuparse de una serie de problemas que son una fuente de preocupación importante para todos los países y para todos los pueblos. ..."
National Geographic, nos informa sobre la evolución de la alimentación de diferentes países, que aún tienen tribus naturales que siguen alimentándose mediante la caza y la pesca rudimentaria, como algunas tribus africanas que la jornada del día es traer un panal de miel, o un roedor de la caza, o cazar un mono en algunas tribus amazónicas en Bolivia, o cazar una orca o foca en Groenlandia, o la pesca a pulso limpio zambulléndose y pescar un pulpo en la Polinesia, todo esto contrasta con la Isla de Creta, que agricultores de olivar y pulpo lo cambian con productos marinos.
FAO.- se preocupa que en 2030, la población mundial llegaría algo más de 9,000 millones de habitantes, y la producción de alimentos no sube en la proporción del crecimiento poblacional.
Acerca del Día Mundial de la Alimentación
El 16 de octubre de 1945, 42 países tomaron la iniciativa en Quebec (Canadá), a fin de crear la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Al hacerlo, dieron un paso importante en la lucha perpetua del hombre contra el hambre y la malnutrición. A través de la creación de la FAO se dotaron y dotaron a otros muchos países que iban a ingresar en la Organización de un mecanismo por el que los Estados Miembros podrían ocuparse de una serie de problemas que son una fuente de preocupación importante para todos los países y para todos los pueblos.
Así pues, la FAO se fundó en 1943 en Hot Springs (EE.UU.) durante la Conferencia sobre la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas y se instituyó oficialmente durante el primer período de sesiones de la Conferencia de la Organización que se celebró en Quebec (Canadá) en 1945 – Se puede consultar más información sobre el origen de la FAO aquí.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación marca cada año el Día Mundial de la Alimentación el 16 de octubre, fecha en que fue fundada la Organización en 1945.
Los objetivos del Día Mundial de la Alimentación son:
- Estimular una mayor atención a la producción agrícola en todos los países y un mayor esfuerzo nacional, bilateral, multilateral y no gubernamental a ese fin;
- Estimular la cooperación económica y técnica entre países en desarrollo;
- Promover la participación de las poblaciones rurales, especialmente de las mujeres y de los grupos menos privilegiados, en las decisiones y actividades que afectan a sus condiciones de vida;
- Aumentar la conciencia pública de la naturaleza del problema del hambre en el mundo;
- Promover la transferencia de tecnologías al mundo en desarrollo;
- Fomentar todavía más el sentido de solidaridad nacional e internacional en la lucha contra el hambre, la malnutrición y la pobreza y señalar a la atención los éxitos conseguidos en materia de desarrollo alimentario y agrícola.
El mejor agricultor de Morogoro
Una estrategia agroecológica para el arroz conduce a un nuevo éxito
Datos clave
La producción de arroz en la República Unida de Tanzania es cada vez más importante para la economía nacional. Es una de las principales fuentes de empleo e ingresos para muchos hogares agrícolas. El arroz lo producen sobre todo los pequeños agricultores. Mientras que Tanzania cubre el 98 % de su demanda interna de arroz, la productividad de este cultivo en el país es baja. Esto se ve agravado sobre todo por el impacto del cambio climático, el uso inadecuado de tecnologías mejoradas, bajos niveles de participación del sector privado en la cadena de valor del arroz, infraestructuras de riego insuficientes, escasa participación de los jóvenes en la agricultura y conocimiento limitado entre los pequeños campesinos de la aplicación de buenas prácticas agrícolas.
La producción de arroz en Tanzania se practica tanto en las tierras bajas como en las tierras altas, con 29,4 millones de hectáreas con potencial para el arroz de regadío. Sin embargo, tan solo 461 326 hectáreas de esta superficie se encuentran actualmente en producción.
Gracias al Gobierno de Venezuela, la FAO implementó el proyecto de Asociación para el Desarrollo del Sistema de Arroz Sostenible en África, que facilitó la introducción del Sistema de intensificación del arroz (SIA) como medio para abordar las limitaciones actuales. El SIA cambia las prácticas agronómicas y la gestión del agua y nutrientes del arroz, aumentando su productividad. Las técnicas del SIA fomentan el uso de espacios más amplios entre las plántulas, por lo tanto, usan menos semillas y menos agua. El proyecto se está ejecutando en tres distritos: Kilombero, Kilosa y Mvomero en la región de Morogoro, y comprende cinco zonas de regadío.
Godfrey Joseph Pascal es uno de los 150 jóvenes capacitados en el Sistema de intensificación del arroz (SIA) por la FAO y el Gobierno de la República Unida de Tanzania. La productividad del arroz en Tanzania es menor que en la mayoría de los países vecinos y es una de las más bajas del mundo. La producción arrocera en el país se está convirtiendo cada vez más en una importante fuente de alimentos, empleo e ingresos para muchos hogares agrícolas, por lo que es un componente clave de la economía. Sin embargo, el país aún depende de las importaciones de arroz.
Godfrey es del distrito de Kilosa, uno de los tres distritos de la región de Morogoro en Tanzania, donde se está implementando el SIA como parte de la Alianza para el desarrollo sostenible del sistema de arroz en África. Este proyecto pretende duplicar la producción y la productividad de arroz del país.
Antes de la capacitación en el SIA, Godfrey nunca había recibido educación formal en agricultura y seguía la senda de sus padres sobre agricultura tradicional de subsistencia.
"Me alegré –dice- de haber sido seleccionado para la formación. Sé que había muchos jóvenes en mi distrito que también ansiaban la oportunidad".
Según Godfrey, la capacitación en el Instituto de Formación de Agricultores de Mkindo fue una revelación. El programa le introdujo a formas modernas de cultivar que promueven una mayor productividad y producción. Godfrey conoció el SIA, una metodología agrícola que aumenta el rendimiento del arroz a la vez que usa menos agua, áreas de cultivo más pequeñas y menos insumos de semillas.
Decidido a aplicar las nuevas habilidades y buenas prácticas agrícolas que adquirió en la formación, Godfrey volvió a casa para transformar su granja de 1,5 acres. "Aprendí sobre la selección de las mejores semillas, sobre el espaciado adecuado y el deshierbe a tiempo y el uso de fertilizantes para obtener los máximos resultados", afirma con seguridad.
Sus rendimientos anteriores oscilaban entre 8 y 20 sacos de arroz. Sin embargo, después de adaptar su granja al método del SIA, llegó a obtener 52 sacos. Godfrey vendió su abundante cosecha por un total de 2 500 USD (TSh 5 200 000). La diferencia en el resultado fue enorme e impresionó a casi todo el mundo a su alrededor, incluidos sus familiares.
"No se podían creer que este fuera el resultado de una formación. Lo asociaban con la brujería. Algunos de los vecinos eran mis propios parientes. ¡Me acusaron de robar arroz de sus granjas por la noche!”, explica mientras recuerda la experiencia.
Finalmente, Godfrey convenció a los miembros de su comunidad de que estos eran los resultados de una nueva forma de trabajar y que deberían probarlo en sus granjas también.
Tatu Kachenje, Oficial de Agricultura, Irrigación y Cooperativas del Distrito de Kilosa, afirma: "les convencimos de que también probaran el SIA en sus granjas. Lentamente, algunos comenzaron a cambiar su forma de trabajar. Ahora más del 80% de los agricultores en el pueblo de Ilonga —de donde proviene Godfrey— practican el SIA. Se ha convertido en un agente clave de cambio en su comunidad".
Las autoridades del distrito de Kilosa quedaron impresionadas por los esfuerzos de Godfrey y facilitaron que participase en las exposiciones regionales Nane Nane (Día del agricultor) de Morogoro. Ganó el Premio al Mejor Agricultor 2017 por el Distrito de Kilosa y para toda la Región de Morogoro y, por tanto, recibió una recompensa en metálico de cerca de 650 USD (TSh 1.5 millones) y una parcela de terreno de tres hectáreas.
Godfrey usó el dinero que recibió del premio —junto con las ganancias de su primera gran cosecha—, para comprar más tierra para expandir sus actividades agrícolas y construir una nueva casa. "Logré pagar las cuotas escolares de mis hijos y comprar cobertura de seguro de salud para mi familia. También construí una nueva casa que ahora he alquilado. Otra casa está en sus etapas finales de construcción", dice, mostrando una amplia sonrisa.
El proyecto SIA está financiado por el Gobierno de Venezuela a través de la Cooperación Sur-Sur. La iniciativa tiene como objetivo aumentar la producción sostenible y la productividad del arroz, promoviendo la adopción de mejores prácticas y el desarrollo de modelos agroindustriales a lo largo de la cadena de valor del arroz.
Detener la gripe aviar en Togo
La FAO ayuda a los países a contener los brotes de enfermedades animales antes de que afecten a los medios de vida de los agricultores.
Datos clave
La influenza aviar altamente patógena (IAAP) H5N1 es una enfermedad de consecuencias devastadoras. Conocida más comúnmente como gripe aviar, es muy contagiosa entre las aves y tiene una alta tasa de mortalidad. Peor aún, si ocurre un brote, muchas aves sanas corren el riesgo de ser sacrificadas para evitar que la enfermedad se propague.
Entre febrero de 2006 y julio de 2008, se produjeron brotes de IAAP H5N1 en Togo y en otros diez países africanos, lo que puso en peligro la salud pública y afectó severamente a los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria en la región. En diciembre de 2015, la enfermedad reapareció en Nigeria y se extendió luego a Burkina Faso, Côte d'Ivoire, Ghana, Níger y Camerún.
