Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., Francia un país de la clásica monarquía europea, estuvo llena de conspiraciones, conjeturas, trampas y emboscadas organizadas y orquestadas por las familia de la alta aristocracia, que se rebelaban contra la autoridad de la monarquía por que sus intereses se sentían perjudicados o incómodos, estos enredos de la nobleza francesa debilitaron el poder de la monarquía y afectó al estado francés en su política exterior con pérdida del control soberano sobre sus fronteras.
Justamente contra toda esta descomposición de la monarquía, entró a gobernar el el rey Luis XIII, que siendo primero regentado por su madre Maria de Medicis, nombró como ministro a Armand Jean du Plessis a la vez el Cardenal de Richelieu, quien aprovechando la debilidad del rey, fue el quien gobernó Francia, devolviéndole el esplendor y autoridad de la monarquía como un estado centralizado absolutista y recuperó la soberanía de todas las fronteras convirtiendo a Francia en una potencia europea
NATIONAL GEOGRAPHIC .- narra : Ascenso en la corte
Richelieu procedía de una familia de la nobleza media de Poitou, los Duplessis.
Su padre había empezado a prosperar mediante el favor de los reyes,
pero murió prematuramente, dejando a su esposa en una situación
apurada. Armand no olvidaría nunca las dificultades de su infancia. Su
voluntad de ascender en la corte fue para él una forma de dar a su
familia el prestigio y la riqueza que creía que les correspondía,
igualándola con las casas nobles más encopetadas del reino. Riquezas, títulos y enlaces matrimoniales sirvieron todos a ese objetivo, coronado en 1631 con la obtención del título de "duque-par",
el máximo al que podía aspirar. Muchos, claro está, no le perdonaron
este ascenso meteórico y no dejaron de recordarle sus orígenes
humildes.
NATIONAL GEOGRAPHIC.- narra : "Para Richelieu, la indisciplina y las continuas conjuras y
revueltas de la aristocracia contra la monarquía eran la causa del
debilitamiento de la monarquía, dentro y fuera de sus
fronteras. Había que poner coto a esa situación, recurriendo a todos
los medios necesarios. El primer ministro fue lo bastante hábil como
para ganarse la fidelidad de algunas de los linajes más importantes del
país, como los Condé. Pero frente a los demás decidió aplicar una
política de escarmientos y mano dura....."
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/poder-favorito-cardenal-richelieu_11868
"No tengo más enemigos que los del Estado". Richelieu justificó así su implacable represión de revueltas y conjuras durante su gobierno, necesaria para afirmar la autoridad de la corona
Retrato del cardenal Richelieu
Philippe de Champaigne creó una
imagen de Richelieu que lo representaba prácticamente como si él fuera
el soberano. Museo del Louvre, París.
Foto: Erich Lessing / Album
Escudo de armas de Richelieu
Richelieu lo hizo grabar en los
múltiples castillos y palacios que se hizo construir, desde el chateau
de Rueil hasta el Palais-Cardinal en París.
Foto: De Agostini
Richelieu en el sitio de la Rochela
Durante su ministerio, Richelieu se
ganó fama de gobernante implacable, dispuesto a todo para afirmar el
poder del rey. En muchas ocasiones no dudó en hacer correr la sangre
para castigar a rebeldes y conspiradores.
Foto: Leemage / Aisa
Palacio de Luxemburgo
María de Médicis fue coronada reina de Francia
justo antes del asesinato de Enrique IV. El palacio fue construido por
María de Médicis durante su regencia en el tiempo que Richelieu estuvo a
su servicio.
Foto: Bridgeman
Retrato ecuestre de Luis XIII, por Claude Deruet. Castillo de Versalles.
Los propagandistas
contrarios a Richelieu dejaron la imagen de un ministro que se había
adueñado totalmente de la débil voluntad de Luis XIII. La realidad fue
más compleja. Durante mucho tiempo Luis miró con mucho recelo a Richelieu.
