viernes, 8 de noviembre de 2019

FLORENTINO GALVEZ SAAVEDRA : REVISTA FOLKLORE PRIMERA EDICIÓN .- SETIEMBRE 1,942 .- AÑO: 1 .- N° 1 .- EL AGUA QUE DETIENE AL VIAJERO (Leyenda)

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., continuamos con la difusión de los reportajes publicados en la Revista Folklore - Primera Edición - Setiembre de 1,942 - Año 1 - N°1; bajo la dirección del poeta ayabaquino Florentino Gálvez Saavedra, más conocido en el ambiente literario como : Florencio de la Sierra.
Hoy publicamos el reportaje : El Agua que detiene al Viajero (Leyenda), por Julio Garrido Malaver

Firmaba todos sus poemas con el seudónimo de "Florencio de la Sierra", pero en realidad era el profesor FLORENTINO GALVEZ SAAVEDRA, nacido el 14-03-1903, Publicó entre otros libros de poesía: “Aúllan los perros” (1951) con portada del artista plástico Essquerriloff, “Capullos de Rocío” (1959) con portada de César Calvo de Araujo, y “Danza de serpientes” (1963) con portada de Raúl Vizcarra. Fue Director de la Revista Folklore, que se publicó por primera vez en Setiembre de 1,942;  murió en Lima;  el 17 de noviembre 1964. Su existencia real fue después de 61 años vividos en su tierra natal, Lima, Piura, Bolivia y Chile. Foto: Cedida por Rosa Hortencia Morocho Sánchez.

Aquí en la imagen observamos a Julio Garrido Malaver, es copia de la Revista Folklore. Primera Edición Setiembre 1942 Año 1 - N°1.
Foto: Archivos del Blog: A Vuelo de un Quinde.

Este es el logotipo de la Revista Folklore, con el que se editó las obras del poeta Florencio de la Sierra
Foto: Archivos del Blog: A Vuelo de un Quinde.

El agua que detiene al Viajero (Leyenda).
Por : Julio Garrido Malaver

Por esos caminos de la sierra, tan distintos y tan solos a veces, va el hombre, como fue ayer, como irá quien sabe siempre; a caballo o a pie, y tras ese "algo" que no tenemos nunca del todo.
Por esos caminos que en Verano son duros par la planta peregrina y donde el viento que se gasta las manos levantando polvo. Que en Invierno son rutas de agua cargada de granizo, pastos, ramas y hojas arrancadas. Que en Primavera son sendas visceladas de flores silvestres para el desliz luminoso de las manos y el aleteo vivaz de los picaflores. Que en Otoño están llenos de promesas frutales que nos alcanzan los labios al picoteo insistente de los pájaros.
Por esos caminos de la sierra, que se abren como pechos francos y que también se reducen hasta perderse en las neblinas y en las encrucijadas de las rocas inconmovibles.
Por esos caminos que todo serrano, desde niño, aprende de memoria, iba yo, seguro que le había ganado la delantera al Sol. Desde muy chico me acostumbré a ello. Cuando el Sol hizo su presencia por sobre las montañas, le dije como de costumbre, con alegría:
--- ¡Te gané la salida otra vez más!
De  muchacho creo que le gané siempre, puesto que el amable caldo de viajero que lo servía mi Madre al primer canto del gallo. Y los gallos de la sierra son el reloj popular y preciso. Nunca empinan voz antes de las cuatro de la mañana. Si lo hacen, la gente piensa:
--- ¡ Habrá peste o hambruna !
Y el anuncio ha tenido confirmaciones.

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Iba yo con mis veinte años en vida y una oculta misión tras de la frente. Lo había hecho muchas veces. Al principio, me pesaba demasiado el mensaje. Después, no era sino una pluma sutil tras de mis ojos. Y es que el peligro a los veinte años suele ser ala; y el vuelo es necesario para el hombre.
Por aquellos caminos de la sierra, ¡mi sierra!, aprendí muchas cosas, olvidando el humo con que nos llena la vida en sus asaltos de tentación y de mentiras. Aprendí a amar a las distancias, las tempestades, los ventarrones, los silencios, los truenos, los relámpagos, los árboles, los ríos.............
Era el mes de abril. Muy alto ya el día.
Me iba jugando con los charaquiñanes. Huyendo de los ojos malos que persiguen con sus miradas de veneno. De las manos que azotan a todo lo que puede ser el preludio de alguna claridad.
En todos mis descansos hacía señas para que con los años crecieran. Y gritaba para que las rocas se movieran un día.....
En una loma verde y muy baja me detuve a contemplar el caserío pequeño con su vida tranquila. No había un hombre en las pobres callejas. Ni bulla de niños. Todo lo humano se había volcado a los campos desde donde me llegaba un perfume de tierra, yerba y semillas.
Las puertas de maguey, cerradas y los gatos guardianes lamiéndose el Sol en los mostachos.
Las gallinas y los pollos juntando granos y pedriscas, gusanillos y hojas. Y los gallos cavando con sus empenachadas alas las ruedas de sus galanterías. Y el humo de las chozas haciendo tirabuzones contra el cielo. Y los perros ladrando hacia el cerro lejano cubierto de nieve. Y el relinche de los potros más nuevos picando el retozar de las yeguas.
No había más en el caserío y sus campiñas. ¡Era la paz feliz de un rincón serrano!
Puse mi mano horizontal. Levanté un dedo. Era más de medio día.

