Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, ha elaborado un amplio reportaje sobre el Rey Luis XIV., el también llamado "Rey Sol", quien tuvo admiradores y adversarios, sin embargo con Luis XIV, Francia logró la mejor etapa de su vida, a pesar que la monarquía se convirtió en la mas absolutista de Europa.
National Geographic.- dice : ..."Para llevar a cabo esta política de guerra y expansión territorial Luis XIV contaba sin duda con el ejército más poderoso de Europa. Así se reflejaba en los efectivos que llegó a reunir, que alcanzaron cifras nunca vistas en el continente. En 1661 el ejército francés tenía una dimensión más bien modesta, a causa en buena parte del desarme que siguió al final de la guerra con España, sancionado en la paz de los Pirineos (1660). Entonces el rey de Francia contaba con unos 32.000 soldados de infantería (de los que 19.000 eran propiamente franceses), unos 8.400 en compañías francas (es decir, no organizadas en regimientos) y unos 8.500 soldados de caballería; lo que hacía un total de casi 50.000 hombres. Apenas siete años más tarde, en 1668, estos efectivos se habían quintuplicado: 220.000 soldados de infantería, 60.000 de caballería y 10.000 de las fuerzas selectas de la Casa del Rey. En 1690 la cifra ya se elevaba a un total de 388.000 hombres, que ascenderían a 600.000 si se les suman las fuerzas de milicias y las de la marina. Eran unas cifras de efectivos nunca vistas en Europa, lo que arrastró a las demás potencias a seguir como pudieran esta desenfrenada y costosísima escalada, si no querían dejar de ser consideradas como tales..."
En este reportaje, se incluye otras fuentes de información, a parte de Natonal Geographic, que refuerzan la bibliografía del Rey Luis XIV.
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/los-ejercitos-del-rey-sol_7025
Determinado a imponer la hegemonía de Francia en el continente, Luis XIV creó una poderosísima máquina militar, que llegó a reunir 400.000 combatientes dispuestos a luchar en todos los frentes
El poder del Rey Sol
En este busto, Gian Lorenzo Bernini (1665) representó a Luis XIV como un monarca joven y poderoso, con un aire de grandeza. Museo de Versalles.
FOTO: GÉRARD BLOT / RMN
Luis XIV de Francia, el Rey Sol. Retrato por Hyacinte Rigaud
El monarca francés movió todos los hilos para que su nieto Felipe de Anjou fuera designado rey de España con la intención de expandir la influencia y el poder de Francia por el territorio europeo. Puesto que Carlos II, el último rey Habsburgo de España, murió sin descendencia, designó como heredero al nieto de Luis XIV, algo que Inglaterra, Austria y Holanda vieron como un motivo para declarar la guerra a Francia y España. Este fue el inicio de la guerra de Sucesión.
Foto: Art Archive
La galería de los espejos
Proyectado por el arquitecto Hardouin-Mansart entre 1678 y 1684, el célebre salón de Versalles conmemora en sus pinturas murales, de Le Brun, todas las victorias militares del Rey Sol.
FOTO: BERTRAND RIEGER / GTRES
El rey lidera a su ejército
Este óleo de Adam Frans van der Meulen recrea el paso del Rin por parte de las tropas francesas en el inicio de la invasión de las Provincias Unidas en el año 1672. Museo del Louvre, París.
FOTO: WHITE IMAGES / SCALA
Generales victoriosos
Turenne en la batalla de las dunas, en 1658. Charles Lariviere. 1837. Museo de Versalles.
FOTO: WHITE IMAGES / SCALA
Así se conquista un trono
Luis XIV planificó la candidatura al trono de España de su nieto, el duque de Anjou, como si se tratara de una contienda electoral de hoy en día. A través de sus embajadores en Madrid desarrolló una campaña de propaganda que resultó mucho más eficaz que la de su rival austríaco. En la imagen, audiencia de Luis XIV al embajador de España en 1662. Tapiz. Museo de Versalles.
Rey de España por la gracia de Luis XIV
Luis XIV presenta a su nieto, el duque de anjou, como nuevo rey de españa. óleo por François Gerard. siglo XIX. Château de Chambord.
JEAN POPOVITCH / RMN
El ministro más influyente de Luis XIV
El poderoso ministro de la guerra de Luis XIV, Michel Le Tellier, marqués de Louvois, se encargó de modernizar el ejército, mejorando su equipamiento e infraestructuras. Retrato por P. Mignard. Museo de Bellas Artes, Reims.
FOTO: WHITE IMAGES / SCALA
15 de marzo de 2013
Luis XIV, el dueño de Europa: los ejércitos del Rey Sol
El rey marchó a Flandes a una conquista segura [...] Le bastó con presentarse [en la frontera]. Entró en Charleroi como en París; Ath, Tournai fueron tomadas en dos días; Furnes, Armentières, Courtrai, no aguantaron más tiempo. Bajó a la trinchera frente a Douai, que se rindió al día siguiente. Lille, la más floreciente ciudad de esas regiones, la única bien fortificada y con una guarnición de seis mil hombres, capituló después de nueve días de asedio. Los españoles sólo tenían 8.000 hombres para oponer al ejército victorioso, y su retaguardia fue destrozada por el marqués de Créqui. El resto se escondió en Bruselas y Mons, dejando que el rey venciera sin combatir».
Como relató Voltaire en El siglo de Luis XIV, la conquista de Flandes de manos españolas en 1667 fue un paseo triunfal para Luis XIV. En unas pocas semanas su ejército de 50.000 hombres ocupó toda la parte meridional de las provincias de Flandes que pertenecían al Rey Católico. La campaña demostró a toda Europa no sólo la fuerza militar del Rey Sol, sino también su determinación de imponer su ley sin reparar en formalismos legales. Luis apelaba a los supuestos derechos sobre Flandes de su esposa española, María Teresa, y aunque ésta había renunciado a todo derecho sobre los dominios españoles al casarse con Luis, los juristas franceses consideraban que esta renuncia no era válida dado que el rey de España no había pagado la dote convenida para el matrimonio, 500.000 escudos.
La Guerra de Devolución, como fue denominado el conflicto de 1667, sólo fue el inicio. Tras ocupar el ducado de Lorena en 1670, dos años después lanzó la invasión de las Provincias Unidas, donde sus ejércitos se mantuvieron seis años, a la vez que conquistaba otra posesión española, el Franco Condado, que quedó incorporado a Francia en la Paz de Nimega de 1678. Tras ocupar Estrasburgo, en 1683 los ejércitos franceses conquistaban Luxemburgo, y en 1688 emprendían una nueva guerra continental, la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), a la que seguiría el último y más destructivo conflicto: la Guerra de Sucesión española. Todo ello con el objetivo, por un lado, de debilitar a los Habsburgo, la dinastía reinante en España y Austria; y, por otro, de extender las fronteras territoriales de Francia hasta sus límites naturales, es decir, hasta el Rin por el este y los Pirineos por el sur.
