El paso de una vida nómada y una alimentación basada en el consumo de carne a unos hábitos sedentarios y un cambio radical en la dieta provocaron en las poblaciones de Homo sapiens unos cambios físicos destinados a adaptarse mejor al entorno. Estas transformaciones se fijaron en su genoma, se transmitieron a las generaciones posteriores y han configurado el aspecto del europeo moderno.
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El Neolítico hizo a los europeos más altos y de piel y cabellos más claros, pero también oscureció nuestros ojos y, según parece, nos hizo más propensos a sufrir accidentes cardiovasculares, es decir, ataques al corazón. Así lo asegura un equipo de investigadores del Centro Helmholtz para la Investigación de Infecciones de Hannover, en Alemania, y de la Unidersidad Radboud de Nimega (Países Bajos), que ha comparado cientos de secuencias de ADN antiguo de esqueletos recuperados en excavaciones de toda Europa. Individuos que poblaron el continente entre el Paleolítico superior temprano (hace más de 25.000 años), el neolítico, hace entre 10.000 y 5.000 años, y periodos más recientes. Sus conclusiones acaban de ser publicadas en un artículo de la revista Frontiers in genetics.
A partir de la aparición de la agricultura y la ganadería, los radicales cambios de hábitos y de alimentación provocaron también alteraciones en el organismo de esos Homo sapiens que se transmitieron a las generaciones posteriores y quedaron fijadas en su código genético. Según uno de los firmantes del artículo, Mihai Netea, de la Universidad Radboud, "en general, vemos un claro cambio de algunos de estos rasgos antes y después de la Revolución Neolítica, como si entonces se produjera una aceleración de los procesos evolutivos".
LA GRAN REVOLUCIÓN DEL NEOLÍTICO
Dentro de nuestro cuerpo, muy diminuta, tenemos una máquina casi perfecta que nos gobierna y determina nuestra apariencia: el ADN, que contiene las instrucciones para el desarrollo y funcionamiento de cada célula de todos los organismos vivos. Toda información genética de un ser vivo en particular, el genotipo, se manifiesta en una característica física determinada, el fenotipo. Así, la estatura, la piel clara o morena, o los ojos azules o verdes son el fenotipo del gen (o la combinación de genes) que determinan la estatura, el color de la piel o de los ojos. Pero el código genético es también un mecanismo que busca perpetuar la especie. Por ello, cambia para adaptarse mejor a las condiciones ambientales en las que se encuentra –más pelo en una región fría y menos pelo en lugares cálidos– y transmite esos cambios "positivos" a las generaciones futuras.
"En general, vemos un claro cambio de algunos de estos rasgos antes y después de la Revolución Neolítica, como si entonces se produjera una aceleración de los procesos evolutivos", afirma uno de los autores del estudio.
En el caso del ser humano, el paso de una vida nómada basada en la caza y la recolección de alimentos al establecimiento de comunidades sedentarias, y más adelante ciudades, que supuso el desarrollo de la agricultura y la domesticación del ganado, puso a prueba esta capacidad de adaptación y provocó esa "aceleración evolutiva". Según el artículo de Frontiers in genetics, pueden reconocerse cambios en los genes que determinan la altura, el color de la piel o el peso, pero también en el metabolismo de los lípidos, la inteligencia y la predisposición a sufrir enfermedades cardiovasculares (que también son un fenotipo, aunque no sean características perceptibles sensorialmente).
Ilustración que recrea un pastor y su ganado en la región de Stonehenge.
LA IMPORTANCIA DE UN BUEN BRONCEADO
¿Cómo se reconocen estos rasgos en individuos que llevan miles (en algún caso decenas de miles) de años muertos? Este trabajo se lleva a cabo con un método estadístico llamado Estudio de Asociación de Genoma Completo (GWAS, por sus siglas en ingles), basado en buscar los genes que determinan un fenotipo –pueden llegar a ser centenares que tienen cada uno un papel mínimo pero siempre son los mismos– y asignar a este último una Puntuación de Riesgo Poligénico (PRS), un índice que refleja la predisposición genética estimada de un individuo para un rasgo determinado. Es decir, la probabilidad de que tenga un color de piel, de ojos o una altura determinados en función de la genética, sin tener en cuenta los factores ambientales.
El código genético es un mecanismo que busca perpetuar la especie y se adapta a las condiciones ambientales y transmite esos cambios "positivos" a las generaciones futuras.
En esta línea, los autores del estudio, compararon más de un millón de variantes contenidas en el genoma completo de 827 muestras antiguas y 250 modernas. Respecto a la altura, el modelo genético ha mostrado una relativa disminución del PRS a lo largo del Paleolítico para crecer espectacularmente durante el Neolítico y en periodos posteriores. Esta tendencia se reproduce en relación con el PRS de una piel cada vez más clara: "esto puede deberse a la migración desde poblaciones de Oriente Medio con una piel menos pigmentada", señala Yang Li, investigador del Centro Helmholtz. Paralelamente, tras el Neolítico aumenta la facilidad para el bronceado "para compensar la pérdida de pigmentación de la piel y proteger a las poblaciones europeas de los efectos nocivos del exceso de radiación solar durante el verano", señala el estudio.
Los marcadores genéticos estudiados relativos a la altura, a la pigmentación de la piel y a la capacidad de bronceado sufren importantes variaciones a partir del Neolítico.
COLESTEROL E INTELIGENCIA
Pero, si el objetivo es la adaptación al entorno, ¿qué ventaja evolutiva tiene ser propenso a sufrir un ataque al corazón? Una de las conclusiones más llamativas del estudio es, tal vez, la evidencia del aumento de los factores genéticos que conducen al desarrollo de la enfermedad arterial coronaria, lo que se relaciona con una disminución constante del colesterol HDL, el "colesterol bueno". Esto podría deberse a que la "recompensa" fuera un aumento de la capacidad intelectual: "las variaciones en los niveles de HDL y LDL (colesterol malo) se han relacionado con alteraciones en la inteligencia, el aprendizaje y la memoria", afirma el estudio. Aunque esto es todavía solo una hipótesis y no se sabe en que medida afectarían.
Para los autores de este estudio, este tipo de trabajos pueden servir para el presente: "la migración masiva del campo a la ciudad, acompañada de importantes cambios en los factores ambientales y los hábitos sociales, culturales o alimentarios", según Mihai Netea, es comparable al cambio sucedido en el Neolítico y que en aquella ocasión dejó una huella que todavía perdura en nuestro código genético.
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