Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, he elaborado un amplio reportaje de las vacaciones que hicieron los antiguos romanos en épocas estivales; viajaron por diferentes lugares como : Grecia, Egipto, y otros lugares, pero también lo hacían dentro de la misma Italia, con residencias veraniegas que tenían en Náples, Pompeya, y otros pueblos con orillas marítimas.
National Geographic .- narra : "Los romanos de la Antigüedad viajaban por múltiples
motivos: comerciales, profesionales, familiares y personales,
religiosos, intelectuales, militares... Pero no eran pocos los
que lo hacían también por placer, esto es, para hacer turismo. No sería
exagerado sostener que en la ciudad del Tíber se pueden rastrear los
orígenes de una costumbre que millones de personas practican actualmente
cuando consiguen reunir unos cuantos días libres. De hecho, la palabra turismo tiene una raíz latina: procede del verbo tornare, "volver" o "hacer girar", lo que implica un viaje de ida y vuelta, tal y como entendemos hoy nuestras andanzas estivales..."
National Geographic .- agrega : " Los romanos no fueron inmunes al irresistible encanto de conocer mundo. No es casual que en los siglos II y III d.C. se popularizaran las novelas de aventuras exóticas (Las aventuras de Leucipa y Clitofonte, Las efesíacas, Las etiópicas...),
que ponían al lector en la piel de jóvenes parejas de enamorados que
conseguían reunirse tras pasar por innumerables peripecias entre tribus
etíopes, piratas griegos y déspotas orientales. Aquiles Tacio, Jenofonte
de Éfeso y Heliodoro de Emesa son los nombres de algunos de estos
Salgari y Julio Verne del pasado clásico que trasladaban a su público a lugares remotos sin tener que moverse de casa.
Los bibliófilos de mayor cultura, sin embargo, podían optar por hojear los volúmenes de las periegeses, las narraciones descriptivas de los más célebres monumentos del pasado –tanto arquitectónicos como escultóricos–, sobre todo de Grecia, pero también de Asia Menor o del sur de Italia y Sicilia. Comparadas a menudo con las guías de viaje actuales, lo justo sería definir las periegeses como tratados artístico-históricos concebidos básicamente para informar
sobre los ritos específicos que se practicaban en cada lugar, por lo
que describían los principales complejos religiosos (los santuarios),
así como sus fiestas y tradiciones.
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/romanos-se-van-vacaciones-2_13382?utm_source=onesignal&utm_medium=push&utm_campaign=trafico
Aprovechaban para visitar sus más célebres monumentos y muchos tenían mansiones en el sur de Italia para los meses estivales
Vacaciones junto al mar
Los romanos pudientes disfrutaban de
su tiempo de ocio, sobre todo durante los insoportables veranos de la
Urbe, en lujosas villas situadas en la bahía de Nápoles, con imponentes
vistas al mar. Óleo por Ettore Forti. Siglo XIX
FOTO: Bridgeman / ACI
Un destino atractivo
Situada a los pies del Vesubio,
Pompeya (arriba) era una ciudad próspera. Muchos romanos ricos poseían
lujosas villas tanto en la misma población como en sus alrededores.
FOTO: Henryk Sadura / AGE Fotostock
Festival de vacaciones
En la localidad costera de Bayas, los
romanos ricos se solazaban con todo tipo de actividades, que a estoicos
como el filósofo Séneca les resultaban muy molestas: «¿Qué necesidad
tengo de ver gente embriagada vagando por la costa, las orgías de los
marinos, los lagos que retumban con la música de las orquestas y otros
excesos...?». El festival de Neptuno, óleo por Ettore Forti. Siglo XIX.
FOTO: Bridgeman / ACI
Baquete en Pompeya
Una pareja se besa durante un paquete. Fresco pompeyano del siglo I. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
FOTO: AKG / Album
Nace la egiptomanía
Este recipiente de obsidiana con
incrustaciones de lapislázuli, malaquita y oro, decorado con motivos
egipcios, es un buen ejemplo de la moda por todo lo egipcio que se
instaló en la Roma imperial. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
FOTO: DEA / Album
Transporte romano
Abajo, réplica de una carruca, un carruaje de cuatro ruedas, cubierto y tirado por dos o cuatro caballos. Museo Romano Germano, Colonia.
