Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos entrega un amplio reportaje de lo significó las temperaturas extremas y ellos lo titulan "El tiempo está loco..." y no les falta razón por que con el recuento que hicieron de los eveentos climatológicos que sucedió tan solo en 2011, es suficiente para darnos cuenta que el calentamiento global y cambio climático están originando estragos a la humanidad entera.
National Geographic.- nos narra así: "Y no solo los aguaceros ocupan los titulares. Durante el
último decenio también hemos visto sequías severas en lugares como
Texas, Australia, Rusia y el este de África, donde decenas de miles de personas han llenado los campos de refugiados. Europa ha sufrido mortíferas olas de calor y Estados Unidos ha registrado una cantidad sin precedentes de tornados. Las
pérdidas ocasionadas por estos fenómenos situaron el coste mundial de
los desastres meteorológicos de 2011 en un importe estimado de 121.000
millones de euros, alrededor de un 25% más que en 2010...."
National Geographic.- muy alarmado agrega: "¿Qué está pasando? ¿Son esos fenómenos extremos señales de un
peligroso cambio del clima mundial causado por la actividad humana, o
solo estamos atravesando un ciclo natural de mala suerte? Probablemente, las dos cosas. Los principales motores de los
desastres recientes han sido los ciclos climáticos naturales, en
particular El Niño y La Niña. En las últimas décadas hemos aprendido
mucho acerca del modo en que las extrañas oscilaciones del Pacífico ecuatorial afectan al clima en todo el mundo. Durante
los episodios de El Niño, una gigantesca masa de agua cálida que
normalmente permanece en el Pacífico central se desplaza hacia el este y
llega a las costas de América del Sur;
durante el fenómeno de La Niña, esa masa se encoge y se retira hacia el
Pacífico occidental. El calor y el vapor que emanan del agua cálida
generan potentes frentes tormentosos de gran desarrollo vertical, cuya
influencia se extiende más allá de los trópicos, hasta las corrientes en chorro que viajan sobre las latitudes medias...."
https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/grandes-reportajes/el-tiempo-esta-loco-2_6414
Diluvios casi bíblicos, olas de calor
interminables, enjambres de tornados… El tiempo ha cambiado últimamente.
¿Qué está pasando?
Glasgow, Montana, Estados Unidos
Un diluvio se precipita desde el
corazón de una tormenta cerca de la localidad de Glasgow, Montana, en
julio de 2010. «Sentí que si hubiese podido situarme justo debajo, al
mirar hacia arriba habría visto el paraíso», recuerda el fotógrafo Sean
Heavey.
Foto: Sean R. Heavy, Barcroft Media / Landov
Foto: Sean R. Heavy, Barcroft Media / Landov
Phoenix, Arizona, Estados Unidos
La mayor tormenta de polvo que se
recuerda se abate sobre Phoenix, capital del estado de Arizona, el 5 de
julio de 2011, y reduce a cero la visibilidad. La actividad tormentosa
sobre el desierto levantó una pared de polvo y arena de 1,5 kilómetros
de altura.
Foto: Daniel Bryant
Foto: Daniel Bryant
Bastrop, Texas, Estados Unidos
Un poste en llamas marca la senda de
un incendio forestal, cerca de Bastrop, Texas, el 5 de septiembre de
2011, durante una ola de calor y una sequía sin precedentes. El fuego,
que arrasó 1.685 viviendas, pudo haberse iniciado al caer unos pinos
muertos sobre cables del tendido eléctrico.
Foto: Larry W. Smith, European Pressphoto Agency/Landov
Lago Ginebra, Suiza
La rociadura helada procedente del
lago Ginebra sepulta árboles, coches y una vía pública durante una
ola de frío intenso en febrero de 2012. Un inusual desplazamiento hacia
el sur de la corriente en chorro polar, que llegó hasta África, llevó
aire ártico y fuertes nevadas a Europa y causó cientos de muertes.
Foto: Martial Trezzini, European Pressphoto Agency/Landov
Nashville, Tennessee, Estados Unidos
Jamey Howell y Andrea Silvia acababan
de enterarse de que la misa había sido cancelada cuando la riada
sumergió su todoterreno cerca de Nashville, Tennessee, el 2 de mayo de
2010. Pasaron más de una hora agarrados a la baca del vehículo y
después, ante la mirada impotente de sus padres, se soltaron. Tras ser
arrastrados aproximadamente un kilómetro por la corriente, los jóvenes
llegaron vivos a la orilla.
