Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, ha elaborado un amplio y detallado reportaje de los árboles gigantes, que existen en el Estado de California de Los Estados Unidos de América, conocido como Secuoyas Gigantes(Sequoia sempervirens)
y la lucha constante por conservar la especie ya que es talada por los industriales de la madera.
Californa, tiene muchos parques nacionales, donde se trata de salvar la especie de la extinción, es una tarea titánica, por los fuertes intereses económicos de los industriales de la madera.
National Geographic.- narra : "En otoño de 2007 decidió observar por sí mismo cómo se había
explotado en el pasado el bosque más alto del planeta y qué trato se le
daba en el presente. Se propuso recorrer a pie el mítico territorio
californiano de la secuoya de la costa, desde Big Sur hasta poco más allá de la frontera con Oregón,
para averiguar si existía un modo de potenciar a la vez la producción
maderera y los muchos beneficios ecológicos y sociales que proporcionan
los árboles en pie. Si ese sistema de gestión del bosque era
viable con las secuoyas, se dijo Fay, podría hacerse en cualquier lugar
del mundo donde talan bosques para obtener ganancias a corto plazo. En compañía de Holm (naturalista autodidacta, nacida y criada en la tierra de las secuoyas del norte de California), durante los 11 meses de expedición
hizo fotos y llevó a cabo un exhaustivo registro de la flora, la fauna,
el estado del bosque y las corrientes de agua. También hablaron con la
gente del bosque: leñadores, guardabosques, biólogos, ecologistas,
dueños de posadas y directivos de las compañías madereras, todos
dependientes de las secuoyas.
Era un año de buenos augurios para recorrer el territorio de las
secuoyas de la costa. Tras una batalla de más de 20 años contra
ecologistas y autoridades estatales y federales, la vilipendiada Pacific Lumber Company,
empeñada hasta entonces en mantener sus agresivas prácticas de corta,
se declaró en bancarrota. Aunque la mayoría del bosque primario aún
existente estaba protegido, las especies más emblemáticas de los grandes
bosques (el cárabo californiano norteño, los mérgulos jaspeados, que
son unas esquivas aves marinas, y el salmón plateado) seguían en
peligroso retroceso, mientras la tambaleante economía y la crisis
inmobiliaria determinaban el cierre de numerosos aserraderos en toda el
área de distribución de la secuoya de la costa. Las llamas consumieron
cientos de miles de hectáreas en la peor temporada de incendios que se
recuerda. El turismo descendió..."
El "Grizzly Giant" es una de las principales atracciones de Mariposa Grove en el Parque Nacional de Yosemite . Es un árbol histórico antiguo de secuoya gigante ( Sequoiadendron giganteum ). Tenga en cuenta el tamaño de las personas en la parte inferior de la imagen para la escala.
https://en.wikipedia.org/wiki/Sequoiadendron_giganteumSecuoya gigante en Giant Forest, Sequoia National Park, California, Estados Unidos
https://www.monumentaltrees.com/es/fotos-secuoyagigante/Secuoya gigante 'General Sherman' en Giant Forest, Sequoia National Park, California, Estados Unidos
https://www.monumentaltrees.com/es/fotos-secuoyagigante/Secuoya gigante 'Bull Buck' en Nelder Grove, Kern, California, Estados Unidos
https://www.monumentaltrees.com/es/fotos-secuoyagigante/
Secuoya gigante 'General Grant' en Grant's Grove, Kings Canyon National Park, California, Estados Unidos
Las secuoyas de más de 200 pies de altura se elevan hacia el cielo en el proyecto Stewarts Point Stew ardship de Save the Redwoods League en la costa del condado de Sonoma. Estudiar los genes de los árboles puede ser clave para preservarlos.
https://www.nationalgeographic.com.es/temas/arbol/fotos/1/1
ÁRBOLES.
https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/grandes-reportajes/secuoyas-gigantes-del-bosque-2_613/3
Pueden llegar a ser los árboles más altos del planeta. Pueden producir madera, crear puestos de trabajo, conservar limpios los ríos y albergar incontables especies del bosque. Las secuoyas de la costa viven únicamente a lo largo del litoral estadounidense del Pacífico, desde el sur de Oregón hasta Big Sur. Mira las fotografías de Michael Nichols.
El cárabo californiano
Un ejemplar anillado de cárabo
californiano norteño vuela hacia el cebo colocado por un investigador en
un bosque de secuoyas jóvenes.
Foto: Michael Nichols
Tareas de conservación
Un ejemplar anillado de cárabo
californiano norteño vuela hacia el cebo colocado por un investigador en
un bosque de secuoyas jóvenes.
Foto: Michael Nichols
Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Humboldt
En el Parque Estatal de las Secuoyas
de la Costa de Humboldt, en California, un manto de niebla nutre a los
viejos gigantes y a otros ejemplares más pequeños que crecen en el
bosque secundario situado fuera del parque. Las secuoyas de la costa
obtienen de la niebla más del 30 % del agua que necesitan.
Foto: Michael Nichols
Bear Creek Watershed, California
Una secuoya del bosque primario
empequeñece a los ejemplares más jóvenes, en el valle californiano de
Bear Creek Watershed, al noroeste de los montes Bear Creek. A lo lejos
se ven los montes Peavine, en el bosque Rockefeller, la mayor extensión
continua del mundo de bosque de secuoya de la costa, con una superficie
de más de 4.000 hectáreas.
Foto: Michael Nichols
Foto: Michael Nichols
Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Prairie Creek
En lo que sería el piso 14 de un
árbol que mide lo mismo que un edificio de 30 pisos, el investigador
Steve Sillett (en el centro) y su equipo, de la Universidad Estatal de
Humboldt, miden una cavidad abierta por el fuego en una enorme secuoya
del Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Prairie Creek.
Foto: Michael Nichols
Sequoia sempervirens
Una inusual nevada de diciembre ha
empolvado un sendero que atraviesa el Parque Estatal de las Secuoyas de
la Costa del Norte Coast. Los ejemplares de Sequoia sempervirens
(la secuoya de la costa) prosperan en un clima fresco propio del
litoral y crecen a una distancia de hasta 50 kilómetros de la costa.
Foto: Michael Nichols
Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Humboldt
En el bosque primario protegido del Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Humboldt, reina el silencio de las catedrales.
