Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., en un bosque florido, llenos de flores, destaca una planta con flores con filamentos que atrapan insectos y son digeridos y constituyen los nutrientes de la planta para crecer mejor.
Se ha distinguido entre plantas carnívoras, que también se les conoce como plantas asesinas, por que seducen a los insectos mediante el aroma de sus jugos, el insecto atraído por el olor de la flor cae en la trampa; y ya no puede escapar sino ingresar al fondo de la flor donde actúan los jugos y digieren al insecto que cayó en la trampa.
NATIONAL GEOGRAPHIC.- narra : "....La pantanosa sabana de pinos que hay en un radio de 140 kilómetros en
torno a Wilmington, Carolina del Norte, es el único lugar del planeta
donde la atrapamoscas es nativa. También alberga otras especies de
plantas carnívoras, menos famosas y más difundidas pero igual de
extrañas. Hay plantas jarro, con hojas como copas de champán,
en las que los insectos (y a veces otros animales más grandes) caen y
mueren. Las dróseras envuelven a sus víctimas en un abrazo de
pegajosos tentáculos. En lagunas y torrentes crecen las utricularias,
que sorben a sus presas como aspiradoras subacuáticas.
Hay algo maravillosamente inquietante en una planta que devora animales, quizá porque destroza cualquier idea preconcebida. Carlos Linneo,
el gran naturalista sueco del siglo XVII que ideó nuestro sistema de
clasificar a los seres vivos, se rebelaba ante la idea de su existencia.
El hecho de que una atrapamoscas devorara realmente insectos era para
él «contrario al orden de la naturaleza establecido por Dios». Llegó a la conclusión de que las plantas sólo atrapaban insectos por accidente, y que en cuanto el infeliz insecto dejara de forcejear, sin ninguna duda la planta abriría las hojas y lo dejaría libre...."
https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/grandes-reportajes/plantas-carnivoras-plantas-asesinas_2087
Seducen a los insectos y los atraen a trampas mortales para luego devorarlos. No te pierdas las geniales fotografías de Helene Schmitz
Drosera regia
Así despliega sus hojas la drósera
real sudafricana, la mayor de su género. Las hojas de esta especie
pueden alcanzar medio metro de largo.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Dionaea muscipula
La atrapamoscas se cierra cuando algo roza dos veces los pequeños pelos táctiles del centro de la hoja.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Drosera stolonifera
Los insectos sedientos se acercan a
lo que parecen gotas de rocío en una drósera estolonífera de Australia, y
acaban enredados en los apéndices pegajosos.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Sarracenia flava
Como si percibiera que cerca hay
comida, una cucaracha se asoma a una planta jarro de medio metro de
altura. Las especies carnívoras efectúan la fotosíntesis como las otras
plantas, pero la mayoría vive en turberas y otros hábitats pobres en
nutrientes. El nitrógeno extraído de los animales enriquece su dieta y
las ayuda a crecer mejor.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Drosera regia
El tamaño no garantiza el éxito. Si
los pelos glandulíferos no atrapan del todo a un moscardón, el insecto
puede sufrir algún daño pero también luchar por su libertad. En el reino
de las plantas carnívoras, dice William McLaughlin, conservador del
Jardín Botánico de Estados Unidos, «algunos insectos mueren aunque no
lleguen a ser digeridos».
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Nepenthes lowii
Las plantas carnívoras engañan, y
luego matan. El dulce olor de una planta jarro tropical atrae a los
insectos, pero la víctima cae en sus fauces por la superficie
resbaladiza.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Nepenthes alata
Como figuras en un teatro de sombras
chinescas, las siluetas de las presas se transparentan a través de las
hojas de un nepentes de Filipinas. La superficie cerosa del tubo rojo
impide que los insectos trepen para escapar. Una vez han caído en el
fondo de la hoja tubular, las enzimas de la planta les extraen los
nutrientes.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Drosera sp.
