Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., sigue siendo un enigma descubrir un exo planeta que tenga vida similar a La Tierra, siendo el requisito fundamental que sea rocoso y tenga agua: se han identificado muchos exo planetas en la zona de habitabilidad galáctica, donde justamente se encuentra el Sistema Solar, aún no logramos descifrar el código de los lenguajes alienigenas, Yo como un convencido de la vida extraterrestre, creo que hay un: Código Galáctico de Símbolos y Signos del Universo, que existe como una evidencia de comunicación universal que los terrícolas aún no lograríamos descifrar nuestra inteligencia sigue siendo rudimentaria.
SETIhttps://seti.org/drake-equation-index
Drake Equation
What
do we need to know about to discover life in space? How can we estimate
the number of technological civilizations that might exist among the
stars? While working as a radio astronomer at the National Radio
Astronomy Observatory in Green Bank, West Virginia, Dr. Frank Drake
conceived an approach to bound the terms involved in estimating the
number of technological civilizations that may exist in our galaxy. The
Drake Equation, as it has become known, was first presented by Drake in
1961 and identifies specific factors thought to play a role in the
development of such civilizations. Although there is no unique solution
to this equation, it is a generally accepted tool used by the scientific
community to examine these factors.
-- Frank Drake, 1961
Where:Donde:
N = The number of civilizations in the Milky Way Galaxy whose electromagnetic emissions are detectable.
El número de civilizaciones en la Vía Láctea cuyas emisiones electromagnéticas son detectables.
R* = The rate of formation of stars suitable for the development of intelligent life.
La tasa de formación de estrellas adecuada para el desarrollo de la vida inteligente.
fp = The fraction of those stars with planetary systems.
La fracción de esas estrellas con sistemas planetarios.
ne = The number of planets, per solar system, with an environment suitable for life.
El número de planetas, por sistema solar, con un entorno adecuado para la vida.
fl = The fraction of suitable planets on which life actually appears.
La fracción de planetas adecuados en los que realmente aparece la vida.
fi = The fraction of life bearing planets on which intelligent life emerges.
La fracción de planetas portadores de vida en la que emerge la vida inteligente.
fc = The fraction of civilizations that develop a technology that releases detectable signs of their existence into space.
La fracción de civilizaciones que desarrollan una tecnología que libera signos detectables de su existencia en el espacio.
L = The length of time such civilizations release detectable signals into space.
La cantidad de tiempo que esas civilizaciones liberan señales detectables en el espacio.
Within the limits of our existing technology, any practical search
for distant intelligent life must necessarily be a search for some
manifestation of a distant technology. In each of its last four decadal
reviews, the National Research Council has emphasized the relevance and
importance of searching for evidence of the electromagnetic signature of
distant civilizations.
Besides illuminating the factors involved in such a search, the Drake
Equation is a simple, effective tool for stimulating intellectual
curiosity about the universe around us, for helping us to understand
that life as we know it is the end product of a natural, cosmic
evolution, and for making us realize how much we are a part of that
universe. A key goal of the SETI Institute is to further high quality
research that will yield additional information related to any of the
factors of this fascinating equation.
Dentro de los límites de nuestra tecnología existente, cualquier búsqueda práctica de vida inteligente distante debe ser necesariamente una búsqueda de alguna manifestación de una tecnología distante. En cada una de sus últimas cuatro revisiones de décadas, el National Research Council ha enfatizado la relevancia e importancia de buscar evidencia de la firma electromagnética de civilizaciones distantes.
Además de iluminar los factores involucrados en tal búsqueda, la Ecuación de Drake es una herramienta simple y efectiva para estimular la curiosidad intelectual sobre el universo que nos rodea, para ayudarnos a comprender que la vida tal como la conocemos es el producto final de una evolución natural y cósmica. , y por hacernos darnos cuenta de cuánto somos parte de ese universo. Un objetivo clave del Instituto SETI es promover una investigación de alta calidad que arroje información adicional relacionada con cualquiera de los factores de esta ecuación fascinante.
Además de iluminar los factores involucrados en tal búsqueda, la Ecuación de Drake es una herramienta simple y efectiva para estimular la curiosidad intelectual sobre el universo que nos rodea, para ayudarnos a comprender que la vida tal como la conocemos es el producto final de una evolución natural y cósmica. , y por hacernos darnos cuenta de cuánto somos parte de ese universo. Un objetivo clave del Instituto SETI es promover una investigación de alta calidad que arroje información adicional relacionada con cualquiera de los factores de esta ecuación fascinante.
The Drake Equation: Could It Be Wrong?
Peruse the chapters of any introductory textbook on astronomy and you’ll find the second-most celebrated equation in science: The Drake Equation.Scientist Seeking Signs of Extraterrestrial Life to Receive the SETI Institute’s Drake Award
Mountain View, CA – Victoria Meadows wants to know what life beyond Earth looks like.Happy birthday to Frank Drake!
On behalf of everyone at the SETI Institute, we want to take a moment to say happy birthday to Frank Drake!Drake Equation: 55 Years Old
Frank Drake had a problem. It was the fall of 1961, a year after his pioneering SETI experiment: Project Ozma.
SETI Institute
189 Bernardo Ave, Suite 200
Mountain View, CA 94043, United States
189 Bernardo Ave, Suite 200
Mountain View, CA 94043, United States
https://seti.org/drake-equation-index
https://apod.nasa.gov/apod/archivepix.html
https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/asi-estan-buscando-cientificos-vida-extraterrestre_14022
Ya sabemos que seguramente hay vida más allá de la Tierra. La pregunta ahora es cómo hacemos para dar con ella y encontrarla entre las miles de estrellas y planetas que nos rodean.
