Aunque la brujería se consideraba una obra del demonio, la Inquisición española desconfió de estas acusaciones y emitió pocas condenas a muerte contra supuestos seguidores del diablo.
Actualizado a
Desde principios del siglo XV y hasta entrado el XVIII, se produjeron periódicamente por toda Europa oleadas de persecución de brujas. Todo empezaba con rumores sobre hombres y mujeres –sobre todo estas últimas– que supuestamente se reunían en asambleas nocturnas en algún lugar apartado para establecer allí un pacto con el diablo. Se decía que las hechiceras tenían capacidades mágicas para infligir daños a sus vecinos y que incluso podían volar de noche. Cuando las sospechas trascendían o alguien lanzaba una acusación, las autoridades, instadas a menudo por los vecinos, ponían en marcha un proceso de interrogatorios, denuncias y juicios que podía acabar con duros castigos, incluida la muerte en la hoguera.
CRONOLOGÍA
brujas a juicio
1370
Siguiendo la doctrina del papado, los tribunales de Castilla empiezan a castigar la brujería como si se tratara de un delito de herejía.
1526
Una junta de teólogos reunida en Granada aprueba un conjunto de estrictos requisitos para analizar los casos de brujería.
1550
Un enviado de la Inquisición censura la actuación de la Inquisición de Barcelona, que había quemado a cinco supuestas brujas.
1614
Tras los sucesos de Zugarramurdi, la Junta Suprema de la Inquisición dicta unas normas que ponen fin a las cazas de brujas.
1750
En la primera mitad del siglo XVIII, la Inquisición de Logroño instruye una cincuentena de procesos por brujería.
En las comunidades rurales había habido siempre personas reconocidas por saberes de tipo mágico. Podía tratarse de curanderos y sanadores que proporcionaban pócimas supuestamente milagrosas, o de adivinos que daban consejo en cuitas de amor u ofrecían algún amuleto protector… Este tipo de prácticas solían convivir sin mayores problemas con los ritos de la religión oficial, pese a que a veces se calificaran como supersticiones. Fue a partir del siglo XIII cuando los teólogos, convencidos de que el diablo intervenía directamente en el mundo material, comenzaron a vincular a los hechiceros con los demonios y a considerar que existía una conspiración de seguidores del diablo que actuaban contra los fundamentos del orden cristiano. En 1326, el papa Juan XXII, en la bula Super illius specula, consideró la brujería como una forma de herejía, lo que significaba que había que perseguirla con todo el rigor que merecían los enemigos de Dios. En 1484, Inocencio VII reafirmó esta posición.
El crimen de brujería quedó así definido en las leyes civiles y eclesiásticas. Se fue difundiendo la idea del brujo o la bruja como alguien que hacía un pacto con el diablo, practicaba maleficios, tenía la capacidad auténtica de desplazarse por el aire, asistía a asambleas o sabbat e incluso podía metamorfosearse a voluntad en otro ser. A la difusión de esas nociones contribuyeron los sermones de los clérigos y frailes y la misma actuación de los tribunales seculares y eclesiásticos.
Al mismo tiempo se compusieron numerosos tratados teológicos dedicados a la demonología, la «ciencia» que permitía reconocer los signos del demonio y que se aplicaba especialmente en las brujas. Uno de los más influyentes fue el Malleus maleficarum (Martillo de las brujas), que desde su primera edición en 1486 hasta mediados del siglo XVII se reimprimió treinta veces. Sus autores, los inquisidores alemanes Kramer y Sprenger, ofrecían una guía para la identificación de las brujas y la instrucción de sus causas. En la segunda mitad del siglo XVI, las obras de autores como Deneau, Bodin, Remy o el jesuita belga Martin Antoine del Río contribuyeron poderosamente a asentar la creencia en la realidad de la brujería. Frente a ellos, otros autores –como Cornelio Agrippa, Ulrich Müller, Samuel de Cassini o Johann Weyer– se mostraron escépticos sobre la realidad de los actos que se atribuían a las brujas y criticaron las persecuciones y procesos contra ellas.
DEBATE DE TEÓLOGOS
Este debate también llegó a España. A lo largo del siglo XVI, teólogos españoles como Alonso de Madrigal, Martín de Castañega, Pedro Ciruelo, Francisco de Vitoria o Francisco Suárez desarrollaron una doctrina demonológica que podemos considerar mixta. Aceptaban la existencia real de las brujas y sostenían que en ocasiones los vuelos y hechos portentosos que se les atribuían sucedían realmente, pero consideraban que muchas más veces eran fruto del engaño o de un ensueño. Por este motivo aconsejaban a los jueces que fueran prudentes a la hora de determinar lo que había ocurrido en cada caso.
