Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG.., el éxito de las guerras de expansión y conquista del Imperio Romano, se debieron a que dentro de sus ejércitos totalmente estructurados para la pelea victoriosa; eran un conjunto de jefes y jerarquías internas donde brillaron los Centuriones, que por su preparación militar eran hombres de dureza y eran los primeros en atacar al enemigo y enfrentar a la muerte cuando el enemigo no daban cuartel.
La estructura militar del Imperio Romano, combatía así: legión se dividía en diez cohortes, cada una de ellas comandada
por un prefecto. A su vez, cada cohorte estaba dividida en tres manípulos. Por último, cada manípulo estaba integrado por dos centurias, cada una de ellas mandada por un centurión.
NATIONAL GEOGRAPHIC .- narra sobre los Centuriones: " Los centuriones mantenían su posición hasta el final, de ahí su elevadísimo número de bajas en combate. César, en los relatos de sus campañas, recoge numerosos ejemplos del valor de estos oficiales.
Así, menciona la situación crítica de la XII legión en la batalla del
Sambre (57a.C.), librada contra los belgas: los seis centuriones y el
portaestandarte de la IV cohorte habían muerto, mientras que los
centuriones de las otras cohortes estaban casi todos heridos o muertos.
En el choque de Dirraquio contra los pompeyanos (48 a.C.) perecieron en
un mismo día 32 centuriones de la legión IX, la mitad de los de esta
unidad. En la batalla de Farsalia, también contra los pompeyanos
(48 a.C.), murieron en total 31 centuriones, mientras que sólo cayeron
200 soldados, lo que da idea de la combatividad y el valor de estos militares...."
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/centuriones-heroes-roma_12282
Trataban con dureza a sus hombres, pero eran los primeros en atacar, y también en enfrentarse a la muerte cuando el enemigo no daba cuartel. En estos soldados descansaba el poder militar de Roma
Las insignias de los valientes
En 1858 se hallaron en Lauersfort (Alemania)
las condecoraciones discoidales de un centurión, las faleras, hechas en
bronce y plata. Se reprodujeron en este relieve, conservado en el Museo
de la Civilización Romana, en Roma.
Foto: Dea / Album
La base de una legión
Abajo, moneda de oro acuñada por Julio César
con la representación de un campamento. La construcción del centro
representa esquemáticamente el pretorio o edificio de gobierno. En las
narraciones de sus campañas, César traza un retrato muy favorable de los
centuriones por su valor y su disciplina.
Foto: Dea / Album
El fin del templo de Jerusalén
En el verano del año 70 d.C., las legiones romanas toman Jerusalén
y arrasan la ciudad y el Templo, destruido ya para siempre. Durante la
guerra del emperador Vespasiano contra los judíos, los centuriones
protagonizaron múltiples hechos de armas. Óleo por Francesco Hayez.
Siglo XIX.
Foto: Akg / Album
El filo de la guerra
Arriba, reproducción del armamento de
un centurión en el Museo de la Civilización Romana, en Roma. Los
centuriones llevaban en el costado izquierdo una espada como éstas, y un
puñal en el derecho.
Foto: Scala, Firenze
Un centurión, con cimera negra, lucha con sus hombres contra el enemigo durante las guerras dacias. 101-107 d.C.
La estructura de la legión
La legión se dividía en diez cohortes, cada una de ellas comandada
por un prefecto. A su vez, cada cohorte estaba dividida en tres manípulos. Por último, cada manípulo estaba integrado por dos centurias, cada una de ellas mandada por un centurión.
Foto: Akg / Album
La estela de Tito Calidio
La lápida sepulcral de este centurión se halló en Carnuntum, un campamento romano fundado por Augusto a orillas del Danubio y a 32 kilómetros al este de Viena. Museo de Historia del Arte, Viena.
Foto: E. Lessing / Album
La rendición de Vercingétorix
Con la capitulación del jefe arverno ante César terminó la guerra de las Galias,
en el año 52 a.C. Óleo por Lionel-Noël Royer. 1899. Museo Crozatier, Le
Puy-en-Velay. Dos centuriones de César, Pullo y Voreno, competían entre
sí para conseguir ascensos, y precisamente durante la guerra de las
Galias pugnaban por ascender a primi ordines, según narra la propia pluma de Julio César.
Foto: Bridgeman / Aci
Luchar hasta la muerte
Los centuriones mantenían su posición hasta el final, de ahí su elevadísimo número de bajas en combate. César, en los relatos de sus campañas, recoge numerosos ejemplos del valor de estos oficiales.
