Esta espléndida obra de arte de 4.500 años, que representa al faraón Kefrén, hijo de Keops, en la cúspide de su poder, está considerada una obra maestra de la estatuaria egipcia. Aunque fue hecha para no ser vista, hoy en día su belleza sigue fascinando a los viajeros que la visitan en El Cairo.
Vista lateral de la estatua sedente del faraón Kefrén. Museo Egipcio, El Cairo.
Durante décadas, y antes de su sustitución por el monumental edificio del Nuevo Museo Egipcio que se alza junto a las pirámides de Giza, el viejo museo egipcio de la plaza Tahrir, en El Cairo, ha sido el museo de antigüedades faraónicas más importante del mundo, un lugar mágico donde podían contemplarse algunas de las obras de arte más increíbles del antiguo Egipto. Estatuas de piedra, sarcófagos, ajuares funerarios, tesoros como el de Tanis o el de Tutankhamón... Una visita a este lugar era un maravilloso viaje en el tiempo, pasear por sus salas era establecer un poderoso vínculo con una civilización desaparecida hace mucho, mucho tiempo, pero que a pesar de ello nos ha dejado innumerables vestigios de su existencia. En una de sus salas, en la planta baja, dedicada al Reino Antiguo (2543-2120 a.C.), se ubicaba, tal vez, una de las obras de arte más bellas y fascinantes que ha dado el arte egipcio. Estamos hablando de la estatua sedente del faraón Kefrén, tallada en un único bloque de diorita.
Vista completa de la estatua sedente de Kefrén. Se aprecia el detalle del trono, decorado con la unión del loto y el papiro.
UN DESCUBRIMIENTO SORPRENDENTE
La estatua, que con su media sonrisa parece contemplar desde el abismo de los milenios al asombrado visitante que la ve por primera vez, fue descubierta en 1860 por el francés Auguste Mariette, por entonces jefe del Servicio de Antigüedades de Egipto, durante unas excavaciones en Giza. El egiptólogo se hallaba excavando el complejo funerario de Kefrén, concretamente el templo del valle del monarca (que él mismo había descubierto en 1852), un recinto donde tuvieron lugar las ceremonias de purificación de la momia del soberano antes de que esta fuera llevada hasta el templo alto, situado junto a la pirámide, a través de una larga calzada ceremonial.
Templo del valle de Kefrén en Giza, donde en 1860 Mariette halló la estatua enterrada en una fosa.
La estatua de Kefrén fue descubierta en 1860 por el francés Auguste Mariette, por entonces jefe del Servicio de Antigüedades de Egipto, durante unas excavaciones en el templo del valle del monarca, en Giza.
El templo del valle de Kefrén está a 500 metros de su pirámide y se sitúa cerca de la Gran Esfinge. El edificio es de planta cuadrada y sus muros (que no muestran ningún tipo de decoración) están recubiertos de losas de granito rojo y el pavimento es de caliza blanca. En él, los antiguos egipcios dispusieron un ambicioso programa iconográfico compuesto por un conjunto de 23 estatuas que representaban a Kefrén. Todas ellas tenían un significado religioso. Debían servir como receptáculo del ka o fuerza vital del faraón difunto. Mucho después, algunas de estas estatuas fueron enterradas en un pozo que se cubrió con losas de piedra, y fue allí donde, siglos después, las descubrió Mariette. El egiptólogo escribió en su diario: "Se trata de siete estatuas que representan al rey Kefrén. Cinco de ellas se encuentran mutiladas, pero las otras dos están completas. Una de ellas presenta un estado de conservación tal que podría pensarse que salió ayer mismo de manos del escultor".
Vista frontal de la estatua de Kefrén, descubierta por Mariette en el templo del valle del faraón.
La estatua muestra a Kefrén como un hombre joven con un físico perfecto, atlético, vestido solamente con un faldellín, tocado con el pañuelo nemes ceremonial y con la barba postiza característica de su cargo.
