Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG.,España, durante la Edad Media, libró muchas batallas contra los invasores musulmanes con la intención de expulsarlos de la Península Ibérica; justamente una de las batallas decisivas de la pretendida reconquista musulmana fue la llamaba: La batalla del Salado y la conquista del Estrecho, que se libró el 30 de octubre de 1,340, entre el Rey Alfonso XI, rey de Castilla, contra las tropas de Abu-l-Hassán,
rey de la dinastía benimerín (o mariní) de Marruecos, y Yusuf I,
soberano nazarí de Granada.
NATIONAL GEOGRAPHIC .- narra : "El ejército de Alfonso XI esperó a que el sol no fuera tan
molesto para empezar la batalla. Tuvo suerte porque ese día, lunes 30 de
octubre de 1340, el fuerte viento de Levante no sopló y ello facilitó
los planes cristianos. Como buen príncipe de la guerra, el
monarca castellano había preparado muy bien el enfrentamiento. Tanto él
como los ricoshombres del reino, entre los que estaban el infante don
Juan Manuel –tío segundo del rey–, Juan Núñez de Lara, Juan Alfonso de
Alburquerque o Alfonso Méndez, maestre de Santiago, es decir, lo más
graneado de la alta nobleza castellana, habían repartido a sus hombres
para luchar por una causa noble, la victoria del bien sobre el mal, del cristianismo sobre el Islam...."
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-batalla-del-salado-y-la-conquista-del-estrecho_6232
En 1340 un ejército benimerín cruzó el estrecho de Gibraltar y puso sitio a Tarifa. Alfonso XI, el rey de Castilla, salió al encuentro de los musulmanes y los derrotó en una decisiva batalla
Ocho siglos de guerra
Tropas cristianas y musulmanas en una batalla de la Reconquista. Miniatura de las Cantigas de Santa María. Siglo XIII.
Crédito: Album
El país de los benimerines
La madrasa de Attarine, en Fez, fue
una escuela coránica fundada en 1325 por Abu Said, padre del rey
benimerín Abu-l-Hassán. En la imagen, uno de los patios.
Crédito: Cordon Press
La batalla junto al río Salado
Por los efectivos que entraron en
liza, la batalla del Salado, librada el 30 de octubre de 1340, fue una
de las mayores en la larga historia de guerras entre cristianos y
musulmanes en la España medieval. Para conmemorar la victoria el rey
Alfonso XI amplió el monasterio de Guadalupe, una de cuyas salas sería
decorada en el siglo XVII con un cuadro sobre la batalla.
Crédito: Archivo Real Monasterio de Guadalupe
30 de septiembre de 2016, 14:49La batalla del Salado y la conquista del Estrecho
El ejército de Alfonso XI esperó a que el sol no fuera tan
molesto para empezar la batalla. Tuvo suerte porque ese día, lunes 30 de
octubre de 1340, el fuerte viento de Levante no sopló y ello facilitó
los planes cristianos. Como buen príncipe de la guerra, el
monarca castellano había preparado muy bien el enfrentamiento. Tanto él
como los ricoshombres del reino, entre los que estaban el infante don
Juan Manuel –tío segundo del rey–, Juan Núñez de Lara, Juan Alfonso de
Alburquerque o Alfonso Méndez, maestre de Santiago, es decir, lo más
graneado de la alta nobleza castellana, habían repartido a sus hombres
para luchar por una causa noble, la victoria del bien sobre el mal, del cristianismo sobre el Islam.
Se trataba de una guerra santa. De hecho, el papa Benedicto XII había promulgado la bula Exultamus in te elevando la batalla a la categoría de cruzada contra el Islam.
Una declaración bien recibida entre los contendientes cristianos porque
de esta manera tendrían derecho a beneficios espirituales y, sobre
todo, económicos, mucho más importantes, al poder embolsarse una parte
de los impuestos eclesiásticos.
El desafío castellano
En los campos de Tarifa, entre dos mares, Alfonso XI desplegó toda su estrategia militar y su enorme talento en el campo de batalla, cultivado en la lectura de diferentes obras de su tío don Juan Manuel y en el anónimo Libro de Alexandre,
un manual clásico del arte de la guerra sobre la vida de Alejandro
Magno y los consejos de Aristóteles, publicado el siglo anterior. El ejército musulmán tenía fama de poseer los mejores jinetes, ligeros y rápidos como el viento del Estrecho, pero las tropas castellanas habían perfeccionado su armamento con espadas y armaduras de última generación.
Así, mientras la caballería ligera benimerín luchaba a cuerpo
descubierto, con la única protección de un escudo de cuero (adarga) y la
ayuda de una jabalina corta (azagaya) y una espada, el ejército de
Alfonso XI presumía de ser más moderno, seguro y potente. Y,
tácticamente, mejor preparado.