Foto: Rick Murray
Vicksburg, Mississippi, Estados Unidos
Protegida por un dique, una vivienda
de las afueras de Vicksburg, Mississippi, resiste un desbordamiento del
río Yazoo, en mayo de 2011. La fusión de la nieve y las lluvias intensas
(ocho veces más de lo normal en algunas zonas de la cuenca del
Mississippi) provocaron inundaciones que causaron unos daños valorados
entre 3.000 y 4.000 millones de dólares.
Foto: Scott Olson, Getty Images
Tuscaloosa, Alabama, Estados Unidos
ESTADOS UNIDOS
El 27 de abril de 2011, se formaron sobre Estados Unidos 199
tornados, un número récord para un solo día. Sin embargo, los
científicos señalan que no hay pruebas concluyentes de un aumento a
largo plazo de la frecuencia de los tornados. El vórtice que trazó una
clara trayectoria a través de Tuscaloosa (Alabama), a 305 kilómetros por
hora, perdonó por tan solo un kilómetro el estadio de fútbol americano
de la Universidad de Alabama (arriba, a la izquierda) y pasó después
entre un gran centro comercial (el edificio en forma de X del centro) y
el hospital general, donde ya empezaban a llegar las víctimas. El
tornado se cobró 44 vidas y prosiguió su marcha hacia el noreste, hacia
el área de Birmingham, donde mató a otras 20 personas.
Foto: Digitalglobe
Bradshaw, Nebraska, Estados Unidos
«¡Vaya si avanzaba!» A 209 kilómetros
por hora, para ser exactos, pero el fotógrafo Mike Hollingshead, curtido
cazatormentas, no pensó en dar media vuelta y huir. Hollingshead captó
este tornado el 20 de junio de 2011 en las afueras de Bradshaw, Nebraska,
cerca de la Interestatal 80 y de las vías del tren, donde hizo
descarrilar varios vagones de carga.
Foto: Mike Hollingshead
Chengdu, Sichuan, China
En Chengdu, capital de la provincia
de Sichuan, una catarata de agua de lluvia se precipita sobre un hombre
que sube a toda prisa las escaleras de un garaje subterráneo.El 3 de
julio de 2011 un chaparrón inusualmente intenso inundó las calles y dejó
sin electricidad a esta ciudad del centro de China.
Foto: China Daily/Reuters
Spur, Texas, Estados Unidos
La piscina pública de Spur, una
pequeña ciudad del oeste de Texas, se cerró en un principio porque tenía
fugas de agua. La escasez de agua provocada por la sequía no ha
permitido reparar la piscina ni llenarla. Ya lleva cuatro años vacía.
Foto: Robb Kendrick
Texas, Estados Unidos
Unas plantas rodadoras quedan
atrapadas en los surcos de un campo de algodón en barbecho cerca de
Brownfield, al sudoeste de Lubbock, Texas. Los fuertes vientos y una ola
de calor sin precedentes produjeron una erosión muy perjudicial,
explica Buzz Cooper, quien conduce una desmotadora de algodón en las
cercanías. «Era como un horno con ventilador», dice.
www.robbkendrick.com
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Foto: Robb Kendrick
Bastrop, Texas Estados Unidos
El incendio forestal ocurrido cerca
de Bastrop, Texas, el 5 de Septiembre de 2011 alcanzó una temperatura
tan elevada que derritió las ruedas de aluminio de este remolque para
barcos. Alimentado por fuertes vientos, el fuego se extendió con
rapidez. «La gente tuvo solo cinco o diez minutos para marcharse –dice
Jack Page, inspector de bomberos de Smithville–. Hubo un par de
ocasiones en que pensamos que no lo conseguiríamos.»
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Foto: Robb Kendrick
Texas, Estados Unidos
Desde que empezó la sequía, hace casi
dos años, Mark Meyers ha acogido más de 800 asnos en el Peaceful Valley
Donkey Rescue, un refugio que dirige junto a su mujer, Amy, cerca de
San Angelo, Texas. «Con el precio del heno hasta cuatro veces más alto
de lo normal, la gente no podía alimentar a sus asnos, de modo que los
abandonaban», explica Meyers, quien acorrala a los animales perdidos con
ayuda de Bonney y dos perros más.
Foto: Robb Kendrick
Embalse E. V. Spence, Texas
Las líneas blancas de la ladera de la
derecha señalan el nivel normal de las aguas del embalse E. V. Spence
cerca de Robert Lee, Texas. Durante la prolongada sequía el embalse ha
quedado a menos del 1% de su capacidad, y las poblaciones que dependen
de él han tenido que buscar otros suministros de agua: excavar pozos,
construir tuberías o simplemente traerla el agua en cubas.
