Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., recuerdo mucho que la llegada de los plásticos en Ayabaca, fue una bendición, con estos atributos : Moldeable, resistente, impermeable, imperecedero, económico y por que nos ayudó a resolver nuestra vida diaria con mayor facilidad, como los baldes de plástico con tapa, se podía transportar mieles, guarapo o cualquier otro líquido, el transporte del agua, que en muchos lugares se dependía de las tinajas para almacenar agua y se cargaban en calabazos en un bolsico se colocaban dos calabazos con un contenido de unos 8 litros c/u a lo máximo, pero a veces esos calabazos llenos de agua se caían o soltaban al suelo y hacían pedazos. Llegaron los baldes plásticos, resistentes a los golpes, y podían cargar hasta 50 litros de agua, según se puedan cargar; lo mismo sucedía con las cañerías de agua que se usaban tubos de plomo, altamente contaminante, se reemplazó por el plástico PVC. Lo mismo se hacía cuando salíamos a la ciudad a comprar el arroz, o cualquier otro comestible, se llevaban las talegas de tela, o bolsas de papel que se rompían rápidamente o se ensuciaban; con la llegada de las bolsas plásticas con asa, se suprimió la antihigiénica talega.
Pero, por desgracia, el uso exorbitante del plástico en el mundo produjo tantos desechos, que ahora es imposible desecharlos y se han convertido en contaminantes, e incluso afectan la vida animal, y el mismo hombre es perjudicado. Se estima que desde 1950 se han producido unos 6.000 millones de toneladas de este material, suficiente como para cubrir todo el planeta con una envoltura de plástico.
La Revista National Geographic, ha elaborado un reportaje sobre los efectos contaminantes del plástico en el mundo; los invito a leer...
http://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/actualidad/macroparticulas-de-plastico-amenazan-a-las-larvas-de-peces_10430
http://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/grandes-reportajes/lo-que-el-oceano-esconde-2_8611/1
http://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/actualidad/crean-enzima-mutante-que-se-come-plastico_12616
http://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/actualidad/millones-plasticos-los-confines-tierra_11511
Los investigadores han descubierto que las larvas de perca confunden las micropartículas de plástico con el zooplancton del que se alimentan
Larva de perca que ha ingerido micropartículas de plástico, mar Baltico
Héctor Rodríguez
7 de junio de 2016
Las larvas de peces expuestas a pequeñas partículas de plástico presentan durante el crecimiento problemas de conducta y retrasos en el crecimiento. El resultado final de esta contaminación invisible es un rápido incremento de las tasas de mortalidad. Esta es la devastadora conclusión a la que han llegado los científicos de la Universidad de Upsala que han publicado recientemente su estudio en la revista Science.
Amenazas microscópicas
Se definen como micropartículas aquellas con un tamaño inferior a 5 milímetros y de hecho existen micropartículas de casi cualquier material que pueda degradarse. No obstante si hablamos de micropartículas de plástico, pueden proceder de productos tan aparentemente inocuos como pastas de dientes, geles exfoliantes u otros productos cosméticos.
Estas partículas residuales llegan a océanos y lagos transportadas por los cursos de agua donde, en zonas poco profundas, pueden llegar a acumularse en altas concentraciones. Hoy en día existe una creciente preocupación sobre esta acumulación y la manera en que puede afectar al funcionamiento de los ecosistemas marinos. Sin embargo, existen todavía pocas evidencias científicas sobre los daños que puede llegar a provocar.
Ahora por primera vez, los científicos han sido capaces de demostrar como el desarrollo de los peces se ve amenazado por este tipo de contaminación. De este modo Oona Lönnstedt, bióloga marina y principal autora del estudio Microplastic Particles Threaten Fish Larvae, nos explica que: “las poblaciones de peces criadas en diferentes concentraciones de partículas plásticas vieron reducidas las tasas de eclosión de sus huevos y del mismo modo mostraron comportamientos anormales”. Además, según la investigadora, para obtener conclusiones más fiables y extrapolables a ecosistemas reales, “los niveles de partículas analizadas en la presente investigación fueron similares a las que se encuentran en muchos hábitats costeros de Suecia y otros lugares en el mundo”.