A la búsqueda de imágenes de exoplanetas
En el desierto chileno de Atacama, el Telescopio Muy Grande (VLT, Very Large Telescope) del
Observatorio Europeo Austral (ESO) lanza varios rayos láser hacia el
cielo para crear estrellas guía artificiales que ayudan a los astrónomos
a corregir las distorsiones causadas por la turbulencia atmosférica. Es
uno de los pocos telescopios que pueden captar directamente imágenes de
exoplanetas gigantes.
Foto: Gerhard Hüdepohl, ESO
Foto: Gerhard Hüdepohl, ESO
Vela solar
La vela solar parcialmente plegada del Explorador de Asteroides Cercanos a la Tierra (NEA)
de la NASA es sometida a una inspección definitiva antes de testarse en
unas instalaciones de Hunstsville, Alabama. Igual que las velas
convencionales recogen el viento, las solares son impelidas por la
presión de la luz solar, lo que minimiza la necesidad de usar
combustible.
Foto: Spencer Lowell
Transmisor láser
Un transmisor láser, como este
desarrollado por II-VI, Inc. y la Universidad de Dayton, Ohio, presagia
la tecnología que necesita Breakthrough Starshot para propulsar
naves espaciales hasta la estrella más próxima. Los rayos láser de las
21 lentes del dispositivo convergen en una diana remota. La batería de
láseres de Starshot combinará cerca de mil millones de rayos similares.
Foto: Spenser Lowell
Experto en velas solares
Les Johnson, experto en velas solares
del Explorador NEA, hace flotar un fragmento de material de la vela, un
plástico aluminizado mucho más fino que un cabello. La vela propulsada
por láser podría ser de grafeno, mucho más ligero. «Las velas solares
actuales son las abuelas de las velas que algún día llevarán a nuestros
hijos a las estrellas», asegura.
Foto: Spenser Lowell
Radiotelescopios SETI
El investigador Jon Richards revisa
una unidad del Conjunto de Telescopios Allen del Instituto SETI, un
instrumento situado en el norte de California, en la cordillera de las
Cascadas. Durante 60 años radiotelescopios como este han sido la
herramienta principal en la búsqueda de inteligencia extraterrestre.
Foto: Spencer Lowell
Nave espacial Sprite
Poco mayor que un sello de correos,
esta nave espacial Sprite, desarrollada en el Centro de Investigación
Ames de la NASA, en Mountain View, California, muestra que algún día
podría existir la posibilidad de que las naves de Breakthrough Starshot
lleven sensores con los que buscar formas de vida en el sistema estelar
más cercano.
Foto: Spencer Lowell
Datos sobre la búsqueda de vida en Marte
Unos científicos del Instituto SETI,
fundado por la NASA, recogen datos en el desierto chileno que guiarán la
búsqueda de vida en Marte. Los montículos que puntean el paisaje
albergan microbios que prosperan en el duro clima de la zona. «Está
lleno de vida, hasta el último centímetro», dice la jefa de equipo
Nathalie Cabrol.
Foto: Spencer Lowell
Una nave para buscar vida
La astrofísica del MIT Sara Seager
muestra una maqueta de cómo sería la nave Starshade, actualmente en
desarrollo en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA en
Pasadena, California. Una vez en el espacio, el dispositivo, de más de
30 metros de diámetro, bloquearía la luz de una estrella dada. Un
telescopio espacial captaría entonces la imagen de un planeta cuando se
encontrase entre los pétalos de la Starshade, y buscaría indicios de
vida en él.
Foto: Spencer Lowell
Descodificando patrones de lenguajes alienígenas
Laurance Doyle, del Principia College
y el Instituto SETI, contacta con una inteligencia «extraterrestre» en
el parque temático de fauna Six Flags Discovery Kingdom de Vallejo, en
California. Los estudios de Doyle sobre los sistemas que usan delfines y
ballenas para comunicarse podrían ayudar a descodificar patrones de
lenguajes alienígenas.
Foto: Spencer Lowell
Telescopio Espacial James Webb
EL Telescopio Espacial James Webb de
la NASA es examinado en una megacámara criogénica del Centro Espacial
Johnson de Houston, Texas, que simula las condiciones gélidas del
espacio. Mucho más potente que el Telescopio Espacial Hubble, sondeará
la formación de estrellas, galaxias y sistemas solares en los que podría
existir vida.
Foto: Chris Gunn, NASA
Jamie Shreeve
Así están buscando los científicos vida extraterrestre
Su despacho de la planta 17 del Edificio 54 del MIT, Sara Seager
está todo lo cerca del espacio que se puede estar en Cambridge,
Massachusetts. Desde su ventana alcanza a ver, por un lado, el centro de
Boston en la otra orilla del río Charles, y por el otro, el campo de
béisbol Fenway Park. Dentro, su perspectiva se extiende hasta la Vía
Láctea y más allá.
Seager tiene 47 años y es astrofísica. Su
especialidad son los exoplanetas, es decir, todos los planetas del
universo excepto los que giran alrededor de nuestro Sol. En una pizarra
ha apuntado la ecuación que ideó para calcular la probabilidad de detectar vida en un exoplaneta.
Bajo otra pizarra repleta de ecuaciones se acumula un tesoro de
recuerdos, entre ellos un frasquito que contiene una especie de
esquirlas negras y brillantes."Es una roca que fundimos", apunta.
Supertierras ardientes
Me explica que existen unos planetas, conocidos como supertierras calientes, tan cercanos a sus respectivas estrellas que en ellos un año dura menos de un día.
«Son planetas tan calientes que probablemente contienen lagos de lava
gigantescos», dice. De ahí la roca que fundieron. "Queríamos testar la
luminosidad de la lava".
