Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos alcanza un reportaje sobre la historia de la obra literaria que se conoce como: "La Bella y la Bestia", que efectivamente existió con la presencia de un nativo de las Islas Canarias llamado Pedro González, que más tarde fue acogido por el rey Enrique II de Francia y latinizó su nombre como Petrus Gonsalvus, más conocido como "Salvaje Gentil hombre", que tuvo un rango aristocrático dentro de la corte francesa; al morir el rey, su esposa Catalina de Médicis, y regente del reino lo hizo casar con una cortesana y dama de compañía de la reina llamada también Catalina, que fue una dama muy bella y tuvieron siete hijos.
Petrus Gonsalvus, padecía de la enfermedad conocida como el síndrome de : hipertricosis lanuginosa congénita, que se registra un nacimiento de cada 1,000 millones de personas, tener el cuerpo completamente lanudo; la familia vivieron como aristócratas y pasaron por diferentes reinos de Europa y se radicaron definitivamente en Italia.
National Geographic.- narra : "Algunos científicos especulan con que se trate de una
mutación atávica, el resurgimiento de un rasgo genético que permanece
inactivo porque en algún momento de nuestra evolución fue prescindible.
«Estas mutaciones nos revelan cuantiosa información que ha sido
guardada a lo largo del tiempo», recalca Brian K. Hall, un reconocido
biólogo de origen australiano experto en desarrollo evolutivo. Es
posible que la hipertricosis congénita generalizada entrañe la razón por
la que nuestros antepasados eran peludos de arriba abajo.
A principios del siglo XVII Petrus y su esposa Catalina se mudaron a la localidad de Capodimonte,
donde fallecieron tras más de 40 años casados. Se cree que Catalina
murió en 1623 y Petrus, en 1618, aunque su muerte no figura en los
registros; curiosamente solo se anotaba la defunción de las personas que
eran enterradas de acuerdo con los ritos religiosos, por lo que algunos
historiadores sospechan que hasta sus últimos días fue tratado como un
ser no humano.
Quizá la hermosa Catalina supo ver más allá del físico de Petrus,
ponerse en su piel, descubrir su interior y enamorarse de él, una
bonita historia de amor que pudo haber inspirado a la escritora francesa
Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve para escribir, ya en el siglo
XVIII, la primera versión del clásico relato que hoy conocemos como «La
bella y la bestia».
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/verdadera-historia-la-bella-y-bestia_13949
Un tinerfeño con una enfermedad congénita inspiró la famosa obra del siglo XVIII que años más tarde llevaría Disney a la gran pantalla
Petrus Gonsalvus y su esposa Catalina
Petrus Gonsalvus y su esposa Catalina
aparecen representados en una lámina del artista flamenco del siglo
XVI Joris Hoefnagel. Con el cuerpo inusualmente cubierto de pelo, este
tinerfeño fue acogido en la corte francesa, donde recibió la educación
de un aristócrata y más tarde formó una familia. Algunos de sus hijos
heredaron la semblanza de su progenitor.
Lámina de "Animalia Rationalia et Insecta (IGNIS), por Joris Hoefnagel, 1575-1580, National Gallery of Art, Washington, D.C.
Adoptado por el rey
Enrique II de Francia adoptó a Pedro
González en su corte, educándolo en las artes liberales y otorgándole un
puesto de trabajo. Tras la súbita muerte del monarca, su esposa, la
reina regente Catalina de Médicis, le concertó matrimonio con una bella
cortesana llamada también Catalina.
Ilustración: François Clotet (1505/10-1572), Uffici, Florencia, Album
Su hija Madeleine
Algunos de los hijos de Petrus y
Catalina heredaron de su padre el llamado síndrome del hombre lobo. En
su periplo por diversas cortes europeas fueron inmortalizados como
curiosas rarezas en retratos como los de Madeleine, en la imagen.
Escuela alemana, siglo XVI, Innsbruck, Castillo de Ambras, Erich Lessing/ Album
Su hijo Henri
Henri, igual que su hermana, aparece
aquí representado con porte aristocrático, pero en una cueva natural en
alusión al origen canario de su progenitor.
Escuela alemana, siglo XVI, Innsbruck, castillo de Ambras, Erich Lessing / Album
Su hija Antonietta
Antonietta, que también tenía
hipertricosis, posa con una carta en la que cuenta una breve biografía
de su padre y a quién pertenece, como si fuera el contrato de una
propiedad.
Óleo de Lavinia Fontana (1552-1614), Museo de Bellas Artes, Blois, Album
Un ciudadano distinguido
El caso de Pedro González (o Petrus
Gonsalvus, tras ser rebautizado en latín por el soberano) es el
primero de hipertricosis lanuginosa congénita del que hay constancia
escrita. En este retrato aparece ataviado con gorguera, un distintivo de
las clases superiores.