Foto: Michael Nichols
En el interior del bosque
Mike Fay, explorador residente de
National Geographic, termina un trabajoso recorrido en el que ha seguido
el curso del río Little Lost Man, a través del Parque Nacional de las
Secuoyas de la Costa. En 2008, Fay y su compañera de expedición, Lindsey
Holm, terminaron la primera travesía completa del área de las secuoyas,
tras cubrir un total de 2.800 kilómetros por los bosques del litoral
del Pacífico.
Foto: Christopher Brown
Foto: Christopher Brown
Rutas boscosas
En su recorrido desde las secuoyas
más meridionales, en Big Sur, hasta el árbol que crece más al norte,
cerca del río Chetco, en Oregón, Mike Fay y Lindsey Holm pasaron casi un
año recorriendo a pie el bosque, con frecuentes paradas para tomar nota
de las plantas, los animales y las condiciones del entorno. En el
camino, pasaron por el lugar donde comenzó la explotación de las
secuoyas, en las montañas de Santa Cruz.
Foto: Christopher Brown
Foto: Christopher Brown
Del bosque a la ciudad
Fay y Holm también pasaron por San
Francisco, reconstruida con madera de secuoya después del terremoto y
los incendios de 1906, y atravesaron el puente Golden Gate.
Foto: Christopher Brown
Humo y cenizas
Mike Fay inspecciona los restos de una hoguera en una zona talada.
Foto: Christopher Brown
Gestionar la naturaleza
El principal interés de la pareja era la gestión forestal. Aquí, Fay toma nota del volumen de un cargamento de troncos.
Foto: Christopher Brown
Oficinas rurales
Cargados con ordenadores portátiles,
discos duros y cámaras, en mochilas de 30 kilos, Fay y Holms montaban la
oficina en el bosque y usaban los ríos y manantiales a modo de bañera.
Foto: Christopher Brown
Foto: Christopher Brown
Modelos cambiantes
Fay y Holm buscan mérgulos jaspeados
en las copas del bosque primario. «Dentro de 20 años, ni siquiera nos
plantearemos explotar estas tierras como lo hacemos ahora —dice Fay—.
Nuestro conocimiento de estos bosques está en constante evolución».
Foto: Christopher Brown
«Viejo Bosque»
Ray Wood, apodado «Viejo Bosque»,
hace el corte demarcador en una secuoya de 75 centímetros de diámetro,
apenas un arbolito en comparación con los ejemplares de 5 metros que
cortaba cuando era joven. «Esto va y viene», dice Wood, de 67 años,
refiriéndose al mercado maderero, que ahora se encuentra en su nivel más
bajo de las últimas décadas.
Foto: Michael Nichols
Rio Dell, Estados Unidos
El pueblo maderero de Rio Dell, en el
condado de Humboldt, se divierte durante las fiestas anuales. El pasado
mes de marzo el desempleo alcanzó el nivel más alto de los últimos 16
años. La demanda de madera ha bajado, por lo que la Humboldt Redwood
Company sólo talará un tercio de la cosecha prevista para 2009-2010.
Michael Nichols
Orick, California
Sujetando el cordero con fuerza,
Katielyn Ellis, de siete años, prueba suerte durante el rodeo celebrado
anualmente en Orick, California, una localidad de unos 300 habitantes en
los límites del Parque Nacional de las Secuoyas de la Costa. La
creación del parque en 1968 y su ampliación una década más tarde ha
supuesto la pérdida de puestos de trabajo en el pueblo, que el turismo
todavía no ha recuperado.
Foto: Michael Nichols
Parque de las Secuoyas de Prairie Creek
Las hembras de ciervo de Roosevelt se
dispersan por un prado en el Parque de las Secuoyas de Prairie Creek,
mientras dos machos se disputan el dominio de la manada. El nombre de
esta subespecie de ciervo, la más voluminosa de América del Norte, rinde
homenaje al presidente Theodore Roosevelt, pionero de la conservación.
Foto: Michael Nichols
Ursus americanus
Un oso negro pasa junto a una
cámara-trampa colocada por el fotógrafo Michael Nichols. Cuando los
alimentos más nutritivos escasean, los osos suelen arrancar la corteza
de las secuoyas jóvenes para comerse la savia, lo que causa estragos en
las explotaciones madereras.
Foto: Michael Nichols
Ariolimax columbianus
La babosa autóctona Ariolimax columbianus, descomponedora del bosque de secuoyas, es la segunda más grande del mundo. Puede alcanzar hasta 25 centímetros de largo.
Foto: Michael Nichols
Planes de conservación
Equipado con un radar, Dave Bigger,
que en el momento de tomar la foto era biólogo de la Humboldt Redwood
Company, busca mérgulos jaspeados antes del alba. La detección de estas
aves amenazadas durante la temporada estival de cría es una exigencia
del plan de conservación del hábitat de la compañía maderera. Pese a
estas medidas protectoras y a la prohibición de la tala en gran parte
del área de distribución del mérgulo jaspeado, la población de esta ave
marina, que necesita grandes extensiones de bosque primario para
nidificar, sigue en retroceso. Se calcula que actualmente hay 18.000
ejemplares, pero la población ha disminuido en un 34 % entre la bahía de
Monterrey y la frontera canadiense desde 2001, y en un 75 % al sur de
la bahía de Monterrey desde 2003, en parte por la menor abundancia de
arenques y otros peces en el océano.
Foto: Michael Nichols
Colosos del bosque
A medio camino en el ascenso de un
árbol de 106 metros de altura, la botánica Marie Antoine (a la derecha)
entrega una fina muestra de madera (750 años de biografía de la secuoya)
al ecólogo Giacomo Renzullo. Investigaciones recientes revelan que
cuanto más envejecen estos árboles, más madera producen.
Foto: Michael Nichols
Spooner el gigante
La activista Amy Arcuri muestra su
entusiasmo por el árbol al que llama Spooner, un gigante que según dice
tiene casi 2.000 años. El ejemplar fue marcado para la tala, pero su
nuevo propietario, la Humboldt Redwood Company, lo ha declarado
intocable. «Creo que las cosas pueden cambiar poco a poco», dice Arcuri.
