Cuando Carmen Aguirre tenía 13 años de edad fue atacada por un extraño en el bosque cercano a su casa.
Era el verano de 1981 en Canadá, y el hombre era conocido como "el violador de la bolsa de papel".
El apodo se debía a que eso era lo que le ponía a los niños sobre las cabezas para que no lo pudieran identificar.
Fue una experiencia que afectó profundamente sus relaciones afectivas, así como su carrera como actriz y escritora.
Pero 33 años después decidió ir a conocer a su agresor, John Horace Oughton, en la cárcel.
Carmen sabía de la existencia del violador que había aterrorizado el área metropolitana de Vancouver durante años, como le contó a la BBC.
"Había oído sobre él antes de que me atacara, porque siempre estaba en las noticias y todo era muy sensacionalista.
Era muy conocido por su apodo, y era común que la policía viniera al colegio a advertirnos sobre el 'violador de la bolsa de papel'... tan común que parecía casi irreal. Casi como cuando te decían va a venir el coco o el hombre del saco.
Era un domingo y era el primer día soleado y caluroso del año, que es una gran cosa en Vancouver.
Mi prima, que tenía 12 años, y yo, nos pusimos nuestros vestidos de primavera y nos fuimos a pasear por la vecindad y terminamos en mi colegio, que estaba rodeado de un bosque.
Vimos que iba a empezar un partido de fútbol entre un equipo canadiense y uno chileno.
Le habíamos robado un cigarrillo a mi tío.
Decidimos escondernos en el bosque, fumarnos el cigarrillo y luego ver el partido.
Nos metimos en el bosque, como lo habíamos hecho desde que éramos pequeñas. No estábamos muy lejos: unos diez pasos adentro, de manera que podíamos ver la cancha.
Cuando íbamos a salir, escuchamos una voz que venía de detrás del árbol que teníamos al frente, diciéndonos que nos diéramos vuelta, pusiéramos las manos en nuestras cabezas y no miráramos para atrás pues tenía una pistola.
Hizo que nos internáramos en el bosque, nos obligó a tirarnos al suelo bocabajo y empujó nuestras caras en la tierra"
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Durante las siguientes horas nos torturó psicológicamente.
Inmediatamente nos pidió que le murmuráramos en el oído -para que no pudiéramos cambiarlas- nuestras direcciones, nombres de nuestros padres y teléfono; nos dijo si le decíamos a alguien qué había pasado, él iría a matarlos a todos.
Además me decía repetidamente: 'eres una puta; sé que viniste aquí a encontrarte conmigo; teníamos un plan', todo para que mi prima creyera que yo la había llevado a propósito.
Tras unas dos horas de eso, empezó a amenazarme con que si no hacía el amor con él, me mataba.
Y mi respuesta fue: no es amor, es violación, y prefiero morir.
(Fui criada por una madre feminista radical y todo eso lo aprendí de ella: qué es violación, qué la agresión sexual, qué son relaciones sexuales consensuadas...).
Por un rato trató de convencerme y yo le seguí diciendo: sencillamente mátame.
Entonces me dijo que tenía un hacha y una sola bala; que iba a cortar a mi prima en pedazos y yo lo iba a ayudar y después usaría la bala para matarme.
Le dijo a mi prima que eso era lo que yo quería. Y ella le creyó.
Me dio 10 segundos para pensar y los contó en voz alta. Cuando llegó al final, mi prima me miró y me suplicó: 'por favor, hazlo por mí'.
Por eso lo hice.
Yo aún no sabía que era 'el violador de la bolsa de papel' porque no usó una bolsa. Me obligó a vendarme los ojos con mi propia camisa"
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Cuando el ataque llegó a su fin, Carmen y su prima decidieron ir a denunciarlo a la policía, a pesar de las amenazas.
El proceso mismo también fue traumatizante.
"Fueron tan cordiales como podían. Operaban en un sistema que ya no existe. Hicieron todo mal.
Yo estaba en estado de shock, estaba temblando de una manera tan descontrolada que casi no podía sostenerme de pie ni sentada, estaba sangrando. Mi prima también estaba en estado de shock.
En vez de llevarnos inmediatamente al hospital, tuvimos que darles un informe inicial, en el que formularon preguntas que ahora serían consideradas muy ofensivas:
'¿Está segura de que usted no quería que pasara?', '¿Cómo estaba vestida?', '¿Esa es la falda que tenía puesta? Es muy apretada'.
Las estaban leyendo: eran las preguntas requeridas.
No fue sino hasta que me llevaron al hospital y estuve en la presencia de una enfermera muy amable que tomó mi mano, que me empecé a calmar un poco.
Por un lado, yo sabía que se trataba de una violación y que yo no tenía la culpa, y por otro estaba convencida de que yo era completamente responsable por lo que me había pasado.
Enterarse de que se trataba del "violador de la bolsa de papel" le permitió sentirse menos culpable, pero no del todo. También hizo que el caso se tomara muy en serio.