La mayoría de las plantas carnívoras
se alimenta de unos insectos que no son los que necesita para
reproducirse. Algunas especies carnívoras, como esta drósera en plena
floración, son capaces de autopolinizarse si no encuentran insectos
polinizadores.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Sarracenia híbrida
Para evitar el riesgo de capturar y
consumir posibles polinizadores, las plantas jarro mantienen sus flores
lejos de sus trampas mediante largos tallos
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Sarracenia flava
Las flores cuelgan boca abajo como farolillos chinos, y atraen a las abejas hacia complejas cámaras de polen.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Drosera regia (drósera); Pholcus phalangioides (araña)
Una araña se enfrenta a los
relucientes tentáculos de una drósera real sudafricana. Cuanto más lucha
el arácnido para liberarse, más probable es que quede atrapado en las
glándulas secretoras de mucílago situadas al final de los diminutos
tentáculos. Cuando la araña finalmente se rinde, por agotamiento o por
asfixia, los tentáculos conducen al animal hacia el centro de la hoja,
donde los ácidos y las enzimas digestivas lo reducirán a una sopa
viscosa de fácil digestión para la planta.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Heliamphora nutans (planta jarro); familia licósidos (araña)
Una araña lobo camina peligrosamente
por el borde de una planta jarro sudamericana, tal vez buscando insectos
atraídos por el fuerte aroma del néctar de la planta. William
McLaughlin, conservador del Jardín Botánico de Estados Unidos, apunta
que las arañas como ésta son oportunistas, y que a menudo construyen las
telas directamente sobre la boca de la planta jarro. «Es una estrategia
fabulosa –dice–, siempre que ellas no caigan dentro.»
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Pinguicula «Hans»
Muchas de las más de 675 especies de
plantas carnívoras que hay en el mundo tienden trampas pasivas. Una
grasilla del tamaño de un bollo presenta erizados pelos pegajosos que
atrapan a los insectos hasta que los jugos digestivos de la planta hacen
su trabajo.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Darlingtonia californica
Una mariposa de color verde pálido
percibe el néctar y se posa sobre una especie de planta jarro muy poco
común. Conocida como lirio cobra por su cabeza bulbosa, su lengua bífida
y su larga hoja tubular, crece en las zonas montañosas de la costa
Oeste de Estados Unidos y es una rareza entre las de su género. Aunque
atrapa presas de manera similar a otras plantas jarro, sus hojas carecen
de enzimas digestivas, por lo que cuenta con unas bacterias simbióticas
que transforman los insectos atrapados en nutrientes aprovechables.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Cephalotus follicularis
Al cefaloto de Australia, con hojas
del tamaño de un dedal, le gustan los insectos que caminan. Con sus
pelos guía y su olor empalagoso, conduce a las hormigas hasta sus
profundidades digestivas.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Heliamphora minor
Las plantas carnívoras atraen algunos
insectos para devorarlos, pero necesitan a otros para una tarea más
benévola: la polinización. Heliamphora minor, que crece en las tierras
altas del sur de Venezuela, es una de las plantas jarro más pequeñas del
mundo. El color y la posición de la flor sirven de indicador del grado
de madurez para los insectos. El color blanco de la flor que está boca
abajo indica que está lista para la polinización; además, su forma de
campana impide que las fuertes lluvias arrastren el polen. La flor
granate de la izquierda seguramente ya ha sido polinizada. Y la flor de
color verde que está en posición horizontal es demasiado inmadura para
beneficiarse de la visita de un insecto.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Sarracenia híbrida
Una sarracenia híbrida llena de agua
tienta a las abejas con la promesa de néctar y con un borde que parece
idóneo para aterrizar. Devorar animales no es la manera más eficiente
para una planta de conseguir nutrientes, pero sin duda es una de las más
exóticas.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Sarracenia flava (planta jarro); familia helícidos (caracol)
Un caracol avanza solemnemente por la
hoja enrollada de una planta jarro amarilla. Algunos científicos
piensan que la forma ondulada del nervio vertical es una escalera que
guía a los animales que caminan hacia la boca de la planta. Otros opinan
que se trata de un refuerzo estructural. Los ejemplares de esta especie
vegetal pueden alcanzar un metro de altura y volcarse cuando están
demasiado llenos de agua de lluvia o de restos de las presas.
