El día que los primates levantaron la vista y dejaron de apoyarse en las extremidades superiores
La primera vez que Owen Lovejoy vio a la hembra que ocuparía sus pensamientos durante los 14 años siguientes, no sintió ninguna emoción. Era 1995, y el especialista en anatomía comparada de la Universidad Estatal de Kent, en Ohio, tuvo el privilegio de echar un vistazo al esqueleto recién excavado de Ardipithecus ramidus en el Museo Nacional de Etiopía, en Addis Abeba. Algunos de los huesos estaban aplastados y en pésimas condiciones.
"Lo primero que pensé fue: “¿Nos han traído hasta aquí para ver esa cosa aplastada?” –recuerda Lovejoy–. Tardé unos diez minutos en darme cuenta de que todas las partes importantes estaban presentes. Lo segundo que pensé fue: “¡Dios mío, quién lo hubiera imaginado!'"
Con los años, a medida que los investigadores fueron separando los huesos de Ardi de la matriz rocosa y los reconstruyeron, el asombro de Lovejoy no hizo más que aumentar. Desde hacía tiempo se tenía por cierto que cuanto más nos remontáramos en el pasado evolutivo humano, más se parecerían nuestros ancestros a nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés. Con 4,4 millones de años de antigüedad, Ardi había vivido más de un millón de años antes que Lucy, y no se parecía a ella, pero tampoco a un chimpancé. En lugar de eso, presentaba una extraña combinación de características muy primitivas que sólo se habían visto en monos y en primates antropomorfos extinguidos del mioceno, y rasgos observados únicamente en nuestro linaje homínido.
Consideremos el pie de Ardi. Los homínidos posteriores, Lucy incluida, tienen el dedo gordo alineado con los otros dedos, lo que ayuda a proporcionar la fuerza propulsora necesaria para la locomoción bípeda, que durante mucho tiempo ha sido el rasgo determinante de nuestro linaje. Su dedo gordo, en cambio, es divergente, como el de los simios, lo que resulta más útil para agarrarse a las ramas al trepar a los árboles. Pero el pie de Ardi también contiene un pequeño hueso llamado os peroneum (presente en monos y simios antiguos y conservado en el linaje homínido, pero ausente casi siempre en chimpancés y gorilas), que mantiene la planta del pie más rígida. Lovejoy y sus colegas creen que esa rigidez permitía a Ar. ramidus caminar erguido, utilizando los cuatro dedos alineados para hacer la fuerza que impulsa una zancada bípeda.
La pelvis de Ardi también es testimonio de la transición de un primate primitivo que evoluciona hacia unos rasgos humanos. La pelvis humana ha sufrido una profunda remodelación para adaptarse al bipedalismo, una maniobra de auténtico malabarismo locomotor que exige mantener una extremidad suspendida en el aire mientras la otra empuja hacia delante. Ya en tiempos de Lucy, hace 3,2 millones de años, los huesos de la cadera se habían ensanchado y acortado para ampliar las áreas de inserción de los músculos glúteos, que estabilizan la articulación de sostén de la cadera. Por el contrario, la pelvis de los chimpancés es estrecha y alargada, lo que les proporciona un soporte más firme para trepar pero los obliga a balancearse de lado a lado cuando caminan erguidos.
La parte superior de la pelvis de Ardi es corta y ancha, y presenta otros rasgos casi exclusivos de los homínidos, como una protuberancia en el borde interior que ofrece mayor apoyo a la zancada bípeda. Sin embargo, la parte inferior de la pelvis es completamente simiesca, con inserciones para los enormes músculos de las extremidades inferiores, necesarios para trepar con eficacia.
La sorprendente mano de Ardi
Después está la sorprendente mano de Ardi. Los grandes simios africanos tienen dedos largos y palmas adaptadas para trepar a los árboles, y las articulaciones de las manos son rígidas y fuertes para soportar todo el peso corporal sobre los nudillos cuando caminan por el suelo. Dado que esa adaptación para caminar con los nudillos no sólo se ve en los chimpancés sino también en los gorilas, que se separaron de nuestro linaje con anterioridad, durante mucho tiempo se creyó que representaba la forma primitiva de locomoción por la que también pasaron nuestros antepasados en su evolución hacia la marcha erguida. Pero la mano de Ardi pone en tela de juicio esa suposición. Aunque sus dedos son largos, la palma es corta y muy flexible, lo que le habría permitido caminar por las ramas de los árboles apoyando las palmas (más como hacen los monos que cualquiera de los grandes simios vivos), así como agarrarse a ramas situadas muy por detrás de su cabeza.
