Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG.,la Revista National Geographic, ha elaborado un amplio y extenso reportaje sobre los buitres, una especia de ave que en muchos países se bate próximo a la extinción, debido a envenamientos de los cadáveres que devoran o su lenta reproducción. Los buitres son tan necesarios que si llegan a desaparecer afectará a la población mundial con nuevas enfermedades debido a la contaminación ambiental, producida por los olores fétidos de los cadáveres por que ya no existen buitres para que los devoren.
National Geographic .- narra : "...............¿Por qué tanta competencia por unos despojos de tamaño considerable?
¿Cómo se explica tan inopinada avidez? Fácil: el ñu tiene la piel gruesa
y no ha sucumbido en las fauces de un carnívoro, razón por la cual su
cuerpo no presenta una abertura de tamaño suficiente para ofrecer un
banquete multitudinario. De modo que los buitres más aguerridos compiten
en feroz combate por acceder a él. En medio de los graznidos y
cacareos, un buitre dorsiblanco africano hunde la cabeza en la cuenca ocular del ñu y, valiéndose de su
lengua acanalada, sorbe con gula todo cuanto puede antes de que le
disputen su puesto en la mesa. Otro dorsiblanco se introduce en
una fosa nasal mientras un buitre moteado ataca por el extremo
contrario: llega a adentrarse 20 centímetros por el ano del ñu antes de
que un congénere lo desaloje violentamente del puesto para embutir su
propia cabeza en el intestino del mamífero. Y así sucesivamente: 40 aves
voraces para cinco orificios del tamaño de una pelota de golf.............."
https://www.nationalgeographic.com.es/fotografia/foto-del-dia/alimoche-buitre-mas-pequeno-2_11070
https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/grandes-reportajes/buitres-aves-carroneras-con-una-injusta-reputacion_10971
Su desaparición, creen los científicos, probablemente desencadenaría una catástrofe ecológica y económica. ¿Por qué?
En pleno banquete
La sangre gotea del pico de un buitre
moteado. El cuello y la cabeza de esta especie apenas tienen plumas,
así se le adhieren menos restos de sangre, tripas y heces mientras se
alimenta del cadáver.
Charlie Hamilton James
Para toda la vida
Los buitres son amantes y luchadores.
Probablemente se emparejan para toda la vida, que en estado salvaje
puede prolongarse 30 años, y son atentos con su consorte.
Charlie Hamilton James
Festín de cebra
Un buitre moteado se apropia de una
cebra muerta en el Parque Nacional del Serengeti, en Tanzania, mientras
otros miembros de su especie y buitres dorsiblancos africanos (Gyps
africanus) se acercan para sacar tajada. Es probable que otros
congéneres acudan al festín. En unos minutos pueden dejar limpio el
esqueleto.
Foto: Charlie Hamilton James
Disputa por la comida
A la hora de disputarse unos despojos, los buitres combaten con agresividad, también con los de su propia especie.
Charlie Hamilton James
Lucha encarnizada
En el Serengeti, un chacal se enfada
ante la insistencia de un buitre dorsiblanco africano por participar de
su festín de ñu. Los territorios de alimentación de los carnívoros
terrestres, como chacales y hienas, son limitados. Desde el aire, los
buitres disfrutan de unas vistas mucho mejores del menú del día: pueden
avistar un cadáver a 35 kilómetros de distancia.
Charlie Hamilton James
Indispensables
Incluso Darwin los tachó de «repugnantes», pero los buitres tienen más de indispensables que de aborrecibles, porque limpian cadáveres que de otro modo podrían pudrirse y propagar enfermedades.
En la imagen un buitre moteado (Gyps rueppelli) arranca un jirón de tejido traqueal de un ñu muerto.
En la imagen un buitre moteado (Gyps rueppelli) arranca un jirón de tejido traqueal de un ñu muerto.
