Los ríos Bhagirathi y Alaknanda convergen en el Himalaya occidental para formar el Ganges, en la ciudad india de Devaprayag, que en sánscrito significa «confluencia sagrada».
Se calcula que el Ganges arrastra más de 6.200 toneladas de basura plástica al año.
24 de marzo de 2022, 07:00 | Actualizado a
Descenso de Ganga, pintura de Raja Ravi Varma. https://es.wikipedia.org/wiki/Ganges
El Ganges es un río sagrado para la India. También es una de las principales fuentes de la basura manufacturada que contamina el océano.
En la última década, a medida que hemos ido tomando conciencia de la creciente acumulación de desechos plásticos en nuestros océanos, las iniciativas para resolver esta crisis creciente han sido numerosas, imaginativas... e insuficientes. Se prevé que en 2040 el volumen de plástico que llega cada año a los mares casi se triplique, hasta alcanzar los 29 millones de toneladas anuales, y que habrá un promedio de 50 kilos de basura plástica por cada metro de litoral en todo el planeta.
El pescador Babu Sahni, de 30 años, y su hijo Himanshu Kumar Sahni, de ocho, se acercan a la orilla del río Punpun, un afluente del Ganges.
En la India rural no suele haber sistemas de recogida de basuras, y los vertederos oficiosos como este son habituales. La mayor parte de los residuos plásticos que hay en el mar llegan arrastrados desde tierra firme.
La mayor parte de la investigación sobre la basura plástica se ha centrado en la que ya está presente en los océanos y en su amenaza letal para una larga lista de especies, desde el plancton hasta peces, tortugas y ballenas. Menos se sabe sobre el proceso por el que esos residuos llegan al mar, pero no cabe duda de que los ríos, especialmente los asiáticos, son las principales vías de entrada.
Una expedición de National Geographic se propuso documentar el alcance de la contaminación por plásticos del río... y sus orígenes en tierra.
En 2019 National Geographic Society patrocinó una expedición de investigación a uno de esos ríos, el Ganges, que recorre el norte de la India y Bangladesh dibujando una de las cuencas fluviales más vastas y pobladas del mundo. Un equipo de 40 científicos, ingenieros y personal de apoyo de la India, Bangladesh, Estados Unidos y el Reino Unido recorrió en dos ocasiones toda la longitud del río, antes y después de las lluvias monzónicas que aumentan de forma espectacular su caudal. El equipo tomó muestras del agua, del suelo y de la atmósfera en los lugares por donde discurre y entrevistó a más de 1.400 personas que viven en sus orillas para tratar de identificar dónde, por qué y qué tipo de plástico llegaba al Ganges y, en última instancia, al océano Índico.
El mercado de flores Mullick Ghat de Kolkata es un hervidero de gente antes de la celebración del Durga Puja.
En activo desde mediados del siglo XIX junto al río Hooghly, un ramal del Ganges, en él hay flores de plástico además de las naturales. Ambas se lanzan al río a modo de ofrenda.
«Es imposible resolver el problema si no sabes en qué consiste», declaraba Jenna Jambeck, profesora de ingeniería ambiental de la Universidad de Georgia y una de las directoras de la expedición. Su pionero estudio de 2015, en cuyo marco calculaba que cada año acaban en el mar un promedio de ocho millones de toneladas de plástico, contribuyó a colocar los plásticos marinos en la lista de las principales preocupaciones medioambientales. Como la mayoría de los expertos, Jambeck cree que la solución no pasa por limpiar los mares, sino por reducir y contener la basura plástica en tierra, donde se origina la mayor parte de ella.
Una cálida tarde de noviembre me reuní con ella en la milenaria ciudad india de Patna, que se extiende a lo largo de la orilla meridional del Ganges, a unos 800 kilómetros de su desembocadura en el golfo de Bengala. En un bullicioso barrio comercial, Jambeck recorrió una hilera de tiendas y cafeterías a ritmo pausado y con la vista puesta en el suelo, contando una por una las unidades de basura con las que se topaba y registrándolas en una aplicación móvil que documentaba su ubicación. Había mucho que registrar: Patna, una ciudad en rápido crecimiento que ya supera los dos millones de habitantes, no implantó un servicio municipal de recogida doméstica de residuos hasta 2018, y la práctica de tirar los desechos a las calles es un problema que viene de lejos.
