Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos informa en un reportaje del Impacto que le produce al Planeta Tierra, el hombre, con las acciones de explotación de sus recursos económicos.
National Geographic .- narra : "La capa se depositó hace unos 445 millones de años, con la lenta
acumulación de sedimentos en el fondo de un antiguo océano. En aquella
época casi toda la vida en la Tierra
aún estaba confinada en el agua, y estaba atravesando una crisis. Entre
un límite y otro de la capa gris de un metro de grosor, alrededor del
80% de las especies marinas se extinguieron. Muchas eran criaturas que
ya no existen, como los graptolites. El episodio de extinciones de finales del ordovícico fue uno de los cinco mayores de los últimos 500 millones de años. Coincidió con cambios extremos del clima, el nivel del mar y la química de los océanos, causados probablemente por la deriva de un supercontinente sobre el polo Sur...."
https://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/el-impacto-del-ser-humano_3915/1
Es un nuevo nombre para una nueva época geológica, definida por el masivo impacto del hombre sobre el planeta. Sus efectos permanecerán en el registro geológico mucho después de que nuestras ciudades hayan desaparecido
Dubai, Emiratos Árabes Unidos
El petróleo transformó Dubai en la
década de 1970. Hoy la ciudad tiene el edificio más alto del mundo,
gigantescos centros comerciales y unos dos millones de habitantes, que
dependen de la desalinización del agua de mar y del aire acondicionado
(y por ende, de la energía barata) para vivir en el desierto Arábigo.
Foto: Jens Neumann / Edgar Rodtmann
Foto: Jens Neumann / Edgar Rodtmann
Mares cambiantes
Esta playa de Rosignano Solvay, en la
Toscana, refleja la relación de los humanos con el mar. La arena
«tropical» ha sido blanqueada por los carbonatos de la planta química,
que hasta hace poco también vertía mercurio. La planta convierte la sal
del mar en cloro y otros productos esenciales. Los combustibles fósiles
proporcionan la energía necesaria para esas transformaciones. El CO₂ que
escupen las chimeneas y los tubos de escape en todo el mundo está
acidificando el océano, lo que constituye una amenaza para la vida
marina.
Foto: Massimo Vitali
El siglo del petróleo
Descubierto en 1911, este yacimiento
en South Belridge, California, produjo petróleo mientras las ciudades se
adaptaban a los coches y las moléculas de hidrocarburos eran
transformadas en artículos de plástico, cosméticos y productos
farmacéuticos. Actualmente, South Belridge produce 32 millones de
barriles al año, cantidad suficiente para cubrirla demanda mundial
durante nueve horas. La oferta de petróleo podría desplomarse en el
transcurso de este siglo.
Foto: Edward Burtynsky
Mover montañas
Las compañías petroleras perforan
cada vez más profundamente en busca de petróleo en aguas marinas, y las
mineras extraen todo el carbón de los Apalaches, que genera la mitad de
la electricidad de Estados Unidos. Esta colina en Kayford Mountain,
Virginia Occidental, desapareció en un día. Unas 470 cimas lo han hecho
desde los años ochenta, y sus residuos han cegado los ríos. La minería
por desmonte sólo aprovecha el 6 % de los depósitos de carbón.
Foto: J.Henry Fair
La sexta extinción masiva
Museo de Historia, Aralsk, Kazajstán.
El esturión barba de flecos está próximo a la extinción, y ya no se
encuentra en el mar de Aral; los trasvases convirtieron lo que fue el
cuarto lago más grande del mundo en una laguna polvorienta. En los
últimos 500 millones de años, los sucesos naturales causaron cinco
extinciones masivas de plantas y animales. Los humanos podríamos estar
causando la sexta.
Foto: Carolyn Drake
Agricultura industrial
En las áridas llanuras del sur de
España, la tierra da sus frutos en el mayor complejo de invernaderos del
mundo. Éstos utilizan el agua y los nutrientes con eficiencia y
producen durante todo el año (por ejemplo, tomates en invierno). Pero el
reto en el mundo son los cereales y la carne, no los tomates. Usamos el
38 % de la tierra firme libre de hielo para alimentar a 7.000 millones
de personas, y se prevé que para 2050 habrá 2.000 millones más.
Foto: Edward Burtynsky
Química en los alimentos
Fertilizantes y pesticidas hacen
posible la alta productividad y la calidad celebradas en esta valla
publicitaria, pero sus efectos nocivos son de gran alcance: la
escorrentía cargada de nitrógeno de los campos fertilizados, por
ejemplo, causa zonas muertas en las desembocaduras de los ríos.