Cuando Seager empezó sus estudios de posgrado a mediados de los años noventa, no sabíamos que algunos planetas orbitan alrededor de sus estrellas en cuestión de horas y que otros tardan casi un millón de años en hacerlo. Ni que hay planetas que giran alrededor de dos estrellas y planetas errantes que no orbitan en torno a ninguna y vagan por el espacio.
De hecho, ni siquiera sabíamos con seguridad que existiesen otros
planetas más allá de nuestro sistema solar, y muchas de las cosas que
suponíamos ciertas sobre los planetas resultaron ser falsas. El primer
exoplaneta que se descubrió –51 Pegasi b, en 1995– fue en sí mismo una
sorpresa: un planeta gigante muy pegado a su estrella, a la que orbitaba
en tan solo cuatro días. "Con lo del 51 Peg ya debimos comprender que
esto iba a traer sorpresa tras sorpresa –dice Seager–. Ese planeta no
debería estar ahí".
Hoy hemos constatado la existencia de unos 4.000 exoplanetas, pero todavía no tenemos manera de saber si alguno de ellos puede albergar vida.
Hoy hemos constatado la existencia de unos 4.000 exoplanetas.
La mayoría fueron descubiertos por el telescopio espacial Kepler,
lanzado en 2009. La misión del Kepler era averiguar cuántos planetas
podía encontrar orbitando alrededor de unas 150.000 estrellas dentro de
una zona minúscula del firmamento. Pero su objetivo último era averiguar
si los entornos en los que podría surgir vida abundan en el universo o
por el contrario son sumamente excepcionales, lo que significaría que en
la práctica no tenemos la menor esperanza de llegar a saber si existe
otro mundo con vida.
¿Cuántos planetas pueden tener vida?
La respuesta del Kepler fue categórica. Hay más planetas que estrellas, y como mínimo una cuarta parte de ellos son planetas del tamaño de la Tierra que se mueven en la llamada zona habitable
de sus respectivas estrellas, donde no hace ni demasiado calor ni
demasiado frío para que exista vida. Con un mínimo de 100.000 millones
de estrellas en la Vía Láctea, solo en nuestra galaxia hay al menos 25.000 millones de entornos en los que resulta concebible que pudiese existir vida. Y como nuestra galaxia, hay billones más.
No es de extrañar que el Kepler, que se quedó sin combustible el pasado mes de octubre, sea venerado por los astrónomos. Ha cambiado nuestra manera de enfocar uno de los grandes misterios
de la existencia. La pregunta ya no es si existe vida fuera de la
Tierra. Es casi seguro que la hay. Ahora la pregunta es: ¿cómo damos con
ella?
La revelación de que nuestra galaxia está repleta de planetas ha dado un nuevo impulso al campo de la exobiología.
Un aluvión de financiación privada ha creado una agenda de
investigación mucho más ágil y audaz. También la NASA está
intensificando su actividad en este ámbito. La mayor parte de la
investigación se centra en hallar indicios de cualquier tipo de vida en
otros mundos. Pero la expectativa de nuevos objetivos, nueva
financiación y una potencia computacional que crece sin parar también han dado nuevos bríos a la búsqueda de extraterrestres inteligentes que emprendimos hace décadas.
Objetivo: encontrar vida fuera de la Tierra
Para Seager, formar parte del equipo del Kepler fue un paso más hacia la consecución del propósito de su vida: encontrar un planeta análogo a la Tierra que orbite alrededor de una estrella análoga al Sol. Ahora mismo está centrada en el Satélite de Búsqueda de Exoplanetas en Tránsito (TESS, Transiting Exoplanet Survey Satellite),
un telescopio espacial de la NASA dirigido por el MIT que se lanzó el
año pasado. Como el Kepler, el TESS busca la leve disminución de la
luminosidad de una estrella que causa un planeta al pasar –transitar–
por delante de ella. El TESS está peinando prácticamente el firmamento completo, con el propósito de identificar unos 50 exoplanetas
con una superficie rocosa como la de la Tierra. Serán candidatos al
examen de los telescopios más potentes en los que se está trabajando
ahora mismo, empezando por el Telescopio Espacial James Webb, que la NASA espera lanzar en 2021.
Seager ha reunido en su despacho algunos objetos que expresan «dónde
estoy ahora mismo y hacia dónde voy, para recordarme por qué me esfuerzo
tanto». Entre ellos hay varias esferas de piedra pulida que representan
una enana roja y su séquito de planetas, y una maqueta de ASTERIA, un satélite de localización planetaria de bajo coste que ella misma desarrolló.
«Esto aún no he tenido tiempo de colgarlo», dice mientras desenrolla
un póster, un diagrama que muestra la firma espectral de los elementos,
como códigos de barras de colores. Cada compuesto químico absorbe un
conjunto único de longitudes de onda de luz. (Por ejemplo, las hojas nos
parecen verdes porque la clorofila absorbe el rojo y el azul, así que
la única luz que refleja es la verde). A los veintitantos años a Seager
se le ocurrió que los compuestos de la atmósfera superior de un planeta
en tránsito quizá dejasen sus huellas espectrales en la luz que emitía
la estrella. En teoría, si en la atmósfera de un planeta hay gases
generados por seres vivos, podríamos encontrar pruebas de ello en la luz
que llega hasta nosotros. "Va a ser complicadísimo –me dice–. Imagina
que la atmósfera de un planeta rocoso es la piel de una cebolla, y que
la cebolla pasa por delante de, no sé, una pantalla IMAX2.