Un ejército nunca visto
Para llevar a cabo esta política de guerra y expansión territorial Luis XIV contaba sin duda con el ejército más poderoso de Europa. Así se reflejaba en los efectivos que llegó a reunir, que alcanzaron cifras nunca vistas en el continente. En 1661 el ejército francés tenía una dimensión más bien modesta, a causa en buena parte del desarme que siguió al final de la guerra con España, sancionado en la paz de los Pirineos (1660). Entonces el rey de Francia contaba con unos 32.000 soldados de infantería (de los que 19.000 eran propiamente franceses), unos 8.400 en compañías francas (es decir, no organizadas en regimientos) y unos 8.500 soldados de caballería; lo que hacía un total de casi 50.000 hombres. Apenas siete años más tarde, en 1668, estos efectivos se habían quintuplicado: 220.000 soldados de infantería, 60.000 de caballería y 10.000 de las fuerzas selectas de la Casa del Rey. En 1690 la cifra ya se elevaba a un total de 388.000 hombres, que ascenderían a 600.000 si se les suman las fuerzas de milicias y las de la marina. Eran unas cifras de efectivos nunca vistas en Europa, lo que arrastró a las demás potencias a seguir como pudieran esta desenfrenada y costosísima escalada, si no querían dejar de ser consideradas como tales.
El dinero, nervio de la guerra
Movilizar eficazmente semejantes masas de hombres requería un ingente esfuerzo por parte del Estado en todos los planos, en primer lugar el financiero. Soldadas, abastecimientos y armamento engullían una proporción enorme de los recursos del Estado. Sabemos que en 1691 nada menos que el 73 por ciento de todos los ingresos públicos de la monarquía francesa iban destinados al ejército, y el 16 por ciento a la marina.
En 1691 nada menos que el 73% de todos los ingresos públicos de la monarquía francesa iban destinados al ejército, y el 16% a la marina.
Semejantes dispendios eran difíciles de soportar incluso para los ministros del rey. En 1674, por ejemplo, Colbert, ministro de Hacienda, dirigió esta advertencia al rey mientras éste dirigía el asedio de Besançon, en el Franco Condado: «He oído decir que Vuestra Majestad ha superado en mucho el dinero acordado para el sitio de Besançon. Estoy obligado a decir a Vuestra Majestad que no podré pagarlo. Os ruego que toméis en consideración la miseria de vuestros pueblos y el mal estado de las cosechas». Pero Colbert poco podía ante las apetencias conquistadoras de su soberano, y tras su muerte en 1683 Luis XIV estuvo aún más libre para gastar sin tasa en sus campañas militares. Ello hizo que, para «alimentar» a este nuevo ejército, el gobierno de Luis XIV hubiera de crear nuevos impuestos, incluidos dos que pretendían gravar los bienes del conjunto de la población, incluida la nobleza y el clero: la capitación, establecida en 1695, y la décima o dixième, de 1710.
Sin embargo, el éxito de los ejércitos de Luis XIV no radicó en las cifras globales de combatientes y de recursos financieros, sino más bien en otro factor: el modelo de organización de las fuerzas armadas. Fue la estructura de mando, la disciplina, el sistema de abastecimiento de provisiones y de armamento y el control completo por parte del Estado de los asuntos bélicos lo que dio a Francia una ventaja decisiva sobre sus rivales y lo que convertiría al ejército francés en un ejemplo para las máquinas militares de los demás países europeos a lo largo de más de un siglo.
La burocracia de guerra
En esta transformación tuvieron un papel muy destacado los ministros de la guerra del rey. Primero Le Tellier y luego su hijo, Louvois, dos servidores abnegados del rey, se encargaron de remodelar la administración militar de la monarquía, hasta hacer que las tropas francesas fueran consideradas el mejor ejército regular de Europa. Particular importancia tuvo la revisión total de la estructura de mando que se llevó a cabo. En 1675 se promulgó una ordenanza, el Ordre de tableau, por la que se regulaban las promociones dentro de la jerarquía militar, con los privilegios de cada grado y los méritos que había que hacer para cada ascenso. El objetivo era lograr un ejército más profesional, que obedeciera directamente al rey y a sus ministros, acabando con los privilegios nobiliarios; como escribió Voltaire: «Se tuvo en cuenta los servicios, y no los abuelos, algo que no se había visto demasiado hasta entonces». Del mismo modo, se procuró que los empleos de oficiales de baja y media graduación no estuvieran únicamente en manos de los nobles, e incluso se intentó crear una academia militar para garantizar una formación adecuada de los oficiales, aunque la idea no prosperó.
Desde su cargo de ministro de la Guerra, Lou-vois se ocupaba personalmente del buen orden de las tropas. Así lo muestra una anécdota recogida por una escritora de la época, Madame de Sévigné. En 1689, estando en Versalles, Lou-vois se aproximó al capitán de una compañía, que en vez de cumplir con sus tareas militares prefería alternar con la buena sociedad versallesca, y le dijo: «“Monsieur, vuestra compañía está en muy mal estado”. “Monsieur, no lo sabía”. “Hay que saberlo. ¿La habéis visto?” “No, Monsieur”. “Deberíais haberla visto, Monsieur”. “Monsieur, daré orden de hacerlo”. “Deberíais haberla dado. Hay que decidirse, Monsieur, o hacer de cortesano o cumplir con el deber cuando uno es oficial”».
Las tropas más disciplinadas
Para vigilar que los oficiales cumplieran con su deber se puso en práctica, ya desde mediados de siglo, un sistema de vigilancia y corrección extraordinariamente estricto. En la cúspide se encontraba el ministro, el secretario de Estado para la Guerra. Éste enviaba a los ejércitos inspectores para que pudieran controlar e informar de cualquier tipo de irregularidad que se pudiera producir. Por debajo de éstos se encontraban los «intendentes del ejército», que tenían unas atribuciones muy amplias en materia de policía y de disciplina y que podían controlar a oficiales de muy alta graduación. En un nivel inferior estaban los «comisarios de guerra», que vigilaban los alistamientos con objeto de impedir los fraudes y supervisaban el acuartelamiento y abastecimiento de las tropas. Louvois reforzó aún más este sistema, con un objetivo bien preciso: imponer la obediencia absoluta de los soldados a sus superiores. Como le escribía en 1673 a un oficial superior: «El rey desea que metáis en prisión o en el calabozo al primero que no os obedezca o que os oponga la menor dificultad».