La actitud de la Inquisición española en torno a la brujería siguió esa línea. En 1526, después del estallido de un brote brujeril en las montañas de Navarra que desembocó en la ejecución de más de 30 personas, el inquisidor general Manrique convocó una junta de teólogos en Granada para tratar sobre la cuestión. Por una ajustada mayoría de seis contra cuatro, la junta concluyó que, en ciertas ocasiones, los vuelos nocturnos con los que las brujas asistían a sus reuniones sacrílegas podían ser reales. No obstante, considerando que los hechos tocantes a brujería eran difíciles de tratar, los teólogos emitieron diez instrucciones acerca de cómo debían proceder los inquisidores en tales casos. En esas instrucciones se exigía que los jueces hicieran un análisis minucioso de los hechos para determinar si eran reales o podían atribuirse a fantasías y engaños diabólicos. También se disponía que nadie fuese detenido ni condenado solamente por la confesión de otros brujos o brujas, que las sentencias fueran acordadas por la totalidad de los inquisidores de cada tribunal y que antes de sentenciar a cualquier reo que se negara a confesar o fuese relapso (reincidente) se debía consultar al Consejo de la Suprema Inquisición.
BRUJAS LLEVADAS POR EL DEMONIO
Tras las disposiciones de 1526, los jueces inquisitoriales tendieron a desestimar las acusaciones de brujería o a concluir los procesos con absoluciones y penas menores. No obstante, en 1548, la Inquisición de Barcelona procesó a 33 mujeres por crímenes de brujería y cinco de ellas fueron quemadas en un auto de fe, celebrado el año siguiente. Antes de ello, el inquisidor había consultado a los jueces de la Audiencia de Barcelona y a nueve prelados sobre si esas brujas poseían realmente las facultades demoníacas que se les atribuían, y unánimemente le habían contestado que «estas brujas podían ir corporalmente llevándolas el demonio y podían hacer los males y muertes que confesaban, y debían ser muy bien castigadas». Sin embargo, cuando la Suprema, máxima instancia del Santo Oficio español, supo de lo sucedido, ordenó una investigación de la que resultó la destitución del inquisidor de Barcelona.
El episodio más grave de caza de brujas en el que se vio implicada la Inquisición fue el sucedido en el valle del Baztán a principios del siglo XVII. La caza de brujas que desarrollaba el juez Pierre de Lancre en la comarca francesa vecina de Lapurdi tuvo efectos entre las gentes del norte de Navarra. Las primeras delaciones llegaron al tribunal de Logroño en 1609 y dieron lugar al procesamiento de decenas de personas y la celebración de varios autos de fe. El más importante tuvo lugar el 7 y 8 de noviembre de 1610 en Logroño. Salieron 29 acusados de brujería, la mayoría vecinos y vecinas de Zugarramurdi y Urdax; seis fueron relajados al brazo secular para ser quemados en la hoguera y cinco más lo fueron en efigie por estar ya muertos. Para el tribunal inquisitorial todos eran brujas y brujos probados que habían cometido crímenes a petición del diablo. Las confesiones inducidas por las mismas autoridades eclesiásticas resultaron en miles de denuncias. En el área vasconavarra se había desatado una auténtica brujomanía.
SECTA DEMONÍACA
Con su actuación, el tribunal inquisitorial de Logroño rompía con la línea moderada en torno a la brujería que había caracterizado a la Inquisición española desde hacia al menos medio siglo. Dos de los inquisidores que promovieron los procesos de 1609 estaban firmemente convencidos de que acusados y acusadas formaban parte de una secta de brujos y brujas mucho más amplia, «basada en la apostasía de nuestra santa Fe y adoración del Demonio».
Estos informes críticos inspiraron unas nuevas instrucciones que la dirección inquisitorial publicó en agosto de 1614. En ellas, sin negar la posibilidad real de los vuelos y las asambleas nocturnas de brujos, se estableció que había que hacer un análisis crítico de las evidencias y los testimonios, y que convenía desestimar las confesiones logradas con el uso de la tortura y la coacción. La Inquisición añadió también otra consigna: guardar silencio respecto de los hechos atribuidos a las brujas, evitando por todos los medios su difusión. De esta manera se evitaría la propagación de rumores y que se creara un clima de pánicos colectivos. Como escribió el inquisidor Salazar, «de la disimulación ha nacido quietud». Siguiendo estos informes, la Suprema ordenó suspender las causas aún pendientes en el tribunal de Logroño y quiso reparar de algún modo a las víctimas, ordenando retirar los sambenitos expuestos en la iglesia y que deshonraban a sus familiares.