Foto: Helene Schmitz
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Sarracenia psittacina
Parcialmente sumergida en las
turberas y bancos de arena del sudeste de Estados Unidos, esta especie
de planta jarro devora artrópodos, hormigas y babosas. Las presas se ven
atraídas por el néctar del interior de la «capucha» y por la luz que
brilla a través de una retícula de «ventanas». El interior está
revestido de unos pelos orientados hacia abajo, parecidos a agujas, que
impiden la retirada del insecto y lo dirigen hacia las profundidades
ácidas de la planta.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Drosera regia (drósera); familia grillacrídidos (grillo)
Un grillo queda atrapado en los pegajosos pelos glandulíferos de una drósera real sudafricana.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Drosera regia (drósera); familia grillacrídidos (grillo)
Probablemente herido, pero sin duda
afortunado, el grillo logra escapar. «Que un insecto logre huir o no es
una batalla mortal que se resuelve en un instante», dice Barry Rice,
botánico de la Universidad de California en Davies.
Foto: Helene Schmitz
Foto: Helene Schmitz
Dionaea muscipula
La atrapamoscas, la más famosa y
fascinante de todas las plantas carnívoras, utiliza la electricidad para
capturar a las confiadas presas. Cuando éstas rozan uno o más pelos
táctiles al menos dos veces (un sistema de conservación de energía que
permite a la planta distinguir entre las presas y otros estímulos), una
carga eléctrica estimula las células exteriores de la hoja haciendo que
cambie rápidamente de forma, de convexa a cóncava, y que los dos lóbulos
que la forman se cierren uno sobre otro. Los dientes situados en los
bordes de dichos lóbulos encajan como los de un cepo y permiten que los
insectos más pequeños escapen para ahorrar a la planta el gasto de
digerir una comida insuficiente.
Foto: Helene Schmitz
Redacción
Plantas carnívoras, plantas asesinas
Una mosca hambrienta vuela entre los pinos de Carolina del Norte. Atraída
por el olor a néctar que desprende una mancha escarlata de aspecto
floral que hay en el suelo, la mosca se posa sobre la carnosa
almohadilla de una hoja rojiza. Bebe un sorbo del dulce líquido que
rezuma la hoja, mientras con una pata roza un finísimo pelo de la
superficie, y después otro. De pronto el mundo de la mosca tiene paredes a su alrededor.
Los dos lados de la hoja se cierran uno sobre otro, y los dientes de
los bordes encajan como los de un cepo. La mosca trata de escapar
mientras la trampa se cierra. La hoja ya no secreta el dulce néctar,
sino enzimas que carcomen las entrañas de la mosca y las transforman
lentamente en una sopa viscosa. El insecto ha sufrido la peor
humillación para un animal: lo ha matado una planta.
La pantanosa sabana de pinos que hay en un radio de 140 kilómetros en
torno a Wilmington, Carolina del Norte, es el único lugar del planeta
donde la atrapamoscas es nativa. También alberga otras especies de
plantas carnívoras, menos famosas y más difundidas pero igual de
extrañas. Hay plantas jarro, con hojas como copas de champán,
en las que los insectos (y a veces otros animales más grandes) caen y
mueren. Las dróseras envuelven a sus víctimas en un abrazo de
pegajosos tentáculos. En lagunas y torrentes crecen las utricularias,
que sorben a sus presas como aspiradoras subacuáticas.
Hay algo maravillosamente inquietante en una planta que devora animales, quizá porque destroza cualquier idea preconcebida. Carlos Linneo,
el gran naturalista sueco del siglo XVII que ideó nuestro sistema de
clasificar a los seres vivos, se rebelaba ante la idea de su existencia.
El hecho de que una atrapamoscas devorara realmente insectos era para
él «contrario al orden de la naturaleza establecido por Dios». Llegó a la conclusión de que las plantas sólo atrapaban insectos por accidente, y que en cuanto el infeliz insecto dejara de forcejear, sin ninguna duda la planta abriría las hojas y lo dejaría libre.
