Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG.,HUARAZ (PERÚ) 31/01/09. Combo de fotografías del proceso de deglaciación por efectos del calentamiento global que viene sufriendo el nevado Pastoruri en el departamento de Huaraz en los andes centrales de Perú. La cadena tropical más alta del mundo, la cordillera Blanca en Perú, ha perdido el 22 por ciento de sus glaciares en los últimos 30 años debido al calentamiento global, que ha acelerado su deterioro a razón de 20 metros de deshielo por año. EFE/Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA)/ Combo de fotografías del proceso de deglaciación por efectos del calentamiento global que viene sufriendo el nevado Pastoruri en el departamento de Huaraz en los andes centrales de Perú.
A cinco mil metros de altura, la única propiedad del guardián del nevado es un perro. De lejos parece disecado, pero cuando llego al Pastoruri corre hacia mí y olisquea mi mano izquierda como si en ella llevara buenas noticias. No las hay: desde que los directores de la Unidad de Glaseología del Perú y las publicaciones científicas más influyentes del mundo declararan la desaparición inminente del glaciar, el turismo al Pastoruri se desplomó y cada visita se celebra como un acontecimiento. Una mañana de otoño del 2011 el guardián, un hombre de cara redonda y un escorpión tatuado en el brazo izquierdo me dio la bienvenida. Aunque las únicas siluetas que se pueden divisar desde su puesto de control sean las de las rocas de la montaña, Máximo Gonzales de Paz se viste con su casaca y gorra azules de guardaparque y vigila tres veces a la semana un área de un kilómetro y medio cuadrado de hielo. Es todo lo que queda del glaciar. Es el mismo perímetro que, a nivel del mar, un hombre promedio trotaría en cuarenta y cinco minutos. A ratos Gonzáles de Paz se detiene frente a alguna grieta o una estalactita como si su mirada bastara para congelar de nuevo las millones de gotas que bajo sus botines negros se convierten en riachuelos. A unos pasos de nosotros, un trozo de hielo se desprende y estalla sobre una piedra negra. Suena como si una copa de cristal cayera en una iglesia. Pero es más que eso.
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
ayabaca@gmail.com
ayabaca@hotmail.com
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A cinco mil metros de altura, la única propiedad del guardián del nevado es un perro. De lejos parece disecado, pero cuando llego al Pastoruri corre hacia mí y olisquea mi mano izquierda como si en ella llevara buenas noticias. No las hay: desde que los directores de la Unidad de Glaseología del Perú y las publicaciones científicas más influyentes del mundo declararan la desaparición inminente del glaciar, el turismo al Pastoruri se desplomó y cada visita se celebra como un acontecimiento. Una mañana de otoño del 2011 el guardián, un hombre de cara redonda y un escorpión tatuado en el brazo izquierdo me dio la bienvenida. Aunque las únicas siluetas que se pueden divisar desde su puesto de control sean las de las rocas de la montaña, Máximo Gonzales de Paz se viste con su casaca y gorra azules de guardaparque y vigila tres veces a la semana un área de un kilómetro y medio cuadrado de hielo. Es todo lo que queda del glaciar. Es el mismo perímetro que, a nivel del mar, un hombre promedio trotaría en cuarenta y cinco minutos. A ratos Gonzáles de Paz se detiene frente a alguna grieta o una estalactita como si su mirada bastara para congelar de nuevo las millones de gotas que bajo sus botines negros se convierten en riachuelos. A unos pasos de nosotros, un trozo de hielo se desprende y estalla sobre una piedra negra. Suena como si una copa de cristal cayera en una iglesia. Pero es más que eso.
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