Sita Ram Sahni (sentado), de 70 años, y su sobrino Vinod Sahni, de 50, posan delante de su casa en la orilla norte del Ganges, en el estado de Bihar.
La familia Sahni lleva más de 50 años pescando en el río. Sus redes, que antaño eran de algodón, ahora son de nailon azul, un material plástico.
Durante los 98 días que duró la expedición, Jambeck y su equipo realizaron 146 transectos como este, cada uno de ellos de una longitud más o menos similar a una manzana de edificios, en 18 ciudades y pueblos de las márgenes del río. Registraron un total de 89.691 unidades de basura. También catalogaron los productos a la venta en las tiendas cercanas, porque, decía Jambeck, para diseñar soluciones al problema de los residuos, hay que saber qué «se está fugando del sistema».
«¿Hay que prohibir lo que acaba tirado en el suelo? ¿Crear un impuesto? ¿Optar por otras vías? –se preguntaba–. O, si se han prohibido las bolsas de plástico, ¿está surtiendo efecto la medida?».
Los tres principales artículos de plástico que Jambeck registró en las calles indias eran envoltorios alimentarios, colillas y bolsitas de tabaco. (En África y Asia se comercializan muchos productos en sobres o bolsitas monodosis, que se venden por miles de millones). En torno al 40 % de los artículos desechados eran marcas internacionales, entre ellas las de empresas con sede en Estados Unidos o el Reino Unido. Uno de los objetivos de Jambeck al emprender el estudio era llamar la atención de ese tipo de empresas.
«Necesitamos que esas personas que toman decisiones a 8.000 kilómetros de distancia se sienten a debatir con actitud de introducir cambios», me dijo. Al igual que el cambio climático, la basura plástica es un efecto secundario de nuestra adicción a los hidrocarburos –no en balde la mayoría de los plásticos se fabrican a partir de petróleo y gas–, y tanto sus consecuencias como las posibles soluciones al problema deben analizarse a nivel tanto local como global. Parte de la basura que vi registrar a Jambeck en Patna, si no toda, acabaría colándose por un desagüe de la acera. Desde allí, una enorme tubería la vertería directamente al río, que la arrastraría hasta el golfo de Bengala.
En el Ganges, una de las mayores pesquerías continentales del mundo, las redes de nailon se utilizan y reponen continuamente.
Si se pierden o se desechan en el río, pueden convertirse en trampas mortales para tortugas, nutrias y los amenazados delfines de río. Con el tiempo se descomponen en microplásticos.
El Ganges, uno de los mayores ríos del mundo, es venerado por mil millones de hindúes que lo consideran la Ma Ganga –Madre Ganges–, una diosa viviente con el poder de purificar el alma. Nace en el glaciar de Gangotri, en lo alto del Himalaya occidental y a pocos kilómetros del Tibet, y desciende por escarpados cañones hasta la fértil llanura del norte de la India. Allí el curso serpentea hacia el este, atravesando el subcontinente hasta llegar a Bangladesh y ensanchándose al nutrirse de 10 grandes afluentes. Justo después de entroncar con el Brahmaputra, el Ganges desemboca en el golfo de Bengala. Es el tercer río que vierte más agua dulce al mar, después del Amazonas y el Congo. De él dependen más del 25 % de los 1.400 millones de habitantes de la India, toda la población de Nepal y parte de la de Bangladesh.
Tan sagrado es el río que su agua, la Ganga jal, ha viajado a los países más remotos en las jarras de ejércitos conquistadores y en los pequeños frascos de los turistas. Los comerciantes del siglo XVII creían que se mantenía «más fresca» que otras aguas en las largas travesías en barco. Sir Edmund Hillary, el primero en alcanzar la cima del Everest, cantaba sus alabanzas. Hoy se puede adquirir embotellada en algunos comercios.
Por desgracia, el Ganges también es desde hace tiempo uno de los ríos más contaminados del mundo, emponzoñado por los vertidos de cientos de fábricas, algunas de ellas en funcionamiento desde la época colonial británica. Las fábricas añaden arsénico, cromo, mercurio y otros metales a los cientos de millones de litros de aguas residuales que cada día siguen vertiéndose al río sin tratar. La basura plástica no es más que la incorporación más reciente a esta nociva lista.