Con financiación de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la FAO lanzó el Programa de amenazas pandémicas emergentes (EPT, por sus siglas en inglés) para desarrollar la capacidad de los países para prevenir, detectar y responder a las amenazas de enfermedades. Las intervenciones de la FAO en Togo incluyeron una evaluación de la situación de la IAAP, prevención y gestión de brotes y diagnóstico de laboratorio. Debido a las nuevas técnicas implementadas y las nuevas habilidades aprendidas, los técnicos de laboratorio en Togo pudieron, por primera vez, detectar la gripe aviar H5 en el país. La ayuda de la FAO tuvo como resultado el desarrollo de la capacidad del país para detectar y controlar la IAAP en Togo. Esto se ha traducido en una mayor autosuficiencia para contener enfermedades y salvaguardar los medios de subsistencia en el futuro.
Entre febrero de 2006 y julio de 2008, se produjeron brotes de IAAP H5N1 en Togo y en otros diez países africanos, lo que puso en peligro la salud pública y afectó severamente a los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria en la región. En diciembre de 2015, la enfermedad reapareció en Nigeria y se extendió luego a Burkina Faso, Côte d'Ivoire, Ghana, Níger y Camerún.
Con financiación de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la FAO lanzó el Programa de amenazas pandémicas emergentes (EPT, por sus siglas en inglés) para desarrollar la capacidad de los países para prevenir, detectar y responder a las amenazas de enfermedades. Las intervenciones de la FAO en Togo incluyeron una evaluación de la situación de la IAAP, prevención y gestión de brotes y diagnóstico de laboratorio. Debido a las nuevas técnicas implementadas y las nuevas habilidades aprendidas, los técnicos de laboratorio en Togo pudieron, por primera vez, detectar la gripe aviar H5 en el país. La ayuda de la FAO tuvo como resultado el desarrollo de la capacidad del país para detectar y controlar la IAAP en Togo. Esto se ha traducido en una mayor autosuficiencia para contener enfermedades y salvaguardar los medios de subsistencia en el futuro.
Imagine un brote de una enfermedad que aniquila su ganado y sus medios de subsistencia en cuestión de días y no hay ningún laboratorio en el país que pueda detectar rápidamente de qué enfermedad se trata. En este escenario, no hay posibilidad de una respuesta rápida.
Esto es lo que sucedió en Togo en 2016 cuando un brote de gripe aviar afectó al país. Murieron más de 11 000 aves de corral y los medios de subsistencia de numerosos productores avícolas y comerciantes se vieron afectados.
Contexto
La influenza aviar –conocida normalmente como gripe aviar–, puede existir en dos formas diferentes: una que tiene una capacidad baja para causar mortalidad (influenza aviar levemente patógena o IALP) y otra que ocasiona altas tasas de mortalidad (influenza aviar altamente patógena o IAAP). La forma de gripe aviar que actualmente es motivo de gran preocupación es la cepa HPAI H5N1. Este virus ha matado a decenas de millones de aves domésticas.
La cepa H5N1 del virus es muy contagiosa entre las aves. Si ocurre un brote, muchas aves sanas corren el riesgo de ser sacrificadas para prevenir la propagación de la enfermedad. En los últimos diez años ha habido un aumento progresivo en el número de brotes de gripe aviar en aves de corral, en comparación con los 40 años anteriores. Si bien la gripe aviar es principalmente una enfermedad de las aves –afecta principalmente a las aves de corral y a algunos tipos de aves silvestres–, puede también afectar a otros animales, como los cerdos.
La IAAP es una enfermedad zoonótica, lo que significa que también puede propagarse de los animales a los humanos. A pesar de que es raro que la cepa H5N1 de la gripe aviar se transfiera a las personas, si lo hace, las consecuencias pueden ser muy graves, incluso en algunos casos puede ocasionar la muerte. El hecho de que las personas enfermen por lo general de aves infectadas, indica la necesidad de controlar la enfermedad en su origen animal.
La IAAP amenaza la subsistencia de cientos de millones de campesinos pobres, causa pérdidas económicas y pone en peligro las iniciativas empresariales de los pequeños agricultores, así como la producción avícola a nivel comercial, lo que obstaculiza gravemente el comercio regional e internacional y las oportunidades de mercado.
Brote en 2016
Poco después de la reaparición de la IAAP en Nigeria en 2015, Togo solicitó ayuda al Centro de Gestión de Crisis de la FAO (CMC-AH) para evaluar la preparación y la capacidad de respuesta del país.
La primera misión de la FAO en el país descubrió varias lagunas en esta área, como la capacidad de diagnóstico de laboratorio. El laboratorio veterinario central de Lomé no estaba equipado para diagnosticar los casos y carecía del presupuesto adecuado.
Las misiones de la FAO en el país ayudaron a ultimar el plan de contingencia de la IAAP, realizar una evaluación de las necesidades para el diagnóstico de laboratorio y ayudar a recoger muestras de aves de los mercados de Lomé para poder hacer la capacitación y detección de la IAAP. La FAO ayudó también a organizar un curso de formación de una semana sobre diagnóstico de laboratorio de la IAAP. Se contó con la participación de dos expertos del laboratorio veterinario de Lomé y se llevó a cabo en el laboratorio veterinario en Accra, Ghana.
Finalmente, la FAO ayudó a instalar equipos de laboratorio especializados y a formar al personal de laboratorio en pruebas de diagnóstico molecular.
En agosto de 2016, este laboratorio pudo analizar muestras y detectar con precisión la gripe aviar. Era la primera vez que un laboratorio veterinario en Togo diagnosticaba la enfermedad. Tener la capacidad de diagnosticar la enfermedad dentro del país, en lugar de enviar muestras fuera para realizar pruebas, ayuda a detener un brote en días en lugar de semanas.
En Togo, son generalmente las mujeres quienes venden aves de corral en los mercados. Para estas mujeres, cuyas vidas y medios de subsistencia dependen de la producción avícola, esto significa poder recuperar su sustento lo antes posible.
Con este primer diagnóstico en 2016, la FAO también ayudó a hacer frente al brote, proporcionando servicios veterinarios con equipo de protección personal, desinfectantes y otros artículos para garantizar las condiciones adecuadas de bioseguridad y bioprotección. Estas medidas, junto con el diagnóstico rápido, permitieron un control rápido del brote.
Más importante aún, la asistencia adaptada a los países de la FAO significa que el país ahora tiene la capacidad de detectar y controlar la IAAP de manera oportuna y sostenible.
Durante más de una década, USAID ha apoyado el trabajo de la FAO para detener la propagación de enfermedades infecciosas. A través de los programas financiados por USAID, la FAO previene y combate activamente enfermedades en más de 30 países. Al apoyar el desarrollo de capacidad y la transferencia de tecnología, estos programas reducen el riesgo de epidemias de enfermedades a nivel nacional, regional y global.
Esto es lo que sucedió en Togo en 2016 cuando un brote de gripe aviar afectó al país. Murieron más de 11 000 aves de corral y los medios de subsistencia de numerosos productores avícolas y comerciantes se vieron afectados.
Contexto
La influenza aviar –conocida normalmente como gripe aviar–, puede existir en dos formas diferentes: una que tiene una capacidad baja para causar mortalidad (influenza aviar levemente patógena o IALP) y otra que ocasiona altas tasas de mortalidad (influenza aviar altamente patógena o IAAP). La forma de gripe aviar que actualmente es motivo de gran preocupación es la cepa HPAI H5N1. Este virus ha matado a decenas de millones de aves domésticas.
La cepa H5N1 del virus es muy contagiosa entre las aves. Si ocurre un brote, muchas aves sanas corren el riesgo de ser sacrificadas para prevenir la propagación de la enfermedad. En los últimos diez años ha habido un aumento progresivo en el número de brotes de gripe aviar en aves de corral, en comparación con los 40 años anteriores. Si bien la gripe aviar es principalmente una enfermedad de las aves –afecta principalmente a las aves de corral y a algunos tipos de aves silvestres–, puede también afectar a otros animales, como los cerdos.
La IAAP es una enfermedad zoonótica, lo que significa que también puede propagarse de los animales a los humanos. A pesar de que es raro que la cepa H5N1 de la gripe aviar se transfiera a las personas, si lo hace, las consecuencias pueden ser muy graves, incluso en algunos casos puede ocasionar la muerte. El hecho de que las personas enfermen por lo general de aves infectadas, indica la necesidad de controlar la enfermedad en su origen animal.
La IAAP amenaza la subsistencia de cientos de millones de campesinos pobres, causa pérdidas económicas y pone en peligro las iniciativas empresariales de los pequeños agricultores, así como la producción avícola a nivel comercial, lo que obstaculiza gravemente el comercio regional e internacional y las oportunidades de mercado.
Brote en 2016
Poco después de la reaparición de la IAAP en Nigeria en 2015, Togo solicitó ayuda al Centro de Gestión de Crisis de la FAO (CMC-AH) para evaluar la preparación y la capacidad de respuesta del país.
La primera misión de la FAO en el país descubrió varias lagunas en esta área, como la capacidad de diagnóstico de laboratorio. El laboratorio veterinario central de Lomé no estaba equipado para diagnosticar los casos y carecía del presupuesto adecuado.
Las misiones de la FAO en el país ayudaron a ultimar el plan de contingencia de la IAAP, realizar una evaluación de las necesidades para el diagnóstico de laboratorio y ayudar a recoger muestras de aves de los mercados de Lomé para poder hacer la capacitación y detección de la IAAP. La FAO ayudó también a organizar un curso de formación de una semana sobre diagnóstico de laboratorio de la IAAP. Se contó con la participación de dos expertos del laboratorio veterinario de Lomé y se llevó a cabo en el laboratorio veterinario en Accra, Ghana.