Somos lo que comemos, los peces también
Los investigadores pudieron comprobar que este hecho estaba directamente relacionado con las preferencias alimenticias de las larvas de perca. Estas discriminaban su alimento natural, el zooplancton, mostrando una preferencia por el plástico que contaminaba el medio analizado. “Se trata de la primera vez que comprobamos que un animal prefiere alimentarse de las partículas de plástico", comenta preocupado el profesor Peter Eklöv, coautor del estudio.
“Las larvas expuestas al contaminante durante el desarrollo también muestran cambios de comportamiento y eran mucho menos activas que los peces que habían sido criados en aguas que no contenían partículas. Por otra parte, los peces expuestos ignoran el olor de los depredadores mostrando un comportamiento ingenuo”, subraya la investigadora. De hecho se comprobó que cuando las poblaciones expuestas a los contaminantes eran liberadas en un medio con sus depredadores naturales, los lucios, la tasa de supervivencia de las mismas era 4 veces menor.
Evidentemente esta investigación ha generado una gran preocupación en la comunidad científica. “Si al igual que en las percas, se ven afectadas las etapas tempranas del ciclo vital de otras especies a causa de las micropartículas de plástico, los efectos sobre los ecosistemas acuáticos podrían ser profundos", dice Oona Lönnstedt.
Estos resultados ponen de relieve los efectos ecológicos de la contaminación en los ecosistemas acuáticos, y hace hincapié en la necesidad de desarrollar nuevas estrategias de gestión de los residuos. O crear materiales biodegradables alternativos que disminuyan la liberación de productos artificiales en la naturaleza.
Lo que el océano esconde
El plástico se crea pero no se destruye: transforma nuestros mares, reservándoles un futuro incierto.
Plásticos en el océano
El plástico se crea pero no se destruye: transforma nuestros mares, reservándoles un futuro incierto.
Foto: Joan Costa
Plásticos en el océano
La Expedición Malaspina 2010 del CSIC se llevó a cabo a bordo del buque oceanográfico español Hespérides, con el apoyo del Sarmiento de Gamboa. Durante la campaña, el estudio liderado por el ecólogo Andrés Cózar, de la Universidad de Cádiz, se encargó de realizar la primera evaluación de la cantidad y la distribución de plásticos en el océano a escala planetaria.
Foto: Joan Costa
Plásticos en el océano
En el 80 % de las muestras recogidas por el Hespérides en aguas oceánicas aparecieron restos de plásticos. Los animales no distinguen el plástico de un trozo de comida y frecuentemente ingieren por error fragmentos que se depositan en su estómago para siempre, causándoles lesiones de todo tipo y finalmente la muerte.
Foto: Joan Costa
Plásticos en el océano
Fragmentos recogidos por los investigadores durante la campaña del Hespérides: los más diminutos, denominados microplásticos, son partículas de menos de cinco milímetros y pueden perdurar en el océano varios siglos.
Foto: Joan Costa
¿Cuánto tiempo tarda en desaparecer?
La degradación del plástico depende de su composición química, de su forma y su grosor, pero también de la radiación solar que reciba, de la temperatura del agua, y del oxígeno presente en el ambiente. Hecho de polímeros, su componente principal es el carbono y se fabrica a partir de compuestos orgánicos derivados del petróleo. Algunos de los plásticos más usados son el tereftalato de polietileno, o PET (para envases de bebida y textiles); el policloruro de vinilo, o PVC (utilizado en la industria y en concreto en la fabricación de juguetes); el polipropileno, o PP (para empaques de alimentos, tejidos y equipos de laboratorio), y el poliestireno, o PS (para envases y aislantes).