Foto: Michael Nichols
Retorno al origen
El geólogo Neal Youngblood muestra
una fotografía aérea que abarca las 19.500 hectáreas adquiridas por el
Parque Nacional de las secuoyas de la Costa en 1978, cuando el área
estaba plagada de zonas taladas y recorrida por más de 700 kilómetros de
sendas madereras. Los corrimientos de tierra y la erosión en la
cabecera del río Redwood, que pusieron en peligro los bosques primarios y
la pesca de salmón y trucha, supusieron el impulso necesario para la
expansión del parque. Desde entonces, alrededor de 520 kilómetros de
sendas, como la que se ve detrás de Youngblood están siendo devueltas a
su estado natural, lo que impedirá que más de cuatro millones de metros
cúbicos de sedimentos lleguen a las corrientes de agua.
Foto: Michael Nichols
Maple Creek, California
Josh Sargent (izquierda) y Rod Aiton
desenganchan troncos de secuoya de las eslingas, en un cargadero, en
terrenos de la Green Diamond Resource Company, cerca de Maple Creek, en
California. Su tarea consiste en limpiar los troncos de ramas y
prepararlos para cargarlos en un camión.
Foto: Michael Nichols
Secuoyas, gigantes del bosque
En una ladera de California poblada de secuoyas de la costa, retamas negras y zumaques venenosos, Mike Fay
tropezó, empezó a resbalar y sintió un pinchazo en el empeine del pie
izquierdo. Tras caminar varios centenares de kilómetros en sandalias por
el bosque, sus pies de 52 años estaban habituados a ese tipo de
agresiones. Pero aquella astilla chocó con un hueso, se alojó en un
tendón y se negó a salir. Finalmente su compañera de expedición, Lindsey Holm, la cogió con unas pinzas y consiguió extraerla.
«Mis gritos se oían de una montaña a otra –cuenta Fay–. Fue uno de
los dolores más intensos que he sentido en mi vida.» Lo cual es mucho
decir para alguien que ha recibido 16 heridas por colmillo de elefante.
Se vendó el pie, se echó la mochila al hombro y siguió caminando, como
había hecho los últimos tres meses. Después de 30 años contribuyendo a
la protección de los bosques africanos, Mike Fay, biólogo de la Wildlife Conservation Society y explorador residente de National Geographic, ahora no piensa más que en las secuoyas de la costa. Su obsesión por los emblemáticos árboles estadounidenses empezó hace unos años, tras completar la Megatransect, su livingstoniana exploración de la mayor selva virgen que aún queda en África.
Un día, mientras viajaba en coche a lo largo del litoral del norte de
California, quedó impresionado al descubrir franjas completamente
deforestadas y bosques secundarios de árboles enclenques. En otra
ocasión, en un parque estatal le llamó la atención una «rodaja» de 1,80
metros de altura de una vieja secuoya, expuesta al público. Cerca del
centro, una etiqueta indicaba: «1492, Colón».
«La etiqueta que más me impresionó fue una que estaba a unos ocho centímetros del borde –recuerda Fay–: “Fiebre del oro, 1849”.
Entonces comprendí que durante los últimos centímetros de la vida de
ese árbol prácticamente acabamos con un bosque de 2.000 años de
antigüedad.»
En otoño de 2007 decidió observar por sí mismo cómo se había
explotado en el pasado el bosque más alto del planeta y qué trato se le
daba en el presente. Se propuso recorrer a pie el mítico territorio
californiano de la secuoya de la costa, desde Big Sur hasta poco más allá de la frontera con Oregón,
para averiguar si existía un modo de potenciar a la vez la producción
maderera y los muchos beneficios ecológicos y sociales que proporcionan
los árboles en pie. Si ese sistema de gestión del bosque era
viable con las secuoyas, se dijo Fay, podría hacerse en cualquier lugar
del mundo donde talan bosques para obtener ganancias a corto plazo. En compañía de Holm (naturalista autodidacta, nacida y criada en la tierra de las secuoyas del norte de California), durante los 11 meses de expedición
hizo fotos y llevó a cabo un exhaustivo registro de la flora, la fauna,
el estado del bosque y las corrientes de agua. También hablaron con la
gente del bosque: leñadores, guardabosques, biólogos, ecologistas,
dueños de posadas y directivos de las compañías madereras, todos
dependientes de las secuoyas.
Era un año de buenos augurios para recorrer el territorio de las
secuoyas de la costa. Tras una batalla de más de 20 años contra
ecologistas y autoridades estatales y federales, la vilipendiada Pacific Lumber Company,
empeñada hasta entonces en mantener sus agresivas prácticas de corta,
se declaró en bancarrota. Aunque la mayoría del bosque primario aún
existente estaba protegido, las especies más emblemáticas de los grandes
bosques (el cárabo californiano norteño, los mérgulos jaspeados, que
son unas esquivas aves marinas, y el salmón plateado) seguían en
peligroso retroceso, mientras la tambaleante economía y la crisis
inmobiliaria determinaban el cierre de numerosos aserraderos en toda el
área de distribución de la secuoya de la costa. Las llamas consumieron
cientos de miles de hectáreas en la peor temporada de incendios que se
recuerda. El turismo descendió.
Las especies más emblemáticas de los grandes bosques seguían en peligroso retroceso
Pero algo diferente estaba arraigando junto a aquellos árboles. Entre
los grupos ecologistas, los expertos en silvicultura e incluso algunas
comunidades y compañías madereras se oía decir que los bosques de secuoyas se hallaban ante una encrucijada histórica,
un momento en que la sociedad podía decidir si talar o no talar, una
disyuntiva vigente durante décadas, y adoptar otro tipo de explotación
forestal que fuera beneficiosa para la población, para la fauna y quizás
incluso para el planeta. Cuanto más caminaba Fay, más se convencía.
«California revolucionó al mundo con el chip de silicio –dice–. Ahora
podría hacer lo mismo con la gestión forestal.»
Fay y Holm iniciaron su recorrido en el extremo meridional del bosque,
donde los árboles se concentran en fincas privadas dispersas y algunos
bosquecillos en la sierra de Santa Lucía y los montes Santa Cruz.
