Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., el humor es una forma de burla que origina risa y diversión de quien lo escucha o de quien lo narra, y todos los pueblos y culturas han practicado el humor como una forma de divertirse y tal vez relajarse de tensiones o la rutina de la vida diaria.
Roma antigua, fue una cultura que practicó el "humor cáustico", que en muchos casos sirvió para burlarse de los grandes personajes, que incluía a los mismos emperadores, incluso hubo grandes comediantes como Plauto, que fue el más popular de los comediógrafos romanos.
NATIONAL GEOGRAPHIC.- define así el humor romano: "....Suele decirse que cada pueblo tiene un sentido del humor propio,
que a veces resulta difícil de comprender para los demás. En el caso de
la antigua Roma,
ese sentido del humor reflejaba el carácter de lo que en sus orígenes
fue un pueblo de campesinos y soldados, y se caracterizaba por lo procaz
y punzante. Este humor cáustico, llamado a veces italum acetum o "vinagre itálico", constituye el reverso de la imagen de respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o gravitas, que los ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir...."
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/vida-nocturna-antigua-roma_14978
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/humor-roma-de-que-reian-los-romanos_12263
En la antigua Roma las burlas y chistes formaban parte del día a día de los ciudadanos, y no perdonaban a nadie. Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en Roma.
Plauto lee una de sus obras ante un limitado público. Óleo por Camillo Miola. 1864.
Los romanos se ríen de sí mismos
Tras la muerte de Plauto, el más popular de los comediógrafos romanos,
se decía que la risa, el juego y la broma habían llorado juntos. Por
sus obras desfilan los tipos sociales más comunes: el viejo libidinoso
que compite con su hijo por una bella cortesana, la matrona romana que
exhibe su prepotencia y su derroche, el esclavo inteligente y enredón en
contraste con el parásito muerto de hambre, el soldado fanfarrón, el
alcahuete despiadado que produce repugnancia o los banqueros avaros y
codiciosos. Plauto aumentaba los defectos de cada personaje para
provocar la risa, y para ello no dudaba en recurrir al lenguaje popular.
"¡A casa de la muy perra es a donde iba, el muy golfo, corruptor de sus
hijos, borracho, miserable!", prorrumpe una esposa engañada en La comedia de los asnos.
Foto: Bridgeman / Aci
Lucio Postumio a Tarento, colonia griega y fue objeto de mofa debido a su defectuoso griego. Grabado. Siglo XX.
Las burlas del amante de la risa
Los chistes recogidos en el Philogelos muestran que, en la Antigüedad
grecorromana, las chanzas alcanzaban a todas las profesiones y
condiciones.
Uno que regresaba de un viaje preguntó a un falso adivino por su
familia. Éste dijo: "Todos están bien, incluido tu padre". Al decirle:
"Mi padre hace ya diez años que ha muerto", respondió: "No conoces a tu
verdadero padre".
Un abderita viendo a un eunuco conversar con una mujer le preguntó si
era su esposa. Cuando el eunuco le dijo que él no podía tener esposa,
respondió: "Entonces es tu hija".
Uno al encontrarse con un intelectual dijo: "El esclavo que me
vendiste ha muerto". "¡Por todos los dioses! –respondió–. Cuando estaba
conmigo nunca hizo tal cosa".
Rufo el narigudo
En uno de los muros de la villa de los Misterios, en Pompeya,
se halló una caricatura (a la izquierda) con una inscripción en su
parte superior: "Rufus est" (es Rufo). Se sabe que el dueño de la casa
se llamaba Istacidio Rufo, por lo que se cree que alguien de la casa,
tal vez un esclavo descontento, quiso burlarse así de un amo poco
estimado.
Foto: CORPUS INSCRIPTIONUM LATINARUM
Burlarse del deforme
Durante los banquetes a veces se
hacía intervenir a personas con discapacidades físicas, como enanos o
jorobados –como el de la imagen–, o incluso discapacitados
intelectuales, cuyas ocurrencias debían provocar la risa de los
comensales.