Finalmente, la FAO ayudó a instalar equipos de laboratorio especializados y a formar al personal de laboratorio en pruebas de diagnóstico molecular.
En agosto de 2016, este laboratorio pudo analizar muestras y detectar con precisión la gripe aviar. Era la primera vez que un laboratorio veterinario en Togo diagnosticaba la enfermedad. Tener la capacidad de diagnosticar la enfermedad dentro del país, en lugar de enviar muestras fuera para realizar pruebas, ayuda a detener un brote en días en lugar de semanas.
En Togo, son generalmente las mujeres quienes venden aves de corral en los mercados. Para estas mujeres, cuyas vidas y medios de subsistencia dependen de la producción avícola, esto significa poder recuperar su sustento lo antes posible.
Con este primer diagnóstico en 2016, la FAO también ayudó a hacer frente al brote, proporcionando servicios veterinarios con equipo de protección personal, desinfectantes y otros artículos para garantizar las condiciones adecuadas de bioseguridad y bioprotección. Estas medidas, junto con el diagnóstico rápido, permitieron un control rápido del brote.
Más importante aún, la asistencia adaptada a los países de la FAO significa que el país ahora tiene la capacidad de detectar y controlar la IAAP de manera oportuna y sostenible.
Durante más de una década, USAID ha apoyado el trabajo de la FAO para detener la propagación de enfermedades infecciosas. A través de los programas financiados por USAID, la FAO previene y combate activamente enfermedades en más de 30 países. Al apoyar el desarrollo de capacidad y la transferencia de tecnología, estos programas reducen el riesgo de epidemias de enfermedades a nivel nacional, regional y global.
A fondo
Lo que yo puedo hacer para ayudar a lograr el #HambreCero
Desperdiciar menos, alimentarse mejor y adoptar un estilo de vida sostenible son elementos clave para construir un mundo libre de hambre. Las decisiones que tomamos hoy son vitales para el futuro seguro de los alimentos. Le presentamos una lista de acciones sencillas para que lo ayuden a llevar el estilo de vida #HambreCero, para ayudarlo a reconectarse con la alimentación y con lo que representa.
No tires comida
Si tiene sobras, congélelas para más tarde o úselas como ingrediente para otra comida. Cuando almuerce en un restaurante, solicite media porción si no tiene mucha hambre o traiga las sobras a casa.
PRODUCIR MÁS, CON MENOS
Con una población en crecimiento que se espera que alcance 9.000 millones en el año 2050, los agricultores deberían encontrar formas nuevas de cultivar alimentos y que sean más productivas, y diversificar sus cultivos. Usar un enfoque de agricultura integrada no solo ayudará a los agricultores a aumentar el rendimiento de sus cultivos y, por lo tanto sus ganancias, sino que también puede mejorar la calidad de sus tierras agrícolas.
Adoptar una dieta más saludable y sostenible
Vivimos una vida acelerada y tratar de hacer hueco para la preparación de comidas saludables y nutritivas puede ser un desafío si no sabes cómo hacerlo. Las comidas saludables no tienen que ser elaboradas. En realidad, los alimentos saludables se pueden cocinar de manera rápida y sencilla usando solo unos pocos ingredientes. Comparta sus recetas rápidas y saludables con su familia, amigos, colegas y en línea. Siga a chefs y blogeros sostenibles en línea para aprender recetas nuevas o hable con su agricultor local para ver cómo cocinan sus productos en casa.
Defiende el #HambreCero
Todos tenemos un papel que desempeñar para lograr el #HambreCero, pero los países, las instituciones y las personas deben trabajar juntos para alcanzar este objetivo. Establecer asociaciones HambreCero, compartir conocimientos y recursos, desarrollar estrategias innovadoras y descubrir oportunidades nuevas para contribuir a la lucha contra el hambre. Realice propuestas sobre este tema con las autoridades locales y nacionales, promueva en su comunidad programas educativos relacionados y amplifique el mensaje #HambreCero a través de su red.
Lambert Wilson, comprometido a luchar junto a la FAO contra el hambre en el mundo
El actor francés nos invita a todos a actuar para erradicar el hambre.
Para Lambert Wilson, erradicar el hambre significa que debemos actuar ahora, y que debemos actuar juntos. Cada acción cuenta © FAO/Alessandra Benedetti
El actor es más conocido a nivel internacional por su papel de Merovingio en los films Matrix Reloaded y Matrix Revolutions, así como su actuación en el drama histórico De dioses y hombres. Ha protagonizado más de cien películas, incluida la reciente obra biográfica, Jacques, que narra la vida del famoso explorador oceanográfico Jacques-Yves Cousteau.
Wilson ha aparecido también sobre y detrás del escenario en muchas obras de teatro, incluyendo Les Caprices de Marianne, la adaptación de la tragedia Berenice y los musicales, Le Roi et moi y Candide.
Como ferviente defensor del medio ambiente, participó en un proyecto de reforestación en Haití con las Naciones Unidas y, más recientemente, se ha comprometido con varias ONG para la protección del arrecife amazónico. En el pasado, se asoció con la FAO y utilizó su fama para promover el Día Mundial de los Océanos, la gestión sostenible de la pesca y la biodiversidad en los océanos comunes (áreas marinas situadas fuera de los límites de la jurisdicción nacional).
Actor, director, cantante y activista, Lambert Wilson es un personaje polifacético. Curioso y entusiasta, se involucra, explora, se pregunta y busca saber más. Los temas que más le preocupan son los más universales. Para él, el mensaje del Hambre Cero es clave.
“Mi encuentro con el Abate Pierre, sacerdote francés y defensor de los pobres, me enseñó a no tener miedo de abrir mis ojos a lo que parece desagradable en la vida humana: injusticia, pobreza, miseria. Si tienes el coraje de abrir tus ojos, sin apartar la vista, ya has hecho mucho. Es un camino que te llevará a actuar”.
Su compromiso llega en un momento clave. Tras varios años de declive, las cifras mundiales de hambre vuelven a aumentar: en 2017, 821 millones de personas en el mundo padecen esta lacra.
Wilson ha aparecido también sobre y detrás del escenario en muchas obras de teatro, incluyendo Les Caprices de Marianne, la adaptación de la tragedia Berenice y los musicales, Le Roi et moi y Candide.
Como ferviente defensor del medio ambiente, participó en un proyecto de reforestación en Haití con las Naciones Unidas y, más recientemente, se ha comprometido con varias ONG para la protección del arrecife amazónico. En el pasado, se asoció con la FAO y utilizó su fama para promover el Día Mundial de los Océanos, la gestión sostenible de la pesca y la biodiversidad en los océanos comunes (áreas marinas situadas fuera de los límites de la jurisdicción nacional).
Actor, director, cantante y activista, Lambert Wilson es un personaje polifacético. Curioso y entusiasta, se involucra, explora, se pregunta y busca saber más. Los temas que más le preocupan son los más universales. Para él, el mensaje del Hambre Cero es clave.
Su compromiso llega en un momento clave. Tras varios años de declive, las cifras mundiales de hambre vuelven a aumentar: en 2017, 821 millones de personas en el mundo padecen esta lacra.
Izda: Necesitamos invertir en ciencia e innovación para mejorar las semillas y hacerlas resistentes a la sequía. Derecha: Es importante hallar formas de producir más productos agrícolas con menos agua.
Paradójicamente, el mundo produce hoy en día alimentos suficientes para todos, sin embargo, una de cada nueve personas en el mundo sufre de malnutrición crónica. Los conflictos, la pobreza, el agotamiento de los recursos naturales y el cambio climático explican en parte esta situación.
Actuemos ahora y todos juntos antes de que sea demasiado tarde
Con motivo del Día Mundial de la Alimentación, que se celebra todos los años el 16 de octubre, la FAO, junto con Lambert Wilson, ha presentado un video para alentarnos a todos, en todo el mundo, a actuar para combatir el hambre en el mundo. El objetivo es volver a movilizar a la opinión pública, no solo para luchar contra el hambre en el mundo, sino también para erradicarla de forma permanente y garantizar un futuro sostenible para todos.
Actuemos ahora y todos juntos antes de que sea demasiado tarde
Con motivo del Día Mundial de la Alimentación, que se celebra todos los años el 16 de octubre, la FAO, junto con Lambert Wilson, ha presentado un video para alentarnos a todos, en todo el mundo, a actuar para combatir el hambre en el mundo. El objetivo es volver a movilizar a la opinión pública, no solo para luchar contra el hambre en el mundo, sino también para erradicarla de forma permanente y garantizar un futuro sostenible para todos.
“Cuando eres un personaje público y puedes ser portador de un mensaje, es bueno informarte. Tienes que elegir tus batallas, seguirlas e ir tan lejos como puedas”. ©FAO/Alessandra Benedetti
“Podemos trabajar juntos para revertir la negatividad humana y avanzar hacia lo positivo. Asumamos nuestras responsabilidades. Actuemos para lograr un mundo Hambre Cero”.
Al igual que la FAO, Lambert Wilson cree firmemente que todavía es posible alcanzar la meta #HambreCero para 2030. Para ello, es fundamental que todos trabajemos juntos. Gobiernos, agricultores, sociedad civil, representantes de los sectores público y privado, comerciantes, docentes, individuos: todos tienen un papel que desempeñar, a diario.¿Cómo? Desarrollando políticas que apoyen la agricultura y el desarrollo rural y los programas de protección social para las personas vulnerables.
¿Y para cada uno de nosotros? Acciones simples como no comprar más alimentos de los que necesitamos, no dejar que nuestras frutas y verduras se pudran en nuestros frigoríficos, o regalar alimentos que de otra forma se perderían.
Estos son solo algunos ejemplos. Para más información y para participar, por favor haga clic aquí.
