En el siglo XIX, arqueólogos como Mariette, Maspero y Petrie fueron los primeros que entraron en las antiguas pirámides y tumbas egipcias no para saquear sus tesoros, sino para descubrir los misterios que ocultaba la milenaria cultura faraónica.
Fotografía de las tres grandes pirámides que se alzan en la llanura de Giza.
Aparte de las visitas de algunos intrépidos y escasos viajeros o de las ya más lejanas descripciones de los cruzados, hasta el siglo XIX la cultura del Egipto faraónico no era para los europeos sino un lejano eco apenas presente en la Biblia. Por extraño que parezca, sería la Revolución Francesa la que terminase por extender la fiebre faraónica por toda Europa. Convertido en el militar favorito de la República, Napoleón organizó y llevó a cabo la conquista de Egipto con la intención de interrumpir el lucrativo comercio que Gran Bretaña mantenía con el subcontinente indio.
Además de por sus soldados, en la empresa se hizo acompañar de un nutrido y heterogéneo grupo de sabios (ingenieros, lingüistas, dibujantes, zoólogos, botánicos...) que sometieron al país y sus ruinas milenarias a un profundo escrutinio. Fracasada la empresa conquistadora, de regreso en Francia publicaron un libro grandioso, repleto de datos e ilustraciones: Description de l’Egypte (Descripción de Egipto, 1809-1829), que sirvió para que germinara en el continente la pasión por lo egipcio. Un libro cuyas páginas los especialistas siguen consultando hoy, cuando ya han desaparecido bastantes de los monumentos que en ellas se describen.
Piedra de Rosetta. Museo Británico, Londres.
TRÁFICO DE ANTIGÜEDADES
A partir de la salida de los ejércitos franceses, la presencia de las potencias europeas en el país del Nilo se hizo más constante, y, con ella, la llegada de antigüedades al continente. Lo egipcio estaba de moda y el desciframiento de la antigua escritura de los faraones se convirtió en una cuestión de prestigio nacional.
Varios y notables fueron los eruditos que aportaron su granito de arena al proceso, pero fue el francés Jean François Champollion quien consiguió, al fin, ofrecer unas reglas gramaticales que permitiesen traducir los jeroglíficos. Desde ese instante, la obtención de objetos faraónicos –justo cuando el polvo de momia estaba dejando de ser el remedio universal para todos los males– se convirtió en una moda, y comenzó un tráfico de antigüedades que todavía existe hoy en día (aunque a escala muy reducida y perseguido por las autoridades).
A partir de la salida de los ejércitos franceses, la presencia de las potencias europeas en el país del Nilo se hizo más constante.
Retrato del erudito francés Jean-François Champollion.
Evidentemente, los representantes diplomáticos de las dos principales potencias europeas en Egipto, Francia e Inglaterra, no tuvieron nunca problema alguno a la hora de obtenerlo. Así fue como los cónsules de estos dos países, Bernardino Drovetti y Henry Salt, respectivamente, reunieron las piezas que servirían de base a las colecciones de los grandes museos europeos como el Louvre, el Museo Británico y los museos egipcios de Turín y de Prusia.
EMPIEZA EL EXPOLIO
La egiptología comenzaba a dar sus primeros pasos como ciencia histórica, y la mayoría de los coleccionistas eran personajes acaudalados que deseaban poseer un objeto egipcio auténtico para sorprender a sus invitados. ¡En las invitaciones de las fiestas más chic se llegó a incluir el desvendado de una momia como plato fuerte de la velada! Pero tales eran los tiempos que corrían, e incluso el principal impulsor de la nueva ciencia, Champollion, que fue a Egipto para copiar y traducir cuantos textos pudiera, aprovechó el viaje para llevarse de regreso una buena cantidad de piezas.
La egiptología comenzaba a dar sus primeros pasos como ciencia histórica, y la mayoría de los coleccionistas eran personajes acaudalados.
Retrato de Giovanni Battista Belzoni pintado por el artista Jan Adam Kruseman en el año 1824. Museo Fitzwilliam, Cambridge.