Ilustración: EScuela Alemana, siglo XVI, Castillo de AMbras, Innsbruck, Erich Lessing/ Album
Òsca Cusó
La verdadera historia de "La bella y la bestia"
El canario Pedro González, conocido como el «salvaje gentilhombre», vivió en la corte francesa al amparo del rey Enrique II y su esposa Catalina de Médicis. A pesar de que muchos lo consideraban un monstruo por tener el cuerpo totalmente cubierto de pelo, llegó a ser una persona ilustrada, a casarse y tener varios hijos. Hoy sabemos que padecía un extraño síndrome llamado hipertricosis lanuginosa congénita.
Pedro González nació en la isla de Tenerife a mediados del siglo XVI, una época en la que aún imperaban muchas supersticiones del Medievo y las posibilidades de ser aceptado –e incluso de sobrevivir– para alguien con semejante apariencia de hombre lobo eran escasas. Sus
primeros años están envueltos en un halo de misterio, pero se cree que
sus padres fueron jefes guanches, los antiguos habitantes de la isla, y que lo abandonaron al nacer debido a su aspecto físico.
Unos monjes lo acogieron en su monasterio, donde pasó la infancia bajo
su tutela. Sin embargo, a los diez años su destino cambió de nuevo
cuando al parecer unos corsarios lo llevaron como presente al recién
coronado rey de Francia.
Sus primeros años están envueltos en un halo de misterio, pero se cree que sus padres fueron jefes guanches, los antiguos habitantes de la isla
En aquel período de grandes descubrimientos,
cualquier cosa con tintes exóticos era un regalo apreciado por parte de
la realeza europea, que, con sed de coleccionismo y opulencia, se jactaba de acoger en sus cortes séquitos de enanos, aborígenes, locos, deformes y otros individuos considerados aberraciones
de la naturaleza para que les sirvieran, entretuvieran o simplemente
les hicieran compañía; eran criados y bufones, pero a veces también
consejeros e incluso amigos personales.
La infancia de Pedro González
Desde el primer momento Enrique II se encaprichó de aquel
niño velludo, una rareza entre rarezas, que se correspondía con el mito
del hombre salvaje por provenir de unas islas remotas y, sobre
todo, por tener la cara y el cuerpo «cubiertos por una fina capa de
pelo, de unos cinco dedos de longitud y de color rubio oscuro», tal como
lo describió un diplomático tras su llegada a París. El rey no quiso
mostrarlo ante la nobleza como una mera curiosidad y lo convirtió en uno de los suyos, liberándolo de su lado «salvaje».
Primero le cambió el nombre en castellano por su versión latinizada,
Petrus Gonsalvus, más acorde con su nuevo estatus. Y a continuación fue
educado en latín, la lengua reservada a la aristocracia, e instruido en
las artes liberales, que abarcaban desde gramática, retórica y
dialéctica hasta geometría, aritmética, música y astronomía.
Desde el primer momento Enrique II se encaprichó de aquel niño velludo, una rareza entre rarezas, que se correspondía con el mito del hombre salvaje por provenir de unas islas remotas
«Le enseñaron modales cortesanos y las costumbres palaciegas más refinadas,
y lo ataviaron con las mejores vestimentas», dice Enrique Carrasco,
profesor de Comunicación en la Universidad Europea de Canarias y autor
del libro Gonsalvus, mi vida entre lobos. Su destacada inteligencia le permitió superar con creces las expectativas del monarca,
quien le encomendó el puesto de sommelier de panneterie bouche, «algo
así como ayudante del panadero real: básicamente se encargaba de poner
la mesa, un trabajo que ejercía solo durante tres meses y le valía un
sueldo suficiente para todo un año», añade Carrasco. También le otorgó
el tratamiento de don, supuestamente por su distinguido linaje guanche.
Enrique II murió el 10 de julio de 1559 tras ser herido de gravedad en una justa, con lo que el joven Petrus quedó a cargo de su viuda, Catalina de Médicis, quien posteriormente heredó el trono y pasó a la historia por su implacable mandato. Varias fuentes sugieren que fue ella misma quien le buscó una esposa para que criaran «hombres salvajes».
En estas se menciona que ninguna de las candidatas conocía la identidad
del futuro marido ni la noble finalidad de la sagrada unión. La elegida fue una dama de compañía de la reina,
una de las más bellas para que despertara la libido de la «bestia», y
de carácter fuerte, para que soportara la conmoción del primer encuentro
y la resistiera durante el resto de su vida. Su nombre, al igual que el
de la regente, era Catalina, pero su apellido sigue siendo una
incógnita.
Una boda y 7 hijos
En 1573 se celebraron las nupcias entre Catalina y Petrus, un matrimonio acordado del que nacieron siete hijos, de los cuales al menos cinco heredaron la semblanza del padre. Años más tarde los Gonsalvus iniciaron un periplo por Europa, despertando asombro allí por donde pasaban. Hacia 1580 viajaron a Munich, donde fueron acogidos por el duque Alberto V de Baviera, quien encargó varios retratos de la familia que luego fueron entregados como un obsequio para la colección del gabinete de curiosidades que su tío el archiduque Fernando II de Austria tenía en el castillo de Ambras.