Ver más información en "El río de plástico de la India"
Pese a todo, y pese al nivel de bacterias fecales que a veces alcanza cifras mortíferas, la fe en la pureza mítica del Ganges persiste y complica las continuadas iniciativas de limpieza del río. Sudipta Sen, que de niño vivió en Kolkata (Calcuta) y hoy da clases de historia del sur de Asia en la Universidad de California en Davis, invirtió 14 años en la redacción de su libro Ganges: The Many Pasts of an Indian River. Para él, escribir sobre la paradoja del río moderno, tan venerado y a la vez tan descuidado, resultó frustrante.
«El río es en realidad dos ríos –dice Sen–. Existe la creencia de que puede limpiarse a sí mismo y de que tiene propiedades mágicas. Si el río puede limpiarse a sí mismo, ¿por qué habríamos de preocuparnos por él? Esto lo he visto con mis propios ojos. He oído decir mil veces que el río es incontaminable; que puede seguir ahí para siempre».
El Ganges parece refrendar ese argumento durante el monzón estival, cuando se dice que está «crecido». En Patna, donde se le unen varios grandes afluentes y se ensancha considerablemente, el monzón lo convierte en un torrente enfurecido que inunda con regularidad Bihar, el estado mayoritariamente rural del que Patna es la capital.
Los habitantes de la cuenca del Ganges utilizan escalinatas como el Chandi Ghat de Haridwar para llegar al río y bañarse en unas aguas que consideran purificadoras.
La creencia hindú en los poderes purificantes del río atrae a millones de peregrinos todos los años.
Una mañana, junto con los expedicionarios de National Geographic, crucé desde Patna hasta la orilla norte del Ganges y viajé hasta una aldea rodeada de plátanos en la que viven campesinos y pescadores que subsisten capturando carpas. Junto a un grupo de casas de ladrillo y chabolas con techumbre de paja había montones de redes de nailon azul deshilachadas. Las redes de pesca abandonadas suponen una importante proporción de la contaminación por plástico del Ganges; son, además, un tipo de residuo que pone en peligro a los delfines de río, las tortugas y las nutrias.
Entre el río y las casas se interponía un gran terraplén, pero en la reciente temporada del monzón no había sido suficiente para protegerlas. Algunos lugareños acababan de regresar tras ser evacuados por la inundación. Se veían bolsas de patatas fritas y otros desperdicios dispersos por doquier. No había ni una papelera a la vista.
El pescador al que iba a entrevistar estaba durmiendo, de modo que salvé el terraplén, todavía cubierto de sacos terreros, y me senté en el ghat –la escalinata que baja al río– para observar a la gente ocupada en sus tareas matutinas. Había cinco mujeres acuclilladas en el último escalón, lavando la ropa en el agua turbia. Varios hombres acudieron a darse un baño. Todos arrojaron al río el sobre monodosis de champú después de usarlo. Al acabar, ofrecieron agua a Ganga, elevándola a modo de ofrenda en la cuenca de las manos.
El plástico asequible mejoró la calidad de vida de los indios, pero la acumulación de basura plástica superó la capacidad del país para contenerla.
En Kolkata conocí a un florista llamado Goutam Mukherjee, quien me explicó por qué años atrás había dejado de vender flores naturales. Estábamos en uno de los mercados de flores más grandes y famosos de Asia, entre puestos rebosantes de guirnaldas de damasquinas frescas y otras flores fragantes. Mukherjee enumeró las razones por las que sus flores de plástico, importadas de China, eran mejores que las naturales: son más baratas, dan el pego y no se marchitan.
El milagro del plástico llegó a la India hace tan poco tiempo que todavía no existe en hindi un término para referirse a él, y en algunos sitios la comida para llevar todavía se envuelve en hojas de banano. El flechazo se produjo en los años noventa, cuando coincidieron el rápido crecimiento de la industria mundial del plástico y la liberalización de la economía india. Los artículos de plástico a precio asequible mejoraron la calidad de vida no solo de una clase media en expansión, sino también de los estratos más desfavorecidos. Conservada en recipientes, bolsas y envoltorios de plástico, la comida duraba más. Los niños descalzos recibían zapatos baratos, y los tejidos sintéticos más económicos ampliaban los exiguos guardarropas. Los sobrecitos monodosis daban acceso a productos que muchas personas no podían costearse en grandes cantidades.
Swami Shivanand Saraswati, de 75 años, se baña en el Ganges en su ashram (lugar de meditación budista) Matri Sadan de Haridwar.