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Foto: Robb Kendrick
Bangkok, Tailandia
Un autobús urbano se abre paso por una
calle inundada de Bangkok el 7 de noviembre de 2011. Miles de fábricas
cerraron, se perdieron millones de toneladas de arroz y hubo más de
nueve millones de damnificados. El país sufrió las peores inundaciones en
más de 50 años.
Foto: Paula Bronstein, Getty Images
Embalse Jablanicko, Bosnia-Herzegovina
Un cementerio inundado por las aguas
del embalse Jablanicko reaparece en febrero de este año al secarse el
lago. La grave sequía, que comenzó en agosto del año pasado, redujo la
producción hidroeléctrica de las presas situadas sobre el río que
alimenta este embalse, el Neretva. Bosnia, que normalmente exporta
energía a la región, tuvo que importar electricidad en enero de este año.
Foto: Dado Ruvic, Reuters
Golovanovo, Rusia
Unos hombres tratan de frenar el
avance de las llamas cerca de Golovanovo, en la región de Ryazan, el 5 de
agosto de 2010. Aquel verano Rusia sufrió los peores incendios
forestales de su historia moderna. Hubo 50 muertos y el presidente
Medvédev destituyó a altos cargos militares por su negligencia en la
gestión de la catástrofe.
Foto: Natalia Kolesnikova, AFP / Getty Images
Texas Hill Country, Texas, Estados Unidos
En sus buenos tiempos el río San Saba
a la altura de Brady, en la región de Texas Hill Country, era una
corriente de 15 metros de ancho rebosante de percas. Pero el año pasado
se secó completamente. Los colores de estos árboles ribereños no son los
propios del otoño, sino los de unos ejemplares que se están muriendo.
Foto: Robb Kendrick
Río de Janeiro, Brasil
El 5 de enero de este año, un tramo
de la autopista BR-356 quedó destruido por la rotura de un dique durante
el desbordamiento del río Muriaé en el municipio de Campos dos
Goytacazes, en el estado de Río de Janeiro. Más de 300 familias de la
región tuvieron que ser desalojadas de sus casas.
Foto: © Marcos de Paula / Agencia Estado / Zuma24.com
Redacción
El tiempo está loco: meteorología extrema
La predicción para el fin de semana en Nashville, Tennessee,
era de 50 a 100 milímetros de lluvia. Pero la tarde del sábado 1 de
mayo, algunas partes de la ciudad habían recibido ya más de 150
milímetros y seguía lloviendo a mares. En el centro de coordinación de
emergencias, el alcalde Karl Dean estaba recibiendo los
primeros informes sobre las inundaciones cuando en una pantalla de
televisión apareció algo que captó su atención. Era una imagen en
directo de coches y camiones en la Interestatal 24, inundada por un
afluente del río Cumberland, al sudoeste de la ciudad.
Junto a ellos, por el carril lento, pasaba flotando un aula prefabricada
de 12 metros de largo de una de las escuelas locales. «Hay un edificio chocando contra los vehículos», decía en ese momento el presentador.
Dean llevaba unas cuantas horas en el centro de operaciones, pero cuando vio el aula flotando por la carretera, reaccionó. «Comprendí claramente la extrema gravedad de la situación», recuerda. Al poco tiempo, el teléfono de emergencias empezó a recibir llamadas procedentes de todos los puntos de la ciudad.
La policía, los bomberos y los equipos de rescate salían a bordo de
embarcaciones. Un grupo tuvo que ir en lancha a la I-24 para rescatar al
conductor de un camión con tráiler en un tramo de la carretera donde el
agua le llegaba hasta el pecho, al tiempo que otros equipos salvaban a
las familias atrapadas en los tejados y a los trabajadores de las naves
industriales inundadas. Aun así, ese fin de semana murieron 11 personas
en la ciudad.
Fue un tipo de tormenta nunca visto en Nashville. «Llovió con más violencia que nunca –dice Brad Paisley, cantante de country y dueño de una granja en las afueras de la ciudad–. Fue
como cuando estás en un centro comercial, empieza a llover a cántaros y
piensas: “Esperaré cinco minutos y cuando amaine correré hasta el
coche”. Pero no amainó hasta el día siguiente.»