Excepto en pequeños parques (como el de Muir Woods, en las afueras de
San Francisco, o el de Big Basin, cerca de Santa Cruz) donde encontraron
unas pocas manchas de árboles antiguos, los 2.900 kilómetros en zigzag
que recorrieron fue a través de bosques que habían sido talados al menos
una vez, y otros muchos, tres veces, desde 1850, lo que ha dejado zonas
aisladas de bosque secundario en un mar de árboles mayoritariamente
pequeños.
"California revolucionó al mundo con el chip de silicio –dice–. Ahora podría hacer lo mismo con la gestión forestal"
Pero un día de mayo, cuando ya habían cubierto casi tres cuartas partes del recorrido, llegaron al extremo sur del Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Humboldt,
la mayor extensión ininterrumpida de bosque primario de secuoyas de la
costa que se conserva en el mundo: unas 4.000 hectáreas. Las llanuras
aluviales entre sus ríos y riachuelos son un hábitat ideal para estos
árboles; allí, la combinación de suelos fértiles, agua y niebla procedente del mar ha producido el bosque más alto del planeta. De las 180 secuoyas de la costa de más de 106 metros de altura que se conocen, más de 130 crecen en ese bosque.
Tras vadear un curso de agua esmeralda, treparon por la orilla
opuesta y entraron en el bosque más magnífico que habían visto en su
vida. Secuoyas del tamaño de cohetes espaciales brotaban del suelo como
la planta gigante del cuento de las habichuelas mágicas, con la base
ennegrecida por los incendios.
Algunas presentaban una corteza gruesa y correosa que subía hacia el
cielo en espiral. Otras tenían cavidades enormes, con espacio para 20
personas. Copas del tamaño de autobuses yacían en el suelo medio
sepultadas por matas de aleluya de Oregón y helechos de Navidad, tras
precipitarse desde una altura de 30 pisos, víctimas de una guerra
titánica contra el viento, que en ese mismo instante seguía aullando en
las alturas. No era de extrañar que ese bosque hubiera sido elegido para
rodar escenas de Parque Jurásico y El retorno del Jedi.
Las secuoyas son igualmente mágicas para los silvicultores. En su
corteza y su duramen abundan unos compuestos llamados polifenoles, y los
insectos y hongos que descomponen la madera los rehúyen. Además, puesto
que su correosa corteza contiene poca resina, las secuoyas grandes son
muy resistentes al fuego.
Quizá lo más sorprendente de las secuoyas de la costa sea su capacidad para producir brotes cada vez que el cámbium (el tejido vivo que está justo debajo de la corteza) queda expuesto a la luz.
Si la copa se parte, o si una rama se rompe, o si un leñador corta el
tronco, una nueva rama brotará de la herida y crecerá con rapidez. Por
todo el bosque se ven tocones enormes rodeados de un círculo de árboles
de segunda generación, a menudo llamados «anillos de hadas». Todos esos
árboles son clones de un mismo padre, y su ADN
podría tener miles de años de antigüedad. Curiosamente, las piñas son
diminutas, del tamaño de una aceituna, y sólo esporádicamente producen
semillas. Como resultado, el rebrote a partir de los tocones ha sido
clave para la supervivencia de los bosques de secuoyas durante toda la
época de explotación maderera.
Estos árboles tienen otra cualidad que adoran los silvicultores. Con
su gran tolerancia a la sombra y su capacidad para rebrotar, algunas
secuoyas pueden permanecer aletargadas durante décadas a la sombra de
sus mayores. Pero cuando el árbol dominante cae o es talado,
abriendo el dosel del bosque y permitiendo que entre más luz, el árbol
dormido renace y se cubre de brotes nuevos, un fenómeno conocido como «liberación».
Podría decirse que la historia de Estados Unidos está grabada en madera de secuoya de la costa.
Los llamamientos para salvar a los árboles se oyen casi tan pronto como
el sonido de las primeras talas. Durante milenios, las tribus tolowa,
yurok y chilula, entre otras, vivieron tras una barrera casi
impenetrable de secuoyas de más de 100 metros de altura, alimentándose
de salmón, carne de uapití y bellotas de litocarpo, y tallando largas
canoas con los troncos caídos.
Esa forma de vida terminó bruscamente en 1848, cuando Estados Unidos arrebató California a México y se descubrió oro en su territorio.
Los comerciantes de la costa Este vieron una manera más fácil de
enriquecerse: explotar la madera rojiza y resistente a la podredumbre
que ya gozaba de gran demanda en un estado que cuadruplicaría su
población en una década. Con el tiempo, los grandes bosques de San
Francisco quedaron casi arrasados. Más al norte, con métodos más o
menos honestos, los barones de la madera se hicieron con miles de
hectáreas de tierras federales en el territorio de las secuoyas, a 6,20
dólares la hectárea, iniciando una era de explotación privada que
perdura hasta hoy. (De las 650.000 hectáreas de bosque de secuoya de la
costa, el 34 % pertenece a tres empresas, el 21 %, al estado de
California y el gobierno federal, y el resto, a pequeños propietarios.)
El terremoto y los incendios de San Francisco de 1906 multiplicaron
el trabajo en los aserraderos. A fin de satisfacer la demanda de madera
para reconstruir la ciudad, surgieron pueblos madereros en toda el área
de la secuoya de la costa, y empresas como Pacific Lumber y Union Lumber
adquirieron gran influencia en el panorama industrial estadounidense.
En lugar de bueyes para arrastrar los troncos, se utilizaban motores portátiles y trenes de vía estrecha.
La corta de los grandes árboles también ayudó a impulsar el moderno movimiento conservacionista.
En 1900 un grupo de ciudadanos fundó el Sempervirens Club, que logró la
creación del Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Big Basin en
1902. En la década de 1920, la Save the Redwoods League (Liga en
Defensa de las Secuoyas) empezó a comprar los terrenos boscosos que se
convertirían en la espina dorsal de los parques californianos dedicados a
esta especie, y aún hoy lo sigue haciendo.