Dirige una campaña consolidada y ambiciosa para proteger el río de la minería, de nuevas presas y de la contaminación. La basura plástica es solo uno de los muchos contaminantes que lo degradan.
Pero pese a esa mejora en la calidad de vida, la luna de miel fue breve. Antes de que terminase la década, la India se encontró nadando en una marea de envases plásticos desechados que superaba cualquier capacidad de contención. A mediados de los años noventa la prensa dio la voz de alarma. Las bolsas de plástico, dispensadas por millares en los grandes almacenes de Mumbai, estaban «asfixiando la ciudad». Los vertederos de Delhi eran una «ecocatástrofe» en potencia.
Desde entonces el problema ha superado los límites de las ciudades y alcanzado zonas rurales y reservas naturales, donde numerosas especies, desde leopardos hasta aves, ingieren plástico. En el Parque Nacional Rajaji, a las afueras de Rishikesh, ciudad de peregrinación en las estribaciones del Himalaya, los elefantes comen plásticos en los vertederos de los alrededores.
«En las lindes del bosque hay muchos puntos donde los lugareños tiran la basura, y los animales salvajes acuden a comerla –me dijo el guardabosques Mohammad Yusuf mientras recorríamos las praderas y altas pinedas del parque–. En estos cinco años he visto muchas veces plásticos en las heces de elefante».
En casi todos los países que luchan por poner coto a la basura plástica, el principal problema son los envases y envoltorios, la mayoría de los cuales se desechan inmediatamente después de su uso. A escala global representan el 36 % de los casi 438 millones de toneladas de este material que se fabrican al año. En la India el problema tiene menos que ver con el consumo per cápita que con la ausencia de una recogida de residuos adecuada. En Estados Unidos, cada persona genera un promedio de 130 kilos de basura plástica al año; es la tasa más alta del mundo y multiplica por más de seis la de la India, que se cifra en 20 kilos. Pero en Estados Unidos hay un sistema de recogida y eliminación de residuos que funciona relativamente bien.
La recogida de basura en las ciudades de la India suele ser ineficaz, y los índices de recogida, bajos. La situación es más desalentadora en las zonas rurales, donde residen en torno a dos terceras partes de la población india. En el estado de Bihar, donde viven 129 millones de personas, más o menos como en Japón, los residuos de plástico se incineran o se tiran en vertederos informales, donde las vacas y otros animales los ingieren inadvertidamente. O se depositan en una playa fluvial para que el sagrado Ganga se los lleve.
Heather Koldewey, investigadora de la Sociedad Zoológica de Londres especializada en aguas marinas y dulces y codirectora de la expedición, explica que no se hacía una idea de la capacidad de arrastre del río hasta que lo recorrió desde el nacimiento hasta la desembocadura. Uno de los grandes vertederos municipales que visitaron –no oficial, pero destino de los camiones de basura públicos– estaba tan cerca de la ribera que el Ganges devoraba parte de él en cada monzón.
«En cuanto salías de las grandes ciudades resultaba que no había ningún tipo de gestión de residuos –me contó Koldewey–. La realidad es que la mayor infraestructura de gestión de residuos es el propio río. La gente ponía la basura en los canales secos, sabiendo que el agua se lo llevaría todo.
»Y eso tiene mal arreglo. Sustituir el río por un sistema de gestión de residuos que haga la función equivalente exige un gran desembolso».
Un vertedero en Patna ilustra un problema omnipresente en la cuenca del Ganges.
La falta de un adecuado sistema de recogida de basuras hace que el plástico acabe desperdigado por zonas en las que las lluvias monzónicas lo arrastrarán hasta el río con los demás residuos.
¿Podríamos entonces optar por extraer los residuos del río? En 2017, en pleno auge de la preocupación mundial por los plásticos marinos, se publicaron dos estudios que llegaban a una conclusión sorprendente: el grueso de la basura que acababa en el mar salía de un número muy reducido de ríos (un estudio identificó 10; el otro, 20). La mayoría estaban en Asia. Y el Ganges ocupaba un lugar destacado.
