Hola amigos: A VUELO DE UN QUINDE EL BLOG., la Revista National Geographic, nos alcanza un reportaje sobre los últimos gorilas de Ruanda, gracias a un reportaje del periodista español Alfons Rodríquez, quien estuvo por los montes Virunga, tras los rastros de las diezmadas poblaciones del gorila de montaña.
Un gorila comiendo
https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/gorilas-a-dieta_4591
Un gorila comiendo
https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/gorilas-a-dieta_4591
Las enfermedades coronarias no afectan sólo a los humanos. Son también la primera causa de muerte entre los gorilas machos de los zoológicos, y los científicos quieren saber por qué. ¿La obesidad? Tal vez. Elena Hoellein Less, del zoo Metroparks de Cleveland, piensa que la dieta podría ser la causa, y se propone demostrarlo en un estudio realizado en diversos zoos. Less alimenta a sus gorilas Bebac y Mokolo con un menú que imita el que comerían en estado salvaje, prácticamente vegetariano. La nueva dieta, rica en verduras, se inspira en una alimentación humana especialmente indicada para cardiopatías. A juzgar por los 30 kilos que ha perdido cada gorila, no es para tomárselo a la ligera. –Catherine Zuckerman
NATINAL GEOGRAPHIC .- narra: ".....Los rangers del Parque Nacional de los Volcanes, en las montañas Virunga de Ruanda,
ya me habían advertido. Tal vez fuese la niebla, el escozor de las
ortigas que salpicaban la espesa vegetación o las varias horas que
llevaba subiendo y bajando por las laderas enfangadas del volcán Visoke, de 3.711 metros de altitud.
Estos factores, junto con la excitación, provocaron el embotamiento de
mi mente y el consiguiente olvido del consejo. O quizá fue que aquel
resultó ser uno de los encuentros más intensos que haya experimentado en
la vida, sin más explicación. Me quedé absorto, sin capacidad de
reacción. Me habían prevenido de que si un macho alfa de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) –un espalda plateada– me miraba, no debía sostener el contacto visual bajo ningún concepto.
Eso suponía una provocación para el líder del grupo, un desafío que
podía acabar con una poderosa carga ofensiva sobre la amenaza, es decir,
yo....."
https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/grandes-reportajes/los-ultimos-gorilas-de-ruanda-2_9071
Durante una estancia en Ruanda, el fotoperiodista español Alfons Rodríquez viaja a los montes Virunga tras el rastro de las diezmadas poblaciones de gorila de montaña.
Una hembra adulta de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) del
grupo Amahoro descansa entre la vegetación de las laderas del volcán
Visoke, en el Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda.
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Foto: Alfons Rodríguez
Ubumwe es el macho alfa
del grupo Amahoro. En un solo día, un espalda plateada puede llegar a
ingerir hasta 30 kilos de comida. Los grupos llegan a
desplazarse decenas de kilómetros en una jornada, en busca de alimento
o de un lugar donde pasar la noche.
Foto: Alfons Rodríguez
Las siluetas cónicas de los volcanes
Muhabura, de 4.127 metros de altitud, y Gahinga, de 3.474, recortan el
cielo de los montes Virunga, hábitat de los gorilas de montaña.
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Foto: Alfons Rodríguez
El ejército vigila el Parque Nacional
de los Volcanes. Los furtivos y los grupos rebeldes del
conflicto congoleño siguen siendo una amenaza para los gorilas.
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Foto: Alfons Rodríguez
Unos niños recolectan madera para cocinar y calentar los hogares cerca de la ciudad de Musanze, junto al parque nacional protegido. En un territorio que ha sido compartido desde tiempos ancestrales por gorilas y seres humanos, el equilibrio entre las necesidades básicas de unos y otros no es nada fácil de mantener.
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Los últimos gorilas de Ruanda
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Foto: Alfons Rodríguez
Unos niños recolectan madera para cocinar y calentar los hogares cerca de la ciudad de Musanze, junto al parque nacional protegido. En un territorio que ha sido compartido desde tiempos ancestrales por gorilas y seres humanos, el equilibrio entre las necesidades básicas de unos y otros no es nada fácil de mantener.
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Una de las hembras adultas del grupo
Amahoro sostiene en brazos a su cría, que ha nacido hace apenas 48
horas. Los gorilas tienen a lo largo de su vida un promedio de
cinco crías, el 30 % de las cuales no superará los 3,5 años de vida.
