Entrevistamos a uno de los paleontólogos más famosos del planeta, Yves Coppens, codescubridor de Lucy, la Australopithecus afarensis más famosa del mundo, en un hallazgo que cambió el conocimiento de la evolución humana.
Javier Flores
A sus 87 años, Yves Coppens continúa mostrando una pasión desmedida hacia la paleontología y el conocimiento de la evolución humana.
AL 288. Probablemente este código no te diga absolutamente nada. Sin embargo es el nombre que tiene una de las colecciones de huesos más famosa del mundo, aquellos que pertenecen a Lucy, una Australopithecus afarensis que vivió sobre la faz de la Tierra hace unos 3,2 millones de años y que cambió el mundo de la evolución humana. “Su descubrimiento permitió pasar de una idea abstracta a un dibujo, un esbozo de cómo era esta especie” me explica uno de los integrantes del equipo que lo descubrió, el francés Yves Coppens, quien a sus 87 años mantiene una mente privilegiada.
Ha venido a Barcelona para ejercer de jurado en los premios de la Fundación Palarq, unos galardones que en su segunda edición han dotado con un premio de 80.000€ el proyecto de La Garma, en Cantabria. Este es un sitio único, una especie de cápsula del tiempo donde se han encontrado pinturas rupestres, objetos del día a día de sus antiguos moradores e incluso unas sorprendentes huellas de 16.000 años de antigüedad. La decisión no ha sido sencilla, pues “los seis finalistas eran realmente interesantes”, me explica el paleontólogo. Precisamente es esta labor de fomento de la paleontología a nivel mundial a la que se dedica actualmente. “Ya no realizo más trabajos de campo. Suelo visitar distintos sitios arqueológicos en África y Asia y les presto mi ayuda. Tutelo a varios doctorados y estudiantes que están investigando estos sitios arqueológicos y que son como una especie de extensión de mí” me explica mientras me mira con orgullo.
Yves Coppens en la terraza del edificio de RBA en Barcelona durante la segunda edición de los Premios de la Fundación Palarq.
Una pasión nacida de la imaginación
Y es que la paleontología y la prehistoria son su pasión. Una pasión que nació de pequeño, cuando corría entre los cientos de monumentos megalíticos que existían alrededor de su casa familiar en Trinité sur Mer, cerca de Carnac. “Cuando era pequeño dejaba volar mi imaginación cuando veía estas grandes piedras” me comenta. “Lo primero que recuerdo de mi infancia en relación con la paleontología es cuando tenía 6 o 7 años. No sé porqué pero me sentía atraído por aquello que estaba bajo mis pies, escondido bajo la tierra”.
“Lo primero que recuerdo de mi infancia en relación con la paleontología es cuando tenía 6 o 7 años. No sé porqué pero me sentía atraído por aquello que estaba bajo mis pies, escondido bajo la tierra”.
Una fascinación que se fue acrecentando con los años hasta convertirse en su profesión. Sin embargo, mientras recorre su infancia a través de sus recuerdos no deja escapar la ocasión de contarme otra pequeña anécdota que trae al presente con una sonrisa en la boca: “Con 11 años un chico de mi escuela estuvo en Madagascar y me vendió un trozo muy pequeño de un huevo de un Aepyornis, un tipo de pájaro extinto. Y yo estaba fascinado con este trozo de huevo antiguo. ¡De hecho todavía lo tengo!”
Y quizá gracias a esos monumentos megalíticos, a su desbordante imaginación sobre hombres que vivían en esas tierras o incluso quizá gracias a ese pequeño resto de huevo no más grande que una uña, Yves Coppens acabó convirtiéndose en una eminencia científica.
Un descubrimiento único
Corría el año 1974 cuando el equipo formado Coppens, el estadounidense Donald Johanson y el también francés Maurice Taieb realizaron un descubrimiento que cambiaría la comprensión del ser humano y su evolución. Exactamente era el 24 de noviembre de 1974 cuando, a 159 km de la capital de Etiopía, Adís Abeba, encontraron los restos de Lucy, una Australopithecus afarensis. Sin embargo Coppens le resta importancia al hallazgo: “No es para nada importante. Yo llevaba trabajando en África desde 1960, y ya habíamos encontrado en 1961 un fósil en Chad, un Tchadanthropus [una especie de homínido]. Más tarde, en 1967 encontramos en Etiopía el resto de prehumano más antiguo hasta ese momento, con 2,6 millones de años de antigüedad. Y luego, en el marco de una nueva expedición que empezó en 1972, en 1974, encontramos a Lucy” explica.
