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sábado, 14 de marzo de 2009

HUANCABAMBA..................... UNA BELLA TIERRA CON MUCHOS MITOS. CAPÍTULO XX . LOS TESOROS DE CHICUATE


Hola amigos : A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., en nuestra sierra piurana, mucho se comenta sobre los "entierros de oro y plata" que los antiguos peruanos enterraron sobre cerros, cuevas, ríos, o quebradas, o simplemente lo enterraron dentro de su casa,(imagen de la izquierda un típico paisaje de la sierra en la zona del Chicuate, fuente Boletín IFP) ahora tenemos una hermosa leyenda de Huancabamba sobre la riqueza del valle de Chicuate Grande, cuna de una "ciudad de oro", los invito a leer la leyenda sobre estas interrogantes de los "entierros...:
------------------- LOS TESOROS DEL CHICUATE ---------------------
La noche caía lentamente en la agreste geografía del ande huancabambino. La posada de doña Clorinda Guerrero cobijaba a un grupo de arrieros venidos desde El Carmen de la Frontera, los mismos que luego de desmontar sus "oderotes", su cargamento de café , y desensillar a su nutrida recua de mulos, gustaban de ofrecer a los presentes un recuento de las historias que andan regadas por los caminos y colgadas de las vigas de las chozas que asoman su esqueleto, de cuando en cuando, en la amorfa vena de la ruta Huancabamba-El Carmen.
El hombre que había empezado a desovillar su lengua tenía la apariencia de un mono de feria; sus ojos saltarines y sus manos ceremoniosas le daban un aspecto de singular realismo teatral a lo que relataba. Habló de una floreciente ciudad. De un espléndido villorrio que era el centro magnético del brillo y de el esplendor. Sus contados habitantes tenían el barniz del español acriollado, del descendiente de los conquistadores. Una hermosa ñusta enamorada reveló a su amante la existencia de un gran cerro de oro, el mismo que se formó con los cargamentos que los indios arrumaron en un escondido e inhóspito lugar en el enmarañado bosque del cerro CHICUATE, después de enterarse de la traición de Pizarro contra Atahualpa. Muerto el inca ya no tenía sentido seguir pagando el rescate, por lo que se optó por esconder y proteger el codiciado cargamento de oro. Años más tarde, la prole del españolito y la hermosa india hicieron del lugar su habitáculo. Allí vieron nacer y desaparecer a sus congéneres. Solo ellos sabían y conocían de la entrada y salida al aurífero paraíso. Solo podían entrar y salir de dicho lugar unos cuatro comisionados de confianza, cuya misión era conseguir todo lo necesario para la manutención y sobrevivencia de la comarca chicuateña. Durante muchos años se mantuvo en estricta reserva la existencia de tan magnífica ciudadela, hasta que un día de Semana Santa uno de aquellos comisionados del Chicuate, movido por la dolorosa y sangrante pasión de Cristo, se acerca a la iglesia, a la casa de oración de Huancabamba, en busca del señor cura para hacerle entrega de una modestísima ofrenda. El cura no mostró mayor interés por la taleguita mugrienta que el feligrés desconocido sostenía a dos manos. Con la solemnidad que le regalaba la franciscana sotana, el curita recibió el encargo y agradeció de mala gana la ofrendita. Con profesional olfato, el parroquial tanteó el bolsón y vociferó con airada señal: "O son terrones o son piedras". Sin embargo, cuando desató el bolsón para confirmar sus sospecha, abrió los ojos como búho al verse reflejado en cinco relucientes objetos de oro que, según se dice, superaban fácilmente las cinco libras de peso. Desde entonces no hubo sermón ni confesión, misa, o responso, en el cual el curita no se ocupara de indagar por el piadoso oferente. Pronto se regó por todos los rincones de Huancabamba la generosidad de don Policarpio Correa, que a decir del cura y sus indagaciones así se llamaba el feligrés que le afiebró los sueños. Un día , cuando el comisionado Policarpio cruzaba el cerro Las Chinuelas, escuchó de boca de unos arrieros la popularidad y búsqueda que sobre el pesaba. Sin pensarlo dos veces, don Policarpio mandó al diablo su diligencia y desandando sus pasos se internó en el Cerro Chicuate, y llegó a su comarca a contar lo sucedido. La común decisión fue la de abandonar el lugar y mudarse a otra estación más segura en el ombligo de Las Huaringas.
Fue así como, después de borrar todo tipo de rastros y de esconder el inmenso tesoro, emprendieron el camino de la mudanza. Las canteras del Chicuate también fueron selladas con la finalidad de no dejar pistas. El éxodo empezó al atardecer, en el momento en que no es ni oscuro ni claro. No querían correr el riesgo de ser vistos por algún mortal caminante. La segunda noche los alcanzó en la orilla norte de la Laguna El Shimbe. Durante el día habían disfrutado de la espectacular solemnidad de esta laguna, pues habían acampado en un descampado cercado por el espeso matorral. Cuando el guía terminó de echarse al hombro su alforja, se dieron el trabajo de andar y más andar. El guía era don Policarpio, quien tenía mapeada la zona como se tienen mapeadas las lineas de la mano.
Sin embargo, no faltó la mano cruel del infortunio, y sucedió que cuando estaban por alcanzar la tierra escogida, en la cual levantarían su nueva ciudadela en medio de mágicas lagunas, don Policarpio perdió el equilibrio y resbaló hacia el terreno pantanoso en el cual se zambullo para no salir jamás. La oscuridad de la noche cumplió con su plan siniestro , empujando a cada uno de los chicuateños a su destino fatal. Desconcertados y asustados, hombres, mujeres, niños y ancianos rompieron filas, y mientras más esfuerzo hacían por escapar de la boca del pantano, más rápido desaparecían bajo las húmedas y heladas brumas de la tierra hambrienta.
Desde entonces nadie dio razón de nadie. ¿Será acaso que el oro se transformó en cobre y apareció en Río Blanco para cumplir con su sino de impulsar el desarrollo de Huancabamba???, (.....???)una mera conjetura propia del relator como un gran funcionario de la empresa interesada en la explotación del cobre de Río Blanco.
Amigos, acabamos de disfrutar de la lectura de esta hermosa leyenda, cuya información la tenemos gracias a nuestro amigo don Moisés Gonzalo Cordova Guerrero. Seguiremos publicando los Mitos y Leyendas de Huancabamba.
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui

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