Fue un momento raro.
En mitad de un discurso sobre su gira diplomática por Asia, Donald Trump, detuvo su alocución para buscar un botellín de agua junto al podio pero no lo halló. Entonces, volvió a agacharse hacia un lado, tomó la botella y se irguió con ella, colocándola a un lado como quien no quiere mojarse en caso de que se derrame. Tomó un sorbo y regresó a su discurso.
La curiosa escena enloqueció a las redes sociales, que se llenaron de comentarios y memes al respecto.
A ello contribuyó en parte, el hecho de que en 2013 el senador republicano Marco Rubio vivió un momento similar y el año pasado cuando él y el magnate inmobiliario competían por la candidatura republicana Trump se burló de él en público por aquel episodio.
Durante el anecdótico episodio de la semana pasada, hubo otro elemento destacado: el mandatario estadounidense -que basó su campaña presidencial en un mensaje fuertemente nacionalista- estaba tomando un agua embotellada extranjera.
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Pero, no era un agua cualquiera. El botellín era marca Fiji, un agua importada desde el archipiélago del mismo nombre, ubicado en mitad del océano Pacífico a unos 12.500 kilómetros de Washington, y que en la última década se ha convertido en un producto de consumo masivo entre ricos, estrellas de la farándula y otras celebridades públicas.
En su ascenso, Fiji dejó atrás a la francesa Evián como la marca extranjera con mayor presencia en el mercado estadounidense, pero no sin crear por el camino algunas polémicas.
Sinónimo de lujo
Caracterizada por su botella dura y su etiqueta de color azul, el agua Fiji se convirtió en un sinónimo de lujo en Estados Unidos, donde se vende a precios que triplican el de otras marcas.
Es el agua ofrecida en fiestas, restaurantes y hoteles de alto costo.
Entre sus consumidores conocidos se encuentran París Hilton, el ex presidente estadounidense Barack Obama, la actriz Nicole Kidman o la cantante Mary J. Blige.
Pero, ¿qué hace del agua Fiji algo tan especial?
"El marketing, nada más. No hay nada especial con esa agua", explica a BBC Mundo Charles Fishman, autor del libro The Big Thirst: The Secret Life and Turbulent Future of Water (La gran sed: la vida secreta y el futuro turbulento del agua".
"A los estadounidenses les encanta el agua embotellada porque está de moda. Es casi una cuestión de imagen personal; una declaración: 'soy una persona que bebe agua Fiji'. Es como comprar agua de Hawái o de Tahití, es algo exótico", agrega Fishman, quien estuvo en Fiji, donde visitó la embotelladora de agua antes de escribir su libro.
"El agua embotellada es como el agua que sale de tu grifo. Puede tener un sabor un poco diferente en cada comunidad, pero si pones agua de grifo en el refrigerador y la dejas allí por cinco horas y luego te sirves un vaso de esa agua agradable y fría, cuando tienes sed, no puedes distinguir entre la buena agua de grifo y el agua embotellada sea Fiji, Evian o cualquier otra marca", agrega.
Fishman recuerda que el agua embotellada, pese a los daños que causa en el medio ambiente -acabando con las reservas de los acuíferos y utilizando grandes cantidades de plástico- las ventas de este producto en EE.UU. están en niveles de récord.
¿Ecológica?
Fiji es un archipiélago compuesto por unas 300 islas, de las cuales un centenar se encuentran deshabitadas.
A inicios de la década de 1990, el empresario canadiense David Gilmour obtuvo una concesión por 99 años del gobierno de Fiji para explotar un acuífero de más de 20 kilómetros de largo, ubicado en una de las islas, y en 1996 lanzó el agua Fiji que desde entonces se posicionó como un producto de lujo consumido por celebridades del espectáculo y por personalidades de pensamiento progresista.
Gilmour posteriormente vendió la empresa a una compañía de California.
La empresa embotelladora destaca en su página web que el agua procede de una isla ubicada a casi 2.000 kilómetros del continente más cercano, en un bosque tropical impoluto, donde se filtra lentamente a través de rocas volcánicas, lo que le concede su gusto suave, al tiempo que le permite cargarse de minerales y electrolitos.
La compañía además afirma actuar con responsabilidad social, invirtiendo en el desarrollo de las comunidades de Fiji y en la protección del ambiente.
Además dispone de una fundación cuyos esfuerzos se concentran en proyectos para proveer agua limpia a localidades rurales, construir instalaciones educativas y proveer de atención sanitaria a comunidades pobres.
Sin embargo, pese al discurso de sensibilidad social y ambiental, muchos críticos han señalado el hecho de que el agua de Fiji tiene que ser transportada miles de kilómetros hasta los mercados donde están sus consumidores, lo que implica un importante consumo de combustibles fósiles y, con ello, la emisión de gases responsables del cambio climático.
Paradójicamente, algunas de las islas del archipiélago -una nación en vías de desarrollo en la que ha habido una gran inestabilidad política en las últimas décadas con varios golpes de Estado- se encuentran en peligro por los efectos del calentamiento global.
"Algunas de las comunidades de Fiji se volverán inhabitables. Es una verdadera crisis existencial. Un tercio de las comunidades tendrán que ser trasladadas. Las dimensiones sociales de esto son enormes", dijo a propósito de los efectos del cambio climático sobre el archipiélago la profesora Elisabeth Holland, de la Universidad del Pacífico Sur, durante una entrevista con el programa PRI/TheWorld.
La embotelladora de agua Fiji anunció en 2007 un plan para compensar las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el proceso de producción, transporte y venta de su producto.
De hecho, afirma haber ido más allá al sobrecompensar sus emisiones en un 120% mediante inversiones en programas de energía y conservación.
La compensación de carbono es un mecanismo mediante el cual se realizan reducciones en emisiones de gases de efecto invernadero en un lugar para compensar por las emisiones realizadas en otro sitio.
Un buen negocio
El agua Fiji se vende en unos 60 países alrededor del mundo.
El agua embotellada es el principal producto de exportación del archipiélago.
Según datos del Banco Mundial, en 2016 las ventas en el extranjero de agua procedente de Fiji alcanzaron a US$101 millones, un 11% del total de exportaciones del país.
"El impacto de agua Fiji en la isla es enorme. Es una compañía grande comparada con el tamaño de la economía y ninguna otra empresa se les acerca. La industria azucarera, una de las principales empleadoras del país, emplea unas 200.000 personas, una cuarta parte de la población. Agua Fiji solo da trabajo a 300 personas, pero producen económicamente más", señala Fishman.
"La infraestructura de la empresa es moderna, con máquinas, camiones y tecnología similar a la que se usa en los países occidentales. Sus empleados aprenden habilidades que les pueden permitir trabajar en cualquier empresa de agua de occidente porque usan maquinaria de última tecnología. En contraste, quienes trabajan en los cañaverales siguen usando simples machetes", agrega.
El experto señala que dado que los propietarios de agua Fiji son estadounidenses, las ganancias de la compañía probablemente no se quedan en la isla por lo que considera que la valoración sobre el impacto de la empresa en la isla es compleja.
"Cuando vas a un supermercado en Estados Unidos te das cuenta de que nadie necesita agua de Fiji, es una cosa ridícula, pero cuando vas al archipiélago y ves la fábrica, a la gente que trabaja en ella y la comparas con el resto del país, las cosas son distintas. En Fiji, el negocio del agua de Fiji tiene mucho sentido porque está creando valor económico producto importante", concluye.
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Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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