El uniforme exhibía la correspondiente graduación de cada soldado, lo que también ayudó a la mejor administración militar
Así, se generalizaron las visitas e inspecciones de tropas. También se introdujo el uniforme para los distintos cuerpos armados: en azul, los guardias franceses y los regimientos reales, en rojo los guardias suizos y en gris los demás regimientos de infantería. El uniforme exhibía la correspondiente graduación de cada soldado, lo que también ayudó a la mejor administración militar. No faltaban tampoco las instrucciones para mantener el orden moral entre los soldados, tarea especialmente ardua. Los duelos, el juego y la prostitución debían ser perseguidos rigurosamente. Se amenazó incluso con cortar la nariz y las orejas a las mujeres descubiertas en compañía de soldados a menos de dos leguas del campamento, aunque al final se les hacían tan sólo unas cicatrices que las afeaban y les servían de «señal». Semejante rigor fue totalmente abandonado a partir de 1689.
De la misma manera, la administración militar trató de resolver un viejo problema de los ejércitos, el de los suministros, tanto de víveres como de municiones. Anteriormente estas funciones estaban en buena parte en manos de intermediarios y proveedores privados, lo que entrañaba muchos casos de corrupción y abuso. Louvois implantó un estrecho control a través de los comisarios de guerra, que supervisaban la artillería, las municiones, el transporte, las ambulancias, los servicios del cuartel general, etcétera. Por su parte, los intendentes civiles debían cuidarse de proporcionar a los comandantes de campo los suministros fundamentales para la subsistencia de las tropas, y, como ocurría en el plano civil, debían informar directamente a Versalles del desarrollo de las operaciones. Además, en las fronteras se crearon una serie de centros de abastecimiento y de intendencia para alimentar a los trenes de avituallamiento. Todo ello tenía como objetivo impedir que las tropas saquearan los lugares por los que pasaban, con las indeseables consecuencias que eso tenía por los continuos roces con la población civil y las deserciones que se producían cuando los soldados eran encargados de ir a buscar comida.
La fuerza de los cañones
Menos novedoso fue el capítulo del armamento utilizado por los ejércitos de Luis XIV. El uso de un nuevo tipo de mosquetón llevó a un aumento considerable de los mosqueteros frente a los piqueros. También se normalizaron los calibres de artillería y se dividieron en tres clases principales: de sitio, de campaña y de regimiento. Asimismo, el desarrollo de la guerra de sitio hizo que cada vez fueran más indispensables los artilleros; así, en 1693, en la batalla de Neerwinden, el ejército francés disponía de cinco veces más cañones que en Rocroi (1643). Hubo igualmente un cambio notable y progresivo en la efectividad de las armas portátiles, y el mosquete de chispa y la bayoneta fueron sustituyendo al mosquete de llave y la pica.
En la década de 1680 Luis XIV había llegado al culmen de su poder.
Fue justamente la guerra de sitio la que propició una importante reforma del sistema de fortificaciones a cargo de los ingenieros militares franceses, en particular el genial Vauban. Desde 1670 a finales de siglo, Vauban hizo edificar imponentes fortalezas concebidas no sólo como instrumentos de defensa, sino también para servir de trampolín a las invasiones de Francia hacia los Estados limítrofes. El modelo llegó con él a su máximo esplendor, y es otra de las claves para entender la pujanza militar única del ejército del Rey Sol.
Gracias a todas estas reformas de la administración militar, a las imponentes fortificaciones de Vauban y –no hay que olvidarlo– al gran incremento experimentado por la marina organizada por Colbert, en la década de 1680 Luis XIV había llegado al culmen de su poder. La imagen propagandística de un monarca siempre triunfante, que celebraba con pomposos tedeums y toda clase de fiestas y de fuegos artificiales cada victoria militar, por pequeña que fuera, no parecía totalmente exagerada. Pero los temores que esta supremacía militar absoluta generaba en sus vecinos pronto llevaron a una reacción. Primero, mediante la liga antifrancesa de Augsburgo de 1686, prácticamente toda Europa se puso enfrente del Rey Sol hasta obligarlo a ceder sus últimas conquistas en la paz de Ryswick de 1697. Luego, la guerra de Sucesión española mostró que, ante la nueva pujanza de Inglaterra, los destellos del Rey Sol no asegurarían eternamente la hegemonía francesa en Europa.
Para saber más
Guerra y sociedad en la Europa del Antiguo Régimen. 1618-1789. M.S. Anderson. Madrid, Ministerio de Defensa, 1990.
El vizconde de Bragelonne. Alexandre Dumas. Edhasa, Barcelona, 2011.
NATIONAL GEOGRAPHIC Louis XIV of France = Luis XIV de Francia.
Luis XIV de Francia (francés: Louis XIV), llamado «el Rey Sol» (le Roi Soleil) o Luis el Grande (Saint-Germain en Laye, Francia, 5 de septiembre de 1638-Versalles, Francia, 1 de septiembre de 1715), fue rey de Francia y de Navarra[1] desde el 14 de mayo de 1643 hasta su muerte, con 76 años de edad y 72 de reinado.[4] También fue copríncipe de Andorra (1643-1715) y conde rival de Barcelona durante la sublevación catalana (1643-1652) como Luis II.
Luis XIV fue el primogénito y sucesor de Luis XIII y de Ana de Austria (hija del rey Felipe III de España). Incrementó el poder e influencia francesa en Europa, combatiendo en tres grandes guerras: la Guerra franco-neerlandesa, la Guerra de los Nueve Años y la Guerra de Sucesión Española. La protección a las artes que ejerció el soberano Luis XIV fue otra faceta de su acción política. Los escritores Moliére y Racine, el músico Lully o el pintor Rigaud resaltaron su gloria, como también las obras de arquitectos y escultores. El nuevo y fastuoso Palacio de Versalles, obra de Luis Le Vau, Charles Le Brun y André Le Nôtre, fue la culminación de esa política. Al trasladar allí la corte (1682), se alejó de la insalubridad y las intrigas de París, y pudo controlar mejor a la nobleza. Versalles fue el escenario perfecto para el despliegue de pompa y para la sacralización del soberano.
Luis XIV, uno de los más destacados reyes de la historia francesa, consiguió crear un régimen absolutista y centralizado, hasta el punto que su reinado es considerado el prototipo de la monarquía absoluta en Europa. La frase L'État, c'est moi («El Estado soy yo») se le atribuye frecuentemente, aunque los historiadores la consideran una imprecisión histórica, ya que es más probable que dicha frase fuera forjada por sus enemigos políticos para resaltar la visión estereotipada del absolutismo político que Luis XIV representaba, probablemente surgiendo la cita «El bien del Estado constituye la Gloria del Rey», sacadas de sus Réflexions sur le métier de Roi (1679). En contraposición a esa cita apócrifa, Luis XIV dijo antes de morir: Je m'en vais, mais l'État demeurera toujours («Me marcho, pero el Estado siempre permanecerá»).
https://es.wikipedia.org/wiki/Luis_XIV_de_FranciaLa familia de Luis XIV donde aparece como Apolo, por Jean Nocret.
El palacio de Versalles, construido por Luis XIV.