En los estudios del NewsChannel 5, el canal local de la cadena CBS, el meteorólogo Charlie Neese sabía de dónde venía el diluvio. La corriente en chorro se había quedado estancada sobre la ciudad, y una sucesión de tormentas levantaba aire caliente y húmedo del golfo de México, se desplazaba unos mil kilómetros hacia el nordeste y descargaba el agua sobre Nashville.
Mientras Neese y sus colegas emitían el programa desde un plató en el
primer piso, la redacción situada en la planta baja se inundaba con el
reflujo de los desagües. «El agua manaba a borbotones de los retretes», recuerda Neese.
El nivel del río Cumberland, que atraviesa el corazón de Nashville,
empezó a aumentar el sábado por la mañana. En la empresa de alquiler de
embarcaciones Ingram Barge Company, David Edgin,
que había sido capitán de remolcadores, tenía más de siete barcos y 70
barcazas navegando por el río. Al ver que la lluvia no paraba, llamó al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos y preguntó por el pronóstico de la crecida. «Esto no entra en nuestros modelos –le respondió el oficial de guardia–. Nunca habíamos visto nada parecido.» Sabiamente, Edgin ordenó amarrar las embarcaciones en lugares seguros de la ribera.
"Esto no entra en nuestros modelos. Nunca habíamos visto nada parecido"
La noche del sábado el Cumberland había crecido por lo menos cuatro
metros, hasta alcanzar una altura de 10 metros, y el Cuerpo de
Ingenieros pronosticaba que llegaría a los 13. Pero el domingo no dejó
de llover, y el lunes el río alcanzó un máximo de 16 metros, casi cuatro
por encima del nivel de inundación. La riada afectó las calles del
centro y causó pérdidas por valor de 2.000 millones de dólares.
Cuando salió el sol el lunes por la mañana, en algunas partes de
Nashville habían caído más de 340 milímetros de lluvia, el doble que el
anterior récord de 167,5 milímetros registrado en 1979 durante el
huracán Frederic. Pete Fisher, gerente del Grand Ole Opry,
el gran auditorio de música country, necesitó una canoa para llegar al
famoso teatro, que está situado a orillas del río en el nordeste de la
ciudad. Él y el ingeniero de audio Tommy Hensley tuvieron que remar para entrar por una puerta lateral. «Entramos en el teatro flotando –cuenta Fisher–. Estaba
oscuro como boca de lobo y tuvimos que iluminar el escenario con una
linterna. Cualquiera que hubiese estado sentado en la primera fila
habría tenido dos metros de agua por encima de la cabeza.»
En algunas partes de Nashville habían caído más de 340 mm de lluvia, el doble que el anterior récord de 167,5 mm registrado en 1979 durante el huracán Frederic
En los almacenes que hay a lo largo del río la inundación había
sumergido material por valor de varios millones de dólares, entre el
cual se encontraban los componentes de una pantalla de 11 por 19 metros
que se iba a montar para el concierto de la gira de Brad Paisley, que
estaba previsto se celebrase en menos de tres semanas. «Cada uno de los amplificadores, cada una de las guitarras a las que estaba acostumbrado quedaron destruidas –dice Paisley–. Sentí una impotencia como nunca antes había sentido.» La experiencia cambió al cantante. «Aquí en Nashville normalmente el tiempo es benigno. Pero desde aquella inundación, no he vuelto a confiar en la normalidad.»
El tiempo ha cambiado. Fenómenos extremos como la inundación de Nashville (descrita por las autoridades como algo que ocurre una vez cada mil años) se han vuelto más frecuentes. Un mes antes de esta riada, unas lluvias torrenciales descargaron 280 milímetros de precipitaciones sobre Río de Janeiro
en 24 horas y causaron corrimientos de tierra que sepultaron a
centenares de personas. Tres meses después la lluvia volvió a batir
récords en Pakistán, con inundaciones que afectaron a más de 20 millones de personas. A finales de 2011 las inundaciones de Thailandia anegaron cientos de fábricas en los alrededores de Bangkok, lo que provocó una escasez mundial de discos duros de ordenador.
Fenómenos extremos como la inundación de Nashville se han vuelto más frecuentes
Y no solo los aguaceros ocupan los titulares. Durante el
último decenio también hemos visto sequías severas en lugares como
Texas, Australia, Rusia y el este de África, donde decenas de miles de personas han llenado los campos de refugiados. Europa ha sufrido mortíferas olas de calor y Estados Unidos ha registrado una cantidad sin precedentes de tornados. Las
pérdidas ocasionadas por estos fenómenos situaron el coste mundial de
los desastres meteorológicos de 2011 en un importe estimado de 121.000
millones de euros, alrededor de un 25% más que en 2010.