Y aun después de elegirlo primer ministro, seguía sintiéndose
incómodo ante un hombre 17 años mayor, con una inteligencia y una
determinación de las que él mismo carecía. Richelieu supo valerse de las debilidades del rey
para fortalecer su poder, por ejemplo indisponiéndolo con la reina
madre y sobre todo con su esposa, Ana de Austria, y proporcionándole
amistades, femeninas y masculinas, que dieran cauce a la emotividad del
rey. Gracias a su condición de cardenal, no dudaba en ocasiones en
sermonearlo, instándolo a comportarse a la altura de su cargo.
Pero Luis XIII nunca dejó de ser el verdadero soberano. Richelieu era sabedor de que su posición pendía del delgado hilo del favor real,
y en varias ocasiones creyó perderlo, como en la Jornada de los
Engaños o en la conspiración de Cinq-Mars, alentada tácitamente por
el soberano. Su gran baza para mantenerse en el poder era su propia
capacidad política, y la creencia que supo transmitir a Luis de que con
su política la monarquía francesa recuperaría todo su esplendor. Los
éxitos militares y diplomáticos que se sucedieron desde 1628
convencieron a Luis de que la política de Richelieu era la buena
y que su contribución resultaba imprescindible. Como le escribía ya
en 1626: "Tengo puesta en vos toda mi confianza, y ciertamente nunca he
encontrado otro hombre que me sirviera tan a mi gusto...".
Foto: Art Archive
Palacio del Louvre
El Pabellón del Reloj (en primer
término) corresponde a la ampliación del palacio bajo Luis XIII,
según un diseño de Lemercier. Las esculturas son de Jacques Sarrazin.
Foto: A1PIX
Campesinos. Óleo por Le Nain.
Los habitantes del campo sufrieron el
incremento de impuestos bajo Richelieu. A lo largo de su gobierno
desarrolló una gran obra política: reformas judiciales y
administrativas, decisivas para la centralización del estado.
Foto: Bridgeman
Las conquistas del cardenal
Desde el siglo XVI la monarquía francesa se hallaba cercada territorialmente por España, que poseía Flandes, Luxemburgo, el Franco Condado y Milán,
además de Estados aliados como Saboya. Richelieu (a la derecha, en una
medalla) se propuso invertir la situación, reforzando las fronteras
mediante una cadena de fortalezas e interviniendo en la política
italiana y alemana para extender la influencia francesa. La guerra
abierta entre Francia y España estalló en 1635, y se saldó con decisivos avances franceses en Flandes y Cataluña.
Foto: EOSGIS
Toma de La Rochela (1628)
1. Las conquistas del cardenal
Enrique de Rohan encarnó la resistencia de los protestantes a la
política religiosa de Luis XIII y Richelieu. En 1628 La Rochela, plaza
fuerte de los hugonotes, se rindió al ejército real tras un durísimo
sitio de 14 meses de duración. Rohan, desposeído de sus feudos,
marchó al exilio, aunque unos años después volvió al servicio de la
monarquía.
Foto: Bridgeman
Conquista de Pinerolo (1629)
2. Las conquistas de cardenal
Cristina de Francia, hermana de Luis XIII, se convirtió en duquesa
de Saboya en 1630 junto a su esposo Víctor Amadeo, inaugurando un largo
período de influencia francesa en el ducado, frente a la presión
hispana. Un año antes Richelieu había conquistado la fortaleza de
Pinerolo, que quedó en manos de Francia en virtud del tratado de
Cherasco
Foto: Bridgeman
Revuelta de Languedoc (1632)
3. Las conquistas del cardenal
Enrique II de Montmorency era en 1632 gobernador de la provincia de
Languedoc. Cuando Gastón de Orleáns lanzó una invasión desde Lorena
contra Richelieu, Montmorency se sumó al movimiento, pero fue
derrotado, apresado y luego ejecutado en Toulouse. Richelieu aprovechó
la situación para reforzar el poder del rey en la provincia.
