Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la emperatriz de Austria, más conocida cariñosamente como Sissi, cuyo nombre fue Isabel de Baviera, se convirtió en la esposa del emperador Francisco José I de Austria, a los dieciséis años de edad, fue un tremendo golpe emocional, que afectó toda su vida en la corte austriaca, por que nunca se ubicó en su sitio en la rígida corte de Viena. Pese a su belleza
legendaria, vivió presa de la melancolía hasta su trágica muerte.
NATIONAL GEOGRAPHIC.- describe su trágica muerte así: "El 8 de septiembre de 1898, durante uno de sus
innumerables viajes, Elisabeth se encontraba alojada en el hotel
Beau-Rivage de Ginebra. Dos días después, cuando se disponía a tomar
el ferry que iba a llevarla a Montreux, tropezó casualmente con otro pasajero. Sintió un fuerte golpe en el costado y, una vez en el barco, se desvaneció. Murió aquella misma tarde. El viajero atolondrado que se había cruzado en su camino era en realidad un anarquista italiano llamado Luigi Lucheni y le había clavado un estilete muy cerca del corazón....."
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/sissi-triste-vida-ultima-gran-emperatriz-europa_13208
Bulímica, vigoréxica y depresiva, Isabel de Baviera, habitualmente conocida simplemente como Sissi Emperatriz, nunca encontró su sitio en la rígida corte de Viena. Pese a su belleza legendaria, vivió presa de la melancolía hasta su trágica muerte.
La emperatriz Isabel, por Franz Xaver Winterhalter
A mediados de la década de 1950, el cine entronizó a la emperatriz Elisabeth de Austria como el icono de una Viena que
vibraba a ritmo de vals. Sin embargo, "Sissi" fue una personalidad muy
controvertida en su tiempo, a la que los sectores más conservadores de
las cortes europeas no dudaron en tachar de irresponsable y
extravagante.
Foto: CC
El compromiso de una adolescente
El compromiso de la jovencísima
Elisabeth con el emperador cogió a todo el mundo por sorpresa, incluso a
ella. Esta fotografía fue tomada por el famoso fotógrafo alemán
Alois Locherer en 1853, en Baviera, en la época del compromiso de la
princesa con su primo el emperador Francisco José.
FOTO: Scala, Firenze
El emperador de Austria Francisco José
Cuando Francisco José se reencontró
con su prima Sissi, a la que recordaba como una niña, descubrió
que se había convertido en una atractiva y esbelta doncella. El
emperador escribió a su primo Alberto de Teschen que estaba "enamorado
como un cadete"y el 24 de abril de 1854 se celebró el solemne enlace en
la iglesia de los Agustinos de Viena.
Foto: CC
Una emperatriz adulta
Con 30 años, Elisabeth había dado ya
tres descendientes al emperador, entre ellos el tan deseado heredero al
trono, y estaba a punto de tener el cuarto. Era una emperatriz con
personalidad y hermosa que parecía haber dejado atrás la melancolía que
le provocó el verse apartada de la crianza de sus dos hijos tras la
muerte de la primogénita a los dos años, y se negó a someterse a la
rígida disciplina de la corte más que cuando fuera estrictamente
necesario. Gran amante de los animales, existen muchas fotografías de
Sissi con sus perros, como ésta, tomada en 1867, en que aparece con su
perro Houseguard, un animal que la acompañó durante años y por el que
sentía especial cariño.
FOTO: Getty Images.
Palacio Imperial de Hofburg
El enorme conjunto arquitectónico del
Palacio de Hofburg fue la residencia real desde la época de los
Habsburgo. Sissi se trasladó allí tras su matrimonio con el emperador, y
allí se dio cuenta que sus temores eran fundados. Su nueva vida poco o
nada tenía que ver con el ambiente en el que ella había crecido. Hasta
su muerte, trataría de alejarse de las estrictas normas de palacio
mediante sus constantes viajes.
Foto: Daniel E. / AGE Fotostock
El rostro escondido
Las depresiones de Elisabeth se
agudizaron poco después de cumplir 50 años, cuando recibió el duro golpe
de la muerte de su hijo Rodolfo en Mayerling. De luto perpetuo, en sus
años de madurez, la emperatriz se negaba a dejarse fotografiar el
rostro. En las imágenes tomadas a partir de entonces aparece a menudo
con el rostro cubierto por un velo o con un abanico, como en esta
imagen.
FOTO: Scala, Firenze
FOTO: Scala, Firenze
Ficha policial de Luigi Lucheni
En septiembre de 1898, Elisabeth se
encontraba en uno de sus innumerables viajes. Cuando se disponía a
tomar el ferry que iba a llevarla a Montreux, tropezó casualmente con
otro pasajero. El viajero atolondrado que se había cruzado en su camino
era en realidad un anarquista italiano llamado Luigi Lucheni y le
había clavado un estilete muy cerca del corazón, lo que le causaría la
muerte esa misma tarde.