"Era un psicópata conocido, y sigue siendo el peor pederasta en la historia de Canadá, por el número de víctimas.
En esa época no había ayuda psicológica.
La forma en la que lidié con eso inicialmente fue hablando de ello todo el tiempo... no con mi familia, pues sabía que les dolería, pero sí con mis amigas en el colegio.
Lo contaba de una manera muy ajena a mí. El sendero por el que nos llevó estaba ahí mismo, al frente del colegio, así que siempre estaba presente.
Con mi prima se desarrolló la relación más cercana que tengo. Sólo nosotras sabemos lo que nos pasó exactamente ese día.
A principios de la primavera de 1985, cuatro años después, Carmen recibió una llamada telefónica de la policía.
Un hombre había sido apresado y ella debía ir con su prima a identificarlo.
"Cuando entré en la habitación, me dio vuelco el corazón porque había 12 hombres al otro lado del vidrio muy parecidos unos a otros.
Me estaba dando por vencida, hasta que se acercó el último y vi que tenía las manos empuñadas. No sé por qué me acordaba de las manos. Sentí escalofríos, fue instintivo: supe que era él.
Cuando su foto apareció en todos los medios, era el hombre que yo había señalado.
Mi prima y yo sabíamos que él tenía toda nuestra información, así que el que estuviera tras las rejas nos hizo sentir más seguras.
10 años más tarde, empecé ha estudiar teatro y, en una clase de voz, tuve un flashback (recuerdo involuntario) de la violación. Era la primera vez que me sucedía.
Pensé que ya con eso había exorcizado el trauma. Todavía estaba en la etapa de la negación sobre el efecto que había tenido en mí. Pero en la escuela me dijeron que tenía que ir a terapia.
Fue entonces que empecé el largo proceso de recuperación.
En 1995, la madre de Carmen le mostró un artículo en un periódico en el que la última y la única víctima adulta de Oughton llamaba a otras a asistir con ella a las audiencias que consideraban si merecía libertad bajo palabra.
La mujer lo había estado haciendo pero las otras no sabían que podían ir. Carmen, así como otras víctimas más, al enterarse, acudieron.
"Nos encontramos, compartimos historias, formamos una comunidad.
Seguimos yendo y ahora mis sentimientos son muy neutros cuando estoy ahí. Es activismo. Para los jueces que lo tienen que entrevistar y decidir si lo dejan en libertad, es conmovedor vernos.
En todo caso, no se la darían, pues él no ha expresado remordimiento por lo que le hizo a lo que ahora dice fueron cientos de víctimas".
Tras asistir a 14 audiencias, Carmen y Laura, otras de las víctimas, preguntaron si lo podían visitar en la cárcel.
"Para mí, era un cierre. Nunca lo vi frente a frente, ni cuando me violó, ni en las audiencias, pues siempre estaba lejos y lo que veíamos era su espalda o su perfil.
Sentí que era importante tenerlo al otro lado de una mesa, en una situación en la que yo tenía el control, y mirarlo a los ojos.
Mi amiga Laura -que fue atacada cuando tenía 8 años de edad- lo explicó diciendo: 'necesito conocer al hombre con el que he tendido una relación toda mi vida'.
Ninguna de las dos esperábamos nada de él.
Estábamos preparadas para que nos culpara, pues eso era lo que hacía en las audiencias. Decía: 'Yo soy la víctima. Estas niñas querían lo que les di'.
Lo saludé diciéndole: '¡Hola John, qué gusto volver a verlo!'
Lo hice porque ya nos conocíamos y porque cuando uno ha sido violado violentamente cuando niño pasa mucho tiempo preguntándose 'por qué me pasó eso a mí'.
Había llegado a la conclusión de que fue para enseñarme compasión.
Eso es lo que siento por él, y eso lo agradezco, por eso le dije que era un gusto volverlo a ver.
El encuentro duró 5 horas y todo el tiempo negó que me había atacado hasta que, cuando le estaba describiendo lo que pasó, me preguntó si él me había vendado los ojos o si me había pedido que lo hiciera.
Le contesté que me obligó a vendármelos mientras me apuntaba con la pistola.
Y contestó: 'Eso me suena familiar'.
"Ahora estoy curada, lo que no quiere decir que no siento nada respecto a la violación.
Cada víctima tiene que hacer lo que le ayude a sobreponerse.
A mí y a Laura nos hizo bien enfrentarlo, pero para otras víctimas quizás no sea lo indicado.
Yo nunca le diría a una víctima qué debe hacer o dejar de hacer, pero sí lo recomiendo".
Carmen Aguirre es actriz, dramaturga y escritora. Su primer libro "Something fierce: Memoirs of a revolutionary daughter" (Algo feroz: memorias de una hija revolucionaria), de 2011 fue el título de prosa no narrativa más vendido en Canadá y ganó el prestigioso premio de CBC.
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BBC Mundo NoticiasGuillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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