Esa mano propia de los monos, unida a otros rasgos muy primitivos que presenta Ar. ramidus, tiene grandes repercusiones para el conocimiento de nuestros orígenes. Si los descubridores de Ardi están en lo cierto, nuestros ancestros nunca pasaron por una fase de locomoción apoyando los nudillos, como hacen los chimpancés, en su camino hacia el bipedalismo. Sostener lo contrario sería aceptar que nuestro linaje desarrolló en una fase muy temprana una serie de adaptaciones similares a las de los chimpancés, y que luego las perdió todas y regresó a la condición primitiva hacia la época en que Ar. ramidus se paseaba por África. Es algo sumamente improbable.
Aun así, en vista de los rasgos extremadamente primitivos, algunos investigadores sostienen que Ar. ramidus no es realmente un homínido. Por ejemplo, Terry Harrison, de la Universidad de Nueva York, señala que hubo una enorme diversidad de especies de primates antropomorfos en casi toda África y Eurasia durante el mioceno, hace entre 23 y 5 millones de años. "Quizá fue simplemente uno de los muchos simios que andaban por ahí, y no el que dio origen a los homininos», apunta. Como respuesta, Lovejoy señala más de 20 rasgos distintivos que relacionan a Ar. ramidus única y exclusivamente con homínidos más recientes. Si Harrison tiene razón, habría que pensar que todos esos rasgos se concentraron por casualidad en un simio extinguido sin ningún parentesco con nosotros. Pero incluso aceptando que Ar. ramidus es un homínido, ¿fue realmente bípedo? Antes de descubrir a Ardi, la pregunta habría sido impensable. Entre los primates superiores, sólo los homínidos son bípedos; por lo tanto, todos los homínidos deben ser bípedos. Muchos científicos no ven clara la locomoción bípeda de Ardi, sobre todo con un dedo gordo tan divergente.
"¡Ese pie no es de bípedo! –comenta William Jungers, especialista en morfología evolutiva de la Universidad Stony Brook–. Ardi tiene el dedo gordo más divergente que uno pueda imaginar. ¿Cómo subía a los árboles si no era trepando verticalmente por los troncos? ¿Volando?" Jungers se pregunta por qué un animal plenamente adaptado a la locomoción cuadrúpeda por los árboles iba a decantarse por la locomoción bípeda en el suelo.
El bipedalismo es la consecuencia de una transformación radical en la conducta social
Lovejoy tiene una respuesta a la pregunta de Jungers: el sexo. En su opinión, el bipedalismo es la consecuencia de una transformación radical en la conducta social. Su teoría no se basa en un rasgo adquirido por nuestro linaje, sino perdido: los colmillos como dagas de los machos de los grandes simios, tan eficaces contra otros machos que buscan oportunidades para copular. Los machos de casi todas las especies vivas y extintas de grandes simios tienen caninos aguzados, que ellos mismos se afilan frotándolos contra los dientes inferiores. Los caninos de los homínidos machos son mucho más pequeños, más parecidos a los de las hembras. En los sedimentos del Awash medio donde apareció Ar. ramidus se han hallado caninos correspondientes a 21 individuos, que presumiblemente eran machos y hembras. Todos comparten el patrón homínido.
En lugar de ganar el acceso a las hembras mediante el conflicto con otros machos, según Lovejoy, el macho de Ar. ramidus abastecía a una hembra concreta y a su prole con alimentos ricos en grasas y proteínas a cambio de la exclusividad de sus favores sexuales. De este modo se aseguraba de que las crías a las que estaba alimentando eran suyas. Pero para transportar la comida, las manos del macho tenían que quedar libres del papel que desempeñaban en la locomoción cuadrúpeda. Tal vez el bipedalismo fuese una manera ineficaz de desplazarse para Ar. ramidus, pero por su contribución en el contrato de "sexo por alimentos" debió de ser una buena manera de tener más descendencia. Y en la evolución, todo se reduce a tener más descendencia.
Fuera cual fuese la razón del incipiente bipedalismo de Ardi (si es que lo hubo), apenas 200.000 años después hizo su aparición en la misma región el género Australopithecus, el de Lucy, plenamente bípedo, como todos los homínidos que vinieron después. ¿Fue el primitivo Ar. ramidus, con su dedo gordo divergente, la criatura que cambió a marchas forzadas durante esos 200.000 años para convertirse en el antepasado de todos los homínidos posteriores? ¿O el suyo fue un callejón sin salida, que mantuvo su extraño mosaico de rasgos primitivos y avanzados hasta llegar a la extinción?
"Estos hallazgos son sumamente importantes, y dado el estado de conservación de los huesos, lo que han hecho sus descubridores es poco menos que heroico –afirma Jungers–. Pero esto es sólo el principio de la historia".
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NATIONAL GEOGRAPHIC
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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