La imagen de unos cursos fluviales tan llenos de basura que no se veía el agua era realmente descorazonadora, pero las conclusiones de los estudios encendían una llama de esperanza: con limpiar unos pocos podría frenarse el vertido de plásticos al océano, o al menos aliviar el problema. Pero esa esperanza ha resultado ser una ingenuidad. Un estudio más reciente y más amplio llevado a cabo por parte de los mismos científicos concluye que en realidad habría que limpiar más de un millar de ríos para reducir en un 80 % la cantidad de residuos que desembocan con ellos en el mar.
Pese a todo, tanto en Asia como África y América hay en marcha programas de limpieza fluvial que dan cierto resultado. La barcaza Mister Trash Wheel (Don Recogebasuras) lleva recogiendo basura en el puerto interior de Baltimore desde 2014. Pero el «limpiarríos» más ambicioso es Boyan Slat, el fundador de la organización neerlandesa sin ánimo de lucro Ocean Cleanup.
Slat tiene 27 años, pero saltó a la fama siendo un adolescente cuando anunció un ambicioso plan para limpiar la Gran Mancha de Basura del Pacífico, una concentración de residuos –buena parte de ellos de plástico– que se arremolinan en el Pacífico Norte. Recaudó 30 millones de dólares y puso en marcha su invento: una barrera flotante de 600 metros de largo y en forma de U que atrapa los residuos de las aguas superficiales. Varios científicos le dijeron que era una pésima idea: exigía tener en marcha el artilugio indefinidamente, con unos costes insostenibles, mientras siguiese llegando plástico al Pacífico, y que en la práctica sería imposible eliminar los microplásticos, porque son muy pequeños y están en toda la columna de agua. Pero Slat no cejó en su empeño y su invento sigue ahí, recogiendo sobre todo redes de pesca abandonadas. Hasta los críticos lo elogian por ello.
En el ínterin Slat ha puesto sus miras en los ríos. Su organización financió el nuevo estudio que identificó cuántos ríos constituyen una fuente de contaminación por plástico. En 2019 presentó una barcaza alimentada por energía solar, con un diseño similar al de Mister Trash Wheel, y anunció que su plan era limpiar en cinco años los mil ríos que más basura arrastran. La pandemia retrasó la labor; de momento, los «Interceptors» de Slat operan en Indonesia, Malasia, Vietnam y la República Dominicana. Junto con el dispositivo del Pacífico, han recogido más de 1.000 toneladas de basura.
Pese a su intervención en el Pacífico, incluso Slat cree que tratar de extraer el plástico de los grandes ríos continentales, el Ganges incluido, no resolvería nada. «Es demasiado ancho y la basura está muy dispersa», apunta, refiriéndose al Ganges. La mejor estrategia sería atacar primero los afluentes más pequeños, «ir a las ciudades del delta (Dacca y Kolkata) y actuar en sus cauces».
A mi regreso de la India visité a John Kellett, el inventor del Mister Trash Wheel, en su puerto deportivo situado en una ensenada del sur de Baltimore. Estaba rematando su cuarta barcaza recolectora de basura, que más tarde botó en un arroyo urbano cercano al estadio de fútbol americano de los Baltimore Ravens. Las cuatro barcazas han recogido en total 1,6 millones de kilos de basura y han transformado radicalmente el aspecto del puerto. Pero Kellett se mostraba escéptico ante la idea de un proyecto de alcance mundial.
«Es bueno que haya tanto interés, pero es una sola pieza del puzle –dijo–. Veo imposible limpiar los océanos a base de abordar río por río. Estas iniciativas tienen que ir aparejadas a cambios en las políticas y en nuestro modo de vida».
Una mujer de Rishikesh clasifica residuos plásticos, prestando atención al de mayor valor: las botellas de tereftalato de polietileno –o PET–, que fácilmente pueden reciclarse para confeccionar ropa, por ejemplo.
Gracias a estos recicladores informales, la India registra una tasa de reciclaje de plástico mucho mayor que Estados Unidos. Pero gran parte de la basura plástica no tiene valor alguno.
El problema de la recogida de residuos en la India sería mucho mayor si no fuese por el «sector informal»: el ejército de personas o empresas independientes que recogen residuos plásticos puerta a puerta para venderlos a entidades de reciclaje, y la gente que rebusca en los vertederos o en las calles.
Estos trabajadores, cuyo número se estima en casi 1,5 millones, son una de las razones por las que en la India no se ven muchas botellas de plástico tiradas por el suelo: son los artículos reciclables de mayor valor. La basura plástica supone cerca de la mitad de los ingresos de los recicladores, y las botellas de tereftalato de polietileno (PET) representan más o menos la mitad de los plásticos recogidos, me contó Bharati Chaturvedi, directora de Chintan, una organización sin ánimo de lucro que les presta apoyo.
