Hasta no hace mucho, los delincuentes podían actuar con total impunidad a sabiendas de que sus huellas no podían ser rastreadas por la policía. Pero gracias a una ciencia llamada dactiloscopia sabemos que ninguna huella dactilar humana es idéntica a otra, lo que ha supuesto un gran avance para la identificación de personas y, sobre todo, para la criminología.
Desde que el ser humano abandonó el nomadismo para convertirse en sedentario y se estableció en asentamientos permanentes ha desarrollado diversos sistemas de identificación que permitieran la diferenciación entre individuos. Se han hallado huellas de dedos impresas en arcilla en la antigua Persia, y también en documentos procedentes de la antigua China y Japón. Asimismo muchas culturas han querido establecer diferencias marcando sus cuerpos con distintas señales, desde las realizadas con hierros candentes hasta tatuajes muy elaborados. Pero no ha sido hasta tiempos recientes cuando la ciencia ha podido desentrañar el misterio químico, genético y fisiológico que se esconde tras nuestras huellas dactilares, unas señales únicas y distintas en cada uno de nosotros. El estudio de estas señas de identidad individuales ha sido de gran ayuda a la hora de identificar personas y ha servido también para que ciencias como la moderna criminología den un auténtico salto adelante. Averigüemos quién fue el descubridor de un método que se ha revelado vital para el trabajo de las policías de todo el mundo.
LOS INICIOS DE LA DACTILOSCOPIA
La palabra dactiloscopia deriva de los vocablos griegos daktylos (dedo), y skopein (examen o estudio), y la ciencia a que se refiere ha acabado convirtiéndose en uno de los elementos más fiables con los que se cuenta en la actualidad para poder identificar a cualquier persona además de ser un elemento absolutamente indispensable en la esfera policial para poder atrapar a los criminales. En el año 1823, un anatomista de origen checo llamado Jan Evangelista Purkyne publicó su obra Commentatio de Examine Physiologico Organi Visus et Systematis Cutanei (Comentario del examen fisiológico del órgano de la vista y del sistema cutáneo) en la cual describía los grandes surcos que recorren las manos humanas y los clasificó en nueve categorías: curva transversal, estría longitudinal central, línea oblicua, presilla oblicua, verticilo en forma de almendra, verticilo espiral, elipse, círculo y doble verticilo. A pesar de lo revolucionario que podía resultar aquel estudio a la hora de trazar diferencias entre estas líneas para poder identificar individuos, el que ha sido considerado como primer sistema dactiloscópico de la historia en realidad pasó sin pena ni gloria.
Datos biométricos fisiológicos para antecedentes penales por huella digital.
En el año 1823, un anatomista de origen checo llamado Jan Evangelista Purkyne publicó una obra en la cual describía los grandes surcos que recorren las manos y los clasificó en nueve categorías.
Unas décadas más tarde, en 1850, William James Herschel, un oficial británico que estaba destinado en el distrito bengalí de Hooghly, en la India británica, tuvo la idea de aplicar el conocimiento de las huellas dactilares en el campo de la criminalística, y así, siguiendo las costumbres orientales, hizo estampar la yema de los dedos en todo documento oficial y contrato que se firmara en aquel recóndito lugar. De este modo, y gracias a la extensa colección de impresiones que acabó recopilando, Herschel pudo observar que ninguna de las huellas impresas eran iguales y que a pesar del paso del tiempo estas permanecían inalterables. En 1877, Herschel propuso aplicar este método para identificar a los reclusos de los centros penitenciarios, aunque en ese momento su idea tuvo poca aceptación y pasó bastante desapercibida, incluso después de que en 1880 publicase un estudio en el que ponía de manifiesto el valor de las huellas dactilares como método de identificación.
ÚNICAS E IRREMPLAZABLES
Otro pionero de la dactiloscopia fue Henry Faulds, médico y científico escocés que ejerció como misionero en un hospital y un centro de enseñanza para estudiantes de medicina en Japón. Allí empezó a coleccionar las huellas dactilares tanto de seres humanos como de algunos simios, e intentó que Scotland Yard empleara la dactiloscopia para la identificación y arresto de criminales, pero sus esfuerzos fueron en vano. En 1880, absolutamente convencido de la idoneidad de su método, envió una carta a Charles Darwin en la que sugería que las huellas dactilares eran únicas y permanentes, aunque el naturalista no le hizo mucho caso. En una ocasión, Faulds pudo poner en práctica su método: en el hospital donde trabajaba hubo un robo, y uno de los asaltantes fue arrestado y acusado de haber perpetrado el hurto. Convencido de su inocencia, Faulds pidió comparar las huellas obtenidas en el escenario del delito con las del detenido, y al comprobar que estas no coincidían el hombre fue puesto en libertad.
Juego de huellas dactilares.
En el hospital donde trabajaba Faulds hubo un robo, y uno de los asaltantes fue acusado del hurto. Convencido de su inocencia, Faulds pidió comparar las huellas obtenidas del ladrón con las del detenido, y al comprobar que estas no coincidían el hombre fue puesto en libertad.
