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viernes, 14 de septiembre de 2018

HISTORIA : MONARQUÍAS.- GUERRAS .- HISTORA DE ESPAÑA.- VENECIA .- NATIONAL GEOGRAPHIC.- ¿Fue Quevedo un agente secreto en Venecia?............... La "guerra de los espejos" entre Francia y Venecia

Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos informa mediante un reportaje de un curioso hecho histórico, donde esta involucrado el gran escritor y poeta Francisco de Quevedo(Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos), quien se convirtió en espía a favor de la Monarquía Española  con el Rey Felipe III, para levantar la población de Venecia contra el Gobierno de los 10.
 
WIKIPEDIA .- narra : "La conjuración de Venecia de 1618 fue una confusa intriga diplomática entre la Monarquía Hispánica de Felipe III y la Serenísima República de Venecia, que condujo a una violenta revuelta contra los extranjeros al descubrirse (19 de mayo). Las fuentes italianas la denominan conjuración o conjura de Bedmar, nombre del embajador español.[1]
Según las fuentes venecianas, el origen sería un complot de las autoridades de los dominios españoles en Italia: el virrey de Nápoles (el Duque de Osuna, asistido por Francisco de Quevedo), el gobernador de Milán (Marqués de Villafranca), junto con el embajador español ante la República (Marqués de Bedmar), que habrían manipulado a un grupo de mercenarios franceses asentados en Venecia (algunos de ellos hugonotes, de religión protestante) para provocar una situación que permitiera la intervención militar de la flota española presente en el Adriático. Los franceses terminaron asesinados en los tumultos o ejecutados judicialmente..."

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-guerra-de-los-espejos-entre-francia-y-venecia_7625
En 1665 el gobierno de Luis XIV envió agentes secretos a Venecia para captar a especialistas en la fabricación de espejos, provocando una furiosa reacción de las autoridades venecianas

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/fue-quevedo-agente-secreto-venecia_12943
Aún hoy se discute si Francisco de Quevedo viajó en secreto a Venecia para preparar la gran conspiración que debía derrocar al gobierno veneciano opuesto a los intereses de la monarquía española

Autoridades de Venecia en la Riva degli Schiavoni. Óleo por Leandro Bassano. Inicios del siglo XVII.

Foto: Album

Una frase de la primera biografía de Francisco de Quevedo puso en circulación una historia que desde entonces ha quedado asociada a la imagen popular del poeta: su viaje secreto a Venecia para tramar la Conjuración de 1618 y su huida disfrazado de mendigo. Actualmente los historiadores tienden a descartar que este lance tuviera lugar tal como lo narró Tarsia, aunque se ha formulado una hipótesis alternativa que explicaría la inquina particular que los venecianos manifestaron al poeta.

1. El testimonio del biógrafo

Según el primer biógrafo de Quevedo, Pablo Antonio de Tarsia, el escritor español fue a Venecia acompañado de un francés, Jacques Pierre, "y otro caballero español [...] a hacer una diligencia de gran riesgo". Allí le sorprendió la Conjuración y el poeta "tuvo la dicha de poderse retirar sin daño de su persona; en hábito de pobre, todo andrajoso, se escapó de dos hombres que le siguieron para matarle".

2. Acusado por los venecianos

El relato de Tarsia parece confirmado por las acusaciones personales que los venecianos dirigieron contra el poeta español. En la propia Venecia se quemaron monigotes de Osuna y Quevedo, y el embajador veneciano en Madrid señaló a ambos como responsables, lo que hizo que el Consejo de Estado llamara a declarar a Quevedo, quien negó, sin embargo, tener noticia de "ese levantamiento".

3. ¿Dónde estaba Quevedo en 1618?

Los historiadores modernos han tratado de reconstruir el itinerario de Quevedo a lo largo de 1618 y han comprobado que desde su retorno a Madrid en julio de 1617 parece que no se movió de la capital hasta su marcha a Nápoles en diciembre de 1618. De hecho, el 31 de mayo de ese año firmó un poder notarial en la capital española, lo que hace casi imposible que participara en los hechos que se produjeron en Venecia ese mismo mes.

4. ¿Viajó a Venecia el año anterior?

Un investigador ha propuesto, no obstante, una hipótesis alternativa. Según Antonio López Ruiz, Quevedo podría haber realizado un viaje de espionaje a Venecia no en 1618 sino el año anterior, en su retorno de Nápoles a España. Sería entonces cuando se habría producido el incidente de la huida y la persecución, lo que explicaría que los venecianos persistieran en acusarlo de haber tramado la conjura.