Entonces, ¿por qué Lucy se convirtió en un auténtico icono? “El hallazgo de Lucy fue importante porque era un esqueleto “menos incompleto” que los otros [se encontró alrededor de un 40%]. Gracias a él pudimos dibujar, esbozar, al individuo. En este caso una mujer, joven (de unos 20 años, que ahora consideraríamos joven, pero que para un Australopithecus era muy vieja). Y para el público en general tener esa silueta en vez de huesos o dientes sueltos, les permitía empatizar, entender la cercanía de esa especie”.
Al final se trata de una cuestión de empatía, un sentimiento muy humano pero que hasta ese momento no teníamos con nuestros antecesores. “Es más cercana a ti porque se trataba de una chica pequeña, de menos de 1,20 metros, de unos 25-30 kg… de piernas más largas y brazos más cortos”. Y además, explica Coppens, “en ese momento era probablemente el resto más antiguo encontrado, con 3,2 millones de antigüedad”.
Y por si fuera poco la llamaron Lucy, un nombre sencillo y fácil de recordar, lo que lo convirtió en un verdadero icono para todo el mundo. En palabras de Yves Coppens, “a nivel de investigación eran unos restos interesantes, pero para el público general se convirtió en algo más importante, una especie de símbolo, una suerte de icono sobre el origen de la humanidad, lo cual fue bueno para la ciencia y para ahondar sobre el origen del hombre”.
Me quedo pensando en el nombre, Lucy. Sencillo. Casi universal. Pero… ¿por qué Lucy? La respuesta está en otro icono, pero esta vez musical: Los Beatles. Resulta que la inspiración sobre el nombre proviene de una de las canciones más famosas del grupo de Liverpool: Lucy in the Sky with Diamonds. “AL 288 era el nombre del libro del registro. Una colega del equipo investigador (ni yo, ni Johanson, ni Taieb) comentó que no era muy apropiado llamar a esta hembra ‘AL 288’, y propuso llamarla Lucy, como Lucy in the sky with diamonds, como la canción de los Beatles”. Y así ha llegado hasta nuestros días.
Adaptación al cambio climático
Más allá de su pequeña estatura y su edad, resulta muy interesante conocer más a fondo el ambiente, el lugar en el que vivía Lucy hace aproximadamente 3,2 millones de años. Y es que la anatomía de las especies está muy vinculada al ambiente en el que viven, lo cual ayuda a los investigadores a conocer igualmente el aspecto que tenía. Y viceversa, pues ciertos aspectos anatómicos les pueden hacer inferir cómo era la Tierra en esa época.
“Hace 3 millones de años hubo un cambio climático y obligó a los pre humanos a adaptarse. Precisamente estas adaptaciones fueron el origen del hombre: la adaptación a un ambiente más seco, la adaptación a comer más carne porque había menos vegetales... Estos cambios se debieron a un cambio en el ambiente, se debieron a la selección natural” me explica Coppens mientras enfatiza cómo cambiaron estos homininos tocándose la nariz, la boca y la cabeza.
“Observando el fémur pudimos inferir que ella caminaba erguida. Analizando el húmero pudimos inferir que escalaba".
Además, gracias al hallazgo de una parte de la rodilla, del fémur y de la tibia así como de la columna vertebral los investigadores dedujeron que esta Australopithecus afarensis era capaz de andar erguida. Pero por si fuera poco, “Gracias a su esqueleto descubrimos que podía andar sobre dos patas y también era capaz de trepar. Tenía dos métodos de locomoción”.
“Observando el fémur pudimos inferir que ella caminaba erguida. Analizando el húmero pudimos inferir que escalaba. Y gracias a algunas vértebras de la columna vertebral vimos claramente que caminaba erguida. Gracias a algunas piezas vimos que su cerebro era muy pequeño. Gracias a los dientes encontrados comprobamos que comía principalmente vegetales y no mucha carne. Son deducciones lógicas a partir de la morfología de los huesos encontrados”.
Esencialmente se trata de “comparaciones”. En paleontología usamos la anatomía comparativa: Comparamos los huesos encontrados con animales vivos o extintos, hasta que encontramos piezas parecidas. Es una cuestión de observación”.
Reconstrucción del cráneo de Lucy.
El mundo de Lucy
Y claro, si podía trepar era porque existían árboles a su alrededor. “El ambiente en el que vivió Lucy era de bosque abierto, debía haber agua cerca y es posible que escalase para dormir por la noche. En lo alto de los árboles debía tener su “cama” hecha con ramas y hojas para estar segura” apunta Coppens.