Foto: CC
Sissi, la triste vida de la última gran emperatriz de Europa
A mediados de la década de 1950, el cine entronizó a la emperatriz Elisabeth de Austria (Isabel de Baviera) como el icono de una Viena que vibraba a ritmo de vals. Sin embargo, "Sissi" fue una personalidad muy controvertida en su tiempo, a la que los sectores más conservadores de las cortes europeas no dudaron en tachar de irresponsable y extravagante. La gran pantalla no citó lo que han demostrado posteriores y rigurosas biografías: sus problemas de salud, su atormentada personalidad, su amor por la cultura clásica o su legado poético. En cualquier caso, Elisabeth de Austria fue un espíritu delicado y lúcido que comprendió mucho antes que su entorno que había llegado el fin de una época. Y, sobre todo, fue una mujer profundamente desgraciada, condenada a vivir una vida que no deseaba y obligada a superar infinitos sinsabores que, sin duda, culminaron con la trágica muerte de su hijo Rodolfo, el heredero de la Corona, en el pabellón de caza de Mayerling.
Emperatriz por sorpresa
Elisabeth, que sería conocida en la corte vienesa como Sissi, fue la cuarta de los diez hijos
del duque Maximiliano José de Wittelsbach y la princesa Ludovica, hija
del rey Maximiliano I de Baviera. Nació en Múnich el 24 de diciembre
de 1837, pero creció en Possenhofen, a orillas del lago Starnberg, libre y feliz, siempre en contacto con la naturaleza y en un ambiente desinhibido que condicionaría el carácter de la futura emperatriz y el de la mayoría de sus hermanos.
La mayor, Helena –elegante, discreta, muy religiosa y extremadamente disciplinada– parecía la candidata idónea para convertirse en emperatriz. Al menos eso pensaban su madre y Sofía, su tía y madre de su futuro esposo, el emperador Francisco José.
De ahí que, en 1853, se concertase una cita en Bad Ischl, la
residencia de verano de la familia imperial, a fin de cerrar el
compromiso. En un principio, madre e hija iban a viajar solas, pero en el último momento se decidió que Elisabeth las acompañara. Por entonces, a causa de un frustrado primer amor, Sissi atravesaba una de las primeras crisis depresivas que la irían asaltando en el futuro, y se creyó que el viaje la ayudaría a sanar su joven y maltrecho corazón.
Isabel de Baviera fue criada en un ambiente desinhibido, libre y feliz, siempre en contacto con la Naturaleza y los animales
Nadie esperaba lo que sucedió, y mucho menos la
propia interesada. Cuando Francisco José se reencontró con su prima
Sissi, a la que recordaba como una niña, y descubrió que se había convertido en una atractiva y esbelta doncella de rostro ovalado y espléndida cabellera castaña,
supo de inmediato que quería convertirla en su esposa. Francisco José
acababa de cumplir veintitrés años y era un hombre hecho y derecho.
Sissi, por el contrario, era una adolescente que, aunque se sintió
halagada por sus atenciones, enseguida advirtió las diferencias de
intereses y temperamento que la separaban de su primo. Pero también fue
consciente de que el emperador de Austria jamás admitiría una negativa por respuesta.
Lo cierto es que no era la única en advertir que aquel matrimonio no iba a cumplir con los cánones propios de la corte imperial. Todo el mundo, comenzando por la archiduquesa Sofía, intentó hacer desistir al emperador de su propósito. Era evidente que aquella jovencita no tenía fuste de emperatriz. Nunca se había sometido al rígido protocolo cortesano,
nunca se había movido en círculos sociales y sus escasos dieciséis
años no parecían ser una buena garantía para compartir la
responsabilidad de ceñir la corona. Todo fue inútil. El emperador
escribió a su primo Alberto de Teschen que estaba «enamorado como un cadete» y el 24 de abril de 1854 se celebró el solemne enlace en la iglesia de los Agustinos de Viena.
Una vez en el Hofburg, el palacio imperial, Elisabeth vio que sus temores eran fundados. Su nueva vida poco o nada tenía que ver con el ambiente en el que ella había crecido. La etiqueta cortesana imposibilitaba cualquier muestra de espontaneidad y no dejaba hueco a la intimidad. La joven emperatriz se encontraba sola en
un medio al que no se sentía unida ni afectiva ni intelectualmente.