¿Qué está pasando? ¿Son esos fenómenos extremos señales de un
peligroso cambio del clima mundial causado por la actividad humana, o
solo estamos atravesando un ciclo natural de mala suerte?
Probablemente, las dos cosas. Los principales motores de los
desastres recientes han sido los ciclos climáticos naturales, en
particular El Niño y La Niña. En las últimas décadas hemos aprendido
mucho acerca del modo en que las extrañas oscilaciones del Pacífico ecuatorial afectan al clima en todo el mundo. Durante
los episodios de El Niño, una gigantesca masa de agua cálida que
normalmente permanece en el Pacífico central se desplaza hacia el este y
llega a las costas de América del Sur;
durante el fenómeno de La Niña, esa masa se encoge y se retira hacia el
Pacífico occidental. El calor y el vapor que emanan del agua cálida
generan potentes frentes tormentosos de gran desarrollo vertical, cuya
influencia se extiende más allá de los trópicos, hasta las
corrientes en chorro que viajan sobre las latitudes medias. Las
oscilaciones de esa masa de agua cálida a lo largo del ecuador (de este a
oeste y de nuevo al este) hacen que las sinuosas trayectorias de las
corrientes en chorro se desplacen al norte y al sur, lo que modifica el
recorrido de las tormentas a través de los continentes. Los episodios de El Niño suelen llevar lluvias torrenciales a la zona meridional de Estados Unidos y a Perú,
y sequías e incendios a Australia. Con La Niña, las lluvias anegan
Australia pero escasean en el Sudoeste de Estados Unidos, en Texas y
en lugares aún más alejados, como el este de África.
Esas consecuencias no son automáticas ni invariables; la atmósfera y el océano son fluidos caóticos, y otras oscilaciones influyen en la meteorología en
cada lugar y momento concretos. Sin embargo, el Pacífico tropical
ejerce una influencia particularmente poderosa, porque desprende una
cantidad enorme de calor y vapor de agua a la atmósfera. Los episodios extremos de El Niño o La Niña preparan el terreno para fenómenos extremos en otras partes del mundo.
Pero los ciclos naturales no son suficientes para explicar la
reciente racha de desastres sin precedentes. Algo más está pasando. La Tierra se está calentando y hay mucha más humedad en la atmósfera. Decenios de observaciones desde estaciones meteorológicas, satélites, barcos,
boyas, sondas oceánicas y globos sonda indican que la persistente
acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera retiene el
calor y calienta la tierra, los océanos y el aire. Aunque algunas
regiones, en particular el Ártico,
se están calentando más deprisa que otras, el promedio de la
temperatura superficial del planeta ha aumentado medio grado en los
últimos 40 años. En 2010 llegó a 14,51 °C, superando el récord
registrado en 2005.
Al calentarse, los mares desprenden más vapor de agua. «Y ya sabemos que el agua de un cazo se evapora antes si encendemos el fuego», dice Jay Gulledge, investigador del Centro para el Clima y las Soluciones Energéticas (C2ES), una organización sin ánimo de lucro de Arlington, Virginia.
Las mediciones efectuadas desde los satélites indican que el vapor de
agua en la columna de aire ha aumentado un 4% en los últimos 25 años. Y
cuanto más vapor de agua, mayor probabilidad de lluvias torrenciales.
Para finales de este siglo la temperatura media mundial podría aumentar entre 1,5 y 4,5 °C,
una cifra que dependerá en parte de la cantidad de carbono que emitamos
a la atmósfera hasta entonces. Los científicos prevén un cambio notable
del tiempo atmosférico. Los patrones básicos de circulación se
desplazarán hacia los polos, tal como están haciendo algunas plantas y
animales para huir del calor (o para aprovecharlo). El cinturón de
lluvias tropicales (la zona de convergencia intertropical) ya se está
ensanchando. Las zonas áridas subtropicales se están desplazando en
dirección a los polos, hacia regiones como el Sudoeste de
Estados Unidos, el sur de Australia o la Europa meridional, cada vez más
expuestas a sequías intensas y prolongadas. Más allá de las zonas
subtropicales, en las latitudes medias, las rutas de las tormentas también se están desplazando hacia los polos, una tendencia a largo plazo que se superpone a las fluctuaciones anuales producidas por El Niño o La Niña.