La última fiebre maderera, y la más intensiva, comenzó después de la Segunda Guerra Mundial,
cuando el boom de la vivienda y los excedentes de equipamiento militar
llevaron todo un ejército de leñadores armados de bulldozers, camiones y
sierras mecánicas a los bosques de secuoyas. A principios de los años
cincuenta los aserraderos procesaban más de dos millones de metros cúbicos de madera al año,
nivel que se mantuvo hasta mediados de los años setenta. La corta a
tala rasa y la explotación del bosque con los grandes tractores
amarillos Caterpillar, convertidos en la herramienta básica de la
industria maderera, inundaron de tierra los ríos y riachuelos, desde una
tupida red de sendas y trochas forestales. Disminuyeron los salmones
y empezaron a escasear otras especies presentes durante milenios en los
bosques de secuoyas. De las aproximadamente 800.000 hectáreas de bosque
primario hoy se conserva menos de un 5 %, disperso en parques y
reservas en toda el área.
«La guerra para salvar las secuoyas de la costa ya se ha librado, y
mire, sólo nos quedan unas migajas –dice Steve Sillett, ingeniero
forestal de la Universidad Estatal de Humboldt–. Ahora lo importante es
mejorar la gestión del 95 % del área de distribución de estos árboles,
que no han hecho más que empezar a crecer.»
El salmón y el cárabo californiano no son los únicos que han sufrido con la tala.
Los índices de rendimiento en los bosques de secuoyas de la costa han
caído en picado desde la década de 1990, cuando ya eran la mitad de lo
que habían sido en la década de 1970. Aunque Fay y Holm dormían casi
siempre a la intemperie, cada dos semanas paraban en alguna pequeña
localidad maderera para cargar las baterías de los ordenadores y de las
cámaras y transferir sus datos a discos duros externos. Se detenían en
lugares como Orick o Korbel, que en el pasado llegaron a tener varios
aserraderos y que ahora se consideran afortunados de conservar uno que
aún funciona un poco. Rio Dell, un pueblo de 3.200 habitantes, ha tenido más suerte que la mayoría. Está a orillas del río Eel, frente a Scotia, la sede de la que fuera una importante empresa maderera, la Pacific Lumber Company.
El año pasado, algo más que nubarrones grises se cernía sobre los Wildwood Days
de Rio Dell, la fiesta anual con concursos de leñadores y carreras de
cubos de agua. Unos días antes, tras una prolongada lucha en un
tribunal federal de quiebras, la PL (como llaman allí a la compañía),
que había dado empleo a varias generaciones de leñadores y operarios de
Rio Dell y Scotia, había sido vendida. El futuro estaba en manos de la Mendocino Redwood Company (MRC),
propiedad de la familia Fisher de San Francisco, que hizo fortuna con
las cadenas de tiendas de ropa Gap y Banana Republic. Lo único que sabía
la mayoría de los habitantes de Rio Dell era que la MRC pensaba
rebautizar la antigua explotación de la Pacific Lumber con el nombre de Humboldt Redwood Company (HRC). Nadie sabía quién seguiría teniendo trabajo cuando la polvareda se asentara.
En el concurso de leñadores, una de cuyas pruebas consiste en ver
cuál de dos hombres es capaz de cortar más deprisa un tronco con una
motosierra, Len Nielson, de Fortuna, acababa de vencer a Chris Hall,
de Rio Dell, un hombre corpulento de cabeza rapada y perilla pelirroja.
Contando al abuelo, el padre, los tíos y los primos, la familia de Hall
había trabajado 142 años para la PL. Hall había talado árboles,
conducido tractores y arrastrado troncos desde los 15 años. Ahora
trabaja en la central eléctrica. «Nos alegramos de que Hurwitz se haya
ido», dice Hall, mientras deja a un lado la motosierra, con su hija de
cinco años bailando entre los pies.
No es fácil mantener una conversación sobre prácticas forestales en los bosques de secuoyas sin oír el nombre de Charles Hurwitz, presidente y director ejecutivo de la empresa Maxxam, Inc., con sede en Houston. En 1985, Hurwitz orquestó la compra hostil (respaldada con bonos basura suministrados por el financiero Michael Milken)
de la Pacific Lumber, empresa gestionada de manera conservadora por la
familia Murphy desde 1905. Dejando en pie parte de sus bosques
primarios, los Murphy, que conocían el negocio maderero por haber
trabajado ellos mismos con la motosierra, tenían previsto mantener la
producción y los puestos de trabajo hasta bien entrado el siglo xxi.
«Cuando los Murphy eran dueños de la PL, se preocupaban por sus
empleados», dice Hall.
Con la Pacific Lumber, Hurwitz se hizo con cerca del 70 % de los
bosques primarios de secuoyas de la costa en manos privadas. En su
primera reunión con los trabajadores, el ejecutivo de traje oscuro les
dijo (en una frase que se ha hecho famosa) que él creía en la regla de
oro: «El que tiene el oro manda». Hurwitz procedió entonces a fragmentar la compañía y vender sus activos. Vendió la sede de la Pacific Lumber en el centro de San Francisco
y una rentable división de soldaduras; paralelamente, transformó en
efectivo el fondo de pensiones de los trabajadores y lo reemplazó por
una renta vitalicia contratada con una compañía de seguros de baja
fiabilidad.
En cuanto a las secuoyas, Hurwitz adoptó un modelo comercial de corta
a tala rasa, lo que duplicó (y algunos años incluso triplicó) el
volumen total de madera extraído en las tierras de la compañía, que
llegaron a alcanzar 85.000 hectáreas. Su intento de talar la
mayor extensión de bosque primario aún en manos privadas, conocido como
el bosque de Headwaters, suscitó una oleada de protestas. Un
ejército de jóvenes salió a la calle y se subió a los árboles, lo que a
su vez determinó un examen detallado por parte de las autoridades
estatales encargadas del sector maderero y de las agencias federales de
protección de la naturaleza. Para los defensores del bosque (como se
hacían llamar los participantes en las protestas), fueron tiempos
peligrosos. Algunos de los que se habían subido a los árboles fueron arrancados a la fuerza de sus plataformas a casi 100 metros de altura.
La ya fallecida Judi Bari, quien organizó una serie de protestas en
1990, sufrió un atentado con una bomba casera colocada en su automóvil,
que le destrozó la pelvis. Nadie fue acusado de este crimen.
