En el antiguo Egipto, todo el mundo se hacía enterrar acompañado de unas figurillas funerarias llamadas ushebtis que tenían la función de servir al difunto y hacerle la vida más confortable en el más allá.
Conjunto de ushebtis procedentes de la tumba de un hombre llamado Neferibreheb.
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De todos es sabido que los antiguos egipcios preparaban con mucho tiempo y con esmero su viaje al más allá. Todo ello para lograr su objetivo final: alcanzar sin problemas el reino de Osiris. Para ello se hacían enterrar con amuletos y textos sagrados como el Libro de los muertos, indispensables para sortear los peligros que presentaba ese trascendental viaje. Pero aparte de conseguir llegar al otro mundo sin demasiados inconvenientes, los egipcios también querían otra cosa: no tener que trabajar allí.
Los egipcios se hacían enterrar con amuletos y textos sagrados como el "Libro de los muertos".
Porque, de hecho, la vida en el inframundo egipcio era como una copia de la vida terrenal (aunque algo más espiritual), donde todo el mundo debía ejercer algún trabajo para subsistir. Además, era obligatorio arar en los fértiles "campos de Iaru", por lo que además de amuletos y sortilegios, los egipcios llenaron sus tumbas, dependiendo de su estatus social y su riqueza, con multitud (incluso cientos o a veces miles) de figuritas funerarias llamadas ushebtis.
SUSTITUTOS DEL DIFUNTO
Los ushebtis son unas pequeñas figuras de forma momiforme, normalmente hechas en madera o loza, que se depositaban en el sepulcro con la intención de que actuasen como sirvientes del difunto y que, de este modo, éste no tuviese que trabajar durante la eternidad. Los ushebtis llevaban inscrito el nombre de su propietario y muchas veces se representaban pertrechados con pequeñas azadas o útiles de labranza. También se les conocía como "replicantes" o "los que responden", puesto que cuando el difunto era llamado por los dioses a desempeñar cualquier cometido en el más allá, los ushebtis respondían "aquí estoy" y le reemplazaban, librándole de esta obligación.
Se les conocía como "replicantes", puesto que cuando el difunto era llamado a desempeñar cualquier cometido en el más allá, los ushebtis respondían "aquí estoy"
Ushebti procedente de una tumba de la dinastía XVIII. Museo Metropolitano, Nueva York.
Para cualquier egipcio era una ventaja disponer de varios ushebtis; incluso los campesinos más pobres, en una sociedad eminentemente agrícola, no estaban dispuestos a seguir realizando las duras labores de la tierra por toda la eternidad. De este modo, todo el mundo se hacía enterrar en compañía de los pequeños "replicantes".
LEGIONES DE "REPLICANTES"
Con el tiempo, en los ushebtis no sólo se inscribió el nombre del difunto, sino también conjuros mágicos para protegerle de cualquier mal. La mayoría de inscripciones hacían referencia a un extracto del capítulo VI del Libro de los muertos, titulado "capítulo de los ushebtis", y que dice así: "Fórmula para que un ushebti ejecute los trabajos para alguien en el más allá. Palabras dichas por el Osiris (el nombre del difunto): ¡Oh ushebti de (el nombre del difunto)".
En este capítulo, el propietario del ushebti le ordena lo siguiente: "Si soy llamado, si soy designado para hacer todos los trabajos que se hacen habitualmente en el más allá, (sabe) bien que la carga te será infligida allí. Como (se debe) alguien a su trabajo, toma tú mi lugar en todo momento para cultivar los campos, para irrigar las riberas y para transportar la arena de Oriente a Occidente. Heme aquí (responderás tú figurilla); iré a donde me mandes, Osiris (el nombre del difunto) Justificado".
El número de ushebtis que se colocaban en las tumbas fue creciendo exponencialmente a lo largo de los siglos. Así, durante el Reino Nuevo los altos funcionarios y los faraones y sus familias se enterraban acompañados de un auténtico ejército de ushebtis. Por ejemplo, en la tumba de Tutankamón se descubrieron nada más y nada menos que 413 ushebits, todos ellos de una gran calidad artística, pintados de vivos colores y con las facciones del rey. Así, el faraón contaba con 365 obreros, uno por cada día del año; 36 capataces, uno por cada cuadrilla de 10 obreros, y 12 jefes de mes, uno por cada mes del año. En total, 413.
En la tumba de Tutankamón se descubrieron 413 ushebtis y en la de Seti I, Belzoni creyó haber visto cerca de mil.
Ushebti hecho en fayenza azul, datado en la Baja Época. Museo Metropolitano, Nueva York.
También el explorador Giovanni Battisa Belzoni descubrió una legión de ushebtis cuando penetró en la tumba de Seti I en el Valle de los Reyes, en 1817. El italiano calculó haber visto cerca de mil, todos ellos elaborados en fayenza de un hermoso tono azulado.
Los ushebtis se situaban junto a la momia del difunto en un principio, pero cuando ya se contaban por centenares o miles, se fueron disponiendo en bellos estuches, arcas, hornacinas... Desde sus lugares de reposo velarían para siempre por el bienestar de su propietario en el más allá.
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