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Camino de Huamachuco y sin que una sola palabra ajena se hubiese colgado en mis oídos para traviescar o para sentenciarme.
Contaba mis eslabones. Y me decía únicamente para mi:
--- "El hombre
mientras más viaja
llega más
y no acaba de llegar..."
Así me iba, cuando de pronto el camino se me hizo media vuelta de luz hacia el adentro de una hoyada.
Abajo, a la punta de una "quengo", iba un viajero prendido a la marcha de un caballo lento y cargado de abultadas alforjas como colgando del cielo. No me costó mucho alcanzarlo. En puntillas estaba ya a sus espaldas. Creo que tenía apretado contra su pecho un padrenuestro, por que dijo su Amén, se persignó, sacó un tabaco, arrojó unas pitadas y volvió a mirar el cielo que parecía oscurecerse repentinamente. Y como si se alegrara de la lluvia próxima a desencadenarse, le hice con aguda voz este saludo:
--- "Mañana cuando me muera
me han de poner mi sombrero.
No se que en la otra vida
me coja algún aguacero"
Yo le hice un estornudo forzado y me dio en los ojos con los suyos negros y hondos. Nos reconocimos. Era el cholo Fabián de mi tierra, metido de la noche a la mañana a negociante de sombreros de paja.
--- ¡Cholo hermano! me dijo.
--- ¡Cholo!
Y nos dimos el apretado abrazo de identidad.

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Comimos el fiambre sin interrumpir nuestro andar
Me contó sus planes. Sus ambiciones. Tenía madre y hermanos. Yo le ofrecí algunos granos míos y aunque no estuvo por "mis siembras" me abrió su cobre de secretos.
Era el de mi tierra. Habíamos nacido en la misma semana. Cholo guapo para las trompadas y entrador para las mujeres, había corrido muchas "aventurillas". Hablamos de las buenamozas de nuestro pueblo.
--- Con todas ellas había pensado casarme, --- me dijo
--- Pero...
--- Pero no vale la pena casarse.
Discutimos sobre esto y me cerró con este disparo y una risotada:
--- ¡Mejor es la vida del picaflor!

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Parecía que en el cielo una mano batía las sombras.
El viento ladrarín nos picó en las espaldas y hasta nos dio fuertes pechadas. El caballo metió su rabo entre las piernas y apagó sus orejas. Un rayo abrió la fulguración de un relámpago. Y a un voz dijimos:
--- Va a llover
--- Va a llover!
Por la coincidencia nos dimos la mano:
--- Cumpita!
--- Cumpa!

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Había llovido mucho y seguía lloviendo. Bajo las tempestades de la sierra y la lluvia que nada nos deja seco sentimos sed y la aplacamos simplemente con agua. Pero las avenidas enturbian los riachuelos y hay que juntar la escarcha de las hojas. Hay que besar las hojas secas. Pero esa vez, ello no era posible, puesto que la tarde nos ganaba, anunciando la noche y teníamos que llegar con alguna claridad a Huamachuco.
--- ¡Caramba esta sed!
--- Beberemos al llegar al pueblo.
Y apenas hube terminado de hablar entramos a un recoveco del camino bajo matas espesas y nos dimos con una fuente. Yo la sabía allí y por ella había querido llevar los pasos de mi compañera por otra ruta. El cholo "ojos de halcón" que advirtió la presencia del agua limpia me ganó la delantera y se empinó en la fuente. Juntó agua en su sombrero. Iba a tomarla pero se lo impedí agarrándole por la muñeca.
--- Si es agua limpia! me advirtió
--- Lo se pero no puedes tomarla
--- Que agua más linda! Estalló su admiración.
Y el agua era mas cristalina que un cielo concentrado. La junté en una mano y le espeté al cholo, esto que me contaron hace muchos años en una rueda de viejos campesinos y mitayos:
--- "Que fue una mujer muy bella. Que se fugó de su hogar, contraviniendo a sus padres y a sus dioses, con un mozo que tenía los cabellos de Sol. Habían venido de muy lejos. Perseguidos por todas partes decidieron escapar por tierras cuya existencia la supieron de oídas. En este sitio los alcanzaron sus perseguidores y dieron muerte al amante con una lanza de rayo. La bella lloró desconsolada día y noche hasta que una tarde se convirtió en piedra. Esta piedra que ves, es la tal mujer condenada. Estas gotas de agua que oyes caer son las lágrimas que llorará hasta el fin del mundo....."
--- Catay eso si está bueno
Me interrumpió Fabían.
--- Pues bien, los dioses maldijeron a mujer tan hermosa, y prohibieron compasión alguna de hombre mancebo. El mancebo que tomara sus lágrimas --- El agua de la fuente --- no volverá más a la tierra donde ha nacido.
El cholo se rió hasta hacerme doler los oídos.
--- Se bebió el agua y exclamó colmado de alivio:
--- Rica  ¡Riquísima!
Yo, cerrados mis ojos, hice presencia de la leyenda.
Vi a la bella. Su amor. Su martirio. Llorando hasta que se le ensangrentaron los ojos y se le rompieron los senos.
Cuando abrí los ojos, en el espejo del agua vi reflejado mi semblante lleno de cruces.... El gotear de la fuente. La tazuela labrada por el gotereo... Y muchas imágenes. Estaba anocheciendo.
Fabián se fue por su camino y yo por el mío.
--- Adiós!
--- Adiós!
Pasaron los años. Un día caí por Huamachuco. Era Domingo de mayo. Conversaba en la plaza con un viejo amigo. No sé de qué rincón de mi conciencia surgió esta pregunta:
--- ¿Y qué es del cholo Fabián?
Y supe que desde abril de 1,933 no había regresado a Celendín. Que se casó. Más tarde lo mataron.
Una vez más se había cumplido la leyenda del agua que detiene al viajero.


NOTA:
Esta copia es fiel de la original que fue publicado en la Revista Folklore. Primera Edición, Año 1, N° 1. Setiembre de 1,942.
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com
ayabaca@hotmail.com
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