"¡Dios mío, parece que esté vivo!", debió de pensar el jefe del Servicio de Antigüedades de Egipto, el francés Auguste Mariette, cuando se topó frente a frente con la estatua de un hombre sentado, vestido con un faldellín y que sostenía un rollo de papiro en su regazo. El antiguo escriba lo miraba fijamente, con sus ojos azules de cristal de roca que habían observado impasibles el paso de los siglos. En su rasurado rostro, sus labios finos y apretados dibujaban una media sonrisa. Tal vez se alegraba de volver a ver la luz de Re después de tantos milenios oculto en la oscuridad de una tumba...
¿QUIÉN ERA ESTE ESCRIBA?
Hablamos de una de las esculturas más famosas del antiguo Egipto: el escriba sentado que hoy en día se exhibe en el parisino Museo del Louvre. Esta escultura de piedra caliza de 53 centímetros de alto fue descubierta durante las excavaciones que el equipo de Mariette estaba llevando a cabo en la necrópolis de Saqqara, a unos veinte kilómetros de El Cairo, en 1850. Desgraciadamente, el diario de la excavación se perdió, por lo que nos resulta imposible conocer las circunstancias en que se realizó el descubrimiento. Como mucho existe una breve descripción de la pieza que Mariette plasmó en unas notas: "Una estatua calcárea pintada que representa a un personaje sentado a la oriental". Lo que sí sabemos es que el egiptólogo llevó la estatua del escriba a París, donde pasó a engrosar la colección egipcia del Museo del Louvre.
DETALLE DE LA ESTATUA DEL ESCRIBA EGIPCIO SENTADO. MUSEO DEL LOUVRE, PARÍS.
La escultura de piedra caliza de 53 centímetros de alto fue descubierta durante las excavaciones que el equipo de Mariette estaba llevando a cabo en la necrópolis de Saqqara, a unos veinte kilómetros de El Cairo, en 1850.
Tampoco sabemos mucho sobre la estatua en sí; solamente que fue creada en algún momento entre las dinastías IV (2543-2436 a.C.) y V (2435-2306 a.C.), pero desconocemos el nombre del propietario de la tumba en la que apareció ni a quién representa (se ha planteado que se trate de un tal Kay por la semejanza del rostro del escriba con el de otra estatua que se ha identificado con ese personaje, o que fuese un tal Pehernefer, un alto funcionario), y ni mucho menos el nombre del artista que le dio vida. Pero eso no impide que se trate de una de las obras más emblemáticas del arte egipcio del Reino Antiguo (2543-2120 a.C.).
EL ROSTRO DEL ESCRIBA SENTADO. MUSEO DEL LOUVRE, PARÍS.
De hecho, aunque no sabemos a quien representaba esta pequeña escultura, lo que sí está claro es que su propietario debió de ostentar un cargo de cierta importancia en la administración faraónica, lo que contribuyó a que se ganara el derecho a tener una tumba y recibir ofrendas ante la estatua de culto que lo representaba realizando orgulloso sus tareas por toda la eternidad.
MIEMBRO DE UNA CLASE PRIVILEGIADA
El escriba sentado del Louvre es una pieza de un realismo excepcional a pesar de su pequeño tamaño. Conserva prácticamente intacta la policromía original. Para pintarla, primero se cubrió la pieza con una fina capa de yeso y sobre ella se dispuso la pintura. La postura es la típica de un escriba: sentado y con las piernas cruzadas. La escultura tenía varias incrustaciones, destacando las de los ojos, de cuarzo pulido enmarcado en cobre, y los dos pezones, de madera. El hombre, representado con un evidente sobrepeso que se manifiesta en los "michelines" de su torso (posiblemente signo de su elevado estatus social), se halla presto a escribir sobre el papiro que sostiene en su regazo. Pero sin duda lo que más llama la atención del escriba es su rostro. La barbilla y los pómulos se hallan muy marcados y los labios son finos. Los ojos incrustados otorgan una gran vivacidad a la estatua, y están enmarcados por unas finas y definidas cejas. La escultura se sitúa sobre una peana, por lo que tal vez estaba pensada para situarla en una hornacina o nicho, posiblemente en la capilla de culto de una tumba.
PERFIL DEL ROSTRO DE LA ESTATUA DEL ESCRIBA SENTADO. MUSEO DEL LOUVRE, PARÍS.
DETALLE DE LAS MANOS DEL ESCRIBA, A PUNTO DE ESCRIBIR. MUSEO DEL LOUVRE, PARÍS.
El hombre, representado con un evidente sobrepeso que se manifiesta en los "michelines" de su torso (posiblemente signo de su elevado estatus social), se halla presto a escribir sobre el papiro que sostiene en su regazo.
Por desgracia poco más podremos llegar a conocer sobre las peripecias de esta bella obra de arte. No existe posibilidad alguna de estudiar de nuevo el yacimiento donde se halló, por lo que resulta prácticamente imposible dar un nombre a este personaje que vivió hace más de cuatro mil años. Aunque eso tal vez sea lo de menos. Lo más importante es que a través de esta pequeña escultura podemos echar la vista atrás y atisbar la sociedad que la produjo, una sociedad que supo organizar una eficaz burocracia en la que los escribas jugaron un papel fundamental para el desarrollo del Estado faraónico. Tal como dice (sin duda con cierto grado de exageración) un antiguo texto de la época, la conocida como Sátira de los oficios, la profesión de escriba "es la mejor de las profesiones. No hay nada igual en todo el país. ¡Dedicaos en cuerpo y alma a los libros! ¡No hay nada mejor que los libros! Mirad, no existe profesión sin jefe. Excepto la de escriba. Él es el jefe". Seguro que nuestro escriba hubiera estado totalmente de acuerdo.
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