Flavio Valerio Constantino (en latín: Flavius Valerius Constantinus; Naissus, 27 de febrero de c. 272-Nicomedia, Bitinia y Ponto, 22 de mayo de 337) fue emperador romano desde su proclamación por sus tropas el 25 de julio de 306, y gobernó un Imperio romano en constante crecimiento hasta su muerte. Se le conoce también como Constantino I, Constantino el Grande o, en la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales y la Iglesia católica bizantina griega, como san Constantino.
Fue el primer emperador en detener la persecución de los cristianos y dar libertad de culto al cristianismo, junto con todas las demás religiones en el Imperio romano, con el Edicto de Milán en 313. Constantino es conocido también por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola «Nueva Roma» o Constantinopla (Constantini-polis; la ciudad de Constantino). Facilitó la convocatoria del Primer Concilio de Nicea en 325, que produjo la declaración de la creencia cristiana conocida como el Credo de Nicea. Se considera que esto fue esencial para la expansión de esta religión, y los historiadores, desde Lactancio y Eusebio de Cesarea hasta nuestros días, lo presentan como el primer emperador cristiano, si bien fue bautizado cuando ya se encontraba en su lecho de muerte, tras un largo catecumenado.
El término crismón es la denominación de la más usual de las representaciones del cristograma1 o monograma de Cristo: XP. El Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, lo da como sinónimo de lábaro, el estandarte de los emperadores romanos, que a partir de Constantino I el Grande lo incorporaba.2
Consiste en las letras griegas Χ (ji) y Ρ (rho), las dos primeras del nombre de Cristo en griego: Χριστός (Khristós -"el ungido"-). En otras versiones, la Ρ se sustituye por la Τ (tau) haciendo así una pequeña cruz latina. El crismón aparece a veces acompañado de otros elementos, como las letras α (alfa) y ω (omega), la primera y la última del alfabeto griego, que representan a Cristo como principio y fin de todas las cosas
Otros cristogramas son IC, XC, la primera y última letra de cada uno de los dos nombres ΙΗΣΟΥΣ ΧΡΙΣΤΟΣ (Jesús Cristo), que es el más común en las iglesias ortodoxas bizantinas, e IHC o bien IHS, las tres primeras letras del nombre ΙΗΣΟΥΣ (Jesús), que es el más común en la iglesia latina.
En el año 380, el emperador Teodosio el Grande tomó una de las decisiones más trascendentales de la historia del Imperio Romano: convertir el cristianismo niceno en la única religión oficial. Fue el inicio de un largo proceso de cristianización que se extendió hasta bien entrada la Edad Media.
El papa Silvestre I y Constantino el Grande. Mosaico en la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, Roma
Durante más de tres siglos, los cristianos fueron uno de los colectivos más perseguidos del Imperio Romano: aunque por lo general el Estado romano era muy tolerante con los cultos, el mensaje cristiano tenía implicaciones que podían hacer peligrar pilares esenciales para la estabilidad del dominio romano, como el culto a los emperadores, un sistema político y económico que dependía de la guerra y una desigualdad clara entre clases, pueblos y sexos.
Quién les iba a decir a aquellos primeros cristianos que sería precisamente un emperador romano, Teodosio I llamado “el Grande”, quien en el año 380 convertiría su religión en el único culto oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica. Una conversión que, sin embargo, entrañaba grandes dificultades y que fue en buena parte adaptada a la idiosincrasia de la sociedad romana, convirtiéndola en una mezcla hecha a medida para su fácil asimilación.
LAS DIFICULTADES DE LA ASIMILACIÓN
Desde los inicios de su expansión, en Roma convivían una gran cantidad de cultos. La incorporación de dioses extranjeros o la asimilación a las deidades propias romanas se habían realizado frecuentemente y, de hecho, muchos dioses que consideramos romanos eran en su origen etruscos o griegos. En lugares que habían tenido una fuerte religión propia, como el caso de Egipto, existían dioses sincréticos como Serapis, mezcla del egipcio Osiris-Apis (que a su vez, era la fusión de estas dos deidades) y el griego Zeus.
No obstante, la gran mayoría de estos cultos tenían en común el hecho de ser politeístas y, por lo tanto, aceptar la existencia de otros dioses que no fueran los propios. Asimilar el cristianismo, y más aún establecerlo como religión oficial, era una tarea mucho más difícil puesto que reconocía a un único dios. Además, en principio rechazaba la idolatría, mientras que la mayoría de cultos del Imperio incorporaban en alguna medida imágenes, estatuillas o símbolos diversos.
