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sábado, 29 de septiembre de 2018

DON QUIJOTE : MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.- NATIONAL GEOGRAPHIC .- Don Quijote: el hidalgo que casi nunca se lavaba .................... Por los caminos de don Quijote que imaginó Cervantes

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos informa sobre lo que fue la obra de Miguel de Cervantes Saavedra: "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, más conocido como "Quijote", describe la otra parte de lo que era la sociedad española en aquellos tiempos: Sucios, Cochinos, su cabeza llena de piojos y sus cuerpos llenos de pulgas, y chinches, y por una sencilla razón: casi nunca se bañaban, su cuerpos apestaban y para disimular semejante pestilencia;  se "Bañaban con aromas y olores".
National Geographic .- dice : " Si se lee con atención las dos partes del Quijote de Cervantes se reparará en que, en toda la novela, el protagonista sólo se lava tres veces. La primera vez ocurre cuando don Quijote llega a casa del Caballero del Verde Gabán. Introducido en una sala, su criado Sancho Panza lo desarma y antes de ponerse un vestido limpio, «con cinco calderos o seis de agua, se lavó la cabeza y rostro»: tan sucio iba que «se quedó el agua de color de suero», anota Cervantes. Más adelante, don Quijote llega al palacio de los duques, y allí, antes de comer, le enjuagan la barba con el aguamanil y con «jabón napolitano», propiciando las burlas de las criadas. Por último, el hidalgo manchego, después de ser vapuleado por un rebaño de toros y vacas a los que había desafiado en un cruce de caminos como si fueran caballeros andantes, encontró «una fuente clara y limpia» y allí «se enjuagó la boca y lavóse el rostro»..."
National Geographic .- agrega : " ...Don Quijote, Sancho Panza y los demás personajes de la novela están, pues, muy alejados de los parámetros actuales de higiene personal. Pero desde luego no eran ninguna excepción. Las condiciones de vida en la España de los siglos XVI y XVII dejaban mucho que desear en este aspecto. Por ejemplo, en la novela de Cervantes vemos que todas las ventas, posadas o moradas a las que acudían ambos protagonistas a avituallarse o simplemente a descansar estaban sucias e infestadas de pulgas, piojos y chinches. De estos insectos se habla mucho en el Quijote, por ejemplo cuando el hidalgo dice a su criado: «Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se embarcan en Cádiz, para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro»..
National Geographic.- añade : "...El desaseo imperante se explica también por determinadas concepciones médicas que dominaban en los siglos XVI y XVII. En esa época, el pensamiento médico vigente era el llamado «hipocratismo galenizado», una síntesis de las teorías de los médicos de la Antigüedad Hipócrates y Galeno a la que se añadían elementos mágico-religiosos. Según esta teoría, las enfermedades eran un resultado de los desequilibrios entre los cuatro humores que componían el cuerpo humano: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Las causas del desequilibrio procedían del exterior, por ejemplo, de una comida o bebida que resultaba demasiado «caliente» o demasiado «húmeda». En el Quijote, Cervantes introduce un personaje llamado Pedro Recio, un médico local, doctor por una universidad de segunda clase, que se pone a dar consejos a Sancho Panza cuando éste es gobernador de la ínsula Barataria sobre lo que conviene o no comer. Dice el médico: «Mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed, y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida».
Retrato atribuido a Juan de Jáuregui, también llamado el Pseudo-Jáuregui. No ha sido autentificado, y no existe ningún supuesto retrato de Cervantes cuya autenticidad haya sido establecida
Miguel de Cervantes
Cervantes Jáuregui.jpg
Retrato atribuido a Juan de Jáuregui, también llamado el Pseudo-Jáuregui. No ha sido autentificado, y no existe ningún supuesto retrato de Cervantes cuya autenticidad haya sido establecida.[1][2]
Información personal
Nombre de nacimientoMiguel de Cervantes[3]
Nombre en españolMiguel de Cervantes y Saavedra Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacimiento29 de septiembre de 1547
Alcalá de Henares, España
Fallecimiento22 de abril de 1616[4]​ (68 años)
Madrid, España
Causa de la muerteDiabetes mellitus Ver y modificar los datos en Wikidata
Lugar de sepulturaConvento de las Trinitarias Descalzas Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidadespañola
Lengua maternacastellano
ReligiónIglesia católica Ver y modificar los datos en Wikidata
Familia
PadresRodrigo de Cervantes Ver y modificar los datos en Wikidata
Leonor de Cortinas Ver y modificar los datos en Wikidata
CónyugeCatalina de Salazar y Palacios
Pareja
  • Ana de Villafranca y Rojas Ver y modificar los datos en Wikidata
HijosIsabel de Saavedra
Educación
Educado en
Información profesional
OcupaciónNovelista, soldado, contable, poeta y dramaturgo.
Años activoSiglo de Oro
MovimientoSiglo de Oro
Lengua de producción literariacastellano
GénerosNovela, poesía y teatro.
Obras notablesDon Quijote de la Mancha, La Galatea, Novelas ejemplares.
FirmaMiguel de Cervantes signature.svg
Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares,[5]29 de septiembre de 1547-Madrid, 22 de abril[4]​ de 1616) fue un soldado, novelista, poeta y dramaturgo español.
Está considerado la máxima figura de la literatura española y es universalmente conocido por haber escrito El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (conocida habitualmente como el Quijote), que muchos críticos han descrito como la primera novela moderna y una de las mejores obras de la literatura universal, además de ser el libro más editado y traducido de la historia, solo superado por la Biblia.[6]​ Se le ha dado el sobrenombre de «Príncipe de los Ingenios».[
https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_de_Cervantes
WIKIPEDIA