Foto: Bridgeman
Ocupación de Lorena (1633)
4. Las conquistas del cardenal
Gastón de Orleáns, el díscolo hermano pequeño de Luis XIII, se
refugió en 1629 en Lorena, huyendo de Richelieu, y tres años después
se casó con la hija del duque lorenés Carlos IV sin pedir permiso al
rey. Fue la excusa para que Richelieu lanzara una operación de castigo
que llevó a la toma de Nancy en 1633 y la ocupación del país hasta
1641.
Foto: Bridgeman
5. Las conquistas del cardenal
Bernardo de Sajonia-Wei-mar, un general alemán que desde 1635 era
financiado por Richelieu, conquistó la fortaleza de Breisach con la
esperanza de convertirla en capital de un Estado propio. Pero a su
muerte en 1639 Richelieu logró que la plaza fuera transferida a
Francia, cumpliendo el viejo anhelo de la monarquía de alcanzar la
frontera del Rin.
Foto: Bridgeman
Campaña en el País Vasco (1638)
6. Las conquistas del cardenal
El príncipe de Condé comandó la ofensiva francesa contra España
por la frontera del País Vasco, tras la declaración de guerra entre
ambos países en 1635. Las operaciones se centraron en Fuenterrabía,
importante plaza fronteriza. El asalto final francés fracasó, y
Richelieu quiso culpar de todo a un subordinado de Condé, el duque
d’Épernon.
Foto: Bridgeman
Rebelión de Cataluña (1640)
7. Las conquistas del cardenal
El conde-duque de Olivares, en su larga pugna con Richelieu, sufrió
en 1640 un golpe del que ya no se recuperaría: la revuelta de
Cataluña, auspiciada en buena medida por agentes franceses. A
principios de 1641 las autoridades de la provincia proclamaron su
incorporación a la monarquía francesa, origen de una guerra que
duraría dos décadas.
Foto: Oronoz
Conquista de Perpiñán (1642)
8. Las conquistas del cardenal
El marqués de Cinq-Mars, un joven de apenas 22 años, fue el último
favorito de Luis XIII, y también el último conspirador contra
Richelieu. Su trama, en la que estaba implicado también Gastón de
Orleáns, fue descubierta justo después de que Richelieu y Luis XIII
realizaran su última gran conquista: Perpiñán, capital del Rosellón
entonces español.
Foto: Bridgeman
La religión al servicio del estado
La pintura reproducida junto a estas líneas, un óleo sobre lapislázuli, se titula El triunfo de Luis XIII sobre los enemigos de la Religión.
Su autor fue Jacques Stella, uno de los pintores de corte de Richelieu y
Luis XIII. No se sabe la fecha exacta de la obra, ni el acontecimiento
que conmemora. Tal vez se trata de una celebración de la
política religiosa de Luis y su primer ministro, decisiva para la
consolidación del catolicismo como única religión
oficial, poniendo fin a decenios de guerras de religión. La toma de La
Rochela en 1628 fue el hito decisivo en este proceso.
EL Óleo de la Stella es un ejemplo del carácter peculiar que tuvo la ofensiva de Richelieu en el ámbito religioso.
No hay duda de su empeño en favorecer el catolicismo y restringir la
libertad de acción de los protestantes, que gozaban de grandes
privilegios en amplias regiones del país. Pero Richelieu estuvo lejos
de ser un fanático. Por ejemplo, tras la conquista de La Rochela,
mientras los sectores ultracatólicos instaban a la destrucción de la
ciudad, el cardenal impuso una postura de clemencia, como la que muestra
Luis XIII en la pintura de Stella.
Foto: Bridgeman
Padre José, capuchino que fue el principal confidente de Richelieu
Un colaborador inestimable de Richelieu en esta política fue François Le-clerc du Tremblay, llamado Padre José, y apodado por la historia la Eminencia Gris. Capuchino de fe ferviente, fue también un genio de la propaganda y de las intrigas diplomáticas.
Se dedicó a la restauración del catolicismo en las regiones
hugonotes, pero al mismo tiempo no dudó en pactar con Estados
protestantes para lograr los objetivos de la monarquía francesa.
Foto: Roger-Viollet
La Sorbona
La bella capilla de Le-mercier fue producto del mecenazgo de Richelieu, provisor de la Universidad.