Darwin sabía que no era así, y el mundo al revés de las plantas carnívoras lo fascinaba. En 1860, poco después de encontrar su primera planta carnívora (una drósera) en un brezal inglés, el autor de El origen de las especies escribió: «Me interesa más la drósera que el origen de todas las especies del mundo».
Pasó meses haciendo experimentos con las plantas. Dejaba caer moscas
sobre las hojas y observaba cómo éstas plegaban lentamente los
tentáculos pegajosos sobre su presa. Las estimulaba con trozos de carne
cruda y yema de huevo. Se maravillaba al ver que el peso de un cabello
humano era suficiente para iniciar una reacción. Sin embargo, las
dróseras no prestaban atención a las gotas de agua, ni siquiera a las
que caían desde gran altura. Reaccionar a la falsa alarma de un
chubasco, razonó Darwin, sería un gran error por parte de la planta.
Aquello no era un accidente. Era adaptación.
Cuando una hoja se cerraba, se transformaba en «una copa o un estómago temporal»
Darwin extendió sus estudios de las dróseras a otras especies, y
finalmente en 1875 reunió sus observaciones y experimentos en un libro, Plantas insectívoras. Quedó maravillado por la exquisita rapidez y la fuerza de la atrapamoscas, una planta que en su opinión era «una de las más hermosas del mundo». Demostró que cuando una hoja se cerraba, se transformaba en «una copa o un estómago temporal» que secretaba enzimas capaces de disolver a la presa.
Observó que las hojas tardaban más de una semana en volver a abrirse
después de cerrarse y razonó que los dientes entrecruzados de los
márgenes dejaban escapar a los insectos más pequeños para ahorrar a la
planta el gasto de digerir una comida insuficiente. Comparó la velocidad
del movimiento de la atrapamoscas (que se cierra en una décima de
segundo) con la contracción de los músculos en los animales. Pero las
plantas no tienen músculos ni nervios. Así pues, ¿cómo era posible que reaccionaran como los animales?
Actualmente los biólogos, que utilizan la tecnología del siglo XXI para estudiar las células
y el ADN, están empezando a comprender cómo cazan, comen y digieren
esas plantas, y cómo aparecieron esas curiosas adaptaciones. El
fisiólogo vegetal Alexander Volko cree haber desentrañado el secreto de
la atrapamoscas después de años de estudio. «Es una planta eléctrica», afirma.
Cuando un insecto roza un pelo de la hoja de una atrapamoscas se
produce una minúscula carga eléctrica. Dicha carga se acumula en el
interior del tejido de la hoja pero no es suficiente para estimular el
cierre, por eso la planta no reacciona a falsas alarmas como las gotas
de lluvia. Un insecto en movimiento, sin embargo, suele rozar un
segundo pelo, lo que añade suficiente carga para desencadenar la
reacción que cierra la hoja.
Los experimentos de Volkov revelan que la carga se
desplaza en el interior de la hoja por túneles llenos de líquido, lo
que determina la apertura de poros en las membranas celulares. El agua
pasa de las células interiores de la hoja a las exteriores, lo que hace
que cambie rápidamente de forma, de convexa a cóncava, como una lente de
contacto blanda. Al volverse del revés, las hojas se cierran y atrapan
al insecto en su interior.
La utricularia dispone de un mecanismo igual de complejo para tender su trampa subacuática: bombea el agua contenida en unas pequeñas vesículas, lo que reduce su presión interna.
El paso de una pulga de agua o de alguna otra pequeña criatura estimula
los pelos táctiles de la vesícula y hace que se abra una válvula. La
baja presión interna succiona el agua, que arrastra con ella a la presa.
En dos milésimas de segundo, la puerta vuelve a cerrarse. Entonces,
las células de la vesícula empiezan a bombear agua hacia fuera, creando
de nuevo el vacío.