Así, menciona la situación crítica de la XII legión en la batalla del
Sambre (57a.C.), librada contra los belgas: los seis centuriones y el
portaestandarte de la IV cohorte habían muerto, mientras que los
centuriones de las otras cohortes estaban casi todos heridos o muertos.
En el choque de Dirraquio contra los pompeyanos (48 a.C.) perecieron en
un mismo día 32 centuriones de la legión IX, la mitad de los de esta
unidad. En la batalla de Farsalia, también contra los pompeyanos
(48 a.C.), murieron en total 31 centuriones, mientras que sólo cayeron
200 soldados, lo que da idea de la combatividad y el valor de estos militares.
Foto: Bridgeman / Aci
Legionarios recolectando cereal durante la conquista de la dacia. Relieve de la columna trajana. 113 d.C.
Entre la disciplina y la crueldad
En algún momento de su larguísimo servicio militar, todos los legionarios recibían algún azote con la vitis,
la vara de vid que simbolizaba el rango del centurión y que servía para
castigar a sus subordinados. Esta sanción no estaba reglamentada, y
quedaba a la discreción del oficial. Había centuriones que usaban de forma muy cruel esta prerrogativa y eran especialmente odiados por la tropa. Tácito cuenta que en el año 14 d.C., cuando las fuerzas acantonadas en el Rin se amotinaron tras la muerte del emperador Augusto,
en Panonia los soldados mataron a un centurión llamado Lucilio y
apodado Cedo alteram, "Tráeme otra", en alusión a las varas que pedía
tras romperlas sobre las espaldas de sus hombres (Anales I 23, 3).
Foto: Scala, Firenze
Relieve con estandartes
El estandarte o signum de la
legión, coronado por un águila, está flanqueado por los signa de dos
manípulos (cada manípulo estaba formado por dos centurias). Relieve del
siglo III d.C.
Foto: Dea / Album
Una ciudad para exlegionarios: Timgad
Situada en la actual Argelia, la fundó el emperador Trajano
en torno al año 100 d.C. como una colonia militar. Allí instaló a
veteranos procedentes de la frontera con Partia, dotándolos de las
tierras que los soldados recibían una vez cumplido su servicio militar,
que alcanzaba los veinticinco años.
Foto: Yann Arthus-Bertrand / Getty images
El muro de Adriano
En su construcción trabajaron las
legiones instaladas en Britania: la II, la VI y la XX. A cada legión le
tocó un tramo de obra, dividido en secciones que se asignaron a las
centurias.
Foto: Funkystock / Age fotostock
Un centurión en Britania
En esta piedra del muro de Adriano
(construido en 124 d.C.), hallada en el fuerte de Housesteads, se dice:
"Lo hizo la centuria de Julio Cándido". Se han hallado otras tres
inscripciones que recuerdan la labor de este centurión.
Foto: Manuel Cohen / Aurimages
Fuerte de Viminacium (la actual Kostolac, Serbia), sede de la legión VII Claudia.
La vida en el campamento
Los edificios más habituales en los campamentos eran los barracones
que albergaban a los soldados y oficiales de una centuria. Cada
contubernio (grupo de ocho hombres) recibía dos habitaciones, y el
centurión disponía de varias estancias para él solo, generalmente al
final del bloque; las paredes de estas habitaciones podían estar
estucadas y pintadas, e incluso podía disponer de un baño personal.
Foto: Akg / Album
Marco Favonio Fácil
Su estela funeraria se descubrió en
Colchester, la antigua Camulodunum, donde se enfrentaron los romanos y
la reina Boudica en 61 d.C. Vemos al centurión de frente, con el traje propio de su rango, la vara, espinilleras, capa, lórica (coraza), puñal y espada.
El monumento estaba partido en dos, a un metro de profundidad. Muy
cerca se halló un recipiente cilíndrico de plomo, de 23 centímetros de
diámetro y 33 de altura, con huesos quemados, posiblemente los del
centurión.
Foto: Dea / Album
Estela funeraria de Marco Apicio Tirón
Además de combatir, administrar
Los centuriones no sólo eran el brazo armado de Roma: también representaban la autoridad romana en regiones donde las estructuras administrativas no estaban desarrolladas.