Mire las fotos del rodaje del vídeo.
http://www.fao.org/sustainable-development-goals/es/
La evolución de la dieta: el futuro de la alimentación
https://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/la-evolucion-de-la-dieta_8454/1
Algunos expertos creen que los humanos modernos deberíamos comer lo que comían nuestros antepasados en la Edad de Piedra. El menú, sin embargo, quizá sea una sorpresa.
La evolución de la dieta
Fila superior: caracoles, sardinas y habas (Creta, Grecia); naan en té salado con leche de yak (Afganistán); fritura de hojas de geranio (Creta, Grecia); cangrejo cocido (Malaysia). Fila central: sopa de orejones (Pakistán); plátano hervido (Bolivia); impala a la parrilla (Tanzania; plato y cuchillo del fotógrafo); bulgur con huevos cocidos y perejil (Tadzhikistán). Fila inferior: remolacha al natural con naranja (Creta, Grecia); ensalada de patata cocida, tomate y habas con aceite de oliva (Creta, Grecia); arroz con mantequilla de yak fundida (Afganistán); perdiz nival cocida (Groenlandia).
Fotos: Matthieu Paley
Río Maniqui
Los derrubios arrastrados por la crecida del río Maniqui obstruyen los bajíos donde se baña José Mayer Cunay, de 78 años. Una mariposa azufrada de puntas naranjas, común en la Amazonia, proyecta una sombra en su espalda. Los tsimane se mantienen delgados aún en la vejez porque caminan varios kilómetros al día en busca de su sustento.
Foto: Matthieu Paley
Amazonia boliviana
Cunay busca plátanos maduros junto a su chaco, la parcela de 2.000 metros cuadrados que este anciano tsimane y su hijo Felipe Mayer Lero ganaron a la Amazonia boliviana. Cuatro generaciones de la familia comen la fruta, el maíz y los demás productos del huerto, pero lo que más aprecian no lo da la tierra: pescado y carne de caza. Cuando los cazadores abaten un animal, como por ejemplo un armadillo, lo aprovechan todo, incluidas las patas.
Fotos: Matthieu Paley
La recolección del día
En el poblado de Anachere, una niña echa un vistazo a lo que han traído los miembros de su familia después de un día de búsqueda de comida en la selva. Las vainas, muy apreciadas por los jóvenes tsimane por su sabor dulce, son el fruto de un árbol llamado inga.
Foto: Matthieu Paley
Wande y Mokoa
Wande y su marido, Mokoa, parten en busca de comida. Ella usa un palo para desenterrar tubérculos, un alimento básico sobre todo durante la estación lluviosa, y un cuchillo para afilar el palo. Él lleva un hacha para extraer panales de los troncos de los árboles y un arco con flechas para cazar y defenderse.
Foto: Matthieu Paley
Un tesoro nutritivo
La miel es una fuente de energía esencial para el pueblo hadza de Tanzania. Los recolectores de miel como este adolescente llamado Ngosha encuentran este alimento siguiendo a unas aves llamadas indicadores, que persiguen a las abejas hasta las colmenas en los árboles. A continuación los recolectores queman pequeños troncos o matas para que el humo tranquilice a los insectos y así poder llevarse el panal.
Fotos: Matthieu Paley
Kongolobe
Durante las caminatas en busca de alimento los hadza recolectan bayas como el kongolobe (Grewia bicolor), que comen allí mismo en vez de guardarlas para consumirlas más adelante. Después de masticarlas, escupen al suelo las pepitas, sembrando las semillas que darán lugar a la siguiente generación de arbustos.
Foto: Matthieu Paley
Coto de caza
Unos jóvenes cazadores hadza escudriñan el valle de Yaeda (derecha). Sus familias comerán cualquier pieza que lleven a casa. El botín de un día concreto incluía un gálago (izquierda). En los últimos 50 años la mayor parte del territorio ancestral de esta tribu ha quedado en manos de ganaderos cuyas reses ahuyentan la fauna salvaje y de agricultores que talan los árboles para levantar vallas.
Fotos: Matthieu Paley
Isortoq
Los 64 vecinos del remoto pueblo de Isortoq, en el este de Groenlandia, siguen cazando y pescando, pero combinan alimentos tradicionales inuit con otros que ahora compran en el supermercado (el gran edificio rojo en primer término). Uno de sus platos favoritos: foca con ketchup y mayonesa.
Foto: Matthieu Paley
La dieta inuit
Una inuit da a su hermano (izquierda) un pedacito de hígado de foca recién cazada por el padre. Lo que no se come al momento se conserva en cobertizos exteriores; este «congelador» de una familia (derecha) contiene la carne, el costillar y la quijada de una orca, y la aleta anterior de una foca barbada.
Fotos: Matthieu Paley
La dieta inuit
Un perro lame la aleta dorsal de una orca. Una vez han descuartizado las piezas traídas a casa de sus partidas de caza o campañas de pesca, los inuit consumen parte de la carne al momento, y el resto se conserva en cobertizos. Más adelante destinan los mejores cortes para alimentar a sus familias, y los restos, para los perros de trineo.
Foto: Matthieu Paley
La tribu Bajau
Con el rostro cubierto de bedak sejuk, un polvo refrescante hecho de arroz y hojas de pandano, Alpaida rema hacia los palafitos para visitar a sus amigos. Esta adolescente y su familia pertenecen al grupo tribal conocido como los bajau marinos porque viven en sus lepa-lepas, casas flotantes hechas a mano.
Foto: Matthieu Paley
La tribu Bajau
Un pescador bajau aferra el pulpo que ha lanceado tras saltar al agua desde su barca. Excepto un plato que preparan con mandioca molida, todo lo que comen los bajau procede del mar. Un bebé (derecha) duerme junto a una sartén de orejas de mar, que será la cena de la familia.
Fotos: Matthieu Paley
La tribu Bajau
Los bajau pueden vestir prendas occidentales como los pantalones pitillo, per continúan pescando como hace siglos. Van en barca hasta el borde del arrecife, escudriñan el agua hasta que localizan un pez y luego se zambullen para lancearlo. Para este joven bajau llamado Dido, la captura del día es un alevín de pez murciélago.
Foto: Matthieu Paley
Los kirguiz del Pamir
Los kirguiz del Pamir ponen cuencos y tortas de kurut a secar. Para elaborar este producto se hierve la leche de yak durante horas a fuego lento hasta que queda reducida a una pasta, que se introduce en recipientes o se le da forma con las manos y se pone a secar sobre esterillas o en las azoteas. Cuando el kurut ya está duro, se almacena para el invierno, época en que la leche fresca es menos abundante. Para consumirlo es necesario rehidratarlo sumergiéndolo en agua.
Foto: Matthieu Paley
Los kirguiz del Pamir
Una kirguiz cuela la leche con la mano, retirando pelos de yak y otras impurezas. Pastores de Shimshal, una zona remota del norte de Pakistán que limita con China, atienden su rebaño (derecha). Yaks, cabras y ovejas engordan durante meses en los pastos de verano para poder sobrevivir y proporcionar alimento en invierno.
Fotos: Matthieu Paley
Los kirguiz del Pamir
Ayeem Khan lleva las botas que le ha prestado su padre y el velo rojo propio de las kirguiz solteras, que cambiará por otro blanco cuando se case. Dos veces al día ordeña los yaks de la familia; una parte de la leche cuajada se desecará para usarla en invierno, cuando los animales produzcan menos.
Foto: Matthieu Paley
Creta, Grecia
En Moires, un pueblo de Creta, el agricultor Fanouris Romanakis poda los olivos en primavera para que produzcan más frutos. Para esta familia el aceite de oliva es una fuente de ingresos y también un alimento básico de su dieta. En algunas partes del olivar Fanouris labra la tierra entre los árboles para sembrar patatas, habas y otras hortalizas.
Foto: Matthieu Paley
Creta, Grecia
La comida típica de la Creta rural incluye pescado del Mediterráneo, caracoles y hortalizas de los campos y vino elaborado con uvas de la zona. Con la aldea de Pyrgos al fondo, Adonis Gligoris (izquierda, en primer plano) recolecta perejil acompañado de sus hijos y de un amigo. La familia de este agricultor vende y consume los productos de sus campos, su olivar y su viñedo.
Fotos: Matthieu Paley
Creta, Grecia
En casa de Popi y Costas Moschonas, que viven en Meronas, un pueblo del centro de Creta, las comidas de los sábados son largas y abundantes. La familia consume vino rosado casero y platos elaborados con productos locales (de izquierda a derecha): hojas de parra rellenas, tortilla de hierbas silvestres y patatas fritas en aceite de oliva.
Foto: Matthieu Paley
17 de octubre de 2014
La evolución de la dieta: el futuro de la alimentación
Es hora de cenar en la Amazonia boliviana, y Ana Cuata Maito remueve una papilla de plátano y mandioca dulce sobre el fuego que arde en el suelo de tierra de su cabaña techada de paja, mientras aguza el oído para oír a su marido en cuanto regrese de la selva con su escuálido perro de caza.
Con una niña enganchada al pecho y un hijo de siete años tirándole de la manga, es la viva imagen del agotamiento cuando me dice que ojalá esta noche su marido, Deonicio Nate, traiga algo de carne. «Los niños se ponen tristes cuando no hay carne», dice a través de un intérprete.
Esta mañana de enero Deonicio ha salido antes del amanecer con su rifle y su machete para salvar cuanto antes las dos horas de caminata que lo separan del bosque primario donde le gusta cazar. Allí ha escudriñado las copas de los árboles en busca de monos capuchinos y coatíes, mientras el perro husmeaba la tierra rastreando algún pecarí o capibara. Si le sonreía la suerte, Deonicio localizaría uno de los animales más sustanciosos de la selva: un tapir, rebuscando con su largo hocico prensil brotes y yemas entre los helechos húmedos.