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/de-don-quijote-a-cervantes_9166/1

El fotógrafo español José Manuel Navia traza un recorrido visual por los escenarios reales y ficticios en los que Cervantes situó las aventuras y desventuras del Quijote.

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/don-quijote-el-hidalgo-que-casi-nunca-se-lavaba_8353
Según Cervantes, en el Siglo de Oro la gente se lavaba raramente y se perfumaba para ocultar los malos olores

Bacinas peligrosas
Bacinilla de cerámica de cuatro asas procedente de Teruel. Siglo XVI.
ORONOZ / ALBUM

Las barbas a remojar
Las cridadas lavan las barbas de Don Quijote. Óleo por John Vanderbank. Siglo XVIII.
BRIDGEMAN / INDEX

Piojos por doquier
Una anciana espulga a un niño ante la mirada de un cachorro. Óleo por Esteban Murillo. 1670-1675. Pinacoteca Antigua, Múnich.
JOSEPH MARTIN / ALBUM
19 de agosto de 2014

Don Quijote: el hidalgo que casi nunca se lavaba
Si se lee con atención las dos partes del Quijote de Cervantes se reparará en que, en toda la novela, el protagonista sólo se lava tres veces. La primera vez ocurre cuando don Quijote llega a casa del Caballero del Verde Gabán. Introducido en una sala, su criado Sancho Panza lo desarma y antes de ponerse un vestido limpio, «con cinco calderos o seis de agua, se lavó la cabeza y rostro»: tan sucio iba que «se quedó el agua de color de suero», anota Cervantes. Más adelante, don Quijote llega al palacio de los duques, y allí, antes de comer, le enjuagan la barba con el aguamanil y con «jabón napolitano», propiciando las burlas de las criadas. Por último, el hidalgo manchego, después de ser vapuleado por un rebaño de toros y vacas a los que había desafiado en un cruce de caminos como si fueran caballeros andantes, encontró «una fuente clara y limpia» y allí «se enjuagó la boca y lavóse el rostro».
El protagonista de la obra de Cervantes, pues, se lava muy raramente, y sólo la cara y los brazos. Nada de bañarse todo el cuerpo, salvo por accidente, como le ocurrió en dos ocasiones: en la aventura de los pellejos de vino, a los que don Quijote se puso a acuchillar de noche creyendo que eran gigantes, hasta que el barbero trajo «un gran caldero de agua fría del pozo y se lo echó por todo el cuerpo de golpe», despertándolo de su funambulismo; y al caerse al agua cuando la embarcación que lo transportaba zozobró en el Ebro. Lo mismo sucede con Sancho Panza, pues aparte del percance que sufrió junto con su amo en el Ebro, tan sólo se dice que una vez, al terminar la pelea que tuvo en la ínsula Barataria, los que estaban con él «lo limpiaron».
De todo ello se deduce que cuando nuestros protagonistas andaban por los caminos polvorientos y soleados de la Mancha, iban sudorosos y cubiertos de roña. Cervantes lo señala al explicar que en una ocasión en que don Quijote se quedó «en camisa», dejando a la vista los muslos, se podía ver que «las piernas eran muy flacas y largas, llenas de vello y no nada limpias». En otro pasaje se dice que don Quijote quedó «todo bisunto [sucio] con la mugre de las armas». Las mujeres representadas en la novela tampoco eran un dechado de limpieza. De Maritornes, la ventera asturiana, Cervantes dice que era sucia y desaliñada. De la campesina que Sancho identificaba con Dulcinea, el autor comenta que despedía un olor hombruno debido a que «con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa». La única que sale bien parada es la bella Dorotea, «que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría y al acabar de lavar los hermosos pies, con un paño de tocar que sacó debajo de la montera se los limpió».