Gráfico: NGM-E. Fuente: NOAA
11 de diciembre de 2014
Lo que el océano esconde
Moldeable, resistente, impermeable, imperecedero, económico… el que fuera uno de los materiales estrella del siglo pasado se ha convertido hoy en un verdadero problema a escala planetaria. Fabricamos y utilizamos todo tipo de objetos plásticos desde hace apenas dos o tres generaciones, pero el aluvión de residuos que hemos generado es descomunal. Se estima que desde 1950 se han producido unos 6.000 millones de toneladas de este material, suficiente como para cubrir todo el planeta con una envoltura de plástico. Hay restos plásticos de diversa índole en todos los océanos del mundo, y aunque la magnitud global de esta contaminación es aún una incógnita, las muestras obtenidas durante la Expedición Malaspina que el CSIC llevó a cabo en 2010 (veáse «El maná del océano», junio de 2012) apuntan que la cantidad de plástico que hay en los océanos es de decenas de miles de toneladas, y que cantidades todavía mayores están siendo transferidas desde la superficie a los organismos marinos y a aguas más profundas.
Durante aquella campaña de circunnavegación, Andrés Cózar, investigador de la Universidad de Cádiz, lideró el programa «Plásticos en el Océano Global» y hasta hace bien poco ha estado trabajando en el informe final. «Todos los muestreos realizados durante la expedición a bordo de los buques oceanográficos Hespérides y Sarmiento de Gamboa se desarrollaron en aguas oceánicas, alejadas de las zonas costeras ocupadas por el hombre. Sin embargo, aparecieron plásticos flotando en el 80 % de la superficie muestreada», afirma el ecólogo. Hasta ahora se había documentado la existencia de acumulaciones de plástico en las zonas centrales del Pacífico Norte y el Atlántico Norte. «Pero la Expedición Malaspina ha demostrado la existencia de cinco grandes acumulaciones de residuos plásticos en el océano abierto, dos en el hemisferio Norte y otras tres en el Pacífico Sur, Atlántico Sur e Índico», añade. Estos cúmulos son generados por la circulación superficial de las aguas marinas, organizada en torno a cinco grandes giros que actúan como cintas transportadoras. «Estas recogen el plástico flotante procedente de los continentes y lo agrupan en las zonas centrales de las cuencas oceánicas. A lo largo de ese recorrido, los objetos se resquebrajan y se fragmentan debido a la radiación solar, pero los trozos más pequeños, llamados microplásticos, son bastante estables y duraderos y pueden perdurar varios centenares de años», explica el científico.
Hoy resulta chocante recordar que el primer material plástico se inventó para defender el medio ambiente. Fue durante la segunda mitad del siglo xix, cuando el billar era el juego de moda entre la alta sociedad estadounidense y europea. El acopio de marfil necesario para fabricar las bolas desató una matanza indiscriminada de elefantes, en especial en Ceilán, donde, según denunció el Times en aquellos años, más de 3.500 ejemplares fueron abatidos en tres años. Por suerte, en 1863 un proveedor de bolas de billar neoyorquino prometió una fortuna a quien propusiera una buena alternativa. Y el inventor John Wesley Hyatt aceptó el reto. Tras pasarse años trabajando con diversas mezclas fallidas, en 1869 consiguió el primer material plástico de la historia: el celuloide, una mezcla de celulosa, etanol y alcanfor que, aunque al principio no resultó idónea para fabricar bolas de billar, revolucionó la industria del cine y la del peine, la cual hasta entonces se abastecía de otro material poco sostenible a largo plazo: los caparazones de las tortugas. Hyatt estaba orgulloso de su invento y lo publicitaba desde su compañía: así como el petróleo salvó a las ballenas de la extinción (se dejó de matar a estos cetáceos para obtener el aceite que se usaba como combustible para las lámparas), el celuloide evitaría la muerte de elefantes y tortugas. Tras el plástico de origen natural de Hyatt vinieron muchos más, completamente sintéticos –la baquelita fue el primero– y casi eternos. En la actualidad, la mayor parte de este material se obtiene a partir de compuestos orgánicos derivados del refinado del petróleo. Sin duda, Hyatt se quedaría de piedra si hoy pudiera ver una de estas «sopas de plástico».