Otras muchas especies de plantas carnívoras actúan como el papel
matamoscas, capturando a sus víctimas con apéndices pegajosos. Las
plantas jarro utilizan otra estrategia: desarrollan largas hojas
tubulares en las que los insectos caen. Algunas de las más grandes
tienen «jarros» de hasta 30 centímetros de profundidad y son
capaces de digerir una rana entera o incluso una rata que haya tenido la
mala suerte de caer en su interior. Complejos procesos químicos contribuyen a hacer de la planta jarro una trampa mortal. Nepenthes rafflesiana,
que crece en los bosques de Borneo, produce un néctar que además de
atraer a los insectos, vuelve resbaladizas las superficies. Los insectos
que se posan en el borde del jarro-trampa se deslizan como un
hidroavión en el agua y caen en el interior. El fluido digestivo en el
que se precipitan tiene propiedades diferentes. En lugar de ser
resbaladizo, es denso y pegajoso. Si una mosca intenta despegar una pata
y escapar, el fluido la sujeta tenazmente.
Muchas plantas carnívoras tienen glándulas especiales que
secretan enzimas suficientemente potentes para atravesar el duro
exoesqueleto de los insectos y absorber sus nutrientes. Pero la
sarracenia purpúrea, que vive en turberas y suelos arenosos estériles
de gran parte de América del Norte, se aprovecha de otros organismos
para digerir el alimento. La planta alberga una complicada red de
larvas, mosquitos diminutos, protozoos y bacterias, muchos de los cuales
sólo pueden sobrevivir en ese singular hábitat. Los animales se
reparten las presas que caen en el jarro, y los organismos más
pequeños se alimentan de los desechos. Finalmente, la planta absorbe los
nutrientes liberados por ese festín gastronómico. «Los animales forman una cadena procesadora que acelera todas las reacciones –dice Nicholas Gotelli, de la Universidad de Vermont–. Por su parte, la planta aporta oxígeno a los insectos.»
Hay miles de plantas jarro en las turberas del bosque Harvard, un área de investigación ecológica de la Universidad, en el centro de Massachusetts. Un día de finales de la primavera, Aaron Ellison me llevó de excursión. «No has vivido realmente la experiencia de una turbera hasta que no te has metido hasta las ingles en ella»,
me dijo este ecólogo de la reserva forestal mientras observaba
pacientemente cómo sacaba yo las piernas del fango. Por todo el bosque
ondeaban banderitas naranjas. Cada una de ellas marcaba una planta jarro
designada para servir a la ciencia. A lo lejos, un estudiante
alimentaba con moscas las plantas marcadas. Los investigadores crían a
estos insectos con comida a la que han añadido marcadores poco
habituales de carbono y nitrógeno, para poder recoger después las
plantas y medir qué cantidad de cada elemento presente en las moscas han
absorbido. Como las plantas jarro son de crecimiento lento (pueden
vivir varias décadas), los experimentos pueden tardar años en dar
resultados.
Ellison y Gotelli están intentando desentrañar qué
fuerzas evolutivas empujaron a estas plantas a decantarse por probar la
carne. Comer animales proporciona a las plantas carnívoras unos
beneficios evidentes; cuando los científicos dan a las plantas jarro una
ración extra de insectos, crecen más. Pero los beneficios de comer
carne no son los que cabría imaginar. Los animales carnívoros, como
nosotros, usan las proteínas y la grasa de la carne para producir tejido
muscular y energía. Las plantas carnívoras, en cambio, extraen de sus
presas nitrógeno, fósforo y otros nutrientes esenciales con los que
sintetizan las enzimas necesarias para captar la luz. En otras palabras,
comer animales permite a las plantas carnívoras hacer lo que hacen
todas las plantas: aprovechar directamente la energía del sol.
Por desgracia, lo hacen muy mal. Las plantas carnívoras son tremendamente ineficaces en la transformación de la luz solar
en tejidos, porque tienen que destinar gran cantidad de energía a la
producción del equipo necesario para atrapar animales (las enzimas, las
unidades de bombeo, los apéndices pegajosos…). Una planta jarro o una
atrapamoscas no realizan tanta fotosíntesis como las plantas con hojas
corrientes porque, a diferencia de éstas, no disponen de «paneles
solares» planos capaces de captar grandes cantidades de luz solar. Ellison
y Gotelli creen que sólo en ciertas circunstancias los beneficios del
consumo de carne superan los costes. El suelo pobre de las turberas, por
ejemplo, ofrece muy poco nitrógeno y fósforo, por lo que las plantas
carnívoras gozan allí de una ventaja respecto a las plantas que obtienen
esos nutrientes por medios más convencionales. Además, las
turberas reciben luz solar en abundancia, por lo que incluso una
ineficiente planta carnívora puede realizar suficiente fotosíntesis para
sobrevivir. «No se pueden mover, y sacan el mejor partido posible de su situación», dice Ellison.