Uno de los grandes enigmas del tiempo que tendremos en el futuro es
el océano Ártico, que desde la década de 1980 ha perdido el 40% de su
hielo marino estival. Las temperaturas otoñales sobre lo que ahora es
mar abierto han subido entre 2 y 5 °C, porque el agua absorbe la luz
solar que antes el hielo (de color más claro que el agua) reflejaba al
espacio. Datos recientes indican que el calentamiento está alterando la corriente en chorro polar,
añadiendo a su recorrido en torno al planeta lentos meandros en
dirección norte-sur, que tal vez sean la causa de que el invierno pasado
fuese tan caluroso en América del Norte y tan frío en Europa. La
corriente en chorro, que se desvió más al norte de lo normal, sobre Canadá,
llevaba aire caliente; en cambio, la que se desvió hacia el sur, a
Europa, dejó allí nieve y vientos gélidos. El invierno anterior fue el
este de América del Norte el que recibió las mayores nevadas. Como los
meandros se mueven de año en año, los extremos meteorológicos también
pueden desplazarse de región.
Más difícil aún es predecir el efecto del calentamiento global
sobre una tormenta concreta. En teoría, una mayor concentración de
vapor de agua en la atmósfera debería aportar calor a las grandes
tormentas, favoreciendo el desarrollo vertical que les permite crecer en
tamaño y potencia. Según algunos modelos, el calentamiento
global podría aumentar entre un 2 y un 11% la fuerza media de los
huracanes y tifones para fines de siglo. Pero aún no hay un
acuerdo entre los científicos sobre si se ha producido ya algún
incremento, y los mismos modelos que pronostican huracanes más violentos
también predicen que podrían ser menos frecuentes en el futuro.
El panorama de los tornados
es más confuso. Una atmósfera más cálida y húmeda debería producir
tormentas más severas, pero también podría reducir la cizalladura del
viento necesaria para la generación de tornados. En Estados Unidos se
están registrando más fenómenos de este tipo, pero también hay más gente
que va en su busca con mejores instrumentos, y no se ha podido
documentar un aumento de tornados fuertes en los últimos 50 años. La
primavera de 2011 fue una de las peores temporadas de tornados de la
historia de Estados Unidos, pero los científicos aún no disponen de los
datos ni de los conocimientos teóricos necesarios para afirmar que la
causa sea el calentamiento planetario.
Sin embargo, en el caso de otros fenómenos extremos, la relación es bastante evidente. A mayor
temperatura de la atmósfera, mayor es la probabilidad de que se
produzcan olas de calor sin precedentes. En 2010 hubo 19 países que
superaron sus récords nacionales de calor.
Con el aumento de la humedad atmosférica, se han intensificado las
precipitaciones. La cantidad de agua descargada por los chaparrones más
intensos (el 1% de los episodios lluviosos) ha aumentado casi en un 20%
durante el último siglo en Estados Unidos. «Ahora una tormenta descarga más lluvia que hace 30 o 40 años», dice Gerald Meehl, científico del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos, con sede en Boulder, Colorado. A su juicio, el calentamiento global ha alterado la probabilidad de que se produzcan fenómenos extremos.
«Supongamos que un jugador de béisbol se dopa con anabolizantes –pone como ejemplo–. Si
ese jugador consigue el triunfo para su equipo, no sabremos si ha sido
gracias al dopaje o si lo habría logrado de todos modos. Pero los
anabolizantes lo han hecho más probable.» Con el tiempo pasa lo mismo, dice Meehl. Los gases de efecto invernadero son los anabolizantes del sistema climático. «Añadiendo
tan solo una pizca de dióxido de carbono al clima, todo se vuelve un
poco más caluroso y las probabilidades de que se produzcan fenómenos
extremos aumentan –afirma–. Los sucesos que antes eran raros se vuelven más corrientes.»
Nadie ha sufrido tanto el «dopaje» climático en los últimos tiempos como los habitantes de Texas. Los 1.049 residentes de Robert Lee,
una ciudad de agricultores, empleados de la industria petrolera,
pensionistas y pequeños comerciantes del oeste de Texas, pasaron gran
parte de 2011 presenciando el agotamiento de sus reservas de agua. El
embalse E. V. Spence, como muchos otros de la región, se quedó a menos
del 1 % de su capacidad.
"Muchos pozos se están secando"
«Si no conseguimos pronto un aporte adicional, dejará de manar agua de los grifos –dijo el alcalde John Jacobs el invierno pasado–. No saldrá ni una gota. La situación es grave.»