Como debió de quedarse también el capitán californiano Charles Moore en 1997 cuando, a bordo de su buque oceanográfico Alguita, vislumbró bajo el casco una aglomeración tan brutal de residuos que puso en alerta a la comunidad internacional. Aunque su existencia ya había sido predicha por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) nueve años antes, Moore fue el primero en observar in situ una de esas «sopas». Desde entonces se ha dedicado a divulgar el problema y a documentar la dimensión de estas grandes áreas donde confluyen los residuos formando inmensas islas flotantes de basura compuestas por fragmentos de todos los tamaños, a veces tan diminutos que son difíciles de ver a simple vista. Unos minúsculos cachitos que los animales confunden con el zooplancton. Minúsculos y numerosísimos, porque, según documentó Moore en 1999, la masa de fragmentos plásticos presente en la aglomeración del Pacífico Norte era seis veces superior a la del zooplancton.
Así, de forma aberrante, el plástico ha pasado a formar parte de la cadena alimentaria marina. Percebes, peces, tortugas, cetáceos, aves marinas… Se calcula que más de 600 especies ingieren por error pedazos de plástico que confunden con alimento. Unos lo hacen tragándoselos directamente; otros, cuando depredan sobre los anteriores. Aunque, ya sea por sus costumbres alimentarias o por el lugar donde habitan, hay animales que se ven más afectados que otros por la basura oceánica. Es el caso del albatros de Laysan (Phoebastria immutabilis), que nidifica en el paradisíaco atolón de Midway, en el Pacífico, y que a pesar de estar a más de 3.000 kilómetros de cualquier lugar habitado, se halla en el epicentro de uno de esos grandes giros de circulación de agua superficial. Cuando los adultos ceban a sus polluelos con lo que ellos creen que son pequeños fragmentos comestibles, sentencian sin saberlo el futuro de sus propios descendientes. Cada año, un elevado porcentaje de pollos muere por esta ingesta funesta. Ver las carcasas descompuestas de esos jóvenes albatros y observar que todo el contenido estomacal plástico permanece completamente intacto es de esas imágenes que valen más que mil palabras.
Pero los efectos de los residuos plásticos sobre la biodiversidad van más allá de las áreas donde confluyen cada uno de los cinco giros. También en el Mediterráneo los plásticos proliferan en el estómago de nuestras aves marinas, como evidencia el estudio realizado por un equipo del Departamento de Biología Animal y del Instituto de Investigación de la Biodiversidad, de la Universidad de Barcelona, dirigido por Jacob González-Solís. El estudio, publicado recientemente, es el primero que cuantifica la ingestión de plásticos en aves marinas en el Mediterráneo. «Tras estudiar el contenido estomacal de 171 aves marinas que habían sido capturadas de forma accidental por la flota palangrera –explica González-Solís–, comprobamos que un 66 % había ingerido al menos un trozo de plástico.» Entre ellas, especies amenazadas como las pardelas balear y cenicienta, de las cuales un 70 % y un 94 % respectivamente conservaban un promedio de 15 piezas plásticas en su estómago. «Suelen ser trozos de filamentos, esferas, láminas o pellets industriales –dice González-Solís–, y pueden causar ahogo, úlceras, infecciones y finalmente la muerte.»
¿Qué hacer ante tamaño problema? La solución no es nada fácil. En primer lugar porque los costes de retirar esas exorbitantes cantidades de desperdicios es inasumible para cualquier nación, y encima esas aglomeraciones se hallan en tierra de nadie. En segundo lugar, porque a cada minuto que pasa la cantidad de plásticos en el mar va aumentando sin parar, ya que los humanos seguimos tirando nuestros desperdicios de forma incontrolada desde todos los puntos del planeta. ¿Deberemos esperar la aparición de un mecenas que patrocine la mejor idea para remediar esta preocupante situación? «La retirada selectiva de residuos en playas y costas es una medida factible –apunta Andrés Cózar–. Existen prototipos diseñados para retirar basura de la superficie en el océano abierto. Pero desde luego, para solucionar este asunto es necesario llegar a la raíz del problema, que es la entrada masiva y continua de residuos en los océanos. Las previsiones apuntan a un aumento de la producción de plástico durante las próximas décadas. Sin duda el modelo actual de utilización de este material es insostenible. Nuestro consumo genera diariamente cantidades exageradas de residuos que requieren cientos de años para degradarse.» Porque cada día que pasa el plástico hace más estragos y va consolidando su presencia en la Tierra a largo plazo. Incluso ha generado un nuevo material que podría ser un testigo geológico del futuro. No es broma. Charles Moore recolectó en la playa Kamilo de Hawai unas rocas formadas por plástico fundido mezclado con sedimentos, fragmentos de lava o detritus orgánicos varios. Tras estudiarlas, Patricia Corcoran, de la Universidad of Western Ontario, en Canadá, propuso un nuevo nombre para ellas. Se trata de las rocas plastiglomeradas, generadas cuando un material plástico fundido, ya sea por el hombre cuando trata de eliminarlo, o por el calor que emana de las zonas volcánicas, se fusiona con otras partículas orgánicas. ¿Serán estas «plastirrocas» nuestro legado geológico del futuro?