El plan de insurrección

El soldado y espadachín Diego Duque de Estrada dejó en sus memorias un relato de la Conjuración de Venecia que parece dar credibilidad a la tesis de que se trató de un plan bien madurado por parte del duque de Osuna. Duque de Estrada cuenta que el asalto estaba previsto para el día de la Ascensión, en el que las autoridades hacían una procesión por la laguna a bordo de un navío de gala, el Bucintoro, lo que despejaría el camino para los conspiradores en la ciudad. "A la hora que el Bucintoro y el Senado estuviesen en la función del desposorio del mar, los de la torre de San Marco tenían orden de tocar una campana, en cuyo punto se había de acudir a matar los guardias del Arsenal, y los artilleros asestar las piezas y echar a fondo el Bucintoro con todo el Senado de Venecia".
El Véneto, un lienzo de color al norte de Italia
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Conjuración de Venecia
La conjuración de Venecia de 1618 fue una confusa intriga diplomática entre la Monarquía Hispánica de Felipe III y la Serenísima República de Venecia, que condujo a una violenta revuelta contra los extranjeros al descubrirse (19 de mayo). Las fuentes italianas la denominan conjuración o conjura de Bedmar, nombre del embajador español.[1]
Según las fuentes venecianas, el origen sería un complot de las autoridades de los dominios españoles en Italia: el virrey de Nápoles (el Duque de Osuna, asistido por Francisco de Quevedo), el gobernador de Milán (Marqués de Villafranca), junto con el embajador español ante la República (Marqués de Bedmar), que habrían manipulado a un grupo de mercenarios franceses asentados en Venecia (algunos de ellos hugonotes, de religión protestante) para provocar una situación que permitiera la intervención militar de la flota española presente en el Adriático. Los franceses terminaron asesinados en los tumultos o ejecutados judicialmente.[2]
El hecho fue objeto de gran tratamiento propagandístico y literario, incluyéndose entre los temas de la llamada leyenda negra española.[3]
Las fuentes españolas desplazan la responsabilidad de la manipulación a las autoridades venecianas, que querrían de este modo comprometerlas. De hecho, tras el escándalo, que incluyó un intento de asalto popular a la embajada española y la novelesca huida de Quevedo disfrazado de mendigo -que se libró de la muerte gracias a su dominio del dialecto veneciano-, se produjo la destitución de esos cargos, que los venecianos consideraban hostiles.

Venecia, España y el equilibrio europeo
Las futuras relaciones entre Venecia y España fueron más cordiales, manteniéndose un equilibrio que garantizaba la independencia de Venecia, en una coyuntura en que la política pacifista mantenida durante el reinado de Felipe III (validazgo del Duque de Lerma) pasa a convertirse en más agresiva con la del Duque de Uceda tras el escándalo de la caída de Lerma (en el mismo año de 1618). El posterior reinado de Felipe IV intensificó la implicación de España en la guerra de los Treinta Años (1618-1648), en que la posición estratégica de Venecia en torno al Camino Español o Ruta de los Tercios era importante, así como la disputa de un enclave alpino próximo: el valle de la Valtelina (1620-1639). No obstante, la antigua potencia mediterránea había entrado en una irremisible decadencia, conectada con la crisis del siglo XVII y el desplazamiento definitivo del eje económico hacia el Atlántico. No volvió a haber grandes campañas navales como las que asociaron a España, Venecia y los Estados Pontificios en la Santa Liga (batalla de Lepanto de 1571), aunque sí escaramuzas localizadas.
https://es.wikipedia.org/wiki/Conjuraci%C3%B3n_de_Venecia
WKIPEDIA.

