Hábil banquero y político prudente, Cosimo de Medici sentó las bases de una dinastía que duraría tres siglos. En una Florencia dividida por las rivalidades entre las grandes familias, utilizó su riqueza para tejer una vasta red de influencias que lo convirtieron en el primer señor de facto de la ciudad.
A finales del siglo XIV, la pujante burguesía italiana se preparaba para consumar el sorpasso a la vieja clase aristocrática. Aunque poseer un noble linaje proporcionaba todavía estatus y una notable influencia, era la economía la que dictaba el destino de las ciudades: la importancia creciente de los gremios, el florido comercio y especialmente el poder de la banca, de cuyos préstamos dependía toda la acción política, desde la realización de obras públicas a la capacidad de enrolar ejércitos en las constantes guerras contra las ciudades vecinas.
En el momento de su nacimiento, el 27 de setiembre de 1389, Cosimo de Medici –llamado a posteriori “el Viejo” para distinguirlo de sus sucesores que llevarían el mismo nombre– no parecía reunir los requisitos para triunfar en este escenario: apenas un par de generaciones atrás, su familia se dedicaba al comercio de la lana. Pero su padre Giovanni invirtió su modesto patrimonio en la creación de un banco en Florencia en 1397, que 30 años después contaba con una gran fortuna y filiales en Roma y Venecia. A la muerte de su padre en 1429, Cosimo y su hermano menor Lorenzo heredaron un patrimonio de casi 200.000 florines de oro y una red de influencias envidiable que llegaba hasta el Vaticano.
Los Medici se dedicaban al comercio de la lana, hasta que el padre de Cosimo fundó el banco que se convertiría en la fuente del poder de la familia.
UN GESTOR PRUDENTE
A punto de cumplir los 40 años, Cosimo se encontraba en una posición mucho más influyente que la que había tenido su padre. No solo disponía de riqueza, sino que había adquirido un estatus social relevante a través del matrimonio con Contessina de Bardi, perteneciente a una de las familias aristocráticas más ilustres de la ciudad, un enlace que le permitió tratar de igual a igual con las familias de alto rango dentro y fuera de Florencia.
Cosimo fue probablemente el gestor más hábil de su familia: en los 25 años en los que estuvo al frente de la banca Medici, duplicó el patrimonio que había recibido de su padre y abrió nuevas filiales en Nápoles, Ginebra, Brujas, París, Londres, Pisa, Aviñón, Milán y Lyon. A pesar del papel político que llegó a adquirir, en esencia fue siempre un hombre de negocios. Esa fortuna le permitió ganarse el favor del que gozó tanto entre la gente humilde como entre los poderosos. A los primeros les daba trabajo mediante el patrocinio de obras públicas y privadas, obteniendo un gran apoyo entre los gremios y facilitando el ascenso social de sus líderes; mientras que a los segundos concedía los préstamos necesarios para comprar favores, pagar ejércitos mercenarios o procurar dotes generosas para sus hijas.
Fue también el primer gran mecenas de los Medici, dedicando grandes sumas de dinero a obras públicas como el convento de San Marcos, la basílica de San Lorenzo, la Biblioteca Medicea Laurenziana –a la cual nutrió con una generosa aportación de obras clásicas– y el proyecto más ambicioso que había visto la ciudad hasta entonces: la construcción de la cúpula de la catedral de Santa Maria del Fiore, que por sus enormes dimensiones representaba un reto arquitectónico muy difícil de afrontar hasta que el genio de Filippo Brunelleschi lo resolvió. Fundó también la Academia Neoplatónica, que marcó el inicio del Renacimiento intelectual florentino.
Sin embargo –y a pesar de su formación humanista–, para Cosimo el mecenazgo fue principalmente un instrumento práctico de promoción política y como tal una inversión prudentemente calculada. En los encargos privados se cuidó de no llevar a cabo proyectos demasiado ostentosos para evitar suscitar envidias y habladurías, y en los públicos procuró siempre que su mecenazgo fuera asociado con la prosperidad de la ciudad y no se interpretara como una demostración pública de riqueza.
PALACIO MEDICI RICCARDI FLORENCIA
El Palacio Medici Riccardi fue la residencia principal de la familia en tiempos de Cosimo y sus descendientes. Originalmente había encargado el proyecto a Brunelleschi, pero lo descartó por la excesiva suntuosidad, prefiriendo el diseño más austero de Michelozzo para que sus enemigos no pudieran acusarle de actuar como un aristócrata.
