Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos alcanza un reportaje de lo que ahora es parte de los alrededores de Fukushima, después del tsunami, que vino como consecuencia del terremoto el 11 de marzo del 2011, con la intensidad de 9.0 en al escala de Richter, que destruyó la Central Nuclear Daiichi de Fukushima.
El fotógrafo David Guttenfelder viajó hasta
la ciudad japonesa golpeada por la naturaleza y captó la desolación de
una ciudad fantasma golpeada por un brutal tsunami en 2011.
National Geographic.- narra : " Namie es uno de los nueve núcleos urbanos situados total o parcialmente dentro de un radio de 20 kilómetros de la central nuclear Daiichi de Fukushima,
designado por las autoridades como zona de acceso prohibido. Al igual
que las otras ciudades de la zona de exclusión, Namie ya no existe. De
sus 21.000 habitantes, 7.500 se han dispersado por Japón. Los otros
13.500 viven en alojamientos provisionales en la región de Fukushima.
Son parte de los más de 70.000 refugiados nucleares desplazados a raíz del peor accidente nuclear ocurrido desde Chernobil..."
https://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/paisajes-despues-del-tsunami_5223
El fotógrafo David Guttenfelder viajó hasta la ciudad japonesa golpeada por la naturaleza y captó la desolación de una ciudad fantasma golpeada por un brutal tsunami en 2011
Marcas en el fango
Tras la catástrofe del 11 de marzo,
decenas de miles de personas fueron evacuadas de sus hogares en las
proximidades de la central nuclear afectada. Sus huellas están impresas
en el barro seco.
Foto: David Guttenfelder
Ladridos en Fukushima
Dos perros se pelean en las calles
desiertas de Okuma. Los primeros días después del desastre, pululaban
por la zona de exclusión un sinfín de animales domésticos: vacas,
cerdos, cabras, perros, gatos, incluso avestruces. Había voluntarios
que, desafiando las patrullas y los controles de la policía, recogían
animales, los descontaminaban y los devolvían a sus dueños, y daban de
comer a otros. Pero a mediados de verano muchas mascotas habían muerto
de hambre o enfermedad.
Foto: David Guttenfelder
La cama sin hacer
Los futones se suelen doblar y
guardar en un armario por la mañana. Pero aquel día fatídico la gente no
tuvo tiempo de ordenar la casa antes del precipitado éxodo, derivado de
las órdenes de evacuación difundidas por televisión la madrugada del 12
de marzo. Este dormitorio está en Okuma, a menos de cinco kilómetros de
la central nuclear afectada. Las autoridades municipales han acusado a
la compañía eléctrica Tepco de incumplir su deber de advertir a la
población de la crisis inminente.
David Guttenfelder
Evacuación infantil
Los ensayos de evacuación son muy
frecuentes en las zonas de Japón con actividad sísmica. Por eso, cuando
en marzo se produjo el desastre real, los niños sabían lo que tenían que
hacer, y actuaron según lo previsto pensando en volver al colegio unos
días después. Pero han pasado meses desde que se marcharon, y en las
taquillas todavía siguen las mochilas de piel que los escolares usan en
Japón, que cuestan varios cientos de euros y son una de sus más
preciadas posesiones. Es probable que nadie las reclame nunca.
David Guttenfelder
A la búsqueda de animales abandonados
Un solitario defensor de los derechos
de los animales camina por la costa de Fukushima. La central nuclear
está al otro lado de la cuesta, a menos de un kilómetro de distancia.
Cuando otras regiones afectadas por el tsunami hacía semanas que habían
sido despejadas de escombros, las brigadas de limpieza aún no habían
llegado a esta área a causa de los niveles de radiación. Pese a las
estrictas sanciones por entrar en la zona, algunos desafiaron las
restricciones para ayudar a los animales domésticos que quedaron
abandonados.
David Guttenfelder
Escombros tras el tsunami
Meses después del tsunami, la hierba
había crecido en este vehículo tragado por las aguas en la costa cercana
a Namie. Los escombros se esparcieron por el litoral de Fukushima a
consecuencia del desastre. El miedo a la radiación desaconsejó la
limpieza inmediata.
David Guttenfelder
Ganado abandonado
No se previno la evacuación del ganado de la zona irradiada y muchos animales fueron abandonados.