Luis XIV convirtió el Palacio de Versalles, originalmente un refugio de caza construido por su padre, en un espectacular palacio real. El 6 de mayo de 1682 se mudó allí oficialmente con toda su corte. Luis tenía varias razones para crear un palacio de tanta opulencia extravagante y para cambiar allí la residencia de la monarquía. La afirmación, sin embargo, de que odiaba París es imprecisa porque Luis no dejó de embellecer su capital con monumentos, mientras la mejoraba y desarrollaba. Versalles cumplía como el sitio deslumbrante y sobrecogedor para los asuntos de estado y para recibir a los mandatarios extranjeros, donde la atención no se dividía entre la capital y la gente, sino que recaía totalmente sobre el rey. La vida de la corte se centraba en la grandeza. Los cortesanos se rodeaban de vidas lujosas, vestidos con gran magnificencia, siempre asistiendo a cenas, representaciones, celebraciones, etc. De hecho, muchos nobles se vieron obligados a dejar toda su influencia o a depender totalmente de los subsidios y subvenciones reales para poder mantener el costoso estilo de vida versallesco. Esta situación hizo que los nobles dejaran de intentar retomar poder, que podría resultar en potenciales problemas para la corona, centrándose sin embargo en competir por ser invitados a cenar en la mesa del rey o el privilegio de poder llevar una vela cuando el rey se retiraba a sus habitaciones.
https://es.wikipedia.org/wiki/Luis_XIV_de_FranciaLuis XIV en el Asedio de Namur (1692), por Pierre Mignard.
Una alegoría a Luis XIV, por Charles le Brun.
El reinado de Luis XIV es considerado el más grande de la historia francesa. Luis XIV colocó a un Borbón en el trono español, hasta entonces el principal enemigo francés, acabando así con siglos de rivalidad con dicho país europeo que se remontaba a la época de Carlos I. Los Borbones se mantuvieron en el trono español durante el resto del siglo XVIII, pero a partir de 1808 fueron derrocados y restaurados varias veces. Sus guerras y extravagantes palacios llevaron a la bancarrota al estado (aunque es cierto que Francia se recuperó en sólo unos años), lo que le llevó a subir los impuestos a los campesinos, ya que la nobleza y el clero tenía exención de impuestos.
No obstante, Luis XIV colocó a Francia en una posición predominante en Europa, añadiendo al país diez nuevas provincias y un imperio. A pesar de las alianzas oponentes de varias potencias europeas, Luis continuó cosechando triunfos e incrementando el territorio, el poder y la influencia francesa. Como resultado de las victorias militares así como los logros culturales, Europa admiraría a Francia y su cultura, comida, estilo de vida, etc.; el francés se convertiría en la lingua franca para toda la élite europea, incluso hasta la lejana Rusia de los Románov. La Europa de la Ilustración miraría al reinado de Luis como un ejemplo a imitar. Sin embargo, el duque de Saint Simon, a quien no le gustaba Luis XIV, diría:
No había nada que le gustara más que los halagos o, por decirlo más claro, la adulación; cuanto más basta y torpe era esa adulación, con más placer la acogía... Su vanidad era perpetuamente alimentada —incluso los predicadores acostumbraban a halagarle desde el púlpito.
No obstante, incluso el alemán Leibniz, que era protestante, se referiría a él como «uno de los más grandes reyes que jamás hayan existido». Voltaire, el apóstol de la Ilustración, lo comparó con Augusto y se refirió a su reinado como «época eternamente memorable», apodando a la «Era de Luis XIV» como el «Gran Siglo» (Le Grand Siècle).
https://es.wikipedia.org/wiki/Luis_XIV_de_FranciaWIKIPEDIA.
Luis XIV de Francia
El que fuera elevado a la altura de un dios por encima de la nobleza, como dueño y señor de la persona y propiedades de diecinueve millones de franceses, nació el 5 de septiembre de 1638 en Saint-Germain-en-Laye, junto a París. Su padre, Luis XIII, y su madre, Ana de Austria, interpretaron como una señal de buen augurio que su hijo naciese ya con dos dientes, lo que quizás presagiaba el poder del futuro rey para hacer presa en sus vecinos una vez ceñida la corona.
Luis XIV
Muerto su progenitor en 1643, cuando el Delfín contaba cuatro años y ocho meses, Ana de Austria se dispuso a ejercer la regencia y confió el gobierno del Estado y la educación del niño al cardenal Mazarino, sucesor en el favor real de otro excelente valido: el habilísimo cardenal Richelieu. Así pues, fue Mazarino quien inculcó al heredero el sentido de la realeza y le enseñó que debía aprender a servirse de los hombres para que éstos no se sirvieran de él. No hay duda de que Luis respondió de modo positivo a tales lecciones, pues Mazarino escribió: "Hay en él cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre."
Aquel infante privilegiado iba a vivir entre 1648 y 1653 una experiencia inolvidable. En esos años tuvieron lugar las luchas civiles de la Fronda, así llamadas por analogía con el juego infantil de la fronde (honda). La mala administración de Mazarino y la creación de nuevos impuestos suscitaron primero las protestas de los llamados parlamentarios de París, prestigiosos abogados que registraban y autorizaban las leyes y se encargaban de que fueran acatadas. Mazarino hizo detener a Broussel, uno de sus líderes, provocando con ello la sublevación de la capital y la huida de la familia real ante el empuje de las multitudes. Era el comienzo de la guerra civil.
Para sofocar la rebelión, el primer ministro llamó a las tropas de Luis II de Borbón-Condé, cuarto príncipe de Condé, Gran Maestre de Francia y héroe nacional; los parlamentarios claudicaron inmediatamente, pero Condé aprovechó su éxito para reclamar numerosos honores. Cuando Mazarino lo hizo detener en enero de 1650, la nobleza se levantó contra la corte dando lugar a la segunda Fronda, la de los príncipes.
La falta de acuerdo entre los sublevados iba a decidir su fracaso, pero eso no impidió que durante meses el populacho se adueñara otra vez de París; la reina madre y su familia, de regreso al palacio del Louvre, hubieron de soportar que una noche, tras correr la voz de que el joven monarca estaba allí, las turbas invadiesen sus aposentos y se precipitaran hacia el dormitorio donde el niño yacía inmóvil en su cama, completamente vestido bajo las mantas y fingiendo estar dormido: ante el sonrosado rostro rodeado de bucles castaños, la cólera del pueblo desapareció de pronto y fue sustituida por un murmullo de aprobación. Luego, todos abandonaron el palacio como buenos súbditos, rogando a Dios de todo corazón que protegiera a su joven príncipe.
El cardenal Mazarino
Aquellos acontecimientos dejaron una profunda huella en el joven Luis. Se convenció de que era preciso alejar del gobierno de la nación tanto al pueblo llano, que había osado invadir su dormitorio, como a la nobleza, permanente enemiga de la monarquía. En cuanto a los prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidió que los mantendría siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin permitirles la menor discrepancia.