Llenos de piojos

Don Quijote, Sancho Panza y los demás personajes de la novela están, pues, muy alejados de los parámetros actuales de higiene personal. Pero desde luego no eran ninguna excepción. Las condiciones de vida en la España de los siglos XVI y XVII dejaban mucho que desear en este aspecto. Por ejemplo, en la novela de Cervantes vemos que todas las ventas, posadas o moradas a las que acudían ambos protagonistas a avituallarse o simplemente a descansar estaban sucias e infestadas de pulgas, piojos y chinches. De estos insectos se habla mucho en el Quijote, por ejemplo cuando el hidalgo dice a su criado: «Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se embarcan en Cádiz, para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro».

Médicos contra el agua

El desaseo imperante se explica también por determinadas concepciones médicas que dominaban en los siglos XVI y XVII. En esa época, el pensamiento médico vigente era el llamado «hipocratismo galenizado», una síntesis de las teorías de los médicos de la Antigüedad Hipócrates y Galeno a la que se añadían elementos mágico-religiosos. Según esta teoría, las enfermedades eran un resultado de los desequilibrios entre los cuatro humores que componían el cuerpo humano: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Las causas del desequilibrio procedían del exterior, por ejemplo, de una comida o bebida que resultaba demasiado «caliente» o demasiado «húmeda». En el Quijote, Cervantes introduce un personaje llamado Pedro Recio, un médico local, doctor por una universidad de segunda clase, que se pone a dar consejos a Sancho Panza cuando éste es gobernador de la ínsula Barataria sobre lo que conviene o no comer. Dice el médico: «Mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed, y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida».
Otra supuesta causa del desequilibrio de los humores era el aire, y esto explica en parte la mala higiene personal. En esta época se pensaba que el agua, especialmente si estaba caliente, dilataba los poros, momento que aprovechaban los «miasmas», o aires malsanos, para entrar en el organismo y alterar el equilibrio de los humores. Por eso, cuanto menos se lavase una persona menos opciones tendría de enfermar. Ante esta situación la gente se limpiaba el cuerpo en seco, con la única excepción de manos, cara y cuello, esto es, las partes visibles. Hay que señalar que no faltaban motivos para temer el contagio. Justo cuando se publicaba la primera parte del Quijote, en 1605, España estaba aún inmersa en la epidemia de «peste atlántica» que acabó con la vida de 600.000 personas.
Pero la falta de limpieza no impedía que la gente se preocupara mucho por su apariencia exterior. Los más pudientes se cambiaban con frecuencia de vestido y mantenían especial pulcritud en la camisa, cuellos y puños, siempre de color blanco.