Esta noche, sin embargo, regresa con las manos vacías. Pero es un tipo dinámico de 39 años que no parece darse por vencido fácilmente; cuando no está cazando, pescando o tejiendo hojas de palma para el techo de su casa, está en el bosque tallando una canoa nueva de un tronco. Cuando por fin se sienta a comer, se queja de lo difícil que es obtener carne suficiente para su familia: dos esposas (algo común en su tribu) y 12 hijos. Los madereros ahuyentan a los animales, y no puede pescar en el río porque una tormenta lo ha dejado sin canoa.
La historia se repite, con mínimas variantes, en todas las familias que visito en Anachere, una comunidad de unos 90 miembros de la antigua tribu tsimane. Estamos en la estación lluviosa, la peor para cazar y pescar. Más de 15.000 tsimane viven en un centenar de poblados, repartidos a orillas de dos ríos de la cuenca amazónica, cerca de San Borja, una pequeña ciudad con mercado a 360 kilómetros de La Paz. Sin embargo, de Anachere a San Borja hay dos días de viaje en canoa motorizada, así que los tsimane que viven allí siguen obteniendo la mayor parte de su sustento de la selva, el río o sus huertos.
Viajo con Asher Rosinger, un doctorando del equipo codirigido por el bioantropólogo William Leonard, de la Northwestern University (Illinois), que estudia a los tsimane para documentar las características de una dieta de la selva tropical. En particular les interesa conocer cómo cambia el estado de salud de los indígenas conforme abandonan su dieta tradicional y su activo estilo de vida y empiezan a trocar los productos de la selva por azúcar, sal, arroz, aceite y –cada vez más– carnes secas y sardinas en lata. No es una investigación de valor exclusivamente teórico: lo que descubran los antropólogos sobre las dietas de pueblos indígenas como los tsimane podría indicarnos a los demás qué alimentos nos conviene consumir.
Rosinger me presenta a José Mayer Cunay, de 78 años, quien, con su hijo Felipe Mayer Lero, de 39, cuida desde hace tres décadas un exuberante huerto a orillas del río. José nos conduce por un sendero flanqueado de árboles cargados de mangos y papayas, racimos de plátanos verdes y pomelos que cuelgan de las ramas como pendientes de una oreja. Las heliconias y el jengibre silvestre crecen como malas hierbas entre el maíz y la caña de azúcar. «La familia de José tiene más fruta que ninguna otra», dice Rosinger.
Viajo con Asher Rosinger, un doctorando del equipo codirigido por el bioantropólogo William Leonard, de la Northwestern University (Illinois), que estudia a los tsimane para documentar las características de una dieta de la selva tropical. En particular les interesa conocer cómo cambia el estado de salud de los indígenas conforme abandonan su dieta tradicional y su activo estilo de vida y empiezan a trocar los productos de la selva por azúcar, sal, arroz, aceite y –cada vez más– carnes secas y sardinas en lata. No es una investigación de valor exclusivamente teórico: lo que descubran los antropólogos sobre las dietas de pueblos indígenas como los tsimane podría indicarnos a los demás qué alimentos nos conviene consumir.
Rosinger me presenta a José Mayer Cunay, de 78 años, quien, con su hijo Felipe Mayer Lero, de 39, cuida desde hace tres décadas un exuberante huerto a orillas del río. José nos conduce por un sendero flanqueado de árboles cargados de mangos y papayas, racimos de plátanos verdes y pomelos que cuelgan de las ramas como pendientes de una oreja. Las heliconias y el jengibre silvestre crecen como malas hierbas entre el maíz y la caña de azúcar. «La familia de José tiene más fruta que ninguna otra», dice Rosinger.
A medida que nos acercamos a 2050, fecha en que tendremos otros 2.000 millones de bocas que alimentar, descubrir la dieta óptima se convierte en una misión acuciante
Pero en la cabaña de la familia, la mujer de Felipe, Catalina, está preparando el mismo puré insulso que en los demás hogares. Pregunto si no se arreglan con los productos de la huerta cuando escasea la carne, y Felipe niega con la cabeza. «Necesito cazar y pescar –dice–. Mi cuerpo no se conforma con comer solamente estas plantas.»
A medida que nos acercamos a 2050, fecha en que tendremos otros 2.000 millones de bocas que alimentar, descubrir la dieta óptima se convierte en una misión acuciante. Las decisiones alimentarias que tomemos en las próximas décadas tendrán repercusiones cruciales para el planeta. En pocas palabras, una dieta centrada en la carne y los lácteos –al alza en los países en vías de desarrollo– consumirá más recursos del planeta que otra basada en cereales integrales, frutos de cáscara, frutas y hortalizas.
Hasta el nacimiento de la agricultura, hace unos 10.000 años, todos los humanos comían aquello que cazaban, recolectaban y pescaban. Con la aparición de la ganadería, los cazadores-recolectores nómadas fueron expulsados poco a poco de las tierras cultivables más valiosas, hasta quedar relegados a los bosques de la Amazonia, las praderas áridas de África, las islas remotas del Sudeste Asiático y la tundra del Ártico. Hoy apenas quedan unas pocas tribus de cazadores-recolectores dispersas por el planeta.
Ante esta realidad, la ciencia está redoblando sus esfuerzos para aprender todo lo posible sobre la dieta y el estilo de vida ancestrales de estos pueblos antes de que desaparezcan. «Los cazadores-recolectores no son fósiles vivientes –dice Alyssa Crittenden, de la Universidad de Nevada, Las Vegas, antropóloga especialista en nutrición que estudia la dieta de los hadza de Tanzania, uno de los últimos exponentes de sociedad cazadora-recolectora–. Dicho esto, es cierto que apenas quedan poblaciones de este tipo. El tiempo se nos acaba. Si queremos obtener información sobre el estilo de vida nómada cazador-recolector, debemos documentar su dieta hoy mismo.»
Hasta la fecha los estudios sobre cazadores-recolectores como los tsimane, los inuit del Ártico y los hadza han descubierto que estas poblaciones no conocían la hipertensión, la aterosclerosis ni las enfermedades cardiovasculares. «Muchos creen que existe una discordancia entre lo que comemos hoy y lo que nuestros antepasados estaban evolutivamente preparados para comer», dice el paleoantropólogo Peter Ungar, de la Universidad de Arkansas. La idea de que estamos atrapados en un cuerpo propio de la Edad de Piedra transportado al mundo de la comida rápida da pábulo a la actual moda de las dietas paleolíticas. Las llamadas dietas del cavernícola, de la Edad de Piedra o paleodietas se basan en la tesis de que los humanos modernos estamos adaptados para comer como los cazadores-recolectores del paleolítico (período que va desde hace unos 2,6 millones de años hasta la llegada de la revolución agrícola) y que nuestros genes no han tenido tiempo para adaptarse a los alimentos cultivados.
Hasta el nacimiento de la agricultura, hace unos 10.000 años, todos los humanos comían aquello que cazaban, recolectaban y pescaban. Con la aparición de la ganadería, los cazadores-recolectores nómadas fueron expulsados poco a poco de las tierras cultivables más valiosas, hasta quedar relegados a los bosques de la Amazonia, las praderas áridas de África, las islas remotas del Sudeste Asiático y la tundra del Ártico. Hoy apenas quedan unas pocas tribus de cazadores-recolectores dispersas por el planeta.
Ante esta realidad, la ciencia está redoblando sus esfuerzos para aprender todo lo posible sobre la dieta y el estilo de vida ancestrales de estos pueblos antes de que desaparezcan. «Los cazadores-recolectores no son fósiles vivientes –dice Alyssa Crittenden, de la Universidad de Nevada, Las Vegas, antropóloga especialista en nutrición que estudia la dieta de los hadza de Tanzania, uno de los últimos exponentes de sociedad cazadora-recolectora–. Dicho esto, es cierto que apenas quedan poblaciones de este tipo. El tiempo se nos acaba. Si queremos obtener información sobre el estilo de vida nómada cazador-recolector, debemos documentar su dieta hoy mismo.»
Hasta la fecha los estudios sobre cazadores-recolectores como los tsimane, los inuit del Ártico y los hadza han descubierto que estas poblaciones no conocían la hipertensión, la aterosclerosis ni las enfermedades cardiovasculares. «Muchos creen que existe una discordancia entre lo que comemos hoy y lo que nuestros antepasados estaban evolutivamente preparados para comer», dice el paleoantropólogo Peter Ungar, de la Universidad de Arkansas. La idea de que estamos atrapados en un cuerpo propio de la Edad de Piedra transportado al mundo de la comida rápida da pábulo a la actual moda de las dietas paleolíticas. Las llamadas dietas del cavernícola, de la Edad de Piedra o paleodietas se basan en la tesis de que los humanos modernos estamos adaptados para comer como los cazadores-recolectores del paleolítico (período que va desde hace unos 2,6 millones de años hasta la llegada de la revolución agrícola) y que nuestros genes no han tenido tiempo para adaptarse a los alimentos cultivados.
La dieta de la Edad de Piedra es la única que se adapta perfectamente a nuestra configuración genética
La dieta de la Edad de Piedra «es la única que se adapta perfectamente a nuestra configuración genética», escribe Loren Cordain, nutricionista evolutivo de la Universidad Estatal de Colorado, en su libro La dieta paleolítica. Pierda peso y gane salud con la dieta ancestral que la naturaleza diseñó para usted. Tras estudiar las dietas de los cazadores-recolectores actuales y concluir que el 73 % de estas sociedades obtienen de la carne más de la mitad de sus calorías, Cordain elaboró su propia receta paleolítica: coma carne magra y pescado en abundancia, pero absténgase de consumir lácteos, legumbres y cereales, es decir, los alimentos que no se incorporaron a nuestra dieta hasta que surgieron la cocina y la agricultura. Los defensores de la paleodieta, como Cordain, aseguran que ciñéndonos a los alimentos que consumían nuestros ancestros cazadores-recolectores podemos librarnos de las enfermedades propias de la civilización, como son las cardiopatías, la hipertensión, la diabetes, el cáncer y hasta el acné.