Francisco de Quevedo
Quevedo (copia de Velázquez).jpg
Francisco de Quevedo y Villegas, atribuido actualmente a Juan van der Hamen y a Diego Velázquez erróneamente en el pasado. Siglo XVII. (Instituto Valencia de Don Juan, Madrid).
Información personal
Nombre de nacimientoFrancisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos
Nombre en españolFrancisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacimiento14 de septiembre de 1580
Madrid, España
Fallecimiento8 de septiembre de 1645
(64 años)
Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, España
NacionalidadEspañol
Lengua maternaCastellano
ReligiónIglesia católica Ver y modificar los datos en Wikidata
Educación
Educado en
Información profesional
OcupaciónEscritor, dramaturgo, poeta
Años activoSiglo de Oro
MovimientoConceptismo
Lengua de producción literariaCastellano
GénerosPoesía, novela y novela picaresca Ver y modificar los datos en Wikidata
FirmaFirma de Francisco de Quevedo.gif
Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 1580[1]​-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645), conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española, conocido especialmente por su obra poética, aunque también escribió narrativa, teatro, y diversos opúsculos filosóficos, políticos, morales, ascéticos, humanísticos e históricos.
Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago (su ingreso se hizo oficial el 29 de diciembre de 1617).
https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Quevedo
WIKIPEDIA.

Quevedo y la conjura de Venecia

VENECIA, 14_24 DE MAYO DE 1618. Los canales se llenan de cadáveres, supuestos implicados en un golpe de Estado contra la Serenísima del duque de Osuna y su agente, Quevedo.
 
Francisco de Quevedo retratado después de ingresar en la Orden de Santiago en 1618 por Francisco Pacheco en su Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones.
 
Era cojo y tan cegato que tenía que usar gafas, algo rarísimo entonces, pero poseía quizá la inteligencia más brillante de su tiempo, y el coraje esperable en un caballero español del Siglo de Oro. Francisco de Quevedo no se alistó en el ejército, pero sí hizo la guerra. Su cojera le impedía empuñar una pica en un tercio de infantería, como tenían a gala los hidalgos españoles, pero arriesgó su vida en la solitaria misión del espía. Aunque no estaba, como 007, al servicio de Su Majestad, sino al del virrey de Nápoles, el duque de Osuna. Si extraordinaria era la personalidad del agente secreto Quevedo, su jefe era tal para cual. Miedo del Mundo, le llamaban a don Pedro Téllez Girón, tercer duque de Osuna.
Siendo Grande de España, había empezado su carrera militar como soldado raso de infantería en las guerras de Flandes, donde ganó el Toisón de Oro, y la culminó poseyendo una escuadra propia con la que asolaba las costas turcas y berberiscas... y algunas otras, como se verá. Quevedo, un fino intelectual, entró al servicio de Miedo del Mundo como secretario en Sicilia, aunque su relación tenía un punto de camaradería, una amistad de tiempos de estudiante. Poseía un espíritu irremediablemente intrigante, y lo puso al servicio de su señor. Con sus contactos en la corte maniobró y repartió sobornos para lograr que Osuna, al que habían mandado a Sicilia en una especie de destierro, ascendiese a virrey de Nápoles. Italia era algo más que una tierra de bellezas, arte y recuerdos de la Antigüedad, la península bullía de conflictos entre los pequeños Estados, España, que poseía la mitad de Italia, y Francia, que intentaba todo para desplazarla.
El virrey de Nápoles hubo de auxiliar al gobernador español de Milán en la llamada Guerra de Monferrato, contra Saboya apoyada por Francia y Venecia, y allá fue Quevedo en labores de espionaje. En Niza estuvieron a punto de capturarle los saboyanos y escapó con suerte. Luego vinieron las misiones secretas en Venecia, donde Quevedo se arriesgó a terminar ahogado en el Gran Canal, según estilaba hacer con los enemigos de la República la seguridad veneciana, mientras ejercía de enlace con el marqués de Bedmar, embajador español. Al duque de Osuna se le ocurrió un plan que, a la vez que apoyaba los intereses de su señor el Rey de España, favorecía la ambición de victorias y riquezas propias de un Grande de España: dedicarse a correr el corso contra los intereses venecianos, es decir, robar sus barcos cargados de ricas mercancías, saquear sus prósperas ciudades.
La España de Felipe III no estaba en guerra con Venecia, ni quería estarlo. La Serenísima República era un pequeño Estado italiano, pero una gran potencia marítima y económica, con multitud de enclaves en el Adriático y el Mediterráneo Oriental. Sin embargo no convenía dejar sin represalia el apoyo que Venecia había prestado a Saboya en su guerra contra España, de modo que Felipe III le concedió a Osuna la patente de corso, aunque secreta para no perjudicar abiertamente las relaciones diplomáticas. Con su escuadra privada y tropas pagadas de su bolsillo, enarbolando su propia bandera y no la española, Miedo del Mundo aterrorizó a los venecianos como antes lo había hecho con turcos y berberiscos. No es de extrañar que él, y su famoso agente secreto Quevedo, se convirtiesen en blanco de los odios venecianos y objetivo de sus intrigas.
 