Foto: Dea / Album
Escena de una comedia de Plauto. Pintura en el atrio de la casa de Publio Servilio Casca en Pompeya.
El humor cáustico que caracterizaba el pueblo de Roma, llamado a veces italum acetum
o "vinagre itálico", constituye el reverso de la imagen de
respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o gravitas, que los
ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir.
Foto: Granger / Album
Enano bufón. Vasija de barro procedente de Herculano. Siglo I
La corte imperial contaba con bufones y enanos para diversión del emperador. Augusto y su círculo disfrutaban de las bromas de un bufón llamado Gaba. Tiberio, por su parte, tenía un enano entre sus bufones. Domiciano asistía a los espectáculos de gladiadores con un jovencito que tenía una cabeza pequeña y monstruosa.
Foto: Prisma / Album
Fernando Lillo Redonet
El humor en Roma: ¿de qué se reían los romanos?
Suele decirse que cada pueblo tiene un sentido del humor propio,
que a veces resulta difícil de comprender para los demás. En el caso de
la antigua Roma,
ese sentido del humor reflejaba el carácter de lo que en sus orígenes
fue un pueblo de campesinos y soldados, y se caracterizaba por lo procaz
y punzante. Este humor cáustico, llamado a veces italum acetum o "vinagre itálico", constituye el reverso de la imagen de respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o gravitas, que los ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir.
Los romanos daban un toque humorístico incluso a los propios nombres de persona, en particular al tercer componente del nombre, el llamado cognomen
o apodo. Por ejemplo, el nombre completo del famoso poeta Ovidio era
Publio Ovidio Nasón, "narigudo" o "narizotas". A Marco Tulio Cicerón
solemos llamarlo precisamente por su apodo familiar Cicero, "garbanzo",
bien porque sus antepasados lo cultivaban, bien porque el primero de
ellos tuvo una verruga en la nariz. Otros apodos particularmente humorísticos que aún pueden hacernos reír eran Brutus, "tonto"; Burrus, "pelirrojo"; Capito, "cabezón", o Strabus, "bizco".
Mofa a los emperadores
Los emperadores
tampoco se libraban de los apodos burlescos. Cuando Tiberio era todavía
un soldado se burlaban de él en el campamento haciendo un juego de
palabras con su nombre: Tiberio Claudio Nerón, que se transformaba en un jocoso Biberio Caldio Merón, con el que se aludía a su condición de bebedor, al gusto que tenían los romanos por el vino caliente (calidus) y a la no menor afición por el vino puro, sin mezclar (merum).
Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso
en momentos de gran solemnidad como los desfiles triunfales de los
generales victoriosos en Roma. Por ejemplo, en el triunfo que celebró en el año 46 a.C., Julio César
tuvo que aguantar las chanzas de sus soldados, que cantaban:
"Ciudadanos, guardad a vuestras mujeres, traemos al adúltero calvo", aludiendo a la vida disoluta de su general.
También circularon burlas sobre su acentuada calvicie y se hicieron
alusiones maliciosas a sus relaciones con el rey de Bitinia: "César
sometió a las Galias, Nicomedes a César", se decía, jugando con el doble
sentido de someter, "poner debajo". Todo ello no era sólo una forma de
divertirse, sino quizá también servía para evitar la excesiva soberbia del comandante victorioso.
En Roma, el chisme, la gracia y la burla estaban a la orden del día y en boca de todos. Cicerón decía que nadie estaba a salvo del rumor en una ciudad tan malediciente como Roma.
Precisamente personas de la alta sociedad como el famoso orador, que se
suponían imbuidos de gravitas, practicaban el humor tanto en sus
discursos públicos como en su vida privada. En una ocasión en que
Cicerón vio a su yerno Léntulo, que era de baja estatura, con una gran
espada ceñida exclamó: "¿Quién ha atado a mi yerno a una espada?". A
propósito de una matrona romana ya entrada en años que aseguraba tener
sólo treinta, comentó: "Es verdad, hace ya veinte años que le oigo decir
eso".