Existe una mínima probabilidad de que un planeta rocoso orbite una estrella tan cercana a nosotros que
el telescopio Webb logre captar luz suficiente para buscar en ella
señales de vida. Pero la mayoría de los científicos, incluida Seager,
cree que habrá que esperar a la siguiente generación de telescopios espaciales.
Buena parte de una pared de su despacho está cubierta por un panel de
plástico negro ultrafino cuya forma recuerda al pétalo de una flor
gigante. Es un recordatorio de hacia dónde se dirige: una misión
espacial, aún en desarrollo, que, está convencida, podría conducirla
hasta otra Tierra viva.
Desde niño, Olivier Guyon ha tenido un problema con el sueño: le
fastidia soberanamente tener que dormir por la noche, el mejor momento
para estar despierto. Guyon se crio en Francia, en la Champaña rural. A
los 11 años sus padres le compraron un pequeño telescopio, de lo que
según él se arrepintieron enseguida. Muchas noches se quedaba mirando
las estrellas, y al día siguiente se dormía en clase. Cuando aquel
telescopio se le quedó pequeño, construyó otro. Con él veía ampliados
los objetos celestes, pero nada podía hacer para aumentar el número de
horas nocturnas. Así que un día, siendo adolescente, decidió que iba a
dejar de dormir casi por completo. Al principio se encontraba
estupendamente, pero al cabo de una semana cayó enfermo de gravedad.
Todavía hoy le recorre un escalofrío cuando lo recuerda.
Hoy Guyon tiene 43 años y un señor telescopio con el que trabajar. El
observatorio Subaru, junto con otros 12, se encuentra en la cima del
Mauna Kea, en la isla de Hawai. Su espejo de 8,2 metros es uno de los
espejos monolíticos más grandes del mundo. (Operado por el Observatorio
Astronómico Nacional de Japón, no tiene nada que ver con los automóviles
homónimos: Subaru es el nombre japonés de las Pléyades). A 4.205 metros
sobre el nivel del mar, el Mauna Kea ofrece una de las vistas más
elevadas y claras del universo, y está a solo hora y media en coche de
Hilo, donde vive Guyon. Eso le permite acercarse a menudo para probar y
afinar el instrumento que ha construido y acoplado al telescopio, para
lo cual pasó muchas noches en vela. "Si pasas un par de semanas aquí
arriba, empiezas a olvidarte de la vida en la Tierra", me dice.
La genialidad particular de Guyon es el dominio de la luz:
cómo moldearla y manipularla para vislumbrar cosas que ni siquiera el
colosal espejo del Subaru alcanzaría a ver si no fuese por la fenomenal
prestidigitación de este hombre.
Cómo ver un planeta lejano
«La pregunta del millón es si ahí arriba hay actividad biológica –dice, señalando hacia el cielo–. Si la hay, ¿cómo es? ¿Hay continentes? ¿Mares y nubes? Todas estas preguntas pueden contestarse si logramos extraer la luz de un planeta a partir de la luz de su estrella».
En otras palabras, si logramos ver el planeta.
Tratar de distinguir entre la luz de un planeta rocoso del tamaño de la
Tierra y la luz de su estrella es como entrecerrar los párpados todo lo
posible para distinguir una mosca de la fruta volando ante un foco.
Parece imposible, y con los telescopios actuales, lo es. Pero Guyon está
ojo avizor a lo que podría llegar a hacer la nueva generación de
telescopios terrestres si se consigue que entrecierren los párpados muy,
pero que muy fuerte.
Tratar de distinguir entre la luz de un planeta rocoso del tamaño de la Tierra y la luz de su estrella es como entrecerrar los párpados todo lo posible para distinguir una mosca de la fruta volando ante un foco.
Y eso es precisamente lo que pretende su instrumento, un aparato llamado –agárrate– Óptica Adaptativa Extrema Coronográfica del Subaru (o SCExAO, pronunciado «esquecsao»).
Guyon quería mostrármelo en acción, pero el Subaru estaba desconectado
por un corte en el suministro eléctrico. En lugar de eso, me propone una
visita a la cúpula de 43 metros que encierra el telescopio. Allí arriba hay un 40% menos de oxígeno que a nivel del mar. Los visitantes pueden llevar botella, pero él decide que a mí no me hace falta.
«El otro día estaba dando un tour a unos científicos y, de
repente, ¡una se desmayó! –me dice–. Debí darme cuenta de que no se
encontraba bien. Estaba muy callada». Yo me agarro con fuerza a la
barandilla y me aseguro de formular preguntas constantemente.
Telescopios espaciales Vs telescopios terrestres
Los telescopios terrestres (como el Subaru) tienen una mayor capacidad de captación de luz que los espaciales (como el Hubble),
sobre todo porque hasta ahora nadie ha averiguado cómo embutir un
espejo de más de ocho metros en un cohete y lanzarlo al espacio. Pero
por otro lado presentan una desventaja importante: tienen por encima kilómetros de atmósfera.
Las fluctuaciones en la temperatura del aire provocan refracciones
erráticas; pensemos, por ejemplo, en cómo titilan las estrellas, o en
cómo se ondula el aire sobre el asfalto en pleno verano.
La primera tarea del SCExAO es «planchar esas arrugas». Esto se
consigue dirigiendo la luz de una estrella hacia un espejo deformable,
del tamaño de una moneda, activado por 2.000 micromotores. Esos motores
deforman el espejo 3.000 veces por segundo para contrarrestar con
precisión las aberraciones atmosféricas y, voilà, logramos ver
un haz de luz estelar lo más parecido posible a como era antes de que lo
alterase nuestra atmósfera. A continuación viene la parte de
entrecerrar los párpados. Guyon concibe la luminosidad de una estrella
como «una masa hirviente de luz que queremos quitarnos de en medio». Su
instrumento, un coronógrafo, solo permite la entrada de la luz reflejada
por el planeta.