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Foto: Alfons Rodríguez
El ejército vigila el Parque Nacional
de los Volcanes, frecuentado por turistas e investigadores a la
búsqueda del casi extinto gorila de montaña. Los furtivos y los grupos
rebeldes del conflicto congolés siguen siendo una amenaza.
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Los últimos gorilas de Ruanda
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Los últimos gorilas de Ruanda
La región aledaña al Parque Nacional
de los Volcanes está altamente poblada y cultivada, lo que supone una
amenaza grave para el hábitat de los gorilas.
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Los últimos gorilas de Ruanda
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Los últimos gorilas de Ruanda
Los rangers tienen un papel
primordial en la conservación y proteción del hábitat de los gorilas.
Patrullan la jungla continuamente en busca de trampas y de cazadores
furtivos, además de acompañar a los visitantes en sus expediciones.
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Foto: Alfons Rodríguez
Una familia de Gorilas avanza en fila
india a través de la espesa vegetación del cráter del volcán Visoke.
Los grupos llegan a desplazarse decenas de kilómetros en un solo día, en
busca de alimento o de un lugar donde pasar la noche.
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Los rangers del Parque Nacional de los Volcanes, en las montañas Virunga de Ruanda, ya me habían advertido. Tal vez fuese la niebla, el escozor de las ortigas que salpicaban la espesa vegetación o las varias horas que llevaba subiendo y bajando por las laderas enfangadas del volcán Visoke, de 3.711 metros de altitud. Estos factores, junto con la excitación, provocaron el embotamiento de mi mente y el consiguiente olvido del consejo. O quizá fue que aquel resultó ser uno de los encuentros más intensos que haya experimentado en la vida, sin más explicación. Me quedé absorto, sin capacidad de reacción. Me habían prevenido de que si un macho alfa de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) –un espalda plateada– me miraba, no debía sostener el contacto visual bajo ningún concepto. Eso suponía una provocación para el líder del grupo, un desafío que podía acabar con una poderosa carga ofensiva sobre la amenaza, es decir, yo.
Pero lo hice, nuestras miradas se cruzaron y no logré bajar, en actitud sumisa, la mía. En apenas unos instantes vi mi origen y el de toda la especie humana en aquella faz negra y achatada. Contemplé con absoluta claridad el camino recorrido. Nuestra naturaleza más genuina se reflejaba en aquellos expresivos ojos de color ámbar. El enorme gorila se levantó y pasó lentamente a menos de un metro de mí, pero se limitó a mirarme de reojo con indiferencia. No hice ni una sola foto. Estaba paralizado, y además hubiera supuesto una falta de respeto hacia aquel ser inmenso y poderoso, aunque frágil y vulnerable. Aquel era un reino erigido entre volcanes, y Ubumwe –así se llamaba el gorila– era su rey.
Mi trabajo en la zona de los Grandes Lagos para cubrir los conflictos, las crisis humanitarias y otros acontecimientos terribles que han asolado la región, como el genocidio entre hutus y tutsis, había despertado mi interés por saber cómo afectaba todo aquello a los últimos gorilas de montaña. La estancia en Ruanda suponía una buena ocasión para conocer la labor de quienes conviven a diario con el problema de los furtivos: los rangers. La caza ilegal se alimenta de la necesidad de aquellos que lo han perdido todo a causa de tanto conflicto y precariedad. Es una consecuencia directa.
Hoy solo unos 880 gorilas de montaña sobreviven en este reducto repartido entre tres países: Ruanda, República Democrática del Congo y Uganda. Otro de los graves problemas que están llevando a la extinción a esta especie es la alta densidad de población de la región y la consiguiente sobreexplotación agrícola. El censo de gorilas está en un punto de no retorno. Su hábitat es cada día más reducido y su desaparición, casi segura. Solo queda luchar a contracorriente y utilizar métodos desesperados, como, por ejemplo, las visitas de los turistas. Los visitantes, en grupos reducidos y controlados, aportan dólares que podrían preservar el ecosistema de la expansión agrícola y la caza furtiva. Pero también traen enfermedades que afectan a los primates. Ya existen lugares (en Ruanda aún no) donde se obliga a los visitantes a llevar mascarillas cuando entran en su entorno.
Dian Fossey vislumbró el porvenir incierto de los gorilas hace más de tres décadas. «Cuando te das cuenta del valor de la vida –dejó escrito en la última página de su diario–, te preocupas menos por discutir sobre el pasado y te centras más en la conservación para el futuro.» Sus últimas palabras están más llenas de vida que nunca.