Tras el faraón, un halcón, representación del dios Horus, divinidad con la cual se identificaba el monarca en vida, extiende sus alas alrededor de la cabeza de Kefrén, brindándole su protección. Los brazos del rey están pegados al cuerpo y posa su mano izquierda extendida sobre su rodilla. La mano derecha, también sobre la rodilla, está cerrada en un puño y parece sujetar un rollo de papiro, símbolo de su poder. Por su parte, el trono sobre el que está sentado Kefrén está rematado por patas en forma de garras de león y sus laterales están decorados con el símbolo del sematauy, las plantas del loto y el papiro entrelazadas, que representan la unión del Alto y del Bajo Egipto.
Pirámide de Kefrén en Giza. Conserva parte del revestimiento de piedra caliza en su parte superior.
Kefrén
Las tres pirámides de Gizeh, con sus más de cuatro milenios de historia, sobreviven amenazadas por la expansión urbana de El Cairo y la masificación del turismo. La presencia constante de turistas obligó, precisamente, a cerrar la pirámide de Kefrén durante tres años con el fin de restaurarla y habilitarla al público. El pasado 11 de octubre, la pirámide del faraón Kefrén volvió a recibir visitantes una vez concluidas las labores de restauración, mantenimiento, y ventilación interna de los pasadizos y la cámara funeraria. Además, el gobierno egipcio abrió por primera vez al público seis tumbas de altos cargos faraónicos, entre ellas, la de Merensakh III, nieta del faraón Keops y esposa de Kefrén. El 20 de septiembre, Egipto también reabrió el Serapeum de Saqqara, la necrópolis subterránea donde fueron enterrados los toros sagrados que representaban al dios Apis.
La pirámide de Kefrén, casi tan grande como la de su padre Keops
La pirámide de Kefrén se yergue majestuosa entre las otras dos pirámides de la meseta de Gizeh. Parece la mayor debido a su situación en un saliente de la meseta y a que conserva parte del revestimiento original de caliza de Tura (localidad situada cerca de la antigua Menfis) en su cúspide. La pirámide que contuvo el cuerpo de Kefrén posee unas dimensiones tan impresionantes (215 metros de base cuadrada por 143 de altura) que durante milenios la convirtieron en la segunda construcción más grande del mundo, pero por detrás de la de Keops, la Gran Pirámide. Para erigirla se usaron bloques de piedra de tres toneladas, mayores incluso que los utilizados en la construcción de la pirámide de Keops. Sin embargo, sus estancias interiores son infinitamente más sencillas que las que hay dentro de la Gran Pirámide.
UN NUEVO HOGAR
Pero no muchos saben que esa maravillosa obra de arte estuvo a punto de no quedarse en Egipto. Debido a la falta de fondos, la campaña de excavaciones emprendida por Mariette entre los años 1853 y 1854 sufrió un importante parón y Francia no pudo hacerse con la pieza. "Unos cientos de francos más y la estatua estaría hoy en el Louvre", escribió Mariette en su diario.
Detalle del dios halcón Horus abrazando la cabeza del faraón. Museo Egipcio, El Cairo.
En septiembre de 2017, la estatua de Kefrén fue cuidadosamente embalada para ser trasladada a su nueva ubicación, el Gran Museo Egipcio que se alza junto a las pirámides de Giza.
La estatua de Kefrén recaló primero en el Museo de Bulaq, antecedente del Museo Egipcio de El Cairo, para después ser trasladada al museo que se habilitó en la plaza Tahrir, donde se ha exhibido hasta ahora. En septiembre de 2017, la estatua de Kefrén, que hasta entonces había sido la estrella de una de las salas de la planta baja del museo, fue cuidadosamente embalada, junto a otras piezas de gran tamaño, como ella, e introducida en una caja con sensores. Con sumo cuidado fue colocada en una furgoneta especialmente preparada con dispositivos especiales para evitar las vibraciones propias del transporte, y fue trasladada a su nuevo hogar, el GEM, cerca de su pirámide, donde fue descargada, junto a sus compañeras, y conducida al interior de su nuevo emplazamiento mediante vehículos montacargas, en una operación delicada y no exenta de peligros. Allí, una de las piezas más bellas y tal vez más emblemáticas de la cultura faraónica disfrutará de un lugar de honor y muy pronto, cuando el Gran Museo Egipcio abra sus puertas, volverá a ser admirada por millones de visitantes.
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