Charlie Hamilton James
Carbofurano
Espolvoreados sobre carroña, cien
gramos de carbofurano pueden matar cien buitres. Algunas aves intoxicadas
pueden salvarse con la administración de atropina y de carbón activado,
si se cogen a tiempo o si han ingerido poco veneno.
Charlie Hamilton James
Buitreman
En este muladar, los buitres
encuentran solo una parte del alimento que necesitan, un pequeño
desayuno que les da fuerzas para buscarse la vida el resto del día.
Cuando Moragrega empezó en esto hace casi 30 años, los buitres se
mantenían siempre a una distancia prudencial. Pero el roce hace el
cariño y hoy es Buitreman quien, a veces, debe recordarles que no se
extralimiten.
Charlie Hamilton James
Centro de recuperación
Un buitre dorsiblanco africano convalece en el centro de VulPro. Posteriormente fue devuelto a la naturaleza.
Charlie Hamilton James
Vista con retrovisor
Conservacionistas de Namibia
utilizan un retrovisor telescópico para echar un vistazo al nido
arbóreo de un buitre orejudo. Si localizan un pollo de suficiente edad,
lo cogen, le colocan una marca en el ala y lo devuelven al nido. Las
hembras podrían poner un huevo cada uno o dos años, de modo que la
supervivencia de todos los pollos es vital para el futuro de la
población.
Charlie Hamilton James
Mirada amenazante
Cual gárgolas de piedra, estos buitres de El Cabo (Gyps coprotheres)
dirigen una mirada amenazante desde un acantilado de nidificación
artificial cerca de Magaliesburg, Sudáfrica. Estas instalaciones de
cría, investigación y rehabilitación están gestionadas por VulPro, una
ONG que trabaja por recuperar la población de buitres africanos.
Charlie Hamiliton James
Buitres, aves carroñeras con una injusta reputación
Serengeti, en Tanzania. Cuando amanece, aparece muerto en medio de una turbamulta de buitres, una cuarentena de aves tratando de acceder a sus entrañas. Algunos
de esos carroñeros aguardan pacientemente, con los ojos clavados en la
presa, pero la mayoría se mide en un combate de gladiadores. Las garras prestas, se engallan y cargan, atacan y sortean al enemigo. Uno
se abalanza sobre otro, monta a su rival, que se sacude y se empina. El
grupo se separa y se apiña en un mar de ondulantes pescuezos
pardinegros, picos que apuñalan, alas que restallan. Del cielo desciende
un flujo incesante de nuevos comensales, cabizbajos, agitados,
atropellados en su ansia por sumarse al tumulto.
Al anochecer el ñu está sentenciado a muerte: enfermo o
herido, se ha distanciado varios kilómetros de su manada en la llanura
del ¿Por qué tanta competencia por unos despojos de tamaño considerable? ¿Cómo se explica tan inopinada avidez? Fácil: el ñu tiene la piel gruesa y no ha sucumbido en las fauces de un carnívoro, razón por la cual su cuerpo no presenta una abertura de tamaño suficiente para ofrecer un banquete multitudinario. De modo que los buitres más aguerridos compiten en feroz combate por acceder a él. En medio de los graznidos y cacareos, un buitre dorsiblanco
africano hunde la cabeza en la cuenca ocular del ñu y, valiéndose de su lengua acanalada, sorbe con gula todo cuanto puede antes de que le disputen su puesto en la mesa. Otro dorsiblanco se introduce en una fosa nasal mientras un buitre moteado ataca por el extremo contrario: llega a adentrarse 20 centímetros por el ano del ñu antes de que un congénere lo desaloje violentamente del puesto para embutir su propia cabeza en el intestino del mamífero. Y así sucesivamente: 40 aves voraces para cinco orificios del tamaño de una pelota de golf.
En el aire vuelan gotas de sangre y de moco; penden vísceras de los picos; dos aves se enzarzan en un tira y afloja con tres metros de intestino bañado en tierra y heces.