En 1998 David «Gypsy» Chain se adentró con otros
defensores del bosque en una zona de la PL donde al parecer los
leñadores estaban abriendo trochas antes del final de la temporada de
nidificación del mérgulo jaspeado, época en que la tala es ilegal. Un
leñador, al que grabaron en vídeo, los insultó y amenazó; a
continuación, derribó una secuoya en la dirección donde ellos se
encontraban. El árbol cayó sobre Chain y lo mató al instante. El leñador
ni siquiera fue inculpado. En 1999 los gobiernos estatal y federal
adquirieron parte del bosque de Headwaters y lo pusieron bajo protección
permanente.
Un ejército de jóvenes salió a la calle y se subió a los árboles
La época de las confrontaciones violentas parece ser cosa del pasado. Una semana después de la adquisición de la Pacific Lumber por la MRC, Mike Jani, presidente
e ingeniero forestal jefe de la empresa, invitó a Fay y a Holm a
reunirse con él y con unos activistas locales al pie de una secuoya de
la costa gigantesca, junto a Rio Dell, al otro lado del río Eel. Los
ecologistas habían ocupado desde hacía años parte de un bosquecillo
primario para impedir que la PL lo talara. Jani aseguró a los activistas
que, en aplicación de las nuevas políticas de la compañía, los árboles
no serían cortados, y mandó colocar señales de «no talar» en torno a los
supervivientes.
«Luchar por los bosques primarios es fácil –me dijo Lindsey Holm–. Es
un asunto moral, sin medias tintas. Hay que defender los árboles
antiguos y las especies en peligro, punto.» Pero movilizar a la gente a
favor de la explotación responsable de los bosques secundarios no es tan
sencillo. Se trata de mantener intacto el ecosistema, reduciendo al
mínimo la erosión y conservando la fauna, al tiempo que se obtiene un
máximo de producción maderera. Para la mayoría de los californianos, la
corta a tala rasa es una mala práctica forestal porque las áreas taladas
son feas. Pero eso no es lo más importante, según Holm, quien no se
opone taxativamente a este tipo de corta. «Lo que nos interesa son las
buenas prácticas forestales, no el paisaje que puedas ver desde la
cocina de tu casa.»
"Luchar por los bosques primarios es fácil. Es un asunto moral, sin medias tintas. Hay que defender los árboles antiguos y las especies en peligro, punto"
La idea de que es posible explotar un bosque sin arrasarlo no es
nueva. Ya en la década de 1930 Emanuel Fritz, de la Universidad de
California en Berkeley, afirmaba que si las empresas madereras querían
mantenerse en el negocio durante 40 o 50 años más (el tiempo que según
sus cálculos tardarían en talar todos los bosques primarios aún
existentes), debían empezar a dejar árboles en pie para el futuro. En la
misma línea, Albert Stanwood Murphy decretó que la Pacific Lumber no
talara nunca más del 70 % de un rodal, ni cortara en sus bosques más de
lo que podía crecer en un año, políticas que la compañía mantuvo durante
más de medio siglo hasta que Charles Hurwitz las abandonó.
Ahora Jani promete que la nueva Humboldt Redwood Company llevará de
nuevo la corta selectiva a las viejas tierras de la Pacific Lumber. En
el condado de Mendocino, la MRC ya ha adoptado la práctica de cortar
solamente entre un tercio y la mitad del volumen total de madera crecida
anualmente en su propiedad, mediante una variedad de técnicas
selectivas. Así pues, la compañía ha renunciado a unos mayores
beneficios a corto plazo a cambio de una inversión a largo plazo en el
bosque.
La Green Diamond Resource Company es actualmente la
empresa que más practica la corta a tala rasa en los bosques de secuoyas
de la costa, con más del 70 % de sus 175.000 hectáreas ocupadas por
rodales uniformes que sos talados aproximadamente cada 50 años.
«Aquí nos gustan los bosques de edad uniforme –dice Greg Templeton,
silvicultor de la Green Diamond–. Tanto las secuoyas de la costa como
los abetos de Douglas crecen más rápido a pleno sol.» Estaba en una
ladera soleada contemplando con orgullo cómo un equipo de leñadores
transformaba un rodal de 70 años, con secuoyas de entre 45 y 60 metros,
en una organizada maraña de broza, ramas y troncos.
En la década de 1990 California redujo la extensión máxima
permisible para la corta a tala rasa de una superficie de 80 acres (32
hectáreas) a otra de entre 20 y 40 acres (entre 8 y 16 hectáreas). Los
pesados tractores que causaban tanta erosión han sido sustituidos en
gran parte por palas cargadoras de oruga, con pinza articulada. Al
levantar los troncos en lugar de arrastrarlos, las palas cargadoras
eliminan las vías de saca, sumamente erosionables, que caracterizaban la
explotación forestal con tractor y eran una desgracia para las
corrientes adonde iban a desovar los salmones. Para árboles
seleccionados en cuestas empinadas, los leñadores utilizan un cable
aéreo de desembosque, un sistema que consiste en izar las trozas y
transportarlas a lo largo de un cable tendido desde una torre situada en
lo alto de una colina hasta un tocón enorme en la ladera opuesta. Según
Templeton, la adopción de este tipo de maquinaria, junto con el menor
número de sendas madereras, que además están mejor construidas, y el
respeto de las zonas de transición obligatorias a lo largo de las
corrientes de agua (donde sólo se permite la tala selectiva), ha
reducido significativamente el vertido de sedimentos en las aguas donde
crían los salmones.
El mosaico de bosques de la Green Diamond, con densas manchas de
arbolitos de menos de 20 años, separadas por franjas de árboles más
viejos que crecen en las zonas de transición de 45 metros de anchura
situadas alrededor de corrientes repletas de peces, proporcionará en
última instancia un buen hábitat para la fauna, según Neal Ewald,
vicepresidente y director general de la compañía. «Dentro de 50 años,
el 20 % de este paisaje albergará una red de árboles viejos a lo largo
de las corrientes de agua –explica–. Dentro de 100 años veremos el mismo
tipo de árboles que los del Parque Nacional de las Secuoyas de la
Costa», para beneficio, añade, de los salmones y los cárabos
californianos norteños.
