Aunque mucho menos coloridas e intensas que las de Júpiter, las megatormentas que nacen de las profundidades de la atmósfera de Saturno pueden persistir durante siglos.
La Gran Mancha Roja, hasta ahora la tormenta más grande conocida del sistema solar y en cuyo diámetro podrían caber hasta dos planetas como la Tierra, ha decorado la superficie de Júpiter durante más de 300 años. Este enorme remolino anticliclónico, caracterizado por vientos en su periferia que pueden alcanzar hasta 400 kilómetros por hora, ha fascinado al gran público e intrigado a los científicos por igual durante décadas.
Sin embargo, las megatormentas no son exclusivas de Júpiter. Al menos esta es la conclusión de un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de California en Berkeley, quienes han descubierto que en la atmósfera de Saturno, aunque más suave y menos colorida que la del gigante gaseoso por excelencia, también tienen lugar megatormentas de larga duración que que pueden persistir durante siglos.
Según explican los autores del estudio, publicado recientemente en la revista Science Advances, el hallazgo fue posible gracias a la observación de las emisiones de radio del planeta procedentes de las profundidades atmosféricas de Saturno.
Las megatormentas en Saturno tienen lugar aproximadamente cada 20 a 30 años. Son similares a los huracanes de la Tierra, aunque significativamente más grandes. Sin embargo, a diferencia de los huracanes de nuestro planeta, hasta ahora nadie podía explicar qué era lo que estaba causando estas megatormentas en la atmósfera del planeta de los anillo, la cual está compuesta principalmente de hidrógeno y helio, además de trazas de metano, agua y amoníaco.
Imke de Pater, profesora emérita de astronomía y de ciencias terrestres y planetarias de la Universidad de California en Berkeley, ha estado estudiando los gigantes gaseosos a través de las emisiones de radio de sus atmósferas durante más de cuatro décadas para tratar de comprender mejor su composición y lo que los hace únicos.
“Gracias a las longitudes de onda de radio, podemos explorar debajo de las capas de nubes visibles en los planetas gigantes", explica la científica. " Dado que las reacciones químicas y la dinámica alterarán la composición de la atmósfera de un planeta, se requieren observaciones de lo que esta sucediendo debajo de estas capas de nubes para limitar la verdadera su composición atmosférica; algo que además, es un parámetro clave para generar los modelos de formación de planetas”, añade.
“Las observaciones de radio nos ayudan a caracterizar los procesos dinámicos, físicos y químicos, incluido el transporte de calor, la formación de nubes y la convección en las atmósferas de los planetas gigantes tanto a escala global como local”.
Según se desprende del nuevo estudio, Pater, el profesor asistente en la Universidad de Michigan, Cheng Li y el estudiante graduado de la Universidad de California en Berkeley, Chris Moeckel, encontraron algo sorprendente en las emisiones de radio del planeta: anomalías en la concentración de gas amoníaco en la atmósfera que encajaban con el registro de megatormentas pasadas en el hemisferio norte del planeta.
Según explican los investigadores, esta concentración de amoníaco es menor en altitudes medias, justo debajo de la capa superior de nubes de hielo de amoníaco, pero se ha enriquecido en altitudes más bajas, de 100 a 200 kilómetros, en las profundidades de la atmósfera. Así, los científicos creen que este amoníaco se transporta entre la atmósfera superior a la inferior a través de procesos de precipitación y reevaporación, un efecto que, además, puede durar cientos de años.
El estudio también reveló que, aunque tanto Saturno como Júpiter están hechos de gas hidrógeno, los dos gigantes gaseosos son notablemente diferentes. Si bien Júpiter muestra anomalías troposféricas que se han vinculado a sus zonas (bandas blanquecinas) y cinturones (bandas oscuras), estas no habrían sido causadas por tormentas como lo son en Saturno. La diferencia considerable entre estos gigantes gaseosos vecinos desafía lo que los científicos saben hasta el momento sobre la formación de megatormentas en los gigantes gaseosos del sistema solar, pero aporta un nuevo enfoque para el estudio futuro de las atmósferas de otros mundos.
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