Por fin dos buitres orejudos pasan a la acción. Estos animales de porte espectacular superan el metro de estatura y rondan los tres de envergadura alar. (Los nidos que arman en las copas de los árboles alcanzan el tamaño de una cama de matrimonio extragrande.) Su rostro es de color rosa, tienen el pico grande y muy arqueado, y un musculoso cuello cubierto de piel rosada y arrugada, orlado por una aparatosa gorguera parda. Mientras uno de los buitres orejudos agujerea un hombro del ñu, el otro escarba en las interioridades de un seno nasal con la esperanza de hallar sabrosos reznos. Rasgan pieles y nervios. Un buitre dorsiblanco introduce entonces la cabeza en la garganta del ñu y arranca 20 centímetros de tráquea. Pero antes de empezar a degustarla, un marabú africano de 1,20 metros de alto que lleva un buen rato acechando con disimulo se la arrebata de repente y la engulle de golpe. Gracias a la labor de los buitres orejudos, que prefieren el tendón al músculo, el ñu ya está abierto de par en par. En el aire vuelan gotas de sangre y de moco; penden vísceras de los picos; dos aves se enzarzan en un tira y afloja con tres metros de intestino bañado en tierra y heces.
El buitre quizá sea el ave más denostada del planeta, una metáfora viviente de avidez y voracidad. En en el diario que Charles Darwin
redactó a bordo del Beagle en 1835, calificaba a los buitres de aves
«repugnantes» cuyas cabezas peladas «se formaron para ahondar en la
putridez». Entre sus múltiples adaptaciones se cuenta la capacidad de vomitar el contenido íntegro de su estómago cuando se ven amenazados, para levantar así el vuelo con más celeridad.
¿Asqueroso? Quizá. Pero lo compensan con una buena lista de méritos: nunca (o casi nunca) matan otros animales; es probable que sean monógamos y nos consta que comparten con la pareja los cuidados de la prole; holgazanean y se remojan en grandes grupos bien avenidos. Y lo más importante, desempeñan en sus ecosistemas un servicio crucial y nunca bien valorado: la limpieza y el reciclaje rápido de los animales muertos. Se calcula que los buitres que o bien habitan o bien pasan temporadas en el ecosistema del Serengeti durante la migración anual (en la cual 1,3 millones de ñúes azules se desplazan entre Kenya y Tanzania) han consumido históricamente más carne que todos los mamíferos carnívoros del Serengeti en su conjunto.
Comer 1 kg de carne en solo 1 minuto
Y lo hacen a gran velocidad. Un buitre puede engullir un kilo de carne en un minuto; un
grupo numeroso liquida una cebra de cabo a rabo en media hora. Sin
ellos es probable que los cadáveres tardasen más en desaparecer, con la
consiguiente proliferación de insectos y la propagación de
enfermedades, entre humanos, ganado y otros animales salvajes.
Pero este armónico estado de las cosas no es inmutable. De hecho, en algunas regiones clave está en claro peligro. África ya ha perdido una de sus once especies de buitre (el buitre negro) y otras siete figuran en la lista de especies en peligro o en peligro crítico. Algunos, como el buitre orejudo, apenas existen fuera de las áreas protegidas, y otros como el alimoche común y el quebrantahuesos están al borde de la extinción. Los buitres y otras aves carroñeras, dice Darcy Ogada, directora adjunta de los programas africanos del Peregrine Fund, «constituyen el grupo funcional de aves más amenazado del mundo».
El buitre quizá sea el ave más denostada del planeta, una metáfora viviente de avidez y voracidad
En este día soleado de marzo Ogada viaja con su colega Munir Virani por la región keniana de Masai Mara. Virani no está aquí para estudiar las aves, sino para hablar con los pastores acerca de sus vacas. Se ha comprobado que la cría de ganado es esencial para el bienestar de los buitres. Virani explica que en los últimos años los masai han arrendado sus tierras –que bordean la sección norte de la Reserva Nacional Masai Mara– a organizaciones conservacionistas cuyo fin es proteger la fauna salvaje mediante la prohibición de la presencia de pastores y sus rebaños. Algunos masai alegan que con esa práctica han atraído más leones y otros carnívoros a la zona. (Las áreas de conservación son contiguas y carecen de vallas.) Entre tanto las poblaciones de ñúes y otros ungulados del ecosistema del Mara afrontan problemas como el furtivismo, las sequías prolongadas y la roturación y urbanización de la sabana. Solo esto basta para entender que los buitres lo tienen difícil, pero aún hay más.
