Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista Nacional Geographic, nos entrega un amplio reportaje de un acontecimiento español, conocido como: "Esquilache, el ministro más odiado en Madrid", era el Marqués Giuseppe Esquilache, un ministro que mediante un bando se atrevió cambiar el modo de vestir de los madrileños, lo que provocó una rebelión popular, contra la política reformista e ilustrada del rey Carlos III, el famoso motín de Esquilache, puso en jaque a la corona española.
National Geographic., narra : "El 10 de marzo de 1766 Esquilache hizo publicar un edicto por
el que se prohibía el porte de capas largas y sombreros de ala ancha,
los sombreros gachos, con el pretexto de garantizar la seguridad en la
calle. La reacción popular ante este ataque al vestido tradicional fue
inmediata. En las siguientes semanas pasquines, sátiras y rumores
enrarecieron el ambiente en Madrid, hasta que el 23 de marzo, domingo de Ramos, estalló el motín.
Eran las dos de la tarde cuando un par de embozados atrajeron la
atención de los oficiales encargados de hacer cumplir del edicto sobre
vestimenta. Al ir a prenderlos, de las calles que daban a la plazuela de
Santo Domingo surgieron varios grupos de hombres embozados.
Lo mismo se produjo en otros lugares de la ciudad. La masa amotinada no
dejó de crecer durante las primeras horas de la tarde y fue ocupando
los espacios urbanos más céntricos, como la Puerta del Sol y sus
aledaños. Todos seguían como divisa un palo tocado por un sombrero
gacho...."
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/esquilache-ministro-mas-odiado-madrid_11322
En 1766, un bando para cambiar el modo de
vestir de los madrileños provocó una rebelión popular contra la
política reformadora e ilustrada de Carlos III, el famoso Motín de
Esquilache
El motín de Esquilache
El bando de 1766 contra los sombreros
de ala ancha y las capas largas hubo de ser aplicado por la fuerza,
ante la hostilidad abierta de gran número de madrileños.
Foto: CC
Extranjeros en el punto de mira
La furia de los amotinados contra
Esquilache se dirigió también contra otros dos italianos traídos a
España por Carlos III: el ministro Jerónimo Grimaldi y el arquitecto
real Francisco Sabatini, cuyas residencias fueron asaltadas; el grabado
muestra el ataque a la vivienda de este último. A su paso, los rebeldes
destrozaron los esquilaches, las nuevas farolas instaladas por el
ministro, que al alimentarse de aceite de oliva habrían encarecido el
precio de este producto, minando la ya maltrecha economía de los
madrileños.
Foto: CC
Giuseppe Esquilache
Esquilache ocupó diversos cargos de
gobierno: secretario de Hacienda desde su llegada, secretario de Guerra
desde 1763 y, de forma interina, secretario de Gracia y Justicia.
Foto: CC
Carlos III, rey de España
Carlos III intentó desarrollar una política reformadora e ilustrada de España.
Foto: CC
El bando que quería cambiar la forma de vestir de los madrileños
Un alguacil ordena cortar el sombrero y la capa de un madrileño en este óleo de José Martí y Monsó realizado en el siglo XIX.
Foto: CC
Guardia Valona
Entre las peticiones de los amotinados estaba la salida de Madrid de la Guardia Valona.
Foto: CC
El conde de Aranda
El conde de Aranda se encargó de prevenir revueltas y controló la ciudad en los meses siguientes al famoso motín de Esquilache.
Foto: CC
Esquilache, el ministro más odiado en Madrid
A inicios del reinado de Carlos III, el hambre, la pobreza,
los conflictos entre partidos de la Corte y la tradicional xenofobia
castellana hacia gobernantes extranjeros se conjugaron hasta explotar en
la Semana Santa de 1766 contra un blanco común: el marqués de Esquilache.
Siciliano de origen, Leopoldo de Gregorio inició su carrera política en Nápoles, al servicio de Carlos VII de Borbón.
En 1759 este sucedió en el trono de España a su hermano Fernando VI,
con el nombre de Carlos III. Esquilache lo siguió a España, donde
ocupó diversos cargos de gobierno: secretario de Hacienda desde su
llegada, secretario de Guerra desde 1763 y, de forma interina,
secretario de Gracia y Justicia. Esta acumulación de cargos, junto a su
ostentoso tren de vida, hicieron que muy pronto el malestar del pueblo
por las primeras medidas reformistas de Carlos III se dirigiera contra él.
El 10 de marzo de 1766 Esquilache hizo publicar un edicto por
el que se prohibía el porte de capas largas y sombreros de ala ancha,
los sombreros gachos, con el pretexto de garantizar la seguridad en la
calle. La reacción popular ante este ataque al vestido tradicional fue
inmediata. En las siguientes semanas pasquines, sátiras y rumores
enrarecieron el ambiente en Madrid, hasta que el 23 de marzo, domingo de Ramos, estalló el motín.
Eran las dos de la tarde cuando un par de embozados atrajeron la
atención de los oficiales encargados de hacer cumplir del edicto sobre
vestimenta. Al ir a prenderlos, de las calles que daban a la plazuela de
Santo Domingo surgieron varios grupos de hombres embozados.
Lo mismo se produjo en otros lugares de la ciudad. La masa amotinada no
dejó de crecer durante las primeras horas de la tarde y fue ocupando
los espacios urbanos más céntricos, como la Puerta del Sol y sus
aledaños. Todos seguían como divisa un palo tocado por un sombrero
gacho.