Suena bien. ¿Pero es cierto que en la evolución humana todos nos hemos adaptado para consumir una dieta en la que predomina la carne? Los paleontólogos que estudian los fósiles de nuestros ancestros y los antropólogos que documentan las dietas de los actuales pueblos indígenas afirman que la cuestión no es tan sencilla. Ungar y otros científicos apuntan que la dieta paleolítica, muy de moda, se basa en ideas erróneas.
Suena bien. ¿Pero es cierto que en la evolución humana todos nos hemos adaptado para consumir una dieta en la que predomina la carne? Los paleontólogos que estudian los fósiles de nuestros ancestros y los antropólogos que documentan las dietas de los actuales pueblos indígenas afirman que la cuestión no es tan sencilla. Ungar y otros científicos apuntan que la dieta paleolítica, muy de moda, se basa en ideas erróneas.
La carne ha desempeñado un papel estelar en la evolución de la dieta humana. Raymond Dart, que en 1924 descubrió el primer fósil de un ancestro humano en África, popularizó la imagen de unos protohumanos que cazaban para sobrevivir comiendo carne en la sabana africana. En los años cincuenta los describía como «criaturas carnívoras, que capturaban presas vivas por medios violentos, las mataban a golpes […], saciaban su sed bebiendo la sangre caliente de sus víctimas y devoraban con ansia la carne todavía roja y pulsátil».
Algunos científicos creen que la ingestión de carne fue fundamental para que nuestros ancestros desarrollasen un cerebro más grande hace unos dos millones de años. Al sustituir la dieta vegetariana de los monos antropomorfos, baja en calorías, por un menú más calórico a base de carne y médula, nuestro antepasado directo, Homo erectus, obtuvo en cada ingesta un plus de energía que contribuyó al agrandamiento de su cerebro. Al digerir una dieta de mayor calidad y con menor volumen de fibra vegetal, el intestino de ese Homo redujo su tamaño. La energía liberada como resultado de la hipotrofia intestinal pudo reconducirse hacia el hambriento cerebro; así lo cree Leslie Aiello, la primera en postular esta tesis junto con el paleoantropólogo Peter Wheeler. El cerebro humano consume en reposo el 20 % de la energía corporal; el cerebro de un mono se conforma con el 8 %. Esto significa que desde la época de H. erectus el organismo humano depende de una dieta de alimentos hipercalóricos, especialmente cárnicos.
Si damos un salto adelante de dos millones de años, asistimos a otra revolución en la dieta humana: la invención de la agricultura. La domesticación de cereales como el sorgo, la cebada, el trigo, el maíz y el arroz se tradujo en un suministro abundante y predecible de alimento, gracias al cual las mujeres de los agricultores podían tener hijos muy seguidos: uno cada 2,5 años, en lugar de cada 3,5 como los cazadores-recolectores. La consecuencia fue una explosión demográfica; en poco tiempo, los agricultores superaban en número a los cazadores-recolectores.
Algunos científicos creen que la ingestión de carne fue fundamental para que nuestros ancestros desarrollasen un cerebro más grande hace unos dos millones de años. Al sustituir la dieta vegetariana de los monos antropomorfos, baja en calorías, por un menú más calórico a base de carne y médula, nuestro antepasado directo, Homo erectus, obtuvo en cada ingesta un plus de energía que contribuyó al agrandamiento de su cerebro. Al digerir una dieta de mayor calidad y con menor volumen de fibra vegetal, el intestino de ese Homo redujo su tamaño. La energía liberada como resultado de la hipotrofia intestinal pudo reconducirse hacia el hambriento cerebro; así lo cree Leslie Aiello, la primera en postular esta tesis junto con el paleoantropólogo Peter Wheeler. El cerebro humano consume en reposo el 20 % de la energía corporal; el cerebro de un mono se conforma con el 8 %. Esto significa que desde la época de H. erectus el organismo humano depende de una dieta de alimentos hipercalóricos, especialmente cárnicos.
Si damos un salto adelante de dos millones de años, asistimos a otra revolución en la dieta humana: la invención de la agricultura. La domesticación de cereales como el sorgo, la cebada, el trigo, el maíz y el arroz se tradujo en un suministro abundante y predecible de alimento, gracias al cual las mujeres de los agricultores podían tener hijos muy seguidos: uno cada 2,5 años, en lugar de cada 3,5 como los cazadores-recolectores. La consecuencia fue una explosión demográfica; en poco tiempo, los agricultores superaban en número a los cazadores-recolectores.
Cuando los primeros agricultores pasaron a depender de las cosechas , su dieta perdió una enorme diversidad nutricional en comparación con la de los cazadores-recolectores
Los antropólogos llevan una década tratando de descifrar las claves de esta transición. ¿Constituyó la agricultura un progreso en toda regla para la salud humana? ¿O será que al abandonar la vida de caza y recolección para cultivar el campo y criar ganado renunciamos a una dieta más sana y un cuerpo más fuerte a cambio de tener asegurado el alimento?
El bioantropólogo Clark Spencer Larsen, de la Universidad Estatal de Ohio, describe la aparición de la agricultura en términos negativos. Cuando los primeros agricultores pasaron a depender de las cosechas para asegurarse la supervivencia, su dieta perdió una enorme diversidad nutricional en comparación con la de los cazadores-recolectores. Comer el mismo grano domesticado día tras día les causaba caries y enfermedades periodontales, patologías muy raras en los cazadores-recolectores, dice Larsen. Cuando los agricultores empezaron a domesticar animales, el ganado bovino, ovino y caprino se convirtió en una fuente de leche y carne, pero también de parásitos y nuevas enfermedades infecciosas. Los granjeros sufrían ferropenias y retrasos del desarrollo, y perdieron estatura.
Pese a la explosión demográfica, la forma de vida y la dieta de los granjeros eran claramente menos sanas que las de los cazadores-recolectores. Que las comunidades agropecuarias produjesen más hijos, dice Larsen, solo demuestra que «estar enfermo no es óbice para procrear».
El bioantropólogo Clark Spencer Larsen, de la Universidad Estatal de Ohio, describe la aparición de la agricultura en términos negativos. Cuando los primeros agricultores pasaron a depender de las cosechas para asegurarse la supervivencia, su dieta perdió una enorme diversidad nutricional en comparación con la de los cazadores-recolectores. Comer el mismo grano domesticado día tras día les causaba caries y enfermedades periodontales, patologías muy raras en los cazadores-recolectores, dice Larsen. Cuando los agricultores empezaron a domesticar animales, el ganado bovino, ovino y caprino se convirtió en una fuente de leche y carne, pero también de parásitos y nuevas enfermedades infecciosas. Los granjeros sufrían ferropenias y retrasos del desarrollo, y perdieron estatura.
Pese a la explosión demográfica, la forma de vida y la dieta de los granjeros eran claramente menos sanas que las de los cazadores-recolectores. Que las comunidades agropecuarias produjesen más hijos, dice Larsen, solo demuestra que «estar enfermo no es óbice para procrear».
La verdadera dieta paleolítica, sin embargo, era más que carne y tuétano. Es cierto que los cazadores-recolectores de todo el planeta desean comer carne por encima de cualquier otra cosa y obtienen de los animales alrededor del 30 % de su consumo calórico anual, pero también es verdad que la mayoría soporta períodos de escasez en los que apenas comen un par de bocados de carne por semana. Los últimos estudios sugieren que la expansión del cerebro se debió a algo más que a la preponderancia de la carne en la dieta de los antiguos humanos.
Observar a los cazadores-recolectores a lo largo del año confirma que las batidas fracasadas están a la orden del día. Los hadza y los bosquimanos kung de África, por ejemplo, regresan sin carne más de la mitad de las veces que salen a cazar con arcos y flechas. De esta realidad se desprende que era mucho más difícil para nuestros antepasados, que no disponían de esas armas. «La gente cree que sales a la sabana y te encuentras antílopes por doquier, esperando tranquilamente a que les abras la cabeza», dice Alison Brooks, paleoantropóloga de la Universidad George Washington y experta en los dobe kung de Botswana. En ningún sitio se ingiere carne con frecuencia, a excepción del Ártico, donde los inuit y otros grupos obtenían tradicionalmente hasta el 99 % de su ingesta calórica de focas, narvales y peces.
¿Qué comen pues los cazadores-recolectores cuando no hay carne? Resulta que detrás del «homo venator» hay siempre una «femina recollectrix», quien, con ayuda de los niños, aporta un plus de calorías durante los tiempos difíciles. Cuando la carne, la fruta o la miel escasean, los recolectores dependen de «alimentos de último recurso», dice Brooks. Los hadza obtienen de las plantas casi el 70 % de su ingesta calórica. Los kung resisten gracias a los tubérculos y a las nueces del mongongo; los pigmeos aka y baka de la cuenca del Congo, al ñame; los tsimane y los yanomami del Amazonas, al plátano y la mandioca; los aborígenes australianos, a dos plantas que llaman juncia bulbosa y castaña de agua.