El cristianismo transformó muchos templos en iglesias y sustituyó el culto a los antiguos dioses por la veneración a los santos y a la Virgen
La alternativa que se encontró para facilitar la asimilación fue la de sustituir la miríada de dioses por los diversos santos, estableciéndolos como patronos de las actividades y las profesiones; santos que, irónicamente, en muchos casos habían sido martirizados por los propios romanos. Lo mismo se hizo con muchos templos, transformados en iglesias o reconvertidos a un culto cristiano. Este proceso a menudo implicaba la destrucción de todo lo que pudiera recordar a su pasado pagano, como estatuas, imágenes o relieves.
EL TEMPLO DE ISIS EN FILE (EGIPTO)
Los cristianos borraron a golpe de cincel los relieves de este templo dedicado a Isis, que fue reconsagrado a la Virgen.
Foto: iStock / pavlemarjanovic
LA NUEVA COMUNIDAD CRISTIANA
Incluso antes de que Teodosio oficializara el cristianismo, la nueva religión había ganado suficiente popularidad como para que este último paso fuera inevitable. Es notable el caso de Juliano llamado “el Apóstata”, el emperador que gobernó entre los años 361 y 363 y que hizo un intento fracasado de restaurar la fe en los antiguos dioses. El cristianismo tenía muchos elementos que lo hacían muy atractivo para las clases más humildes, que conformaban la mayoría de la población del Imperio: pobres, esclavos o de algún modo oprimidos podían encontrar consuelo en una religión que les concedía mayor esperanza que los dioses antiguos, cuyo temperamento y conducta en los mitos no eran precisamente un modelo a seguir.
En las ciudades que contaban con un obispo o diácono y un baptisterio, se realizaban bautismos múltiples en días señalados
Un paso imprescindible para formar parte de la comunidad cristiana era el rito del bautismo. Si bien a los recién nacidos se les podía realizar sin dificultad, en el caso de los adultos había que seguir un ritual por el cual la persona abandonaba públicamente sus prácticas paganas. En los días señalados, como la Pascua o el día de un santo patrón, se realizaban bautismos múltiples en las ciudades que contaban con un obispo o diácono y un baptisterio.
Uno a uno, el obispo o diácono tocaba la nariz y las orejas de los presentes, los exorcizaba con agua bendita y los ungía con aceite. La persona se volvía hacia poniente, por donde se oculta el sol, y proclamaba su renuncia al Diablo; después se volvía hacia levante -hacia la luz, es decir, Cristo- y se sumergía tres veces en una gran pila bautismal, que originariamente era una pequeña piscina, antes de que se introdujeran las más pequeñas con forma de fuente. Finalmente el obispo o diácono realizaba la unción final en la cabeza y el lavado de los pies. Terminado el bautismo de todos los presentes, estos participaban en una solemne misa en la catedral o iglesia principal de la localidad.
LA BATALLA DEL PUENTE MILVIO
Según la leyenda, Constantino el Grande obtuvo la victoria sobre su rival Majencio tras tener una visión de la cruz de Cristo y dotar a sus ejércitos de este símbolo como estandarte. Fue el primer emperador que se convirtió al cristianismo.
Aunque la persona bautizada prometiera abrazar la nueva fe por convicción, ciertamente muchas conversiones se realizaban por interés. A medida que el cristianismo ganaba fuerza, formar parte de la nueva religión pasó a ser cada vez más conveniente: casos como el de la filósofa y científica Hipatia de Alejandría, que murió asesinada por una turba de fanáticos, eran incidentes extremos y raros, pero a un nivel menos visible las instituciones oficiales favorecían a los cristianos: desde la promulgación del Edicto de Milán en 313, durante el reinado de Constantino el Grande se prohibieron una tras otra todas las manifestaciones paganas públicas. En el año 392 el emperador Teodosio prohibió también los cultos paganos privados mediante el Edicto de Constantinopla: a partir de entonces, en el Imperio Romano ya no habría lugar para los cultos que lo habían regido durante más de mil años.
La cristianización de la sociedad no fue tan completa como se podría imaginar y arrastró muchas costumbres paganas hasta bien entrada la Edad Media
A pesar de todo, la aparente cristianización de la sociedad no fue tan completa como se podría imaginar. Las sucesivas oleadas de invasores bárbaros todavía paganos, la conquista de nuevos territorios cuyos habitantes rechazaban abandonar sus tradiciones o los conflictos entre las diversas ramas del cristianismo y sus representantes eran dificultades que se arrastraron incluso hasta después de la caída del Imperio de Occidente y persistieron durante en la Edad Media. Durante siglos pervivieron muchas costumbres paganas, como la creencia en la magia, la brujería y los talismanes, algo que se manifestó en fenómenos como la caza de reliquias. Y eso a pesar de que la Iglesia ya era una institución consolidada y capaz de ejercer su autoridad de manera autoritaria y violenta, como se manifestó en la implacable lucha contra las “herejías”.
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