Una tortuosa línea de 1.632 kilómetros delimitada por una serie de ríos en una zona poco desarrollada de la selva amazónica. Este es el escenario de la triple frontera entre Brasil y los mayores productores de cocaína del mundo: Perú y Colombia.
Pertrechados con armas pesadas y potentes lanchas rápidas, los traficantes de drogas de ambos países no enfrentan casi obstáculos al momento de mover armas y drogas hacia Tabatinga, en el lado brasileño.
Esta ciudad donde la pobreza y la falta de infraestructura son atroces es descrita por la gente del lugar como el "patio de la FDN".
Las siglas hacen referencia al grupo criminal la Familia del Norte, que se hizo conocido en todo el mundo a principios de 2017 cuando decenas de hombres fueron decapitados y descuartizados en las prisiones de Manaos.
El origen de las masacres en las cárceles, dijeron las autoridades, era precisamente la lucha por el control de la ruta amazónica de la coca.
Falta de recursos
"Con los recursos que tenemos hoy en día en Tabatinga es imposible controlar la frontera", dice a BBC Brasil un agente de la Policía Federal, mientras dirige su mirada a la inmensidad del río Solimões, donde se encuentra el único puesto de control fluvial de las fuerzas de seguridad en la región.
"Aquí tenemos una embarcación con un motor promedio. La FDN invierte en motores más potentes. Es complicado, ¿verdad? Yo tendría que tener un helicóptero para patrullar", dice el oficial, quien tiene 18 hombres a su cargo.
El sentimiento entre los hombres del ejército, responsables del control de las fronteras, no es diferente.
"No tenemos ninguna posibilidad, con los efectivos que trabajan en esta región y en toda la Amazonía, de cubrir todos estos espacios", señala el coronel Julio César Belaguarda Nagy de Oliveira, comandante del 8º Batallón de Infantería de Selva, responsable de supervisar esta triple frontera.
El coronel tampoco tiene helicópteros; cuenta con sólo 36 embarcaciones - la mayoría de ellas con una potencia similar a los barcos de los pescadores- y es responsable del control de la frontera con los dos países, en una zona donde cientos de nuevos caminos se abren gracias a los arroyos y ríos pequeños que nacen con las lluvias durante la temporada de inundaciones.
"Está claro que algunas cosas se filtran. Muchos de ellos encuentran la forma de esquivar a nuestros pelotones," dice Nagy.
Sin un exhaustivo control, la ruta está creciendo cada año. Sólo en Manaos, el principal destino de las sustancias ilegales que entran por la frontera, el volumen de drogas incautada aumentó en no menos de 1.324% entre 2011 y 2015 según el Departamento de Seguridad del Estado.
La respuesta oficial
El Ministerio de Justicia no respondió a las preguntas de BBC Brasil sobre la ausencia de helicópteros en la región ni comentó sobre la falta de control policial registrada en este reportaje.
"De forma cotidiana se trabaja para enfrentar y reprimir la delincuencia y también para llevar adelante políticas para fortalecer esta lucha, especialmente en la frontera", indicó el ministerio a través de una nota.
El gobierno añadió que se realizan un promedio anual de 40 operaciones en contra de las organizaciones criminales y alrededor de 300 personas son detenidas al año.
También dijo que se ha dado prioridad a la policía fronteriza sin especificar cuántos nuevos efectivos se enviarán a la región ni cuándo.
BBC Brasil también intentó contactar por teléfono y correo electrónico al Ejército de Brasil para responder a estos interrogantes pero no hubo respuesta.
A finales de enero, el ministro de Defensa, Raúl Jungmann, anunció la realización de una serie de reuniones con los ministros de Defensa de los países vecinos para analizar principalmente la seguridad fronteriza.
Pero desde entonces no se anunció ninguna iniciativa concreta.
Ajustes de cuentas
En una entrevista en su oficina en Manaos, el Procurador General de Justicia del Estado, Pedro Bezerra, reconoció los problemas.
"Falta material humano y condiciones para estos soldados que dedican su vida a prevenir el tráfico. Condiciones para que puedan actuar eficazmente como barcos, armas, entrenamiento".
Bezerra coincide con la percepción del agente de la Policía Federal entrevistado por BBC Brasil y reconoce que los traficantes tienen más dinero y equipo.
"Ellos tienen mayor poder adquisitivo y por lo tanto compran barcos, hidroaviones. Nosotros tenemos limitaciones financieras a nivel estatal y dependemos de una cierta burocracia. Así que, lamentablemente las cosas se resuelven por la voluntad de nuestra gente que arriesga sus vidas en los operativos", responde sin optimismo.