Algo parecido ocurrió con los exploradores –que tenían mucho de aventureros– que por esos mismos años se lanzaron a descubrir los grandes yacimientos de la civilización faraónica. El más destacado de todos ellos fue, sin duda, Giovanni Battista Belzoni, que llegó a Egipto en 1815 y exploró y, contratado por Salt, expolió numerosas tumbas y monumentos. Una de sus más celebradas gestas fue el traslado a Inglaterra de uno de los colosos de Ramsés II procedente del Ramesseum, que hoy se expone en el Museo Británico. La verdad es que no hay mucho que reprochar a estos coleccionistas y buscadores de tesoros; eran comportamientos típicos de su época.
LA EXPEDICIÓN PRUSIANA
Sin embargo, estas prácticas comenzaron a cambiar a partir de mediados del siglo XIX. En su lugar se desarrolló una investigación histórica propiamente dicha, de la mano de algunos grandes arqueólogos que, a la vez que investigaban el pasado egipcio, se preocuparon por garantizar su preservación. Uno de ellos fue el prusiano Karl Richard Lepsius (1810-1884).
Tras formarse como historiador clásico, fue a París a estudiar en la cátedra de arqueología egipcia del Colegio de Francia, creada para Champollion poco antes de su muerte. Acto seguido, dedicó sus esfuerzos a estudiar minuciosamente la gramática compilada por Champollion; discrepó de algunas de sus conclusiones en ciertos puntos, pero, al mismo tiempo, fue el primero en reconocer y confirmar la validez del trabajo del sabio francés.
Sin embargo, las prácticas poco ortodoxas comenzaron a cambiar a partir de mediados del siglo XIX.
Pirámide romboidal, erigida por el faraón Esnofru, de la dinastía IV, en Dashur.
Para hacernos una idea, solo en la zona de la necrópolis menfita (los cementerios de Gizeh, Abusir y Saqqara), Lepsius llegó a identificar más de 60 pirámides y descubrir más de 130 tumbas de nobles egipcios. De acuerdo con el espíritu de los tiempos, Lepsius grabó en el dintel de entrada de la Gran Pirámide una inscripción en jeroglíficos para conmemorar el cumpleaños de su soberano.
INVESTIGADORES Y AVENTUREROS
Lepsius continuó con su recorrido por el Nilo visitando y documentando importantes yacimientos del Egipto Medio y llegando por el sur hasta Jartum, en Nubia. Fue en su regreso hacia el norte cuando estudió los restos de Tebas, los templos de Karnak y Luxor, y la orilla occidental del río, donde están las tumbas de reyes y nobles. Poco después retornó a Prusia; corría ya el año 1846.
El resultado de toda esta labor de estudio y recopilación fue Denkmäler aus Aegypten und Aethiopien (Monumentos de Egipto y Etiopía, 1849-1859). Es una obra monumental en doce volúmenes, cuyos textos, acompañados de 900 ilustraciones, siguen siendo un referente para los egiptólogos actuales. Tanto es así que cuando estos han querido localizar sepulturas abiertas por Lepsius y que habían quedado de nuevo cubiertas por la arena del desierto, han podido hacerlo sin encontrar demasiadas dificultades.
El resultado de la ingente labor de estudio y recopilación por parte de Lepsius fue "Monumentos de Egipto y Etiopía".
Pirámide escalonada del faraón Zoser, de la dinastía III, en la necrópolis de Saqqara.
Fue el comienzo de una fulgurante carrera en el mundo de la egiptología. Es a Mariette, y a su interés por todo lo faraónico, a quien debemos el comienzo del fin del expolio sistemático de Egipto, pues en 1858 convenció al jedive Ismail Pachá para que creara un organismo dedicado a ese menester.
FRENO AL EXPOLIO
Así nació el Servicio de Antigüedades Egipcias. Mariette, su primer director, desplegó en el cargo una meritoria labor contra el robo de antigüedades. Claro que en ocasiones sus esfuerzos cayeron en saco roto: Ismail Pachá, al tiempo que impulsaba el Servicio de Antigüedades de Mariette, fundó el Museo Bulaq (origen del actual Museo Egipcio de El Cairo) para exponer las piezas descubiertas, pero también lo utilizaba como "fondo de armario" con el que realizar valiosos y exóticos regalos de Estado. Por ejemplo, en 1867, cuando se expusieron en París las joyas recién halladas de la reina Ahhhotep, la emperatriz francesa Eugenia de Montijo se encaprichó de ellas y le pidió a Ismail que se las regalara; Mariette tuvo que enfrentarse con el jedive para disuadirle de desprenderse de aquel tesoro.
Mariette fue el primer director del Servicio de Antigüedades Egipcias, y desplegó en el cargo una meritoria labor contra el robo de antigüedades.