Limpieza en los modales

Para disimular los olores corporales, existían perfumes y afeites como el «agua de ángeles»; cuando don Quijote llegó al palacio de los duques vio cómo los criados vertían sobre él «pomos de aguas olorosas». La gente sencilla, sin embargo, no podía permitirse ese lujo. En otro pasaje, don Quijote soñaba con entrar en un suntuoso palacio o castillo, «donde le harán desnudar como su madre le parió, y bañarán con templadas aguas, y untaránle todo con olorosos ungüentos, vistiéndole con una camisa de cendal delgadísima, toda olorosa y perfumada».
También existían reglas de decoro personal, de las que Cervantes se hace eco en su novela. Por ejemplo, cuando Sancho Panza fue nombrado gobernador de su ínsula, don Quijote le recomendaba: «Lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos: como si aquel excremento o añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso». También le sugiere «no mascar a dos carrillos ni de erutar delante de nadie». Sucios tal vez, pero sin perder las formas.

Para saber más

La ciencia y el Quijote. J. M. Sánchez Ron. Crítica, Barcelona, 2005.
Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. G. Vigarello. Alianza, Madrid, 1991.

Por los caminos de don Quijote que imaginó Cervantes

El fotógrafo español José Manuel Navia traza un recorrido visual por los escenarios reales y ficticios en los que Cervantes situó las aventuras y desventuras del Quijote.


De don Quijote a Cervantes
CAMPO DE MONTIEL,
CIUDAD REAL

Aunque intencionadamente Cervantes no quiso desvelar cuál era ese «lugar de la Mancha», sí insistió hasta en cinco ocasiones que se encontraba en «el antiguo y conocido Campo de Montiel», por donde cabalgaron caballero y escudero.
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
ALCÁZAR DE SAN JUAN,
CIUDAD REAL
Campo de cereal en la Mancha, con un «bombo», construcción circular de piedra seca para los aperos de labranza.
Foto: NAVIA

 
De don Quijote a Cervantes
VILLAR DE CANTOS,
CUENCA
Un «lugar» cualquiera de la Mancha, junto a la ermita de Rus, citada en la segunda parte del Quijote. Como afirma nítidamente el propio Cervantes, no quiso precisar ese lugar «por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero».
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
ALMODÓVAR DEL CAMPO,
CIUDAD REAL
La venta de la Inés, antiguamente del Alcalde, al pie de Sierra Morena, es una de las pocas ventas, junto con la vecina del Molinillo, mencionada textualmente por Cervantes en sus obras. Esta venta, verdadero monumento cervantino olvidado, ha permanecido de forma ininterrumpida en manos de los antepasados de Felipe Ferreiro, actual propietario.
Foto: NAVIA