A veces la población local acudía a ellos en busca de justicia. Así,
por ejemplo, en el año 193 d.C., en tiempos del emperador Cómodo,
un tal Syros escribe al centurión Amonio Paterno quejándose de que los
recaudadores de un impuesto en especie han reclamado injustamente el
pago de una artaba de trigo (25 litros) y que por esta razón han
maltratado a su madre. Dado este papel de administradores, los
centuriones no sólo debían reunir condiciones como jefes militares, sino
que también debían contar con una formación que, cuanto menos, incluyera saber leer y escribir.
Foto: Dea / Album
Marco Celio, caído en Teutoburgo
En septiembre del año 9 d.C., los germanos aniquilaron a tres legiones romanas
en el bosque de Teutoburgo. El centurión Marco Celio, nacido en Bononia
(la actual Bolonia), cayó en esa batalla. Su cadáver quedó allí,
tendido a la intemperie entre muchos miles más, y su hermano decidió
levantar un monumento en su memoria.
Los libertos del centurión
Con toda probabilidad Marco Celio era un hombre soltero, pues no hay mención a esposa o hijos en el epitafio; en cambio, sí aparecen, a sendos lados, los retratos de sus sirvientes, dos libertos muy queridos, uno de origen y nombre latino (Privatus), y otro griego (Thiaminus), que posiblemente murieron también en la emboscada de Teutoburgo y que conforman esta especie de cuadro funerario familiar.
Valiente y condecorado
Es el retrato de un hombre vivo, posando con su uniforme de gala de centurión, con el bastón de mando en la mano derecha y su coraza absolutamente cubierta con insignias al valor. Tantas condecoraciones indican la larga carrera de éxitos militares de este centurión fallecido a los 53 años, según nos indica la inscripción. La legión XVIII tenía su campamento base en Vetera (actual Xanten), y allí levantó Publio este monumento.
Los libertos del centurión
Con toda probabilidad Marco Celio era un hombre soltero, pues no hay mención a esposa o hijos en el epitafio; en cambio, sí aparecen, a sendos lados, los retratos de sus sirvientes, dos libertos muy queridos, uno de origen y nombre latino (Privatus), y otro griego (Thiaminus), que posiblemente murieron también en la emboscada de Teutoburgo y que conforman esta especie de cuadro funerario familiar.
Valiente y condecorado
Es el retrato de un hombre vivo, posando con su uniforme de gala de centurión, con el bastón de mando en la mano derecha y su coraza absolutamente cubierta con insignias al valor. Tantas condecoraciones indican la larga carrera de éxitos militares de este centurión fallecido a los 53 años, según nos indica la inscripción. La legión XVIII tenía su campamento base en Vetera (actual Xanten), y allí levantó Publio este monumento.
Foto: Akg / Album
¿Cómo era Marco Celio?
Una recreación del aspecto de Marco Celio a partir de su cenotafio. Ciñe
su cabeza una corona cívica; hecha de hojas de roble, condecoración que
se recibía por salvar la vida de un militar ciudadano romano. Las condecoraciones (dona) que cuelgan de un arnés sobre la armadura son torques, de los que lleva uno en torno al cuello, y phalerae, faleras o discos metálicos. En la muñeca luce otras condecoraciones, las armillae. Como es característico de los centuriones, lleva la espada a la izquierda y la daga a la derecha –al contrario que los soldados–.
Con la mano derecha sujeta la vara de mando, que originalmente era una
vara de vid, y en la izquierda lleva un casco con cresta transversal de
plumas. El autor de la recreación ha supuesto que las piernas están
protegidas con grebas, como en otras representaciones de centuriones.
Foto: Giuseppe Rava / Osprey publishing
Sabino Perea Yébenes
Centuriones, los héroes de Roma
En el verano del año 70 d.C., las legiones romanas toman Jerusalén
y arrasan la ciudad y el Templo, destruido ya para siempre. En esos
momentos vemos en acción, entre otros soldados valerosos, a un centurión
llamado Juliano, del que el historiador Flavio Josefo, en su Guerra de los judíos (VI 81-90), nos cuenta su acción heroica y su muerte en términos propios de una trágica secuencia cinematográfica. Juliano era, según Josefo, el mejor combatiente que había visto en aquella contienda brutal: el más diestro con las armas, el más fuerte físicamente y el más tenaz.