Para muchos, estas nuevas aportaciones humanas apoyan la tesis de que toca cambiar el nombre a la era geológica presente. Porque, aunque oficialmente seguimos en el holoceno, algunos científicos opinan que vivimos en una era en la que el planeta está siendo modificado como nunca antes por una especie, la humana. Por este motivo ya se oye el término «antropoceno», acuñado por el premio Nobel Paul Crutzen, el químico holandés que estudió la incidencia del ozono en la atmósfera en el año 2000. Que «la era del hombre» deba su nombre a la impronta de una huella que ha impactado en todo el planeta a nivel biogeofísico no suena muy halagüeño. Revertir los daños causados hasta el presente es un deber ineludible. No solo por cuestiones éticas, sino porque, como dijo Woody Allen, el futuro debería preocuparnos porque es donde vamos a pasar el resto de nuestra vida.
Por suerte, hay ciudadanos que ya luchan por ello. Como el jovencísimo Boyan Slat, un holandés de 19 años que tras fundar la organización The Ocean Cleanup ha propuesto una solución para reducir en un 50 % la acumulación de plástico en los giros en los próximos 10 años. Slat, premiado por sus ideas científicas y tecnológicas, está considerado una de las 20 jóvenes promesas del mundo en el campo de la emprendeduría. En constante interrelación con institutos de investigación y empresas privadas, ahora se encuentra en campaña para reunir el dinero suficiente que permita dar el pistoletazo de salida a su proyecto. Se trata de una serie de barreras flotantes sólidas ancladas al fondo del mar que se mueven al ritmo de las corrientes y agrupan la basura hasta una plataforma, donde es retirada mecánicamente y dispuesta para su reciclaje, un sistema que evita además la captura accidental de animales marinos. El prototipo ya ha sido probado con éxito en las islas Azores y ahora, gracias al crowdfunding, espera poder hacerlo realidad.
Porque limpiar los océanos, amenazados por la cantidad bestial de basura que nosotros hemos generado, es posible. Pues hagámoslo. Antes de que las «plastirrocas» se apoderen del registro geológico y los «plastipeces» invadan nuestros platos.
Crean una enzima mutante que "se come" el plástico
El descubrimiento, hallado por casualidad, podría ser crucial en la lucha contra la contaminación por este material.
Distintivo impreso en los plásticos PET
Un equipo científico ha creado una enzima artificial capaz de descomponer el plástico
Redacción
24 de abril de 2018
El plástico es omnipresente, barato y fácil de producir, pero deshacernos de él es un quebradero de cabeza, pues no se degrada con facilidad. Y es que no existe en la naturaleza ningún mecanismo que resulte lo suficientemente eficaz para asimilarlo al ritmo del uso que le damos. Se calcula hasta que los polímeros que lo componen empiecen a desintegrarse a nivel molecular, pueden pasar un mínimo de 450 años. De ahí la urgencia de encontrar una solución antes de que sea demasiado tarde.
En 2016, un equipo científico japonés descubrió una bacteria capaz de descomponer la molécula del tereftalato de polietileno (PET), un tipo de plástico muy usado en la fabricación de envases. Ahora, basándose en este descubrimiento, investigadores de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) y del Departamento de Energía de Estados Unidos han modificado la enzima producida por la bacteria, resultando de ello una nueva molécula capaz de descomponer el plástico incluso mejor de lo que hacía el organismo unicelular.