Virani pregunta a cada masai que encontramos si últimamente ha perdido alguna cabeza de ganado en las fauces de algún depredador. La respuesta es siempre: «Sí, y mis vecinos también». Los leones suelen atacar de noche, cuando el ganado está cerrado en bomas (corrales vallados con arbustos espinosos). Los leones rugen, el ganado aterrorizado sale en estampida llevándose por delante la puerta de la boma, y la manada se dispersa. Los perros ladran para alertar a los dueños, pero para entonces suele ser demasiado tarde. Quedarse sin una vaca significa perder 30.000 chelines (unos 270 euros), un perjuicio notable para unas familias que utilizan el ganado como moneda de cambio (un toro puede llegar a valer 100.000 chelines).
El siguiente paso es la toma de represalias: los hombres atan a los perros, recuperan lo que quede de la presa del león y la rocían con un genérico de Furadan, un pesticida rápido y barato que se encuentra fácilmente en la venta clandestina. El león regresa al lugar donde dejó la presa, casi siempre con su familia, y sucumbe entonces la manada entera. (Los investigadores calculan que Kenya pierde un centenar de leones al año en estos conflictos. En el país quedan unos 1.600.) Es inevitable que los buitres también se acerquen a los despojos, y eso cuando no se comen directamente los propios leones envenenados. Por una vía o por otra, estas aves –que pueden alimentarse en grupos de más de cien individuos– también mueren en pleno.
Descenso de las poblaciones de buitres
El panorama ha sido peor en otros lugares. En la India la
población de los buitres más comunes –dorsiblanco bengalí, indio y
picofino– disminuyó en más de un 96% en tan solo un decenio. En
2003 investigadores del Peregrine Fund relacionaron sin asomo de duda
esa mortandad a la administración al ganado de un antiinflamatorio
llamado diclofenaco. Prescrito en principio como fármaco humano para la
artritis y otras dolencias, en 1993 se aprobó su uso veterinario. A los
buitres el diclofenaco les causa un fallo renal: en las autopsias los
riñones aparecen recubiertos de cristales blancos.
Esa elevada mortandad llamó la atención por lo sorprendente de sus repercusiones encadenadas. La India es uno de los países con mayor número de cabezas de ganado del mundo, pero la mayoría de los indios no come carne de vaca. Cuando millones de buitres perecieron por envenenamiento, empezó a acumularse ganado muerto. A continuación aumentó en 7 millones el número de perros, que ya no tenían que disputarse la carroña con los buitres, hasta alcanzar 29 millones de animales en 11 años. La consecuencia: unos 38,5 millones de mordeduras de perro más que antes. La población de ratas se disparó. Las muertes por rabia registraron un incremento de casi 50.000 personas, con un coste de unos 31.000 millones de euros en concepto de gastos médicos y salarios perdidos. La comunidad parsi de Mumbai se alarmó al percibir otra novedad: los cadáveres que según su ritual colocan en plataformas de piedra para su «entierro celestial» (en el cual los buitres liberan el alma del muerto para que pueda llegar al cielo) tardaban muchos meses más que antes en desaparecer, pues no quedaban buitres que los devorasen.
Cuando se demostró científicamente que el diclofenaco era la causa de la mortandad de buitres, en 2006 se prohibió su uso veterinario en la India, Pakistán y Nepal. (Si bien todavía se administra al ganado clandestinamente.) Bangladesh hizo otro tanto en 2010, y a mediados de junio de 2015 una coalición de grupos ecologistas instó a la Comisión Europea a prohibir el uso del fármaco en animales. La Comisión todavía no se ha pronunciado.