Maniobra de propaganda
Diez días antes de la Ascensión, fiesta mayor de Venecia en la que se celebraban las bodas del Dux con el mar, el Consejo de los Diez montó un macabro espectáculo de cuerpos ajusticiados, colgados por los pies en la piazzetta de San Marcos. Luego, a lo largo de ese día y los siguientes, fueron apareciendo muchos cadáveres en los canales.
Casi todos ellos eran de mercenarios franceses contratados por Venecia, por lo que el embajador inglés envió a Londres un informe que decía: “Toda la ciudad está en este momento bajo el horror y la confusión tras el descubrimiento de una insidiosa y temible conspiración de los franceses contra este Estado; bajo la cual no menos de treinta han sufrido terrible castigo, entre hombres estrangulados en prisión, ahogados en el silencio de la noche, o colgados a la vista pública; y todavía el fondo es invisible”. Pese a las apariencias, era absurdo que Francia, aliada de Venecia, montase una conjura contra la Serenísima. Sin embargo el embajador inglés acertaba en una cosa: “El fondo es invisible”. Ha seguido siéndolo durante cuatro siglos. Los asesinatos de Estado, que alcanzaron incluso a otros franceses embarcados en naves venecianas, fueron justificados por el Gobierno de la República acusando a España de urdir un golpe de Estado, pues todos los franceses asesinados habían sido antes mercenarios al servicio del... duque de Osuna.
Las turbas asaltaron la Embajada de España, y el marqués de Bedmar, al no recibir protección del Gobierno, hubo de marcharse a toda prisa de la ciudad lacustre. Mayor apuro tuvo para escapar nuestro agente secreto, Quevedo. Necesitó disfrazarse de mendigo, y se salvó gracias a su gran cultura, pues entre otras lenguas dominaba el dialecto véneto y logró engañar a todos. Sin embargo no consiguió salvarse de la hoguera. Un mes después de la supuesta conjura, Quevedo y el duque de Osuna fueron quemados en la plaza pública, aunque como no pudieron capturar a ninguno de los dos, los venecianos se conformaron con quemar sus retratos. Vista con el distanciamiento de la Historia, la conjura de Venecia, si no fue una invención del Gobierno veneciano, fue en todo caso una poderosa arma de propaganda contra España, a lo que contribuiría un fraile saboyano y, por tanto, enemigo de España, el abate de Saint- Rèal, quien publicó La conjura de los españoles contra la República de Venecia en 1618. Más que Historia era como una novela de Alejandro Dumas, en la que daba la versión más fantástica.
 
Bodas del mar
El golpe iba a perpetrarse en la ceremonia de las bodas del Dux con el mar, cuando el jefe del Estado arrojaba a las aguas un anillo de oro. Las principales autoridades salían a la laguna en el bucentauro, una fabulosa góndola de 168 remeros, en cuyo piso superior, de oro, marfil y terciopelo rojo, se sentaban 90 altos dignatarios de la Serenísima.
Los hombres de Osuna asaltarían el bucentauro, secuestrarían a sus pasajeros y, bajo la protección de la escuadra del virrey, se llevarían su presa a Nápoles. Para darle una vuelta más de tuerca, se pretendía que el propósito de Miedo del Mundo era tener un medio de presión irresistible sobre Venecia, para que la Serenísima le apoyase en sus planes. ¡Nada menos que proclamarse Rey de Nápoles independiente de España!

NÚMERO 1823

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La "guerra de los espejos" entre Francia y Venecia

En 1665 el gobierno de Luis XIV envió agentes secretos a Venecia para captar a especialistas en la fabricación de espejos, provocando una furiosa reacción de las autoridades venecianas

Luis XIV de Francia, el Rey Sol. Retrato por Hyacinte Rigaud
Luis XIV de Francia llamado «el Rey Sol» o Luis el Grande fue rey de Francia y de Navarra desde el 14 de mayo de 1643 hasta su muerte, con casi 77 años de edad y 72 de reinado.
FOTO: ART ARCHIVE

El consejo veneciano
El Consejo de los Diez, encargado de la política exterior de Venecia, hizo frente a la crisis con Francia en 1665. Óleo de Bernardo Celentano (1860).
BRIDGEMAN / INDEX