Foto: François Bibal / Rapho
La duquesa de Chevreuse como Diana cazadora. Claude Deruet, 1627.
La mayor enemiga de Richelieu
Uno de los personajes más novelescos de la historia de Francia en el siglo XVII
es el de Madame de Chevreuse, hasta el punto de que Dumas la incorporó
tal cual a su serie sobre D’Artagnan y Donizetti compuso una ópera
sobre su vida en 1843.
María de Rohan es el mejor ejemplo, en versión
femenina, del espíritu rebelde de la alta aristocracia francesa en esos
años. Nacida en 1600, se introdujo pronto en la corte hasta
convertirse en dama de honor de Ana de Austria, la marginada esposa
española de Luis XIII. Desde que Richelieu ascendió al poder, concibió contra él una animosidad inflexible
que la llevó a tramar una conspiración tras otra contra el favorito.
Se dijo que fue ella quien urdió la trama que costó la vida a Chalais,
precisamente uno de sus pretendientes. Marchó exiliada a Londres y luego a Lorena, donde sedujo al duque Carlos y urdió todo un complot internacional contra Richelieu.
Volvió a París en 1631. El cardenal trató de congraciársela, pero
fue en vano. Desde su castillo, la Chevreuse seguía con sus intrigas.
En 1637, temiendo ser detenida, protagonizó una pintoresca huida a
través de Francia, disfrazada de hombre, hasta cruzar los Pirineos y,
tras una corta estancia en Madrid, pasar a Inglaterra
y Flandes. Ya sólo volvería a Francia tras la muerte de Richelieu. El
odio entre el cardenal y la aristócrata era mutuo, como el temor.
Richelieu decía de ella: "Este espíritu es tan peligroso que esta do
fuera del reino puede alterar las cosas de forma imprevisible". La
duquesa, por su parte, declaraba: "El rey es un idiota y un incapaz, y
ese bribón de cardenal es una vergüenza".
Foto: Bridgeman
Chantilly
Este palacio, 30 kilómetros al norte de París,
perteneció desde el siglo XVI a los Montmorency. Tras la ejecución de
Enrique de Montmorency en 1632, a instancias de Richelieu, Luis XIII lo
confiscó. Más tarde pasó a manos de la familia de los Condé.
Foto: Contacto
Jesús Villanueva
El poder de un favorito, el cardenal de Richelieu
"El hombre rojo". Así se llamó en el siglo XIX al cardenal de Richelieu.
Con ello se hacía referencia no sólo a su púrpura de cardenal, sino
también a su fama de gobernante implacable, que no dudó en hacer
correr la sangre para castigar a rebeldes y conspiradores. Alexandre Dumas, en Los tres mosqueteros, lo presenta altivo y rencoroso, pensando siempre en enemigos reales o imaginarios, y dueño absoluto de la voluntad del soberano, Luis XIII.
Naturalmente, sería injusto reducir la figura de Richelieu a esta imagen. Ni sus enemigos podían negar su inteligencia y capacidad política
y el aire de dignidad que ponía en todas sus acciones. Uno de estos
adversarios decía en 1635, tras una audiencia con el cardenal: "Hay que
reconocer la verdad, este hombre tiene grandes cualidades, un aire
elevado y de gran señor, una facilidad de hablar maravillosa, una mente
aguda y ágil, una conducta noble, una habilidad inconcebible para
tratar los asuntos, y una gracia en todo lo que hace o dice que
encandila a todo el mundo".
Su religiosidad era sincera y exigente, no una simple cobertura de su ambición.
A lo largo de su gobierno, de 1624 a 1642, desarrolló una gran obra
política, que abarcó múltiples aspectos: reformas judiciales y
administrativas, decisivas para la centralización del Estado;
desarrollo del comercio exterior; o bien el impulso de la cultura
francesa, que culminó con la fundación de la Academia en 1635.
Desarrolló una gran obra política que abarcó múltiples reformas decisivas para la centralización del Estado
Pero su fama de dureza, incluso de crueldad, no fue tampoco una invención de los autores románticos. Prisión, exilios, ejecuciones públicas, revueltas duramente reprimidas, marcaron sus años de gobierno.