EL FIN DE LAS PERSECUCIONES
Las exigencias probatorias establecidas en 1614 hicieron que la brujería fuera para la Inquisición una herejía muy difícil de probar. Eso evitó más sentencias a muerte como las de 1610, pero no supuso que en España no hubiera cazas de brujas como las que se desencadenaron en otros países de Europa. La brujería y la hechicería eran delitos de fuero mixto, lo que significa que se podían ocupar de ellos tanto tribunales eclesiásticos como civiles. En España, como en el resto de Europa, fueron los tribunales seculares los que se mostraron más activos, y también más feroces, frente a la brujería. Aunque la Inquisición reclamó competencias exclusivas sobre estos delitos, no siempre lo logró y hubo así muchos brotes de brujomanía que escaparon a su control.
Entre 1614 y 1622 se desarrolló en el principado de Cataluña una dura persecución impulsada por cazadores de brujas «profesionales», curas crédulos y autoridades, que dio lugar a ejecuciones colectivas sentenciadas por las justicias locales. También en Vizcaya, Guipúzcoa, Burgos o Galicia las autoridades civiles condenaron a la hoguera a varias mujeres por brujas. La intervención de la Inquisición y de altos tribunales regios permitió reconducir, y en muchos casos frenar, los pánicos brujeriles. En cualquier caso, a partir de 1630 los procesos masivos comenzaron a decaer en la península ibérica.
LA GENTE SEÑALA
Pese a este declive, la Inquisición no dejó de actuar en casos de brujería y hechicería, considerándolos como delitos de superstición. Todavía en julio de 1700, el inquisidor general instaba a los inquisidores de Logroño a poner especial cuidado en perseguir y castigar brujas y hechiceras que «se dice abundan en ese distrito», después de que se hubieran producido quejas de familias que «padecen males de maleficios atribuidos a esta gente». Entre 1700 y 1750, el tribunal de Logroño abrió en torno a medio centenar de procesos por sospecha de brujería y hechicería.
Foto: Peabody Essex Museum / Bridgeman / ACI
Hechos como éstos revelan que en el siglo XVIII la creencia en la brujería seguía estando muy presente y muy arraigada en la vida cotidiana de la gente común, pese a lo difícil que resulta rastrear los casos cuando éstos no llegaban a los tribunales como los de la Inquisición.
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COSAS IMPOSIBLES DE CREER
Pedro de Valencia fue un prestigioso humanista extremeño que a principios del siglo XVII gozaba de la confianza del rey Felipe III. Cuando estalló el escándalo de las brujas de Zugarramurdi escribió para el Inquisidor general Bernardo de Sandoval un largo discurso en el que refutaba la creencia de que las brujas eran agentes del demonio. Para Pedro de Valencia, las confesiones de los procesados en el auto de fe de Logroño de 1610 no eran más que «casos soñados que jamás han pasado en el mundo ni se han escrito sino en poesías y libros fabulosos para entretenimiento y espanto de los niños y gente vulgar». Los testimonios sobre la celebración de asambleas nocturnas con el demonio a las que los brujos y brujas se trasladarían en sueños sólo se explicaban, a su juicio, por el efecto de los ungüentos alucinógenos que tomaban o como algún tipo de alienación mental: «Se debe examinar si los reos están en su juicio o si por demoníacos o melancólicos o desesperados han salido de él». El único castigo que contemplaba eran los azotes.
¿BRUJAS INFANTICIDAS?
Un ejemplo de la actitud moderada del Santo Oficio ante las acusaciones de herejía lo ofrece un caso que llegó a la Inquisición de Toledo en 1591. El vicario o juez episcopal de Alcalá de Henares había arrestado a varias mujeres acusadas de haber matado a niños. Una de ellas era Juana Izquierda, viuda de 60 años. Atemorizada por las torturas, confesó que «había estado una noche en la alcoba y habían pasado junto a ella 14 o 15 brujas y entre ellas algunos hombres y la habían pegado el ungüento y llevándola consigo al campo a donde habían bailado y cantado marmullando, tomando en un azufre». Otra noche «la habían llevado por fuerza a casa de un herrador que era padre de una criatura que la dicha mujer confesaba haber muerto en compañía de estas […]. A la ida había ido por el aire alante de un palmo del suelo y a la vuelta vino por su pie». Llevada al Santo Oficio Juana «negó haber sido bruja y dijo que todo lo que había confesado ante el vicario de Alcalá había sido por miedo del tormento». Los inquisidores la condenaron a algunas penitencias.