David Guttenfelder
Supermercado porcino
Un cerdo deambulando por las calles
desiertas del centro de Namie descubrió este supermercado, en el que se
atracó de lo lindo y luego se echó una siesta.
David Guttenfelder
Control policial
Policías con mascarillas protectoras
hacen guardia en un control de la carretera que lleva a la ciudad de
Minami-Soma. El cartel dice: «Manténgase alejado».
David Guttenfelder
Formación para volver
En un gimnasio de Hirono, residentes
de la zona de exclusión vestidos con trajes protectores reciben
instrucciones el 8 de junio antes de ser conducidos a sus hogares para
recuperar efectos personales pequeños (en el autobús no hay sitio para
los grandes.) En los viajes de ida los controles eran estrictos, dice un
funcionario municipal, pero el proceso de descontaminación a la vuelta
(recogida de trajes, gorros y mascarillas, y medición de los niveles de
radiación) era mucho menos riguroso.
David Guttenfelder
David Guttenfelder
Casas de cartón
Nobuko Sanpei, de 74 años, cena en su
casa de cartón en el centro de congresos Big Palette de Fukushima, en
la ciudad de Koriyama. «Recorté un agujero a modo de ventana porque el
calor era sofocante», explica. Meses después del desastre nuclear, miles
de refugiados vivían en «casas» de cartón instaladas en albergues,
escuelas y otros espacios públicos. Sanpei, que luego se mudó a un
apartamento, añora los arrozales que cuidaba con su marido en Tomioka,
al sur de la central nuclear.
David Guttenfelder
Intimidad reducida
Una evacuada descansa en la
«vivienda» que ha improvisado en el recinto del centro de congresos Big
Palette. En los reducidos alojamientos de emergencia no hay intimidad, y
las enfermedades pueden propagarse rápidamente. Las personas mayores,
que han pasado su vida en comunidades rurales con gran cohesión social,
son las más reacias a trasladarse lejos de la familia y los amigos. Los
trabajadores sociales intentan prevenir una oleada de kodoku-shi
(«muerte solitaria») entre los mayores.
Foto: David Guttenfelder
Centro de evacuados
Toyoo Ide, un hombre de 69 años con
la espalda tatuada, es uno de los que aprovechan los baños instalados
por los militares a las puertas de Big Palette, que se ha convertido en
un centro de evacuados. Ide, que ha trabajado toda su vida en la central
nuclear, se define a sí mismo como una persona bromista y con buen
humor, pero echa mucho de menos su casa. «Ahora no hay agua ni
electricidad, pero si las hubiera, yo regresaría a mi hogar, con
radiactividad o sin ella. Volvería hoy mismo. No puedo vivir en una
ciudad extraña.»
Foto: David Guttenfelder
Recuerdos abandonados
El agua estropeó un álbum de fotos
abandonado en la costa de Fukushima asolada por el tsunami. En las
fotos, los niños y niñas aparecen ataviados con kimonos con motivo de
una ceremonia tradicional en la que celebran el tercer, quinto y séptimo
cumpleaños.
Foto: David Guttenfelder
Última visita al hogar
Durante una breve visita a su hogar de Namie, Junko Shimizu hace la maleta de su marido antes de abandonar la zona.
Foto: David Guttenfelder
Estragos del terremoto
En esta casa, situada dentro de los
límites de la zona de exclusión, el terremoto movió el retrato de un
miembro de la familia e hizo añicos el cristal del marco. Muchos
japoneses mantienen viva la memoria de sus antepasados colocando en su
vivienda sombrías imágenes de patriarcas y matriarcas desaparecidos, que
a menudo presiden el altar budista de la familia, donde se queman
barritas de incienso y se reza por los muertos. En la actualidad los
retratos presiden casas desiertas.
Foto: David Guttenfelder
16 de febrero de 2017, 19:03
Fukushima: paisajes después del tsunami
Lo más desgarrador de la ciudad de Namie es que todo parece en orden. La hierba verdeazulada de los prados parece fresca. Los ríos Takase y Ukedo fluyen
resplandecientes bajo el sol. La barbería, la estación de trenes y el
restaurante de cerdo frito parecen a punto de abrir sus puertas, lejos
del caos y la destrucción que se abatieron sobre las localidades
costeras un poco más al norte. En las prefecturas de Miyagi e Iwate,
los relojes que las olas devolvieron a la playa se habían parado hacia
las 3.15 h de la tarde, la hora en que el tsunami devoró ciudades
enteras. Pero en la humilde localidad pesquera de Namie, los relojes
siguen funcionando.