FOTO: Bridgeman / ACI
El sagrado pajaro ibis
El historiador Plutarco se refiere en
sus escritos a la adoración que los egipcios prestaban a esta ave,
animal sagrado del dios de la escritura Toth. Figura de la época
ptolemaica.
FOTO: AKG / Album
El mosaico del Nilo
Egipto era uno de los lugares
favoritos de los romanos para hacer turismo. Este fragmento del famoso
mosaico del Nilo, del siglo I a.C., muestra a un animado grupo de
personas bebiendo junto al río. Galería Nacional de Arte Antiguo.
Palacio Barberini, Palestrina.
FOTO: DEA / Album
Los colosos de Memnón
En las bases de estas estatuas, que
se alzaban en la entrada del templo funerario de Amenhotep III en la
orilla occidental del Nilo, se conservan al menos 90 inscripciones de
viajeros romanos que quisieron dejar constancia de su visita y contar si
escucharon o no su famoso canto.
FOTO: Johanna Huber / Fototeca 9x12
Albergues y alojamientos
Unos viajeros arriban a una mansio o casa de postas para alojarse. Relieve. Museo de la Civilización Romana, Roma.
FOTO: DEA / Album
El gusto por la Naturaleza
Distintas especies de aves, entre
ellas urracas y palomas, vuelan y se posan en los árboles y las fuentes
representados en este fresco de un frondoso jardín romano que decoró el
triclinio o comedor de la villa del Brazalete de Oro, en Pompeya.
FOTO: DEA / Album
Un mapa de carreteras
Tabula Peutingeriana. Fragmento en el que aparece la ciudad de Roma. Biblioteca Nacional de Austria, Viena.
FOTO: DEA / Album
Turismo cultural
Cicerón ante la tumba de Arquímedes. Óleo por Paolo Barbotti. Siglo XIX. Museo Civico, Pavía.
FOTO: Erich Lessing / Album
Deporte y diversión
Los romanos, tanto hombres como
mujeres, gustaban de practicar actividades físicas para divertirse, tal
como se aprecia en este mosaico de la villa romana del Casale, en
Sicilia, donde unas jóvenes realizan ejercicios gimnásticos.
FOTO: Dagli Orti / Aurimages
El templo de Sunion
Grecia era uno de los destinos más
apreciados por turistas romanos, que seguían los pasos de Homero y los
grandes filósofos por toda la geografía de la Hélade. En la imagen,
templo de Poseidón en el cabo Sunion.
FOTO: Istock / Getty Images
Villa junto al mar
Fresco procedente de la villa San Marco, de Estabia. Antiquarium Stabiano, Castellammare de Estabia.
FOTO: DEA / Album
Villas de varias plantas
Fresco del tablinum de la casa de Marco Lucrecio Frontón, en Pompeya.
FOTO: DEA / Album
FOTO: DEA / Album
La villa Laurentina
En sus Cartas, Plinio el
Joven describe su villa de Laurento: «La villa proporciona suficiente
comodidad, su mantenimiento no es costoso. En la entrada hay un
vestíbulo [...] a continuación, un pórtico redondo en forma de letra D,
que rodea un patio pequeño, pero agradable, que da abrigo contra el mal
tiempo pues está protegido por cristales y techos voladizos [...]. Tiene
por todas partes puertas y ventanas tan grandes como las puertas, de
modo que por el frente y por los costados parece que contemplas tres
mares...».