Según las crónicas, Abu-l-Hassán desechó la propuesta castellana de
librar la contienda en las inmediaciones de la laguna de La Janda, al
norte de Tarifa, cerca de Barbate, y prefirió el terreno irregular de
cerros, bosques y playas más cercano a Algeciras (en poder musulmán)
para de este modo asegurarse la huida en caso de derrota.
Así pues, una vez inspeccionado y preparado el terreno por el rey
castellano, se dispuso la organización del enfrentamiento en sus diferentes fases: aproximación, lucha cuerpo a cuerpo y huida.
Ambos ejércitos pactaron la pelea en campo abierto como solución
definitiva para decidir la soberanía de la zona, en permanente tensión
desde que Sancho IV conquistara Tarifa a finales del siglo anterior.
Alfonso XI y sus nobles repartieron las tropas en función del terreno, disposición y efectivos del enemigo. Las
tropas de Alfonso IV de Portugal, de apenas mil soldados, recibieron la
ayuda de cinco mil castellanos y se dirigieron por el flanco izquierdo
en busca del ejército granadino, situado al pie de uno de los
cerros. El grueso del ejército cristiano se distribuyó de la forma
tradicional, con cuerpo central, zaga y dos alas. La vanguardia estaba
formada por caballeros e infantes, dirigidos por varios nobles, que
tenían la misión de cruzar el río Salado en el momento en que se
iniciara el ataque.
En el campo de batalla
La decisión tomada fue un signo evidente de desconfianza a pesar de la superioridad numérica del ejército musulmán
Por su parte, el rey de Marruecos, que situó su campamento en una "escarpada peña" para seguir mejor el desenlace de la batalla,
ordenó a las tropas que cercaban Tarifa que abandonaran el asedio para
incorporarse al grueso del ejército y que quemaran los ingenios de
guerra utilizados en el cerco para evitar que cayeran en manos enemigas.
Está claro que la decisión tomada fue un signo evidente de desconfianza
a pesar de la superioridad numérica.
Una crónica castellana eleva los efectivos benimerines a 53.000
jinetes y 600.000 peones, divididos en tribus y linajes, según la
costumbre bereber. Las cifras resultan muy exageradas para aquellos
tiempos. Según estimaciones más ajustadas a la realidad, el ejército cristiano pudo reunir a 22.000 soldados, mientras que el musulmán triplicaría esa cifra.
No durmió bien Alfonso XI esa noche por la preocupación de la batalla
y las ganas de que llegara la hora del encuentro. Después de oír misa y
comulgar con las armas encima del altar para ser bendecidas, esperó a
que el astro rey dejara de molestar en el horizonte. El combate
comenzó hacia las diez de la mañana. La vanguardia castellana cruzó el
río Salado y embistió con bravura la delantera marroquí, que apenas pudo aguantar la fuerza de la caballería pesada.
La espolonada castellana fue tan feroz que el ejército musulmán apenas pudo desarrollar su táctica favorita, el tornafuye,
utilizada por los almohades con suerte desigual en las batallas de
Alarcos (1195) y Las Navas de Tolosa (1212). La estrategia consistía en fingir la huida con la idea de atraer al enemigo para desorganizarlo y a continuación revolverse y atacar a los confiados soldados con jabalinas y saetas.
Persecución implacable
Hasta el atardecer lucharon los dos ejércitos cuerpo a cuerpo, a
caballo, con hondas, lanzas, ballestas y arcos. La pelea se extendió por
los cerros cercanos y la playa. Las tropas cristianas, que
registraron pocas bajas según las crónicas –según una de ellas, no más
de "quince o veinte jinetes", cifra poco verosímil–, arrasaron el
campamento de Abu-l-Hassán matando a sus mujeres, entre ellas a
Fátima, su favorita, y apoderándose de todas las riquezas. El rey
castellano, disgustado, ordenó perseguir a los saqueadores dentro y
fuera del reino y que se devolviera el botín.
Alfonso XI llevó a rajatabla la máxima de la caballería de siempre: la persecución y destrucción total del enemigo
Pero lo peor llegó cuando el ejército musulmán se sintió derrotado y empezó la retirada. Cada musulmán escapó del campo de batalla como pudo, sin orden ni concierto.
Algunos lo hicieron por la playa, muriendo ahogados, y otros por los
cerros en busca de los campos de Algeciras. Precisamente en la retirada
fue apresado el príncipe Abu Umar, hijo del rey marroquí, que fue
liberado años más tarde tras sufrir un ataque de locura.
Alfonso XI llevó a rajatabla la máxima de la caballería de siempre:
la persecución y destrucción total del enemigo, es decir, el concepto de
batalla decisiva que tantas veces había leído en el Libro de Alexandre, donde se defendía la figura de un rey soberbio y a la vez piadoso.
PARA SABER MÁS
Las grandes batallas de la Reconquista. Ambrosio Huici. Universidad de Granada, 2000.
Alfonso XI (1312-1350). J. Sánchez-Arcilla. Trea, Gijón, 2008.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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