 
De don Quijote a Cervantes
LOS YÉBENES,
TOLEDO
Interior de la antigua venta de Juan de Dios o de Guadalerzas (en su estado actual), etapa obligada del Camino Real de Toledo a Andalucía (o Camino Real de la Plata) y en la que se sabe pernoctó santa Teresa de Ávila en 1575 camino de Beas, en Jaén, poco antes de que tal vez se hospedara también el propio Cervantes en algunos de sus múltiples viajes a Andalucía.
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
TARANCÓN,
CUENCA
La principal población de la Mancha conquense no es citada por Cervantes, pero en la segunda parte del Quijote la zona limítrofe entre la provincia de Toledo y esta parte de Cuenca, camino natural hacia Aragón y Levante, cobra mayor protagonismo. Y algunas celebraciones religiosas, aún no masificadas por el turismo, evocan la importancia que tuvo la Iglesia en otras épocas. Una de las frases más repetidas y mal citada del Quijote, «con la iglesia hemos dado, Sancho», se presta a interpretaciones múltiples. Al fin y al cabo la relación del autor con la Iglesia no fue fácil a veces, pues sufrió dos procesos de excomunión.
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
ARGAMASILLA DE ALBA,
CIUDAD REAL
La tradición ha querido hacer de Argamasilla de Alba ese «lugar de la Mancha», patria de don Quijote, aunque ningún dato del libro avale esta elección ni existan noticias objetivas de la presencia de Cervantes en el lugar. Pero, aparte de que en 1863 el impresor Manuel Rivadeneyra hiciese aquí su edición del Quijote, cuando en 1905 Azorín escribió La ruta de don Quijote con motivo del tercer centenario del libro, situó «forzosamente» en Argamasilla la cuna del caballero. En la imagen, Aquilina Carrasco con el retrato de su tatarabuela, La Jantipa, quien hospedó a Azorín durante su visita a la villa, y un mes antes a Rubén Darío.
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
VILLANUEVA DE LA JARA,
CUENCA
Aún hoy los hombres se siguen reuniendo en los casinos de los pueblos de la Mancha, como en su día ya anotó Azorín, durante el viaje que realizó en 1905 para seguir el itinerario del ingenioso hidalgo por encargo de Ortega Munilla, director de El Imparcial. Este le hizo entrega, de paso, de un pequeño revólver: «En todo viaje hay una legua de mal camino. Y ahí tiene usted ese chisme, por lo que pueda tronar». El resultado de su andadura sería La ruta de don Quijote, donde escribió: «Y después de comer hay que ir un momento al casino».
Foto: NAVIA

 
De don Quijote a Cervantes
CONSUEGRA,
TOLEDO
Era habitual que los molinos ocuparan las elevaciones del terreno para así aprovechar mejor el viento. En contra de una opinión extendida por culpa del escritor estadounidense Richard Ford y del eco que le brindó Azorín, los molinos de viento son muy anteriores a la época de Cervantes, como demostró Julio Caro Baroja, quien cita como ejemplo un verso del Arcipreste de Hita: «Fazen con mucho viento andar las atahonas».
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
MANZANARES,
CIUDAD REAL
Miguel, El Pichón, en una quintería entre Alcázar de San Juan y Manzanares. Al fondo, la puerta falsa del corral como la que un caluroso día de julio vería salir a don Quijote, armado y a lomos de Rocinante, dispuesto a deshacer agravios, entuertos y sinrazones: «Por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo». Poco después saldrá de la venta, de nuevo «tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo».
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
ALCALÁ DE EBRO,
ZARAGOZA
A orillas del Ebro, aguas arriba de Zaragoza, transcurre algo menos de la mitad de la segunda parte del Quijote. En esta población ribereña, rodeada por un meandro del río que podía llegar a aislarla, sitúa también la tradición la ínsula Barataria que fue entregada a Sancho Panza para su gobierno. Y de cuya experiencia salió escaldado, diciendo: «Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite desta muerte presente».
Foto: NAVIA

De don Quijote a Cervantes
BARCELONA
Al llegar a Barcelona «tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces de ellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo». En esta ciudad don Quijote conocerá la guerra de verdad en una escaramuza marítima contra los turcos. Y finalmente su idealismo se eclipsará a la vez que cae derrotado en la playa a manos del Caballero de la Blanca Luna. Su final, como afirma Martí de Riquer, «está cerca».
Foto: NAVIA
06 de marzo de 2017, 15:10

Por los caminos de don Quijote que imaginó Cervantes

Los caballeros andantes de la Edad Media
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Los caballeros andantes de la Edad Media