FOTO: AKG / Album
Jorge García Sánchez
13 de enero de 2019
Los romanos se van de vacaciones
Los romanos de la Antigüedad viajaban por múltiples
motivos: comerciales, profesionales, familiares y personales,
religiosos, intelectuales, militares... Pero no eran pocos los
que lo hacían también por placer, esto es, para hacer turismo. No sería
exagerado sostener que en la ciudad del Tíber se pueden rastrear los
orígenes de una costumbre que millones de personas practican actualmente
cuando consiguen reunir unos cuantos días libres. De hecho, la palabra turismo tiene una raíz latina: procede del verbo tornare, "volver" o "hacer girar", lo que implica un viaje de ida y vuelta, tal y como entendemos hoy nuestras andanzas estivales.
Los nobles romanos distinguían perfectamente entre el negotium, cuando se encontraban atareados en sus quehaceres diarios, y el otium, el período de descanso. Entonces llegaba el momento de alejarse del caos urbano en una villa marítima, de las que abundaban, sin ir más lejos, a los pies del Vesubio, o de conocer las atracciones monumentales de las provincias orientales, especialmente si hablamos de oficiales y administradores empleados en esas regiones.
Ganas de conocer mundo
Los romanos no fueron inmunes al irresistible encanto de conocer mundo. No es casual que en los siglos II y III d.C. se popularizaran las novelas de aventuras exóticas (Las aventuras de Leucipa y Clitofonte, Las efesíacas, Las etiópicas...),
que ponían al lector en la piel de jóvenes parejas de enamorados que
conseguían reunirse tras pasar por innumerables peripecias entre tribus
etíopes, piratas griegos y déspotas orientales. Aquiles Tacio, Jenofonte
de Éfeso y Heliodoro de Emesa son los nombres de algunos de estos
Salgari y Julio Verne del pasado clásico que trasladaban a su público a lugares remotos sin tener que moverse de casa.
Los bibliófilos de mayor cultura, sin embargo, podían optar por hojear los volúmenes de las periegeses, las narraciones descriptivas de los más célebres monumentos del pasado –tanto arquitectónicos como escultóricos–, sobre todo de Grecia, pero también de Asia Menor o del sur de Italia y Sicilia. Comparadas a menudo con las guías de viaje actuales, lo justo sería definir las periegeses como tratados artístico-históricos concebidos básicamente para informar
sobre los ritos específicos que se practicaban en cada lugar, por lo
que describían los principales complejos religiosos (los santuarios),
así como sus fiestas y tradiciones.
Plinio el Viejo, tan conocido por su obra Historia natural
como por su fallecimiento durante la erupción del Vesubio del año 79
d.C., atribuía a sus coetáneos la lectura de este tipo de escritos, en
especial cuando versaban sobre Egipto, Grecia y Asia.
A Séneca, por su parte, le parecía interesante salir de la propia ciudad,
pues eso procuraba el encuentro con gentes diferentes y espectáculos
naturales desconocidos, entre los que hacía hincapié en los ríos –los
accidentes fluviales, a menudo divinizados, nunca dejaron de fascinar a
los antiguos–, citando el Tigris, el Nilo y el Meandro (el río Menderes,
en Turquía). Es decir, son los mismos autores grecorromanos quienes nos informan de los grandes destinos turísticos y de los atractivos que presentaban el patrimonio artístico y la Naturaleza de estos lugares.
Rutas por Grecia
El patrimonio intelectual de determinadas regiones constituía un aliciente particular para los viajeros. La
Hélade y las provincias asiáticas estaban repletas de recuerdos de los
poemas homéricos, con los que los romanos se identificaban a través de
su héroe Eneas: en Pilos se veneraba el sepulcro de Néstor; en Atenas, la tumba de Edipo; Orestes reposaba en Esparta, y Agamenón
e Ifigenia yacían en Micenas. En Troya se adivinaban aún las huellas
del campamento de los sitiadores aqueos o del altar de Zeus, donde el
rey troyano Príamo había perdido la vida a manos de Neoptólemo, hijo de
Aquiles. Pero aquel lugar era famoso sobre todo por las supuestas tumbas
de los héroes homéricos, como Héctor o el propio Aquiles, que visitaron
Julio César y algunos de sus sucesores, entre ellos los emperadores
Adriano, Caracalla, Diocleciano y Constantino. Las escapadas a
Grecia incluían la visita a poblaciones como Corinto, Epidauro, Delfos,
Esparta u Olimpia; destinos atrayentes a causa de los festivales y juegos atléticos
que allí se celebraban, eventos que además fijaban el mejor momento
para visitarlos. Otras ciudades presentaban importantes atractivos
locales: Rodas llamaba la atención por el Coloso, cuya masa broncínea de
33 metros de altura, que representaba al dios Helios, se había
desplomado a causa de un terremoto en el año 226 a.C. Los forasteros se
entretenían explorando sus enormes miembros fragmentados, convertidos en
grutas artificiales, o intentando abarcar con sus brazos el pulgar de
la estatua, una tarea imposible en palabras de Plinio el Viejo.