Visto así no resulta difícil imaginar la vida de este hominino. Una vida entre la llanura y el bosque, llena de peligros, de depredadores de los que huir, pero también de pequeñas presas a las que cazar rudimentariamente para conseguir algo de carne. Pero más allá del ambiente que le rodeaba, ¿vivían en grupos o eran más bien solitarios?
Coppens nos saca de dudas con un tono didáctico que permite comprender mejor la vida en la Tierra hace millones de años. “Probablemente Lucy era un miembro de un grupo pequeño, tenía una vida sexual activa, vivió hasta los 20-25 años, quizá tuvo 5,6,7 hijos, quizá usó piedras para preparar la comida. Y de hecho incluso preparó piedras para crear herramientas...” explica el paleontólogo.
Esquema de la evolución humana.
La ciencia Vs la creencia
Es curioso que en el periodo de la humanidad en el que tenemos más certezas científicas exista una corriente contraria a estas evidencias. Terraplanistas, negacionistas del Covid, del calentamiento global e ¡incluso de la evolución! Le comento mis pensamientos al paleontólogo francés para descubrir cómo se toma este escepticismo un científico convencido. “Mi trabajo es decir las cosas que descubrimos, pero no convencer a la humanidad” explica. “La gente quiere que la ciencia les dé una respuesta, no un debate. Y la respuestas a veces llega, otras veces no. Debe haber un debate antes y quizá encuentres fallos, o quizá llegues a la verdad. Y esto es dificil de entender. Cuando crees en dios tienes fe, sin dudas.
“La gente quiere que la ciencia les dé una respuesta, no un debate".
Cuando eres científico siempre tienes dudas, salvo cuando tienes una certeza científica y esta funciona. Sin embargo, esta certeza funciona por ejemplo para los físicos pero no para los paleóntologos. Mi padre era físico y me decía: ok, tú eres científico, pero eres un científico del tiempo y eso no lo tienes en el laboratorio”.
Es evidente que la tecnología ha cambiado el mundo en general y el de la ciencia en particular. Ahora, gracias a la tecnología podemos conocer la composición de los huesos encontrados, datarlos de manera más fiable e incluso descubrir restos de ADN que ofrecen muchas pistas sobre cómo era ese ejemplar. Sin embargo también tiene ciertas deficiencias en algunos campos científicos. “La paleogenética es muy buena hasta hace 500.000 años, pero de momento la tecnología no permite analizar restos tan antiguos como los de Lucy” comenta Yves Coppens, “aunque esperamos que las técnicas paleogenéticas progresen” apunta con esperanza.
Clonar mamuts
Gracias a estas nuevas tecnologías algunos paleontólogos se han aventurado a augurar que dentro de poco seremos capaces de clonar especies prehistóricas extintas como los mamuts. Coppens es conocedor de esta posibilidad y explica cuáles son las posibilidades y problemáticas que rodean a revivir estas especies extintas. “Estuve trabajando en Siberia un tiempo y sé que han encontrado diversos trozos de ADN de mamuts. Pero claro, tienen que conseguir todas las piezas para formar un ADN completo y eso requiere hallar más restos. Lo que haces es “jugar” con las piezas de ADN”.
¿Y se podría por ejemplo conseguir clonar a neandertales? “Los investigadores de Leipzig me han comentado que tú puedes conseguir una buena secuencia pero necesitarías restos de ADN de unos 20 neandertales. Si consigues completar la cadena completa y la pones en una célula podrías llegar a conseguirlo. Esto sería posible con ciertos mamíferos y posiblemente con neandertales, pero esto nos llevaría a un dilema ético muy importante”, explica. “Pero todavía estamos muy lejos de conseguir resultados de este tipo”.
Un momento íntimo
No quiero terminar mi charla con esta eminencia viviente de la paleontología sin preguntarle qué siente cuando vuelve a ver los huesos de Lucy, la australopithecus más famosa del mundo. “La última vez que vi a Lucy fue no hace mucho tiempo, de hecho viajo habitualmente a Adis Abeba. En el museo se puede ver una réplica, los verdaderos restos están guardados para fines científicos”, explica. “Cuando los visito es algo muy emocional…” aclara pensativo. “En nuestro trabajo cuando tienes entre tus manos unos huesos realmente estás tocando su rodilla. Es difícil de imaginar para el público en general pero imaginamos esas partes que estamos tocando esas partes del cuerpo” apunta mientras hace el gesto de agarrar a alguien por las caderas.
La imaginación es una de las claves. La imaginación de un pequeño Yves Coppens que soñaba con lo que escondía la tierra que pisaba, la imaginación de un paleontólogo que ve homininos donde otros solo ven un trozo de hueso. Una imaginación que se torna en certeza cuando es tocada por el conocimiento científico de investigadores de la talla de Coppens.
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