El sector informal explica en primer lugar la elevada tasa de reciclaje de la India, que se calcula en un 60 %. Pero los materiales no reciclables no salen a cuenta, por eso las bolsas, los envoltorios de alimentos, los sobres monodosis y similares no se recogen. En consecuencia, ensucian las calles de la India y acaban llegando al Ganges.
El pasado mes de octubre, el primer ministro Narendra Modi lanzó la segunda fase de su campaña «Por una India limpia». En la primera fase se instalaron casi 90 millones de retretes, para evitar la defecación al aire libre, habitual en el país. Uno de los objetivos de la segunda fase es limpiar las ciudades de basura. El Gobierno de Modi está construyendo plantas de transformación de residuos en energía –es decir, incineradoras que generan electricidad–. También ha anunciado la prohibición a nivel nacional de la fabricación y utilización de plásticos de un solo uso. Entrará en vigor en julio y afectará a las bolsas de la compra, los envases de poliestireno expandido, los cubiertos, vasos, platos y pajitas de plástico, ciertos films transparentes y otros plásticos desechables.
Solo que, en la India, el desfase entre una legislación nacional ambiciosa y su aplicación práctica a nivel local y estatal puede llegar a ser notable. La normativa federal vigente en materia de residuos es «una verdadera maravilla, absolutamente impecable», afirma Robin Jeffrey, coautor junto con Assa Doron de Waste of a Nation, un estudio sobre la basura en la India. «El problema es que en todo el país no hay nadie capaz de empezar a aplicar ni la primera línea». La India lleva más de 35 años tratando de poner coto al vertido de aguas fecales e industriales en el Ganges, y hasta ahora apenas ha conseguido nada.
La pandemia frenó las iniciativas gubernamentales en pro de una India más limpia. También generó un aumento de los residuos plásticos en el país, como en el resto del planeta, cuando los confinamientos se tradujeron en un mayor consumo de comida para llevar y entregas a domicilio.
«Después de la pandemia, la sociedad civil aprecia más el plástico y su papel en la salvación de la humanidad –afirma Deepak Ballani, director general de la Asociación de Fabricantes de Plásticos de la India (AIPMA por sus siglas en inglés)–. Al mismo tiempo, la población está más concienciada que nunca del impacto medioambiental que causa el vertido indiscriminado de basuras». Como todos los fabricantes de plástico del mundo, el grupo de Ballani está a favor del reciclaje y se opone a las prohibiciones, argumentando que destruyen empleo y que el problema no son los plásticos de un solo uso, sino cómo se desechan.
En Asia, África y América hay en marcha iniciativas de limpieza fluvial, pero el Ganges es demasiado ancho y la basura que arrastra está demasiado dispersa.
Desde 2016, el Gobierno indio trabaja en una nueva normativa que exigiría a los productores de envases plásticos hacerse cargo del coste de la recogida y el reciclaje de sus productos desechables. Este tipo de reglamentos, conocidos técnicamente como responsabilidad ampliada del productor (RAP), han contribuido a reducir la basura plástica en la Unión Europea desde mediados de los años noventa.
Mientras tanto, el volumen de basura plástica que llega al mar no deja de aumentar. La previsión de que casi se habrá triplicado en 2040 si no cambian las cosas procede de un informe elaborado por la organización no gubernamental Pew Charitable Trusts y Systemiq, una empresa londinense de inversión y medio ambiente. Todas las medidas a nivel local de las que oímos hablar –prohibir las bolsas de plástico, legislar en materia de botellas, comprometerse a reciclar– arañarán una mejora de un par de puntos porcentuales en el mejor de los casos, concluye el informe. Para resolver el problema de la basura plástica se necesita todo lo anterior, pero también es imperativo que los Gobiernos lleven a cabo una reforma radical de los incentivos económicos de la industria del plástico. Especialmente, debemos impedir que la producción de plásticos se duplique en tierra, que es lo que se prevé que haga la industria si se le permite seguir avanzando por la senda actual.