Durante el asedio a los muros de Jerusalén, el centurión observó que
los romanos retrocedían. Estaba junto a Tito –el comandante romano, hijo
del emperador Vespasiano– en la torre Antonia, "y desde allí dio un
salto, haciendo frente a los judíos armados, y él solo hizo que
los judíos, aunque ya eran vencedores, retrocedieran hasta el ángulo del
Templo interior. Toda la multitud huyó en grupo –explica
Josefo–, pues creían que aquella fuerza y audacia no eran propias de un
ser humano. Juliano iba de un lado para otro en medio de los judíos, que
se habían dispersado, y mataba a cuantos se encontraba".
Esta actuación tan arriesgada como suicida le pareció admirable al
emperador, que veía cómo los enemigos huían aterrorizados. Pero el
destino traicionó a Juliano: los clavos de sus sandalias resbalaron
sobre las losas del Templo y cayó de espaldas. Cuando su armadura chocó
contra el suelo hizo mucho ruido, y "esto hizo que los que habían huido
se dieran la vuelta", sigue Josefo. Entonces los judíos lo rodearon y le
atacaron con espadas y lanzas. Desde el suelo, el centurión hizo frente muchas veces al hierro con su escudo y en numerosas ocasiones,
cuando intentaba levantarse, era empujado de nuevo por la multitud. Sin
embargo, aun tirado en el pavimento, hirió con su espada a muchos
adversarios.
Juliano tardó en morir, porque el casco y la coraza protegían sus
partes vitales contra los ataques y porque tenía el cuello encogido.
"Finalmente, destrozados los demás miembros de su cuerpo y sin
que nadie se atreviera a ayudarle, pereció [...] degollado no sin
dificultad, tras luchar durante largo tiempo con la muerte y
sin dejar ilesos a muchos de los que le atacaron". Concluye Josefo
indicando que una gran pena se apoderó del emperador cuando vio morir,
desde la torre, a aquel que un momento antes había estado a su lado. El
centurión Juliano alcanzó la gloria de los valientes, cayendo con
orgullo y honor no sólo delante de los suyos, sino también delante de
sus enemigos.
Vivir para la guerra
En todo el Imperio, en cada momento debía de haber unos 1.800
centuriones, hombres como Juliano: enérgicos, valientes y despiadados,
que inspiraban tanto respeto a sus subordinados como temor al enemigo. Los centuriones eran los suboficiales de mayor rango en el ejército legionario de infantería (pero otros autores los consideran oficiales).
Eran militares de carrera, es decir, empezaban como soldados rasos e
iban ascendiendo por antigüedad y méritos, siguiendo la estructura de la
legión. Una legión estaba formada por diez cohortes, numeradas de la I a
la X, y cada cohorte estaba integrada por seis centurias de 80 soldados
cada una. La promoción del centurión culminaba al acceder al
mando de una centuria de la I cohorte, la más importante de todas las de
la legión.
A la cabeza de todos los centuriones de una legión estaba el llamado primus pilus, "primera lanza". Era el primer centurión de la I cohorte, y sus compañeros de esta cohorte conformaban el rango de los primi ordines, el de los centuriones de mayor rango y reconocimiento en la legión. Después de retirarse, el primus pilus recibía una recompensa y el título de primipilaris (es decir, antiguo primus pilus), de igual manera que un cónsul era llamado consularis tras desempeñar el cargo. Los primipilares
eran objeto de especial consideración y podían ocupar cargos como
–entre otros– prefecto del campamento o tribuno de las cohortes
acantonadas en Roma.
En época imperial también se podía llegar a centurión tras servir con
los pretorianos –la guardia personal de los soberanos– o bien gracias a
un nombramiento directo por parte del emperador, como sucedía en el
caso de algunos miembros del orden ecuestre (el grupo social inferior al
de los senadores).
Por debajo del centurión había bastantes grados. Lo asistían, entre otros, los llamados principales: un segundo oficial u optio, el portaestandarte o signifer y un oficial de guardia, el tesserarius, que establecía la contraseña o tessera. Por
encima del centurión estaban los altos oficiales de la legión: el
legado del emperador (que era el gobernador provincial) o bien el legado
de la legión, y un tribuno, todos ellos de rango senatorial, más otros
cinco tribunos de rango ecuestre y un prefecto del campamento o superintendente general.
Una parte importante de nuestra información sobre los centuriones
proviene de los monumentos funerarios dedicados a ellos, como la estela
de Tito Calidio Severo, muerto a los 58 años. Conocemos la carrera militar de este soldado gracias a su tumba, hallada en la antigua ciudad de Carnuntum, en la provincia romana de Panonia (actualmente en la Baja Austria). En ella se indica que primero fue jinete, luego optio o ayudante de un centurión y finalmente decurión
(comandante de un escuadrón de caballería) en una cohorte mixta de
soldados de infantería y de caballería reclutada en la región de los
Alpes, de ahí su nombre: cohors Alpinorum. Su última promoción fue al grado de centurión en la legión XV Apollinaris, estacionada en Carnuntum, donde Calidio Severo murió después de 34 años de servicio, según refiere la inscripción.