Galería de los espejos
Proyectado por el arquitecto Hardouin-Mansart entre 1678 y 1684, el célebre salón de Versalles conmemora en sus pinturas murales, de Le Brun, todas las victorias militares del Rey Sol.
Foto: BERTRAND RIEGER / GTRES

Galería de los Espejos
En el palacio de Versalles. Hoy día sólo se conservan 10 espejos originales de los 357 que cubrían la galería en el siglo XVII.
BERTRAND RIEGER / GTRES

Jean-Baptiste Colbert.
Minstro de Luis XIV. Óleo por Marc Nattier. 1676. Palacio de Versalles.
BRIDGEMAN / INDEX
8 de octubre de 2013

La "guerra de los espejos" entre Francia y Venecia
En 1666 estalló en Francia una extraña guerra: sin ejércitos, pero con soldados; sin batallas, pero con muertos; sin generales, pero con una estrategia sibilina. Ni siquiera estaba claro quiénes eran los contendientes. Pero lo cierto es que había poderosos intereses económicos en juego y el episodio puede considerarse uno de los primeros conflictos por espionaje industrial de Europa.
El desencadenante de la crisis fue un artículo de lujo que se había puesto de moda entre la alta sociedad europea de la época: los espejos. Durante el Renacimiento, varias mejoras técnicas dieron lugar a espejos como los que hoy conocemos, de superficie clara (antes era verdosa) y que producían imágenes no deformadas. También aumentó su tamaño, hasta los 40 e incluso 50 centímetros.
Espías y agentes dobles durante la Edad Media
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Los espejos se convirtieron en una atracción por sí misma, un símbolo de estatus para las familias más pudientes. En el siglo XVII empezaron a utilizarse también como elemento decorativo, para cubrir las paredes de los palacios y crear efectos reflectantes. Los espejos de cierto tamaño eran muy caros; de hecho, podían valer más que el óleo de un gran pintor y por esa razón se lucían enmarcados. Pero, pese a su precio, ninguna corte podía resistirse a la moda y por ello se gastaban cantidades ingentes en su compra. Y todo ese gasto beneficiaba a una ciudad que había logrado prácticamente el monopolio europeo de la fabricación de los espejos: Venecia.
En efecto, desde el siglo XII la ciudad de las marismas había desarrollado una poderosa manufactura de vidrio, centrada en la isla de Murano; allí surgió, en el siglo XV, el famosísimo cristallo o vidrio cristalino, inventado por Angelo Barovier. A principios del siglo XVI, las autoridades impulsaron la fabricación de espejos "de verdadero cristallo, cosa preciosa y singular", y enseguida se hicieron con el mercado europeo, a costa de alemanes y holandeses. Y como hacían con todo lo relacionado con el vidrio, un manto de secreto absoluto cayó sobre la producción de estos espejos. El Consejo de los Diez, órgano político que controlaba los negocios básicos venecianos y gestionaba la protección del secreto, estableció un control total sobre la técnica de producción para evitar que ningún competidor extranjero arrebatara al Estado veneciano aquella vital fuente de ingresos.

La estrategia de Colbert

En Francia, naturalmente, la perspectiva era distinta. Luis XIV, gran amante del lujo, gastaba a manos llenas en la adquisición de espejos venecianos. Alarmado por estos dispendios, su todopoderoso ministro de Hacienda, Jean-Baptiste Colbert, decidió crear una industria propia para satisfacer esa demanda. Y dado que sólo Venecia tenía artesanos capacitados para producir espejos de la calidad y el tamaño demandados, lanzó una operación de "guerra sucia" para apoderarse de aquella preciada tecnología.
Colbert decidió crear una industria propia para satisfacer la demanda de espejos venecianos de Luis XIV
En primer lugar, Colbert encargó al embajador francés en Venecia, Pierre de Bonzi, que convenciera a algunos de los maestros espejeros para que abandonaran su taller de Murano y se establecieran en Francia. Bonzi hizo muy bien su trabajo y a los pocos meses logró captar a varios de ellos mediante promesas de enormes ganancias y de ascenso social en Francia. Para llevar a cabo el traslado de los operarios, Colbert envió a Venecia un agente secreto, un tal Monsieur Jouan, cuya actuación, sin embargo, fue poco fructífera. Por ello se encargó la tarea a dos maestros vidrieros italianos, Giovanni Castellano y Giovanni Bormioli.