La evolución ha repetido varias veces la misma transacción. Comparando el ADN de las plantas carnívoras con el de otras especies, los científicos han descubierto que evolucionaron de forma independiente al menos en seis ocasiones.
Algunas plantas carnívoras que parecen casi idénticas tienen un
parentesco lejano. Los dos tipos de plantas jarro (el género tropical Nepenthes y el género Sarracenia,
de América del Norte) presentan hojas en forma de jarra y emplean la
misma estrategia para capturar presas. Sin embargo, evolucionaron a
partir de antepasados diferentes.
En varios casos es posible seguir la evolución
de las plantas carnívoras complejas a partir de otras más simples. La
atrapamoscas, por ejemplo, tiene un antepasado común con el drosófilo
luso, que sólo tiene glándulas pegajosas en los tallos (aunque la
captura de insectos se hace en las hojas), y comparte un antepasado
más reciente con las dróseras, que además de presentar glándulas
pegajosas pueden cerrar las hojas sobre sus presas. Al parecer, las
atrapamoscas han desarrollado una versión más evolucionada de ese tipo
de trampa, con las hojas transformadas en cepo.
Desgraciadamente, las adaptaciones que permiten que las plantas carnívoras prosperen en hábitats marginales también las vuelven extremadamente sensibles a los cambios medioambientales.
Los desechos agropecuarios y la contaminación de las centrales
eléctricas están añadiendo nitrógeno de más a muchas turberas de América
del Norte. La adaptación de las plantas carnívoras a la escasez de
nitrógeno es tal que ese fertilizante añadido les sobrecarga el sistema.
«Al final se queman», advierte Ellison.
La intervención humana también plantea otras amenazas para las plantas carnívoras. El
mercado negro de plantas carnívoras exóticas es tan activo que los
botánicos tienen que guardar en secreto la localización de algunas
especies raras. En Carolina del Norte se arrancan ilegalmente
miles de atrapamoscas que se venden en puestos de carretera. El
Departamento de Agricultura de Carolina del Norte ha empezado a marcar
ejemplares silvestres con un tinte inocuo invisible que sólo brilla con
luz ultravioleta para que los inspectores puedan determinar si las
plantas en venta proceden de un invernadero o fueron recolectadas en la
naturaleza. Pero incluso si fuera posible detener la recolección ilegal
de plantas carnívoras (lo que tampoco es seguro), éstas seguirían
expuestas a numerosas amenazas. Su hábitat está desapareciendo, para ser
reemplazado por centros comerciales y viviendas. Además, el control de
los incendios permite a otras plantas crecer rápidamente y desplazar a
las atrapamoscas. Quizá sea una buena noticia para las moscas, pero es
una gran pérdida para todos los que nos maravillamos ante la infinita
capacidad de inventiva de la evolución.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gobzalo Sánchez Achutegui
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1 comentario:
DE MUY PEQUEÑA CONOCIA DE PLANTAS CARNIVORAS,Y EN MI IMAGINACION,ME HACIA LA MADRE DE LOS ROLLOS,DIVAGANDO,Q SE COMIAN Y COMO,.-HOY VEO Q ES UNA BUENA HERRAMIENTA PARA AQUELLOS Q NO CONGENIAN CON LA SUEGRA, ASUSTANDOLA.-YO LE ACERCABA UN GUSANITO PARA VERIFICAR SI ERA CIERTO Y COMO ,Y RESULTA MEDIO ESCABROSO.-EN FINES LA NATURALEZA SI NO SE ACERCA NO PASA NADA.-Y A PRIMERA VISTA,NO DICE NADA,IGUAL Q LOS HUMANOS,PARECEN SANTOS Y LUEGO RESULTAN DEMONIOS,.-
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