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UN SABBAT INFERNAL
En la primera mitad del siglo XVII, los episodios de caza de brujas inspiraron a muchos pintores que hicieron representaciones de sabbats o aquelarres. El óleo reproducido sobre estas líneas (La cocina de las brujas. Colección Estatal de Pintura de Baviera, Neuburg) es del neerlandés Frans Francken el joven y pertenece a una serie sobre el mismo tema elaborada en la primera década del siglo. Se cree que evoca un caso real, el de una mujer originaria de Estrasburgo que fue quemada en Amberes en 1603. En el cuadro aparecen varios elementos característicos de las historias fantásticas que circulaban en torno a los tratos de las hechiceras con los demonios. Dos jóvenes parecen prepararse para yacer con el diablo (1). Una bruja anciana está aplicando un ungüento en la espalda de una joven bruja (2), lo que le permitirá volar. A través de la ventana se ven varias brujas emprendiendo el vuelo sobre escobas (3), y otras dos lo hacen por el hueco de la chimenea (4). Varias mujeres dirigen plegarias a un demonio encaramado en un trípode (5), mientras que a su lado otras preparan una pócima en un caldero (6), para el que quizás han usado los extraños ingredientes que se muestran en primer plano, entre ellos un sapo y un monstruo con un solo ojo (7).
ROMA SIGUE EL EJEMPLO ESPAÑOL
En Italia, al ocuparse de la brujería como una herejía, la Inquisición romana mostró la misma moderación que la Inquisición española. En su Historia de la Inquisición española, Henry Charles Lea destaca las instrucciones que el órgano supremo de la Inquisición romana dio a sus jueces, en las que prescribía un procedimiento «globalmente basado en las instrucciones de la Inquisición española de 1614», según el historiador norteamericano. Así, se limitaba el uso de la tortura y se prohibía dar valor al testimonio de quienes aseguraban haber estado en un sabbat o aquelarre por considerarlo fruto de una ilusión. Curiosamente, los papas se mostraban más convencidos de la realidad de la brujería y de la necesidad de castigarla con la máxima severidad. En 1623, por ejemplo, Gregorio XV publicó un decreto que agravaba los castigos contra brujos y brujas: si sus actos habían causado una muerte (por ejemplo, de un niño), serían entregados a la justicia secular para que los ejecutase, mientras que los que provocaran daños personales o en las cosechas y ganado sufrirían cadena perpetua.
Sabbat-de-brujas-representado-por-el-aleman-Hans-Baldung-Grien-grabado-en-madera-1510_bc035ec4_800x1059Foto: Herbert Boswank / RMN-Grand Palais
En Italia, al ocuparse de la brujería como una herejía, la Inquisición romana mostró la misma moderación que la Inquisición española. En su Historia de la Inquisición española, Henry Charles Lea destaca las instrucciones que el órgano supremo de la Inquisición romana dio a sus jueces, en las que prescribía un procedimiento «globalmente basado en las instrucciones de la Inquisición española de 1614», según el historiador norteamericano. Así, se limitaba el uso de la tortura y se prohibía dar valor al testimonio de quienes aseguraban haber estado en un sabbat o aquelarre por considerarlo fruto de una ilusión. Curiosamente, los papas se mostraban más convencidos de la realidad de la brujería y de la necesidad de castigarla con la máxima severidad. En 1623, por ejemplo, Gregorio XV publicó un decreto que agravaba los castigos contra brujos y brujas: si sus actos habían causado una muerte (por ejemplo, de un niño), serían entregados a la justicia secular para que los ejecutase, mientras que los que provocaran daños personales o en las cosechas y ganado sufrirían cadena perpetua.
LA INQUISICIÓN INVESTIGA UN AQUELARRE
Al conocerse las primeras redadas de supuestas brujas en el valle del Baztán en 1609, los dirigentes de la Inquisición en Madrid ordenaron el examen de los testimonios sobre las reuniones nocturnas de hechiceros y los maleficios que éstos llevaban a cabo. Con este fin remitieron un meticuloso cuestionario a la Inquisición de Logroño, del que a continuación ofrecemos un extracto.