Luis XIV fue declarado mayor de edad en 1651, y el 7 de junio de 1654, una vez pasado el huracán de las Frondas, fue coronado rey de Francia en la catedral de Reims. A partir de ese momento, su formación política y su preparación en el arte de gobernar se intensificaron. Diariamente despachaba con Mazarino y examinaban juntos los asuntos de Estado. Se dio cuenta de que iba a sacrificar toda su vida a la política, pero no le importó: "El oficio de rey es grande, noble y delicioso cuando uno se siente digno y capaz de realizar todas las cosas a las cuales se ha comprometido."
No es de extrañar, pues, que comprendiese perfectamente su obligación de casarse con la infanta española María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, porque así lo exigían los intereses de Francia. Según la Paz de los Pirineos, tratado firmado en 1659 entre ambos países, la dote de la princesa debía pagarse en un plazo determinado. Si no se efectuaba el pago, la infanta conservaría su derecho al trono español. El astuto Mazarino sabía que España estaba prácticamente arruinada y que iba a ser muy difícil cobrar la dote, con lo que Luis XIV podría reclamar, a través de su esposa, los Países Bajos españoles e incluso el trono de España. Al soberano nunca le satisfizo aquella reina en exceso devota y remilgada, pero cumplió con los compromisos adquiridos y con todas sus obligaciones como esposo. Al menos, durante los primeros años de su matrimonio.
Boda de Luis XIV y María Teresa de Austria
El 9 de marzo de 1661, Mazarino dejaba de existir. Había llegado el momento de ejercer la plena soberanía. Luis XIV escribió en su diario: "De pronto, comprendí que era rey. Para eso había nacido. Una dulce exaltación me invadió inmediatamente". Cuando los funcionarios le preguntaron respetuosamente quién iba a ser su primer ministro, el soberano contestó: "Yo. Les ordeno que no firmen nada, ni siquiera un pasaporte, sin mi consentimiento. Deberán mantenerme informado de todo cuanto suceda y no favorecerán a nadie."
Monarca absoluto
Con sus palabras, Luis XIV acababa de fundar la monarquía absoluta en Francia, según un concepto cuya difusión aseguraría: el del despotismo por derecho divino. La omnipotencia ministerial que desde 1624, con Richelieu y Mazarino, había sentado las bases del poderío francés, quedaba ahora subsumida en la autoridad real. Desde entonces, ni la reina madre ni otros dignatarios volvieron a ser convocados a ninguna reunión de los consejos de Estado. El monarca invitaba sólo a la tríada ministerial formada por Jean-Baptiste Colbert, François-Michel Le Tellier, marqués de Louvais, y Hugues de Lionne. Inseparables del rey, se reunían dos o tres veces por semana en los consejos reservados que éste presidía, demostrando que poseía una personalidad y firmeza suficientes para controlar los órganos centrales de gobierno. Así, el año 1661 marcó el advenimiento de una nueva era en Francia y en Europa, la de la monarquía absoluta.
El otro gran golpe de efecto de Luis XIV en ese año fue el arresto de Nicolas Fouquet, superintendente de Finanzas de Mazarino, a quien el rey consideraba demasiado rico y poderoso, y capaz por ello de convertirse en sucesor del cardenal. En un acto de teatral afirmación del poder, le hizo arrestar en Nantes, el 5 de septiembre, bajo la acusación de malversar fondos públicos. Condenado a prisión perpetua en la fortaleza de Pinerolo, Fouquet fue desde entonces una advertencia para los que servían o dejaban de servir al rey. De esta forma la autoridad real se elevó más aún, otorgándole la plenitud de poderes que tuvo Richelieu por delegación de Luis XIII: el rey se veía a sí mismo como un representante de Dios sobre la tierra y como un ser infalible, puesto que su poder le venía de Dios.
Un joven Luis XIV (óleo de
Charles Le Brun, c. 1661)
Con espíritu metódico y conciencia profesional, Luis XIV se propuso encarnar a Francia en su sola persona, mediante la centralización absoluta, la obediencia pasiva y el culto a la personalidad real. Todo estaba bajo su control, desde las disputas teológicas hasta el mínimo detalle del ceremonial. La rígida etiqueta que impuso en la corte fue en sus manos un instrumento de gobierno. Después de haber protagonizado once guerras en cuarenta años, el poder de los nobles pasó a depender de la capacidad que demostraran en la corte de complacer al rey. Desde ese momento dejarían de ser un factor esencial en la política francesa para cristalizar en una clase social parasitaria, egoísta y propensa al esnobismo. De la misma forma que el siglo de Luis XIV marcó el apogeo de la vida cortesana, redujo a la nobleza a una estrecha dependencia moral y económica de la figura del rey.
Su reinado estuvo señalado por el fasto y la euforia, sobre todo en los primeros años, cuando brillaban en la comedia Molière y en la ópera Jean-Baptiste Lully, y el propio Luis bailaba disfrazado de dios del Olimpo, para solaz de las damas. La reina madre y el circulo de devotos de la corte se escandalizaron al ver que el matrimonio no había atenuado la pasión del rey por las aventuras sexuales. La reina María Teresa, baja y regordeta, hablaba con dificultad el francés y vivía casi ignorada pero en perpetua adoración de su esposo, al que daría seis hijos, todos fallecidos en la infancia, a excepción del gran delfín. Cuando la reina murió en 1683, Luis dijo: «He aquí el primer pesar que me ha ocasionado». Todos le dieron la razón.
El régimen de las amantes oficiales había empezado al poco tiempo de su casamiento, cuando el rey estableció una estrecha relación con su cuñada madame Enriqueta, duquesa de Orleans, y, para evitar el escándalo, tomó por amante a una dama de honor de ésta, Louise de La Vallière. Era una muchacha tímida y algo coja, de dieciséis años, que le dio tres hijos ilegítimos que serían criados por la esposa de Colbert.
La marquesa de Montespan
En 1667 La Vallière fue reemplazada por François-Athénaïs de Rochechuart, la espléndida marquesa de Montespan, que durante diez años dominó al rey y a la corte como la verdadera sultana de las fiestas de Versalles. Sus numerosos alumbramientos (siete en total) fueron tema del parlamento, que legitimó a los cuatro hijos bastardos que sobrevivieron. Por fin, cansado de sus cóleras y de sus celos, el rey se separó de ella cuando la marquesa se vio implicada en el llamado caso de los venenos, un sonado escándalo que salpicó a un número importante de personalidades, que fueron acusadas de brujería y asesinato.