A principios de los años noventa Lowell Diller, biólogo de la Green Diamond,
observó densidades importantes de cárabos californianos en bosques
secundarios. Sus estudios revelaron que los cárabos pueden sobrevivir en
bosques más pequeños siempre que dispongan de suficientes árboles
muertos en pie y de árboles grandes con cavidades y plataformas donde
anidar. Además, la mezcla de secciones forestales jóvenes de
diferentes edades creadas por la corta a tala rasa proporciona un buen
hábitat para la rata cambalachera de patas oscuras, la presa favorita de
los cárabos en California.
Los hallazgos de Diller contribuyeron a que el Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos concediera a la Green Diamond en 1992 el primer plan de conservación del hábitat (PCH) del cárabo californiano,
lo que permitió a la empresa proseguir sus operaciones forestales en
el territorio de esta especie siempre que tuviera un plan para mantener
un mínimo de su hábitat. Sin embargo, según Diller, la población de
cárabos presenta desde 2001 un retroceso de cerca de un 3 % anual en las
tierras de la Green Diamond, al igual que en la mayor parte de su
territorio.
La población de cárabos presenta desde 2001 un retroceso de cerca de un 3 % anual
Parte del problema es un misterioso descenso poblacional de la rata
cambalachera, así como una mayor competencia del cárabo norteamericano,
un ave más agresiva y adaptable que se ha adentrado en el territorio del
cárabo californiano.
Los bosques jóvenes han mostrado otras consecuencias no deseadas
relacionadas con la fauna. En primavera, antes de que aparezcan las
bayas y las bellotas, los osos
negros dependen en parte de la savia que circula justo debajo de la
corteza de las secuoyas de la costa y otras coníferas. Como prefieren
los árboles jóvenes y en rápido crecimiento, causan importantes estragos
en los rodales comerciales, hasta el punto de que algunos silvicultores
los consideran la peor «plaga» de las secuoyas. Pero los osos sólo
pasaron a ser un problema cuando las compañías empezaron a cultivar
árboles como si se tratara de un cultivo agrícola.
Después de recorrer a pie todos los tipos de bosque gestionado
y de hablar con silvicultores de todas las opiniones, Mike Fay está
convencido de que hay un modo mejor de hacerlo: producir árboles más
grandes, que aumenten al máximo la producción de madera y a la vez
proporcionen un buen hábitat. «Hay que empezar a pensar en esto como en
un ecosistema –insiste–. Todas estas plantaciones que hay ahora podrían
producir maíz. Pero si queremos agua limpia, salmones, vida salvaje y
madera de buena calidad, necesitamos un bosque.»
Fay no es el único que piensa así. «Lo que yo propongo es cortar menos árboles y ganar más dinero por cada árbol talado», dice Jim Able,
un silvicultor que trabajó para la Louisiana Pacific y actualmente
gestiona pequeñas fincas madereras privadas, la mayoría de las cuales no
pasan de las 400 hectáreas. Con su sombrero de paja, Able guía a Fay
por el bosque de Howe Creek, una explotación que
gestiona desde hace tres décadas y donde por tercera vez está
procediendo a la clara de árboles. Abetos de Douglas y grandes secuoyas
de la costa de segunda generación, de más de un metro de diámetro y
hasta 60 metros de altura, se levantan rectos como flechas desde la
empinada ladera. Aquí y allá yacen unos cuantos árboles en el suelo,
listos para el transporte, creando un mosaico de sol y sombra. La clave,
según Able, es la forma. Él y sus técnicos forestales marcan
cada uno de los árboles que quieren cortar, sin superar nunca el 30 o
35 % del volumen total del rodal. A diferencia de la corta de
los mejores fustes, una forma de tala selectiva que en opinión de Able
es peor que la corta a tala rasa porque acaba con los mejores árboles y
deja en pie los peores, la clara consiste en cortar los
ejemplares más débiles y peor formados, y dejar los más fuertes y rectos
para que sigan prosperando con más luz. Y a diferencia de los
leñadores que practican la corta a tala rasa una vez cada varias
décadas, Able vuelve al bosque una vez cada diez años para evaluar si ha
llegado el momento de una nueva clara. Nunca extrae más madera de la que ha producido el bosque en ese período, lo que significa que los árboles restantes (los que él llama «sus principales») siguen creciendo en altura, volumen y calidad.
«Lo que hago es producir árboles viejos y mientras tanto cobrar los
intereses –dice Able–. Estoy convencido de que este ritmo se puede
mantener durante más de cien años.»
Cada vez son más los propietarios que siguen el ejemplo de Able:
dejan que sus secuoyas crezcan más y las cortan con menos frecuencia. Algunos
lo llaman silvicultura ecológica, una forma de gestión del bosque que
intenta asegurar el hábitat para la fauna y la limpieza de los ríos,
además de generar empleos y producir madera. Cerca de Arcata,
el bosque Van Eck, de 890 hectáreas, gestionado por el Pacific Forest
Trust, cumple un cometido adicional: se gana parte de su mantenimiento
proporcionando una reducción de los gases de efecto invernadero, que
puede servir para compensar las emisiones. Gracias a su
sensacional ritmo de crecimiento, a su resistencia a las enfermedades,
los insectos y la podredumbre, y a su increíble longevidad, los bosques
de secuoyas son los mejores para captar dióxido de carbono de la
atmósfera y atrapar el carbono en la madera. En California, el
«mercado» de bonos de emisiones, uno de los más rigurosos del mundo,
permite a los propietarios de suelo forestal vender créditos por el
carbono almacenado en la madera que crece cada año siempre que se
comprometan a mantener ese crecimiento durante un siglo.
Los ingresos recibidos a cambio del carbono almacenado en los
árboles vivos podría ayudar a los propietarios a efectuar la transición
de la corta a tala rasa, que proporciona beneficios a corto plazo,
hacia la rotación, un sistema que rinde a largo plazo y mediante el cual
los árboles más grandes y altos y de mejor calidad volverían a dominar
el paisaje.
Hasta ahora, sobre la base del volumen estimado de carbono que el
bosque Van Eck podría retirar de la atmósfera en un período de 100 años,
el Pacific Forest Trust ha vendido créditos de reducción de emisiones
por valor de más de dos millones de dólares.