El resultado final, una vez estén construidos los telescopios de nueva generación, será un punto visible de luz que corresponderá a un planeta rocoso. Al pasar esa imagen a un espectrómetro, dispositivo que descompone la luz en sus longitudes de onda, podremos empezar a buscar signos de actividad biológica, las llamadas biofirmas.
Hay una biofirma que, según concuerdan Seager, Guyon y casi todos sus colegas, sería la prueba definitiva (hasta donde permite la prudencia científica) de que existe vida.
Ya tenemos un planeta para demostrarlo. En la Tierra, las plantas y
ciertas bacterias generan oxígeno como subproducto de la fotosíntesis.
El oxígeno es una molécula de lo más promiscua: reacciona con y se une a
casi todo cuanto puede encontrarse en la superficie de un planeta. De
modo que si podemos encontrar pruebas de que en una atmósfera se está acumulando oxígeno,
más de un investigador levantará una ceja. Todavía más reveladora sería
una biofirma formada por oxígeno y otros compuestos asociados a la vida
terrestre. Lo más convincente sería encontrar oxígeno además de metano,
puesto que estos dos gases generados por organismos vivos se destruyen
mutuamente. Hallarlos juntos significaría que obligatoriamente están
reponiéndose sin cesar.
Una de las posibles pruebas de que existe vida sería encontrar una atmósfera en la que se acumule oxígeno y metano, puesto que esos dos gases generados por organismos vivos se destruyen mutuamente
Sin embargo, restringir la búsqueda de vida extraterrestre al oxígeno
y el metano sería pecar de un geocentrismo absoluto. La vida podría adoptar formas que no sean plantas fotosintéticas;
de hecho, en nuestra propia Tierra existió vida anaeróbica durante
miles de millones de años antes de que empezase a acumularse oxígeno en
la atmósfera. Mientras se cumplan unos cuantos requisitos básicos
–energía, nutrientes y un medio líquido–, podrían surgir formas de vida
que generasen gases de cualquier tipo. La clave es encontrar gases en cantidades superiores a las esperables.
Hay otros tipos de biofirmas que podemos buscar. La clorofila de la vegetación refleja la luz infrarroja cercana,
el llamado límite rojo, invisible para el ojo humano, pero fácilmente
observable con telescopios infrarrojos. Si lo encontramos en la biofirma de un planeta, es muy posible que hayamos localizado un bosque extraterrestre.
Pero la vegetación de otros planetas podría absorber otras longitudes
de onda: podría haber planetas con Selvas Negras en el sentido literal.
¿Y por qué buscar solo plantas?
Lisa Kaltenegger, directora del Instituto Carl Sagan de la
Universidad Cornell, ha publicado junto con sus colaboradores las
características espectrales de 137 microorganismos, entre ellos algunos
que viven en entornos terrestres extremos que quizá sean la norma en
otros planetas. Es comprensible que la próxima generación de telescopios
se espere con tanta impaciencia. "Por primera vez vamos a poder captar
luz suficiente –afirma Kaltenegger–. Podremos hacernos una idea de lo
que hay".
El mejor telescopio de la historia
El telescopio terrestre más inminente y potente de la próxima generación, el Telescopio Extremadamente Grande (ELT, Extremely Large Telescope)
del Observatorio Europeo Austral, situado en el desierto chileno de
Atacama, está previsto que entre en funcionamiento en 2024. La capacidad
de captación de luz de su espejo de 39 metros superará la de todos los
telescopios del tamaño del Subaru juntos. Equipado con una versión
ultrasofisticada del instrumento de Guyon, el ELT será capaz de tomar
imágenes de planetas rocosos en la zona habitable de enanas rojas, las
estrellas más comunes de nuestra galaxia. Son más pequeñas y menos
brillantes que el Sol, que es una enana amarilla, de modo que su zona
habitable está más próxima a ellas. Cuanto más cerca está un planeta de
su estrella, más luz refleja.
Por desgracia, la zona habitable de una enana roja no es el lugar más
agradable de nuestra galaxia. Las enanas rojas concentran una enorme
cantidad de energía, y es frecuente que lancen fulguraciones al espacio
mientras pasan por lo que Seager llama «una adolescencia larga y
problemática». Podría darse el caso de que surgiese una atmósfera que
amparase una eventual vida rudimentaria de estas explosiones de ira,
pero también es probable que los planetas que orbitan en torno a las
enanas rojas presenten un «acoplamiento de marea», es decir, que siempre
expongan el mismo lado a la estrella, de igual manera que nuestra Luna
solo muestra una de sus caras a la Tierra. Esto significaría que una
mitad del planeta es demasiado caliente y la otra, demasiado fría para
albergar vida. La zona media, eso sí, podría ser lo suficientemente
templada.
De hecho, existe un planeta rocoso, llamado Proxima Centauri b, que orbita en la zona habitable de Proxima Centauri, una enana roja que es la estrella más cercana a la nuestra y que está a unos 4,2 años luz (o 40 billones de kilómetros) de distancia. «Es un objetivo superemocionante», dice Guyon. Pero coincide con Seager en que
la mayor probabilidad de encontrar vida estará en un planeta análogo a
la Tierra que gire alrededor de una estrella análoga al Sol. El
ELT y los demás telescopios de su género serán unos artefactos
fantásticos captando luz, pero ni siquiera esos mastodónticos
telescopios terrestres podrán discriminar entre la luz de un planeta y
la de una estrella 10.000 millones de veces más brillante.
La mayor probabilidad de encontrar vida estará en un planeta análogo a la Tierra que gire alrededor de una estrella análoga al Sol.