El Aquelarre, cuadro de Francisco Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). "El cuadro queda dominado por la figura de un gran buco bobalicón y cornudo, que bajo la luz de la luna avanza sus patas delanteras en gesto tranquilo y mirada ambigua para recibir de dos brujas la ofrenda de niños que tanto le agradan... Ello evoca la descripción recogida por Mongastón [del proceso de las Brujas de Zugarramurdi de 1610] que refiere cómo dos hermanas, María Presona y María Joanato, mataron a sus hijos "por dar contento al demonio" que recibió "agradecido" el ofrecimiento... También vemos a media docena de niños, varios de ellos ya chupados, esqueléticos y a otros colgados de un palo".1
Una de las cuevas de Zugarramurdi donde se reunían las brujas.Foto: Documenta / Album
Al conocerse las primeras redadas de supuestas brujas en el valle del Baztán en 1609, los dirigentes de la Inquisición en Madrid ordenaron el examen de los testimonios sobre las reuniones nocturnas de hechiceros y los maleficios que éstos llevaban a cabo. Con este fin remitieron un meticuloso cuestionario a la Inquisición de Logroño, del que a continuación ofrecemos un extracto.
Preguntas que se han de hacer a los reos y testigos en materia de brujas
- ¿En qué días tenían las juntas?
- ¿Cuánto tiempo estaban en ellas?
- ¿A qué hora iban y volvían?
- Estando allá o yendo o viniendo, ¿oían reloj, campanas o perros o gallos del lugar más cercano?
- ¿Iban vestidas o desnudas? ¿Dónde dejaban los vestidos? ¿Los hallaban en la misma parte o en otra?
- ¿Cuánto tiempo tardaban en ir desde sus casas al lugar de las juntas?
- ¿Se untan para ir a las dichas juntas? ¿En qué parte?
- ¿Tienen por cierto que van corporalmente a las dichas juntas, o con el ungüento se duermen y se les imprimen las dichas cosas en la imaginación o fantasía?
Inquisidor-detalle-de-una-pintura-de-Jean-Paul-Laurens-siglo-xix_556a0563_800x997.Foto: Erich Lessing / Album
El enviado de la Inquisición, Alonso de Salazar Frías, recorrió durante ocho meses un amplio territorio entre Navarra, Guipúzcoa y Álava, interrogando a más de 1.800 personas a las que planteó las preguntas ordenadas por la Suprema.
Los resultados confirmaron sus sospechas sobre la falta total de base de los relatos sobre aquelarres y reuniones con el demonio. Su conclusión fue: «No he hallado certidumbre ni aun indicios de que colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado en cuanto a las idas de aquelarres, asistencia de ellos, daños ni los demás efectos que se refieren».
Este artículo pertenece al número 210 de la revista Historia National Geographic.
- ¿En qué días tenían las juntas?
- ¿Cuánto tiempo estaban en ellas?
- ¿A qué hora iban y volvían?
- Estando allá o yendo o viniendo, ¿oían reloj, campanas o perros o gallos del lugar más cercano?
- ¿Iban vestidas o desnudas? ¿Dónde dejaban los vestidos? ¿Los hallaban en la misma parte o en otra?
- ¿Cuánto tiempo tardaban en ir desde sus casas al lugar de las juntas?
- ¿Se untan para ir a las dichas juntas? ¿En qué parte?
- ¿Tienen por cierto que van corporalmente a las dichas juntas, o con el ungüento se duermen y se les imprimen las dichas cosas en la imaginación o fantasía?
El enviado de la Inquisición, Alonso de Salazar Frías, recorrió durante ocho meses un amplio territorio entre Navarra, Guipúzcoa y Álava, interrogando a más de 1.800 personas a las que planteó las preguntas ordenadas por la Suprema.
Los resultados confirmaron sus sospechas sobre la falta total de base de los relatos sobre aquelarres y reuniones con el demonio. Su conclusión fue: «No he hallado certidumbre ni aun indicios de que colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado en cuanto a las idas de aquelarres, asistencia de ellos, daños ni los demás efectos que se refieren».
Este artículo pertenece al número 210 de la revista Historia National Geographic.
Impresionante 👍👍👍👍
ResponderEliminarQue tema más impresionante, 😲
ResponderEliminarHorror
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