Sus damas, elegidas entre las familias de la alta aristocracia, eran de
edad avanzada y tremendamente conservadoras. Por otra parte, la archiduquesa Sofía criticaba siempre sus hábitos, vestidos, costumbres y aficiones. Cierto que Francisco José estaba muy enamorado, pero sus obligaciones no le permitían dedicar demasiado tiempo a su esposa, y su autoritaria madre se convirtió en una absoluta pesadilla para Isabel de Baviera en los primeros años de matrimonio.
Una tragedia en Hungría
Tal era su ascendiente que, un año después de la boda, cuando Elisabeth dio a luz a Sofía, su primera hija, la archiduquesa se hizo cargo de la pequeña, considerando que la joven madre era totalmente incapaz de educarla.
La historia se repitió al año siguiente cuando nació una segunda
niña, Gisela. De nuevo, Sofía organizó y dispuso. Pero esta vez, Elisabeth logró imponerse y, quince días después del nacimiento de la pequeña, las niñas fueron trasladadas a sus habitaciones del Hofburg.
No obstante, fue un triunfo efímero. En la primavera de 1857,
Francisco José y Elisabeth viajaron a Hungría. La archiduquesa Sofía
se opuso firmemente a que las niñas les acompañaran, pero Elisabeth
defendió con una firmeza inusitada su criterio y se las llevó consigo.
No contaba con la insalubridad de algunas regiones húngaras. Un
peligro que tuvo una trágica consecuencia: la pequeña Sofía contrajo disentería y murió en Budapest el 29 de mayo de 1857.
La emperatriz errante
Elisabeth se sintió culpable de la muerte de su hija y devolvió a su suegra la responsabilidad de la educación de Gisela. La emperatriz cayó en una terrible depresión
que ni siquiera superó cuando, un año después, el 21 de agosto de
1858, nació su hijo Rodolfo. Pretextando razones médicas, viajó a la
isla de Madeira donde, aparentemente, se recuperó. Pocos meses después regresó a la corte, pero el re- encuentro con la realidad fue brutal.
Retomar la vida cortesana, someterse a la etiqueta y soportar de nuevo
la incomprensión de su entorno la derrotaron, hasta el punto de que se temió seriamente por su vida. De nuevo se le prescribió el alejamiento de Viena, y en esta ocasión el destino elegido fue Corfú. Allí comenzó su idilio con la cultura clásica griega y su pasión por el Mediterráneo. Totalmente repuesta, en agosto de 1862 regresó a Viena.
Isabel de Baviera había madurado y se encontraba en el cénit de su belleza, que llegó a ser legendaria. Acordó con el emperador que no se sometería a la disciplina de la corte más que cuando fuera estrictamente necesario. Cumpliría con sus deberes de emperatriz, pero se reservaría un territorio propio donde cultivar su propia individualidad.
A partir de 1862, Sissi se negó a someterse a la rígida disciplina de la corte más que cuando fuera estrictamente necesario
Ello no implicaba que Sissi se mantuviese al margen de los asuntos de Estado. Por entonces, Hungría, aunque integrada en el Imperio, luchaba por recobrar sus privilegios ancestrales.
Viena había suprimido todas sus prerrogativas constitucionales como
respuesta al levantamiento nacionalista y liberal de 1848. Elisabeth sentía simpatía por los rebeldes aristócratas húngaros
que no dejaban descansar en paz a las conservadoras mentes del Imperio.
Su deseo de conocer en profundidad el país y su cultura la llevó a
contratar como lectora a Ida Ferenczy, una joven húngara que se
convertiría en su mejor amiga. A través de ella, Sissi conoció al apuesto Gyula Andrássy, un coronel del ejército magiar. Profundamente liberal, conectó enseguida con Elisabeth y entre ellos nació una profunda amistad. La emperatriz se convirtió en adalid de la causa húngara, lo que a su vez le atrajo la decidida enemistad de la corte vienesa.
Reina de Hungría
Fue Isabel de Baviera quien logró mantener Hungría unida al Imperio. Tras la derrota de Sadowa, en 1866, cuando los ejércitos prusianos avanzaban hacia Viena, Elisabeth decidió refugiarse en Buda
junto con sus hijos. La confianza demostrada por la emperatriz al
buscar protección en su territorio frustró cualquier plan de
insurrección. Poco después, Andrássy y el emperador negociaron los
términos para que el territorio magiar recobrara su condición de Estado constitucional
y que se configurara el Imperio austro-húngaro, dos Estados soberanos
con regímenes y gobiernos distintos, pero unidos bajo una sola corona.