Su monumento es anterior al año 63, en el que esta legión fue
movilizada para combatir contra los judíos en la guerra narrada por
Flavio Josefo. En la parte inferior de la estela se representa sin
fantasías parte del equipamiento militar de Tito Calidio: la cota de malla, el casco y las grebas o espinilleras. Debajo aparece el centurión junto a su caballo, en una posible alusión a su etapa de oficial en la cohorte alpina.
Ciento veinte flechas
Si las piedras hablan, también lo hacen las fuentes históricas. El siglo I a.C., y particularmente los últimos años de la República romana, fueron prolijos en campañas militares. Primero se trató de guerras de conquista, como las de Pompeyo el Grande en Oriente y las de Julio César en las Galias; después fueron guerras civiles protagonizadas por los mismos César y Pompeyo. Las
fuentes literarias del período son ricas en descripciones de acciones
militares en las que los centuriones se muestran valerosos y temerarios.
Espectador y narrador de estos episodios es precisamente César, cuyos
relatos de la guerra de las Galias y la contienda civil son escenarios
de aventuras y combates, de muerte y supervivencia, en los que de vez en
cuando afloran nombres propios: los de aquéllos que por su arrojo
merecieron ser incluidos en la narración como ejemplos para la
posteridad.
Éste es el caso del valiente centurión cesariano Marco Casio Esceva,
que luchó en la batalla de Dirraquio contra los pompeyanos, en julio del
año 48 a.C. Sabemos por el relato de César que el ataque pompeyano
contra el fortín donde se encontraba Esceva fue durísimo. No hubo un
soldado que no resultara herido, cuatro centuriones de una
cohorte perdieron los ojos y, queriendo dar testimonio de su esfuerzo y
de su peligrosa situación, hicieron saber a César la cuenta exacta de
las flechas lanzadas contra el fortín: treinta mil; cuando el
escudo de Esceva fue llevado a su presencia, se contaron en él ciento
veinte agujeros. Es el testimonio que da el propio César en su Guerra
civil (V, 44).
Esceva, que era centurión de la cohorte VIII, fue promocionado a primus pilus, es decir, al grado de los primi ordines. El
propio César le premió con 200.000 sestercios, al tiempo que compensó
con dinero, ropa e insignias al valor a la intrépida cohorte legionaria
que había mandado Esceva. Otros autores recogen este episodio y
añaden más detalles del combate: que Esceva fue herido gravemente en un
hombro y que un venablo le atravesó una cadera. Son hechos quizás
inventados, pero que se explican por qué los relatos sobre guerreros
valientes pasan de la historia a la leyenda en pocos años.
Pullo y Voreno
Las narraciones de hazañas como la que llevó a cabo Esceva han
modelado la imagen del centurión romano como ejemplo del valor y columna
vertebral del ejército romano, una imagen que se traslada con
naturalidad a la pantalla. Basta recordar el ejemplo de la conocida serie de televisión Roma,
exhibida con éxito en todo el mundo, que se organiza a partir de la
vida de dos centuriones de Julio César: Lucio Voreno y Tito Pullo.
Estos dos centuriones, con estos mismos nombres, lucharon en la guerra
de las Galias al lado de César, como sabemos por la propia pluma del
general, quien relata la actuación de ambos durante el asedio al que fue
sometido el fuerte de la IX legión por el pueblo de los nervios en el
año 54 a.C., durante la revuelta de Ambiórix.
Los dos militares eran conocidos por competir entre sí para conseguir ascensos, y precisamente en esos días pugnaban por ascender a primi ordines,
el rango más elevado. César explica que, cuando más duro era el combate
al pie de las fortificaciones, Pullo dijo: "¿A qué esperas, Voreno?
