El enfrentamiento entre César y Pompeyo supuso un punto de inflexión clave para el fin de la República y el inicio del Imperio romano
De forma paralela, César empezaba sus andanzas políticas en el Senado, y tras perder apoyos, Pompeyo se vio obligado a forjar una alianza secreta —el primer triunvirato (60 a.C.)— con César y Craso, ambos del partido opuesto, para lograr objetivos comunes. César se marchó a las Galias para consolidar su carrera política mediante éxitos militares, pero cuando pretendía regresar tenía el Senado en su contra. De este modo, se vio obligado a desafiarlo, cruzó el Rubicón en el año 49 a.C. y dio inicio a la segunda guerra civil romana en la que Pompeyo participó como comandante del ejército de la República.
En el invierno de 49 a.C., Julio César consiguió llevar una parte de sus tropas a los Balcanes desde Bríndisi, burlando la vigilancia que Pompeyo, instalado en Dirraquio, había establecido en el Adriático. El resto de sus efectivos no pudo cruzar hasta la primavera del año siguiente; mientras tanto, pompeyanos y cesarianos invernaron en torno a Dirraquio. Con la llegada de los refuerzos, ambos ejércitos iniciaron una guerra de desgaste en la que las tropas de César, mal abastecidas, llevaron la peor parte. Cuando Pompeyo ordenó el ataque definitivo, César y su ejército se refugiaron en la cercana Apolonia.
Entonces Pompeyo decidió reagrupar a sus tropas en Tesalia (Grecia) y César le siguió hasta Farsalia, donde el 9 de agosto tuvo lugar el enfrentamiento definitivo. Pompeyo no deseaba la batalla, pero se vio forzado a ella por el espíritu belicoso de sus soldados y por las conspiraciones de sus generales. Aunque sus 30.000 hombres doblaban los efectivos de César, éste desarrolló una mejor estrategia y, según contó él mismo, sólo perdió 230 hombres frente a 15.000 pompeyanos muertos y 24.000 cautivos. Fuentes más imparciales estimaron las bajas de César en 1.200, y las de su rival, en 6.000.
En el año 67 a.C., las autoridades de Roma concedieron a Pompeyo el Grande una autoridad absoluta para perseguir y destruir a los corsarios que infestaban todo el mar Mediterráneo
La lucha contra los piratas
Los piratas cilicios se aventuraron a saquear grandes navíos en alta mar, como los de la imagen. Pintura mural de la casa de los Vettii en Pompeya.
El primer hombre de Roma
Efigie de Pompeyo el Grande y navío en una moneda acuñada por su hijo Sexto.
Guarida de piratas
La ciudad de Anemurium, hoy Anamur, fundada por los fenicios en el siglo XII a.C., fue una de las más prósperas de Cilicia. Su costa fue refugio de piratas durante siglos.
En su empeño por crear un gran imperio en el Mediterráneo, uno de los mayores desafíos a los que se enfrentó Roma fue el de imponer su ley a los piratas que amenazaban sin descanso las rutas comerciales y la seguridad de las ciudades. El fenómeno de la piratería era muy antiguo, pero en los primeros decenios del siglo I a.C., la fase final del período republicano, se convirtió en una auténtica plaga. Los más temibles de todos estos corsarios eran los originarios de Cilicia, en el sureste de Anatolia (actual Turquía), una zona que poseía importantes riquezas naturales y que gracias a su relieve montañoso ofrecía un fácil refugio a los corsarios, que hicieron de la ciudad de Traquea su base de operaciones.
Las acciones de los piratas eran principalmente de dos tipos: secuestros y capturas de ciudades. Los primeros reportaban pingües beneficios, porque las personas capturadas se vendían luego como esclavos en los mercados de Sicilia, Rodas, Alejandría y Asia Menor. Un ejemplo muy conocido es el del joven Julio César, quien en 74 a.C., cuando se dirigía a Rodas, fue secuestrado en la isla de Farmacusa. Los piratas exigieron un rescate de 20 talentos (unos 500 kilos de plata), pero César declaró, con su típica arrogancia, que ésa era una cifra muy baja y que él no valía menos de 50 talentos.