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Foto: Alfons Rodríguez
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Los rangers del Parque Nacional de los Volcanes, en las montañas Virunga de Ruanda, ya me habían advertido. Tal vez fuese la niebla, el escozor de las ortigas que salpicaban la espesa vegetación o las varias horas que llevaba subiendo y bajando por las laderas enfangadas del volcán Visoke, de 3.711 metros de altitud. Estos factores, junto con la excitación, provocaron el embotamiento de mi mente y el consiguiente olvido del consejo. O quizá fue que aquel resultó ser uno de los encuentros más intensos que haya experimentado en la vida, sin más explicación. Me quedé absorto, sin capacidad de reacción. Me habían prevenido de que si un macho alfa de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) –un espalda plateada– me miraba, no debía sostener el contacto visual bajo ningún concepto. Eso suponía una provocación para el líder del grupo, un desafío que podía acabar con una poderosa carga ofensiva sobre la amenaza, es decir, yo.
Pero lo hice, nuestras miradas se cruzaron y no logré bajar, en actitud sumisa, la mía. En apenas unos instantes vi mi origen y el de toda la especie humana en aquella faz negra y achatada. Contemplé con absoluta claridad el camino recorrido. Nuestra naturaleza más genuina se reflejaba en aquellos expresivos ojos de color ámbar. El enorme gorila se levantó y pasó lentamente a menos de un metro de mí, pero se limitó a mirarme de reojo con indiferencia. No hice ni una sola foto. Estaba paralizado, y además hubiera supuesto una falta de respeto hacia aquel ser inmenso y poderoso, aunque frágil y vulnerable. Aquel era un reino erigido entre volcanes, y Ubumwe –así se llamaba el gorila– era su rey.
Una experiencia vital
Días antes en Musanze, en el norte del país, Jordi Galbany, primatólogo español vinculado a la Universidad George Washington y que actualmente trabaja en la Fundación Dian Fossey (en estas mismas selvas fue donde Fossey desarrolló su trabajo de campo y también donde fue asesinada) me había hablado acerca de la experiencia vital que suponía un encuentro con aquellas criaturas tan cercanas a los humanos. Los estudios que se realizan hoy en la fundación, en los que Galbany trabaja desde 2013, arrojan multitud de datos, no solo sobre esta especie y las medidas que deberían tomarse para garantizar su preservación sino también sobre nuestra propia evolución. La investigación de Galbany consiste, en líneas generales, en la medición de los gorilas para establecer la curva y la tasa de crecimiento en los ejemplares más jóvenes.Mi trabajo en la zona de los Grandes Lagos para cubrir los conflictos, las crisis humanitarias y otros acontecimientos terribles que han asolado la región, como el genocidio entre hutus y tutsis, había despertado mi interés por saber cómo afectaba todo aquello a los últimos gorilas de montaña. La estancia en Ruanda suponía una buena ocasión para conocer la labor de quienes conviven a diario con el problema de los furtivos: los rangers. La caza ilegal se alimenta de la necesidad de aquellos que lo han perdido todo a causa de tanto conflicto y precariedad. Es una consecuencia directa.
El censo de gorilas está en un punto de no retorno. Su hábitat es cada día más reducido
Hoy solo unos 880 gorilas de montaña sobreviven en este reducto repartido entre tres países: Ruanda, República Democrática del Congo y Uganda. Otro de los graves problemas que están llevando a la extinción a esta especie es la alta densidad de población de la región y la consiguiente sobreexplotación agrícola. El censo de gorilas está en un punto de no retorno. Su hábitat es cada día más reducido y su desaparición, casi segura. Solo queda luchar a contracorriente y utilizar métodos desesperados, como, por ejemplo, las visitas de los turistas. Los visitantes, en grupos reducidos y controlados, aportan dólares que podrían preservar el ecosistema de la expansión agrícola y la caza furtiva. Pero también traen enfermedades que afectan a los primates. Ya existen lugares (en Ruanda aún no) donde se obliga a los visitantes a llevar mascarillas cuando entran en su entorno.
Dian Fossey vislumbró el porvenir incierto de los gorilas hace más de tres décadas. «Cuando te das cuenta del valor de la vida –dejó escrito en la última página de su diario–, te preocupas menos por discutir sobre el pasado y te centras más en la conservación para el futuro.» Sus últimas palabras están más llenas de vida que nunca.
NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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