Namie es uno de los nueve núcleos urbanos situados total o parcialmente dentro de un radio de 20 kilómetros de la central nuclear Daiichi de Fukushima,
designado por las autoridades como zona de acceso prohibido. Al igual
que las otras ciudades de la zona de exclusión, Namie ya no existe. De
sus 21.000 habitantes, 7.500 se han dispersado por Japón. Los otros
13.500 viven en alojamientos provisionales en la región de Fukushima.
Son parte de los más de 70.000 refugiados nucleares desplazados a raíz del peor accidente nuclear ocurrido desde Chernobil.
El tsunami provocó que 70.000 personas tuvieran que moverse de sus hogares y vivir en otras zonas de Japón
El fin de Namie comenzó en las caóticas horas que siguieron al
terremoto del 11 de marzo. La ciudad se abre hacia el noroeste desde la
central Daiichi. Sus habitantes, guiados por las noticias de televisión
sobre el accidente nuclear y por las autoridades, se dirigieron hacia la
zona más alta, en el centro de la ciudad.
Siglos de tsunamis en Japón
Subir a las colinas es un acto reflejo para los japoneses,
condicionados por siglos de tsunamis, pero en este caso fue una decisión
nefasta, porque se dieron de bruces con el penacho de aire cargado de
residuos radiactivos. La gente se apiñó en refugios con escasas
provisiones hasta el día 15, cuando otra explosión la obligó a
desplazarse a Nihonmatsu.
En el número de julio, la popular revista Bungei Shunju llamaba a Namie «la ciudad olvidada»,
cuyos habitantes nunca recibieron órdenes oficiales de evacuación, ni
cuando las explosiones de hidrógeno en las unidades 1 y 3 esparcían
partículas tóxicas en toda el área de Fukushima.
Provistos de máscaras y trajes protectores, los desplazados son a
veces transportados en autobús a la ciudad para recuperar pequeños
efectos personales y comprobar el estado de sus casas. Los viajes son
breves (de dos a tres horas) para reducir al mínimo el riesgo de
radiación. Junko y Yukichi Shimizu,
que vivían con su hijo, su nuera y su nieto de dos años, parecen
abrumados mientras se mueven lentamente por su vivienda. El 26 de julio
los acompañé durante una hora en una de esas visitas a la ciudad
abandonada.
La vida tras el desastre
Yukichi, de 62 años, sella las ventanas con cinta aislante mientras contempla su adorado jardín, ahora asilvestrado. Su mujer, Junko,
de 59, limpia el altar budista de la familia y recoge los pocos objetos
que pueden sacar de la zona de exclusión: fotos, hierbas medicinales
chinas y el quimono de su hija. Deja atrás las tablillas conmemorativas
budistas.
«No hay nadie más para proteger la casa», explica. El ayuntamiento de
Namie se ha instalado en unas oficinas improvisadas en Nihonmatsu. Sus
funcionarios siguen expidiendo partidas de nacimiento, intentan tener
localizados a los ciudadanos, que cada vez se van más lejos, y consultan
a los expertos sobre el cesio radiactivo que ha vuelto inhabitables los 222 kilómetros cuadrados de Namie.
Muchos mantienen la esperanza de regresar cuando la central esté
estabilizada. Pero la gente no podrá volver a sus casas en un futuro
próximo, y el Gobierno empieza a considerar la posibilidad de comprar
sus viviendas.
Mientras los suaves rayos del crepúsculo envuelven el paisaje
urbano en un cálido fulgor, la fresca brisa marina ondula nuestros
sofocantes trajes protectores. Por un momento es posible olvidar que a
pocos kilómetros, por la Ruta 6, el contador Geiger marca un nivel de
radiactividad 600 veces superior al normal. Yukichi Shimizu, que
cultivaba los arrozales y trabajaba en la construcción, observa su amada
ciudad hoy sin vida: «¿De verdad sería peligroso vivir aquí?».
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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