Un descubrimiento fortuito
Los científicos descubrieron que la molécula que investigaban era es muy similar a la cutinasa, una enzima presente en algunas bacterias y que es capaz de degradar la cutina, un polímero producido por los vegetales. Sin embargo, cuando manipularon la enzima para investigarla, descubrieron accidentalmente la sorprendente capacidad de la molécula para descomponer el plástico.
En concreto, según el equipo de investigadores, la enzima mutante tarda unos días en realizar dicha función, un tiempo que advierten podría ser incluso menor si se llega a producir a gran escala, de una forma similar a las enzimas usadas para producir detergente en polvo o biocombustibles.
Un posible uso sería, por ejemplo, transplantar la enzima mutante a una ‘bacteria extremófila’ capaz de sobrevivir por encima de los 70 ºC, una temperatura en la que el PET se vuelve viscoso. De esta forma, según los científicos, podría degradarse hasta un 10% más rápido de lo que lo hace en el medio natural. Otra opción, según los investigadores, sería convertir el PET en polímeros biodegradables, como el PHA o el PHB.
Contaminación
Océanos
Medio ambiente
Biología
Química
Millones de plásticos en los confines de la Tierra
Una expedición a la isla Henderson, una de las más remotas del mundo, ha encontrado en sus playas desiertas 37 millones de trozos de plástico
Isla Henderson
Contaminación por plástico en la playa este de la isla Henderson.
Foto: Jennifer Lavers
Playas de plástico
Detalle de los escombros de plástico en East Beach, isla de Henderson.
Foto: Jennifer Lavers
Jennifer Lavers en East Beach, Isla Henderson
La investigadora del Instituto de Estudios Marinos y Antárticos de la Universidad de Tasmania, Jennifer Lavers.
Foto: Jennifer Lavers
Alejada de la costa
La isla Handerson está tan alejada de la costa, donde se vierten al mar la mayoría de los residuos que terminan en sus playas, que resulta inaudito que terminen inundando la costa.
Héctor Rodríguez
16 de mayo de 2017
Millones de plásticos en los confines de la Tierra
Quizá todavía no estés al corriente, pero no te culpes. Lo más probable es que si no estás al tanto de las últimas novedades en el campo de la geología tu manera de entender el tiempo este regida por el transcurso de los ritmos circadianos, y sobre todo, por tu reloj biológico. Si vives en una gran ciudad, también algo alienada por las dinámicas del ecosistema urbano en el que habitas. Sin embargo, existe otra escala de tiempo. Y es lo suficientemente grande como para hacer que nuestros escasos años de vida se vean insignificantes. Estamos hablando las conocidas como eras geológicas, y la penúltima, el Holoceno, duró unos 10.000 años. Hablamos en pasado porque según sostienen muchos científicos, no hace demasiado tiempo que nos adentramos en la era geológica en la que vivimos en la actualidad, el Antropoceno.
Las eras geológicas vienen determinadas por los estratos geológicos de nuestro planeta, es decir, las distintas capas de materiales que se superponen en la corteza terrestre. Por tanto, los cambios de era geológica vienen determinados por una variación significativa - y sobre todo global- en la composición de cada uno de estos estratos. Así, 1950 es la fecha que parece marcar la entrada en el Antropoceno. Y esto se debe a que los residuos de las pruebas nucleares desarrolladas durante el siglo XX han dejado una marca patente a escala planetaria. De este modo, si analizáramos dentro de 10.000 o 20.000 años el estrato geológico actual, lo encontraríamos tapizado -aunque de manera muy fina- de una pátina de isótopos radiactivos producto de estas pruebas atómicas.
Pero, probablemente, si pasados esos 10.000 o 20.000 años todavía seguimos aquí para estudiar la composición de las capas de nuestra corteza terrestre, al igual que el periodo Carbonífero -hace unos 300 millones de años- estuvo marcado por la formación a nivel global del carbón que hoy extraemos del subsuelo, en el nuestro, el Antropoceno, es muy probable que, el gran protagonista, sea el plástico.
