Descripción
Un cataclismo ocurrido hace más de 3.500 años dejó cicatrices en todo el Mediterráneo, y también en la memoria colectiva.
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Hacia el siglo XVI a.C., una tranquila isla del Egeo, conocida entonces como Thera y hoy como Santorini, fue escenario de uno de los mayores desastres naturales de la Antigüedad. En cuestión de horas, el mar se agitó, el cielo se oscureció y la tierra entera tembló bajo los pies de sus habitantes. Aquello era solo el presagio de lo que estaba por suceder: una erupción volcánica tremenda que destruiría gran parte de la isla.
Para quienes lo vivieron, aquello no fue solo un desastre natural, sino el fin del mundo tal y como lo conocían, un apocalipsis que según varios historiadores podría haber inspirado uno de los mitos más misteriosos del mundo antiguo: la destrucción de la Atlántida.
Apocalipsis en el Mediterráneo
La erupción de Thera no fue una simple explosión volcánica: fue un colapso total de la isla. La caldera, que ya estaba activa, acumuló tal presión que el magma salió disparado en una columna de ceniza y roca pómez que pudo elevarse a kilómetros de altura. La violencia de la explosión fue tal que estuvo a punto de hacer desaparecer la isla entera: la sección central se hundió parcialmente en el mar y partió la isla en dos.
Hoy, Santorini es un destino turístico de postal, con casas encaladas y cúpulas azules asomadas sobre un mar tranquilo. Pero bajo esa calma duerme el cráter de un volcán que una vez cambió el rumbo de la historia. La erupción arrasó con aldeas enteras: en Akrotiri, ciudad portuaria minoica, las capas de ceniza de más de 60 metros de espesor sepultaron edificios, murales y objetos, conservándolos con un detalle similar al de Pompeya, pero sin restos humanos visibles: un indicio de que los habitantes pudieron evacuar antes de lo peor.
Las secuelas fueron devastadoras más allá de la propia isla. Los depósitos de piedra pómez flotante se extendieron por el Egeo, dificultando la navegación durante semanas o incluso meses en algunas partes. Tsunamis con olas de decenas de metros golpearon Creta y otras islas cercanas, inundando tierras de cultivo y destruyendo puertos. El polvo volcánico en suspensión, transportado por los vientos, oscureció el cielo y provocó descensos de temperatura que afectaron a cosechas en zonas tan lejanas como Egipto y Anatolia. Incluso hoy, los geólogos encuentran rastros de la erupción en núcleos de hielo de Groenlandia, donde las partículas atrapadas datan de esos años.
Un mito inmortal
Pero este desastre no solo dejó rastros físicos. Algunos historiadores y arqueólogos sostienen que su recuerdo pudo transmitirse durante siglos a través de leyendas y tradiciones orales. Entre ellas, la más célebre es el mito de la Atlántida descrito por Platón. Aunque el filósofo situó la historia miles de años antes y en otro lugar, las descripciones de una isla próspera destruida por cataclismos encajan inquietantemente con lo que sabemos de Thera.
La erupción también pudo inspirar otros relatos del Mediterráneo y del Cercano Oriente. Las crónicas egipcias mencionan cielos cubiertos de polvo, cosechas arruinadas y disturbios sociales en tiempos cercanos a la catástrofe. Incluso algunos episodios bíblicos, como las plagas de Egipto, han sido reinterpretados por investigadores bajo la hipótesis de que cambios climáticos extremos y enrojecimiento de las aguas fueran consecuencias indirectas del desastre de Thera.
Si el mito de la Atlántida nació aquí o no, quizá nunca lo sabremos. Lo que sí es seguro es que, para los minoicos, ese cataclismo supuso el final de su mundo. La combinación de la erupción, los terremotos, los tsunamis y el clima alterado fue devastadora para el comercio y la agricultura minoica, y favoreció el ascenso de los micénicos como cultura dominante. La erupción de Thera nos recuerda lo frágil que puede ser el equilibrio entre civilización y naturaleza, y lo rápido que puede romperse.