Todos ellos eran conscientes de los riesgos que corrían. Uno de los agentes, sabedor de que los venecianos tenían sospechas sobre la actividad de los "espías franceses", explicaba que recogió "más muerto que vivo" a los operarios embaucados y huyó "a medianoche, en un barco vigilado por 24 hombres valerosos, armados hasta los dientes". Pasaron a Ferrara y desde allí se dirigieron en carruaje hasta París. Nada más llegar, los artesanos se incorporaron a la manufactura que Colbert había puesto en marcha en el suburbio parisino de Saint-Antoine, al mando de Nicolas du Noyer.

Venecia contraataca

La reacción de los venecianos no se hizo esperar. El embajador de la República en la corte francesa, Alvise Sagredo, advirtió al Consejo de los Diez sobre la nueva fábrica francesa, aunque les aseguró que los primeros resultados fueron decepcionantes, pues sólo habían podido fabricar miserables espejos de 25 centímetros de alto.
Pese a ello, los inquisidores de Estado, órgano ejecutor del Consejo de los Diez, recibieron el encargo de hacer volver a los maestros y operarios a Venecia al precio que fuera. Tal fue la misión del nuevo embajador veneciano en París, Marcantonio Giustiniani. Alternando suavidad y dureza, por un lado fomentaba en los artesanos la nostalgia de la patria, pero por el otro prodigaba amenazas contra ellos y sus familias o sus intereses personales en Venecia. En respuesta, Colbert envió en secreto a Venecia un barco que logró traerse a las esposas e hijos de los operarios y maestros fugados, librándoles, así, de la coacción permanente del Consejo de los Diez y de los inquisidores de Estado.
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En este punto, la República Veneciana decidió no consentir ni una fuga más. Cuando Colbert envió a tres de sus agentes secretos a Venecia para captar a algunos expertos en azogar los espejos, los agentes venecianos persiguieron a los desertores hasta Basilea. No sólo eso; ya que el chantaje emocional no había surtido el efecto esperado sobre los huidos, el Consejo de los Diez decidió recurrir a una medida extrema: el veneno. Pusieron la mira en el mejor de los maestros espejeros venecianos fugados a Francia, Antonio della Riveta, en la creencia de que, "eliminado él, todo se precipitará".

A principios de 1667, el embajador Giustiniani informaba: "El obrero se encuentra ahora en el otro mundo; desconozco si falleció por causas naturales o artificiales". Unos días más tarde, otro maestro vidriero perecía tras varios días de grandes sufrimientos. Ante el temor de ser asesinados, la mayoría de los maestros y operarios venecianos pidieron perdón formalmente a los inquisidores de Estado y retornaron a su patria.

La revancha francesa

La guerra había terminado, y podría pensarse que la habían ganado los venecianos. El propio Colbert pareció reconocerlo cuando llegó a un acuerdo con la República para importar los espejos de los talleres muraneses. Pero cinco años después, el mismo ministro prohibió la importación de espejos venecianos, confiando en la calidad de los producidos en su fábrica de operarios franceses.
Cuando Luis XIV decidió construir la galería de los Espejos en el palacio de Versalles, el suministro de los espejos quedó confiado a la manufactura nacional
De este modo, en 1679, cuando Luis XIV decidió construir la fabulosa galería de los Espejos en el palacio de Versalles, el suministro de los espejos quedó confiado a la manufactura nacional. Las paredes de la sala se recubrieron con 17 superficies gigantes de espejos, cada una de 5,5 metros de alto por dos de ancho. Un poema decía: "Debido al reflejo de tantos espejos, / el fuego de todos los diamantes con que la corte iba adornada / convierte la noche cerrada en tan resplandeciente como el día". Eso sí, los espejos seguían siendo pequeños, pues cada uno de los 17 paneles se compone en realidad de 21 espejos, ninguno de los cuales supera los 90 centímetros de altura, el límite técnico de la época. Eso cambiaría poco después, gracias a otro italiano naturalizado francés, Bernardo Perrotto, que inventó el método de vertido que permitiría fabricar espejos de más de dos metros de altura.

Para saber más

La esencia del estilo. J. DeJean. Nerea, 2008.
Verrum. E. Juárez Valero. HG Ed., Madrid, 2011.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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