Para lograrlo nos hará falta más tiempo y una tecnología todavía más sofisticada, alguien podría incluso decir que de ciencia ficción. Volvamos al panel con forma de pétalo que Seager tiene colgado en la pared de su despacho. Es parte de un instrumento espacial llamado Starshade.
Consta de 28 paneles dispuestos en torno a un nodo central, como un
girasol gigante de más de 30 metros de diámetro. Los pétalos tienen la
forma y la ondulación exactas para desviar la luz de una estrella y arrastrar tras de sí una sombra ultraoscura.
Si en el fondo de ese corredor de oscuridad se posiciona un telescopio,
este podrá captar el resplandor de un planeta análogo a la Tierra
visible justo por fuera del contorno de la Starshade.
Todo apunta a que el primer compañero de la Starshade sea el Telescopio de Rastreo Infrarrojo de Gran Campo (WFIRST, Wide Field Infrared Survey Telescope),
cuya compleción se prevé para mediados de la década de 2020. Las dos
naves trabajarán juntas en una suerte de paso a dos celeste: la
Starshade se colocará en posición para bloquear la luz de una
estrella y permitir al WFIRST detectar cualquier planeta que gire en
torno a ella y, si es el caso, muestrear sus espectros en busca
de indicios de vida. A continuación, la Starshade se dirigirá a la
siguiente posición para bloquear la luz de la próxima estrella
consignada en su lista de objetivos. Aunque los bailarines distarán
entre sí decenas de miles de kilómetros, deberán alinearse con un margen
de tolerancia de un solo metro para que la coreografía funcione.
La Starshade, actualmente en desarrollo en el Laboratorio de
Propulsión a Chorro de la NASA, tardará todavía diez o doce años en
estar lista, y no hay garantía de que vaya a haber financiación para
ella. Seager, que espera dirigir el proyecto, es optimista. La idea de poner una flor gigante en el espacio y desplegar sus pétalos con el propósito de bloquear la luz de un sol lejano para ver si los mundos que giran en torno a él contienen vida levanta el ánimo como ningún otro proyecto.
Cuando Jon Richards respondió a un anuncio en 2008 en el que se
buscaba un programador de software, ni por un momento imaginó que iba a
pasar la mayor parte de los 10 años siguientes buscando alienígenas en
un valle remoto del norte de California. SETI –acrónimo inglés de
búsqueda de inteligencia extraterrestre– denota al mismo tiempo un campo
de investigación y una organización sin ánimo de lucro, el Instituto SETI, que tiene contratado a Richards para que maneje el Conjunto de Telescopios Allen (ATA, Allen Telescope Array), a 550 kilómetros de la sede que el instituto tiene en Silicon Valley. Las del ATA son las únicas instalaciones del mundo construidas ex profeso para detectar señales de civilizaciones extraterrestres. Financiado en gran parte por Paul Allen, el cofundador de Microsoft ya fallecido, se concibió como un conjunto de 350 radiotelescopios con antenas parabólicas de seis metros de diámetro,
aunque por problemas de financiación solo se han construido 42. Hubo un
momento en que siete científicos gestionaban el ATA, pero la constante
reducción de personal ha hecho de Richards «el último mohicano», como él
mismo dice con buen ánimo.
He venido a ver a Richards un día de agosto, justo después de una
serie de incendios forestales en la zona. El humo vela las montañas y en
la niebla las antenas parecen como estatuas de la isla de Pascua,
inmóviles, con la mirada fija en el mismo punto de un cielo uniforme.
Richards me lleva hasta una de ellas y abre las puertas inferiores para
enseñarme el alimentador que acaban de instalar: un cono de cobre
brillante cuajado de púas, protegido por una campana de vidrio grueso.
«Casi parece un rayo de la muerte», dice.
Algoritmos al servicio de la astronomía
Su trabajo consiste en gestionar el hardware y el software, que incluye algoritmos desarrollados para cribar los cientos de miles de señales de radio que
cada noche captan los telescopios en busca de una «señal de interés».
Las radiofrecuencias constituyen el «caladero» favorito de los proyectos
SETI desde que hace 60 años se inauguró la búsqueda de transmisiones
extraterrestres, en gran medida porque son el elemento que mejor viaja
por el espacio. Los científicos que trabajan en proyectos SETI
se han centrado sobre todo en una zona tranquila del espectro de radio,
libre del ruido de fondo de la galaxia. Tiene sentido escudriñar este
rango de frecuencias, pues es el que con mayor probabilidad escogería
para transmitir un alienígena sensato.
Richards me explica que el ATA trabaja con una lista de objetivos de 20.000 enanas rojas.
Por la noche se asegura de que todo funciona como es debido, y mientras
duerme, los reflectores parabólicos apuntan, las antenas despiertan,
los fotones corren por los cables de fibra óptica y la música de radio
del cosmos llega hasta los enormes procesadores. Si una señal pasa los tests que sugieren una fuente no natural o un origen no cotidiano (un satélite, un avión, un mando de garaje), el ordenador lanza una alerta por correo electrónico. Richards ha configurado el sistema para que se lo reenvíe al teléfono. Nuestro primer contacto con una civilización alienígena podría ser, pues, un mensaje de texto que haga vibrar el móvil de Richards sobre su mesilla de noche.
Hasta la fecha, no obstante, todas las señales de interés han sido falsas alarmas.
Incluso si están ahí, las probabilidades de que busquemos en el sitio
correcto, en el momento exacto y en la radiofrecuencia precisa son
remotas. Jill Tarter, directora de investigación del Instituto SETI hoy
jubilada, compara la búsqueda con sumergir una taza en el
océano: la probabilidad de que al sacarla lleve dentro un pez es ínfima,
pero eso no significa que el mar no esté lleno de peces. Por
desgracia, hace mucho tiempo que el Congreso de Estados Unidos perdió el
interés en sumergir la taza, y en 1993 retiró su apoyo al proyecto.