Para el cardenal, todo ello tenía una justificación: imponer la
autoridad suprema del monarca en todo el país, hacer del rey de Francia
un soberano de verdad, al que todos sus súbditos debían obedecer.
Eran muchos los que en su época deseaban una política de ese tipo, que
terminara con decenios de guerras civiles y revueltas crónicas y devolviera a la monarquía su prestigio internacional. Pero los métodos expeditivos de Richelieu crearon un profundo resentimiento
e hicieron pensar a muchos que lo único que buscaba el primer ministro
era incrementar su poder despótico y satisfacer una desmedida
ambición de mando.
Ascenso en la corte
Richelieu procedía de una familia de la nobleza media de Poitou, los Duplessis.
Su padre había empezado a prosperar mediante el favor de los reyes,
pero murió prematuramente, dejando a su esposa en una situación
apurada. Armand no olvidaría nunca las dificultades de su infancia. Su
voluntad de ascender en la corte fue para él una forma de dar a su
familia el prestigio y la riqueza que creía que les correspondía,
igualándola con las casas nobles más encopetadas del reino. Riquezas, títulos y enlaces matrimoniales sirvieron todos a ese objetivo, coronado en 1631 con la obtención del título de "duque-par",
el máximo al que podía aspirar. Muchos, claro está, no le perdonaron
este ascenso meteórico y no dejaron de recordarle sus orígenes
humildes.
En esta voluntad de medrar, su condición eclesiástica, lejos de ser un obstáculo, le allanó el camino. Terminadas las grandes guerras de religión del siglo XVI, en Francia se estaba imponiendo la Contrarreforma, un gran esfuerzo de relanzamiento del catolicismo en todos los órdenes: catecismo, disciplina del clero, órdenes religiosas, conversión de los protestantes... La regencia de María de Médicis, instaurada tras el asesinato de Enrique IV en 1610 y durante la minoría de edad de su hijo Luis XIII, favoreció decididamente esta política.
Nombrado obispo con apenas veinte años, Richelieu se ganó fama de clérigo riguroso y dedicado a sus feligreses, hasta el punto de vivir durante unos años en la pequeña diócesis de Luçon.
Pero no por ello olvidó su objetivo último, el ascenso en la corte.
La oportunidad le llegó en 1615, cuando pronunció el discurso de
clausura de los Estados Generales (equivalente de las Cortes de Castilla o Aragón).
Su claridad de ideas, su energía y su porte personal causaron
impresión. Poco después la regente le ofreció un cargo en la corte.
Richelieu aparecía como un hombre de la regente, integrado en el partido que apoyaba su política de alianza con el Papado y con España
En esa fase inicial Richelieu aparecía como un hombre de la regente,
integrado en el partido que apoyaba su política de alianza con el
Papado y con España.
Frente a él estaba el partido agrupado en torno al soberano, Luis
XIII, al que se había declarado mayor de edad en 1615, y que durante
largo tiempo vio a Richelieu con mucho recelo. En los siguientes nueve
años Richelieu pudo conocer a fondo los entresijos de la política
cortesana, sus intrigas y sus vaivenes. Nombrado ministro en 1617 (aunque en función meramente consultiva), dos años después cayó en desgracia junto a su protectora,
enfrentada al favorito de turno del joven rey. La experiencia le
sirvió a Richelieu para medir las nefastas consecuencias de la lucha de
facciones y lo precario del favor real.
Traición a su protectora
Una reconciliación entre el rey y la reina madre permitió su retorno a la corte. Cada vez más influyente, en 1622 fue nombrado cardenal, y dos años después entraba de nuevo en el gobierno,
esta vez como ministro efectivo, aunque en un primer momento no era
aún la figura dominante. Pero su inteligencia y su energía acabaron
ganándole la confianza de Luis XIII, que comprendió que el cardenal
era el único que podía garantizarle lo que de verdad le interesaba: la
gloria de restablecer la monarquía francesa como potencia hegemónica
de Europa.