Motín contra lo extranjero
Conforme el movimiento se generalizaba, las cuadrillas dejaron de
protestar por el decreto contra el embozo y pasaron a adquirir un cariz
más político, entonando gritos de “¡Viva España, viva el Rey, muera Esquilache!”. A media tarde el número de amotinados llegaba a quince o veinte mil.
Al final del día un numeroso grupo de personas se dirigió contra la
Casa de las Siete Chimeneas, la residencia madrileña de Esquilache,
para asaltarla. Los amotinados cogían los adoquines utilizados para el
nuevo empedrado de las calles y los lanzaron contra los cristales y las
puertas del palacio. Tras varios intentos repelidos por el servicio de
la casa y por su guardia armada, consiguieron entrar, pero no hallaron
al ministro dentro. Esquilache se salvó gracias a que aquel día se encontraba en el Real Sitio de San Fernando.
A su vuelta a Madrid se refugió en el palacio Real. Otras residencias
de notables también se vieron golpeadas por la ira popular, como la del
gobernador de Castilla, la del secretario de Estado Grimaldi, la del
arquitecto Sabatini o la del duque de Granada. Al caer la noche la revuelta se había cobrado diecisiete muertos y una treintena de heridos.
El día siguiente, lunes Santo, los alguaciles siguieron cumpliendo
las disposiciones sobre vestimenta, aunque protegidos por efectivos de la temida Guardia Valona. Tras algunas cargas contra el pueblo, el motín se reactivó durante las primeras horas de la mañana. Esta nueva espiral de violencia se dirigió contra los militares valones, ante la pasividad de las tropas españolas. La persecución y linchamiento de extranjeros fueron generalizados durante aquella terrorífica jornada.
En medio de aquel escenario, mezclado con la teatralidad procesional
del calendario litúrgico, apareció entre la multitud un religioso, el
padre Cuenca, vestido con hábito penitencial, do- galalcuello,
crucifijo entre las manos y tocado con una corona de espinas. Con la
intención de mediar ante el rey, puso por escrito las reivindicaciones que movilizaban a los sublevados.
Estas eran: la destitución y destierro de Esquilache y de su familia,
que los gobernantes fueran naturales del reino, la libertad en el
vestido, el cese del gobernador de Castilla y la salida de Madrid de la
Guardia Valona. También se exigía una rebaja del precio de los
artículos de primera necesidad. Por último, se pedía al rey que se
mostrase públicamente, ante el temor de que estuviera secuestrado.
Reclamaciones en mano, los amotinados se dirigieron al palacio Real, y sólo se calmaron cuando la familia real salió al balcón. Acto
seguido, una delegación entró en palacio e hizo lectura de sus
demandas, que Carlos III no tuvo más remedio que aceptar por escrito.
El tumulto se convirtió entonces en una marea de celebraciones y de
júbilo popular.
El motín del Martes Santo
Sin embargo, al amanecer del día siguiente se descubrió que, en la
oscuridad de la noche, la familia real se había trasladado a Aranjuez. Carlos III no se sentía seguro en la capital.
Viéndose sin rey, el motín resucitó con el objetivo de conseguir el
retorno del monarca y proclamar la incuestionable lealtad de la ciudad a
la Corona.
Lo primero que se hizo fue evitar que pudiera huir también el
máximo representante del poder en la ciudad, el presidente del Consejo
de Castilla, cargo que ostentaba el obispo Diego Rojas. Retenido en su
residencia, se le hizo firmar un documento dirigido al rey en el que se
repetían las proclamas de fidelidad y se solicitaba su perdón y su
rápido retorno a la capital. Para transmitir el documento se eligió a
un expresidiario reconvertido en calesero, Bernardo de Avendaño, quien
partió para Aranjuez aquella misma tarde. Carlos III no lo hizo esperar
y, tras la lectura de la misiva, aceptó las exigencias populares y confirmó los compromisos del lunes Santo. A cambio, el monarca exigía el desarme y sosiego general de la ciudad.
Mientras todo ello acontecía en Aranjuez,
los amotinados madrileños no cejaban en su empeño, pese a que su
número había decrecido. Montaron guardia en las puertas de acceso a la
ciudad para impedir la huida de buena parte de la nobleza que se había
quedado intramuros, a la vez que liberaban a muchos presos y asaltaban
numerosos cuarteles para armarse.
Bernardo de Avendaño volvió a Madrid por la mañana del miércoles
Santo, y fue recibido en un ambiente de fiesta. En la residencia de
Rojas se dio de inmediato lectura a la misiva real.
Contando con la promesa del soberano, los rebeldes entregaron de forma voluntaria cerca de cuatro mil fusiles y más de dos mil bayonetas, y acto seguido prosiguieron los actos festivos de la Semana Santa en la ciudad, como si nada hubiera pasado.
Pacificación del país
En las semanas posteriores todos pudieron comprobar que Carlos III no tenía intención de cumplir sus compromisos. El marqués de Esquilache, ciertamente, partió desterrado a Nápoles
unos días después, y el edicto sobre el vestido quedó anulado. Pero
el monarca dejó que pasaran casi ocho meses antes de volver a la
capital, y cuando lo hizo esta se había convertido en una plaza
militarizada, gracias a la actuación del conde de Aranda.
El motín de Esquilache no se circunscribió a Madrid. Durante el mes de abril se produjeron alteraciones semejantes en otros puntos del reino, como Zaragoza, Palencia, Elche, Béjar o Guipúzcoa,
provincia esta última en la que tuvo lugar la llamada matxinada. Se
trató de revueltas locales que tuvieron como objetivo principal rebajar
el precio de los artículos de primera necesidad, pero que ya no se
repitieron en el resto del reinado de Carlos III.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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