La isla Ascensión es un pequeño punto de color verde en el Atlántico, entre América y África, sobre la placa sudamericana; un territorio volcánico británico donde hace calor y frío al mismo tiempo. Es un lugar donde el naturalista Charles Darwin ayudó a inspirar un cambio alarmante, según escribe para la BBC el cronista de viajes Matthew Teller.
Un trozo de territorio británico abandonado en la zona tropical del Atlántico a medio camino entre Brasil y África, Ascensión es un lugar de una rareza imperecedera.
Oficialmente, nadie es de allí.
El gobierno de Reino Unido niega el derecho de residencia, de manera que los alrededor de 800 ciudadanos británicos de Ascensión -algunos de los cuales han vivido en la isla durante décadas- son visitantes temporales.
Para entrar, uno debe obtener un permiso por escrito del representante de la Reina, conocido con el título de Administrador.
El aeropuerto -cuya pista fue una vez la más larga del mundo, diseñada para dar cabida al Transbordador Espacial- es operado por la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que le otorga acceso limitado a Reino Unido.
Fue desde Ascensión donde la Agencia Espacial estadounidense NASA rastreó los aterrizajes en la Luna de la misión Apolo. La Agencia Espacial Europea supervisa los lanzamientos de cohetes desde allí.
Las cimas de los cerros de toda la isla están decoradas con antenas de fase y parabólicas, pero nadie está dispuesto a revelar quién está escuchando, y para qué.
Las voces sobre la lava
El peculiar entorno natural de Ascensión es el escenario perfecto para toda esta extrañeza.
Una tarde sofocante pasé por la pista de aviación Wideawake, que significa "totalmente despierto", y que se cree popularmente que fue nombrada así por su papel como una escala para repostar los vuelos nocturnos de la Real Fuerza Aérea entre Reino Unido y las Islas Malvinas/Falklands.
Sin embargo, un poco más allá, en dirección a la costa, me di de narices con la verdadera razón para el nombre: cientos de miles de gaviotas oscuras o monjas, conocidas como "wideawakes" por sus constantes graznidos, sin cesar día y noche a través de llanuras de lava seca.
En términos geológicos, Ascensión es un bebé.
Es la punta de un volcán submarino que se elevó por encima de las olas hace sólo un millón de años.
Es posible que hubiera estado en erupción tan recientemente como en el siglo XVI.
El golpeteo del Atlántico apenas está comenzado a erosionar los flujos de lava retorcidos de color negro carbón que rodean la costa de la isla, con la apariencia de haberse enfriado apenas ayer.
La mayor parte de sus 88 kilómetros cuadrados es tan caliente y seca como un desierto.
Lo poco que hay de tierra es escoria.
Un misterio y una tragedia
Antes de que los británicos se establecieran en 1815 estaba deshabitada.
Hasta entonces, el animal terrestre más grande era una variedad de cangrejo de tierra.
Los buques no se quedaron.
Sin embargo, unos marineros que llegaron de visita en 1726 encontraron una tienda de campaña y un diario.
Descubrieron que pertenecían a Leendert Hasenbosch, un marino holandés al que habían dejado en Ascensión del año anterior, como castigo por ser homosexual.
El diario registra su búsqueda cada vez más desesperada de agua y suministros, hasta que recurrió a beber la sangre de tortugas y aves marinas y, finalmente, su propia orina.
El final del pobre hombre es desconocido; nunca se descubrió su esqueleto.
Darwin y su amigo Hooker al rescate
Casi 80 años más tarde, cuando los británicos se guarnecieron en Ascensión para desalentar los intentos de los franceses para rescatar a Napoleón -quien había sido exiliado a Santa Elena, el punto de tierra más cercano unos 1126 kilómetros al sureste-, ellos también se encontraron prácticamente sin agua dulce.
"Cerca de la costa, no crece nada", escribió Charles Darwin.
"La isla está totalmente desprovista de árboles".
Darwin discutió cómo hacer a Ascensión más habitable para los seres humanos con su amigo Joseph Hooker, quien estuvo de visita en 1843. Hooker, quien más tarde fue el director del Real Jardín Botánico de Kew, ideó un plan.
Se encargaría de plantar árboles por toda la cumbre de 859 metros de Green Mountain, el punto más alto de la Ascensión. El follaje atraparía la humedad de los vientos cálidos del sureste que soplan continuamente, dejando que se escurra hasta el nivel del suelo para asegurar un suministro de agua para las tropas.
Además, introduciría hierbas para que hubiera pastos para el ganado, y tierra para plantar vegetales.