Civilizaciones alienígenas
La buena noticia es que el ámbito de investigación de SETI –no el
instituto– acaba de recibir un notable apoyo en forma de financiación,
lo que ha reavivado el entusiasmo entre los investigadores. En 2015 un
inversor capitalista de origen ruso llamado Yuri Milner fundó Breakthrough Initiatives,
consignando un mínimo de 200 millones de dólares para la búsqueda de
vida en el universo; de esta cantidad, 100 millones han de dedicarse
específicamente a la búsqueda de civilizaciones alienígenas.
Milner fue uno de los primeros inversores de Facebook, Twitter y muchas
otras compañías de internet. Su visión filantrópica podría sintetizarse
así: si estamos de acuerdo en que encontrar pruebas de la existencia de
inteligencia extraterrestre vale 100 millones de dólares, ¿por qué no
pagarlos él? «Si lo piensas así, tiene sentido –dice, cuando me reúno
con él en una lujosa coctelería de Silicon Valley–. Si fuesen mil
millones al año… Eso ya habría que hablarlo».
Milner me habla de sus antecedentes: un título universitario en
física, toda una vida de pasión por la astronomía y unos padres que le
pusieron el nombre de Yuri en honor al cosmonauta Yuri Gagarin,
que se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio exterior
siete meses antes del nacimiento de Milner. Ocurrió en 1961, el mismo
año –apunta– en que nació la investigación SETI. «Todo está
relacionado».
Por medio de una de sus iniciativas, Breakthrough Listen, planea
gastar 100 millones de dólares en 10 años, la mayor parte de ellos
canalizados en el Centro de Investigación SETI de la Universidad de
Californa en Berkeley. Otro proyecto, Breakthrough Watch, está
financiando nuevas tecnologías para buscar biofirmas con el Telescopio
Muy Grande (VLT, Very Large Telescope) del Observatorio Europeo Austral,
en Chile.
La apuesta con la que Milner va más lejos, en sentido figurado y literal, es la iniciativa Breakthrough Starshot,
que invierte 100 millones de dólares en explorar la viabilidad de
viajar materialmente hasta el sistema estelar más cercano, Alpha
Centauri, al que pertenece el planeta rocoso Proxima b. Para apreciar la magnitud de este reto hay que tomar cierta perspectiva. La primera nave Voyager, lanzada en 1977, tardó 35 años en penetrar en el espacio interestelar. Viajando a esa velocidad, la Voyager tardaría unos 75.000 años en alcanzar Alpha Centauri.
En el plan actual de Starshot, una flota de naves del tamaño de un
canto rodado que surcasen el espacio a una quinta parte de la velocidad
de la luz podrían llegar a Alpha Centauri en 20 años. Partiendo de un
mapa propuesto originalmente por el físico Philip Lubin, de la
Universidad de California en Santa Bárbara, estas minúsculas Niñas,
Pintas y Santa Marías se propulsarían con una batería de láseres
terrestres más potentes que un millón de soles. Quizá sea imposible.
Pero esa es la ventaja de la financiación privada: permite, de hecho
espera, que apuestes a lo grande.
«En cinco o diez años veremos si ha salido bien –dice Milner,
encogiéndose de hombros–. No me embarco porque crea a pies juntillas que
vaya a salir bien, sino porque probar tiene lógica».
Al día siguiente de verme con Milner visité el campus de Berkeley
para conocer a los beneficiarios de esta espléndida dádiva que es
Breakthrough Listen. Andrew Siemion, director del Centro de
Investigación SETI de Berkeley, ha sido elegido además para dirigir
investigaciones SETI en el propio Instituto SETI, incluidas las
operaciones en el ATA. Aunque reconoce el mé--rito de las décadas de
investigación de Jill Tarter y sus colegas en el Instituto SETI,
Siemion, de 38 años, quiere dejar clara la diferencia entre los
proyectos SETI del pasado y los de hoy. La búsqueda inicial se inspiraba en la posibilidad de una conexión, lanzar un mensaje con la esperanza de encontrar a alguien que respondiese. Los proyectos SETI 2.0 buscan determinar si la civilización tecnológica es parte del paisaje cósmico, como los agujeros negros, las ondas gravitacionales o cualquier otro fenómeno astronómico.
La búsqueda inicial se inspiraba lanzar un mensaje con la esperanza de encontrar a alguien que respondiese
«No estamos buscando una señal. Buscamos una propiedad del universo», dice Siemion.
Breakthrough Listen no va a abandonar de ningún modo la búsqueda
convencional de radiotransmisiones, me cuenta; al contrario, va a
redoblar sus esfuerzos, dedicando a SETI aproximadamente la cuarta parte
del tiempo de observación de dos inmensos radiotelescopios de una sola
antena de Virginia Occidental y Australia. Siemion está todavía más
entusiasmado por la colaboración con el nuevo telescopio MeerKAT de Sudáfrica, un
conjunto de 64 antenas parabólicas, cada una de las cuales duplica en
tamaño las del ATA. Al aprovechar las observaciones llevadas a cabo por
otros científicos, Breakthrough Listen estará observando un millón de
estrellas las 24 horas del día, dejando en una minucia las anteriores
búsquedas SETI. Por potente que sea, el MeerKAT es un mero precursor del
sueño de la radioastronomía: el Conjunto de un Kilómetro Cuadrado (SKA,
Square Kilometer Array), que en algún momento de la próxima década
vinculará cientos de antenas parabólicas de Sudáfrica con miles de
antenas de Australia, creando así un radiotelescopio con un área
colectora de más de un kilómetro cuadrado, o 100 hectáreas.