En enero se inició el tendido de una tubería de 19 kilómetros hasta
Bronte, una localidad que dispone de pozos y de un embalse. Las obras
terminaron en marzo, y a principios de mayo la tubería seguía en
pruebas. «Creo que la tendremos lista a tiempo –dijo Jacobs–. Pero será en el último minuto. Si padeces del corazón, no vengas a vivir al oeste de Texas.»
Entre octubre de 2010 y septiembre de 2011 llovió menos en Texas que
en cualquier otro período de 12 meses desde el comienzo de los registros
en 1895. Todo el estado sufrió la sequía, pero el oeste ya estaba en
una situación límite. Los agricultores, ganaderos y municipios de toda
la región sufrieron las consecuencias. En muchos sitios el nivel
freático descendió por debajo de las tuberías de bombeo, por lo que se
quemaron los motores. «Muchos pozos se están secando –dijo Clark Abel, perforador de pozos residente en San Angelo–. Nuestro teléfono no deja de sonar. Es abrumador.»
La sequía también marchitó los prados, lo que obligó a algunos
ganaderos a enviar sus reses al norte por carretera en busca de mejores
pastos. En una especie de trashumancia moderna, vaqueros del rancho Four Sixes, cerca de Guthrie, y de su filial en Dixon Creek, en el Texas Panhandle
(el extremo noroccidental del estado), transportaron en camiones con
remolque de dos pisos más de 4.000 cabezas de ganado de la raza híbrida Angus hasta unas tierras arrendadas en un territorio que abarcaba desde Nebraska hasta el norte de Montana. «Nadie había visto nada parecido», dijo el gerente del rancho, Joe Leathers.
La causa principal de esa situación no era ningún misterio
«Es la sequía de un año de duración más grave que hemos tenido», dijo el climatólogo John Nielsen-Gammon,
empleado por el Gobierno estatal. (En los años cincuenta hubo una
sequía igual de severa, que sin embargo tardó seis años en alcanzar la
misma gravedad.) Para colmo, los texanos soportaron el año pasado el
verano más caluroso que se recuerda. En Dallas hubo 71 días en que los
termómetros superaron los 37,7 °C.
La causa principal de esa situación no era ningún misterio, declaró Nielsen-Gammon. La
Niña empujó hacia el norte las rutas de las tormentas, lo que redujo
las precipitaciones en el Sur de Estados Unidos, desde Arizona hasta las
dos Carolinas.
Pero el calentamiento planetario agravó la situación e intensificó la ola de calor. «En condiciones normales, buena parte de la energía del Sol evapora el agua del suelo o de las plantas –explicó el climatólogo–. Pero
cuando no hay agua que evaporar, toda la energía calienta el suelo y,
en consecuencia, el aire. Con tan poca lluvia como habíamos tenido,
probablemente habríamos batido récords de calor en Texas en 2011 aun sin
cambio climático. Pero el cambio climático añadió alrededor de un grado
de temperatura.»
Ese grado adicional fue como un bidón extra de gasolina en los bosques
del estado. Al aumentar la evaporación, los resecó aún más. En 2011
Texas padeció la peor temporada de incendios de su historia: el fuego
carbonizó 16.000 kilómetros cuadrados.
Uno de los incendios que causó más pérdidas comenzó el pasado mes de septiembre cerca del Parque Estatal Bastrop, al sudeste de Austin,
donde los pinos estaban secos como la yesca. Alimentadas por un fuerte
viento, las llamas se dirigieron hacia el sur y atravesaron los barrios
residenciales de la ciudad, formando lo que los bomberos llaman largas «calles de fuego». El fuego devoró 1.685 viviendas pero dejó intactas otras cercanas, ante los ojos incrédulos de los damnificados.
Cuando Paige y Ray Shelton volvieron para inspeccionar su finca,
adyacente al parque estatal, encontraron la casa en pie, pero el
aserradero que Ray dirigía estaba reducido a cenizas y el taller de
alfarería de Paige había sido arrasado. Mientras ella buscaba entre los
restos, Ray fue al gallinero para ahorrarle a su mujer el mal trago de
retirar los animales calcinados. Los árboles alrededor del gallinero
estaban carbonizados.
«¿Y sabe qué pasó? –me dijo Ray–. Cuando doblé la esquina, el gallo asomó la cabeza y cacareó. No me lo podía creer. Casi me caigo de espaldas.»