¿Logro o desastre?
"Como se puede ver por la vegetación que nos rodea, este plan fue un éxito espectacular", me dice el biólogo Dr. Sam Weber, envuelto en la niebla en medio de un pequeño bosque de árboles ficus, bambú, jengibre y guayaba que envuelve Green Mountain en la actualidad.
Estamos a pocos minutos en auto de las sofocantes llanuras de lava, pero aquí arriba, es agradable y hay brisa.
"El que haya hecho lo correcto es otra cuestión. Si se juzga con los estándares de hoy en día, muchos científicos dirían que esto es un desastre", señala.
"A nivel superficial parece un paraíso tropical -está húmedo, hay un montón de plantas- pero si uno rasca la superficie realmente no va mucho más allá de eso. No hay ninguna de las complejas interrelaciones que cabe esperar de un verdadero bosque tropical nuboso, y todas las especies que estaban aquí están desapareciendo", explica.
Se refiere a los pocos y frágiles pastos que crecían en la isla antes de que el Homo sapiens atracara en sus costas, incluyendo el diminuto helecho perejil, cuyo tamaño es la mitad de la longitud de tu dedo meñique.
Durante mucho tiempo se pensó que estaba extinto, pero fue redescubierto en 2009 aferrado a un peñasco aislado en Green Mountain y, después de una cuidadosa propagación en Kew, ahora se está sembrando nuevamente en su medio natural.
Lo que la BBC trajo de México
Hooker, para ser justos, sabía que su plan de plantación afectaría a los helechos endémicos. Lo que tal vez no anticipó cuántos estragos causaría.
"No creo que alguna vez llegará al punto en que podamos llamar a Green Mountain un ecosistema completamente funcional, al menos no en el corto plazo; tomaría miles de años", dice Weber.
"En este momento es un lío desordenado de especies invasoras. Unas tras otras se vuelven dominantes, o se van muriendo, mientras otras especies invaden las aceras, lo que reduce el valor de la montaña para los caminantes".
Las cosas han ido demasiado lejos para intentar la restauración del medio ambiente degradado de la isla.
Y la BBC no ayudó.
Sus ingenieros llegaron a mediados de los años 60 para construir transmisores para emitir programación de Servicio Mundial a África y América del Sur.
Construyeron un nuevo pueblo, a unos pocos kilómetros hacia el interior de la somnolienta capital, Georgetown, y plantaron un tipo de árbol de mezquite, conocido como espina mexicana, para retener la tierra seca.
Hoy, el seco, rígido y espinoso mezquite está desbordado y domina zonas enteras de terreno de Ascensión.
"Una estimación conservadora es que ahora hay unos 38.000 de estos arbustos", lamenta Weber.
"Es muy difícil de controlar -echa raíces que pueden tener de 20 a 30 metros de profundidad- por lo que estamos explorando métodos biológicos de control para traer las especies de plagas que son específicas de este arbusto en su área de distribución natural".
Esto, junto con el trabajo de Weber, que introdujo ficus en Green Mountain como hábitats improvisados para los helechos nativos que luchan por sobrevivir, hacen de Ascensión aún más rara.
Las tortugas en la posición correcta
Las cosas se han ido demasiado lejos como para intentar la restauración del medio ambiente degradado de la isla.
El plan de Weber ahora es el uso de especies invasoras como parte de una estrategia más amplia, dirigida a revertir durante el próximo siglo o dos algo del provocado por Hooker y Darwin.
Ese plan de largo plazo se extiende al medio marino.
Durante la mayor parte de los 500 años en los que los seres humanos han estado visitando Ascensión, las tortugas han sido la cena.
Los marineros capturaban estos animales -que pueden pesar tanto como 250 kg- y las llevaban en sus buques bocarriba, para mantenerlas vivas pero inmóviles, a veces durante semanas, antes de hervirlas para hacer sopa.
Esta "cosecha" terminó en la década de 1930. Pero las crías tardan décadas en alcanzar la madurez y poner sus huevos en la playa donde nacieron. Por ello, el número de tortugas de la Ascensión sólo empezaron a aumentar en la década de 1970.
"Desde entonces hemos visto una recuperación increíble en el número de tortugas marinas", dice la directora de Conservación de Ascensión, Nicola Weber.
"Realmente estamos ahora viendo los efectos positivos de la interrupción de la cacería".
En ese contexto, el hecho de que mientras escribo este artículo una tortuga me esté bañando de arena con su aleta se siente como un privilegio.
BBC Mundo Noticias
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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