Expansionismo y guerra
Luis XIV consideró siempre la guerra como la vocación natural de un gran rey, y a ella subordinó la economía nacional, con el objetivo final de imponer la supremacía francesa en Occidente. Su ministro Jean-Baptiste Colbert le proporcionó los medios materiales para sus empresas, con las reformas en Hacienda y las acertadas medidas proteccionistas de la industria y el comercio. La revolución económica que llevó a cabo le permitió armar un ejército capaz de hacer de Francia el estado más poderoso de Europa. En esta tarea fue decisiva la reorganización de las tropas realizada por Le Tellier, que concentró la autoridad militar para crear un verdadero ejército monárquico, cuyos efectivos aumentaron de 72.000 a 400.000 hombres.
Desde la muerte de su suegro Felipe IV de España en 1665, Luis había comenzado una batalla jurídica para reclamar los Países Bajos españoles en nombre de su mujer, y para ello había publicado el Tratado de los derechos de la reina. Poco después, el 21 de mayo de 1667, con la formidable máquina de guerra creada por Le Tellier, invadía los territorios flamencos, apoderándose de las plazas más importantes de la frontera, en medio de un auténtico paseo militar. Inquieta ante el empuje francés, Inglaterra se alió con Holanda y Suecia en la Triple Alianza, y la contienda (conocida con el nombre de guerra de Devolución) cambió de rumbo, finalizando con la Paz de Aquisgrán de 1668, por la que España recuperaba Besançon y Francia se apoderaba de Flandes. Éste fue el comienzo de una serie de conflagraciones que duraron todo su reinado.
Luis XIV en la guerra de Devolución (óleo de Le Brun)
Después de cuatro años de preparativos, Luis determinó que había llegado el momento de vengarse de Holanda, en parte también por odio a los burgueses republicanos que monopolizaban el mar. El ministro De Lionne obtuvo un activo apoyo británico, mediante la alianza con Carlos II de Inglaterra, y la neutralidad de Brandeburgo, Baviera y Suecia. En la primavera de 1672 un poderoso ejército de 200.000 hombres, comandado por el rey en persona, atravesó el obispado de Lieja e invadió Holanda, conquistándola en pocas semanas. La eficaz ayuda de la flota inglesa contribuyó a la victoria, y Luis XIV regresó triunfante a París.
Pero los holandeses se apoyaron en el principal enemigo de Francia, el príncipe Guillermo de Orange, quien ordenó la rotura de los diques para detener al ejército invasor, al mismo tiempo que el almirante Ruyter derrotaba a la flota anglofrancesa. La resistencia de Holanda tuvo como consecuencia aislar a Francia de sus antiguos aliados, lo cual obligó a Luis a la renuncia de sus pretensiones sobre los Países Bajos. La larga guerra terminó con el Tratado de Nimega, firmado en 1678, por el cual el Rey Sol se convertía en el árbitro de Europa: renunciaba a Flandes, pero consolidaba las fronteras del norte y del este, y obtenía de España el Franco Condado.
El rey cristiano
A sus cuarenta años, Luis XIV había alcanzado el apogeo de su fortuna política y militar. Arrogante como ningún otro soberano, París lo llamaba el Grande y en la corte era objeto de adoración. En esa época se produjeron importantes cambios. Luego de haberse separado de madame de Montespan, temeroso de que el escándalo de los venenos arruinase su reputación, el rey abandonó abiertamente los placeres e impuso la piedad en la corte. A su imagen, los antiguos libertinos se convirtieron en devotos, un velo de decencia recubrió la ostentación, el juego y las diversiones, que en su desaparición (no del todo completa) dejaron lugar al aburrimiento y la hipocresía.
Los tartufos se reacomodaron así a la nueva corte moderada y metódica de Versalles, en la que reinaba ocultamente una nueva soberana: madame de Maintenon. Era la viuda del poeta satírico Paul Scarron y había sido la gobernanta de los hijos habidos por el rey con madame de Montespan, antes de convertirse en la nueva favorita. A poco de morir la reina María Teresa, en 1683 se casó en secreto con el rey, en una ceremonia bendecida por el arzobispo de París. La boda significó una nueva etapa en la vida de Luis XIV, que sentó definitivamente cabeza, preparándose para una vejez digna y piadosa, rodeado de sus hijos y nietos.
La influencia de madame de Maintenon, hugonote convertida al catolicismo, fue fundamental en la devoción del rey, que, pese a poseer sólo un barniz de religiosidad (su cristianismo se basaba en el «miedo al infierno»), quiso imponer en el reino la unidad de la fe católica y consideró al protestantismo como una ofensa al rey cristianísimo. Se desató entonces una ola de conversiones en masa, obtenidas mediante la violencia, que desembocaron, el 18 de octubre de 1685, en la revocación del Edicto de Nantes, por el que Enrique IV de Francia había autorizado el calvinismo a finales del siglo anterior. Las escuelas fueron cerradas, los templos demolidos y los pastores desterrados, mientras el éxodo de millares de protestantes hacia Holanda fue creando focos de hostilidad hacia el rey. Luis XIV sumó así a sus enemigos naturales el mundo de la Reforma.
Madame de Maintenon
Inglaterra, Alemania y Austria se unieron en la Gran Alianza para resistir el expansionismo francés. La guerra resultante tuvo una larga duración, extendiéndose entre 1688 y 1697, años en los que Luis XIV no pudo obtener la victoria militar que buscaba y Europa se fue imponiendo poco a poco a Francia, sobre todo por la determinación de Guillermo III de Inglaterra, el alma de la coalición. Guillermo III se había propuesto la eliminación de la hegemonía del Rey Sol en el continente y la implantación de la tolerancia religiosa. La Paz de Ryswick puso fin al conflicto mediante una serie de pactos que significaron el primer retroceso en el camino imperial de Luis XIV: Lorena fue restituida al duque Leopoldo; Luxemburgo, a España; y Guillermo III fue reconocido como rey de Inglaterra, contra la creencia de Luis en el derecho divino del rey Jacobo II al trono inglés.
La guerra de Sucesión
El testamento del último rey Habsburgo de España, Carlos II, fallecido en 1700, entregaba la herencia imperial a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, que reinaría como Felipe V de España. Cuando el monarca francés aceptó las cláusulas testamentarias, volvió a plantearse el dilema: hegemonía de Francia o equilibrio continental, y su decisión significó una declaración de guerra. Toda la Europa herida por la política imperialista durante los últimos treinta años se levantó nuevamente contra aquella hegemonía, y así Francia tuvo que combatir a la vez contra Austria, Inglaterra y Holanda.
La lucha estuvo señalada al principio por las victorias de los Borbones, pero, a partir de 1708, los desastres de la guerra fueron tan grandes que Francia estuvo a punto de perder todos los territorios conquistados en el siglo anterior, y Luis XIV se vio forzado a pedir la paz, sobre todo a partir del desastre de Malplaquet. Humillado en el campo de batalla, el rey aceptó el Tratado de Utrecht, por el que Francia cedía Terranova, Acadia y la bahía de Hudson a Inglaterra, aunque su nieto Felipe V conservaba la corona de España.