Así se lo demostró la actuación de Richelieu en las primeras grandes
crisis internacionales que se presentaron, resueltas de forma favorable
a los intereses de Francia: Valtelina, La Rochela, Mantua...
El cardenal era el único que podía garantizarle lo que de verdad le interesaba: la gloria de restablecer la hegemonía la monarquía francesa
La consagración de su dominio llegó en 1630, en un episodio muy conocido de la historia francesa: la Jornada de los Engaños.
La reina madre, viendo que su antiguo servidor se mostraba cada vez
más independiente, decidió hacer un último esfuerzo para recuperar la
confianza del rey, su hijo. El 10 de noviembre por la mañana, tuvo una
entrevista en el palacio del Luxemburgo con Luis, en la que le pidió
la destitución de Richelieu. El cardenal, introduciéndose en
palacio por un pasillo secreto, hizo irrupción en medio de la
entrevista y, viendo el peligro que corría, no dudó en humillarse
pidiendo perdón a la reina y dándole seguridades de su
fidelidad. El rey, incómodo por la escena, abandonó la sala mientras
la reina abrumaba al cardenal con toda clase de improperios.
Richelieu creyó que había perdido el poder y preparó incluso su
retirada, que los embajadores extranjeros daban por segura. Pero unas
horas después recibió un aviso del rey para que fuera a visitarlo a Versalles (entonces un simple pabellón de caza). Allí, Luis le ratificó su confianza y ordenó a su madre que se retirara de la corte.
María de Médicis había perdido definitivamente la partida, y un año
después marcharía al extranjero para no volver a ver a su hijo. Hasta
su muerte no dejaría de denunciar la ingratitud de su antiguo
protegido.
La rivalidad de María de Médicis no fue la única a la que tuvo que hacer frente Richelieu. Estaba
también el hermano pequeño de Luis XIII, Gastón, que se sentía
privado por el primer ministro del puesto de privilegio que, en su
opinión, le correspondía por nacimiento.Y junto a Gastón estaban los
otros grandes aristócratas, "príncipes de la sangre" y
grandes señores. Todos ellos estaban acostumbrados a campar a sus
anchas por la corte, a comportarse como soberanos en sus propios
dominios, y a conspirar y rebelarse cuando les parecía oportuno.
Llevaban siglos actuando así. Pero ahora se encontraban con un ministro
dispuesto a impedírselo.
Richelieu estaba dispuesto a impedir que los grandes aristócratas de palacio siguieran campando a sus anchas
Para Richelieu, la indisciplina y las continuas conjuras y
revueltas de la aristocracia contra la monarquía eran la causa del
debilitamiento de la monarquía, dentro y fuera de sus
fronteras. Había que poner coto a esa situación, recurriendo a todos
los medios necesarios. El primer ministro fue lo bastante hábil como
para ganarse la fidelidad de algunas de los linajes más importantes del
país, como los Condé. Pero frente a los demás decidió aplicar una
política de escarmientos y mano dura.
Nobles en el patíbulo
El primer ejemplo de su firmeza llegó en 1626, con el affaire Chalais,
una clásica conspiración cortesana motivada por un plan de matrimonio
impuesto a Gastón de Orleáns. Una vez descubierta, Richelieu, en
vez de echar tierra sobre el asunto, instó a un castigo ejemplar: la
ejecución pública de un gentilhombre de familia ilustre, el conde de Chalais, y la prisión de otros implicados, varios de los cuales murieron en la cárcel.
Los jueces comisionados por el cardenal empezaron a aplicar sin contemplaciones la acusación de "lesa majestad",
por la que cualquier sublevación contra la autoridad del rey se
consideraba como un ataque contra su persona, y por tanto se castigaba
con la pena capital. Un año después otro noble de alcurnia, François de Montmorency-Bouteville, fue ejecutado en París por haberse batido en duelo en pleno día, desafiando la prohibición contra los duelos que Luis XIII acababa de decretar.