Todavía hoy se exhiben en este palacio de Innsbruck algunos de aquellos cuadros. En ellos se puede observar a Petrus, a su hija Madeleine (Maddalena) y a su hijo Henri (Enrique o Enrico) con atuendos de gala, pero con un fondo que recrea una caverna natural,
en alusión, según algunos autores, a su procedencia canaria, donde era
costumbre que los guanches vivieran y enterraran a sus muertos en cuevas
volcánicas naturales. Otros nobles encomendaron copias de estos
lienzos, así como nuevos retratos, lo que extendió su popularidad por el
Sacro Imperio Romano Germánico. La fascinación era tal que el mismísimo emperador Rodolfo II de Habsburgo solicitó un mechón de pelo de Petrus para guardarlo en un lugar privilegiado en su preciado gabinete de exotismos.
«Pese a ser unas celebridades y vivir como aristócratas, los Gonsalvus siempre fueron propiedad de alguien, nunca fueron libres»,
puntualiza Carrasco. Años después se trasladaron a Italia bajo la
protección financiera del duque de Parma, Ranuccio Farnesio. Así lo
atestigua un retrato de la hija pequeña del matrimonio, Antonietta
(Tognina), en el que sostiene una carta con la siguiente inscripción:
«De las islas Canarias fue llevado al señor Enrique II de Francia, don
Pietro, el salvaje. De allí pasó a asentarse en la corte del duque de
Parma, a quien yo, Antonietta, pertenecía. Y ahora estoy con la señora
doña Isabella Pallavicina, marquesa de Soragna».
El tratamiento peyorativo que la familia Gonsalvus recibió se extendió también a la esfera científica. De hecho, fueron clasificados poco menos que de bestias en libros como Monstrorum Historia, un catálogo de anomalías humanas y animales escrito por el conde Ulisse Aldrovandi, un prestigioso médico y naturalista boloñés, o en el tomo I de Animalia Rationalia et Insecta (Ignis),
en el que el artista flamenco Joris Hoefnagel incluye a la familia
hirsuta clasificándolos de «animales racionales», pero mostrándolos en
un mismo volumen junto a insectos y otros animales. El mero hecho de ser
peludos los condenó a un trato infrahumano.
Muchos libros, cuadros e ilustraciones que plasman la sintomatología
de la familia Gonsalvus han sido recopilados en la literatura
científica, aportando una valiosa información descriptiva acerca de su
anómala enfermedad y de su patrón hereditario. Las primeras
observaciones médicas de su caso provienen de Felix Plater, médico suizo
que escribió que Petrus «tenía sobre las cejas y la frente unos
pelos tan largos que debía peinárselos hacia atrás a fin de que no le
molestaran la visión». Sin embargo, también le sacó hierro al
asunto al anotar que «después de todo, partiendo de que todos tenemos
pelos en cada poro del cuerpo, no es de extrañar que en algunas
personas, como en muchos animales, su cabello sea más largo y crezca
continuamente, como las uñas».
La ciencia ha desvelado que padecían un raro trastorno llamado hipertricosis congénita generalizada, concretamente del tipo lanuginosa, que se hereda de forma autosómica dominante y se caracteriza por la presencia de lanugo (un pelo fino que aparece en el período embrionario y desaparece al nacer) por todo el cuerpo. Este tipo de hipertricosis afecta a menos de uno de cada mil millones de nacimientos, y el primer caso documentado en la historia es el de los Gonsalvus. Por eso, también se la conoce como síndrome de Ambras, en referencia a los retratos del castillo homónimo. Asimismo, las distintas clases de hipertricosis congénita generalizada son nombradas a menudo como síndrome del hombre lobo.
Mutación genética
Algunos científicos especulan con que se trate de una
mutación atávica, el resurgimiento de un rasgo genético que permanece
inactivo porque en algún momento de nuestra evolución fue prescindible.
«Estas mutaciones nos revelan cuantiosa información que ha sido
guardada a lo largo del tiempo», recalca Brian K. Hall, un reconocido
biólogo de origen australiano experto en desarrollo evolutivo. Es
posible que la hipertricosis congénita generalizada entrañe la razón por
la que nuestros antepasados eran peludos de arriba abajo.
A principios del siglo XVII Petrus y su esposa Catalina se mudaron a la localidad de Capodimonte,
donde fallecieron tras más de 40 años casados. Se cree que Catalina
murió en 1623 y Petrus, en 1618, aunque su muerte no figura en los
registros; curiosamente solo se anotaba la defunción de las personas que
eran enterradas de acuerdo con los ritos religiosos, por lo que algunos
historiadores sospechan que hasta sus últimos días fue tratado como un
ser no humano.
Quizá la hermosa Catalina supo ver más allá del físico de Petrus,
ponerse en su piel, descubrir su interior y enamorarse de él, una
bonita historia de amor que pudo haber inspirado a la escritora francesa
Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve para escribir, ya en el siglo
XVIII, la primera versión del clásico relato que hoy conocemos como «La
bella y la bestia».
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