Los sacrificios de la guerra arruinaron al Estado francés y minaron el régimen absolutista de Luis XIV, ya desgastado por la crisis social y económica: el reverso del siglo del Rey Sol se exhibía en la mortandad, en la miseria y la mendicidad de las ciudades, en el miedo de los campesinos al hambre y al fisco, en los frecuentes motines, reprimidos con sangre, del pueblo desesperado, en la revuelta de los siervos contra los señores que rugía en todas partes. Los árboles se doblaban bajo el peso de los ahorcados, comentaba sin inmutarse madame de Sévigné, y por todas partes se elevaban quejas contra los privilegiados.
Retrato ecuestre de Luis XIV (c. 1704)
Pero el orgulloso egoísmo del monarca continuaba inmutable, pese a las tristezas de las derrotas militares y a los grandes duelos de su familia: en 1705 había muerto su biznieto, el duque de Bretaña; en 1711, el gran delfín; en 1712, su nieto Luis, duque de Borgoña, la mujer de éste, María Adelaida de Saboya, y su segundo biznieto, el segundo duque de Bretaña. Como heredero al trono ya no quedaba más que un tercer biznieto, el duque de Anjou, que reinaría con el nombre de Luis XV.
El rey se hacía viejo y se refugió en la oración y en el regazo de su favorita. Durante el invierno de 1709 hubo una marcha contra el hambre entre París y Versalles. Por primera vez desde las Frondas, Luis XIV oyó los gritos de protesta de la muchedumbre. Madame de Maintenon escribió: "Las gentes del pueblo mueren como moscas y, en la soledad de sus habitaciones, el rey sufre incontrolables accesos de llanto". La vida en Versalles no tardó en perder todo su esplendor y los enormes salones, antaño llenos de risas, se convirtieron en una gélida tramoya sin vida. En pocos años, Luis XIV se transformó en un hombre derrotado, melancólico y sobre todo enfermo. Gracias al Journal de Santé del rey, felizmente conservado, sabemos que padecía catarros, dolores de estómago, diarreas, lombrices, fiebres, forúnculos, reumatismo y gota, lo que da cuenta de hasta qué punto su físico imponente se encontraba quebrantado. En agosto de 1715 se quejó de unos dolores en las piernas. A finales de mes le aparecieron en las pantorrillas unas horrendas manchas negras. Los médicos, lívidos, diagnosticaron gangrena.
El monarca supo que iba a morir y recibió la noticia con extraordinaria entereza. Tras dedicar unos días a ordenar sus asuntos y despedirse de su familia, llamó junto a su lecho al Delfín, bisnieto suyo y futuro Luis XV. El soberano moribundo le entregó su reino con estas palabras: "Vas a ser un gran rey. No imites mi amor por los edificios ni mi amor por la guerra. Intenta vivir en paz con tus vecinos. No olvides nunca tu deber ni tus obligaciones hacia Dios y asegúrate de que tus súbditos le honran. Acepta los buenos consejos y síguelos. Intenta mejorar la suerte de tu pueblo, dado que yo, desgraciadamente, no fui capaz de hacerlo". El 1 de septiembre de 1715, Luis XIV dejaba de existir. Sus últimas palabras fueron: "Yo me voy. Francia se queda." Había gobernado durante sesenta y cuatro años, siendo el suyo el reinado más largo de la historia de Europa.
Luis XIV y Molière, el gran dramaturgo
Con él desaparecía el máximo ejemplo de la monarquía absoluta y un rey que había llevado momentáneamente a Francia a su cima. Su reinado, comparado por Voltaire con el del emperador romano Augusto, posibilitó un extraordinario florecimiento de las letras, que abarcó los más diversos campos del pensamiento y de la creación: Corneille, Racine y Molière dieron a conocer su teatro; La Fontaine compuso sus Fábulas; Pascal escribió sus Pensamientos y La Rochefoucauld sus Máximas. La razón, la claridad y el equilibrio formal se impusieron como criterios fundamentales del arte; desde Francia, el clasicismo irradiaría a toda Europa. Luis XIV era el principal cliente de los artistas, y así nació un «estilo Luis XIV» de perfecta armonía; su inclinación por la geometría decorativa imperó en parques y jardines; la nueva arquitectura encontró su máxima expresión en Versalles, donde la marmórea amplitud de los espacios y el dominio absoluto de la simetría eran un homenaje a la indiscutida autoridad real, al ser que se reconocía como el representante de Dios sobre la tierra. Sin embargo, el obispo Jean-Baptiste Massillon concluyó así la oración fúnebre de Luis XIV: «¡Sólo Dios es grande!».
Biografía de Luis XIV, el Rey Sol
Luis XIV, el Rey Sol de Francia, es uno de los personajes más importantes del Absolutismo y la Historia. Conozcamos su vida y obra.
Luis XIV nació el 5 de septiembre de 1638 en Saint Germain en Laye, cerca de París. Sus padres fueron el rey Luis XIII y su esposa Ana de Austria. Luis XIII falleció en 1643, por lo que la reina hizo de regente del joven delfín, encargando su educación al cardenal Mazarino. Éste le enseñó la importancia y el sentido que tenía la realeza, además de aconsejarle que se sirviese de los hombres para que éstos no se sirvieran de él.
Entre los años 1648 y 1653 tuvieron lugar las luchas civiles de la Fronda producidas por la mala administración de Mazarino y la creación de nuevos impuestos. Las protestas fueron en cabezadas por los parlamentarios de París. Mazarino ordenó que uno de los líderes, Broussel, fuera detenido, lo que provocó que la ciudad se sublevara y la familia real tuviese que huir.
El primer ministro hizo llamar a las tropas del príncipe de Condé. Gracias a ello, los parlamentarios cesaron en sus propósitos, pero Condé aprovechó el éxito para pedir una gran cantidad de honores. Mazarino entonces decidió detenerle en enero de 1650, lo que enfureció a la nobleza. Sin embargo, la falta de acuerdo entre los sublevados supuso su fin. La masa enfurecida llegó a entrar en el palacio hasta llegar al cuarto del joven príncipe, que fingía estar dormido. Al observarle, los ánimos se calmaron y decidieron abandonar el lugar y rezar por él.
Todo ello hizo una profunda mella en el príncipe. Le convenció de que debía alejar el gobierno tanto de la plebe como de la nobleza. En cuanto a los prohombres, lo que incluía a parlamentarios, abogados y jueces, decidió que lo mejor era que estuvieran bajo el poder absoluto de la corona.
En 1651 fue declarado mayor de edad y en 1654 fue nombrado rey de Francia. Gracias a sus encuentros con Mazarino, comprendió que debería entregar su vida a la política y gobierno del pueblo. Por ello, no dudó en contraer matrimonio con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, rey de España, unión que podía beneficiar en gran medida a Francia.