A pesar de que Darwin no hizo caso de las teorías de Faulds, envió toda la información recibida a su primo, un conocido antropólogo y eugenista llamado Francis Galton. En sus estudios, Galton aplicaba métodos estadísticos acerca de las diferencias humanas tanto físicas como intelectuales, lo que lo llevó hasta la antropometría, una técnica que permite analizar el estudio cuantitativo de las características físicas del ser humano para identificarlo. Galton registró las medidas de un buen número de voluntarios y adjuntó a la ficha personalizada de cada uno de ellos una impresión de sus huellas dactilares. En 1882 publicó un libro titulado Fingerprints (Huellas dactilares), donde sugería la existencia de un patrón y afirmaba que las huellas dactilares son únicas e irreemplazables. Su libro acabó cayendo en manos del irlandés Edward Henry, entonces inspector general de la policía de Bengala, en la India, que lo leyó con gran interés. Hacia 1897, una comisión oficial del Gobierno británico recibió el encargo de comparar los estudios dactiloscópicos con el hasta entonces intocable método Bertillon, un sistema antropométrico que había sido desarrollado por el francés Alphonse Bertillon. Las conclusiones fueron tan abrumadoras a favor de la dactiloscopia que en 1900 se adoptó en Gran Bretaña como sistema oficial de identificación.
Retrato de Sir Francis Galton por Eveleen Myers, 1890.
UNA CIENCIA CON FUTURO
Mientras todo aquello tenía lugar en Europa, un científico croata nacionalizado argentino, Juan Vucetich, trabajaba para el Departamento Central de Policía de La Plata, en Argentina. Vucetich se interesó por los trabajos del inglés Francis Galton, y basándose en ellos ideó un método para comprobar el parecido entre huellas dactilares, algo que en 1891 puso en práctica recogiendo las huellas de veintitrés presos. Pero la prueba de fuego para su sistema llegaría en 1892, tras el horrible asesinato de dos niños. En un primer momento, la investigación apuntó hacia a un hombre, que, según la madre de los pequeños, Francisca Rojas, había sido rechazado por ella y asesinó a sus hijos como venganza. La policía no pudo arrancar ninguna confesión al detenido a pesar del duro interrogatorio, y los oficiales tuvieron que regresar a la escena del crimen donde encontraron por fin una huella ensangrentada. Tras analizarla, Vucetich descubrió con sorpresa que la huella en realidad pertenecía a la madre de los niños. Francisca, ante una evidencia tan clara y evidente, se vino abajo y confesó el horrendo crimen.
Fotografía de Juan Vucetich.
Vucetich se interesó por los trabajos del inglés Francis Galton, que basándose en ellos ideó un método para comprobar el parecido entre huellas dactilares, algo que en 1891 puso en práctica recogiendo las huellas de veintitrés presos.
Tras el éxito obtenido, la policía del país no tardo en adoptar como oficial el Sistema Dactiloscópico Argentino, como más tarde sería conocido, con lo que Argentina se convirtió en el primer país del mundo en usar las huellas dactilares como el único método eficaz para la identificación de sospechosos. Seis años después, la Academia de Ciencias de París lo reconoció públicamente como el sistema más eficaz hasta la fecha para la identificación de personas. De hecho, en 1905, se celebró el primer juicio por asesinato en Inglaterra en el que se utilizó el método de las huellas dactilares para identificar a los asesinos de los propietarios de una tienda. Los hermanos Alfred y Albert Stratton fueron acusados gracias a una huella de Albert descubierta en la caja registradora del local por el inspector Charles Stockley Collins, de Scotland Yard. El éxito de este sistema empezó a ser ya incuestionable y empezó a expandirse a nivel mundial. En nuestro país, la dactiloscopia vendría de la mano de Federico Olóriz, un catedrático de Anatomía Patológica que, basándose en el método de Vucetich, estableció un sistema que permitió la clasificación y la identificación de las huellas dactilares y que fue usado en España desde el año1911 hasta 1982, cuando fue sustituido por métodos más modernos e informatizados.
Las huellas dactilares humanas son únicas.
Las huellas dactilares en la actualidad no solo sirven para identificar criminales, sino que se han convertido en un sistema habitual de identificación en, por ejemplo, los documentos nacionales de identidad, como sistema de fichar en una oficina o incluso para llevar a cabo tareas tan cotidianas como desbloquear nuestro smartphone o realizar compras o cualquier otra tarea a través del teléfono móvil. Con las nuevas tecnologías, el proceso de comparación e identificación de las huellas dactilares se ha convertido en algo mucho más rápido y seguro, y a pesar de que cada vez hay herramientas más precisas para proceder a una identificación, la ciencia sigue confirmando la importancia a todos los niveles de esas marcas personales, inalterables e intransferibles que son las huellas dactilares humanas.
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