Otro grupo que practica la silvicultura ecológica, el Conservation Fund de Evan Smith, ha
adquirido 16.000 hectáreas de explotaciones forestales industriales en
las cuencas de los ríos Garcia, Big y Salmon Creek para evitar que los
bosques se conviertan en viñedos y urbanizaciones. La organización tiene
previsto permitir el crecimiento de árboles de diferentes edades para
recuperar el hábitat acuático reduciendo la erosión en las corrientes.
Para recaudar fondos, está vendiendo millones de dólares en créditos de
reducción de emisiones a la Pacific Gas and Electric Company y a varias
firmas inversoras.
La Junta de Recursos del Aire de California tiene previsto actualizar
su política en lo referente al carbono para el sector forestal, con la
esperanza de atraer a los propietarios de las explotaciones madereras
industriales. «Si acertamos con los incentivos a la reducción de
emisiones, podremos duplicar o incluso triplicar nuestras reservas de
secuoyas de la costa», dice Mike Fay.
Un día en que el sol de la mañana inunda el dosel del bosque del
Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa de Prairie Creek, envuelto en
la niebla, y le confiere un fulgor iridiscente, Mike Fay engancha su
puño bloqueador a una cuerda de escalada y sube a una secuoya realmente
enorme para hablar con un científico que está convencido de los
beneficios de dejar que estos árboles crezcan. Steve Sillett se ha dado a
conocer por su labor de localizar los árboles más altos del planeta, subirse a ellos y estudiarlos.
Ha medido meticulosamente cientos de ejemplares, desde sus
impresionantes pies hasta las agujas más altas de la copa. A 42 metros
de altura, Fay pasa junto a una cavidad abierta por el fuego, con
espacio suficiente para albergar a dos hombres adultos de pie, entre una
espesura de retoños y ramas, cicatrices de una batalla de siglos de
escaramuzas con los incendios y el viento. Más arriba, helechos epífitos
y arbustos de arándanos crecen sobre profundos suelos formados en el
dosel del bosque, y una miríada de musgos, hepáticas y líquenes cubren
la corteza. Este árbol, de 91,70 metros de altura, ni siquiera se acerca
al más alto del mundo, de 115,60 metros, pero según Sillett, que
aguarda a Fay en un claro del dosel, arriba de todo, es «uno de los más
jugosos», lo que significa que está cargado de suelos aéreos y
biodiversidad. Desde lo alto, los dos hombres contemplan una extensión
casi ininterrumpida de secuoyas gigantescas, con un área de corta a tala
rasa apenas distinguible
El mantra de los silvicultores industriales ha sido desde hace tiempo
lograr que los árboles crecieran lo más deprisa posible para aumentar
al máximo la rentabilidad de la inversión y ofrecer al mercado un
suministro regular de madera. Para ellos, la mejor edad para talar las
secuoyas de la costa es entre los 40 y los 50 años; aunque cuando son
tan jóvenes contienen sobre todo madera blanda de baja calidad, muy
alejada de la legendaria resistencia de la secuoya a la podredumbre.
Pero tras medir y extraer muestras de dos docenas de árboles de entre 29
y 113 metros de altura en el Parque Estatal de las Secuoyas de la Costa
de Humboldt, Sillett ha descubierto que el ritmo anual de producción de
madera aumenta con la edad del árbol, al menos durante los primeros
1.500 años. Más importante aún, cuanto más viejo es el árbol, mayor es su producción de madera de buena calidad. Así
pues, las secuoyas de la costa producen más y mejor madera a medida que
envejecen. Sillett ha comprobado que la misma regla se aplica a los
eucaliptos más altos de Australia, y piensa que podría ser cierta para
árboles de otros lugares del mundo.
«Si sólo pensamos en el rendimiento a corto plazo, no hay buenos
argumentos para dejar que los árboles crezcan –dice Sillett–. Pero si
hablamos de rendimiento a largo plazo, de captación del carbono y de los
servicios al ecosistema, abundan los argumentos a favor de los árboles
viejos. ¿Qué se necesita para retirar mucho carbono de la atmósfera y
evitar que vuelva a ella? Cantidades enormes de madera resistente a la
descomposición.»
El último día de expedición, mientras buscaban las
secuoyas más septentrionales cerca del río Chetco, en Oregón, Mike Fay y
Lindsey Holm charlaron sobre los personajes que habían conocido en el
bosque. Estaban Lud y Bud McCrary, dos hermanos octogenarios pioneros en
la silvicultura con árboles de diferentes edades en los montes Santa
Cruz. Y estaba la historia de Tim Renner, un veterano leñador que
detestaba a los activistas del bosque. Les habló de la época en que lo
habían contratado para talar unos árboles en el bosque comunal de
Aracata, donde se practicaba la corta selectiva y que también hacía las
veces de parque para la localidad. En una ocasión, al final de una
jornada de trabajo, estaba guardando la motosierra cuando vio que se
acercaba por el sendero un joven de pelo largo, barba frondosa y ropa
descuidada. Él pensó: «Este chaval me va a matar». El joven se detuvo,
contempló el bosque recién talado y, para asombro del leñador, exclamó:
«¡Qué bien ha quedado! Ahora entra mucha más luz. ¡Me encanta!».
Esto significa que además de madera de buena calidad, captura del
carbono, agua limpia y hábitat para la fauna, la silvicultura ecológica
puede recuperar otra ventaja que ha dado justa fama a los bosques de
secuoyas: la pura maravilla.
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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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Fantásticos quisiera verlos y abrazarlos !!
ResponderEliminarSON BELLISIMOS ARBOLES, Y SIN EMBARGO,EL HOMOS SAPIENS.,MAS BIEN "eL DEPREDADOR BUSCA ELIMINAR.-
ResponderEliminarLamentablemente el Homo Sapiens, es el peor depredador que haya tenido la naturaleza y devora y arrasa con todo.. justificada razón suya mi querida, Nelly Maldonado
ResponderEliminarAsí es mi estimado Chema.
ResponderEliminarLos peruanos somos brutos no cuidamos nuestra biodiversidad. La más rica del mundo.
Un feliz domingo paisa.
Naturaleza pura
ResponderEliminarLa naturaleza es hermosa !!
ResponderEliminarGracias por compartir sr Chema.
Feliz domingo familiar, abrazo
Increible master e interesante saber y conocer 😀👍🌴💁♂️🇦🇷
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