Pew y Systemiq no son, ni mucho menos, las únicas voces que recomiendan este planteamiento. En diciembre de 2021 las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos aconsejaron el desarrollo de una estrategia nacional de reducción de los residuos plásticos en el país, que podría incluir un límite a la producción de plástico virgen. Este límite contribuiría a abordar también la crisis climática; al sector del plástico corresponde alrededor del 6 % del consumo mundial de petróleo. Las dos crisis van de la mano. Y la sugerencia de que la solución a una y otra pasa por dejar de extraer crudo, una medida que se tachaba de radical, ya forma parte del discurso público.
Los llamamientos a la acción se han vuelto más urgentes y generalizados también en la India. Brajesh Kumar Dubey, profesor de ingeniería medioambiental del Instituto Indio de Tecnología de Kharagpur, me confesó su sorpresa al encontrarse, mientras recorría la cuenca del Ganges durante la expedición de National Geographic, con tantos «islotes de personas» empeñadas en concienciar sobre los problemas medioambientales.
«Si logramos aunar todas esas iniciativas aisladas, lograremos mucho más y podremos abordar el problema mucho mejor. La conducta cambiará –dice Dubey–. Y es que soy un gran optimista, de esos que siempre ven el vaso medio lleno».
Un barquero observa el Ganges en Patna junto a una autopista de nueva construcción.
El rápido desarrollo del país ha disparado la demanda de plásticos, y el sector que los fabrica es ya uno de los mayores del mundo.
A diferencia de la lucha contra el cambio climático, la limpieza de la basura plástica que contamina una cuenca fluvial tendría un beneficio inmediato y visible para sus habitantes. Pero si este objetivo comparte algo con la lucha climática, es que puede parecer un trabajo de Sísifo… igualmente esencial si queremos evitar la alteración irreversible del planeta.
Hacia el final de mi estancia en la India visité la isla de Sagar, situada en el extremo occidental de los 350 kilómetros de ancho que mide el delta del Ganges. Sagar está en el golfo de Bengala, en la desembocadura de un distributario del Ganges llamado Hooghly, a 120 kilómetros de Kolkata aguas abajo. Esta salida del río reviste para los hindúes gran importancia espiritual. Cada mes de enero, miles de peregrinos acuden a la isla para bañarse donde Ma Ganga se une al mar.
En la punta sudoeste de la isla, cerca de un faro que instalaron los británicos, me encontré una playa sin basuras; el Ganges había hecho bien su limpieza monzónica. Al pasear por ella, cruzándome con algún que otro peregrino extemporáneo, un par de vacas extraviadas y los asistentes a un funeral que arrojaban al agua las cenizas de un difunto, pensé en todas las dádivas que el Ganga concede a Sagar en estos días.
Limitar la producción de plástico virgen también contribuiría a resolver la crisis climática. Ambas crisis van de la mano.
Según las mediciones efectuadas por el equipo de Koldewey, además de llevarse la basura visible, las lluvias monzónicas arrastran 3.000 millones de microfibras al día por el curso principal del río hacia el golfo de Bengala. Allí se unen al creciente remolino de diminutos fragmentos de plástico presentes en el mar, cuyos efectos nocivos para la vida marina apenas empezamos a comprender.
Uno de los experimentos de la expedición, bautizado como «Mensaje en una botella», consistió en lanzar al río 25 botellas con rastreadores electrónicos para comprender mejor el comportamiento del plástico en los ríos y sus desembocaduras. Se soltaron tres botellas en la desembocadura de Bangladesh. En el mar, el plástico se mueve con facilidad y puede recorrer cientos de kilómetros en cuestión de semanas. Poco después de mi visita a Sagar, las tres botellas pasaron justo por donde yo había estado. Las arrastraba la corriente costera de la India oriental, rumbo a un destino desconocido.
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Para más información, clica y muévete por estos tres vídeos de 360º que reflejan la vida cotidiana en el Ghanges.
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La redactora sénior Laura Parker recibió el premio Scripps Howard por su artículo de junio de 2018 «Un mar de plástico». La fotógrafa Sara Hylton reside en Mumbai, desde donde trata historias sobre el género, los pueblos indígenas y el medio ambiente
Sara Hylton.
National Geographic Society, comprometida con la divulgación y protección de las maravillas de nuestro planeta, ha financiado el trabajo de la Exploradora de National Geographic Sara Hylton en las orillas del Ganges.
Este artículo pertenece al número de Abril de 2022 de la revista National Geographic.
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