El éxito del plástico como material es indiscutible. Desde su aparición, las infinitas variables de este derivado del petróleo han ido sustituyendo progresivamente a todo tipo de materiales. Y así, en la actualidad utilizamos el omnipresente plástico para casi todo: desde acarrear con la compra desde el supermercado a casa, hasta en las prótesis que muchos de nosotros llevamos dentro del cuerpo. Incluso, resulta interesante pensar en, si este material desapareciera mañana mismo, las grandes dificultades que tendríamos para sustituirlo. Es por tanto un hecho; el plástico lo inunda todo. Pero se trata además de un material para el que no existen en la naturaleza mecanismos de degradación eficaces y capaces de asimilar el plástico al ritmo del uso que de él hacemos. Por tanto solo cabe esperar un resultado: el plástico se acumula, y lo hace cada vez en los lugares más insospechados.
Uno de estos lugares son las playas de una de las islas más remotas del mundo, las cuales, según afirma el último estudio publicado en la prestigiosa revista americana Proceedings of the National Academy of Sciences, han sido contaminadas con la mayor densidad de desechos plásticos acumulados en cualquier parte del planeta. Y es que, a pesar de estar deshabitada y ubicada a más de 5.000 kilómetros del centro de población más cercano, la isla de Henderson está colmada por cerca de 37,7 millones de piezas de plástico.
La isla de Henderson, junto a las islas Islas Pitcairn, Ducie y Oeno -territorios de ultramar del Reino Unido- conforman uno de los miles de pequeños archipiélagos de la Polinesia, en el centro y sur del Océano Pacífico. Esta isla es tan remota que sólo es visitada entre cada cinco y diez años con fines científicos, no obstante su ubicación cerca del centro de la Corriente Circular del Pacífico Sur, la convierte en un foco para los desechos transportados desde gran parte de Sudamérica.
Así, durante la última expedición científica a la isla liderada por la Organización Británica para la Conservación de la naturaleza –RSPB por sus siglas en inglés-, la autora principal del estudio, Jennifer Lavers, del Instituto de Estudios Marinos y Antárticos de la Universidad de Tasmania, se encontró con que estas playas se veían colmadas por una media de 671 unidades de plástico por metro cuadrado, la densidad más alta de plástico jamás registrada para un entorno de estas características.
"Lo que ha sucedido en la isla de Henderson demuestra que no hay escape de la contaminación plástica incluso en las partes más distantes de nuestros océanos", afirma la doctora Lavers. "Lejos de ser la prístina isla desierta que la gente podría imaginar de un lugar tan remoto, la isla de Henderson es un ejemplo chocante pero típico de cómo los desechos plásticos están afectando el medio ambiente a escala mundial”, añade.
"Aún así, es probable que nuestros datos subestimen realmente la cantidad verdadera de escombros en presente en la isla Henderson"
"Basándonos en un muestreo realizado en 5 puntos distintos de la isla estimamos que se han depositado más de 17 toneladas de desechos plásticos en toda la isla, a la que llegan más de 3. 570 nuevas piezas de basura diariamente”, continúa explicando. "Aún así, es probable que nuestros datos subestimen realmente la cantidad verdadera de escombros presente en la isla Henderson, ya que sólo pudimos muestrear las piezas de más de dos milímetros y encontradas hasta una profundidad de 10 centímetros. Por el contrario no pudimos tomar muestras a lo largo de acantilados y costas rocosas".
La mayoría de las más de 300 millones de toneladas de plástico producidas en todo el mundo cada año no se recicla, y al tratarse de un material resistente y duradero, tiene un impacto a largo plazo en los océanos.
"Los desechos plásticos son un riesgo de enredos y daños por ingestión para muchas especies animales; crean una barrera física en las playas para ciertas especies como las tortugas marinas, y reducen la diversidad de invertebrados de la costa. Nuestra a investigación ha demostrado que más de 200 especies se exponen a graves problemas derivados de la ingesta de plástico, así como el 55% de las aves marinas del mundo, incluyendo dos especies encontradas en la isla Henderson, están en riesgo por culpa de este tipo de contaminación", concluye tristemente.
Quizá para la próxima expedición a la isla Henderson, dentro de otros 5 o 10 años, algunas de ellas hayan desaparecido sepultadas por los desechos humanos.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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