Sumada a programas de cría en cautividad y muladares para buitres
–donde se pone a disposición de las aves salvajes carne procedente de
granjas o mataderos–, la prohibición del diclofenaco ha dado sus frutos. Nueve años más tarde el declive del buitre indio se ha frenado y en algunas regiones las cifras han empezado incluso a remontar,
aunque la población de las tres especies más afectadas sigue siendo
ridícula en comparación con los millones de individuos de antaño.
Ogada no confía en que África vaya a seguir la iniciativa de la India en respuesta a la crisis del buitre. «El
Gobierno keniano apenas ha dado pasos para la conservación de los
buitres –declara–, y no hay voluntad política de restringir el uso de
los carbofuranos», la familia de pesticidas a la que pertenece el
Furadan. Y mientras que en la India los buitres se enfrentan a
una única gran amenaza –el envenenamiento accidental–, los de África
tienen muchos frentes.
En julio de 2012 murieron 191 buitres tras devorar un elefante abatido por cazadores furtivos y rociado con veneno en un parque nacional de Zimbabwe.
En julio de 2012 murieron 191 buitres tras devorar un elefante abatido por cazadores furtivos y rociado con veneno en un parque nacional de Zimbabwe.
500 buitres envenenados
Un año después medio millar de buitres perecieron en Namibia después de haberse comido otro elefante envenenado.
¿Por qué los cazadores furtivos, cuyo objetivo es hacerse con el
marfil, perpetran estos ataques contra los buitres? «Porque al
arremolinarse en el aire sobre elefantes y rinocerontes muertos, estas
aves los delatan ante los guardas de los parques», explica Ogada. A los
furtivos del marfil han de achacarse hoy un tercio de los
envenenamientos de buitres en el África oriental.
Las prácticas culturales también se han cebado con los buitres. Según André Botha, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, muchas de las aves halladas junto a animales abatidos por los furtivos aparecen sin cabeza ni garras, señal inequívoca de que se han vendido como muti, o medicina tradicional. En los mercados sudafricanos es fácil encontrar partes corporales a las que se atribuye la capacidad de curar diversas enfermedades o de proporcionar fuerza, velocidad y resistencia. Los sesos de buitre curados también tienen gran predicamento: si se fuman mezclados con barro, conjuran la presencia de un guía sobrenatural.
Las prácticas culturales también se han cebado con los buitres. Según André Botha, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, muchas de las aves halladas junto a animales abatidos por los furtivos aparecen sin cabeza ni garras, señal inequívoca de que se han vendido como muti, o medicina tradicional. En los mercados sudafricanos es fácil encontrar partes corporales a las que se atribuye la capacidad de curar diversas enfermedades o de proporcionar fuerza, velocidad y resistencia. Los sesos de buitre curados también tienen gran predicamento: si se fuman mezclados con barro, conjuran la presencia de un guía sobrenatural.
Con todo, la amenaza por excelencia que se cierne sobre los buitres de África es la omnipresencia y el uso generalizado de venenos. FMC, el fabricante de Furadan, radicado en Filadelfia, empezó a recomprar este pesticida a sus distribuidores de Kenya, Uganda y Tanzania –y suspendió la venta en Sudáfrica– en 2009 a raíz de un reportaje sobre el envenenamiento de leones emitido por el programa televisivo 60 Minutos. Pero el pesticida sigue presente como genérico. La agricultura es el segundo sector en importancia de Kenya, un país con un largo historial de utilización de toxinas para combatir epidemias y plagas. Allí cualquiera puede presentarse en un almacén agroveterinario y adquirir, por menos de dos euros, pesticidas de alta toxicidad.
«En el trópico no puede haber agricultura sin pesticidas –afirma Charles Musyoki, del Servicio de Vida Salvaje de Kenya–. De manera que necesitamos educar a la población para que les den un uso correcto y seguro.»