Su labor contra el expolio cultural fue continuada por su sucesor en el cargo, el también francés Gaston Maspero (1846-1916), que aceptó el puesto en el Servicio de Antigüedades Egipcias un tanto a regañadientes. Gracias a sus esfuerzos se pudo recuperar el contenido del escondrijo de Deir el-Bahari y su docena de momias de faraones.
El episodio es bien conocido: sabedor de que llegaban al mercado negro piezas que solo podían proceder de una tumba real expoliada, Maspero indagó en Luxor y descubrió que la familia Abd el-Rassul llevaba diez años explotando en solitario su hallazgo. Cuando los ladrones confesaron, la tumba fue vaciada a toda prisa por el ayudante de Maspero, Émile Brugsch, que mandó todas las momias a El Cairo por miedo al saqueo, sin realizar el estudio de campo necesario, lo que supuso una importante pérdida de información.
La imagen de Egipto como un inmenso campo de antigüedades al alcance de quien pudiera hacerse con ellas comenzó a cambiar gracias a un estudioso al que cabe considerar como el creador de la arqueología moderna: el británico William Matthew Flinders Petrie (1853-1942). Formado en la ciencia y la técnica de la topografía, Petrie llegó a Egipto decidido a demostrar la exactitud de Charles Piazzi Smith y sus estrafalarias teorías de que las dimensiones de la Gran Pirámide eran un compendio de profecías varias. No tardó en establecer con datos que todo eran suposiciones sin fundamento, pero el virus de la arqueología se había apoderado de él y ya no abandonó Egipto.
NACE LA EGIPTOLOGÍA MODERNA
Petrie, que fue el primer catedrático de Egiptología de Inglaterra, era un típico personaje victoriano que llegó a excavar en calzoncillos largos de color rojo para que las damas inglesas que visitaban Gizeh lo vieran de lejos y, escandalizadas, no se le acercaran y así le dejasen trabajar tranquilo. Maniático de la precisión (sin duda debido a su formación como topógrafo), llevó su interés al registro documental de sus excavaciones, rellenando fichas de cada tumba, describiendo cada objeto y creando la primera secuencia cronológica para Egipto por medio de la comparación de los recipientes cerámicos.
Petrie, que fue el primer catedrático de egiptología de Inglaterra, era un típico personaje victoriano que llegó a excavar en calzoncillos.
Templo funerario del faraón Seti I en Abydos.
Su capacidad de trabajo era tan notable como sus pequeñas excentricidades y su sobriedad. ¡No todos soportaban una campaña de excavación con él! Se cuenta que de un año para otro enterraba las latas de comida que habían sobrado y que lo primero que hacía al retornar al año siguiente era desenterrarlas y lanzarlas contra una pared con fuerza; las que no estallaban pasaban a formar parte de la despensa del equipo.
Petrie excavó todo tipo de restos en Egipto, desde templos a pirámides, pasando por zonas urbanas; sin olvidar que fue el descubridor de la existencia de la prehistoria faraónica. Además de sus técnicas, que no tardaron en ser copiadas por algunos arqueólogos, Petrie fue siempre muy rápido publicando los resultados de sus excavaciones: tras pasar meses excavando regresaba a Inglaterra para, de inmediato, preparar y estudiar el material, que publicaba antes de iniciar la siguiente campaña.
Muchos egiptólogos comenzaron su carrera junto a Petrie, que no siempre acertó en sus juicios sobre ellos. Tras trabajar una campaña con Howard Carter decidió no volver a contar con él, al considerar que formarlo sería una pérdida de tiempo. No podía estar más equivocado, como años después demostró el propio Carter con su ejemplar excavación de la tumba prácticamente intacta de Tutankamón.
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ResponderEliminarComo las historias las han escrito los vencedores siempre los heroes son de ellos. Las únicas verdades son los estudios arqueologicos
ResponderEliminarTube el honor de haber tenido al gran maestro Modesto Burneo, como profesor de Historia. QEPD Y DDG.
ResponderEliminarGuillermo Gonzalo Sánchez Achutegui tantos misterios y secretos que falta descifrar para saber de donde y para donde vamos. No sea que seamos también ets.
ResponderEliminarMe gustó
ResponderEliminarPara llegar a las verdades tienes k ser autodidacta
ResponderEliminar¡ Interesante !
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