En 1651 fue declarado mayor de edad y en 1654 fue nombrado rey de Francia. Gracias a sus encuentros con Mazarino, comprendió que debería entregar su vida a la política y gobierno del pueblo. Por ello, no dudó en contraer matrimonio con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, rey de España, unión que podía beneficiar en gran medida a Francia.
El 9 de marzo de 1661 murió Mazarino, por lo que Luis XIV pudo por fin ser rey absoluto, eliminando incluso el puesto de primer ministro. Así fundó la monarquía absoluta en Francia. Ni siquiera la reina madre era invitada a las reuniones de los consejos de Estado; únicamente asistían Jean-Baptiste Colbert, François-Michel Le Tellier y Hugues de Lionne.
Ese mismo año, Luis XIV ordenó el arresto del superintendente de finanzas de Mazarino, Nicolas Fouquet, a quien consideraba demasiado peligroso y capaz de obtener el puesto de Mazarino. Le sentenció a cadena perpetua en Pinerolo. Esto servía de advertencia para aquellos que desearan enfrentarse al poder real. Esto hizo que el rey se viera a sí mismo como un representante de Dios en la tierra.
Centralizó todos los poderes en él, instaurando el culto al rey, todo estaba bajo su control. La nobleza fue la primera afectada, ya que pasó de ser un factor importante en la política a convertirse simplemente en una clase social que trataba de complacer al rey para obtener favores.
El rey era asiduo a las fiestas y a los placeres sexuales, algo que escandalizaba en la corte. Sin embargo, la adoración ejercida por su esposa no disminuyó ni un ápice a pesar de los escarceos amorosos del rey, dándole seis hijos, de los cuales sólo sobreviviría a la infancia uno, el futuro delfín. El mayor escándalo llegó cuando tomó por amante a la marquesa de Montespan, que dominó al rey y a la corte. Se deshizo de ella cuando se vio implicada en el denominado caso de los venenos, un escándalo en el que numerosas personalidades fueron acusadas de brujería y asesinato.
En política exterior estuvo convencido de que había que imponer la supremacía francesa. Comenzó haciendo reformas en Hacienda y aplicando medidas proteccionistas en la industria y el comercio. Todo ello le permitió organizar un poderoso ejército, que aumentó hasta casi el medio millón de hombres.
Cuando murió el rey Felipe IV en 1665, Luis comenzó a reclamar los terrenos españoles en los Países Bajos el nombre de su esposa. El 21 de mayo de 1667 invadió los territorios flamencos. Inglaterra se alió con Holanda y Suecia, lo que hizo que la contienda terminase con la Paz de Aquisgrán en 1668, en la que España recuperaba Besançon y Francia se quedaba con Flandes.
Cuatro años después decidió vengarse de Holanda. Para ello, obtuvo el apoyo de Inglaterra y con un ejército comandado por el mismísimo rey invadió el país en apenas unas pocas semanas. Sin embargo, Holanda recurrió al principal enemigo de Francia, Guillermo de Orange. Éste ordenó la destrucción de los diques para detener al enemigo. Esta resistencia hizo que Francia quedase aislada de sus aliados y tuviera que renunciar a su propósito. El enfrentamiento acabó en el Tratado de Nimega en 1678, por el que renunciaba a Flandes y obtenía el Franco Condado español.
Terminado esto, volvió a la corte y allí impuso un ambiente no tan liberal como el anterior, alejándose de los escándalos sexuales como los de madame de Montespan, dejando a un lado las diversiones y la ostentación. Sin embargo, una nueva mujer gobernaba en la corte, madame de Maintenon. El rey se casó en secreto con ella en 1683 tras la muerte de la reina María Teresa. Esta unión supuso finalmente que el rey se alejase de su animada vida anterior.
Su influencia fue patente, ya que le convenció de que impusiera la religión católica, tachando al protestantismo como una ofensa al rey. Debido a ello, comenzaron a producirse conversiones en masa hasta revocar el 18 de octubre de 1685 el Edicto de Nantes en el cual se autorizaba el calvinismo. Se cerraron escuelas, se destruyeron templos y los pastores fueron desterrados, además del éxodo de miles de protestantes que huyeron a Holanda.
Luis XIV tuvo que hacer frente a otro enfrentamiento que supondría un retroceso en el expansionismo francés. Inglaterra se unió a Alemania y Austria en una guerra para frenar los propósitos del rey. Terminó con la Paz de Ryswick, mediante la cual se devolvía Lorena al duque Leopoldo; Luxemburgo le fue devuelta a España; y por último Guillermo III fue coronado rey de Inglaterra.
Pero sin embargo, hay un enfrentamiento aún más significativo. Carlos II el Hechizado, rey de España, falleció en 1700 sin dejar ningún heredero. En su testamento nombraba heredero imperial a Felipe de Anjou, el futuro Felipe V, que era nieto del rey Luis XIV. Al aceptar el testamento, se planteó de nuevo el dilema entre la hegemonía francesa o el equilibrio del continente, por lo que se declaró una guerra.
Parte de Europa se sentía herida por la política imperialista, por lo que se mostró contraria a esa hegemonía. De nuevo Inglaterra, Austria y Holanda lucharon contra Francia. A pesar de las incipientes victorias, a partir de 1708 se fueron sucediendo las derrotas hasta el punto de que el país galo estuvo a punto de perder sus conquistas, por lo que el rey tuvo que pedir la paz. Luis XIV aceptó el Tratado de Utrecht, cediendo Terranova, Acadia y la bahía de Hudson a Inglaterra, pero a cambio los Borbones conservaban la corona española.
Esto debilitó el régimen absolutista junto con la crisis social y económica. Fueron innumerables las revueltas de los campesinos y el pueblo llano que se sublevó contra sus señores y contra los privilegiados. Muchos de ellos fueron ajusticiados y ahorcados, ya que las revueltas fueron reprimidas duramente.
A esto se le juntó el problema sucesorio, ya que a lo largo de esos años irían muriendo tanto el gran delfín como sus nietos y biznietos. Sólo quedaba un heredero, su tercer biznieto, el duque de Anjou, que sería el futuro Luis XV.
En el invierno de 1709 el pueblo marchó en París y Versalles debido al hambre, siendo escuchados por primera vez por el rey. Luis XIV se sumió en una profunda tristeza acompañada de numerosas enfermedades que iban mermando poco a poco al rey. En 1715 comenzó a notar dolor en las piernas y comenzaron a aparecer manchas negras en ellas; los médicos le diagnosticaron gangrena.
Tras recibir la noticia con gran entereza, puso orden a sus asuntos y por último se reunió con su sucesor, aconsejándole que cuidara al pueblo, que escuchara los consejos y que nunca olvidase su deber cuidando a sus súbditos. Murió el 1 de septiembre de 1715, haciendo de su reinado el más largo de la historia del Viejo Continente.
Imágenes: Dominio Público
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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