La fragilidad de la vigilancia en la frontera con Brasil en el Amazonas no es sólo exclusividad de los ríos. En los tres días de febrero que estuvo en Tabatinga, Brasil BBC fue testigo de cientos de personas entrando y saliendo del país con maletas y bolsas sin ningún control".
La primera noche, un hombre murió muy cerca de donde realizábamos el reportaje, a pocos pasos del puesto fronterizo entre Tabatinga y Leticia (Colombia).
"Ocurre una vez a la semana. Son ajustes de cuentas", señaló un oficial del ejército mientras apuntaba a un hombre caído en un bar, a quien habían baleado hacía minutos desde una motocicleta.
Las motocicletas son el medio de transporte principal en una zona que carece de transporte público. Sobre ellas suelen viajar hasta cuatro personas, ninguna con casco, cargadas de mochilas y bolsas.
Falta de controles
La zona fronteriza con Colombia está limitada solamente por una señal. Allí no hay ningún puesto de control o supervisión.
Durante la visita, la única actividad oficial fue una demostración del ejército para el reportaje.
La frontera con Perú, delimitada por el río Solimões, tampoco tiene ninguna supervisión.
La gente de la isla peruana Santa Rosa entra y sale de Brasil por medio de pequeños barcos atracados en un puerto en la base de la policía.
Las autoridades locales dicen que sería "imposible" supervisar a todo el mundo.
"Una gran cantidad de personas trabaja en un lado y vive en el otro, o hace sus compras del mes en alguno de los países vecinos. El movimiento de personas es gigantesco y un control de todos sería impracticable", afirma el coronel Nagy.
En el único aeropuerto de Tabatinga, que tiene un vuelo diario a Manaos, la gran mayoría de los equipajes no pasa por rayos X. Este fallo de seguridad se repite a lo largo de la frontera en la mayoría de ciudades de Brasil.
De acuerdo con la ANAC (Agencia Nacional de Aviación Civil), la inspección del equipaje es obligatoria sólo en vuelos internacionales, no en el caso de vuelos nacionales, que sólo se realizaría en algunos aeropuertos.
El dinero y la gente
En el batallón del Ejército en Tabatinga, el coronel Nagy atribuye las fallas en la vigilancia de la frontera a la ausencia del Estado en la región.
"Faltan ofertas de empleo en los municipios, no hay estructura sanitaria ni calles pavimentadas, en fin, condiciones para que esta gente tenga una vida normal", dice.
Debido a la falta de educación, muchos jóvenes no tienen otra alternativa que no sea el tráfico. "(Ellos) participan en este tráfico ilegal de drogas y armas para poder subsistir", afirma el coronel y concluye:
"Los jóvenes con pocos recursos educativos tienen la oportunidad de ganar 1, 2, 3, 4 o 5 mil reales con este negocio. Es una oportunidad rápida y fácil de obtener beneficios económicos".
Del lado colombiano a vuelo
El comandante del Ejército de Colombia en Leticia, coronel Roberto Nelson Carvajal Reyes, confirma lo difícil de la situación y añade que en la actualidad los miembros de la Familia del Norte tratan de asegurarse la exclusividad del negocio.
"La demanda de cocaína y marihuana en Brasil creció. Entonces el cartel de la Familia del Norte está tratando de acercarse a los carteles colombianos para obtener la hegemonía de esta ruta".
El coronel colombiano explica que la ruta también pasa a través de Surinam y Guyana y que el destino final de los cargamentos es Europa y los Estados Unidos.
En las aguas que bañan la triple frontera, las autoridades han encontrado droga oculta en el vientre de pescados como la cachama o pegados en los fondos de los barcos. A menudo, incluso, los cargamentos pasan flotando de un lado al otro del río sin llamar la atención del ejército.
"Los traficantes son muy creativos y se reinventan siempre", dice el comandante de Colombia.
Para transportar unos 80 kg de cocaína, las mulas, como se les llama a los hombres que hacen la travesía, ganan alrededor de 2 millones de pesos colombianos (unos $700).
En el otro extremo, la mercancía se vende a un precio 20 veces mayor.
El investigador de la Universidad de Ceará y experto en seguridad fronteriza Luiz Fabio Silva Paiva dice que la política de "guerra contra las drogas" en la región es defectuosa y no puede reducir el tráfico de estas sustancias.
"El mundo de la delincuencia se nutre de las contradicciones de una política de control que no controla, que no consigue comprender que las drogas son un problema de salud pública y no un asunto de la policía", concluye.
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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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