Lo que la población piensa actualmente es que los carbofuranos son baratos, eficaces y seguros (mucho menos peligrosos que acechar y alancear al depredador en cuestión). Hasta la fecha las autoridades no han procesado a un solo envenenador de buitres. «Envenenar a los depredadores es parte de esta cultura, no hay más», dice Ogada, encogiéndose de hombros. Las comunidades indígenas siempre han protegido sus rebaños, y los descendientes de los europeos –que introdujeron los venenos sintéticos baratos– llevan más de tres siglos masacrando aves y mamíferos carnívoros en África.
Los operadores de safaris en globo aerostático, que levantan el vuelo antes del alba, se han quejado de esta contaminación lumínica nocturna. Pero para Virani estas bombillas, conectadas a una batería solar, son un pequeño milagro, el método más inofensivo y eficiente de ahuyentar a los depredadores de los corrales y evitar así los envenenamientos por venganza que diezman las poblaciones de buitres.
Conservación de los buitres
La iluminación, explica Virani, tiene un coste de entre 25.000 y
35.000 chelines por boma (entre 225 y 315 euros), la mitad de los cuales
los financia el Peregrine Fund. «Con prevenir una sola depredación
sobre el ganado, ya está amortizada», dice. En los primeros seis
meses de implantación del sistema en esta parte del Mara, los ataques
de leones contra bomas iluminadas descendieron un 90 %. Hasta
la fecha carnívoros y elefantes –que transitan entre las áreas de
conservación y la reserva, a menudo a través de cultivos de los masai–
siguen esquivando la luz, pero la falta de mantenimiento y la mala
gestión de los sistemas (a veces se deriva la electricidad para cargar
teléfonos móviles, por ejemplo) han mermado su eficacia. Así y todo, la
demanda de sistemas de iluminación sigue superando con mucho la oferta.
En el Serengeti, unos 250 kilómetros al sur de Masai Mara, el sol
naciente ilumina tres hienas adultas que se afanan en devorar otro ñu
muerto. De cuando en cuando el público plumado que se ha reunido en este
teatro circular da un paso hacia el escenario, solo para ser rechazado
por los actores protagonistas con una elevación de mandíbula y un
retraimiento de sus negros labios. Los buitres se dan por aludidos. Hay
entre los cuadrúpedos y los bípedos un respeto palpable: las hienas
dependen de los buitres para localizar cadáveres y los buitres dependen
de las hienas para que se los abran sin dilación.
Por fin las hienas se dan por saciadas y se retiran, lo que da el pistoletazo de salida para las aves. Comienza un baile de despojos cuando dos docenas de buitres rasgan, sorben, picotean y arrancan. De pronto cae del cielo un buitre orejudo y se enzarza con dos de su especie que aguardaban inocentemente en la periferia. El agresor revolotea, agacha la cabeza, alza sus impresionantes alas y, triunfante, monta el ñu. «Son unos animales muy entretenidos –dice Simon Thomsett, experto en buitres asociado a los Museos Nacionales de Kenya. Sin separar los ojos de los prismáticos, añade–: Ciertamente, no podrías dedicar tanto tiempo a observar un león.»
Pasan las horas, los sanguinolentos actores entran y salen de escena: hienas, chacales, marabúes, águilas carroñeras y cuatro especies de buitres. Pese a la apariencia de caos, todos se llevan su bocado: antes o después, una parte u otra, comparten los despojos en función de su estatus social y su capacidad física.
Tanto Thomsett como Ogada, colaboradores habituales, han pasado muchas horas imaginando qué ocurriría si los buitres desapareciesen de este elenco de actores. De su trabajo de campo con despojos de cabra, en experimentos de dos años de duración, Ogada ha aprendido que sin los buitres el período de descomposición de los cadáveres se triplica, así como el número de mamíferos que acuden a los despojos y el tiempo que pasan junto a ellos.