El emperador Augusto
también gozaba de un gran sentido del humor. Cuando el cónsul Galba,
que era jorobado, le dijo que le corrigiera si tenía algo que
reprocharle, Augusto le respondió que podía amonestarle, pero no
"corregirle", jugando con el doble sentido del verbo corrigere, que en latín significa "corregir", pero también "enderezar o poner derecho".
Las bromas o insultos no siempre sentaban bien al destinatario.
Sabemos que un tal Cornelio Fido se echó a llorar en pleno Senado cuando
otro le llamó "avestruz depilado". En ocasiones reírse en público podía resultar peligroso. En 192 d.C., el historiador Dión Casio estaba en el Coliseo con otros colegas senadores cuando el excéntrico emperador Cómodo,
que actuaba en la arena, mató un avestruz, le cortó la cabeza y se
dirigió hacia ellos explicando mediante gestos amenazadores que podían
acabar igual que el ave. A los senadores la situación les provocó tal
hilaridad que estuvieron a punto de echarse a reír; para evitarlo, Dión
empezó a masticar hojas de laurel de su corona, gesto que sus compañeros
se apresuraron a imitar.
Bufones y enanos, cómicos de palacio
La corte imperial contaba con bufones y enanos para diversión del emperador.
Augusto y su círculo disfrutaban de las bromas de un bufón llamado
Gaba. Tiberio, por su parte, tenía un enano entre sus bufones. Domiciano
asistía a los espectáculos de gladiadores con un jovencito que tenía
una cabeza pequeña y monstruosa. Vestido de escarlata, se sentaba a los
pies del emperador, con quien hablaba tanto en broma como en serio. En
época de Trajano las humoradas corrían a cargo de un tal Capitolino
que, según el poeta hispano Marcial, superaba a Gaba en gracia.
Las mujeres también podían servir como bufones o ser objeto de burla.
En una de sus cartas, Séneca cita a una tal Harpaste, una sirvienta
boba que le había dejado en herencia su primera esposa. El filósofo, con
gran humanidad, declara que siente aversión a reírse de este tipo de
personas deformes y añade que cuando quiere divertirse se ríe de sí
mismo.
El humor estaba presente en las conversaciones de la calle y de la taberna, que no podemos escuchar pero de las que quedan rastros en los grafitis de las paredes de Pompeya, llenos de bromas, insultos y caricaturas de personas reales.
Por ejemplo, los huéspedes descontentos de una pensión escribieron:
"Nos hemos meado en la cama. Lo confieso. Si preguntas por qué: no había
orinal". En Roma, cuando un tal Ventidio Baso pasó de arriero a las más
altas magistraturas, el pueblo se escandalizó y algunos escribieron por
las calles de la ciudad los siguientes versos: "¡Venid todos corriendo,
augures, arúspices! Ha surgido un portento inusitado: el que frotaba a
los mulos, ha sido hecho cónsul".
Burlas en verso
Rastros del humor popular pueden verse quizás en algunos epigramas
satíricos de Marcial, que se burlaban de los defectos físicos y el
carácter de sus contemporáneos. En ellos primaba la brevedad y la
agudeza de la parte final, donde residía la gracia. El humor cáustico es
evidente en estos ejemplos: "Quinto ama a Tais". "¿A qué Tais?". "A Tais, la tuerta". "A Tais le falta un ojo solo, a él los dos".
Pero tenemos que esperar al siglo V d.C. para encontrar un verdadero
libro de recopilación de chistes. Está escrito en griego y se titula
Philogelos, "el amante de la risa". Contiene 265 historias graciosas de
muy variado tipo. Algunas tienen como protagonistas a los abderitas (de Abdera, en el norte de Grecia), que en la Antigüedad estaban considerados los tontos por antonomasia, junto con los habitantes de Cumas, cerca de Nápoles.
Otros los protagonizan eunucos, falsos adivinos y personajes misóginos.
Entre estos últimos se encuentra uno que muestra que ciertas formas de
humor son una constante de todas las épocas. Un hombre estaba enterrando
a su esposa y cuando alguien le preguntó: "¿Quién descansa?",
respondió: "Yo, que me he librado de ella".
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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