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Fotografías
Lo que sabemos acerca de la biografía de Miguel de Cervantes encierra casi tantas lagunas como certezas, para gran desesperación –y no pocas controversias– de sus biógrafos. Pero es mucho lo que nos dijo de sí mismo a través de los personajes de sus libros y de sus sustanciosos prólogos… Y así sabemos «que yo no soy bueno para palacio, porque tengo vergüenza y no sé lisonjear» (frase puesta en boca de Tomás Rodaja, El licenciado Vidriera), pues poco fue lo que sacó de los poderosos cuando quiso que se le recompensase por todos los años pasados al servicio de las armas españolas por el Mediterráneo. Salió escaldado y, tanto por necesidad como de algún modo por propia elección, condujo su vida más por caminos y mesones –y alguna prisión– que por lujos y palacios. «Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas», decía don Quijote. Y en esas encrucijadas se jugó Cervantes la vida, eso sí, con ganas y a manos llenas, como prueban las palabras que escribió ya en su lecho de muerte para rematar el prólogo del Persiles: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir».
Este año 2015 se cumple el cuarto centenario de la segunda parte del Quijote, publicado en Madrid en 1615. En ella Cervantes pide «que se les olviden las pasadas caballerías del Ingenioso Hidalgo, y pongan los ojos en las que están por venir, que desde ahora en el camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron en los campos de Montiel». Así, el autor traslada su territorio hacia el norte de la Mancha, para ir encaminando poco a poco a sus héroes hacia Aragón y finalmente a Barcelona. Pero entre ambas partes ha ocurrido un hecho fundamental: bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, alguien se ha adelantado a Cervantes y, animado por el éxito de la primera parte del libro, ha publicado una segunda en 1614. Ello espolea a nuestro autor, que terminará la suya, en la que ya trabajaba, de un modo tan novedoso y genial que introduce ese «falso» Quijote en la propia narración y altera las aventuras previstas para así desenmascarar al tal Avellaneda: «Por el mismo caso –respondió don Quijote– no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes como yo no soy el don Quijote que él dice». A orillas del Ebro, aguas arriba de Zaragoza, transcurre algo más de la tercera parte del libro. Y luego, sin entrar en Zaragoza, caballero y escudero llegan a Barcelona, ciudad de la que Cervantes se deshará en elogios y que, según Martí de Riquer, necesariamente hubo de conocer. Allí, frente al mar, don Quijote caerá derrotado, recobrará la cordura y regresará con Sancho a su aldea, para dictar testamento y morir en paz.
Don Quijote: el hidalgo que casi nunca se lavaba
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Don Quijote: el hidalgo que casi nunca se lavaba

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Fotografías
Al hilo de Territorios del Quijote, libro y exposición que realicé en 2005 con motivo del cuarto centenario de la aparición de la primera parte de la novela, estoy ahora trabajando de nuevo sobre ella y, lo que es más importante, sobre la vida de Cervantes, cuya muerte se conmemora en 2016. El tema me viene como anillo al dedo, pues a mi interés por la literatura como motor de la fotografía se une mi fascinación por las tierras de interior, esas grandes mesetas de las que la Mancha es un buen ejemplo (tanto es así que desde hace seis años buena parte de mi vida transcurre en un pueblo de la Alta Mancha toledana… «un lugar de la Mancha» más).
Con el apoyo de AC/E (Acción Cultural Española), del Instituto Cervantes y de Ediciones Anómalas, he decidido seguir los pasos de nuestro escritor por el mundo, lo que no es tarea fácil ni breve, pues sorprende lo que viajó, por voluntad o forzado, este hombre del siglo XVI: España de cabo a rabo y repetidamente, Italia, Grecia, Argelia y Túnez, Lisboa… Sé que las huellas tanto del autor como de sus personajes se confunden y son esquivas, como tan generosamente me ha recordado el profesor Francisco Rico en su libro Tiempos del «Quijote» (El Acantilado, 2012): «Navia sabe que don Quijote no contempló nunca los espacios que él retrata, que todos los mapas son arbitrarios y todas las leyendas falsas. Pero sabe también que don Quijote existe en el espíritu. […] Las fotografías de Navia no son ilustraciones de la novela, sino miradas acerca de un don Quijote a quien se echa de menos. Con la subjetividad radical de la mejor fotografía, cada encuadre, cada juego de luces, cada matiz de color, dice una interpretación personal del paisaje, presidido por un don Quijote que no se ve y que sin embargo se hace sentir». En intentar hacer sentir de algún modo la presencia de su creador gasto ahora mis días.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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