El 8 de junio de 1867, Francisco José y Elisabeth fueron coronados solemnemente reyes constitucionales de Hungría en la iglesia de Nuestra Señora de Budapest. En prueba de su reconocimiento, el pueblo húngaro les hizo donación del castillo barroco de Gödöllö,
en las inmediaciones de la capital. Fue allí donde, un año después,
nació la última y más querida de sus hijas, la archiduquesa María
Valeria.
Isabel pasaba largas temporadas en Gödöllö con sus hijos,
entre cacerías, largos paseos a caballo y muchas horas de lectura.
Años después, tras el matrimonio de Gisela y el inicio de la
formación militar de Rodolfo, Sissi inició de nuevo una intensa temporada de viajes acompañada de su hija María Valeria.
Desde 1874, y con el nombre de condesa Hohenembs para garantizarse el anonimato, Sissi y su hija viajaron por el Mediterráneo, las islas británicas y buena parte de Europa central.
El nacimiento de María Valería marcó el comienzo de una nueva etapa para la pareja imperial. Pese a sus diferencias, existía entre ambos una relación cordial y amistosa, basada en un sincero afecto y una profunda generosidad. Cuando en 1885, Katharina Schratt, una actriz del Burgtheater de Viena, entró en la vida del emperador, lo hizo con la aquiescencia de Elisabeth, que la llamaba cariñosamente «la amiga».
Elisabeth apreciaba a la actriz, compartía con ella y el emperador
largas horas de conversación y sabía que Katherina daba a su marido la
compañía, el afecto y la pasión que ella nunca pudo ofrecerle.
María Valeria no contrajo matrimonio hasta 1890. El elegido fue el
archiduque Francisco Salvador de Habsburgo, un candidato que no
convencía demasiado al emperador, pero que contaba con el apoyo de
Elisabeth, firme defensora del derecho de sus hijos a casarse por amor. Por entonces, la emperatriz contemplaba impotente el progresivo deterioro del matrimonio del heredero, Rodolfo, con Estefanía de Bélgica, una joven a la que la emperatriz siempre juzgó arribista y ambiciosa. Estefanía era muy conservadora y tradicional,
la antítesis de su culto, liberal y poco convencional esposo. Los
negros presentimientos de Isabel de Baviera se cumplieron cuando Rodolfo apareció muerto en el pabellón de caza de Mayerling junto a su amante, María Vetsera. Todo parecía indicar que el príncipe había disparado primero contra María y luego se había suicidado.
La versión oficial habló de una enajenación mental del heredero,
pero la sombra de un crimen de Estado siempre planeó sobre lo sucedido
aquel 30 de enero de 1889.
Las depresiones de Sissi se agudizaron cuando su hijo Rodolfo, heredero al trono, apareció muerto junto a su amante en el pabellón de caza de Mayerling
La muerte de una mujer infeliz
Tras la muerte de Rodolfo, Elisabeth se convirtió en una sombra de sí misma. Acusó a la corte vienesa de ser la causante indirecta de la muerte de su hijo, y nunca volvió a vestir de color. De luto perpetuo, viajó frenéticamente sin rumbo alguno,
siempre escondida tras un gran abanico, un velo o bajo un seudónimo
que la hacía creer que así pasaba desapercibida. Las que siempre se
habían considerado como «rarezas» de la emperatriz se agudizaron hasta extremos inconcebibles cuando el destino se mostró implacablemente cruel con ella. Casi no volvió a pisar el Hofburg. Cuando recalaba en Viena se alojaba, sola,
en el pabellón de Hermesvilla, un palacete erigido por orden de
Francisco José en el parque de Lainz con la pretensión de disponer de una residencia más acogedora y cómoda para la familia imperial.
El 8 de septiembre de 1898, durante uno de sus
innumerables viajes, Elisabeth se encontraba alojada en el hotel
Beau-Rivage de Ginebra. Dos días después, cuando se disponía a tomar
el ferry que iba a llevarla a Montreux, tropezó casualmente con otro pasajero. Sintió un fuerte golpe en el costado y, una vez en el barco, se desvaneció. Murió aquella misma tarde. El viajero atolondrado que se había cruzado en su camino era en realidad un anarquista italiano llamado Luigi Lucheni y le había clavado un estilete muy cerca del corazón.
El emperador no quiso que Elisabeth descansara donde ella había
dispuesto, a orillas del Mediterráneo, en Corfú o en Ítaca. Su
condición de emperatriz de Austria-Hungría la obligaba a ser sepultada en la cripta de los Capuchinos. Allí descansa, en la misma Viena a la que nunca amó y que nunca la comprendió.
Para saber más
Elisabeth, emperatriz deAustria-Hungría: la verdadera historia de Sissi. Ángeles Caso. Planeta, Barcelona, 1999.
La sombra de Sissi. María Pilar Queralt. Stella Maris, Barcelona, 2016.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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