¿Cuándo piensas demostrar tu valor?". Y añadió que aquel día se
decidiría su competencia. Pullo abandonó las defensas y se lanzó contra
el enemigo, y Voreno lo siguió para no quedarse atrás y ser tildado de
cobarde. Pullo lanzó su pilum y atravesó a un enemigo que se le
acercaba corriendo, pero a su vez recibió el impacto de un venablo que
atravesó su escudo y se clavó en el bálteo, la correa de la que pende la
espada. Los enemigos lo cercaron, pero entonces llegó Voreno en su auxilio. Mató a uno y apartó a los otros,
pero cayó en un hoyo, y hubiera muerto si Pullo no hubiera corrido en
su ayuda. Ambos volvieron al fuerte sanos y salvos tras acabar con
muchos enemigos, sin que nadie de los que vieron ese combate pudiera
decir cuál de los dos aventajaba en valor al otro. "La Fortuna los guió
durante el combate", dice César (Guerra de las Galias V, 44).
Pullo demostraría la misma bravura años después, durante la guerra civil, luchando contra el propio César
en Dirraquio después de conseguir que una parte del ejército se pasara a
los pompeyanos, lo que habla claramente del ascendiente de este
centurión entre las tropas (César, Guerra civil III, 67).
Misiones especiales
Fuera del teatro de operaciones durante una batalla concreta, los
centuriones podían ejecutar una misión específica por mandato del
emperador, como agentes especiales. En efecto, a los centuriones
se les encargaban misiones tan delicadas como llevar hasta Roma a los
prisioneros que requiriesen especial cuidado, como los jefes de
los pueblos vencidos o reyes, como Antíoco Epífanes, aliado de los
judíos que fue vencido por Vespasiano; tras ser apresado, un centurión
lo condujo encadenado desde Tarso hasta la capital del Imperio (Josefo,
Guerra VII, 238).
También se asignan a los centuriones tareas de espionaje y labores de inteligencia militar
e información entre las tropas de las provincias y Roma. Otras veces
los vemos junto a los tribunos administrando justicia en el frente de
guerra (Josefo, III, 83), y se les encarga la organización de las
ciudades recién sometidas (Josefo, IV, 442).
A estas breves historias podríamos añadir muchas más, entre las que
destacan algunas que cuenta Flavio Josefo. En el año 63 a.C., Pompeyo
Magno se presentó a las puertas de Jerusalén para tomarla. Al tercer día
de asedio, los romanos destruyeron una de las torres de defensa,
entraron en la ciudad y se dirigieron al Templo. Nos dice Josefo (Guerra
I, 49) que el primero que cruzó el muro fue un oficial llamado
Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después de él dos centuriones, Furio y
Fabio, a los que seguía su propia tropa.
Rodearon el Templo por todas partes, matando sin compasión a los que
iban a refugiarse en el santuario y a todo el que opusiera la menor
resistencia. Aquí vemos en acción a los centuriones y sus
cohortes tomando el Templo con las espadas en la mano, con cuyo filo son
degollados los sacerdotes mientras ofician sus ceremonias.
Choca en este relato la impasibilidad con que los centuriones profanan
el Templo. Pero el soldado, cara a cara contra el enemigo, deja a un
lado los escrúpulos morales (si es que los tiene): lucha por su
supervivencia.
Los centuriones son soldados audaces, los mejores, que se lanzan a escalar murallas para tomar una plaza fuerte o una ciudad
Los centuriones son soldados audaces, los mejores, que se lanzan a
escalar murallas para tomar una plaza fuerte o una ciudad (Josefo,
Guerra I, 351), actos arriesgados que exigen experiencia, seguridad y
una valentía extrema. Otras veces, el centurión actúa como un comando junto a un reducido número de sus soldados, en misión de reconocimiento y castigo.
Josefo nos narra otra vívida escena. Durante el asedio de Vespasiano a
la ciudad de Gamala, un centurión llamado Galo, rodeado en medio del
tumulto, se introdujo en una casa con diez soldados. Como Galo era de
origen sirio, entendió la conversación de los que vivían en ella, en la
que vio una conspiración contra los romanos. Por la noche Galo salió
contra ellos, los mató a todos y se refugió sano y salvo en el
campamento romano con sus soldados (Guerra, IV, 37-38).
En resumen, el centurión es una figura decisiva en la organización militar romana. Forma parte de los consejos de guerra (consilia) para dar su opinión al general sobre las tácticas, por su experiencia en la guerra. Durante la batalla está en primera fila, dando ejemplo de valor. En la paz, se encarga de la disciplina y el entrenamiento
de los soldados. Otras veces, fuera del campamento, se le asignan
misiones especiales. Su figura es imprescindible e imponente, por lo que
no es de extrañar la atracción que aún hoy sigue suscitando.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com
ayabaca@hotmail.com
ayabaca@yahoo.com
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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