Pasión por Egipto
Una tierra en la que el turista romano se sentía auténticamente maravillado era Egipto.
La extrañeza de sus ritos religiosos y de su escritura jeroglífica
desconcertaba y fascinaba por igual al visitante; lo mismo puede decirse
de sus monumentos, ya fueran las pirámides de Gizeh o las tumbas subterráneas del Valle de los Reyes. En estas últimas todavía puede
detectarse el paso de cientos de excursionistas de la Antigüedad
gracias a los grafitos –con nombres, fechas, pequeñas biografías,
poemas, opiniones...– que grabaron en sus muros. Así, sabemos
que un tal Isidoro, natural de Alejandría, estudió Derecho en Atenas;
que el centurión Januarius penetró en las criptas junto a su hija
Januarina, o que a An- tonio le maravillaba el Valle casi tanto como la
ciudad de Roma. Prácticamente la mitad de los grafitos
descubiertos se aglutinan en la tumba de Ramsés VI, de la que se dijo
que era el sepulcro de Platón, por lo que los filósofos
neoplatónicos entraban en ella con el respeto reverencial de quien oraba
en un templo. Algunos de los grafitos inscritos en los muros de esta
tumba faraónica muestran lo que pensaron del lugar algunos visitantes,
como el que dejó escrito "la visité y no me gustó nada, excepto el
sarcófago" o el de un abogado llamado Bourichios, al cual le fastidiaba
no comprender el significado de los jeroglíficos: "¡No puedo leer este
escrito!".
Otro monumento egipcio que atrajo particularmente a los viajeros de la Antigüedad fue la pareja de esculturas sedentes de Amenhotep III que perduraban de su templo funerario, próximo a Luxor. Griegos y romanos enseguida las bautizaron como "Colosos de Memnón",
al estimar que una de las estatuas mostraba la figura de Memnón, rey
etíope aliado de los troyanos. Por las mañanas, cuando la brisa soplaba a
través de las fisuras dejadas por un terremoto, las estatuas
emitían un curioso sonido que atraía a gran número de espectadores, que
creían escuchar el tañido de una lira, un silbido o un llanto.
Numerosos turistas contrataron picapedreros locales para inscribir
grafitos en los Colosos, como el lírico Paeón, quien compuso unos versos
en honor de su patrón Metio Rufo, o la poetisa Julia Balbilla, que
viajaba en el séquito de Vibia Sabina, la esposa del emperador Adriano.
Trabajo y placer
Los romanos que dejaban su patria solían encontrar tiempo
para hacer turismo, incluso durante el desempeño de misiones bélicas y
diplomáticas. Véase por ejemplo el caso de Lucio Emilio Paulo,
quien, después de que sus legiones acabaran, en el año 168 a.C., con la
vida de 20.000 hombres en la batalla de Pidna, y tras desmembrar el
viejo reino helenístico de Macedonia, emprendió un tour que lo llevaría a presentar sus respetos y sus ofrendas a Atenea en la Acrópolis ateniense, a Apolo en su santuario de la isla de Delos, a Asclepio en su recinto sagrado de Epidauro y, por supuesto, a Zeus en su templo de Olimpia.