Foto: Reinaldo Loureiro
Un mundo embalsado
Presa Hoover y lago Mead, Nevada. Las
presas controlan las inundaciones, llevan agua a los cultivos -y a la
gente- y generan el 16 % de la electricidad mundial, sin emisiones de
carbono. También han desplazado entre 40 y 80 millones de personas y han
destruido ecosistemas fluviales. Más de la mitad de los grandes ríos
del mundo están hoy embalsados, algunos explotados al máximo. La sequía
constante ha dejado una marca en el lago Mead, que suministra agua a
gran parte del Sudoeste de Estados Unidos.
Foto: Mitch Epstein
Especies invasoras
La Pueraria lobata, una planta
trepadora asiática de crecimiento rápido, ha ocupado millones de
hectáreas en Estados Unidos desde que se plantó en la década de 1930
para controlar la erosión. Las plantas exóticas difundidas por la mano
del hombre son una amenaza para la biodiversidad mundial. Casi todas las
especies amenazadas en Estados Unidos lo están en parte por la presión
de las foráneas invasoras.
Foto: William Christenberry
Marea de residuos
El proceso de desguace de barcos crea
puestos de trabajo en Chittagong, Bangladesh y proporciona gran
cantidad de metales reciclables, pero también produce asbestos,
bifenilos policlorados y otras sustancias tóxicas. Aunque el reciclaje
de residuos va en aumento, también crece muy deprisa la producción de
basura. En las ciudades estadounidenses, durante los últimos decenios
las dos tendencias se han equilibrado mutuamente.
Foto: Edward Burtynsky
Superexpansión urbana
Unos 20 millones de personas viven en
Ciudad de México, la quinta área metropolitana más grande del mundo. En
1800, un 3 % de la población mundial vivía en ciudades. Hoy es el 50 %,
y la cifra sigue aumentando. En los superpoblados barrios de chabolas,
la necesidad de agua limpia y saneamiento es urgente. Sin embargo, la
urbanización también tiene aspectos positivos: la ciudad consume menos
energía por habitante y contamina menos que las áreas rurales.
Foto: Pablo López Luz
El impacto del ser humano
Es un nuevo nombre para una nueva era geológica,
definida por el masivo impacto del hombre sobre el planeta. Sus efectos
permanecerán en el registro geológico mucho después de que nuestras
ciudades hayan desaparecido.
La senda sube por una colina, atraviesa un torrente,
vuelve a atravesarlo y después pasa junto al esqueleto de una oveja.
Para mí está lloviendo, pero aquí, en las Southern Uplands -las altiplanicies del sur- de Escocia, dicen que esto sólo es una llovizna leve a la que llaman smirr.
Justo después del último brusco recodo del camino hay una cascada
envuelta en la niebla y un áspero afloramiento de roca desnuda. La
piedra tiene franjas verticales, como una tarta de varios pisos apoyada
de lado. Mi guía, el estratígrafo británico Jan Zalasiewicz, me señala una ancha franja gris: «Ahí pasaron cosas malas», dice.
Sus efectos permanecerán en el registro geológico mucho después de que nuestras ciudades hayan desaparecido
La capa se depositó hace unos 445 millones de años, con la lenta
acumulación de sedimentos en el fondo de un antiguo océano. En aquella
época casi toda la vida en la Tierra
aún estaba confinada en el agua, y estaba atravesando una crisis. Entre
un límite y otro de la capa gris de un metro de grosor, alrededor del
80% de las especies marinas se extinguieron. Muchas eran criaturas que
ya no existen, como los graptolites. El episodio de extinciones de finales del ordovícico fue uno de los cinco mayores de los últimos 500 millones de años. Coincidió con cambios extremos del clima, el nivel del mar y la química de los océanos, causados probablemente por la deriva de un supercontinente sobre el polo Sur.
El trabajo de un estratígrafo es reconstruir la historia de
la Tierra a partir de pistas deducidas de los estratos rocosos millones
de años después de los hechos. Consideran los procesos a largo
plazo y prestan atención a los fenómenos más violentos, ya que sólo
éstos suelen dejar señales claras y duraderas. Esos sucesos marcan
episodios cruciales en los 4.500 millones de años de historia del
planeta y son los puntos de inflexión que la dividen en capítulos
comprensibles.
Por eso resulta desconcertante averiguar que muchos estratígrafos nos señalan ahora como uno de esos sucesos. Para
ellos, los seres humanos hemos alterado tanto el planeta en el último
siglo que hemos iniciado una nueva época: el antropoceno. Pregunto
a Zalasiewicz cómo cree que verán esta época los geólogos de un futuro
lejano. ¿Será una transición moderada, como tantas otras que aparecen en
el registro geológico, o aparecerá como una franja bien definida
durante la cual sucedieron cosas muy malas, como la extinción masiva del
final del ordovícico? Eso, me responde Zalasiewicz, es lo que estamos
intentando determinar.