EQUILIBRIO DE PODERES
Los tiempos habían cambiado y ya no era el apellido sino la riqueza lo que más contaba, algo que no gustaba a muchos nobles que hasta entonces habían copado los cargos públicos y que veían con malos ojos el acceso a las instituciones políticas de los burgueses o, aún peor, los jefes gremiales. La facción aristocrática estaba liderada por las poderosas familias de los Albizzi y los Strozzi, que veían en los Medici un peligroso contrapeso a su poder: aunque Cosimo, en línea con su carácter prudente, procuró no acaparar muchos cargos públicos, a través de los favores económicos tejió una gran red de apoyos clientelares que le aseguraban, en la práctica, el apoyo a sus proyectos.
Inculpándolo de tratar de establecer un gobierno tiránico, sus rivales lograron que fuera encarcelado, pero se libró de la condena a muerte gracias a la intervención de poderosos aliados a quienes había favorecido a través de su banco, incluyendo el papa Eugenio IV. Cosimo fue exiliado a Venecia, donde vivió durante unos meses con toda comodidad: su salida de escena sirvió de poco a sus enemigos, pues la red de influencias medicea siguió trabajando a su favor y consiguió revocar el exilio en menos de un año, tras lo cual regresó triunfante a su ciudad.
En línea con su carácter prudente, Cosimo de Medici procuró no acaparar muchos cargos públicos, pero a través de los favores económicos tejió una gran red de apoyos clientelares que le aseguraban el apoyo a sus proyectos.
Este retorno representó para los nobles la constatación de que su época se acercaba al final: la creación de nuevos órganos de gobierno, de mayoría favorable a la política popular de Cosimo, fue el inicio de un cambio en las instituciones florentinas, con un peso cada vez mayor de las corporaciones. Esto a su vez determinó el rumbo de la política exterior, dictando las alianzas en función de los intereses económicos y buscando un equilibrio entre las diversas potencias que competían en la península italiana. También en este aspecto Cosimo, con su carácter calculador, supo manejar la diplomacia internacional: a través de alianzas personales pudo lograr un equilibrio entre las rivales Milán y Venecia, de modo que ninguna prevaleciera sobre la otra y llegase a amenazar la seguridad de Florencia.
EL PRIMER SEÑOR DE FLORENCIA
A principios de la década de 1450, Cosimo era uno de los hombres más influyentes de la península: había hecho de Florencia el vértice de la política italiana, fuera de su ciudad era tratado casi a la par de un jefe de Estado y el banco familiar iba viento en popa. Sin embargo, su salud empezó a verse afectada por la gota, una enfermedad que arrastrarían sus descendientes, por lo que fue retirándose progresivamente a un segundo plano. Su hermano Lorenzo había muerto en 1440 y los hijos de este –cuyos descendientes, un siglo después, se convertirían en Grandes Duques de Toscana– tomaron las riendas del negocio, mientras que los hijos de Cosimo recogieron su legado político.
A pesar del poder que había consolidado para su familia, el futuro de la dinastía no parecía muy seguro: en 1463 murió su hijo predilecto, Giovanni, en quien había puesto sus esperanzas de sucesión vista la frágil salud de su primogénito Piero. Sus expectativas se posaron entonces sobre su joven nieto Lorenzo, de apenas 15 años, pero en quien el viejo Cosimo apreció un precoz talento diplomático que nada tenía que envidiar al suyo, si bien el Magnífico no administró la fortuna familiar tan prudentemente como lo había hecho él. El 1 de agosto de 1464, con casi 75 años pero consumido por la gota, Cosimo el Viejo murió en su villa de Careggi, a las afueras de Florencia, el refugio personal al que acudía en busca de tranquilidad.
Los historiadores posteriores afrontaron el legado de Cosimo de Medici desde perspectivas opuestas: la mayoría lo alabaría como el fundador de la época dorada de Florencia, mientras que otros lo criticarían por suponer el inicio de la deriva autocrática de las instituciones republicanas. Muestra de ello es que, a su muerte, la Señoría florentina quiso tributarle un funeral de Estado –declinado por su hijo Piero por voluntad expresa de Cosimo, que en su testamento dejaba escrito que quería ser enterrado como un simple ciudadano– y le concedió el título póstumo de “Padre de la patria”. El viejo estadista salió de escena igual que había permanecido en ella: con aparente modestia, pero como señor de Florencia.
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