Pero no descuidó enclaves tan emblemáticos como Áulide, en Beocia,
puerto de partida de la expedición griega contra Troya encabezada por
Agamenón, o el istmo de Corinto, sede de los Juegos Ístmicos. Años
después, el senador Lucio Memio también combinó deber y placer durante un viaje a la ciudad egipcia de Arsínoe, la antigua Cocodrilópolis. Memio gozó de la obsequiosidad de un funcionario del rey Ptolomeo IX llamado Asclepíades, que durante su itinerario le procuró todas las comodidades: dispuso su visita al Laberinto (el complejo mortuorio conectado a la pirámide del faraón Amenemhat III) y le proveyó de los típicos panecillos con que los turistas alimentaban a los reptiles que daban nombre a la ciudad, sobre todo al más importante de todos ellos: el cocodrilo
que encarnaba al dios Sobek. Relata el geógrafo Estrabón que aquel
enorme animal no paraba de engullir frutas, galletas y vino que le
echaban los visitantes de paso.
Pero no había que marcharse al otro extremo del Mediterráneo para
poder gozar de unas estupendas vacaciones. Desde la época republicana, los patricios romanos poseían una o varias villas de recreo en la costa o en el campo, adonde se retiraban con la intención de escapar de sus obligaciones cotidianas y consagrarse de lleno al otium.
Casas de vacaciones
En Italia, el área favorita para disponer de segundas residencias fue la Campania, donde se localizaban Pompeya, Herculano, Estabia y otras poblaciones emblemáticas. Cercana a Roma, tenía un clima benigno y playas atrayentes, cualidades
imbatibles para convertirse en un centro turístico privilegiado. Así lo
intuyó a comienzos del siglo I a.C. el "empresario" Cayo Sergio Orata,
quien reformaba villas al borde de la bahía napolitana para luego
venderlas a un alto precio a los senadores.
En las playas campanas el tiempo discurría plácidamente, "entre
romances, canciones, banquetes y paseos en bote", escribía Cicerón.
También Plinio el Joven describía las ocupaciones veraniegas a las que se entregaba en sus villas: meditar, leer, recibir masajes, bañarse, escuchar recitaciones y música, pescar o montar a caballo.
Actividades que bien se podían realizar solo o en compañía de invitados
de las villas vecinas; en este caso, la caza solía convertirse en otro
de los pasatiempos favoritos. En el siglo IV d.C., el erudito
Quinto Aurelio Símaco, propietario de decenas de moradas, se solazaba
con sus amigos Macedonio y Atalo charlando, leyendo y, al igual que
Plinio el Joven, empleándose a fondo en la caza, costumbre propia de su
cuna aristocrática. Los banquetes suntuosos estaban a la orden
del día cuando se reunían estos comensales de noble origen, y la mayor
parte de las veces se amenizaban con exhibiciones musicales, teatrales,
de danza y otras que hoy llamaríamos "circenses". Ummidia Quadratilla, una dama ilustre de hace dos mil años, hasta contaba con una troupe de pantomimos, equilibristas y bailarinas que hacían de sus cenas deliciosos festejos.
Afortunadamente, la arqueología ha preservado muchas de estas viviendas
de lujo, embellecidas con amplios jardines, ninfeos de aguas claras,
piscinas, coloridas pinturas, colecciones escultóricas en mármol y
bronce de inspiración helena, y dotadas de bibliotecas como la
de la villa de los Papiros, en Herculano. La mayoría de estas
residencias eran de dimensiones extraordinarias, como la villa del
Pastor, en Estabia, que rondaba los 19.000 metros cuadrados, o la no
lejana villa Arianna, de 13.000 metros cuadrados. En estos fastuosos ambientes de representación social, de ocio vacacional, de reposo espiritual y de disfrute intelectual, el patricio romano se podía sentir como un sibarítico rey helenístico en su palacio.
Para saber más
Viajes por el antiguo Imperio romano. Jorge García Sánchez. Nowtilus, Madrid, 2016.
Cartas. Plino el Joven. Gredos, Madrid, 2008.
Las siete maravillas. S. Saylor. La Esfera de los Libros, Madrid, 2014.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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