El fuego había llegado a dos centímetros del gallinero, pero por alguna
razón las paredes, de madera de sabina de Virginia, no se habían
quemado y las aves habían evitado el calor intenso y el humo. Fue un pequeño milagro en medio de una gran pérdida.
El tiempo meteorológico es responsable solo en parte del aumento de
pérdidas y de la frecuencia creciente de desastres naturales. También
son peores las consecuencias porque hay más personas expuestas. En
estados como Texas, Arizona y California, la construcción de
urbanizaciones en antiguos bosques ha determinado que haya más viviendas
amenazadas por los incendios forestales, del mismo modo que el
desarrollo inmobiliario en las costas de Florida, Carolina del Norte y
Maryland expone las costosas casas de la playa y los hoteles a la furia
de los huracanes y otras tormentas. Al mismo tiempo, el rápido
crecimiento de megaciudades en los países en desarrollo de Asia y África
ha hecho que las olas de calor y las inundaciones afecten a más
millones de personas.
"Francamente, lo estamos haciendo muy mal en lo tocante a los desastres naturales"
«Las cosas no van bien –dice el climatólogo de la Universidad de Princeton Michael Oppenheimer, que ha participado en la redacción de un informe sobre fenómenos meteorológicos extremos para el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático–. Francamente, lo estamos haciendo muy mal en lo tocante a los desastres naturales.»
La importancia económica de esta situación no ha pasado inadvertida a las compañías de seguros.
Las pérdidas por desastres naturales que estaban aseguradas totalizaron
el año pasado en Estados Unidos 36.000 millones de dólares. «No sabemos si esto será lo normal a partir de ahora, pero el sector está registrando una tasa extraordinaria de siniestros», informa Frank Nutter, de la Asociación de Reaseguros de América.
En Florida,
donde huracanes, incendios forestales y sequía plantean riesgos enormes
a las aseguradoras, varias compañías nacionales han dejado de ofrecer
pólizas o las han restringido de alguna manera. Temen otra catástrofe como el huracán Andrew de 1992,
que costó unos 25.000 millones de dólares al sector. Para llenar el
hueco han surgido pequeñas compañías, y en 2002 el Gobierno estatal creó
la Citizens Property Insurance Corporation, que se ha
convertido en la principal proveedora de seguros para viviendas en
Florida. Según Nutter, aún no se sabe si el nuevo sistema tiene
suficientes recursos para hacer frente a una tormenta catastrófica. «Aún no ha pasado la prueba. Florida no ha sufrido un huracán importante desde 2005.»
Mientras tanto, algunos Gobiernos han dado pasos pequeños pero
importantes hacia una mejor preparación ante los fenómenos
meteorológicos extremos. La excepcional ola de calor que se vivió en
2003 en Europa se cobró al menos 35.000 vidas, y un análisis posterior
reveló que el cambio climático había duplicado la probabilidad de que se
repitiera el desastre. A partir de entonces las ciudades francesas
prepararon centros con aire acondicionado y establecieron un registro de
los ancianos que necesitarían ser conducidos a esos refugios. Cuando en
2006 una nueva ola de calor se abatió sobre Francia,
la mortandad se redujo en dos tercios. Del mismo modo, después de que
una tormenta tropical matara a medio millón de personas en Bangladesh en
1970, el Gobierno desarrolló un sistema de alerta temprana y construyó
sencillos refugios de hormigón para las familias evacuadas. Actualmente,
cuando un ciclón se abate sobre el país, el número de víctimas no pasa
de varios miles.
Según Jay Gulledge, los desastres meteorológicos son como un ataque al corazón. «Cuando el médico te indica cómo prevenir un infarto, no te dice que hagas ejercicio pero que puedes seguir fumando.»
El mejor enfoque ante los fenómenos meteorológicos extremos es prestar
atención a todos los factores de riesgo, y desarrollar cultivos que
resistan la sequía, edificios que soporten inundaciones y vientos
huracanados, normativas que impidan construir en sitios peligrosos y,
por supuesto, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
«Sabemos que el calentamiento de la superficie terrestre está llevando más humedad a la atmósfera. Lo hemos medido. Los satélites lo ven», afirma Gulledge. Por eso, las probabilidades de que se produzcan fenómenos extremos no dejan de aumentar.
Debemos aceptar la realidad, insiste Oppenheimer, y hacer todo aquello que sabemos puede salvar vidas y evitar pérdidas. «No podemos estar ahí sin más y sufrir las consecuencias.»
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Guillermo Gonzalo Sánchez Achuteguiayabaca@gmail.com
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