Observar a los cazadores-recolectores a lo largo del año confirma que las batidas fracasadas están a la orden del día. Los hadza y los bosquimanos kung de África, por ejemplo, regresan sin carne más de la mitad de las veces que salen a cazar con arcos y flechas. De esta realidad se desprende que era mucho más difícil para nuestros antepasados, que no disponían de esas armas. «La gente cree que sales a la sabana y te encuentras antílopes por doquier, esperando tranquilamente a que les abras la cabeza», dice Alison Brooks, paleoantropóloga de la Universidad George Washington y experta en los dobe kung de Botswana. En ningún sitio se ingiere carne con frecuencia, a excepción del Ártico, donde los inuit y otros grupos obtenían tradicionalmente hasta el 99 % de su ingesta calórica de focas, narvales y peces.
¿Qué comen pues los cazadores-recolectores cuando no hay carne? Resulta que detrás del «homo venator» hay siempre una «femina recollectrix», quien, con ayuda de los niños, aporta un plus de calorías durante los tiempos difíciles. Cuando la carne, la fruta o la miel escasean, los recolectores dependen de «alimentos de último recurso», dice Brooks. Los hadza obtienen de las plantas casi el 70 % de su ingesta calórica. Los kung resisten gracias a los tubérculos y a las nueces del mongongo; los pigmeos aka y baka de la cuenca del Congo, al ñame; los tsimane y los yanomami del Amazonas, al plátano y la mandioca; los aborígenes australianos, a dos plantas que llaman juncia bulbosa y castaña de agua.
¿Estamos evolucionando todavía? ¡Por supuesto!
«Existe un discurso sistemático según el cual la caza nos definió y la carne nos hizo humanos –dice Amanda Henry, paleobióloga del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig–. Sinceramente, yo creo que esta afirmación obvia la mitad de la realidad. Los humanos quieren comer carne, eso sin duda, pero de lo que realmente sobreviven es de vegetales.» Es más, la científica ha hallado gránulos de almidón de origen vegetal en fósiles dentales y útiles líticos, lo que apunta a que los humanos pueden llevar comiendo cereales, además de tubérculos, al menos 100.000 años, los suficientes para haber desarrollado la capacidad de tolerarlos.
La idea de que dejamos de evolucionar en el paleolítico es errónea. Nuestra dentadura, nuestra mandíbula y nuestra cara se han reducido, y nuestro ADN ha variado desde la invención de la agricultura. «¿Estamos evolucionando todavía? ¡Por supuesto!», dice la genetista Sarah Tishkoff, de la Universidad de Pennsylvania.
Una evidencia que lo demuestra es el caso de la intolerancia a la lactosa. Todos los humanos digieren la leche materna mientras toman el pecho; pero hasta que llegó la domesticación del ganado hace 10.000 años, una vez que los niños eran destetados no volvían a tener que digerir leche. Como consecuencia, el organismo humano dejaba de producir lactasa, la enzima que descompone la lactosa en azúcares simples. Cuando los humanos se estrenaron como ganaderos, la capacidad de digerir leche se convirtió en una ventaja fabulosa, y así se generó una tolerancia a la lactosa que evolucionó de forma independiente en las comunidades ganaderas de Europa, Oriente Medio y África. Las comunidades que no dependían del ganado para subsistir –como los chinos y tailandeses, los indios pima del sudoeste norteamericano y los bantúes del África occidental– continúan siendo intolerantes a la lactosa.
Los humanos también presentan variaciones en la capacidad de extraer azúcares de los alimentos amiláceos durante la masticación, dependiendo de cuántas copias hereden de un gen concreto. Las poblaciones que tradicionalmente comían más alimentos ricos en almidón, como los hadza, poseen más copias del gen que los yakuto de Siberia, de dieta cárnica, de modo que su saliva empieza a descomponer los almidones antes de que lleguen al estómago.
Estos ejemplos parecen contradecir el tópico de que «somos lo que comemos». En puridad habría que decir «somos lo que comieron nuestros antepasados». Hay una gama amplísima de alimentos de los que los humanos pueden obtener sustento, en función de su legado genético. Las dietas tradicionales de hoy incluyen el vegetarianismo de los jainistas indios, el predominio cárnico de los inuit y la enorme presencia del pescado entre los bajau de Malaysia. Los nochmani de las islas Nicobar, en el Índico, se arreglan con la proteína de los insectos. «Lo que nos hace humanos es la capacidad de encontrar algo que comer en cualquier entorno», dice Leonard, codirector del estudio sobre los tsimane.
Los estudios sugieren que los grupos indígenas lo pasan mal cuando abandonan la dieta y la actividad tradicionales y abrazan el modo de vida occidental. Por ejemplo, hasta la década de 1950 la diabetes era casi desconocida entre los mayas de América Central; cuando adoptaron una dieta occidental, cargada de azúcares, se dispararon los casos de diabetes. Los pastores siberianos, como los evenki y los yakuto, seguían unas dietas muy ricas en carne, pero desarrollaron pocas patologías coronarias hasta que cambiaron su forma de vida tradicional por otra más sedentaria y empezaron a consumir productos comercializados. Para muchos pueblos nativos de Siberia estos cambios se aceleraron tras la desintegración de la Unión Soviética. Hoy, la mitad de los yakuto asentados en ciudades tiene sobrepeso, y casi un tercio, hipertensión, dice Leonard. Y los tsimane que compran la comida en el súper son más propensos a desarrollar diabetes que los que siguen cazando y recolectando.
Para quienes descendemos de humanos adaptados a dietas vegetales –y tenemos trabajos sedentarios– tal vez no sea buena idea consumir tanta carne como los yakuto. Estudios recientes confirman que aunque los humanos llevan dos millones de años comiendo carne roja, consumirla en gran cantidad aumenta la prevalencia de la aterosclerosis y el cáncer en la mayoría de las poblaciones, y no solo por culpa de las grasas saturadas y el colesterol. Nuestras bacterias intestinales digieren un nutriente de la carne llamado L-carnitina. En un estudio con ratones, la digestión de la L-carnitina disparaba la formación de placas de ateroma. Las investigaciones también han demostrado que el sistema inmunitario humano ataca un azúcar de la carne roja llamado Neu5Gc, una respuesta cuyos efectos inflamatorios son mínimos en los jóvenes, pero que con el tiempo pueden llegar a ser carcinógenos. «La carne roja es fantástica, si quieres morirte a los 45», dice Ajit Varki, de la Universidad de California en San Diego, autor principal del estudio sobre el Neu5Gc.
Muchos paleoantropólogos afirman que aunque los defensores de la dieta paleolítica moderna nos insten a rechazar los productos procesados, la dieta basada fundamentalmente en la carne no reproduce la diversidad alimentaria de nuestros ancestros, ni incorpora la actividad física que los protegía de las patologías cardiovasculares y de la diabetes. «Lo que molesta a muchos paleoantropólogos es que en realidad no existe una sola dieta del cavernícola –dice Leslie Aiello, presidenta de la Fundación Wenner-Gren de Investigación Antropológica en Nueva York–. La dieta humana tiene por lo menos dos millones de años de historia. Hay muchos cavernícolas en nuestro árbol genealógico.»
En otras palabras, la dieta humana ideal no existe. Aiello y Leonard afirman que el verdadero sello distintivo de la especie humana no es nuestro gusto por la carne sino nuestra capacidad de adaptarnos a muchos hábitats distintos y ser capaces de combinar muchos alimentos diferentes para crear muchas dietas sanas. Por desgracia la actual dieta occidental no parece ser una de ellas.
La idea de que dejamos de evolucionar en el paleolítico es errónea. Nuestra dentadura, nuestra mandíbula y nuestra cara se han reducido, y nuestro ADN ha variado desde la invención de la agricultura. «¿Estamos evolucionando todavía? ¡Por supuesto!», dice la genetista Sarah Tishkoff, de la Universidad de Pennsylvania.
Una evidencia que lo demuestra es el caso de la intolerancia a la lactosa. Todos los humanos digieren la leche materna mientras toman el pecho; pero hasta que llegó la domesticación del ganado hace 10.000 años, una vez que los niños eran destetados no volvían a tener que digerir leche. Como consecuencia, el organismo humano dejaba de producir lactasa, la enzima que descompone la lactosa en azúcares simples. Cuando los humanos se estrenaron como ganaderos, la capacidad de digerir leche se convirtió en una ventaja fabulosa, y así se generó una tolerancia a la lactosa que evolucionó de forma independiente en las comunidades ganaderas de Europa, Oriente Medio y África. Las comunidades que no dependían del ganado para subsistir –como los chinos y tailandeses, los indios pima del sudoeste norteamericano y los bantúes del África occidental– continúan siendo intolerantes a la lactosa.
Los humanos también presentan variaciones en la capacidad de extraer azúcares de los alimentos amiláceos durante la masticación, dependiendo de cuántas copias hereden de un gen concreto. Las poblaciones que tradicionalmente comían más alimentos ricos en almidón, como los hadza, poseen más copias del gen que los yakuto de Siberia, de dieta cárnica, de modo que su saliva empieza a descomponer los almidones antes de que lleguen al estómago.
Estos ejemplos parecen contradecir el tópico de que «somos lo que comemos». En puridad habría que decir «somos lo que comieron nuestros antepasados». Hay una gama amplísima de alimentos de los que los humanos pueden obtener sustento, en función de su legado genético. Las dietas tradicionales de hoy incluyen el vegetarianismo de los jainistas indios, el predominio cárnico de los inuit y la enorme presencia del pescado entre los bajau de Malaysia. Los nochmani de las islas Nicobar, en el Índico, se arreglan con la proteína de los insectos. «Lo que nos hace humanos es la capacidad de encontrar algo que comer en cualquier entorno», dice Leonard, codirector del estudio sobre los tsimane.