Las grandes familias del reino suplicaron clemencia al rey y a Richelieu, pero ambos se mostraron inexorables, y Montmorency fue decapitado en Toulouse
El momento culminante en el enfrentamiento de Richelieu con la alta aristocracia llegó en 1632, con la ejecución del duque de Montmorency. Miembro de una de las familias más antiguas de Francia –a su lado, los Duplessis eran unos advenedizos–, Enrique
de Montmorency, que ejercía el cargo de gobernador de Languedoc, se
dejó arrastrar en un proyecto de insurrección general contra Richelieu
liderado por el hermano del rey, Gastón de Orleáns. La revuelta,
apoyada con dinero español, no encontró ningún apoyo en el interior, y
Montmorency fue capturado por las tropas del rey tras una escaramuza.
Todas las grandes familias del reino suplicaron clemencia al rey y a
Richelieu, pero ambos se mostraron inexorables, y Montmorency fue
decapitado en Toulouse.
La ejecución de Montmorency vino acompañada de una persecución
general contra la nobleza conspiradora. La Bastilla se llenó de presos
ilustres, a los que por otra parte se trató bastante bien. Otros nobles emigraron a los países vecinos, sobre todo Flandes e Inglaterra.
Los que permanecieron en el país se dolían del clima de miedo
imperante, que hacía "que apenas se atreva uno a hablar de su propia
miseria en su casa y con su familia", como decía uno de ellos; lo
único que se escuchaba eran los elogios oficiales a la política del
cardenal. Éste mantenía una red de espías y contaba hasta con
interrogadores profesionales, como el temido Laffemas.
No por ello cesaron las conjuras, aunque hacia el final del
ministerio de Richelieu los que se mostraban más activos eran no tanto
los príncipes y grandes nobles como los gentileshombres que vivían en
París, embebidos en la ideología de la Roma clásica y que soñaban con remedar el tiranicidio de Julio César. En 1636 hubo una trama para secuestrar y asesinar al cardenal en Amiens, frustrada en el último momento.
La última conjura
Para entonces Francia estaba en guerra abierta con España,
una guerra que se desarrolló inicialmente de forma muy desfavorable
para los franceses. Las tropas españolas se internaron en el país
hasta conquistar Corbie, al norte de París.
La capital temió por su suerte durante unas semanas, y las críticas
contra la mala dirección de la guerra por Richelieu se redoblaron. En
las provincias estallaron sublevaciones de enorme gravedad en protesta
por el incremento de los impuestos. En Guyena, en 1637, un ejército
rebelde de casi 10.000 hombres puso en jaque a las autoridades durante
meses, y dos años después otra rebelión campesina en Normandía hubo de ser reprimida violentamente. Con su característico tesón y sangre fría, Richelieu logró restablecer el orden en el interior y recuperar posiciones en las fronteras.
En 1641 una nueva conspiración nobiliaria, secundada por España, estuvo a punto de lograr su objetivo. La muerte accidental de su cabecilla, el conde de Soissons, volvió
a salvar a Richelieu in extremis. Y al año siguiente, apenas unas
semanas antes de su muerte, el cardenal desbarató una última
conspiración en su contra, tramada esta vez por un joven noble, el marqués de Cinq-Mars, que había tratado de sustituir- lo en la confianza de Luis XIII. Cinq-Mars y uno de sus cómplices, François de Thou, pagaron con la vida su plan.
Y al año siguiente, apenas unas semanas antes de su muerte, el cardenal desbarató una última conspiración en su contra
En 1630 el cardenal afirmaba: "no tengo más enemigos que los del Estado". En su opinión, los que le odiaban y tramaban contra él atentaban contra la monarquía, contra el interés supremo del Estado.
La historia, en cierto modo, le dio la razón, pues su política
prepararía en el interior el terreno para el triunfo del absolutismo
bajo Luis XIV,
el hijo de Luis XIII, e inclinaría la balanza internacional a favor de
Francia, frente a una debilitada España. Pero todo ello tuvo un
precio, el de una antigua tradición de libertad e independencia que
quedó sepultada bajo el imperio de la razón de Estado.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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