¿Son importantes esos datos? En efecto, porque cuanto más tiempo convivan chacales, leopardos, leones, hienas, jinetas, mangostas y perros al pie de unos despojos, más probabilidades tendrán de propagar patógenos –que en condiciones normales morirían en el estómago de los buitres– a otros animales, ya sean salvajes o domésticos. Al devorar la placenta del ñu, me explica Thomsett, los buitres también impiden que el ganado contraiga la fiebre catarral maligna, un herpesvirus que a menudo resulta fatal. Y al reducir los cadáveres a huesos en cuestión de horas, también limitan las poblaciones de insectos, asociados con enfermedades oculares tanto humanas como veterinarias.
«En términos del servicio que prestan a la humanidad, los buitres son más importantes que los “cinco grandes” que todo el mundo viene a ver aquí», dice, refiriéndose al león, el elefante, el búfalo cafre, el leopardo y el rinoceronte. Su desaparición, creen los científicos, probablemente desencadenaría una catástrofe ecológica y económica.
Aunque el envenenamiento es la causa inmediata de la merma de buitres en África, Thomsett, hombre dado a hablar claro, subraya cuál es la causa última: el exceso demográfico de la población humana. Se calcula que hacia 2050 en Kenya se habrá pasado de los 44 millones de habitantes actuales a unos 81 millones. Y los masai se cuentan entre los grupos de crecimiento más acelerado del país.
Thomsett baja los prismáticos y alarga la lista de amenazas antropogénicas que pesan sobre los buitres kenianos. Los agricultores plantan maíz y trigo en torno a las áreas protegidas para dar de comer a una población en crecimiento, explica. Al reducirse la extensión de pradera, también se reduce la población de ungulados, alimento de los buitres. El Gobierno, añade, no ha conseguido impedir que se perforen pozos geotérmicos a menos de 300 metros de las zonas de nidificación del buitre moteado, especie en peligro crítico. Además muchos buitres mueren al colisionar con el tendido de alta tensión. El Servicio de Vida Salvaje de Kenya todavía no ha redactado plan estratégico alguno en defensa de las especies vulnerables de buitre. (El plan es inminente, me asegura Charles Musyoki.)
Thomsett retoma la observación de los buitres que se regodean en la putrefacción y esboza en un grueso cuaderno cuidados bosquejos de cabezas y patas hasta que las aves se dan por satisfechas y el ñu no es más que una arrugada alfombra azul grisácea con cuatro pezuñas. En los próximos días, los eventuales restos de piel y tendones sucumbirán a la acción de los elementos, los insectos, los hongos y los microbios. Los huesos más grandes del ungulado perdurarán durante años, pero entre tanto sus componentes fundamentales continuarán su ciclo: en el suelo, en la vegetación, en todos y cada uno de los magníficos buitres que hoy se han regalado con su pródiga abundancia.
Alimoche: el buitre más pequeño
Neophron percnopterus
Foto: Gtres
En esta fotografía tomada cerca de la ciudad de Bikaner, en el Estado de Rajsthan, India, podemos apreciar a un hermoso alimoche (Neophron percnopterus), también conocido como buitre egipcio.
Estas aves del orden de los accipitriformes,
se encuentran a medio camino entre las rapaces estrictamente carroñeras
y las cazadoras. Con un plumaje "blanco sucio” y una llamativa gorguera
de plumas desflecadas en cabeza y cuello, este rapaz posee un aspecto completamente inconfundible.
Su pico, fino y relativamente largo, le impide desgarrar los cueros de
los grandes cadáveres como hacen los buitres mayores, aunque le
confiere, en cambio, una gran adaptabilidad a la hora de seleccionar el
alimento.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), la especie se encuentra clasificada, desde el año 2007, en peligro de extinción. En España,
la pérdida de recursos alimentarios y la persecución por parte de
ganaderos y cazadores están en el origen del problema, sobre todo por lo
particularmente sensible que se muestra este al efecto de los cebos envenenados ilegales usados en el campo.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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