Después de la conquista de Egipto, sucesivos emperadores llevaron a Roma antiguos obeliscos, de más de 200 toneladas, a bordo de inmensas naves. Hoy en día estos monumentos todavía se pueden ver en la Ciudad Eterna y son testigos de la avanzada ingeniería que hizo posible su transporte.
Francesc Cervera
08 de noviembre de 2020 ·Según relata Plinio el Viejo, en el año 10 a.C., por orden de Augusto, se transportaron a Roma dos obeliscos de Heliópolis (al nordeste de El Cairo). El primero se colocó en la espina del Circo Máximo, y el segundo sirvió de marcador para el monumental reloj de sol que se construyó en el Campo de Marte. Para Augusto, primer emperador de Roma, fue también un símbolo con el que celebrar su victoria sobre Antonio y Cleopatra.
Uno de los obeliscos que se transportaron a Roma sirvió de marcador para el monumental reloj de sol que se construyó en el Campo de Marte.
Cincuenta años después, en el año 40 d.C. Calígula imitó a su divino antepasado: se llevó a Roma un obelisco de 25 metros del templo de Karnak, en Tebas, y lo instaló en el Circo Vaticano. Plinio refiere que tanto la nave usada por Augusto como la empleada por Calígula, causaron asombro entre los romanos, de manera que fueron amarradas, la primera en el antiguo puerto romano de Ostia y la segunda en Nápoles, para que el pueblo las pudiera visitar.
Años más tarde Claudio hundiría la nave de Calígula, que remolcó desde Nápoles, llenándola con cajas de cemento, para asentar el faro del nuevo puerto de Ostia. De hecho algunos restos de esta nave fueron descubiertos en 1959 por el arqueólogo Otello Testaguzza, quien propuso que el casco de la nave tendría unas medidas de 104 por 20 metros. Sin embargo el hecho de que el obelisco de Calígula midiera solo 25 metros de altura, ha hecho sospechar a investigadores más recientes de que la nave no superaría los 50 metros de largo.
La fuente de los Cuatro Ríos en la famosa plaza Piazza Navona de Roma está coronada por la copia romana de un obelisco egipcio, proveniente del Circo de Majencio. Foto: IstockLa moda de los obeliscos
La iniciativa de estos primeros emperadores fue muy popular, de modo que, a lo largo de los siglos siguientes, se importarían más obeliscos antiguos, se encargarían nuevos ejemplares e incluso se harían copias en la propia Roma. El obelisco de mayor envergadura (32 metros y 455 toneladas de peso) fue trasladado desde Karnak por Constancio II, hijo de Constantino, en el 357 d.C.
Según comenta Plinio, el barco de Calígula estaba dotado de un amplio velamen: el mástil de fresno era tan grueso que se necesitaban los brazos de cuatro hombres para rodearlo. Amiano Marcelino, por su parte, afirma que la nave de Constancio II se impulsaba con 300 remeros. Se supone además que ambas embarcaciones dispondrían de un conjunto de remolcadores, para ayudar en su maniobra y navegación.
La logística no era fácil: la nave de Constancio II se impulsaba con 300 remeros.
Ante la parquedad de datos que nos proporcionan las fuentes, el método concreto con el que se transportaron los pesados obeliscos, desde tan lejos y con la tecnología de la época, continúa siendo una incógnita que los arqueólogos luchan por descubrir.
El complicado transporte de los obeliscos
Así pues ¿cómo podría haber sido el transporte de un obelisco, desde su lejano templo o cantera hasta Roma? Primero se bajaba el monumento hasta un trineo especialmente diseñado, con ayuda de poleas y un armazón de madera para evitar su rotura. El siguiente paso era la excavación de una trinchera al lado del Nilo, en la que se construía la barcaza de transporte. Era entonces el momento de arrastrar el obelisco hasta el río, con ayuda de leche y mantequilla como lubricantes, y subirlo a su medio de transporte. Llegada la crecida del Nilo, la trinchera se convertía en un canal, con lo que la barcaza flotaba, y se remolcaba río abajo hasta Alejandría mediante pequeñas embarcaciones.
Ya en la costa el obelisco era trasladado a una nave de transporte de mayor envergadura y calado. A su llegada a Ostia, el obelisco era reembarcado en una segunda barcaza fluvial, tirada por yuntas de bueyes Tíber arriba. Al llegar a Roma sería descargado y transportado hasta su lugar de destino mediante un trineo, para finalmente ser arrastrado por un conjunto de grúas sobre una rampa de tierra hasta descender su base al pequeño pozo donde encajaba.
¿Tres naves?
En el año 2000 el historiador Armin Wirsching afirmó que el transporte se habría realizado por tres barcos unidos: dos embarcaciones de unos 37 por 5 metros unidas con vigas sostendrían el obelisco entre sus cascos, mientras que un trirreme situado delante se encargaría del remolque.
Wirsching basó su estudio en la reinterpretación de ciertos murales egipcios, como los de la tumba de Hatshepsut, y otras fuentes que describen naves paralelas usadas para transportar bloques de piedra. Además, según él, no existía la tecnología para crear un barco tan grande, por lo que se tendrían que haber usado otros más pequeños. Así mismo, afirma en su investigación que el transporte sería más estable si el obelisco se mantenía a nivel del agua.
Transporte de una de las Agujas de Cleopatra desde Alejandría, Egipto, hasta Nueva York a bordo del SS "Dessoug" en el verano de 1880. Foto: Cordon Press,Después de los Césares
El Renacimiento avivó de nuevo el interés por los obeliscos: numerosos conjuntos esculturales -como la fuente de los cuatro ríos de Bernini- fueron levantados para servirles de soporte, se restauraron algunos que habían caído e incluso se volvieron a realizar copias. Precisamente en este período cuando se movió el obelisco de Calígula desde las ruinas del Circo Vaticano hasta la nueva plaza de San Pedro. Para moverlo, al igual que en tiempos antiguos, se usó una estructura de madera para sostener el peso, mientras que el monumento era bajado hasta unas vías de madera. Los cabestrantes tirados por caballos sustituyeron las grúas de rueda romanas, y en vez de un trineo se usaron troncos para transportar rodando los enormes bloques por los raíles de madera. El traslado por tierra fue tan lento que se avanzaba a poco más de 30 metros al día.
No será hasta el siglo XIX, con la llegada de los nuevos barcos de vapor, que volverán a transportarse obeliscos por vía marítima. Deseoso de romper con el poder otomano y estrechar sus vínculos con occidente, Mehmet Alí, el nuevo valí o gobernador de Egipto, decidió regalar algunos monumentos antiguos.
Obelisco de la parisina Plaza de Concorde.
Francia fue el primer país en beneficiarse de ello. Champollion en persona se encargó, en 1830, de escoger uno entre todos los del templo de Luxor. Al año siguiente un vapor de fondo plano especialmente construido para la ocasión, y apropiadamente llamado Louxor, partió hacia Egipto. Tras ser remolcado por el Mediterráneo, remontó el Nilo hasta Tebas, donde cargó el obelisco, llegando a París en 1833, después de dar la vuelta a España y navegar Sena arriba. Este obelisco se levanta hoy en la Place de la Concorde.
Por su parte ingleses y americanos también recibieron sendos obeliscos en la segunda mitad de siglo, popularmente conocidos como las Agujas de Cleopatra, Cleopatra’s Needles en inglés: el obelisco americano se halla hoy en Central Park, delante del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, mientras que el inglés se puede ver en Londres, en los jardines del Victoria Embankment al borde del Támesis.
Foto: iStock.
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