El trabajo de un estratígrafo es reconstruir la historia de la Tierra a partir de pistas deducidas de los estratos rocosos millones de años después de los hechos
El término «antropoceno» fue acuñado hace unos 15 años por el químico holandés Paul Crutzen. Un día Crutzen, quien compartió el Premio Nobel por
descubrir los efectos de los compuestos que desgastan la capa de ozono,
había asistido a una conferencia científica cuyo director se refería
constantemente al holoceno, la época que comenzó al final de la última
glaciación, hace 11.500 años, y que se prolonga hasta el presente.
«¡Dejémoslo ya! –exclamó Crutzen–. Ya no estamos en el holoceno, sino en
el antropoceno.» Dice que se hizo el silencio en la sala.
Ya en la década de 1870, el geólogo italiano Antonio Stoppani
había propuesto llamar «antropozoico» a la era caracterizada por la
presencia humana, pero su propuesta no prosperó. El antropoceno, en
cambio, ha tenido mayor aceptación. Desde los tiempos de Stoppani, el
impacto humano en el mundo se ha hecho mucho más evidente, en parte porque la población mundial prácticamente se ha cuadruplicado, hasta alcanzar los 7.000 millones de habitantes. «El patrón de crecimiento de la población humana durante el siglo XX fue más propio de bacterias que de primates», escribió el biólogo E. O. Wilson, quien
calcula que la biomasa humana ya es cien veces mayor que la de
cualquiera de las otras especies de animales grandes que han vivido
alguna vez en el planeta.
En 2002, cuando Crutzen publicó en la revista Nature
su idea del antropoceno, el concepto fue adoptado de inmediato por
investigadores de diversas disciplinas y pronto empezó a aparecer con
regularidad en la prensa científica.
Al principio la mayoría de los científicos que usaban el nuevo
término geológico no eran geólogos. A Zalasiewicz, que sí lo es, le
pareció interesante. «Observé que el término de Crutzen estaba
apareciendo en la bibliografía seria, sin comillas y sin ningún matiz de
ironía», recuerda. En 2007 Zalasiewicz presidía la Comisión de Estratigrafía de la Sociedad Geológica de Londres, y en una reunión decidió preguntar a sus colegas estratígrafos qué opinaban del antropoceno. Veintiuno
de los 22 presentes consideraron interesante el concepto, por lo que el
grupo acordó estudiarlo como un problema geológico formal.
¿Satisfaría el antropoceno los criterios que rigen la designación de una
nueva época? En la terminología geológica, las épocas son paréntesis
relativamente breves, aunque pueden durar decenas de millones de años.
(Los períodos, como el ordovícico y el cretácico,
duran mucho más, y las eras, como el mesozoico, son todavía más
largas.) Los límites entre las épocas quedan definidos por los cambios
conservados en las rocas sedimentarias: por ejemplo, la aparición de un
tipo de organismo comúnmente fosilizado o la desaparición de otro.
Lógicamente, el registro de la era actual en la roca todavía no
existe, por lo que se plantea la siguiente pregunta: Cuando exista, ¿se
verá el impacto humano como un hecho «estratigráficamente
significativo»? La respuesta a la que ha llegado el grupo de Zalasiewicz
es afirmativa, aunque no necesariamente por los motivos que todos
supondríamos. La manera más obvia en que los seres humanos estamos alterando el planeta es probablemente con la construcción de ciudades,
que esencialmente son vastas extensiones de materiales artificiales:
acero, cristal, hormigón y ladrillo. Pero la mayoría de las ciudades
no son buenas candidatas para conservarse a largo plazo, por la
sencilla razón de que están construidas en tierra firme, donde las
fuerzas de la erosión suelen ganar la partida a la sedimentación. Desde
una perspectiva geológica, los efectos humanos más visibles en el
paisaje actual «podrían ser en algunos aspectos los más efímeros», ha
señalado Zalasiewicz.
Los humanos también hemos transformado el mundo con la agricultura,
que ocupa el 38% de la superficie de tierra firme libre de hielo del
planeta. También en este caso, algunos de los efectos que hoy nos
parecen más significativos dejarán, en el mejor de los casos, una huella
leve. Los futuros geólogos tendrán más probabilidades de comprender el
alcance de la agricultura industrial del siglo XXI estudiando el
registro del polen, a partir de las monótonas extensiones de polen de
maíz, trigo y soja que habrán reemplazado el variado registro de polen
dejado por los bosques lluviosos o las praderas.