Los estudios sugieren que los grupos indígenas lo pasan mal cuando abandonan la dieta y la actividad tradicionales y abrazan el modo de vida occidental. Por ejemplo, hasta la década de 1950 la diabetes era casi desconocida entre los mayas de América Central; cuando adoptaron una dieta occidental, cargada de azúcares, se dispararon los casos de diabetes. Los pastores siberianos, como los evenki y los yakuto, seguían unas dietas muy ricas en carne, pero desarrollaron pocas patologías coronarias hasta que cambiaron su forma de vida tradicional por otra más sedentaria y empezaron a consumir productos comercializados. Para muchos pueblos nativos de Siberia estos cambios se aceleraron tras la desintegración de la Unión Soviética. Hoy, la mitad de los yakuto asentados en ciudades tiene sobrepeso, y casi un tercio, hipertensión, dice Leonard. Y los tsimane que compran la comida en el súper son más propensos a desarrollar diabetes que los que siguen cazando y recolectando.
Para quienes descendemos de humanos adaptados a dietas vegetales –y tenemos trabajos sedentarios– tal vez no sea buena idea consumir tanta carne como los yakuto. Estudios recientes confirman que aunque los humanos llevan dos millones de años comiendo carne roja, consumirla en gran cantidad aumenta la prevalencia de la aterosclerosis y el cáncer en la mayoría de las poblaciones, y no solo por culpa de las grasas saturadas y el colesterol. Nuestras bacterias intestinales digieren un nutriente de la carne llamado L-carnitina. En un estudio con ratones, la digestión de la L-carnitina disparaba la formación de placas de ateroma. Las investigaciones también han demostrado que el sistema inmunitario humano ataca un azúcar de la carne roja llamado Neu5Gc, una respuesta cuyos efectos inflamatorios son mínimos en los jóvenes, pero que con el tiempo pueden llegar a ser carcinógenos. «La carne roja es fantástica, si quieres morirte a los 45», dice Ajit Varki, de la Universidad de California en San Diego, autor principal del estudio sobre el Neu5Gc.
Muchos paleoantropólogos afirman que aunque los defensores de la dieta paleolítica moderna nos insten a rechazar los productos procesados, la dieta basada fundamentalmente en la carne no reproduce la diversidad alimentaria de nuestros ancestros, ni incorpora la actividad física que los protegía de las patologías cardiovasculares y de la diabetes. «Lo que molesta a muchos paleoantropólogos es que en realidad no existe una sola dieta del cavernícola –dice Leslie Aiello, presidenta de la Fundación Wenner-Gren de Investigación Antropológica en Nueva York–. La dieta humana tiene por lo menos dos millones de años de historia. Hay muchos cavernícolas en nuestro árbol genealógico.»
En otras palabras, la dieta humana ideal no existe. Aiello y Leonard afirman que el verdadero sello distintivo de la especie humana no es nuestro gusto por la carne sino nuestra capacidad de adaptarnos a muchos hábitats distintos y ser capaces de combinar muchos alimentos diferentes para crear muchas dietas sanas. Por desgracia la actual dieta occidental no parece ser una de ellas.
La revolución más importante de la dieta humana no fue la introducción de la carne sino la preparación de los alimentos
La pista más reciente que podría ayudarnos a entender por qué la dieta moderna nos hace enfermar la ha aportado el primatólogo de Harvard Richard Wrangham, para quien la revolución más importante de la dieta humana no fue la introducción de la carne sino la preparación de los alimentos. Cuando nuestros antepasados aprendieron a cocinar hace entre 1,8 millones de años y 400.000 años probablemente lograban criar más hijos, dice. Machacar y calentar los alimentos los deja «predigeridos», de modo que el intestino invierte menos energía en descomponerlos, los absorbe mejor que crudos y por ende extrae más energía para el cerebro. «Cocinar produce alimentos blandos y muy energéticos», prosigue Wrangham. Hoy no podemos mantenernos exclusivamente de comida cruda sin procesar, dice: la evolución nos ha hecho dependientes de los alimentos cocinados.
Para verificar sus tesis, Wrangham y sus alumnos pautaron dos dietas –una de comida cruda y otra cocinada– para dos grupos de ratones. Cuando visité el laboratorio de Wrangham en Harvard, la entonces doctoranda Rachel Carmody me mostró unas bolsas de plástico llenas de carne y boniatos, crudos en unas y cocinados en otras. Los ratones que comían alimento cocinado ganaron entre un 15 y un 40 % más peso que los que solo tomaban la comida cruda.
Si Wrangham está en lo cierto, la cocción de los alimentos no solo aportó a los primeros humanos la energía que necesitaban para desarrollar un cerebro más grande, sino que además les permitió obtener más calorías de cada alimento y en consecuencia ganar peso. La otra cara de la moneda es que, en el contexto actual, quizá seamos víctimas de nuestro propio éxito. Hemos perfeccionado hasta tal punto las técnicas de procesado de los alimentos que por primera vez en la historia evolutiva humana muchos individuos consumen más calorías de las que queman. «Los toscos panes integrales han dado paso a la bollería industrial, y las manzanas, al zumo de manzana –escribe–. Debemos concienciarnos de los efectos hipercalóricos de consumir alimentos ultraprocesados.»
Este giro a los alimentos procesados, una tendencia común en todo el mundo, está detrás de la rampante epidemia de obesidad y sus patologías asociadas. Si consumiésemos más frutas y verduras de producción local, un poco de carne, pescado y cereales integrales (como en la tan cacareada dieta mediterránea) e hiciésemos una hora diaria de ejercicio, nuestra salud lo agradecería. Y el planeta también.
Para verificar sus tesis, Wrangham y sus alumnos pautaron dos dietas –una de comida cruda y otra cocinada– para dos grupos de ratones. Cuando visité el laboratorio de Wrangham en Harvard, la entonces doctoranda Rachel Carmody me mostró unas bolsas de plástico llenas de carne y boniatos, crudos en unas y cocinados en otras. Los ratones que comían alimento cocinado ganaron entre un 15 y un 40 % más peso que los que solo tomaban la comida cruda.
Si Wrangham está en lo cierto, la cocción de los alimentos no solo aportó a los primeros humanos la energía que necesitaban para desarrollar un cerebro más grande, sino que además les permitió obtener más calorías de cada alimento y en consecuencia ganar peso. La otra cara de la moneda es que, en el contexto actual, quizá seamos víctimas de nuestro propio éxito. Hemos perfeccionado hasta tal punto las técnicas de procesado de los alimentos que por primera vez en la historia evolutiva humana muchos individuos consumen más calorías de las que queman. «Los toscos panes integrales han dado paso a la bollería industrial, y las manzanas, al zumo de manzana –escribe–. Debemos concienciarnos de los efectos hipercalóricos de consumir alimentos ultraprocesados.»
Este giro a los alimentos procesados, una tendencia común en todo el mundo, está detrás de la rampante epidemia de obesidad y sus patologías asociadas. Si consumiésemos más frutas y verduras de producción local, un poco de carne, pescado y cereales integrales (como en la tan cacareada dieta mediterránea) e hiciésemos una hora diaria de ejercicio, nuestra salud lo agradecería. Y el planeta también.
La última tarde que paso con los tsimane de Anachere, una de las hijas de Deonicio Nate, Albania, de 13 años, nos cuenta que su padre y su medio hermano Alberto, de 16, por fin han vuelto con caza. La seguimos hasta la cabaña donde se cocina y olemos los animales antes siquiera de verlos: tres coatíes sobre el fuego. A medida que su pelaje listado se quema, Albania y su hermana Emiliana, de 12 años, van raspando la piel hasta dejar la carne a la vista.
Las esposas de Deonicio están limpiando dos armadillos, que guisarán con plátano. El padre de familia está sentado junto al fuego, describiendo una buena jornada de caza. Primero abatió a los armadillos. Luego el perro localizó un grupo de coatíes y los persiguió; mató dos y el resto se escabulló en un árbol. Alberto alcanzó a uno de ellos de un disparo. Tres coatíes y dos armadillos eran suficientes, así que padre e hijo cogieron las piezas y volvieron a casa.
Mientras la familia disfruta del banquete, observo al pequeño Alfonso, que ha estado enfermo toda la semana. Baila alrededor del fuego, comiendo con alegría un pedazo de cola de coatí asado. Deonicio está satisfecho. Esta noche, en el pueblo de Anachere, ajeno a disquisiciones nutricionales, hay carne, y eso es bueno.
NATIONAL GEOGRAPHICLas esposas de Deonicio están limpiando dos armadillos, que guisarán con plátano. El padre de familia está sentado junto al fuego, describiendo una buena jornada de caza. Primero abatió a los armadillos. Luego el perro localizó un grupo de coatíes y los persiguió; mató dos y el resto se escabulló en un árbol. Alberto alcanzó a uno de ellos de un disparo. Tres coatíes y dos armadillos eran suficientes, así que padre e hijo cogieron las piezas y volvieron a casa.
Mientras la familia disfruta del banquete, observo al pequeño Alfonso, que ha estado enfermo toda la semana. Baila alrededor del fuego, comiendo con alegría un pedazo de cola de coatí asado. Deonicio está satisfecho. Esta noche, en el pueblo de Anachere, ajeno a disquisiciones nutricionales, hay carne, y eso es bueno.
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com
ayabaca@hotmail.com
ayabaca@yahoo.com
Inscríbete en el Foro del blog y participa : A Vuelo De Un Quinde - El Foro!
Chema.tambien me pregunto cuando veo los diamantes pulidos y engarzados en sendas joyas que esta permitido a los super-poderosos.de donde los sacaron.y de cuantos miles y miles de muertos humanos dejaron.para hoy ver solo hambruna y enfermedades en el Continente Africano????????❤❤❤
ResponderEliminar