Líneas de investigación para encontrar vida
Hay otras líneas de investigación SETI de las que me habla Siemion:
colaboraciones de Breakthrough Listen con telescopios de China,
Australia y los Países Bajos, y nuevas tecnologías en desarrollo en
Berkeley, el Instituto SETI y otros centros para buscar señales ópticas e
infrarrojas. Lo esencial, algo que me confirman otros científicos con
los que hablo, es que SETI está experimentando una transformación de
industria artesanal a iniciativa panplanetaria.
Lo más importante es que, capacitados e inspirados por el desarrollo
tecnológico experimentado en nuestra propia civilización, estamos
empezando a redefinir nuestro objetivo. Hemos pasado 60 años esperando a
que ET telefonease a la Tierra. Pero la realidad es que probablemente
ET no tiene el menor interés en comunicar con nosotros, no más que el
que nosotros tenemos de hacer llegar un saludo a una colonia de
hormigas. Aunque al echar la vista atrás creamos haber madurado
tecnológicamente, si nos comparamos con lo que podría existir ahí fuera,
en el universo, aún estamos en pañales. Cualquier civilización que
pudiésemos detectar seguramente nos llevará millones, si no billones, de
años de ventaja.
Hemos pasado 60 años esperando a que ET telefonease a la Tierra. Pero la realidad es que probablemente ET no tiene el menor interés en comunicar con nosotros,
«Somos como trilobites en busca de otros trilobites», explica Seth
Shostak, astrónomo veterano del Instituto SETI. Lo que deberíamos estar
buscando no es un mensaje enviado por ET, sino signos de ET simplemente
comportándose como ET, una forma de vida alienígena e inteligente que
tal vez no estemos aún en condiciones de comprender, pero que tal vez
seamos capaces de percibir, buscando pruebas de la existencia de
tecnología, las llamadas tecnofirmas.
Las tecnofirmas más evidentes serían las que nosotros mismos hemos
producido, o podemos imaginar llegar a producir. Avi Loeb, de la
Universidad Harvard, presidente del consejo asesor de Breakthrough
Starshot, ha observado que si otra civilización estuviese utilizando una
propulsión láser como la propuesta por Starshot para navegar por el
espacio, esta sería visible hasta el borde del universo. Loeb también ha
sugerido buscar las firmas espectrales de clorofluorocarbonos que
ensucien la atmósfera de alienígenas que no sobrevivieran a una fase
tecnológica que aún estaba en pañales.
«A la vista de nuestra propia conducta, debe de haber muchas
civilizaciones que se suicidaron al adoptar tecnologías que las
condujeron a la autodestrucción –me dice cuando lo visito–. Si las
encontramos antes de que destruyamos nuestro propio planeta, sería algo
muy útil de lo que podríamos aprender».
Energía extraterrestre
Una interpretación más optimista es que podríamos aprender bastante
más de las civilizaciones que sí han resuelto el problema de la energía.
En un congreso de la NASA sobre tecnofirmas se habló de buscar el calor
residual de megaestructuras que nosotros hemos imaginado crear en el
futuro. Una esfera de Dyson (colectores solares que rodean una estrella y capturan toda su energía) alrededor de nuestro Sol generaría energía suficiente en un segundo para satisfacer nuestra demanda actual durante un millón de años. Descubrir que otras civilizaciones ya han conseguido tales hazañas podría ofrecernos un atisbo de esperanza.
Pero el espacio es inmenso, como también lo es el tiempo. Hasta con
la potencia creciente de nuestros ordenadores y telescopios, la agenda
en expansión de la búsqueda SETI y la asistencia gravitacional de cien
Yuri Milners, es posible que jamás encontremos una inteligencia
extraterrestre. Al mismo tiempo, el primer indicio de vida en un planeta
lejano se antoja inminente.
«Nunca se sabe lo que puede pasar –dice Seager–. Pero estoy convencida de que alrededor de esas estrellas hay algo grande».
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com
ayabaca@hotmail.com
ayabaca@yahoo.com
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com
ayabaca@hotmail.com
ayabaca@yahoo.com
Estos temas son apasionantes..aunque .a veces no falta un descerebrado.q tenga otra teoria.y nos pone en dudas...me gusta mucho.conocer.saber.ver.oir.y tbm callar.todo lo q me rodea.presiento gdes descubrimientos
ResponderEliminarPara bien.como pars mal.(energia nuclear)...gcias.muy buen informe.....
ResponderEliminarGracias Nelly, por su comentario, muy cierto la Vida Extraterrestre, si existe, lo que pasa que aún no desciframos el Idioma Galáctico, que nos permitiría entablar dialogo con los extraterrestres, tal vez los gobiernos de las grandes potencias ya tengan contactos no públicos y guardan como el mayor secreto que ya tenemos conversaciones con los extraterrestres, que por cierto son avanzadas civilizaciones, que nosotros los terrícolas aún estamos en pañales para poder tener la tecnología que ellos disponen que nos permita viajar en el espacio a la velocidad de la luz o sea 300,000 kilómetros por segundo. Soy un convencio de la existencia de la vida extraterrestre.
ResponderEliminarExcelente ! Felicidades y bendiciones ! Feliz viernes ! Gracias por compartir!
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ResponderEliminarGracias por compartir interesantes temas de esta naturaleza , buenas noches Chemita
ResponderEliminarMaravilloso e interesante!!.gracias amigo por compartir..Linda tarde de viernes, Bendiciones, un Gran Abrazo
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