El único inconveniente en la vida de los piratas era que en caso de caer prisioneros no podían esperar más que una ejecución sumaria
Según Plutarco, los piratas cilicios llegaron a tomar cuatrocientas ciudades, sobre todo las desprovistas de murallas. Una vez ocupadas, exigían de sus habitantes un cuantioso rescate para liberarlas. También saqueaban templos, considerados asilos inviolables, y a veces se adentraban en el territorio para robar en los caminos y saquear las casas de campo. Por otra parte –y aunque ése no era su principal objetivo–, no desdeñaban el saqueo de navíos mercantes en alta mar, que iban cargados de piedras y metales preciosos, esencias, telas, sal, tintes, vino y todo tipo de mercancías. El único inconveniente en la vida de los piratas era que en caso de caer prisioneros no podían esperar más que una ejecución sumaria –César, por ejemplo, apresó a sus secuestradores y los hizo crucificar– o, en el mejor de los casos, ser vendidos como esclavos.
LA AMENAZA CILICIA
POMPEYO LANZA SU OFENSIVA
Pompeyo dividió todo el espacio del Mediterráneo en trece zonas vigiladas por un contingente de naves bajo el mando de un comandante
El plan de Pompeyo pasaba por proteger los graneros de Sicilia, África y Cerdeña y las rutas de transporte de grano mediante la armada y guarniciones militares; una vez garantizado el suministro de trigo, el procónsul emprendería una ofensiva naval y terrestre contra las bases corsarias. Pompeyo dividió todo el espacio del Mediterráneo en trece zonas, cada una de las cuales estaría vigilada por un contingente de naves bajo el mando de un comandante, el cual debía permanecer en su zona para capturar a los piratas que quisieran huir a otra. El mismo Pompeyo, «como un rey de reyes», iba pasando de una zona a otra para asegurarse de que sus lugartenientes cumplían con su deber. Según Plutarco, Pompeyo «admiró a todo el mundo por la rapidez de sus movimientos, la importancia de sus preparativos y su reputación formidable». Los piratas, que habían pensado plantarle cara y atacarlo, «se atemorizaron, abandonaron sus ataques sobre las ciudades que asediaban y huyeron a sus ciudadelas y sus fondeaderos acostumbrados». En apenas cuarenta días, Pompeyo limpió de piratas los mares Tirreno, Líbico, de Cerdeña, de Córcega y de Sicilia.
LA CLEMENCIA DEL GENERAL
La campaña contra los piratas había durado algo más de tres meses. Según los historiadores antiguos, murieron en combate más de 10.000 corsarios mientras que Pompeyo reunió un inmenso botín, formado por más de 20.000 hombres, 400 navíos, armas, y multitud de materias primas y productos artesanales. Aun así, Pompeyo mostró una actitud misericordiosa con los derrotados. Según Plutarco, «de los piratas que todavía quedaban y erraban por el mar, trató con benignidad a algunos; y contentándose con apoderarse de sus embarcaciones y personas, ningún daño les hizo; con lo que concibieron los demás buenas esperanzas, y huyendo de los otros caudillos se dirigieron a Pompeyo y se le entregaron con sus hijos y sus mujeres. Los perdonó a todos, y por su medio pudo descubrir y prender a otros, que habían procurado esconderse por reconocerse culpables de las mayores atrocidades». Muchos piratas fueron asentados como colonos en distintos puntos de Anatolia, de Tarento, de la Cirenaica o del norte de Grecia con el fin de que olvidasen las razias en el mar y colonizaran nuevas ciudades.
PARA SABER MÁS
Cneo Pompeyo Magno, el defensor de la República romana. L. Lamela Valverde. Signifer, Libros, 2003.
2 comentarios:
Muy interesante gracias por compartir
Muy interesante.vuestra información. muchas gracias por compartir temas de gran interés, un saludo estimado amigo CHEMITA.
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