La tala de bosques
enviará al menos dos señales codificadas a los futuros estratígrafos,
aunque quizá no sea fácil descifrar la primera. La enorme cantidad de
suelo que los bosques talados pierden por la erosión determina un
aumento de la sedimentación en algunas partes del mundo; pero al mismo
tiempo las presas que hemos construido en casi todos los grandes ríos
retienen sedimentos que de otro modo llegarían al mar. La segunda señal
de la deforestación podría ser más clara. La pérdida de hábitat
boscoso es una causa importante de extinciones, que hoy se están
produciendo a un ritmo cientos o incluso miles de veces superior que
durante la mayor parte de los últimos 500 millones de años.
Pero tal vez el cambio más significativo que se está produciendo
desde el punto de vista geológico es invisible para nosotros: los
cambios en la composición de la atmósfera.
Las emisiones de dióxido de carbono son incoloras, inodoras y, en un
sentido inmediato, inofensivas. Pero el calentamiento que inducen podría
empujar las temperaturas mundiales a niveles desconocidos desde hace
millones de años. Algunas plantas
y animales ya están desplazando sus áreas de distribución hacia los
polos, y esos cambios dejarán huella en el registro fósil. Algunas
especies no sobrevivirán al calentamiento. Mientras tanto, las temperaturas en aumento podrían determinar una subida del nivel del mar de seis metros o más.
Las extinción de especies se esta produciendo en la actualidad a un ritmo miles de veces superior que en los últimos 500 millones de años
Mucho después de que nuestros coches, ciudades y fábricas se hayan
convertido en polvo, las consecuencias de quemar miles de millones de
toneladas de carbón y de petróleo probablemente seguirán a la vista. El dióxido de carbono calienta el planeta, pero también se infiltra en los océanos y los acidifica. Puede que en algún momento de este siglo alcancen un nivel de acidez que impida a los corales
construir arrecifes, lo que dejará una huella en el registro geológico
en forma de «interrupción coralina». Cada una de las cinco últimas
extinciones masivas se caracterizó por una interrupción coralina. La
más reciente, causada según se cree por el impacto de un asteroide, se
produjo hace 65 millones de años, al final del período cretácico, y
marcó el fin no sólo de los dinosaurios, sino también de los plesiosaurios, pterosaurios y ammonites. La magnitud de lo que está sucediendo hoy en los océanos sólo puede compararse, en muchos sentidos, con lo sucedido entonces.
Según Zalasiewicz, es posible que a los futuros geólogos nuestro
impacto les parezca tan repentino y profundo como el del asteroide.
Pero si es verdad que hemos ingresado en una nueva época, ¿cuándo
empezó exactamente? ¿Cuándo llegó a tener la acción humana repercusiones
geológicas? William Ruddiman, paleoclimatólogo de la Universidad de Virginia,
ha sugerido que la invención de la agricultura hace 8.000 años, y la
deforestación resultante, determinaron un aumento del CO₂ atmosférico
lo bastante grande como para impedir el inicio de una nueva glaciación;
en su opinión, los humanos hemos sido la fuerza dominante en el planeta prácticamente desde el comienzo del holoceno.
Crutzen, por su parte, sitúa el inicio del antropoceno a finales del
siglo XVIII, cuando, según revelan los testigos de hielo, los niveles de
dióxido de carbono iniciaron un ascenso que no se ha interrumpido. Para
otros científicos, la nueva época comienza a mediados del siglo XX, con la rápida aceleración del crecimiento demográfico y del consumo.
Zalasiewicz dirige ahora un grupo de trabajo de la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS),
encargado de determinar si el antropoceno merece ser incorporado en la
escala de tiempo geológico. La decisión dependerá de los votos de la
ICS y de su organización madre, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas.
Es probable que el proceso tarde varios años. Cuanto más se prolongue,
la decisión puede resultar más sencilla. Algunos científicos sostienen
que aún no hemos llegado al principio del antropoceno, pero no porque
los humanos no hayamos tenido un impacto colosal sobre el planeta, sino
porque probablemente las próximas décadas serán aún más
significativas desde el punto de vista estratigráfico que los siglos
anteriores. «¿Decidimos ahora que el antropoceno ha empezado
ya, o esperamos otros 20 años a que la situación empeore todavía más?»,
dice Mark Williams, geólogo y colega de Zalasiewicz en la Universidad de Leicester, en Inglaterra.
Crutzen, quien abrió el debate, piensa que su auténtico valor no
reside en la revisión de los textos de geología, sino en un propósito de
mayor envergadura. En su opinión, lo importante es llamar la atención
sobre las consecuencias de nuestra acción colectiva, y sobre las
posibles maneras que aún tenemos para evitar lo peor. «Lo que espero
–afirma– es que el término “antropoceno” sea una advertencia para el
mundo.»
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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